ALICIA RGUEZ

Huyó desesperada como un ave que remonta el vuelo y se aleja de la tormenta. El rugido infernal que emitían las numerosas bocas del volcán la había asustado. Bolita corrió para escabullirse del miedo que la aterrorizaba y, en su acelerada carrera, la plaquita plateada que llevaba al cuello, en la que sus dueños habían grabado su nombre, quedó atrapada en una de las vallas metálicas de la finca vecina. La perrita, aterrada, no paraba de correr.

            De repente, la sorprendió la brutal explosión y su cuerpo salió despedido por el aire como una semillita de diente de león que sopla un niño y vuela movida por el viento. No sintió nada. Dio vueltas y vueltas. Su cuerpo delicado cayó en el negro sustrato y, entonces, emitió un ladrido desesperado; sus patitas estaban abrasadas y no podía respirar bien. Los gases tóxicos habían afectado a sus frágiles pulmones. Permaneció varios días tumbada, sin moverse. Su lánguida mirada se perdía en la inmensidad de un paisaje cubierto por la ceniza.

Aquellos hombres valientes caminaron y caminaron enterrando sus aguerridas botas en la negrura que los envolvía. No paraban de buscar. De pronto, sus ojos cansados se iluminaron. Allí estaba, acurrucada, temblorosa, aterida.

Se acercaron a la perrita y Bolita dejó de sufrir.

4 comentarios sobre “Héroes