NÚRIA MASIP
Sofía y una botella de Vodka bailaban al son del “It must have been love” de Roxette.
Álex, después de cinco años de convivencia, se había llevado todas sus pertenencias sin decir ni adiós.
Mientras ella trabajaba, había venido a casa como un ladrón. Suponía que así, podía evitarla y no tener que pasar por el trance de la enésima discusión.
Ahora mismo, tampoco quería replicarle nada, ni volver a darle vueltas a lo que tantas veces se habían chillado mutuamente.
Cada vez que daba una pirueta, el Valium que reposaba sobre la mesa, la llamaba para una nueva toma.
Había decidido no existir y olvidarle, ser pasto de los malditos gusanos para no volver a sentir nada.
Estaba tan dolida de pensar que, aunque el amor por él, había sido el mayor que había sentido nunca, todo lo que había intentado para arreglarlo y mantenerlo, había fracasado.
Su vida era una vorágine de pésimos finales de historias.
Perdió el equilibrio y cayó sobre la alfombra del salón.
Se puso a reír mientras lloraba ¿Quién querría a esta loca en pijama con pelo alborotado y tragadora compulsiva de pastillas y alcohol?
El sueño estaba venciendo y por fin, los ojos se le cerraron.
Sirenas, todo lo que oía eran sirenas de ambulancia.
– ¿Me oye?
No pudo enfocar la imagen, pero, intentó asentir con la cabeza. Estaba muy mareada.
– La llevamos al hospital ¿Sabe cuantas pastillas se ha tomado?
La penetrante e impaciente oscuridad le sobrevino.
Álex corrió a la sala de espera del hospital.
Sofía y él ya no estaban juntos, pero, como era muy reciente, seguía figurando como contacto en caso de emergencia.
Cuando llegó, encontró a los padres de Sofia aguardando con cara nerviosa que saliera algún médico que les pudiera decir cómo estaba su hija.
– Álex -le llamó la madre y se levantó para abrazarlo- ¿Sabes qué ha pasado? La doctora ha dicho que se ha tomado muchas pastillas y las ha mezclado con alcohol.
Se quedó blanco.
– ¿Cómo? -dijo sorprendido-.
– Nos ha preguntado también, si había intentado suicidarse antes -intervino el padre-.
– Llevo sin verla una semana -explicó- nos hemos separado.
– No lo sabíamos, no nos ha dicho nada.
Se sentó con ellos y esperaron. Al cabo de media hora, la doctora apareció por la puerta.
– Sofia ha tomado mucha cantidad de Valium y lo ha mezclado con alcohol, provocando una gran intoxicación en su organismo. Le hemos tenido que lavar dos veces el estómago, pero, sólo hemos podido sacar aquello que no había sido absorbido. Ahora, estamos a la espera de los resultados de la analítica, aunque, sospechamos que los niveles que han pasado a la sangre, son altos -hizo una pausa- por eso, está en coma.
– ¿Se sabe cuándo puede despertar? -dijo la madre-.
– No, no lo sabemos. Normalmente, suele ser dentro de la misma semana de la intoxicación, pero, ha habido casos, en que el coma ha sido persistente o ha ido a peor. Sólo nos queda esperar a ver cómo evoluciona.
– ¿Podemos verla? -preguntó-.
– Sí, por favor, acompáñenme.
Yacía blanca en la cama rodeada de aparatos de medición, no pudo, si no, cogerle la mano y empezar a llorar. La madre de Sofía, le puso la mano en el hombro como señal de apoyo.
– Lo arreglaremos -le dijo cerca del oído- tienes que salir de ésta.
Sofía despertó en la que era su antigua habitación de casa de sus padres. Se incorporó sobre la cama y vio unas cajas de cartón con indicaciones pintadas en rotulador.
– ¿Cajas? ¿Qué hacía allí y con esas cajas?
– Se acercó a ellas y leyó “documentos” “cds” “recuerdos” …
Esas cajas eran las que había hecho para ir a vivir con Álex cuando acabaron la universidad y alquilaron su primer estudio juntos.
– Espera ¿Qué año era? El calendario tenía puesto febrero del 2016, pero, si estaban en el 2021.
– Dormilona -su madre entró en la habitación sin llamar a la puerta- Álex está abajo, quiere que empieces a bajar las cajas y así, las cargará en el coche.
Antes que pudiera decirle nada, la abrazó.
– Mi chiquitina vuela libre -le acarició los mofletes- estoy muy contenta, aunque, voy a echarte menos.
– Mamá si ya vivo con él.
– ¿Pero, qué dices? Una cosa es que venga a dormir y otra es que paguéis las facturas juntos.
Volvió a irse.
Sofía localizó unos pantalones, pero, cuando se los acercó, bufó. Seguro que no le iban, se había engordado con el último año de confinamiento. Aun así, probó y se sorprendió de ver que le iban como un guante ¿Cómo podía ser?
Fue al baño, sacó la báscula y miró el peso que marcaba.
Imposible…si pesaba 10kg más. Volvió a bajar y a subir y marcó el mismo resultado.
Definitivamente, esa balanza iba mal.
– Sofía -gritó Álex desde abajo- vamos, que tenemos que pintar y es mejor hacerlo con sol.
¿Pintar? Definitivamente, debía estar soñando. Se miró al espejo, no tenía las canas que le habían salido en estos últimos meses y la piel parecía más joven.
Se apoyó en la puerta del baño, esto era una alucinación de las pastillas que se había tomado, pero, si era así, mejor disfrutarla.
Bajó por las escaleras y él tiró de su brazo para besarla.
Le tocó el pelo y las gafas, parecía tan real que empezó a llorar.
– ¿Qué pasa cariño? ¿No quieres vivir conmigo? -él le limpió una de las lágrimas con el dedo-.
– Es lo que más quiero -lo abrazó muy fuerte- te he echado de menos.
– Pero, si hemos estado toda la noche juntos en la fiesta de Toni.
Aún recordaba esa fiesta, estaban tan acaramelados y borrachos que se escondieron en uno de los armarios de la casa para hacerlo. Había sido uno de los mejores polvos que recordaba.
Se puso roja.
– ¡Vaya! Veo que empiezas a recordarlo -rio-.
Cargaron las cajas y llegaron con el coche al nuevo piso. No se acordaba del olor a los fritos de la vecina del primero ni del estrecho rellano.
– Buenas tardes ¿ustedes quiénes son?
Era Antonio, su vecino de enfrente. Iba con su bastón de siempre y el perro ciego.
Pero, era imposible. Los dos llevaban muchos años muertos en su consciencia. Aunque, recordó que, el perro murió al poco de mudarse y Antonio fallecería al cabo de año y medio en una residencia a la que le habían obligado a ir sus hijos.
– Buenas, Antonio -dijo ella- somos sus vecinos.
– ¿Cómo sabe mi nombre? -la miró extrañado- ¿Nos conocemos?
Álex también la miró sorprendido.
– Nos debemos de haber visto algún día por la calle, disculpe.
– Puede ser, bueno, déjenme pasar, que el cucho tiene que ir a orinar.
Se apartaron para que pudiera pasar y entraron en el piso.
Las paredes del salón estaban a medio pintar de azul eléctrico y en el fondo, la habitación tenía el lila que ella había escogido.
Madre mía, como había cambiado de gustos desde entonces. Esto parecía un parchís.
Salió al balconcillo y miró como los coches pasaban por la autovía. Por eso, les había salido tan barato, fue un buen refugio hasta que ascendieron a Álex y se cambiaron a una casita adosada con piscina comunitaria y zona ajardinada.
Sintió los brazos de él alrededor de la cintura.
– Un euro por tu pensamiento.
– No me creo que estemos aquí.
Le vino a la mente cuando tuvieron la última discusión; todo vino porque él no veía que fuera el momento de tener hijos y ella le pidió que se largara si no pensaba darle una familia.
Lloró. Tendría que haber sido más flexible en eso.
– Deja de llorar. Estamos viviendo juntos y tenemos mucha vida por delante -dijo Álex- ya sé que este piso está en un sitio poco recomendable y es de alquiler, pero, prometo que, algún día, te compraré la casa que vimos antes desde la carretera.
Sabía que lo haría.
Se giró hacía él y lo besó.
Necesitaba volver a sentirlo, aunque, todo fuera un sueño.
Álex respondió a la intensidad del beso y le agarró el culo con las manos. Ella se aferró más fuerte y pudo sentir su erección contra el abdomen.
Hacía mucho que no lo hacían, desde que no paraban de pelearse, él se había ido a dormir a su estudio y la evitaba lo máximo posible.
– Para. Si pasamos el día follando, no pintaremos nada -le acarició el pelo- prometo que esta noche no vas a dormir.
Quién sabía si por la noche aún estaría aquí.