LOLA BARNON

Tres mujeres en una

Positano

(Andrés)

Macarena se retuerce mientras le llega el segundo orgasmo de aquel día. Yo, observando cómo se entrega a ese momento de clímax, hundo todo lo que puedo mi polla en ella. Me muevo y le saco todavía algún pequeño destello añadido a aquel momento de placer.

Ha sido un polvo bueno. Conozco el cuerpo de Macarena, sus reacciones, lo que le gusta y lo que no. Sé que prefiere el sexo con un toque de rudeza, de impacto. Y que huye del tierno y cariñoso. No sé la razón, pero es así.

Cuando se traga mi pene hasta la mitad del tronco, escucho como ronronea de puro vicio. Es algo que nos suele gustar a los hombres, no lo niego. Pero en su caso, como se junta esa especie de altanería y compostura altiva, me retrae un poco.

Macarena folla bien. Muy bien, incluso para ser una amateur, por así decirlo. Es atrevida, desinhibida, resuelta y hasta un punto insolente con el sexo. Y se entrega. Esto no puedo negarlo. Lo da todo, no solo para conseguir ese punto máximo de disfrute propio, sino también el de su acompañante. El día que estuvimos los tres, Eva, Macarena y yo, observé como se esforzaba en que su amiga disfrutara como nunca. Me provocó y consiguió que me follara a Eva como si fuera ella misma desatada. Fue divertido y muy sexual. Y aunque Eva al principio fue reacia, terminaron ambas tocándose, lamiéndose y chupándose mientras yo alternaba a una y a otra con firmes y profundas embestidas. Todos disfrutamos mucho esa noche.

Esta, sin embargo, y quizá porque ya nos hemos acostado bastantes veces, noto que hay un punto de rutina. Yo sé sus caprichos y tendencias. Y ella, cómo hacerme explotar. Le gusta empezar con mi polla en la boca, abarcando todo lo que puede tragar, mientras que yo le toco y estimulo su vagina. Gime, se contonea y me mira con un brillo de lujuria y lascivia en sus ojos. Alterna la lentitud con la fiereza, la rapidez con los silencios y sonidos guturales. Una vez que ella decide, me toca a mí, que me centro, principalmente en lamerle el clítoris, que lo tiene muy sensible e inflamado en esos momentos. Prefiero hacerlo despacio, aunque ella me pide con sus movimientos más decisión. Pero es que si empiezo fuerte, se me corre en pocos momentos y prefiero mantenerla excitada durante más tiempo. A pesar de eso, a veces me es imposible y debo acelerar.

—Coño, más fuerte cabrón, que lo sabes hacer, joder…

No siempre suelta estas frases, pero no es inhabitual. No puede evitar sentirse la dueña, la propietaria de ese momento y de mis habilidades. Me paga y por tanto, exige. Ella lo piensa así, y yo tampoco puedo ni debo contradecir. Me paga muy bien, más que nadie y eso hace que me entregue a sus deseos puntuales.

Cuando follamos, sé que le gusta alternar posturas y no es raro hacerlo en el mismo polvo con el misionero, la cucharita o ella cabalgándome. En esta última, es cuando ella muestra todo su esplendor y poder. Se arquea, cierra los ojos, se mesa el cabello y me muerde los pezones, Se exhibe impúdicamente y pone caras de placer desatado. Es Macarena en su máximo exhibición, derroche y lucimiento.

Me hace explotar de forma vigorosa, porque como digo, folla bien. Y ella alcanza orgasmos largos, profundos y que la dejan por un momento extasiada y desmadejada. Es entonces cuando me mira y veo el brillo de unos ojos normales, de incluso agradecimiento y hasta afecto o cariño.

Entonces, mientras ambos recuperamos el resuello y la potencia, hablamos a veces un poco. Nada trascendente ni importante, pero es el momento que más me gusta de Macarena. Su normalidad, por así decirlo.

Tengo la sensación de que hay varias Macarenas en ella misma. La que me contrata, que se muestra como una mujer vanidosa, algo engreída, muy segura de sí misma y con un deje de chulería que da grima cuando se propasa. Luego está la que folla, que es un animal sexual. Alguien en búsqueda de placer, de éxtasis frenético, compulsivo y voraz. Es como si fuera una mujer en cierta medida necesitada de esa aproximación carnal tan directa. Cuando se introduce mi polla en la boca succiona y lame con descaro, vicio y picardía. Y follando se mueve con un vértigo salvaje, irreverente y audaz. Sabe que eso gusta y se muestra con total desenvoltura e impudicia. Es como si diera un paso más en su perfil de provocadora y de entrega a un sexo e insaciable. Una especie de continuación de la mujer que me contrata, pero con mayor ansia de sexo, de libertinaje y de romper moldes o reglas. Se muestra desaforadamente procaz, sin el más mínimo pudor, con descaro y llegando casi a la desvergüenza. 

La tercera es cuando ha alcanzado ese orgasmo y entra en una especie de calma tras haber agotado fuerzas en ese sexo hambriento y ávido. Veo un brillo en sus ojos que no concuerdan con esa mujer arrogante, desdeñosa y altiva, ni con la que folla de manera desaforada, como huyendo de algo. Esa tercera mujer es más cercana, incluso sonriente y hasta amable.

Puede ser que como yo soy un vulgar puto opte por demostrar quién es la que manda y asume el control sin posibilidad de cambio o alternativa. O quizás es cuando se muestra la verdadera Macarena, una mujer que en el fondo huye de algo o de ella misma.

Esto último es una sospecha incierta que me ha aparecido últimamente, y sobre todo, tras la conversación con Eva. Es posible que en Macarena se encierre alguien que, en realidad, no está muy contenta con la vida que lleva, o una parte de ella. No quiero hacer investigaciones ni siquiera pensar en ello. Mi deseo es separarme de esta vida cuanto antes y eso implica no establecer ningún puente entre una cliente y yo. Pero no puedo evitar que me intrigue esa faceta de ella, que Eva apenas descorrió en aquella conversación.

—Quieres otro más… —me dice ronroneando mientras me besa la espalda y me abraza desde atrás.

—Siempre que tú quieras… —le contesto buscando su boca.

—Me tienes loca, cabrón… —susurra antes de besarme con pasión.

Follamos otra vez. Con menos energía y dándonos un tiempo algo mayor para recuperarnos. Pero Macarena volvió a ser esa mujer necesitada de sexo, de disfrute sin límites. Tumbada en la cama, se dedicó durante varios minutos a endurecer mi miembro con lengua y labios. Abarcando todo, tragando y succionando. Alternado lentitud y profundidad, lengua dedos y besos.

En cuanto estuve preparado, la excité con mis dedos en su clítoris. Primero despacio, dejando que a ella le sobrevinieran las ganas y se mostrase de nuevo encendida y necesitada. Jugué con ella unos minutos, besé sus pechos, mordisqueé sus pezones duros y dispuestos.

—Joder… métemela ya… —me pidió al oído con un mezcla de susurro y gruñido.

La tumbé en la cama y separé sus piernas. Quería hacerla sufrir un poco o al menos hacerle sentir que iba a marcar yo el tempo esta vez. Jugueteé con mi pene en la entrada de su vagina provocando que ella intentara adelantar su caderas para acoger mi glande.

Pero lo hice despacio. Cuando decidí penetrarla, la acometí con lentitud y parsimonia, dejando que ella suspirara cada centímetro de mí que se introducía en ella. Dejando que cerrara los ojos y se sintiera invadida con suavidad y una calma que yo exageraba.

Cuando estuve totalmente dentro de ella, y me eché casi encima, solo sujeto por mis manos en el colchón, ella inició el movimiento de la cadera. Primero adelante y atrás, intentando llegar hasta el fondo y sintiendo toda mi masculinidad en sus entrañas. Me agarró los hombros haciendo que fuera yo quien me adentrara en ella con profundidad. Acompañó todos mis movimientos, que se aceleraron cada vez un poco más, con gemidos y susurros que fueron en aumento, al compás de mi cadera.

A pesar de que la noche había sido intensa en cuanto a sexo, ella alcanzó el orgasmo con mayor rapidez de lo que esperaba. Me cogió el cuello y acercó la boca a la suya, besándome con deleite y excitación. Yo no alcancé el clímax, pero tampoco hice nada por lograrlo. Me centré en ella, en que el suyo se extendiera y alcanzara todos los poros de su piel.

—Dios… qué bueno ha sido este.

Sonreí al contemplarla sin fuerzas en la cama, abierta y desnuda, con los ojos cerrados y una medio sonrisa de satisfacción en la boca. Le besé el cuello y me acarició la nuca.

—Eres un cabronazo… —susurró sonriente.

Me limité a mirarla, sin añadir o decir nada más. Quería terminar esa noche, que la sesión de sexo finalizara y dormir hasta la mañana siguiente. Me apetecía subir hasta el café del otro día y tomarme algo mirando al mar, solo, tranquilo y pensando en Vicky. En ese momento, ya no me apetecía nada más.

—Cuando volvamos a España, hay que repetir esto. Incluso con Eva —dijo pasando la mano por mi pecho.

Tampoco dije nada y le besé en los labios apenas posando los míos en los suyos.

—Me vuelves loca.

Vi de nuevo ese brillo extraño, de esa mujer que busca algo y que no termina de encontrarlo. Una especie de fugacidad extraña que no terminaba de captar.

Macarena se levantó y fue al baño. Escuché el ruido de la ducha y el del grifo del lavabo. Cuando entró lo hizo con la camiseta blanca, amplia, que solía dormir. Me miró y me dio un ligero piquito. Yo me dirigí a la ducha y salí también dispuesto a dormir.

La vi con el móvil, chateando concentrada y con el gesto un poco fruncido. Me miró fugazmente.

—Mi marido.

Asentí sin pretender darle mayor importancia. Ni tampoco pregunté nada acerca de su vida marital ni la razón por la que le escribía a esas horas de la noche.

—Está en una fiesta en Ibiza. Me pregunta si puedo ir allí el fin de semana.

—¿Puedes? —le digo, aunque yo sé que pasado mañana me voy, pero desconozco si ellas se quedan algún día más.

—Sí. Ya sabía que tenía que estar allí ese finde.

Cuando termina deja el móvil en la mesilla de noche y se tumba en la cama mirándome.

—Joder, te podías venir…

—¿Con tu marido? —me río abiertamente—. Nunca me has propuesto nada parecido.

—Sí, es cierto… —dice con un deje entre divertido y fingidamente molesto—. Eso no entraría en nuestro acuerdo.

Cuando noto que Macarena empieza a respirar con algo más de pausa y profundidad, me levanto de la cama. Quiero ver con tranquilidad los mensajes de Vicky y, si de casualidad estuviera en línea, hablar con ella.

Son cerca de las tres y media de la mañana. En España e Italia, que tiene la misma hora. Tengo tres mensajes de Vicky. Dos son de texto y otro de voz. Leo los mensajes tranquilamente en la terraza. Me he puesto una camiseta y se está bien allí fuera. Se escuchan algunos ruidos procedentes de otras villas en donde hay fiesta o alboroto. Risas y algo de música que tampoco molestan. Pongo el mensaje hablado y me concentro en escuchar la voz de Vicky. Es suave pero se percibe intensa, como ella. No me dice mucho, salvo que me echa de menos, que quiere verme y que ha sido unos días bastante buenos con su cliente.

Me la imagino follando con él y noto que no me gusta. Sé que es su trabajo, que es el de ambos y que, hasta que no nos desenganchemos de esta vida, tiene que ser así. Ambos tenemos un parapeto mental para que esos pensamientos no nos afecten. El sexo, para nosotros es trabajo. Igual que ir a un despacho o utilizar una excavadora. Puede parecer irreal, pero es nuestra vida y nuestra forma de entenderla.

Pero no puedo evitar sentir algo de celos. Algo inusual en mí y que, hasta ahora, no había experimentado. Cuando era normal, o tenía una vida normalizada al uso del resto de la gente, sí que sentí algo de celos con alguna novia o rollo. Pero debo admitir que fue muy pasajero y apenas perceptible. Más procedente de la sensación de haber sido engañado que por el cariño o atracción que podría sentir por la mujer que en ese momento estuviera conmigo. Lo que sentía estaba más cercano a una especie de frustración que a los celos comunes y corrientes de casi cualquier ser humano. No sabría decir si eso significa que no era celoso, pero ahora, al sentir esa especie de aguijonazo pensando en Vicky con otro, debo concentrarme en olvidarlo y en parapetarme en ese muro construido que significa que ella está trabajando, como yo lo hago. Me pregunto, entonces, si ella sentirá lo mismo por mí. Si le pellizcará en el corazón que yo esté con otra en la cama. Entiendo, o quiero pensar, que sí. Que a ella también le ocurre.

Me quedo pensativo, concentrado en esa sensación nueva y reciente para mí. Sonrío tímidamente y soy consciente de que estoy enamorado. Perdidamente enamorado de Vicky…

Y ella de mí. Lo noto y lo siento.

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