AKUARIES

29.

El viernes por la tarde, después de despedir a la familia, y comprobar por mensaje que le enviaron, que habían llegado su destino su padre y su hermana, porque claro, cuando los despidió se hizo el pariente sufridor, pidiéndoles que le avisaran cuando llegaran. No sabía nada el cabroncete de Carlitos, pensaba Catalina, mientras se tomaban un zumo de naranja los dos en la terraza, sentados en unos buenos sillones.

-¿Dónde lo haremos?- Preguntaba impaciente Carlos.

-En tu cama, que es más grande ¿Tienes prisa?

-No… bueno… no, o ¿Tengo que tenerla?

-¡Ay Carlitos! ¿Qué haremos contigo?- Se reía Catalina.

-A mí se me ocurren unas cuantas cosas.

-Anda ven conmigo desvergonzado, que eres un sinvergüenza.

Le decía Catalina riendo, mientras le agarraba de una mano y caminaban los dos hasta la habitación de Carlos. Una vez allí.

-Bueno ¿Me piensas desnudar? ¿O me vas a follar vestida? Sin quitarme ni las bragas.

-No me pongas más nervioso coño, que ya lo estoy bastante.- Se defendía Carlos.

Catalina se quitó los zapatos, él le deshizo el nudo de la bata, tal como veía que lo hacía ella en su habitación, le fue desabrochando los botones, aquel sujetador y braga blanco transparente lo volvían loco.

-¿A qué esperas? Sigue con el sostén.- Le animaba Catalina.

Carlos le puso las manos en la espalda, se estuvo peleando con el sujetador un rato, sin conseguir abrirlo. Ella se reía, lo miró y se giró, para que él pudiera ver cómo funcionaba el maldito cierre del sostén, una vez estudiado el complejo mecanismo, que parece que lo hagan expresamente para que se nos atasque cuando más necesitamos abrirlo coño, Carlos ya pudo quitárselo. Después le hizo desnudarse a él, lo arrodilló delante de ella, y con una señal con la cabeza, le hizo entender que le bajase las bragas. Carlos se las bajó mirándole el coño y las bragas, la vista se le iba de un lado al otro. Cuando las tuvo a la altura de los tobillos, ella levantó un pie y después el otro para que se las quitara. Él le miró a los ojos desde abajo.

-Bésamelo.

-¿Qué?

-Que me beses el coño Carlitos, que te lo tengo que decir todo hostia.

Carlos acercó los labios y le dio un beso en medio de la rajita del chichi.

-¡Joder Carlitos! ¿No te he enseñado yo a sacar la lengua cuando besas?

Carlos le sonrió, ahora sí que la entendía. Volvió a acercar los labios, esta vez sacó la lengua hurgando dentro del coño de Catalina, ella le agarró la cabeza, apretándosela contra su chocho, él, medio ahogándose le pasaba la lengua moviéndola por dentro, de un lado para el otro. Catalina se separó y se estiró en la cama abriendo mucho las piernas.

-Ven aquí, sigue tú trabajo, que lo estás haciendo muy bien malandrín.- Le animaba ella.

Y tanto que el chaval le hizo caso, se tiró de cabeza a la cama como si fuera la piscina. Ella se reía, hasta que le dio el primer lametazo y le dio un calambrazo de gusto, Catalina le pegó un cogotazo que se escuchó por toda la casa.

-No te dije que tenías que empezar despacio y con cuidado capullo ¿Qué estás haciendo? Desde luego eres duro de mollera.

-Perdona, perdona.- Se disculpaba Carlos.

Sin levantar la vista, siguiendo más suave con lo que estaba haciendo, comiéndose su primer coño, le interesaba experimentarlo todo, su textura, su sabor, su olor ¡Ay su olor! Como lo estaba poniendo. Se dejó guiar por Catalina, consiguió que ella gimiera, que moviera el cuerpo de gusto, que le apretara la cabeza con su mano. Cuando ella se cansó, le apartó la cabeza, lo estiró a él boca arriba en la cama, le agarró la polla y le miró a los ojos, haciéndole entender que algo importante se acercaba. Bajó la cabeza y se metió el capullo en la boca, se lo chupó y lamió un ratito, Carlos suspiraba, sin perderse detalle de la boca de Catalina con su polla dentro. Empezó a meterse polla en la boca, primero hasta la mitad, volviendo a la punta chupando y succionando suavemente, tenía miedo de que se le corriera allí mismo. Después se la tragó entera, Carlos vio desaparecer su polla en la boca de Catalina, aquello era demasiado, cuando ella repitió la operación dos o tres veces, se le corrió en la garganta, ella, agarrándole firmemente la polla, siguió sacándosela y metiéndosela entera en la boca, mientras sentía los disparos de semen de Carlos, tragó todo lo que pudo, pero algún reguero de semen le cayó por la comisura de los labios, ver aquello hacía que Carlos gritara más corriéndose. Catalina soltó la polla, se limpió la boca con la mano, y la mano con la sabana.

-¿Ya está? ¿Has acabado sin llegar a follar?- Le preguntaba sabiendo la respuesta.

-Sabes que no, mira, mira, lo dura que la tengo todavía.- Contestaba Carlos señalándose la polla con un dedo.

Catalina se puso a reír, le besó los labios con cariño, le pasó una pierna por encima y se colocó encima de él, le agarró la polla, comprobando que Carlos tenía razón, la seguía teniendo durísima, se la apuntó en el agujerito del coño, y se dejó caer, metiéndosela hasta el fondo, se quedó quieta, mirando la cara de alucinado que tenía Carlos.

-Ya te he estrenado chavalote, ya no eres virgen Carlitos.- Le anunciaba cachondeándose Catalina.

Carlos la escuchaba, pero estaba callado como un puta. Solo podía mirarle a ella la parte del coño con su polla dentro. Catalina empezó a moverse, suavemente, no quería que el chaval se volviera a correr a la primera de cambio, lo hacía adelante y atrás. Se fue animando ella moviéndose más rápido, Carlos alargó un brazo agarrándole una teta, acariciándosela y amasándosela como ella le dijo. Catalina empezó a gemir, notaba como el orgasmo le estaba subiendo, entre el meneo de caderas follándose a Carlos, y aquella mano que le acariciaba una teta, se estaba calentando por momentos.

-Carlitos aguanta, por Dios aguanta un poco.- Le pedía, casi le imploraba.

El chaval aguantó, hasta que se empezó a correr Catalina, a partir de ahí, inició la descarga de lechazos, uno detrás de otro dentro del coño de la mujer que lo había desvirgado.

Esto fue el inicio, se pasaron el fin de semana follando a destajo. Le enseñó a comerle el coño, como le comía la polla ella, a follar en todas las posiciones posibles, y a hacer el asador de pollos, follar dándole la vuelta a la chica, empezar boca arriba, luego de lado y acabar a cuatro patas. Ese fin de semana Carlos hizo un máster, mucho más interesante que el que le faltaba para ser arquitecto actualmente.

Eso duró unos meses, cada vez que podía, Carlos se deshacía de la familia el fin de semana para follar con Catalina, y como follaban, se destrozaban mutuamente, se comían el uno al otro, se devoraban. Qué gran experiencia de sexo y vida fueron aquellos meses para Carlos. Hasta que ella conoció a un chico y se hizo novio de él, eso le tocó los cojones a Carlos totalmente, no podía ni ver a aquel tipo, cada vez que la venía a buscar cuando Catalina acababa su horario, lo maldecía y deseaba que un rayo lo partiera por la mitad. Durante ese tiempo consiguió que su padre y su hermana desaparecieran un fin de semana, parecía que todo iba en consonancia, ese fin de semana hizo un tiempo infernal, solo tronaba y llovía a cantaros.

Carlos se decidió y fue a hablar con Catalina, ella estaba en la cocina, intentaba no acercarse mucho a él, sabía que no lo estaba pasando bien. Entró Carlos, fuera diluviaba, agarró una manzana y le dio un mordisco.

-¿No piensas decirme nada? Últimamente parece que me evitas.- Le preguntaba Carlos.

-Ya sabes la situación que hay…

-¿Cómo la situación que hay? Eso quiere decir que a mí me den por culo.- Se enfadaba Carlos.

Catalina dejó lo que estaba haciendo, se limpió las manos con un trapo.

-No puede ser Carlitos, no puede ser.

Tiró el trapo encima de la encimera y salió corriendo por la puerta que daba a la terraza, al ver que él tiraba la manzana y la seguía, continuó caminando, casi corriendo hasta la piscina, el aguacero que estaba cayendo la estaba empapando, cruzó los brazos por delante de su pecho, mirando el agua de la piscina, como las gotas de lluvia rebotaban. Llegó Carlos a su altura, ella le miró a los ojos con tristeza, él se acercó y la abrazó, como si pudiera cubrirla del manto de agua que les caía a los dos encima. Catalina separó los brazos que le cubrían el pecho, abrazándolo a él también, no decían nada, en silencio los dos, en medio del césped de la piscina, dejándose empapar por el agua de la lluvia, estuvieron un buen rato así, los dos sabían que lo suyo, estaba acabado.

Ella levantó la cabeza, despegándola del pecho de Carlos, mirándole a los ojos, él le devolvía la mirada, los labios se acercaron, jugaron entre ellos, las manos se fueron acariciando por todo el cuerpo. De pronto, como si alguien hubiera dado el pistoletazo de salida, se morrearon con mucha más pasión, las manos de Carlos se metieron por debajo de la falda de Catalina, ella estiró de su camiseta quitándosela, él le pegó un tirón de las bragas arrancándoselas, ella descontrolada le desabrochaba el pantalón, él la estiraba boca arriba en la hierba, se bajaba de un tirón los pantalones y ropa interior, a la vez que se colocaba en medio de las piernas de Catalina. La penetró con dureza, haciéndole dar un alarido de gusto, los pollazos iban y venían, el culo de Carlos subía y bajaba, la lluvia no cesaba de caerles encima, es más, cuando le metió la polla todavía arreció más. Fue un polvo loco, descontrolado, muy pasional, buscaban sentirse uno al otro una última vez. Se corrieron a la vez, Carlos siguió penetrándola, sin perder un ápice de fuerza, ella con la mirada, gimiendo sin parar, le animaba a seguir, sabía de sobras que Carlitos, como ella lo llamaba, con una corrida no tenía bastante. Y tenía toda la razón, tres veces se corrieron los dos, hasta quedar uno encima del otro, quietos, empapados por fuera y por dentro. Catalina le acariciaba el pelo, las lágrimas le resbalaban por la cara disimuladas por la lluvia, él también lloraba, sabía que aquello era una despedida, una triste despedida.

Una semana más tarde, Catalina le comunicó al padre de Carlos que se iba, tenían planes de futuro con su novio en otra ciudad. El último día, Carlos entró en la habitación de Catalina, se abrazaron y se dieron un piquito en los labios de despedida, ella le acariciaba la cara.

-¡Ay mi Carlitos! Nos lo hemos pasado bien ¿Verdad?

Él se lo confirmaba con la cabeza, no quería hablar porque sabía que empezaría a llorar.

-Eres un buen chico, sigue así por favor.

Se volvieron a abrazar, él caminaba para abandonar la habitación.

-Una cosa más…- Le dijo Catalina llamando su atención, el se giró con los ojos vidriosos.- Las chicas te van a adorar, eres un gran amante.

Carlos le sonrió, se giró y se fue para su habitación, mientras caminaba pensaba, claro que seré un buen amante, tú me has enseñado bien. Desde la ventana vio como ella atravesaba el jardín y salía por la puerta de servicio, con una bolsa colgando del hombro, lloró de tristeza, nunca más la volvió a ver, pero en la vida, jamás, jamás se olvidaría de ella.

Cuando Lucía se despertó, lo primero que vio fue a Carlos, él la miraba con ternura, acababa de pensar en su historia con Catalina, estaba sensible. La estrechó entre sus brazos, ella apoyó la cabeza en su pecho, rodeándole la cintura con los suyos. Carlos le besó la cabeza.

Sí que había tenido otras relaciones, unas más largas y otras más cortas, pero por un motivo u otro, o lo dejaban, o las dejaba él, nunca encontró a una chica con la que se sintiera totalmente bien. Con Lucía fue distinto, no sabía si por lo que le costó empezar la relación, o por lo hermosa que era, pero con ella se sentía bien, muy bien.

-Que tranquilidad, no se oye nada, todo es silencio y paz.- Opinaba Lucía.

-Abrazado en esta cama contigo no necesito nada más, me quiero quedar aquí para siempre.- Le decía muy romántico Carlos.

A ella se le escapó una carcajada.

-Perdona Carlos, perdona, es que cuando dices esas cosas me entra la risa, lo siento.- Se disculpaba Lucía no pudiendo parar de reír.

-¡Joder! Desde luego que puntería he tenido queriendo salir contigo, con lo romántico que soy yo y lo fría que eres tú coño.- Se quejaba de cachondeo Carlos.

-No cariño no, yo también soy romántica, mira, mira.- Le decía Lucía, aun riéndose un poco.

Le puso una mano a cada lado de la cara y le dio un beso, muy tierno, muy amoroso. Se colocó encima de él, le agarró la polla, consideró que ya la tenía lo suficientemente dura, se la apuntó en el agujero del coño, levantó el culo y se dejó caer lentamente, penetrándose, disfrutándolo, a Carlos verle la cara en esos momentos le encantaba, se le notaba que ella disfrutaba de lo que estaba haciendo. Lucía se movió, lo excitó, se excitó ella, las pulsaciones fueron subiendo, junto con los gemidos y gritos de placer, hasta correrse los dos juntos. Ella le miró y lo besó contenta de haber llegados al orgasmo los dos juntos otra vez.

Él también le sonrió, la agarró por las caderas y la giró, se colocó en medio de sus piernas, cuando Lucía quiso darse cuenta, ya volvía a estar empalada por la polla de Carlos, y lo más extraño, se la estaba follando como si no hubiera pasado nada. De dónde saca este hombre esa energía, pensaba Lucía. No le dio tiempo a pensar mucho más, Carlos se movía dentro de ella como quería, le estaba dando un gusto tremendo, aceleraba haciéndola gritar, bajaba el ritmo, un placer suave le recorría todo el cuerpo. Ella no sabía donde había aprendido Carlos a hacer esas cosas, pero estaba encantada de que las hiciera, le hacía disfrutar del sexo, en solo una tarde, más que en toda su vida. Y como no, llegaron a otro orgasmo a la vez, volviendo a llenarle el coño de leche. Carlos al acabar, posó su cabeza encima del pecho de Lucía, esta le rodeó la cabeza con sus brazos, besándosela.

-¡Chico! Si de algo no me puedo quejar contigo es del sexo, que bestia, no sé cómo puedes aguantar tanto.- Decía admirándolo Lucía.

-Será por el cuerpazo que tienes, me vuelve loco ¿Podemos meternos ya en la bañera? O ¿Vamos a seguir follando? Es por organizarme.

Lucía se le tiró encima riendo, él la agarró por debajo, levantándose con ella en brazos, la llevó hasta la bañera y se metieron juntos.

Qué gran semana pasaron, pasearon, se relajaron, comieron, compartieron cenas románticas, y sobre todo, follaron, follaron a todas horas, de todas las formas posibles, salieron de aquel hotel conociéndose perfectamente todos los rincones de sus cuerpos, cada recoveco, cada pliego de la piel. El último día, justo antes de marcharse, Carlos estaba en la habitación asegurándose de que no se dejaban nada, las bolsas ya estaban preparadas en la salida, Lucía se colgó las suyas en el hombro.

-Carlos, voy a buscar botellas de agua para el camino.- Lucía salió de la habitación. Escuchó algo que le dijo Carlos y que no entendió.

Pidió las botellas en el bar, las pagó en efectivo para que no engordaran más la cuenta del hotel, se acercó a recepción y les pidió que fueran preparando la factura, su novio estaba a punto de bajar.

-Señorita.- Llamó su atención el recepcionista después de teclear en el ordenador. Lucía se volvió a acercar.- La cuenta ya está pagada.- Lucía abrió los ojos sorprendida.

-¿Cómo que ya está pagada? ¿Quién…?- Entonces pensó.- Vale, vale, gracias.- Contestó educadamente Lucía. El recepcionista le sonreía, estaba claro que había sido un detalle de su novio.

Cuando bajó Carlos, devolvió las tarjetas de la habitación, miró al exterior y vio a Lucía con una bolsa en el suelo a cada lado, mirándolo con los brazos en jarra. Caminó despacio saliendo del hotel, pensaba, prepárate Carlos que llega una tormenta, me parece que no se ha tomado muy bien tú invitación.

Antes de que Lucía comenzara a hablar.

-Te lo quería decir arriba pero no me has oído, espera, voy a buscar el coche, lo cargamos, nos ponemos en marcha y hablamos lo que quieras, es por no perder más tiempo que se está haciendo tarde.

Lucía respiraba profundamente cerrando los ojos, concentrando paciencia para no empezar a gritar. Carlos llegó con el coche, rápidamente metió las bolsas en el maletero, en un gesto galante, le abrió la puerta a Lucía para que entrara, ella, antes de hacerlo, le miró a los ojos, saliéndole de los suyos un par de rayos. Carlos cerró la puerta de Lucía y dio la vuelta al coche, entrando en el lado del conductor, lo puso en marcha y antes de que Lucía pudiera abrir la boca.

-Lo siento, ya sé que no te gustan estas cosas, pero escúchame. Cuando éramos adolescentes, a mi hermana y a mí, mi padre nos abrió una cuenta en el banco, nos ingresa cada mes una cantidad de dinero, como si fuera un sueldo. Mi hermana gasta mucho más que yo, en ropa, en peluquería, uñas, esteticién, cursos de qué sé yo, en fin, en muchas cosas. Yo no gasto tanto, no lo necesito, pero mi padre para que no parezca que le da más a uno que al otro, nos ingresa la misma cantidad de dinero a los dos. Después de estos años tengo en la cuenta mucho dinero, al menos mucho para lo que yo gasto, el dinero del máster lo pondrá él, porque lo que nos ingresa es para gastos ‘mensuales’ como lo llama él, pero es que yo no puedo gastar tanto en un mes. Así…

-Así, que has pensado, voy a pagarle el hotel a esta chica que no tiene donde caerse muerta.

Carlos la miró un momento, para no apartar demasiado la vista de la carretera, se puso serio.

-Mira Lucía, esto es muy sencillo, sé que tú te vas a pagar el máster con tu sacrificio, trabajando. He pensado en ayudarte, porque eres mi pareja, porqué quiero, a mí no me importa pagar el hotel, no significa nada, y a ti te ayudará. Y no hace falta que te pongas tan borde conmigo, ni que me digas que pienso que no tienes donde caerte muerta, eso ha sido muy desagradable. Ya sé que tienes carácter, pero haz el favor de guardarte en el bolsillo el orgullo, a mí no me vuelvas a hablar así.

-Vaya rapapolvo, así no me ha hablado ni mi padre.- Se arrepentía Lucía.

-Soy sincero contigo, siempre lo he sido, no me gusta nada estas salidas de tono que tienes, es lo único que me desagrada de ti. Si me tienes que decir algo, lo puedes hacer con educación y hablaremos o discutiremos lo que sea.

Lucía se acercó y le besó en la mejilla.

-Lo siento Carlos, no volverá a pasar, mira que sé que soy desagradable en esos momentos, contaré hasta tres antes de hablar. Pero lo del orgullo, no sé como lo voy a hacer, no me cabe todo en el bolsillo.

Carlos estalló en una carcajada, ella también apoyando su cabeza en el hombro de su novio, él cariñosamente le acarició la carita.

Otro que se pasó la semana sin parar de follar fue Pablo, de hacer folli folli, como le decía su hija. Una semana entera conviviendo con su ‘amiga’, el sábado por la noche, sabiendo que sería su última noche, cenaban algo especial con un buen vino.

-Esta noche es la última.- Confirmaba ella, como si él no lo supiera.

Se hizo un silencio, bastante más largo e incomodo de lo que a ellos les hubiera gustado.

-Ya lo sabíamos…- Empezaba a disculparse Pablo.

Ella se limpió la boca con la servilleta.

-Claro que lo sabíamos, claro que sí, pero…

Giró la cabeza, mirando por el balcón, pestañeaba, claramente para no romper a llorar. Pablo movió su silla para acercarse, la abrazó.

-Lo siento, yo, no sé qué decirte…

-Tú nunca sabes que decirme, por no decirme, no me dices ni cosas bonitas, a veces tengo la sensación de que aquí vienes a follar y ya está…

-Por favor no te pases, sabes de sobras que te quiero.- Se defendía Pablo.

-Es que además de saberlo, me lo tienes que decir y demostrar de vez en cuando hombre, me gusta que me lo digas y te pongas romántico, no solo que me agarres y venga, a follar que se acaba el mundo…

-¿Qué te pasa? ¿Por qué me dices todo eso?- Preguntaba Pablo, viendo que a ella le pasaba algo más.

Lo miró fijamente, entonces si le empezaron a caer algunas lágrimas.

-Porque a partir de mañana, la cama volverá a estar vacía, te echaré de menos Pablo, mucho, no te imaginas lo que llego a llorar cuando pasamos unos días juntos y nos tenemos que separar. No es justo Pablo, quiero vivir contigo, ser tu pareja. Y no me vengas con que está Lucía, ya es una mujer, hace su vida…

Volvió a hacerse otro silencio incomodo.

-Creo que voy a tomar una decisión, no me veo con fuerzas de seguir como estamos…- Decía ella triste.

-Espera, espera, nos veremos cada día si quieres, vendré a verte, o salimos por ahí, como tú quieras, pero por favor no me dejes, aunque no sea capaz de demostrártelo te aseguro que eres muy importante para mí, mucho.- Pablo intentaba convencerla como fuera.

-Lo de dormir cada día juntos no puede ser ¿Verdad?- Preguntaba ella mirándole a los ojos.

-Lo haremos, confía en mí, lo haremos, dame un poco más de tiempo, por favor te lo pido, te prometo que lo arreglaré. Si quieres podemos pasar todos los fines de semana juntos… y en agosto irnos de vacaciones.

Se miraban a los ojos, otro silencio, hasta que ella hizo una mueca y se abrazó a Pablo.

-Tienes suerte de que te quiera tanto, otra te hubiera dado una patada en el culo hace tiempo.

-¿Me puedo quedar esta noche?- Preguntaba inocente Pablo.

-¿No te has enterado? Lo que quiero es que te quedes todas, repito por si no lo has escuchado bien, todas, todas, las noches coño.

Pablo le besaba los labios, para que no dijera nada más básicamente.

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