ARCADIO M
La vida no lo había preparado para el paso del tiempo. Pero el tiempo había pasado implacable. Y ahora, aquellos vientos gélidos que prometían nieve en las altas cumbres del interior, habían puesto en pie de guerra al dios de mar, que agitaba sus aguas, furioso, tragándose hasta el propio muelle, desde donde lo observaba reflexivo.
El tiempo. Había discurrido por su vida como agua por el cauce del río, de menos a más velocidad, erosionando el camino, el cuerpo y el alma. Y luego el sosiego, ya en la cercanía de la desembocadura, donde aparecía la calma justo antes de suicidarse en el mar.
Sin embargo, si lo pensaba bien, ya no era poco lo que dejaba atrás. Y al final, la naturaleza manda. Al fin y al cabo, ya no quedaba nadie de los que habían compartido viaje con él. Miró nuevamente la furia del mar. Y se fue a casa, su refugio eterno, mientras esperaba el último invierno, más cerca que lejos. ¿Feliz? La felicidad quedaba en el camino, en los momentos, en los recuerdos, diluida en los años de bonanza.