MOISÉS ESTÉVEZ

Sacó las llaves de las esposas…

  • Te voy a dejar libre las manos para que puedas comer algo con la
    condición de que no intentes nada, de lo contrario te quedarás sin comer y
    volveré a ponértelas –
    Karen asintió con un ademán de los párpados y aquel energúmeno le
    liberó las doloridas muñecas y le retiró la mordaza de la boca.
    Aunque lo hubiera intentado, el miedo le impedía gritar, por no hablar de
    moverse. Tenía todos los músculos de su cuerpo completamente entumecidos
    de llevar en la misma postura durante horas, y además, tampoco se habían
    molestado en liberarle la presa de los tobillos.
    Apenas si tenía apetito, pero se obligó a ingerir algo por el mero hecho
    de nutrirse e hidratarse. Por su estado físico calculó que llevaba demasiado
    tiempo sin hacerlo.
  • Tengo una sorpresa para cuando termines, pero tranquila, no hay prisa,
    tenemos todo el tiempo del mundo –
    La forma de expresarse, los gestos, el tono de su voz y aquella mirada
    siniestra y fría, hacían que el terror de Karen aumentase exponencialmente.
    Las intenciones de aquel sociópata estaban muy lejos de ser buenas…
    Mientras masticaba unas míseras patatas fritas pensaba en cómo podría
    escapar de aquel lugar. Era consciente de que tenía pocas probabilidades,
    pero tenía que intentarlo. Sería imposible si no le quitaba las esposas que le
    impedían andar o correr, así que que se le ocurrió ponerle la excusa de ir al
    baño.
  • Te crees que soy tonto. Toma. Alíviate aquí. Yo no miraré – Dijo con
    extrema ironía acercándole un cubo sucio de una patada.
    De esa forma no hizo falta que le abriera las esposas de los tobillos, lo
    que hundió aún más si cabe el ánimo de Karen y provocara un llanto
    desconsolado, a lo que su captor respondió con una malévola carcajada.
  • Bueno. Si has terminado de lamentarte, pasemos a la acción –
    Karen pensó que había llegado el momento de la anunciada sorpresa,
    temiendo que, con total seguridad, la sorpresa sería su tortura física y una
    muerte segura.
    De repente, justo antes de que aquel despreciable intentara amordazarla
    de nuevo, se llevó su mano derecha al pecho al mismo tiempo que se inclinaba
    hacia delante y lanzaba un grito de dolor. El dolor debía de ser intenso, muy
    intenso, a tenor de las quejas, y además venía acompañado de un súbito y
    abundante sudor…
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