LOLA BARNON
La última cena de aquel verano
con Ramón
(Vicky)
Llevo un vestido de verano estampado. Ajustado, pero sin exagerar. Es entallado y de tirantes, aunque ni me marca en exceso, ni llevo tampoco la espalda completamente al aire. Un chal de color crudo por la brisa nocturna, y calzó una sandalias de tacón alto. Posiblemente un poco más de los que se podría esperar, pero se lo he preguntado a Ramón y con una sonrisa me ha dado su aceptación.
Sé que me mira y le gusta lo que ve. Me agrada, no puedo negarlo. Es un buen tipo, me trata bien, con amabilidad y hasta intenta ser cortés y divertido. Eso es mejor que estar con un cliente que solo piensa en follar, metértela hasta que no pueda más y adiós.
Hoy cenamos solos. Una chica de la urbanización, estudiante de Medicina, se ha quedado al cuidado de los niños. Han cenado pizza, puesto un videojuego en la televisión y apenas se han despedido de nosotros. Están contentos y creo que les caigo bien. Eso, aunque parezca una tontería, me gusta.
El aparcacoches me abre la puerta sonriente. Si supiera que soy puta, no sé si sería tan cortés y educado, me digo a mí misma. Ramón sale por la puerta del conductor y le da las llaves. Entramos en el restaurante y un maître con la cara un poco equina y antigua, nos lleva a la mesa reservada.
—¿Te gusta? —me dice.
Sí, he estado en otros restaurantes caros, aunque no muchos. Mi clientela es buena y puede que más selecta que los de otras chicas, pero no llego a ser una puta de lujo de dos mil la noche. Eso queda reservado para modelos y actrices de segunda que deben generar ingresos cuando ya no les salen casting, robados en las revistas o posados.
—Sí, claro que me gusta —le digo acariciándole una mano.
—Hoy es nuestra última noche… —me dice con una sonrisa que noto algo pesarosa.
—Sí. Lo sé. Me lo he pasado muy bien —me adelanto a él, porque pienso que es lo que me dirá.
Ramón se limita a sonreír y a asentir muy ligeramente. Se hace un pequeño silencio que aprovecha el camarero para preguntarnos si queremos algo de beber. Me apetecería una simple cerveza con Andrés, pero intuyo que debo ser un poco más fina y pienso en qué vino blanco y fresco me puede venir bien. Pero Ramón, como siempre, me sorprende.
—Yo quiero una cerveza. ¿Tú? —me mira divertido porque sabe que me gusta.
—Yo también —contesto sonriendo.
—Luego pediremos vino. ¿Te apetece algo de atún a la plancha, Vicky? Aquí lo hacen estupendamente. Y aún es casi temporada.
—Me parece estupendo.
—Pues nos traes lo que quiera Paco, pero a la plancha. Y nos pones algo de picar. No mucho, que ella, como ves se cuida mucho más que yo y si te pasas, al final me lo tendré que comer yo solo.
El camarero sonríe ante la galantería y se va a la cocina. Intuyo que Paco es el cocinero y que Ramón lo conoce de otras ocasiones. En ese momento siento algo de vergüenza porque es muy posible que le hayan visto con otras chicas o que sepan que todas somos del gremio. Otras veces no me ha importado, pero ahora, con el objetivo de salir cuanto antes de esta vida y profesión, siento un punto de azoramiento porque sepan a lo que me dedico.
—Gracias, Vicky.
Le miro un poco sorprendida. Sé que se lo ha pasado bien, que han sido unos días divertidos, de sexo y que con sus hijos no ha habido ni roces, ni problema alguno.
Me encojo de hombros y cambio la postura. Cabalgo una pierna sobre la otra y carraspeo ligeramente. No sé qué decir.
—¿Te acuerdas de lo que hablamos el primer día?
—Sí.
—Te dije que eras inteligente y que sabías entender las necesidades de tus… acompañantes.
—Me acuerdo…
En ese momento llega a la mesa un hombre ataviado con la vestimenta de un chef, pañuelo en la cabeza incluido. Es joven, de ademanes algo duros y mirada muy fija.
—¡Paco!, ¿qué tal?
—Le había dicho a Julio que me avisara en cuanto llegarais, pero se le ha debido pasar. Estamos hasta arriba… —dice con un acento andaluz y un brillo en las pupilas de satisfacción y orgullo. Me mira un instante.
—Ella es… Vicky. Mi novia.
—Encantado —me dice dejando la vista un segundo más de lo habitual en mí—. Siempre has tenido muy buen gusto —añade un momento después refiriéndose a Ramón.
—O sea que os va bien, ¿no?
—La verdad es que no podemos quejarnos. Estamos en verano y llenos hasta septiembre. Y el resto de año, quitando algunos meses de invierno que salvamos los muebles, el resto, primavera, puentes, Navidades… lo petamos.
—Pues me alegro mucho.
—Oye, me han dicho que queréis atún plancha y algo de picar, ¿no?
—Sí, así es.
—Tengo una ventresca que me han traído hoy mismo. De verdad, y sabes que no te miento, es de lo mejor que tengo. ¿Os parece que os la prepare a la plancha con un sofrito o una piriñaca…?
—Lo que nos hagas, estará bien.
—De acuerdo. Yo me encargo. Y de picar, pues no sé… ¿Os apetece gamba blanca?
—De verdad que lo que quieras, Paco.
—¿Lo dejas en mis manos?
—Sí, por supuesto.
—Venga… pues os traigo dos tortitas de camarones. Buenísimas. Aunque estén hechas con mucho aceite, lo escurrimos bien, te lo prometo —me dice mirándome—. Vamos que son casi light… —añade como chascarrillo—. Os voy a traer también algo que os va a gustar mucho. Una caballa a la plancha, pequeña —hace un gesto apuntando a su dedo índice—… son así, no más. —Vuelve a mirarme haciendo que sonría—. Una solo, de verdad. Con un poco de piriñaca. Dos lonchitas de huevas de maruca, que está que quita el sentido y para ti, un par de ortiguillas. Si las quieres compartir con tu chica, me lo dices y te traigo más. ¿os parece?
—A mí sí, pero no sé si será mucho, Paco.
—Deja… que te he visto comer más veces. Con que ella te acompañe lo mínimo, vamos bien. ¿De acuerdo?
—Venga…
—Y de vino, os pongo un par de copitas de un blanco de por aquí, frío y que entra como un fandanguillo. Luego, para el atún, uno de tintilla de Rota de una bodega de un amigo. Me vais a sacar a hombros, quillo, ya verás. Y si a tu chica no le gusta algo, ya sabes, silbas y vengo —termina guiñándole un ojo a Ramón y un cortés saludo con la cabeza a mí. Yo le sonrío.
—Seguro que está todo muy bueno.
La cena transcurre por derroteros muy tranquilos. Hablamos, nos reímos y creo que los dos disfrutamos de nuestra mutua compañía.
—Pues, esta es nuestra última noche… —me dice Ramón a los pocos segundos de terminar el atún a la plancha y apurar la copa de vino.
Asiento mientras termino de masticar. A mí me queda un poco y ya no quiero más. No es que no me guste, porque de verdad que está delicioso, pero la ración era igual que la de Ramón y para mí, es excesivo.
—Si te llamo más veces… ¿vendrías? —me pregunta mirándome a los ojos.
No contesto enseguida. Me limpio con la servilleta, bebo un ligero sorbo de vino y respiro profundamente. Es hora de decirle algo. No quiero que piense mal de mí. Ni tampoco mentirle asegurándole que sí y luego no cogerle el teléfono.
—Pues… sí lo haría en condiciones normales, Ramón. —Resoplo y miro al techo fugazmente—. Pero… —no consigo arrancar.
Me mira intrigado y ladea un poco la cabeza. Le ha sorprendido mi respuesta, y quizás, descolocado.
—Tengo… bueno, quiero decir, que… tengo novio… que salgo con alguien y… quiero… nos gustaría cambiar de… de vida. Dejar esto…
Abre mucho los ojos.
—No lo sabía… si quieres… no sé, lo dejamos…
—No, Ramón —intento sonreírle—. Como te puedes imaginar no somos una pareja convencional. Es muy raro en… en mi situación.
—¿Y él…?
Intuyo que quiere preguntarme si conoce a lo que me dedico.
—Sabe lo que soy. En realidad, ambos lo somos —le contesto con rapidez para que no se siente azorado.
Vuelvo a resoplar y niego levemente con la cabeza.
—Es muy complicado… —digo con la mirada algo huidiza—. Pero es la realidad. Intentamos… —carraspeo—, bueno, sobrevivir, me imagino. Esta vida, como te puedes imaginar, no es la deseable para una… —me encojo de hombros y miro al techo—, una familia, quiero decir. Si es que un día lo conseguimos —añado en voz bastante baja y más para mí que para Ramón.
—¿Tienes alguna otra profesión? —me pregunta tras un instante de silencio en donde, me imagino, ha asimilado lo que le he dicho.
—No… bueno, no por ahora, pero estoy… Los dos estamos en ello.
Ramón asiente despacio. Se ha quedado dubitativo, extrañado.
—No sé qué decir… —sonríe un poco forzado—. Me has sorprendido, la verdad.
—Entonces no digas nada. Este es mi trabajo, estoy a gusto contigo y me lo he pasado muy bien con tus hijos. En realidad no cambia nada. Pero… —me detengo un instante porque ni yo misma sé por qué he respondido así a su pregunta de si podría volver a llamarme—… bueno, que no quería decirte que sí me podrías llamar y luego no contestarte. Te has portado muy bien conmigo. Y de verdad te lo digo, lo he pasado fenomenal. Ha sido divertido y he estado muy a gusto. No sé… ha sido un algo que… bueno, que no te quería mentir.
Ramón me observa con la mirada un poco fruncida, interesado por mi explicación. Ha notado mis movimientos un poco nerviosos de colocarme le pelo o de inquietud en la silla.
—Te agradezco tu sinceridad.
—Gracias —musito—. Pero de verdad, esto no cambia nada entre tú y yo, hoy…
—Vamos a hacer una cosa… —me dice de pronto, cortándome con suavidad—. Casi prefiero que esta noche sea… diferente. Me imaginaba que hoy… ya sabes, tendríamos nuestra última noche de sexo —me dice acercándose y bajando un poco la voz.
—Y la tendremos, una cosa no quita la otra —me adelanto a decirle.
—No, de verdad, Vicky. Por alguna razón, y sé que puedo parecer estúpido o que cualquier otro hombre no se comportaría así, pero es lo que me sale, te lo prometo. —Me mira y sonríe—. No creo que pudiera quitarme de la cabeza que tienes… novio. Ya sabes que me gusta más esa palabra.
—Ramón, no…
—Vicky, en serio. En otra ocasión, pues posiblemente me daría igual. O no lo tomaría en cuenta, pero hoy… o bueno, mejor dicho, tras estos días, pues prefiero considerarte una especie de amiga. Sé que es extraño y que, como antes te he dicho, no creo que esto lo hagan muchos hombres… pero a mí me apetece.
—Ramón, de verdad, no quiero que esta noche…
—Vicky, vamos a tomar una copa. A bailar o no sé lo que harán ahora los jóvenes de tu edad. Pero me apetece más eso.
Se recuesta en la silla y me mira, ya con una amplia sonrisa en su rostro.
Niego lentamente. No sé si me dice la verdad, si es cierto lo que me dice o que ha sido tal la sorpresa que no sabe ni cómo salir de aquello.
—Yo preferiría que nuestra última noche fuera… bueno, como las anteriores. No quiero… que te sientas mal por esto, ni que no tengas lo que… lo que… has pagado —digo esto último de carrerilla.
—No te preocupes por eso. Es lo que menos me importa ahora mismo. Mira —se adelanta de nuevo y apoya los codos en la mesa. Me observa con un gesto amable y comprensivo—. Yo no quiero solo sexo. Eso ya lo sabes. Busco compañía, que me hagan estos días agradables, que mis hijos vean que su padre tiene una novia o pareja normal. Por eso quiero que vengáis unos días antes de que ellos lo hagan. Esa es la razón por la que antes os quiero conocer, tenemos una entrevista, un día en donde, al menos, nos conocemos un poco. En tu caso fue muy rápido, porque ha habido otras veces que me costó más explicar o que entendieran lo que pretendo. Te lo dije el primer día. Sabes ver lo que quiere la gente. Tienes… tienes algo, Vicky. Y por eso no me importa que hoy no tengamos sexo. Eso lo puedo tener cualquier día y de mil maneras diferentes. Pero pasar unos días con alguien que ha hecho que la estancia aquí sea muy agradable, no es tan sencillo. Así que, hoy te pido que me acompañes a tomar un par de copas, a bailar o lo que sea que se haga en los sitios donde va la gente de tu edad. No suelo salir mucho, la verdad. A cenar y la copa me la suelo tomar en el mismo restaurante… —se encoge de hombros—. ¿Te parece bien?
No respondo de inmediato. Le miro con una sonrisa y vuelvo a pensar que Ramón es un buen hombre. Alguien que solo busca compañía, conexión y trato. Que el sexo es importante pero no esencial y que está cansado de intentar buscar parejas convencionales que no le reportan nada. O que hasta el momento, no lo han hecho.
Meneo la cabeza y también me recuesto en el respaldo de la silla. Cabalgo una pierna sobre la otra y me río ligeramente. Luego me acerco a él que sigue con los codos apoyados en la mesa.
—Es la primera vez que un cliente me quiere sacar de copas en vez de meterme en la cama —digo muy bajito.
—Me imagino…
Le acaricio la mejilla y siento que es un tipo especial. Un hombre bueno, simple y que solo busca estar tranquilo y relajado. Me beso un dedo y se lo puso en los labios. Él me sonríe. No sé si sabe que las putas nunca besamos en la boca, pero que ese gesto es lo más cercano que puedo hacerle. No me olvido de que es un cliente. Alguien especial y diferente, pero un cliente que me ha pagado y que esta noche, en vez de acostarse conmigo, quiere salir de copas.
Internamente se lo agradezco y me digo a mí misma que se lo tengo que contar a Andrés. Estoy convencida de que también se va a sorprender.