TANATOS 12
CAPÍTULO 34
Lo que sucedió durante los minutos siguientes me desveló que no había vuelta atrás. Y que no había más que un camino, por mucho que yo me atreviera a plantear un Rubén, o un Carlos, u otro chico por conocer. Durante los instantes siguientes María me asfixió en una demostración de haber elegido, y aunó en un solo cuerpo la máxima belleza, el máximo morbo, la máxima lujuria y la máxima sumisión.
Y era una sumisión extrema, sí, pues todo lo que hacía lo hacía por él y pensando en él, pero sin que él lo supiera, y no hay mayor obediencia y sometimiento que ese.
Yo desaparecí del mundo. Rubén, que la acababa de follar, no era nada, ni existía. El chico de la playa, que otrora habría significado un impacto y unos remordimientos que durarían semanas, no era más que un recuerdo turbio y difuminado. En la semioscuridad de nuestro salón solo estaban ella, sus recuerdos con Edu, su imaginación y su entrega total.
Ella, recostada, inició su alarde en el preciso momento en el que comenzó a vaciar aquel condón sobre uno de sus pechos, y yo no dudé en aprovechar el salvoconducto que ella me había dado, su autorización para observarla en silencio, y me deshice, sigiloso y voyeur, de mis calzoncillos.
Aquel semen espeso caía viscoso y perezoso, y ella parecía inquieta, hasta que por fin consiguió exprimir aquel látex usado… y encharcó aquella teta… de tal forma que su areola fue en seguida y toda ella una masa blanca, y su pezón erguido y rígido sobrevivía, por muy poco, al ahogamiento, y respiraba, erigiéndose sobre aquella olorosa masa blancuzca. Y María tuvo que apresurarse a impedir con sus dedos que varias gotas fluyesen por el costado de aquella montaña hinchada hacia su camisa… y, una vez contuvo un par de ríos rebeldes, no dudó en usar uno de sus dedos ya manchados… para llevárselo… a sus labios primero, y a su boca después.
Chupaba de un dedo, y después de dos, en la penumbra, con los ojos cerrados, ajena al mundo y a una paja mía que ya comenzaba, y degustaba el semen ya tibio de Rubén mientras pensaba en Edu. Y es que con su otra mano comenzó a acariciar y embadurnar… a mojar y a expandir… toda aquella espesura viscosa, y yo sabía que ella, mientras lo hacía, pensaba y recordaba cuando Edu le había ordenado que hiciera aquello mismo.
María se teletransportaba a la casa de él, a la noche del aparcamiento… y se acariciaba sus pechos, y se pringaba recordando cómo él la trataba, cómo la había follado… en el barro, en la ducha, en su cama… Recordaba sus ojos azules, su barba, su melena, su torso esculpido y su polla creada para follarla… Y se hizo entonces con el arnés… y mojó la punta de aquello en sus tetas… y embadurnó aquel glande ficticio, con sus ojos entreabiertos y llorosos… y después acercó aquello a su boca y lamió el semen de Rubén de aquella polla que era la de Edu… y después dibujó círculos intensos y desesperados, con su lengua, en aquel glande duro que era el de Edu, expandiendo lo blanco, vivo y oloroso, por lo inerte y artificial… Y abrió bien los ojos, e intentó metérsela… en la boca, aquel pollón, que, como el de su elegido, apenas le cabía, pero ella lo intentaba, por él, y por ella.
Y lo conseguía, la chupaba… la comía… y allí, con aquella punta en la boca, con sus boca exigida, con aquel pollón metido en su boca, gimoteó unos jadeos, y acompañó aquella chupada con su otra mano yendo a calmar su coño, y dos de sus dedos comenzaron a flotar sobre su clítoris, mientras mi polla ya lucía durísima y me masturbaba, de pie, cerca de ella, observando cómo ella se iba, cómo conectaba con aquel cabrón… Y ella mantenía sus ojos abiertos… lo cual impactaba aún más, y miraba hacia la nada…
… Y su cuerpo ya serpenteaba en espasmos, con aquellos dos dedos haciendo círculos sobre la cúspide de su coño… chupando de aquella polla de goma y moviendo todo su torso y jadeando… con una teta manchada de semen, con la otra adornada por un condón vacío, con los calcetines de colegiala y mocasines, con la camisa abierta y ya algo manchada… con aquella ropa de la hija de otro candidato que no había significado nada…
…Y sacaba aquella polla de su boca… y separaba los labios de su coño con sus dedos… y yo sabía lo que venía y tuve que detener mi paja… y aquel enorme aparato se disponía a cumplir su función, y las tiras del arnés recorrían su torso, manchándose de aquella espesura blanca, y ella separaba más las piernas, y con dos dedos apartó los labios de su coño… y se produjo lo ansiado e inevitable: con los ojos bien abiertos… esbozó un quejido sentido, un “Aaahhh…” juicioso y solemne… y comenzaba a introducirse aquello, con cuidado, y otro “¡Ahh…!” algo más corto, pero más audible, y entonces levantó sus piernas… y estas temblaron en el aire… al tiempo que se penetraba con aquel pollón enorme que era Edu… y se lo iba metiendo, milímetro a milímetro… hasta casi el fondo… y las tiras inútiles colgaban de aquella goma, y ella jadeó un “¡Ufff…!” aún más sonoro y entregado, casi descompuesto, como me descomponía yo, dolido, humillado, por verla así de entregada a él.
Y pronto se metía aquello con una mano, en movimientos cortos y se acariciaba una teta con la otra, manchándose más, mojando sus dedos en aquel esperma de Rubén, pero que era el de Edu, y después se los llevaba a la boca, y gemía con su boca y coño llenos… en unos quejidos ridículos… y yo no podía creer verla allí, ver su grandeza y su petulancia, pero a la vez su sumisión ridícula, su uniforme grotesco… y su jadeos y posturas que suponían una vejación autoimpuesta…
… y acabó por sacar sus dedos de su boca y los volvió a bajar a su clítoris, y sus labios eran saliva y semen, y sus tetas eran esperma disperso, y sus pezones estaban duros por su excitación y blandos por tanto líquido. Y una gota espesa huyó entonces libre por el lateral de la teta más manchada, aterrizando en su camisa, y sus dedos volvieron al botón clave de su coño y reinició aquellos movimientos circulares, y yo reiniciaba mi paja, al tiempo que aquel pollón entraba y salía de ella, y unos “Ahhh…” “Mmmm” tenues, puros, casi desgarradores, casi suplicantes… me impactaban… como lo hacían sus piernas que temblaban esperpénticas en el aire, con aquellos calcetines pueriles y aquellos mocasines cándidos…
… Y es que ella era una mezcla de hembra en plenitud, con su cara morbosa, de mujer madura, con sus tetas hinchadas, enormes, ahora juntas, pegadas, como consecuencia de la postura de sus brazos… y a la vez parecía una cría, con su melena alborotada, que gimoteaba con ternura, entre espasmos, con aquel uniforme casto, con los cuellos de su camisa escurrida que se le pegaban a la mejilla, y entonces un “¡Me… co… rro…!” fue jadeado en un sollozo entregado, que daba hasta casi lástima, y yo aceleré mi paja, y ella localizó su tanga azul… aquel tanga delicado, frágil y hasta exquisito que Edu había mancillado, desconsiderado, con una corrida brutal… y se lo metió en la boca, y su mano volvió a bajar, y yo me infarté… por verla allí, penetrándose, matándose, metiéndose aquel pollón, machacando su clítoris, y con su elegante y carísimo tanga en la boca… Y allí, en la seda azulada, ahogaba sus pueriles quejidos, y casi le saltaban las lágrimas del gusto por cómo se tocaba, por cómo se gustaba, por cómo se adoraba, y por cómo recordaba como Edu sabía follarla…
… Y unos “¡Hmmmm!” “¡HHHmmmmm!” “¡HMMMMmmm!”, larguísimos, animales, eran gemidos en su tanga, y aquel pollón entraba y salía, y se escuchaba el sonido líquido de aquella goma impregnándose de ella… en un acuoso, vergonzante y soez “clik… clik…”, y cada metida creaba aquel sonido devastador… y los labios de su coño se agitaban y ondeaban por los movimientos de sus dedos… Y yo explotaba, y supe que lo hacía porque escuché el sonido de alguna de las gotas que ya brotaban de mi miembro impactando con el suelo… y ella giró lentamente su cara hacia mí… y abrió más los ojos, en lo que yo creía eran los últimos coletazos de su orgasmo… y me miraba y se deshacía con unos “¡HHMMMM!” “¡¡HMMMMmmmmm!!” grotescos y desesperados… pero tiernos a la vez… ahogados en aquella seda azul, y yo sentía que mi mano se embadurnaba y yo explotaba en silencio, impactado, mientras ella me miraba y casi le caía una lágrima por aquel placer sucio, obsceno y hasta inmoral…
… y su orgasmo continuaba y su tanga cayó de su boca y gritó un “¡AAAHH…!” desgarrador mientras se seguía maltratando… y después mordió el cuello de su camisa y ahogó allí otro “¡¡HMMMmmm!!” y su mano abandonó su clítoris, y la otra abandonó aquello que se metía, y se llevó las manos a sus pechos y se agarró las tetas, cubiertas de semen y de aquel condón arrugado, y se corría con aquello ensartado, y se seguía corriendo y ahogando en el cuello de su camisa resoplidos, bufidos y gemidos, y unos “¡¡HHHHMMMM!!” “¡¡¡HHHmmmmmm!!!” eran enterrados y babeados en el cuello de aquella camisa blanquísima, inocente, candorosa y que no entendía nada, al tiempo que su cuerpo serpenteaba con aquello ensartado… Y me miraba, mordiendo y resoplando, gimiendo y jadeando, humillada, entregada, casi infantil… ridícula… con sus piernas temblando en el aire, en espasmos extravagantes, y me angustiaban y la avergonzaban aquellos “¡¡¡HHHMMMM!!!” “¡¡¡HHMMMMMM!!!”, y yo miraba aquella polla inerte bien metida y cómo ella se corría, moviendo su cadera, con aquello clavado, e imaginando que aquella polla era Edu, que la humillaba…
… y yo solté mi polla, y ella terminaba y dejaba de morder, y resopló, y sus piernas cansadas bajaban cohibidas y ruborizadas, volviendo a su sitio, y sus zapatos tocaban el suelo… y aquel pollón se mantenía allí, en su coño, ensartado casi hasta el fondo… Y yo la miraba: su cara sudada, su melena apelmazada… sus ojos llorosos, aferrada a sus tetas bañadas y con el condón arrugado entre sus pechos… y con sus piernas separadas y con aquella polla burdamente metida en aquel coño habitualmente inaccesible, precioso y elegante, pero ahora maltrecho y vejado por ella misma… Y yo no me podía creer tanto deseo, tanta lujuria… y tanta desesperación.
Y lo vivido era tan morboso y potente como doloroso y humillante… pues cuando la humillada era ella, llegaba a sentirlo mucho más, así que decidí irme hacia el cuarto de baño, para no sufrir yo y para dejarla a ella que se recompusiera. Y quizás también para que disfrutara unos instantes de la paz y la calma que solo Edu podía darle.
Y una vez le dejé su espacio, me la imaginaba aún ensartada, y me la imaginé preguntándose si era tanto pedir que aquel semental la follara con cierta asiduidad, si era tanto pedir que dejara de enviarle candidatos mediocres, si era tanto pedir que entrara de todo en nuestro juego y que todo fuera perfecto.
No hablamos nada durante los minutos siguientes. Yo limpiaba el suelo y ella se iba a la ducha. Yo recogía mi ropa y ella echaba a lavar su tanga. Yo lavaba y guardaba el arnés y ella guardaba la falda, los calcetines y los mocasines en el armario. Yo salía de la ducha y ella echaba a lavar la camisa de la hija de Carlos. Solo cuando ambos terminamos de poner en orden las cosas y a nosotros, le pregunté si quería cenar y me dijo que no.
Ella se vestía con un camisón y yo revisaba mi teléfono, y otra vez sin noticias de Edu, y me planteaba hacerle la pregunta a María; la pregunta que era un simple “y ahora qué”, si bien ella me lo había dejado bastante claro con aquella ostentación en el sofá.
Y pronto la pregunta, en mi mente, derivaba en una más concreta, más rebelde e inquisidora, y, a sabiendas de que era un error, y, mientras María, se hacía con el cargador del teléfono de su mesilla, la solté:
—¿Y ahora qué? ¿Esperamos a que Edu tenga a bien… y nos avise… para… follarte… ?—y aquel “follarte” me sonó muy brusco, y me sentí incómodo.
María se giró hacia mí, y, sin alzar la mirada, dijo:
—¿Tú no quieres esto?
Tras un silencio, intenté medir mis palabras, y acabé por contestar:
—No sé… María, igual con Edu no.
Y es que yo sabía que con Edu todo encajaba, pero su inestabilidad, su perenne obsesión por forzar las cosas, y ese poso sádico que siempre exhibía, me hacían dudar de que fuera el camino a tomar a medio y largo plazo.
María no respondía y yo sabía que ella no aceptaría ya un plan alternativo. También sabía que ella no tenía ganas de hablar y que nada claro y favorable podría salir de allí.
Yo revisaba mi teléfono por última vez y programaba la alarma, y ella seguía sin responder, ni decir nada más, y comenzó a molestarme, a corroerme, esa sensación, ya familiar y habitual, como si fuera ya una norma, de que todo empezaba y acababa cuando ella decidía.
Y volví a insistir:
—Creo simplemente que él siempre va a forzar las cosas de tal manera de que esto nunca podrá salir adelante.
—Ya. Pero los que tenemos que salir adelante somos tú y yo, y para eso le necesitamos a él —me espetó, recordándome la gravedad de todo, recordándome que esto ya no se trataba de encontrar a un chico con el que jugar para mejorar, sino que se trataba de tener a Edu con nosotros para sobrevivir.
Nos metíamos en la cama y yo seguía impactado por la intensidad que había mostrado María acompañada, pero sobre todo sola, y también impactado por su última frase.
Y todo indicaba que María tenía razón, que lo de Edu había empezado como un juego pero había derivado en la revelación de algo necesario para subsistir; porque él había evidenciado nuestras miserias, miserias irrevocables, por lo que no era ya más un juego sino un salvavidas, peligroso, pero un salvavidas al fin y al cabo, y que nuestra vida sexual, y por tanto nuestra vida, sería con él o no sería.
Y entonces Edu, cuando más necesario y hasta obligatorio se hizo, cuando más evidente y palmario, cuando de forma más expresa ella manifestó que tenía que formar parte de nuestra vida… desapareció.