GAMBITO DANÉS
NOTA: Este relato no es mío, nace de un reto imposible lanzado a una persona muy especial. El de contar la historia desde la visión de ella. Y solo «ella» podría haberlo hecho tan bien. Gracias, de verdad, por esto.
Por favor, nunca desaparezcas…
La cara visible de la media luna
Los programadores, a los errores en un programa los llamamos bugs. Bichos, en inglés.
Este término proviene de la época en que los ordenadores eran máquinas gigantescas que ocupaban salas enteras. Llenas de luces que atraían a los insectos (normalmente polillas).
En ocasiones los programas, o más bien las máquinas, fallaban porque dichos insectos se metían en las bobinas, entre las piezas y generaban errores de lectura y físicos en las computadoras.
Por eso al proceso de buscar y corregir esos errores, todavía hoy lo llamamos debug, aunque sea harto improbable que un insecto se meta en nuestro ordenador, ya que en esa época consistía en desparasitar esas salas y buscar cuerpos muertos que debían ser limpiados.
Escribo estas líneas, para depurar o debugar el código fuente de mi historia. Las variables o premisas que metí en mis algoritmos mentales y que me llevaron a tomar ciertas decisiones. Buscar cualquier bug, y, si es necesario y posible a estas alturas, quizás, corregirlo.
Aplico el aprendizaje de Dijkstra que decía que ya es suficientemente difícil encontrar un error cuando lo buscas como para encontrar uno cuando asumes que tu código no tiene errores.
Arrancamos. F5.
Call stack.
I
Todo empezó en aquel bar de mala muerte, o quizás en la salida de éste. No sé si él me vio dentro. Lo dudo y si lo hizo, no creo que me prestara atención. Yo estaba enfrascada en la pantalla de mi ordenador cuando una frase me hizo perder toda concentración.
— Disculpe, señor Rodr, pero me pide el PIN. A veces lo hace si ha hecho varios pagos en poco tiempo.
¿Rodr? No podía ser. Tenía que ser otro. Me giré y un espejo en la pared reflejaba la barra donde podía ver al camarero que había dicho esa frase. Pero el hombre a quién se la había dicho estaba de espaldas, llevaba una chaqueta y un gorro. Era imposible saber si era él.
El hombre se dio la vuelta y cuando le vi el rostro, no tuve ninguna duda. Era el maldito Enric Rodr. Más viejo, más demacrado, pero era él.
Sin pensarlo dos veces cerré la tapa del ordenador, sin molestarme en cerrar los programas o apagarlo. Metí el portátil en la bolsa sin dejar de mirar por el espejo, más que los instantes necesarios para saber lo que hacía, y así asegurarme de ver a Enric y no permitirle desaparecer. Estaba saliendo del local.
Me levanté y me asomé desde la puerta mirando a los lados. ¿Dónde estaba? No le veía por ninguna parte. Cuando pensé que había perdido mi oportunidad, me di cuenta de que se encontraba apoyado en la pared a mi lado. No tenía buena cara, parecía indispuesto.
— ¿Señor Rodr?
Enric levantó la mirada y me sentí escudriñada. Primero mi cara y luego fue bajando por mi cuerpo. ¿Se encontraba mal y me estaba analizando? Qué tipo tan curioso.
Si quisiera ser suave diría que estaba desmejorado. Pero seamos realistas, no soy diplomática, ese cabrón estaba hecho una mierda. Se le veía enfermizo, pálido, escuálido y desorientado. ¿Tanto le había afectado lo que le pasó? Menudo deshecho. Esperaba más de él.
— El mismo, pero no hace falta que me llames señor.
En ese momento no supe, por su expresión, si había aprobado su examen visual, su mirada denotaba una tristeza infinita en la que era fácil perderse.
De repente me di cuenta de que me encontraba ante uno de mis ídolos, había llegado hasta allí y lo cierto es que no tenía ni idea de qué decirle ¿y si iba a halagar a un maldito gilipollas? Era escritor, usaba su fantasía, quizás mi imagen de él y la persona que era en realidad no tenían nada que ver. Visto su estado, era probable. Leyéndolo tenía la falsa sensación de conocerle y siempre me había intentado imaginar quién se escondía tras esas palabras, que conformaban frases, párrafos, novelas. Quería saber si la imagen generada por mi mente había acertado sobre quién había detrás, pero, no quería halagar a un completo desconocido que, quizás, no lo mereciera.
— Así te ha llamado el camarero.
— Estoy bien, gracias – Observé como sus ojos miraban hacia abajo. Mis tetas. En fin, ese tío tenía delito, medio mareado y mirando tetas. Me sonreí para mis adentros. Me miraba como sujeto “follable”. Supuse que se documentaba para sus posteriores pajas.
— Estoy aquí — Dije señalándome la cara.
— Perdona, quizás eres demasiado alta.
— O tú, simplemente, me estás mirando las tetas – Repliqué un tanto decepcionada con su cobardía.
Se frotó los ojos esquivando así mi mirada. Se acarició el tabique y entre aburrido y asqueado me soltó — Vale, lo que tú digas, ¿puedo irme ya?
— Puedes irte cuando quieras, gilipollas, solo quería comprobar que estabas bien.
Enric empezó a andar y yo me apoyé en la pared con la intención de fumarme un cigarro. Tras pocos pasos se dio la vuelta y me miró.
— Perdona, no es mi día.
— Ok.
— Pues eso, que disculpa ¿Tú no vas a disculparte?
— ¿Por? — Dije sacando un cigarrillo y encendiéndolo.
— ¿Por llamarme gilipollas?
— ¿Qué pasa con eso?
— No me suelen insultar por la calle — No creí que eso fuese cierto, no con lo acaecido y con lo que escribía.
— Ah no, yo no insulto, era tan solo una definición que puede ser, o no, transitoria.
Su mirada le delató. El comentario le había hecho gracia. Quizás me había equivocado en mi primera evaluación y ese hombre podía tener cierto interés.
— Vivo en el edificio de enfrente, ¿te puedo compensar invitándote a un café? También tengo un pimiento mohoso en la nevera que me ha dado pereza tirar a la basura.
— Suena tentador.
Su piso se encontraba en el típico edificio antiguo de Sarrià, de la época en que el piso “señorial” se encontraba en el principal, que acostumbraba a tener un pequeño jardín a pie de calle. En los áticos, había un pequeño piso donde vivía el portero y éste no pagaba alquiler mientras trabajara en el edificio en cuestión. Esos pisos, generalmente no tenían cocina, porque se encontraba en la propia portería dónde se consideraba que el conserje debía comer, ya que tenía que trabajar y vigilar la entrada. Por la falta de ascensores, los áticos era lo que menos valor tenía como propiedad y eran pisos diminutos ya que no se les sacaba rendimiento económico, pertenecían a la comunidad.
El piso de Enric parecía el que antaño hubiera pertenecido al portero, aunque se había reformado para añadir una cocina americana. El edificio estaba dotado de ascensor, probablemente construido después que el propio edificio, aunque no mucho después. Era viejo, de hierro forjado y decorado con madera y latón, muy típico de ese barrio.
Supuse que se habría mudado tras dejar de escribir. Dudaba que viviera en esa caja de cerillas cuando estaba en su momento álgido como autor.
Al entrar en su piso, me sorprendí. Sin duda invitar a una mujer allí era un acto de valentía total. Se veía su depresión en cada elemento del lugar. No sólo había dejado de escribir, había dejado de vivir. Estaba todo lleno de libros y de paquetes de pastillas vacíos o a medio consumir. Aquel piso olía a desesperación y a dejadez extrema.
No sabía qué intenciones tenía Enric, pero visto el estado del apartamento era más probable que fuera a asesinarme que a follarme. Si esas drogas eran suyas, y estaba claro que lo eran, ese hombre no debía de haber tenido una erección en la última década.
Un hombre y su hija, en un Sant Jordi se habían pegado un tiro frente a él. Aducían que era porque la madre se había suicidado tras leer una de sus novelas. Lo había leído en los periódicos y fueron las últimas noticias suyas que tuve. Viendo esa vivienda, estaba claro que eso le había afectado profundamente y roto en todos los aspectos. Quizás su oscuridad sólo se encontraba en su obra y nunca había pensado en vivir algo tan macabro ¿se sentiría responsable de la muerte de esas tres personas? Probablemente. Menuda decepción. Ese detritus había cometido el error de creer que todo aquello era culpa suya y se había convertido en una víctima crónica de sus novelas. Si pensaba así, jamás podría salir del pozo en el que se había metido y escribir de nuevo. No podía permitirlo. Tenía que sacarle de allí antes de que se acomodara del todo y empezara a comprar muebles y decorar su hoyo a su gusto. Tenía que volver a escribir y me pregunté si yo podría conseguir que lo hiciese.
Saqué un cigarrillo.
— Por favor, no fumes dentro del piso — Me dieron ganas de reírme. El tío vivía en una pocilga y me iba de divino.
— ¿Tienes miedo a que huela peor?
— No me gusta el olor a tabaco.
Claro pero el olor a autocompasión barata sí, pensé para mis adentros.
— Ni a mí que me miren las tetas sin mi permiso, ya ves. Me llamo Anna — Aparté algunos libros del sofá. Mayormente ciencia ficción, buena literatura. Ya analizaría más tarde sus lecturas, primero había que ver qué podía desentrañar sobre él.
— Yo me llamo Enric — Dijo rebuscando en la caótica cocina.
— No busques más, no bebo café.
— De acuerdo Anna. ¿Pimientos podridos consumes? — Sonreí. Enric me había sorprendido y eso no es habitual. Un hombre inteligente y con humor. Esto mejoraba por momentos. Lástima que fuese un despojo humano. Una cáscara de lo que un día fue, y una bastante jodida, debo decir.
— Antes te he mentido, es verdad que te…miraba… Perdona.
Por fin mostraba valor. ¿Empezaría el flirteo? No era necesario, estaba claro que las dosis de drogas por las venas de ese hombre no lo llevarían precisamente a una erección, pero era un buen comienzo. Quería que escribiera, pero joder también quería follármelo y escucharle gemir mi nombre mientras se corría. Quizás no sería hoy, pero lo deseaba y ya sabía, que iba a conseguirlo.
— Yo también te he mentido, me encanta que me miren las tetas. — Confesé expulsando humo de mis pulmones y su sonrisa me conquistó. Era taciturno y costaba arrancarle sonrisas. Mi entrepierna empezaba a llamarme a la acción. ¿Debería atacarle? Quizás si no se le levantaba se frustraría y todo terminaría allí. Por otro lado, si quería que volviera a escribir, debería conocerle. Mi entrepierna tendría que esperar.
— ¿Y a qué te dedicas, Srta. Anna?
Una forma poco original para iniciar una conversación, pero una pregunta normal, al fin y al cabo.
— Soy programadora.
— ¿Una hacker?
En eso me convertiré si consigo que tu polla se levante, pensé, pero decidí que quizás era el momento de hacerle una concesión a Enric. No era tan gilipollas como me había parecido en un inicio, se estaba esforzando.
— Más bien como el personaje ese de tu novela, ¿cómo se llamaba? Darknet.
— ¿Así que sabes quién soy?
— Pues claro que sé quién eres. Ya veo que lo de gilipollas va a ser más crónico que transitorio — Le recriminé negando con la cabeza, divertida.
— Pues entonces ya sabes que soy escritor — dijo él con cara compungida, cosa que me desconcertó.
— Ex escritor, llevas años sin publicar una mierda — Espeté decepcionada de nuevo con su reacción.
— ¿Cuántos libros míos has leído? — Su actitud cambió, supuse que porque ahora sabía que le había seguido la pista y que no sólo le conocía por lo leído en los periódicos.
— Probablemente todos. He tenido tiempo, ¿sabes? No eres muy prolífico que digamos.
— ¿Y alguno te ha gustado?
— Alguno.
— Sería de buena educación que me dijeras cuáles — dijo en un reclamo infantil de elogios.
Estaba claro que no estaba acostumbrado a que la gente que le reconociera no le tirara las bragas y se deshiciera ante su literatura. Sí, adoraba su prosa, me atraía ese despojo humano, estaba deseando tumbarlo en el sofá, sentarme en su cara, follarme su lengua y correrme en su boca si es que su polla no era capaz de levantarse y follarme. Pero para que le dijera eso, él debería mostrar algo más de amor propio. Algo de cariño a sí mismo y no un reclamo infantil de la admiración que no podía darse él mismo. Si necesitaba eso mejor que no hablara conmigo, las cosas no saldrían bien. Si quería salir del pozo debía volver a teclear, repararse, quererse y entender que sus letras no eran responsables de las desgracias del mundo, hacer el esfuerzo, no esperar a que los demás lo hicieran por él. Dejar de alimentarse de la compasión ajena y la propia en vez de hacer el esfuerzo de superar lo que le acaecía. Es duro, claro, pero la vida es dura y si somos blandos, nos hunde y para eso mejor estar muerto. No se trata de sobrevivir sino de vivir.
Si creía que obtendría mis elogios sin esfuerzo, sin exigencia, es que tomaba más drogas que las evidentes en el apartamento.
— También que te quitaras el gorro estando en interior, pero no lo has hecho ni en el bar ni en tu casa. Ya no quedan galanes como antes. ¿Qué puedo decir? Esos tipos que fumaban elegantemente y no se convertían en yonkis con receta, drogatas que se llenan las venas de mierda sin esperar un subidón a cambio, la cúspide de los… gilipollas.
— ¿Conoces también mi historial médico? ¿Sabes quizás qué se siente cuando una niña se vuela la tapa de los sesos frente a ti junto al imbécil de su padre?
— Uff, qué pereza. Ahora la pena, el pobrecito ex escritor que ya no teclea porque está bloqueado por un hecho traumático. El falso altruista que no puede dormir por las noches porque no pudo salvar a un par de indefensos anormales. ¿Con eso crees que me quitaré las bragas? Claro que, con toda la mierda que tomas, no creo que se te levantara ni poseída por la mismísima Afrodita. ¿Fantaseabas con ello cuando me has invitado a tomar un café? Si ni eres capaz de encontrar la cafetera, ¿cómo vas a encontrarte la polla?
Si quería alimentarse de mi pena, vería que lo llevaba frito. No me relaciono con gente por pena y todavía menos me acuesto con ella.
— Pero, ¿quién coño ha hablado de follar?
Este tío era de chiste. De todo lo que le había dicho eso era lo que quería discutir. Quizás era lo menos obvio de la ecuación.
— Tus ojos… gilipollas. Supongo que antes tu fantasía era estar en un cuarteto con algunas de tus groupies, pero ahora debes anhelar simplemente empalmarte lo suficiente como para hacerte una paja — Lo cierto es que mirando el piso no sé si anhelaba hacerse pajas, pero probablemente no lo consiguiera. Debía tener los huevos hinchados como pelotas de tenis.
Él se quitó el gorro y lo tiró en la mesa — No entiendo nada, ¿qué hago contigo? Si lo único que has hecho es insultarme desde que te conozco. Soy un puto desgraciado.
Pero me has invitado porque en el fondo anhelas la verdad y no alguien que te compadezca, pensé. Ese hombre quería algo auténtico con toda su alma, estaba luchando contra sí mismo. Necesitaba alguien que le exigiera que espabilara y volviera a escribir.
— Uy, espera, que ya vuelve la pena. ¿Harás pucheros?
— Pues nada, si no tienes nada más que decirme, si te parece lo dejamos aquí — y con un gesto me indicó dónde se encontraba la puerta.
Suspiré y me levanté dirigiéndome hacia la puerta. Sabía lo que hacía allí y que ese no era el fin, aunque el fin de esa sesión. Ese hombre podía recuperarse, podía mejorar, podía escribir y era capaz de soportar la verdad, que era lo único que podía sacarle del agujero en el que se había metido. Aunque claro, duele y se necesita tiempo para asimilarla.
— Así sois los coñazo-autodestructivos, buscáis excusas para estar tristes. Dices que te insulto y, sin embargo, aún no has entendido que te leía, y no suelo leer cosas que no me interesan. Por cierto, mi novela favorita de ti es La delgada línea.
Cerré la puerta sin darle la oportunidad de responder. Necesitaba tiempo y soledad para reflexionar. Necesitaba un cambio y yo era ese cambio. Pero no, no soy un mar de nubes de algodón de azúcar, si había que darle de hostias para que despertara y rehiciera su vida, vería lo que es una buena paliza.
A veces lo que se necesita para espabilar es una hostia con la mano abierta y a mí me encanta presentarme voluntaria para repartirlas.
Al llegar a casa estaba sonriendo. El día había mejorado. Había conocido a mi escritor favorito, aunque ya no escribiera. A pesar de estar echo polvo, me ponía. Era inteligente, rápido, directo y con sentido del humor. Si le quitabas las drogas, los traumas no superados y las grandes dosis de autocompasión era alguien que era más que interesante.
El 95% de la población me aburre hasta estados soporíferos. No es que les odie, no es que sean mala gente. Simplemente me interesan cero. Cuando encuentro a alguien que es capaz de generarme interés y curiosidad, hago lo posible por mantenerlo en mi vida. Son escasos y generalmente por sus rarezas necesitan comprensión.
Yo sabía que podía darle esa comprensión, pero nunca en la parte autocompasiva y autodestructiva de sí mismo. Jamás le acompañaría ante su inacción por estar mejor. Si me implicaba con él no quería salir jodida y cuando alguien pasa a importarte tiene el poder de hacerte daño. No me implicaría con alguien que me dañaría por su incapacidad de estar bien. Había que resolverlo. Debía volver a escribir y repararse. Entender que, si no tecleaba y sacaba esa parte de sí, nunca podría estar bien. Nunca volvería a ser él mismo.
Sí, soy egoísta, puramente egoísta. Quería que estuviera bien por mí, para no estar yo mal, quería que escribiera por mí, para poder leerle. Él nunca pintó nada en la ecuación. Ni él ni nadie. Sólo hago aquello que me conviene, a quién no le guste que me denuncie.
Entré en la página web de la editorial, buscando algún contacto y allí estaba, su correo. Abrí el mail y le escribí lo siguiente:
¿Qué tal, gilipollas?
A veces es mejor no conocer a la gente que admiras, es preferible imaginarte que tienen algo interesante que decir, que hacer o que mostrar. Que viven en algún lugar recoleto, con cerámicas originales y arte abstracto. Nunca te imaginas a un despojo inseguro y llorica. No, gilipollas, no, eso no es sexy. ¿Qué estás haciendo? ¿Ordenando tus pastillitas por colores? ¿Picándolas tal vez para esnifarlas? En el fondo te entiendo, siendo como eres, mejor vivir aborregado que soportarte. Por cierto, si no quisieras que te escriban, no publiques tu mail en tu página web de la editorial 😉
¿Misma hora Mañana?
Anna
Sonreí, estaba segura de que, a pesar del final del día, se había sentido interesado por mí. Estaba segura de que íbamos a volver a vernos, porque una parte de él quería que alguien se preocupara lo suficiente por él como para no decirle lo que quería escuchar. Como para no aceptar su justificación para autodestruirse y dejar de vivir.
Recuerdo que tras enviar el correo me tumbé en mi cama y recordé su mirada de desesperación, de tristeza. Luego vi su sonrisa y el deseo en su mirada. Ese atisbo de vida. Ese atisbo de él mismo fuera de la desgracia.
Me imaginé tumbándolo en su sofá y consiguiendo la anhelada erección. Todo un reto. Montándolo mientras veía el placer en sus ojos y conseguía que olvidara su mierda, aunque fuese por unos instantes, mientras me tocaba y llegué a un orgasmo profundo pensando en sus gemidos.
Le deseaba, no había duda.
Punto de interrupción
Punto de interrupción o punto de debug es una instrucción que utilizamos los programadores para indicar al código fuente que se detenga cuando llegue a una línea concreta. Desde este punto podemos ejecutar el código paso a paso. Analizar y revisar sus valores y así revisar que el proceso se ejecute correctamente. No sólo imaginar lo que hará nuestro código, sino verlo en funcionamiento con tiempo y calma.
En el fondo, estas líneas las escribo para tomarme el tiempo de interrumpir mi CPU, mi masa gris y tomarme el tiempo de analizar mi historia.
En la mayoría de los entornos de desarrollo (así llamamos a los programas que permiten escribir y ejecutar código) la tecla, para dejar de ejecutar las instrucciones línea a línea y permitir que el programa se ejecute con normalidad es F5, que es la misma tecla que se usa para el arranque del programa.
Ahora recuerdo esos momentos con tristeza. Sin saber si mi evaluación de la situación fue la correcta. ¿Quería que escribiera o le quería en mi interior? Soy ambiciosa así que quise ambas. Quise ser su musa, su motivo para escribir. Quise ser su motivo de felicidad. Quizás me equivoqué, quizás debí ser solo su amiga y su acompañante, quizás no debí convertirme en su amante. Quizás todo junto era demasiado para él.
Quizás mi bug se produjo entonces y ya no hay marcha atrás. Puedo releer mis líneas, re ejecutarlas en mi mente, pero no dar marcha atrás en el tiempo. Ese cambio debí hacerlo entonces si era necesario; un hot swap, o cambio en caliente.
F5.
II
Por la mañana me desperté, desnuda, en mi cama. Tras el orgasmo me había quedado dormida. Me levanté estirándome y me llegaron imágenes del día anterior. Sin estar todavía despierta, abrí mi correo sin dilación, sin ni siquiera haber fumado mi cigarro matutino que estaba liando mientras mi correo tardaba, lo que me parecieron eones, en cargar.
Allí estaba, el correo anhelado.
Misma hora
Gilipollas
Sonreí, parecía que ya había aceptado ese apodo y que lo usaba libremente. Apoyé las piernas en mi escritorio, desnuda y me fumé el cigarrillo con calma, mirando ese correo, aunque era obvio que no iba a sacar nada más de él, pero me gustaba mirarlo. Me encanta tener razón y ese correo me la daba.
Pensé en masturbarme, estaba excitada y bastante convencida de que había tenido un sueño erótico que no podía recordar, quizás yo no lo hiciera, pero mi cuerpo sí. Decidí no hacerlo, aunque supiera que la probabilidad de follarme a Enric esa tarde era de un 0,1% me gustaba irle a ver bien mojada y anhelante, sentir el roce de los pezones contra la tela de la camiseta, que cada uno de los movimientos de mis piernas me dieran placer. Sí, estar caliente es una sensación divina y él iba a incrementar mi deseo si todo iba bien. Ya tendría tiempo de liberarme, quizás en su polla, en sus dedos, en su boca, o quizás me podría masturbar frente a él y que me observara con sus ojos anhelantes. Deseaba hacerlo, pero si no era capaz de endurecerse quizás la frustración superaría la excitación. Era mejor no presionarle y esperar a que su miembro, sólo, me deseara tanto como yo a él y despertara de su letargo, aunque la idea de gozar frente a Enric se endureciera o no, y correrme, mirando esos ojos, que olvidarían por un tiempo sus mierdas, me encendía más.
Me metí en la ducha y no practiqué el onanismo, pero sí que acaricié mi piel con lascivia y gocé del chorro de agua en mi entrepierna, joder, estaba súper encendida. Recuerdo con claridad mis pequeños gemidos y mi piel erizada de deseo por sentir su tacto.
Llegué al bar y vi a Enric nervioso en la mesa, estaba de espaldas a mí. Miré el reloj y confirmé que no llegaba tarde.
— Por lo menos tienes palabra — dije detrás de él y dio un pequeño respingo. De nuevo esa sonrisa escasa que hacía que se derritiera. Le di un beso en la mejilla y noté que olía a alcohol. Me senté frente a él.
— Ya no tomo pastillas.
— Eso está bien — Me reí con escepticismo— ve a que te den una chapita de esas de un día en una de esas parroquias donde se reúne la gente como tú. Ah, eso sí, cuéntales que has cambiado pastillas por alcohol
— Mezclado con bebida isotónica — Replicó riéndose. Su risa era y es mi punto débil. Costaba verle contento, pero cuando lo veías te volvías adicto, querías que se riese más. Iluminaba la estancia. Parecía que hubiera encontrado un oasis en medio del desierto.
— Bueno, va, te lo compro como un progreso — Le concedí. Quería estar mejor, se estaba esforzando, eso me daba esperanza.
— Así que eres Anna la programadora.
— Eso es, y tú Enric el ex capullo narcisista convertido en detritus autodestructivo. No te lo tomes a mal, eh, me gusta la gente que se quiere.
— Es decir, que te gustaba antes.
— Lo que me imaginaba de ti, quizás.
— Siento decepcionarte — Su expresión se oscureció.
— Bueno, tengo gustos versátiles, ya veremos cómo avanza todo esto. No empieces ya con la derrota.
Enric me pedía que le salvara con la mirada, que le entendiera.
— ¿Sabes? Nadie me había dicho nunca que su novela favorita era La delgada línea…
— Favorita de las tuyas, sí — Otra vez en busca de elogios.
— Me sorprende y me gusta, porque con los años creo que es de las pocas cosas que he escrito que no es una auténtica ponzoña.
¿Ese insulto era para él? por escribir “auténtica ponzoña” o era ¿para mí? Por leerla y encima disfrutarla.
— Para que veas — Resoplé.
— ¿Empiezo a ser menos gilipollas? — Esta conversación me interesaba más.
— Ganas números para que se convierta en transitorio. — Enric sonrió y no pude evitar que me contagiara con esos ojos iluminados.
— ¿Y a qué viene ese cambio de actitud, Anna la programadora? — Supuse que creía que sólo sé ser una borde estúpida. Tiene sentido, es un error común con mi personalidad.
— El palo y la zanahoria, tú te esfuerzas, yo te lo compenso. ¿Crees que me gusta insultar a la gente? Yo odio los dramas, me dan urticaria. El mismo asco que me da la condescendencia y autocompasión. Hay que quererse un poco. Yo, por ejemplo, me quiero y me valoro. ¿Quién lo hará sino?
— Tú no has matado a nadie.
— ¿Y tú sí? — Pregunté escéptica, levantando las cejas.
— Ya me entiendes. Las palabras matan.
— No, que va. Las mentes débiles mueren, no las matan las palabras. ¿Sabes que esos tres retrasados eran de una secta milenarista?
Hice una pausa observando su cara de sorpresa.
— O no, ¿quién sabe? A lo mejor los padres vendían fotos de su niñita en ropa interior por internet. ¿Qué coño sabes de ellos? ¿A quién le importa? ¿Es tu culpa que se suiciden todos los anormales del mundo?
— A mí me importa
— Pues venga, mira las necrológicas y hazte plañidera, se te daría de puta madre.
Menuda manía tiene la humanidad de hacerse responsable de la mierda de todo el mundo y fingir que le importa. Si dices que te la sopla que los estúpidos se inmolen pasas a ser mala persona.
Es más, estoy a favor de la erradicación de la estupidez. Si se matan ese trabajo que ahorran. Un bien al mundo. El acto más inteligente al que pueden aspirar.
Lamentablemente Enric, en vez de entender que su literatura había contribuido a ejecutar un proceso de limpieza en el mundo, creía que esta, había sido la causante de la desgracia de gente que no merecía ese final, o por lo menos, no estaba dispuesto a sentir sus manos manchadas de su sangre. O más bien su rostro, en este caso.
— ¿He subido otro punto en tu escalera de “gilipollismo”?
En vez de indignarse, de exasperarse, de llamarme fría o mala persona, simplemente asumió que eso le convertía en un gilipollas. Este desgraciado cada vez me caía mejor.
— Dos puntos, y tres en autocompasión. Puagh.
Sonreímos y el camarero se me acercó para preguntarme si quería tomar algo.
— No, gracias, me tomaré el café en su casa.
III
Cuando entré en el piso, me sorprendió lo que vi. Enric había ordenado y ventilado la estancia o quizás acicalado era un mejor término. Incluso parecía más grande que una caja de cerillas. Eso me hizo sonreír sin remedio, sin duda ese hombre quería mejorar y no sólo vivir de su autocompasión. No esperaba que yo aceptara su depresión, sino que quería salir de ella.
— Te esfuerzas, y eso me gusta.
— Un piropo más y estallaré — Era cierto que mi actitud había cambiado, pero era directamente proporcional a la suya.
Sé que a la gente le cuesta entenderme. Algunos me ven como una persona borde, fría, sin sentido de la compasión. Otros me ven como una persona altamente empática que lo daría todo por aquellos a quienes ama. Soy y no soy ninguna de esas cosas. Si algo no puedo tolerar es ver que alguien se hunde en la miseria y no hace nada para salir de ella, sólo espera que el mundo entienda lo mal que está, que tiene motivos para estar así. Y claro que los tienen. Claro que es jodido que alguien se pegue un tiro frente a ti y que creas que es por tu culpa. Pero si te hundes y piensas autodestruirte no esperes que me quede mirando cómo lo haces mientras te acaricio el pelo y te digo “te entiendo”, siento como si diera permiso a esa persona para seguir así. No lo tiene. Un rato sí, pero luego hay que hacer lo que sea para superarlo, resolverlo, vivir con ello o lo que sea. No puedes pasar el resto de tu vida lamentándote de lo que haya pasado. La vida es dura, la cuestión es si nosotros podemos serlo también, sino ve buscando un epitafio bonito para tu lápida o ve escribiendo tu carta de suicidio autocompasiva. Yo no estaré allí para llorarte cuando llegue el momento.
Enric me estaba demostrando que quería superarlo, que a pesar de todo quería vivir y no sólo sobrevivir y si esa era su conclusión yo le apoyaría y lo haría todo por entenderle, pero sólo si eso no implicaba permitir que se adentrara más en el hoyo en vez de salir de él.
Pero obviamente Enric todavía no me conocía y no podía saber eso de mí, sólo me había visto ruda un día y amable al siguiente. Era normal que estuviera descolocado, no entendía que estaba evaluando su instinto de supervivencia antes de implicarme con él.
Empecé a pasear por la estancia, mirando sus libros… intentando desentrañar quién era Enric. La estancia era muy sobria. No tenía decoraciones o cuadros. Todo era muy funcional. No había fotografías o elementos que indicaran que allí vivía una persona con gustos propios. Sólo libros por todas partes. Buena literatura, eso sí.
— ¿No tienes frio?
— ¿Yo? Mi madre es sueca, supongo que eso me da ventaja. No necesito esos ridículos gorritos de lana que llevas tú para sentirme caliente.
Vi “Los cánticos de Hyperion” una edición con las cuatro novelas en un solo tomo y lo agarré, gran libro y no el típico que leer por parte de los amantes de ciencia ficción. Lástima que el autor cometiera errores argumentales, desde mi punto de vista, imperdonables. Sino estaría en mi top cien de libros favoritos.
— Tienes buen gusto para la literatura. Mala para la decoración, pésimas artes para conquistar, pero sí, me gusta lo que lees.
— ¿Vas a volver a recriminarme que te mire las tetas? — Me hizo gracia el comentario. Obviamente me había dado cuenta de que me miraba mientras me paseaba por la estancia, pero imaginé que el comentario venía dado para que tuviera claro que esta vez SÍ lo admitía.
Dejé el libro con una sonrisa viciosa y me quité la camiseta para que pudiera mirarme y tener claro que tenía mi total permiso para observar cuanto quisiera, tocar incluso. No quería presionarle, pero tampoco iba a ser yo quién le privara de la erección de la que ambos deseábamos gozar.
Seguí revisando sus libros notando como él disimulaba su desconcierto, pero no su mirada. Me gustó que me mirara con descaro, sin pudor, que admitiera que me miraba las tetas, que ya me las había mirado y que le gustaran.
Un libro me llamó la atención: “Superviviente”, mi libro favorito de Palahniuk.
— Chuck Palahniuk. Seguimos bien, siempre me has recordado a él.
Tras unos instantes de silencio dijo — Neutralizas las drogas de mi cuerpo.
Eso me sorprendió, no creí que pudiera tener una erección ese día y sólo con la contemplación de mis pechos. Sin actuación por mi parte. Sin provocación ni erotismo.
— ¿Tan rápido? Bien, ¿dónde tienes la cama? — No pensaba perder la oportunidad haciéndome de rogar.
Enric me agarró de la mano para llevarme a su habitación. En la puerta pegué mi cuerpo al suyo y en vez de besarle, le mordí el cuello. Por su reacción supe que era algo que le gustaba. Nos besamos, al inicio desacompasados, con diferentes ritmos, pero poco a poco empezamos a adaptarnos al otro, a juguetear, sentí su erección y mi entrepierna palpitante que no paraba de supurar flujos, lubricándome deseosa de sus atenciones.
Enric me tumbó suavemente en la cama y se puso encima de mí, nuestras caderas se mecían una contra la otra, gozando del roce de nuestros sexos, separados por la ropa y jadeando juntos, buscándonos, mientras nos besábamos anhelantes de placer, de explorar nuestros cuerpos. Su mirada de deseo encendía a la depredadora que tengo dentro y sus roces me hacían cerrar los ojos como una gatita mimosa.
— Creo que sigo ganando puntos — Gruñó mirándome con una sonrisa satisfecha y libidinosa y nos reímos por su comentario.
De repente mi vista se fijó tras su cara, algo colgaba del techo. ¿Eso era…? JODER, sí lo era. El hijo de puta tenía una maldita SOGA colgando del techo. Había limpiado el piso y ¿había dejado eso allí para que yo lo viera? ¿El elemento máximo de autodestrucción? ¿Era lo que iba a usar si yo le rechazaba?
Punto de interrupción
Code smell: También conocido como un código que huele o apesta, son una serie de síntomas en el código que nos vienen a indicar que tal vez no se están haciendo las cosas de una forma del todo correcta, lo que puede llevar a que haya algún problema a futuro y/o un problema de trasfondo. No es lo mismo que un bug ya que no genera un error directo. Es un problema a largo plazo.
F5.
— ¿Qué coño es eso? — Dije indignada.
— ¿El qué? — Jadeó él magreándome caliente como si nada ocurriera.
— ¡Eso! ¡Joder! — Exclamé a la vez que me lo quitaba de encima y señalaba el techo.
— ¿Eso? Nada, coño, una obra de arte… ¿Qué pasa?
Este hijo de puta ¿Creía que era imbécil o qué?
— ¿Una obra de arte? A mí me parece una polea con una soga.
— Claro. Simboliza la futilidad de la vida.
Simboliza mi fallo de análisis sobre tu intención de recuperarte, pensé. Sólo había hecho todo eso para echar un polvo, no porque hubiera abandonado su acto autodestructivo.
Me levanté indignada, no sé si era peor lo que tenía en el techo o su respuesta sobre ello.
— Me han dicho de todo para follar conmigo, pero esto se lleva la palma. ¿Te crees que soy imbécil? Soy muchas cosas, pero no imbécil. ¿Quién eres? ¿Maria Antonieta? Menudo gilipollas eres, con lo caliente que estaba, ¡joder!
— Lo siento. No debería haberte mentido. Hay un monstruo dentro de mí, ¿ok? Siento si te he asustado.
— ¿Asustado? No me das ningún miedo, engreído, no tienes esa capacidad. Paso de los dramas depresivos de los intentos de artista, ¿sabes? ¿Te crees más interesante así?
— Anna, aquí hace años que no viene ninguna mujer.
Como si eso justificara colgar sogas encima de tu cama. Gruñí en mis pensamientos.
— ¿Y toda esta mierda por una niña a la que ni conocías?
— ¡Pues sí! ¡¿Ok?! ¡Sí! Por una niña que impregnó sus sesos contra mí. Por una niña que se compinchó con su padre para llenarme de su carne. Por una familia que la madre murió por mi culpa. ¿Sabes que me quitaron un pedacito de su cráneo incrustado en el ojo? Estuve semanas con molestias hasta que un oculista vio de dónde venía. ¿Sabes qué es eso?
— ¡Vale! ¿Entonces qué? ¿Te echo un polvo y te curas?
Este tío no entendía que me estaba implicando con él, que empezaba a importarme, quería ayudarlo. ¿Y si tras todo eso el muy cabrón se ahorcaba? ¿Dónde estaría yo? ¿Cómo me sentiría? ¿Cómo me podía implicar con alguien que cualquier noche vería la soga y la usaría? ¿Cómo podía estar con alguien tan al borde del precipicio?
— ¿Otra vez me acusas de lo mismo? ¿Es que te he arrastrado yo hasta aquí?
— ¿No me quieres follar?
Ni que ese fuera el problema, el problema no era el sexo era la implicación emocional con él. Pero no sé por qué siempre terminábamos en el mismo punto. Follar o no follar, esa es la cuestión. Ni ser, ni pollas. Todo se resume en el pensamiento único, el cerebro real… que se encuentra en nuestros genitales, nuestro motivo para vivir, hablar, evolucionar, trabajar y soportar una vida de mierda. Todo por los orgasmos, segregar endorfinas. Todo por ese momento de placer, de conexión. Eso es lo que hace que no nos matemos; queremos follar. Fin de la ecuación y x despejada. El resto es todo lo que ocurre entre polvo y polvo.
— ¡Pues no! ¡O sí! Joder, pues claro que quiero follarte. Pero no se trata solo de eso, ¡eh! Se trata de sentir. De sentir algo. De sentir una puta mierda que no sea dolor.
En efecto, se reduce al placer del sexo, lo único que hace que manemos a la mierda nuestros problemas y gocemos.
— Muy bien, pues nada. No sé, no sé qué decirte… no es que esté muy dispuesta ahora mismo, ¿sabes? Hazte una paja a mi salud, quizás la soga te da más placer, he leído toda clase de mierdas sobre follar con hipoxia y esas cosas. Tú sabrás.
Fui cruel, pero estaba dolida. Dolida por ver que alguien que empezaba a gustarme e importarme tenía un PUTA soga encima de su cama, esperando a que yo me fuera. Necesitaba marcar distancia emocional. Reflexionar sobre si era capaz de soportar que, tras charlar, conocerle, follar… un día me levantara y viera en las noticias que se había ahorcado encima de su cama, dónde había gozado con él. ¿Era tarde para que no me importara una mierda? ¿Estaba a tiempo para escapar de ese dolor?
— ¿Me vas a dejar así? ¡¿Pero qué coño quieres de mí, Anna?!
Ni follo ni dejo follar.
Bajé la mirada, necesitaba calmarme. Era cierto ¿Qué coño hacía allí? ¿Qué estaba haciendo exactamente y qué buscaba? ¿Qué pretendía? ¿Esperaba que de un día para el otro alguien roto como él mirara mis tetas y viera arcoíris de colores? ¿Esperaba que un polvo conmigo resolviera todos los problemas que le acaecían?
Respiré profundamente, me sinceré con él y conmigo misma.
— Solo quería que volvieras a escribir, luego, pensé que quizás podías gustarme. Ahora… ahora, sinceramente, no lo sé. Cuídate, ¿ok? — Dije tras agarrar mi camiseta y saliendo de esa habitación. Ambos necesitábamos estar solos.
Esa noche tuve muchas dudas, diferentes a las que tengo hoy. Esa noche tenía dos preguntas principales. La primera si Enric valía la pena, la segunda era si fuera capaz de soportar un final infeliz con él y en este caso, el final infeliz, sería enterarme de que se había matado. Ser consciente de que en cualquier punto de nuestra relación un día él podría ya no estar allí, voluntariamente. Mi fracaso sería su muerte en sus propias manos o más bien en su propia soga.
Punto de interrupción.
Fui una ingenua, planteé mal la pregunta y eso me llevó a una respuesta errónea.
Bug, pero hubiera requerido un cambio en caliente.
F5.
Tras luchar mucho conmigo misma llegué a la conclusión que sí valía la pena intentar ayudarle. Siempre he pensado que es mejor arrepentirse de lo que uno ha hecho que de lo que no ha hecho. Era tarde. Si en un mes me enterara de que él se había ahorcado me preguntaría para siempre si podría haberlo evitado, ya me importaba, de eso no tenía dudas. Por otro lado, si lo hacía y lo había intentado se podría consolar pensando que había hecho lo posible.
Punto de interrupción.
Estúpida. Sí. Hoy lo sé. Hoy sé que fui una imbécil. No se me ocurrió pensar que mi intervención podría generar una dependencia emocional mutua y que yo podría ser la causa de que rompiera el poco instinto de supervivencia que le quedara. Que yo podría ser quién le llevara a tomar la decisión que no había tomado. Había colgado una soga que debía de mirar cada noche, pero no la había usado. Quizás lo único que le faltaba para usarla, era yo.
Gilipollas.
Hasta este punto, con calma no he visto el paralelismo. ¿Era casual que fuera una soga? La mujer que se había suicidado tras leer su libro, la que había sido el disparador inicial de todo su sufrimiento, se había ahorcado.
¿Quería morir como ella? ¿Un castigo divino? ¿La había colgado para recordarle la muerte de esa mujer y su responsabilidad? ¿La había colgado para estar más cerca de la muerte? ¿Para recordársela?
Memento mori.
Aunque su caso quizás eso debía recordarle el día en que murió por dentro, el instrumento de su tortura y quizás por ello la tentación de la muerte elegida.
Hasta que ya no puedo hablar con él y reanalizo todo lo que hemos vivido, no se me han ocurrido esas preguntas, así que nunca se las hice, las posibles respuestas me atormentan, aunque tampoco sé si él mismo las sabe.
¿Estará colgando ahora mismo de esa soga?
Esa imagen me persigue y no puedo dormir sin que reaparezca en mis sueños. Si me he equivocado, ese será el resultado.
Sus zapatos en el aire, moviéndose como un péndulo. O quizás inerte, un peso muerto, nunca mejor dicho.
El ser es y no es posible que no sea diría mi amigo Parménides.
Code smell.
La programación hoy en día es una carrera entre los ingenieros de software luchando para crear programas más grandes y mejores que sean a prueba de idiotas, y el universo intentando crear más grandes y mejores idiotas. Hasta ahora, el universo está ganando. Me diría Rick Cook.
¿A caso en este programa la idiota evolucionada soy yo? Punto para el universo.
F5.
IV
Cuando me levanté por la mañana, tenía las ideas claras. Seguía pensando como la noche anterior, mejor intentarlo y que fuera lo que tuviera que ser. Alea jacta est. Ya me importaba, el momento de la retirada era antes de entrar en su piso por primera vez, no ahora. Ahora era tarde e hiciera lo que hiciera que él se matara sería un problema para mí. Así que, por intentarlo, no perdía nada y él había evolucionado. Había apostado por él, pero esa soga me hizo ser consciente de la realidad y las consecuencias, de lo jodido que estaba, pero eso no quitaba el que él realmente se estaba esforzando por estar mejor. Le apoyaría.
Fui al bar de siempre, supuse que me buscaría allí. Me senté en la terraza y me puse a mirar los correos de trabajo en el móvil mientras me tomaba un té. Esperando a que él llegara.
— ¿Puedo? — Dijo tras sentarse en una silla frente a mí. La pregunta debía ser retórica puesto que ya había ocupado el lugar.
— Mientras no vayas a cortarte las venas o algo así, no me gustan las manchas de sangre.
— Prometo ser pulcro tome la decisión que tome.
Pensé en lo sucia que es una muerte por ahorcamiento. Le vi colgando sobre su cama manchada y decidí eliminar ese pensamiento.
Hoy, ya no puedo hacerlo.
— Algo es algo — Me limité a decir, prefería no profundizar en ese tema.
Seguí respondiendo correos de trabajo mientras él fijaba su mirada en mí.
— Vengo de hacer un poco de ejercicio.
¿Pretendía impresionarme?
— Fantástico. Yo nunca he tenido un chándal, no concibo el ejercicio si no es para convertirlo en un orgasmo. Creo que la persona que más me ha odiado en la vida era el profesor de gimnasia del instituto.
Enric sonrió. Mi punto débil.
— No soy un cliché.
— Ya — Dije sabiendo que eso era cierto. Si lo fuera no me habría interesado. No necesitaba que se justificara.
— De verdad, solo intuyes una parte de mí, pero soy más cosas que un escritor provocador, un drogadicto o un perdedor.
— ¿Así que eres algo así como la cara oculta de la luna? — Dije burlonamente, ante su insistencia y abandoné mi móvil.
— Ni tan solo eso, hay más.
— ¿La cara oculta de la media luna? — Dije sin pensar. Era absurdo. Nos quedamos mirándonos. La frase no tenía sentido alguno, como nuestra conversación y empezamos a reírnos a carcajadas ante el sinsentido de la frase y la situación.
— Ese soy yo, sí señorita, la cara oculta de la media luna.
Punto de interrupción.
Ahora recuerdo con toda claridad ese momento. No puedo evitarlo. Él me mostraba la cara oculta de la media luna, su parte íntima, personal. Fue lo que tuve la oportunidad de conocer esos días a su lado. Entonces ¿ahora qué busco en internet? ¿Qué estoy mirando cuando busco lo que pueda encontrar público sobre él? ¿La cara visible de la media luna? ¿Aquello que sabrán todos antes que yo? ¿La parte de él que por su historia no puede evitar que yo sepa cuando pase?
Yo puedo morir anónimamente, él no tiene ese privilegio.
Dios, sigo buscando significado a ese término. Usándolo. Sigue sin tener sentido y a la vez lo tiene. Eso que nos hizo reírnos abiertamente, juntos, ahora me atormenta.
El código es como el sexo, debe haber cantidad y calidad pero este no deja de apestar.
F5.
— De acuerdo. Digamos, que es mucho decir, que me interesa. Cuéntame más.
— Lo haría, pero tengo tanto puto frío que no puedo ni pensar.
Dejé dinero encima de la mesa y me levanté, dispuesta a irme con él. Cuando empezamos a andar me agarré de su brazo, me gustaba sentirle, quizás en algún momento no pudiera hacerlo más y sabía que valoraba mis gestos de cariño. Pasa a menudo, por su escasez la gente lo valora más. Su expresión denotaba vida y no ese aire taciturno que siempre le acompañaba, me encantaba verle así. Vivo.
Ahora siempre le visualizo muerto.
— Cuéntame, pequeño selenita, explícame un poco de esos secretos tuyos.
— Nací muerto, tuvieron que reanimarme.
— Interesante, bueno…poco. Dudo que te acuerdes.
— Tuve un accidente de tráfico, estuve en coma, de allí algunas de las pequeñas cicatrices que decoran mi cara. Y de allí nace La delgada línea…
No dije nada, esperando a que terminara de contarme lo que fuera que había iniciado, sin duda sería importante. No me equivoqué, Enric se estaba abriendo conmigo. Sólo había que permitirle hacerlo, lo necesitaba. Necesitaba comprensión. Expulsar de sus pulmones lo que sentía ya que no se atrevía a hacerlo con sus dedos.
— No hace tanto, en una mala noche, tuve una sobredosis. No me quedaban recetas y, ya sabes, Barcelona siempre será Barcelona. Lo que quiero decirte es que, he muerto tres veces.
— Bien. Bonito argumento para una canción de Blues. ¿Sabes qué dicen sobre el Blues? Que, si pones un disco del revés, tu perro ya no ha muerto, tu mujer no te ha dejado y ya no eres un alcohólico. Ahora en serio, no quiero que pienses que no me interesa, pero me suena todo a excusas para darte caña al cuerpo.
— No te lo digo para darte pena. Es para contarte una sensación. A veces pienso que esas tres vidas que me regalaron, se las quité a otros. ¿Sabes? ¿Es una locura? Pues sí, joder, ya lo sé. Pero pienso eso. ¿Y si esa familia murió porque a mí se me antojó vivir? ¿Y si el médico no me hubiera reanimado al nacer? Nunca habría escrito nada. ¿Seguirían vivos?
Ojalá las cosas funcionaran así, pensé para mis adentros. Una vida con valor para mí a cambio de tres que no valen nada, ni siquiera para sus propietarios. Buen intercambio, o robo.
Por un momento pensé en soltar uno de mis improperios. Decirle que eso era una santísima estupidez de proporciones bíblicas. Por Dios… era de esos… de esos que necesitan buscar un motivo para todo y si son ellos mismos mejor. Se sienten responsables de todo y de todos y cargan una mochila que pesa lo que pesa el mundo. Quería abofetearle por decir esas cosas. Pero no era el momento. Para él era un problema real, uno que tenía en su interior. No podía entenderlo, claro que no. Yo no soy así. Cada uno es responsable de cada cual. Cada uno es responsable de su vida y sus decisiones. Estamos condenados a ser libres como diría Sartre. Pero sí podía entender su dolor, quizás no el suyo, sino el dolor. Lo veía como alguien que tiene un sargento y se lo pone en la cabeza y va apretando más y más, exigiéndose más, torturándose. Yo no lo hacía, pero sé lo que es cargar el peso del mundo en tus hombros y que el que debe dejar de hacerlo es uno mismo.
Lo que le pasaba no era racional, era emocional y con racionalidad no le convencería. Enric no era tonto. Sabía la respuesta racional a todo lo que decía. Pero así se sentía y había decidido confiármelo a mí, sabiendo que muy posiblemente me burlaría de sus sentimientos. Se estaba exponiendo.
Lo único que podía hacer era mostrarle, no mi comprensión, sino mi apoyo, mi cariño. Mostrarle que no me burlaría porque me importaba él, me importaba cómo se sentía.
Le di un beso en la mejilla. Esperé que entendiera que, aunque disintiera me importaba su dolor.
— Lo que dices es una gilipollez de pensamiento, tan absurdo que no sabría por dónde empezar a rebatirlo, pero siento que te sientas así. Soy poco esotérica, tú no le has quitado la vida a nadie. Ni tú, ni tus letras. Yo me obsesiono con el trabajo. A veces demasiado. Leerte me arranca de ese lugar, me recuerda que fuera hay algo. No iré por allí diciendo: “si no estuvieras vivo qué sería de mí, ¡ay! pobrecita”. Todos nos adaptamos a lo que vivimos. El llenarte de pastillas o tener de amante a una horca, es una manera de rendirse.
— Quizás es eso. Quizás, simplemente me he rendido.
Esas palabras me dolieron. Debo confesarlo porque sabía que eran MENTIRA. Alguien que se rinde no invita a una desconocida a su casa, buscando una razón para vivir, ni deja las pastillas, ni limpia su piso, ni hace deporte. Alguien que se ha rendido no cuelga una horca que observa, alguien que se ha rendido, la usa.
— Pues es una lástima — Dije — Los cobardes me interesan poco.
Uní nuestros cuerpos y le besé, esta vez en la boca. Quería que entendiera que allí estaba, a pesar de lo que decía. Porque no le creía y por abrirse a mí, de ese modo, que no tenía que ser fácil.
— Tengo mucho trabajo, hazme un favor, no te mueras, no te mates y no le robes la vida a nadie.
Punto de interrupción.
Hoy día, espero que recuerde lo que dije y lo cumpla.
Ese día, entendí una parte de él que no había visto. Una parte de su dolor que me regaló. Una visión complicada e íntima que tenía en su interior. Yo intenté mostrarle que me importaba y que estaba a su lado y que quería ayudarlo. Me enseñó su cara oculta, ahora busco la visible.
Quizás no entendió la clase de ayuda que yo doy. Quizás le dije algo que no le quería decir. Quizás no entendió que para mí reconstruirle no era sólo gozar conmigo. Quizás no entendió lo egoísta que puedo llegar a ser.
Espero que yo sí haya entendido quién es, cómo funciona esa cara oculta. Espero no haber cometido un error. Espero no haberle lanzado contra esa soga, que cuelga, en el techo, esperando mi actuación. El último clavo en su ataúd. ¿Esa soy yo?
F5.
V
Nos encontramos de nuevo en el bar, pero el trabajo me absorbió. Él tomaba café mientras yo estaba centrada en cosas, que hoy en día me dan igual. Pero no me daba igual su paciencia. El no presionarme. El ser capaz de estar a mi lado mientras yo trabajaba sin reclamar mi atención, respetando mi espacio.
Supongo que toda paciencia tiene un límite.
— Espero no molestar — Dijo nervioso.
— Si así fuera, iría a otro bar. ¿No crees? No sabes mi apellido, ni dónde vivo, ni tienes mi teléfono. Sería fácil.
— Hasta cuando me dices cosas normales me siento un poco insultado.
Me reí y le miré, estaba claro que si se relacionaba conmigo no era porque yo fuese alguien fácil de tratar, simpática o con una amabilidad y comprensión infinitas. Si quisiera eso no me habría invitado a mí a su casa.
— Sí, soy un encanto.
— ¿Y yo? ¿Yo qué soy?
Imaginé que esperaba una caricia en el lomo. Quizás intentaba preguntarme qué significaba para mí, quizás quería una conversación profunda. Pero yo no.
— Tú eres un perro verde. Más raro que un perro verde.
Punto de interrupción.
La cara oculta de la media luna. Ahora busco la visible, refrescando el navegador mientras escribo estas palabras.
F5.
Enric se miró la mano y la escondió, supuse que era el mono y decidí no comentar nada, suficiente tenía con superarlo como para que yo le recordara su existencia. Debía ayudarle a olvidarlo. Distraerle.
— No parece muy buena la descripción — Replicó.
— Nunca estamos de acuerdo. Solo un perro verde, raro, de tres patas y dos lenguas, podría escribir lo que tu escribes.
— ¿Es eso un halago?
Por fin lo había pillado, sus libros me encantan, así que no podía ser otra cosa.
— Es lo que es.
— Joder, seré raro, pero anda que tú, tía. Te conozco de hace días y siento que eres como un puzle al que le faltan algunas piezas, que parece que puede encajar, pero no del todo. ¿Pero sabes? A mí me da igual decirte un halago, y lo cierto es que he dejado las pastillas por ti.
No pude evitar sonreír. Sabía que era así y me encantaba que lo dijera abiertamente. Que no tuviera miedo de admitir lo que sentía. De querer mejorar y si yo era el motivo, pues genial. Es que estaba ayudando.
Punto de interrupción.
Estúpida. Sí. Eso juega en mi contra y me hace visualizar de nuevo esa soga. ¿Por mí? ¿Sin mí como motivo ese es el resultado?
Code smell.
Refresco el navegador, buscando la cara visible de la media luna. Todavía nada.
F5.
— Y tú, no sé, a ratos creo que te intereso, pero solo la persona que era antes.
Este tío no entendía nada. Yo quería que estuviera entero como antes, que escribiera como antes. Que no le temiera al fruto de su imaginación. No que fuera el de antes. ¿Quién coño era antes? ¿A quién le importa? Quizás había confundido el querer darle autoestima, un propósito, amor propio, con querer una visión idealizada de él de un tiempo en que no le conocí.
— No te conocía antes, no vuelvas a ganar puntos para volver a la zona “gilipollas”. ¿Quieres un piropo? ¿Qué te acaricie el lomo? ¿De verdad eres tan miope que no lo ves?
— ¿Que no veo el qué?
— ¿Crees que suelo ir con las tetas al aire si alguien no me interesa?
— Sí, ya, para lo que duró…
Gilipollismo++;
Victimismo++;
— No me va la necrofilia. No follo con muertos ni proyecto de muertos. ¿Tan inseguro eres? Con esa prosa contundente, punzante, valiente que tenías. ¡Joder chico! ¿Sabes que cuando me compré Carolina Sinestésica no pude, literalmente, dejar de leerlo hasta el final? Empecé en la librería y me fui a casa chocándome con la gente, con las cosas, tropezando. ¿Eso es lo que querías oír?
— Es un comienzo. Nadie me habla de esa novela, y es de las pocas cosas que mi estómago tolera sin vomitar.
En ese momento pasó algo que me sorprendió. Enric me miró las tetas y el cuerpo, con profunda lascivia. Su mirada denotaba su deseo. ¿Mis halagos levantaban su entrepierna? ¿Así se levantaba? ¿Al sentir mi admiración?
Antes de poder corresponder a su gesto vi como un huevo se aplastaba contra la cabeza de Enric — ¡Púdrete! ¡Mata niñas! — Gritó alguien.
Me levanté echa una fiera — ¡Muérete tú! ¡Hijo de puta! ¡Mamón! ¡Pajillero de mierda! ¡Vete a joder con tu madre, capullo!
El maldito cobarde salió corriendo. Los putos cabrones que van de valientes hasta que alguien se les enfrenta. Estupidez disfrazada de valentía. Otra vida que no me importaría que alguien robara o más bien, me alegraría que alguien lo hiciera.
Me relajé y me senté de nuevo mientras Enric se limpiaba.
— Hay un monstruo dentro de mí, Anna. — Dijo con la respiración acelerada mi perro verde.
La mayoría de los monstruos sólo dan miedo con la luz apagada. Cuando la enciendes y observas no son más que sombras proyectadas o peluches monísimos.
— No me dan miedo los monstruos. No es que sea especialmente temerosa de nada, pero ¿tu monstruo? Me haré amiga de él, seguro que nos llevamos bien, le presentaré a mi gato Holmes.
Por fin sonrió iluminando la estancia, recuperando la vida.
— Soy mitad hombre y mitad ángel. Estoy medio vivo y medio muerto.
Más bien a veces vivo y a veces muerto, pensé para mis adentros.
Punto de interrupción.
Ahora mismo el perro verde de Schrödinger, vivo y muerto, dentro de la caja. Refresco el navegador buscando la cara visible de la media luna. Todavía nada, todavía oculta. La caja sigue cerrada y Enric está vivo y muerto a la vez.
F5.
Le miré buscando respuestas. No había dicho esa frase al azar, hacía referencia a algo ¿un libro?
— Nada, una cita de una película que me gusta. Me recuerdas a un personaje que sale en ella.
— Eres un perro verde, raro, con varios ojos, cinco patas y dos colas. Uno que odia todo lo que a mí me gusta de él.
Expresé lo que sentía, que no tuviera dudas. Quizás él no se valora, pero yo sí. Más de lo que piensa. Quizás era el momento de decírselo.
— ¿Querías un halago? De acuerdo… Yo no vivo por aquí. Vivo a varias paradas de metro de aquí. Vine de casualidad a visitar un cliente y te vi en el bar y, ya me ves, desayunando siempre en este bar de mierda, con té malo, que no está ni cerca de mi puta casa. Y que conste que no te lo mereces, pero ya te voy conociendo, no pillas una al vuelo. Ni al vuelo, ni a pata, ni que venga en tractor.
Su expresión me dijo que lo necesitaba. Que necesitaba saber que me importaba. Su anhelo de saber qué hacía yo allí, era real.
— ¿De verdad existes? Quiero decir… mi vida empieza a parecerse a una de mis novelas. Con drogas, delirios, violencia…
— Tienes razón. Soy Anna Durden, una tía creada por tu cerebro, has agitado una coctelera mental de todo lo que te gusta y he salido yo. ¿Sabes? Hay dos razones por las que es imposible que esto sea una de tus novelas. Primero: no hemos follado aún. Y segundo, no soy tu hermana.
— Vivo aquí enfrente. Lo primero, si quieres, podemos resolverlo por el bien de la literatura en general y el de mi entrepierna en particular.
Nos besamos. Joder si nos besamos. Nos besamos dando trompicones, tocándonos, en cada puto centímetro hasta su casa. Poco práctico. Hubiera sido más rápido correr a su piso. Pero nuestros labios, nuestros cuerpos, nuestras caricias, nuestra excitación no podían detenerse. Ya habíamos alargado todo de más. Teníamos que follar, expresar con nuestros cuerpos lo que las palabras no pueden decir. La atracción que sentíamos. El deseo por el otro. Sexo. Orgasmos. El sentido final de la vida. Placer compartido con quién conectas, con quién te hace sentir. Conexión cerebral. El mejor sexo que existe. Aquél que tienes con alguien que despierta todas tus neuronas y acto seguido las apaga de un plumazo, convirtiendo energía mental, actividad neuronal, en excitación pura, animal. Perder completamente el mundo de vista y dejarte llevar por puro instinto.
Follo, luego existo.
En el portal él buscaba la llave con ansia, yo buscaba su polla, me lo habría follado allí, en la calle, porque la calle no existía. Sólo él y el deseo que encendía en mí.
Entramos en el piso, él estaba menos excitado que yo, buscaba intimidad, a mí me daba igual. Pero su polla estaba como a mí me gusta. A punto de estallar. Dura de verdad. No esas medias erecciones de mierda que te permiten follar. No, deseo de verdad. Hinchada hasta su máxima potencia, preparada para gozar de verdad y no simplemente para buscar un alivio barato.
— Me tienes a mil — Susurró él, mientras le manoseaba el falo y le mordía el cuello.
— Y tú a mí, perro.
Empezó a acariciarme el sexo por encima del pantalón, generando pinchazos de placer en todo mi cuerpo mientras luchábamos por quitarnos la ropa sin dejar de magrearnos.
—Joder.
Me quité la camiseta, dejando que me observara. Le miré con deseo mordiendo mi labio. Dejando que se recreara, que grabara en su retina mi deseo de él.
Griegos antiguos, os equivocasteis el arkhé es el sexo.
— Anna, en mi habitación…aún tengo colgada la… — Quise abofetearle por sacar el tema en ese momento.
— Olvídate de eso — Le interrumpí, empujándolo y haciendo que cayera sentado en el sofá.
Me arrodillé frente a él, liberándolo de su pantalón y su bóxer, su polla saltó como un resorte, mostrándose ante mí. Brillando por la preeyaculación. Me mordí el labio y mi boca empezó a salivar con deseo de comérmela, saborearla.
Tiene fimosis. Pensé. ¿Debería decirle que es operable? Nah. No es lo que quiere oír un tío la primera vez que una mujer le ve la polla. Pero debía tenerlo en cuenta, para no hacerle daño.
Le miré y le acaricié la polla con suavidad, con calma y usando la lubricación de la punta para embadurnar el conjunto de su tronco. Veía el deseo y el placer en sus ojos. Le sentía vivo.
— Mierda, estoy demasiado cachondo.
Nunca es demasiado. Siempre es insuficiente. ¿Por qué coño los tíos piensan que se puede estar DEMASIADO cachondo? Si no se excitan hasta su límite, a mí no me interesan. Sería como rebajarme a follarme a alguien que podría estarla metiendo en cualquier agujero.
— Shh, relájate por una puta vez en tu vida.
No era momento de filosofar. Era el momento de poner en práctica lo aprendido, hedonismo, sibaritismo, búsqueda de placer, de felicidad; sexo.
Empecé a recorrer su tronco con suavidad, subiendo y bajando la piel, acariciando el glande con mis dedos, mientras miraba el placer en sus ojos, discernía lo que más le gustaba. El ritmo, la presión.
El saber no ocupa más lugar que el de un cuerpo ajeno con el que experimentar.
Vi en sus ojos la desesperación. La batalla contra su propio gozo. Estaba claro que tenía miedo de correrse “demasiado” rápido, como si eso fuese posible. Estaba empezando a intentar contener su placer. No quería permitírselo, me agaché y empecé a acariciar esa polla suave con la lengua. El tronco, poco a poco, de abajo arriba, clavando mi mirada en la suya, sintiendo la alteración de la respiración de él y mi propia entrepierna palpitando de placer. Endorfinas inyectadas directamente en la corteza cerebral. Contraje mi vagina, gimiendo, a la vez que empezaba a recorrer los bordes de su glande, poco a poco, para que disfrutara del contacto de la lengua. Para disfrutar cada milímetro de su miembro. El glande, suave, supurante, sensible. Sus gemidos y contracciones me decían que le gustaba lo que hacía. Que quería más, estaba a la expectativa. Lo saboreé con calma y por fin me di el placer de introducirlo con suavidad en mi boca, sintiendo cómo se deslizaba por mi lengua. Entrando en mi interior.
— ¡Joder! Anna, esto no va bien… — Gimió.
Me detuve unos instantes con él dentro de mi boca, hasta donde pude, permitiendo que ambos gozáramos del momento. Luego empecé a separarme con suavidad. Metiéndolo y sacándolo con calma, disfrutando ambos de cada movimiento.
— ¡Anna! — Gritó y gimió a la vez. Excitándome al invocar mi nombre y haciendo que me mojara y gozara todavía más. Sabiendo que le gustaba el placer que le daba, que me daba, que nos daba. Me hizo acelerar.
De repente sentí que se iba, que se concentraba en no sentir placer para no correrse. Quizás no entendía que era lo peor que podía hacer conmigo. Se lo tenía que decir. Me estaba cortando el rollo.
Yo luchando por hacerle gozar y él aplacando el placer ¿qué sentido tiene eso?
— Como te dé por pensar en tu abuela para aguantar más te juro que te castro.
Enric empezó a reírse, relajándose por fin. Sonreí y volvía a devorarlo, notando cómo se soltaba y se dejaba llevar por el placer, conmigo. Iba acelerado y reduciendo el movimiento cuando estaba a punto de correrse. Si no quería hacerlo todavía, yo podía ayudarle. No hacía falta que dejara de sentir placer. Y alargarlo me gusta. Me gusta sentir el placer de mi amante, me alimento de él, me produce un profundo placer y excitación llevar a la persona con la que conecto al límite. Conseguir darle el placer que creo que merece. Su cuerpo se retorcía mostrándome mi victoria.
Nos mirábamos sonriendo. Cada vez que paraba y aceleraba él se reía, incrédulo de mi control sobre su eyaculación. Sus gemidos y su expresión me llevaban al límite de deseo y placer. Sentía mi corazón en mis labios vaginales, palpitando.
— Tía, que no puedo más, te lo digo en serio. — Supuse que era su aviso de que iba a correrse o que quería que se lo permitiera. Así que esta vez no le detuve, no desaceleré. Seguí succionándole, mirándole, esperando mi premio, su placer, que se derritiera en mi boca.
Su polla se dilató en mí, sentí cómo su vena se hinchaba, su cuerpo perdía el control y sentí cómo mi boca se inundaba y sus músculos se contraían. Se estaba riendo a la vez que se corría, estallando de vida. Esperé a que terminara de vaciarse. Tragué y empecé a lamerle con mucha suavidad, para no hacerle daño. Limpiando los restos de esperma con mi boca, mientras nos mirábamos y gemía con intensidad. Con su cuerpo ya relajado.
Me separé riéndome. Su risa era contagiosa. Vida en estado puro.
— Ya veo que has dejado las pastillas.
Me había llenado bien la boca joder. Mucho esperma tenía acumulado.
— Lo siento, joder, no podía más.
— ¿Y por qué lo sientes?
¿Acaso creía que se la había chupado sin saber que se correría?
— Coño… pues… tú…
— Lo he disfrutado tanto como tú si es eso lo que te preocupa. Me gusta como gimes, como me miras, como disfrutas. Me gusta mantener mi estado de excitación, castigarme. Desear meterme tu polla entre mis piernas, pero privarme de ello.
Este hombre era adicto a sentirse mal por todo.
— Definitivamente estoy metido en una de mis novelas, solo espero que sea larga.
No pude evitar reírme. Sin duda era un halago.
— Anna, no creo que pueda… correrme…
Por Dios… le daba placer y ya encontraba un motivo para sufrir… si es que hay que ser tonto.
— No vuelvas a comprar boletos para ser un gilipollas crónico. Que yo no te he pedido nada. ¿No quieres volver a verme?
— ¿Eso crees? — Dijo con la sonrisa y relajación propia de alguien que acaba de correrse.
— Pues ya sabes, hay tiempo para practicar. ¿Lo ves? No soy tan mala. Soy comprensiva. A no ser que me regales un libro de autoayuda, que entonces te cortaré los huevos y los guardaré en mi casa en un tarro. — Murmuré mientras acariciaba su piel, gozando de su cara de placer y relajación y de la sensibilidad de su cuerpo en contraste con la tensión del mío. Apretando mis muslos, moviéndome con suavidad en busca de placer.
Menudo imbécil si pensaba que a mí no me gustaba tanto como a él. ¿Narcisismo? Quizás. Pero para mí hay pocas cosas que me den más placer que poder excitar a alguien hasta el límite. Que mi imagen le persiga en los momentos más insospechados generando una erección. Que sea imposible pensar en mí sin asociarlo al sexo y el placer. Sólo en aquellos que quiero provocarlo. Pero sin eso todo es insulso. ¿Quién quiere que le follen sin que le deseen? Bueno las feministas modernas supongo. Yo no. Yo quiero que me deseen con cada fibra de su ser y llevarlos al nirvana. Quiero que no puedan más que sexualizarme, aunque lo deseen. Que no puedan separar mi imagen del sexo. Si deseo a alguien quiero que me anhele profundamente. Sin eso soy incapaz de gozar plenamente. Evadirme. No hay que pensar. Sólo sentir. Perder el control. Dejarse guiar. A ese punto sólo lleva la excitación máxima, nunca es demasiado.
Lo mecánico jamás debe eliminar la pasión.
El perro verde de Pavlov, condicionamiento clásico, quiero que mi simple recuerdo, imagen, pensamiento segregue endorfinas, su corazón bombee sangre que hinche el cuerpo cavernoso de mi perro verde. Que no requiera ni de mi presencia.
Punto de interrupción.
Estúpida. Sí. Genero obsesiones, las obsesiones son malas, enfermizas… llevan a una horca. Con ellas no se ayuda a nadie. Son como droga y Enric ya tenía suficiente de desintoxicarse de sus drogas como para que fuera yo a ofrecerle otra; Annazepam.
Estamos condenados a ser esclavos de nuestros genitales.
La insoportable levedad del sexo.
Code smell.
F5.
Me levanté y me dirigí a la puerta poniéndome la camiseta.
— Odio que te vayas, pero me gusta ver cómo te vas.
— Ya. Eso es porque te encanta mirarme el culo.
Punto de interrupción.
Recuerdo ese día y no puedo evitar mojarme. Desearle. Excitarme. Hasta que recuerdo porqué estoy escribiendo esto. ¿Era lo suficientemente importante para él? ¿Tanto como para vivir o… tanto como para morir? ¿Entiende o entenderá lo que debe hacer? ¿Antes de que sea tarde? ¿Lo que estoy buscando?
No, quería mejorar. No haría eso. ¿Verdad? No por mí. Eso sería estúpido y él no es estúpido. Lo entenderá. ¿Verdad?
Cipolla grita en mi mente Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Si da el paso a la destrucción final. ¿A quién condenará Cipolla? ¿A mí? ¿A Enric? ¿A los dos?
La inteligencia es un proceso cíclico, cuando te pasas de listo te vuelves tonto.
Mill diría que mi intención no cuenta, sino el resultado, mi bondad está intrínsecamente entrelazada a la actuación de Enric. Nietzsche me hablaría del hombre del resentimiento en contraposición al noble. Hume dejaría la decisión en mis manos. Kant y el imperativo categórico ¿he tratado a Enric con dignidad? ¿Es un medio? Platón miraría al sol.
Mucha pregunta, poca respuesta. ¿Qué pienso yo?
El único con la respuesta es Douglas Adams: 42.
Hay un chiste, propio de frikis de mi profesión que dice lo siguiente:
“Había un hombre subido a un globo aerostático en medio del desierto, perdido y encuentra a otro paseando por la arena.
Hombre del globo: Hola perdona ¿me puedes decir dónde estoy?”
Hombre a pie: Estás en un globo aerostático en medio del desierto flotando a un metro del suelo aproximadamente.
Hombre del globo: ¿Eres informático verdad?
Hombre a pie: Sí, ¿cómo lo sabes?
Hombre del globo: Porque me acabas de dar una respuesta perfectamente válida y correcta que no me sirve de una mierda.
Hombre a pie: Y tú eres usuario ¿no?
Hombre del globo: Así es, ¿Cómo lo sabes?
Hombre a pie: Pues porque tienes exactamente el mismo problema que tenías antes de hablar conmigo, pero ahora piensas que la culpa es mía”
Me he convertido en usuario. Tengo el mismo problema que antes, pero ahora la culpa es de los filósofos.
De vuelta a la cara visible de la media luna. Nada. Sin noticias de Perro Verde. Por lo menos eso significa que si cuelga de la soga, hará pocas horas. ¿O todavía no desprende suficiente olor para que alguien entre en el piso?
Fuera se está haciendo de día. Quizás deba mirar al sol.
F5.
VI
Me dirigía hacia al bar. Me había puesto un vestido, imaginé que Enric deduciría que me lo había puesto por él, y así era. Quería seducirle. Quería ver su deseo. Quería que supiera que quería más.
Iba en el metro, hacia nuestro encuentro, predestinado, no habíamos quedado, pero era como si lo hubiéramos hecho. Misma hora y mismo lugar, una norma no escrita.
Estaba excitada, pensando en todas las posibilidades. No me había masturbado. Me había reservado para él. Quería estallar con él, que sintiera como era él quién me hacía correrme. Quería que él me llevara al clímax. Y si no llegaba, seguiría sin tocarme hasta que él me lo provocara, mi siguiente orgasmo era suyo. Lo quería tener con él. Quería que me mirara a los ojos y supiera que él era quién me hacía derretirme.
Salí de la boca del metro, ensimismada, fantaseando con todas las posibilidades sexuales que me deparaban con Enric. Sin poder elegir lo que más deseaba, lo quería todo.
Le vi, a lo lejos, al final de la calle, iba a cruzar, no pude evitar sonreír, dirigiéndome hacia allí con calma, me gustaba verle. De repente Enric se detuvo, sin llegar a cruzar y una moto a toda velocidad le pasó por delante, rozándolo. Empecé a correr hacia a él, con furia, quería gritarle al motorista. El motorista dio un golpe de manillar y atropelló a una señora mayor.
Mierdamierdamierdamierda mierda y mierda grité en mi cabeza. Joder, hostia puta. Esto era lo peor que podía ocurrir. Enric estaba parado en la calle, mirando mientras yo recitaba en mi cabeza “A veces pienso que esas tres vidas que me regalaron, se las quité a otros”.
No robarás diría Dios.
Sí, así soy yo. Egoísta. La señora, el accidente, el motorista. Todo me importaba una puta mierda. Sólo oía esa frase en mi cabeza mientras iba a toda velocidad al encuentro de Enric. Su peor pesadilla, había que detenerla.
Cuando le alcancé, no se había movido ni un milímetro, la mano le temblaba. Se la agarré.
— Ni lo pienses — Dije tajantemente.
Abrió la boca para decir algo, pero no se lo permití.
— Ni se te ocurra pensarlo.
Él me miraba y yo a él, diciéndole con la mirada que estaba bien estar jodido pero que no tenía permitido pensar que él había robado nada a nadie.
Su mirada penetrante, me excitó. Sí. Mi deseo por él, mi exasperación con la situación, el dolor que me trasmitía, la excitación acumulada, me llevaron a lanzarme contra él. Buscar sus labios. Su consuelo. Mi consuelo. Contrarrestar el dolor con placer. Nada de eso importaba. Sólo nosotros importábamos. Sólo nosotros importamos. Egoísmo. El único modo de supervivencia. Si el mundo va a estallar, ponte a follar como si no hubiera un mañana, porque no lo habrá. Los últimos momentos hay que gozarlos. Correrse es lo mejor que uno puede hacer, correrse con quién deseas, con quién te enciende, con quién te desea y te anhela. Quién puede hacer que te excites hasta en el momento más desgraciado de tu vida. Follar por follar, no, como diría Cartuz. Follar para vivir, para compartir y dejar de estar solo durante un instante.
Había que marcharse. El ensueño terminaría. Le agarré de la mano y tiré de él.
— Querrán hablar conmigo.
¿A quién coño le importa lo que quiera gente que no tiene valor para uno mismo?
— Tú, no existes, cariño. Hoy no.
Tiré de él y se dejó arrastrar. No tenía fuerzas mentales ni físicas para resistirse. Probablemente tampoco ganas.
En el ascensor empecé a besarle, expresarle lo que sentía, lo que le anhelaba. Podría parecer que buscaba distraerlo. No era así. Le buscaba a él, su mirada de vida. Mi cuerpo lo necesitaba. Mi cuerpo le anhelaba. Mi alma quería volver a conectar con la suya. No perderle. Porque sentí el peligro de perderle. De que se rompiera lo poco que había podido recuperar de él y lo poco que nunca llegó a romperse. Necesitaba sentir su abrazo en vez de visualizar esa soga. Sigo necesitándolo. Sentirle vivo.
Le besé con el ansia de sentirle conmigo y la excitación me desbordó. La excitación de que me deseara como yo a él, incluso entonces. Ser capaz de generar un deseo suficiente en él como para olvidar su pensamiento más destructivo, en el momento más destructivo.
Entramos en su piso y al llegar al salón nos detuvimos y empezamos a mirarnos mutuamente, observándonos. Deseándonos. Todavía no me había visto completamente desnuda. Quería que gozara de la visión de mi cuerpo, del que me hubiera arreglado para él. Me quité el vestido, mirándole. Me quité el sujetador, sintiendo el deseo en sus ojos. Empezó a desnudarse para mí. Quitándose la parte de arriba y dejando su torso al desnudo.
Él se miró y en su mirada vi que no se gustaba, cuando a mí ese torso, ese cuerpo que contaba físicamente su historia, me excitaba. Un cuerpo de verdad, con sus cicatrices, sus marcas, su delgadez. El relato de una vida dura, un cuerpo que ha vivido y ha muerto, tres veces. Una historia triste. La historia de un Dios cabrón que nos destruye el cuerpo en cada putada que nos envía y se ensaña más con algunos. La belleza de la experiencia, de la vida, de la muerte, de la imperfección. La pérdida de la inocencia y la ingenuidad.
No matarás Dios no quiere que le robemos ese placer.
— Yo follo cerebros, no cuerpos — Dije y empecé a desnudarle con suavidad, mirándole para que viera la excitación en mi mirada, en mi cuerpo, en mi respiración. Hay cosas que hay que sentir para creer, no oír.
— La vida duele — Dijo cuando terminé de desnudarle.
— A mí lo que me duele es que no me toques — Susurré posando sus manos en mis pechos y sintiendo el roce de su piel contra mis pezones erectos.
Empezó a sobarlos con fuerza, pellizcándome los pezones, con desesperación y generándome grandes oleadas de placer.
La música de las esferas.
Yo le acariciaba la polla que todavía no se había endurecido. Claramente seguía pensando en lo acontecido. Ya sabíamos que era más que capaz de levantarse.
— No sé si puedo, Anna, soy un puto desastre.
Le acaricié con un poco más de intensidad y su falo empezó a crecer en mi mano. Sonreí — Yo creo que sí puedes
—No sé si debo — Matizó él.
— Olvida la religión, lo místico, el bien y el mal. Olvida tu pasado y no pienses en el futuro. Olvídalo todo y joder, fóllame de una puta vez.
El movimiento se demuestra follando.
Se abalanzó contra mí. Perdiendo el control. Con esa mirada que adoro, una mirada animal, agresiva. Del que se deja guiar por los instintos. Sin pensar. Nuestros cuerpos se pegaron y sentía cómo el simple movimiento de mis piernas me producía placer. Nos acariciábamos y besábamos sin control. Por necesidad. Sentir al otro. Convertirnos en uno. Hasta que caímos al suelo.
En polvo te convertirás.
Restregó su polla contra mi sexo, separados por mis bragas y me provocó un profundo gemido y placer. Mi cuerpo se arqueaba sin control. Nos restregábamos y él me miraba con anhelo y satisfacción de verme gozar con sus caricias. Verme desear tenerle en mí. Podía correrme así, sin que siquiera entrara. Sintiendo su falo frotándose contra mi clítoris entre ruidos y respiraciones placenteras.
— Eso es, eso está mejor. Haz que me retuerza de placer.
Me quité las bragas y le mostré mi sexo mojado abriendo mis piernas para que pudiera observarlo bien a su antojo. Necesitaba que no tuviera ninguna duda de lo que provocaba en mí, que viera lo que me provocaba físicamente y yo excitarme con su deseo. Un sistema retroalimentado. Bucle de placer.
Me devoró el sexo con los ojos y con malicia frotó su polla de nuevo contra mí, haciendo que me arqueara de placer intenso.
— ¿Quieres ser cruel conmigo? No sabes con quién hablas, perro verde.
Le rodeé con las piernas e hice que entrara hasta el fondo, sintiendo cómo me abría por dentro, sin dificultad por la copiosa lubricación. Cuando le sentí en lo más profundo gemí con fuerza. Sintiéndome plena.
Empezó a embestirme y mi cadera a acompañar su movimiento provocando un inmenso placer en cada rincón de mi cuerpo.
— Joder tía es que me pones demasiado.
— Fóllame sin pensar tanto, joder.
Clavé mis dientes en su cuello, ahogando mis gemidos y arañando su espalda mientras sentía cómo mi orgasmo se aproximaba.
— Me gustas demasiado
— ¡Pues no pares!
Sus embestidas se intensificaron.
— ¿Te hago daño?
— ¡Claro! ¿No me ves? Estoy sufriendo muchísimo — Me reí acelerando nuestros movimientos.
Sentí que íbamos a llegar al clímax, pero quería alargarlo un poco más. No darnos ese final tan pronto. Ralenticé.
— ¡Eres cruel! — Gritó Enric entre risas.
— ¿Yo? Pero si soy la viva imagen de la bondad.
Nos detuvimos. Si seguíamos nos correríamos sin remisión.
Me puse a cuatro patas, meneando un poco el culo para provocarle. Él me agarró de las caderas con mirada animal y me ensartó de golpe, empotrándome con fuerza.
Yo gritaba de placer, mientras él me follaba, pero el muy mamón no podía dejar de preocuparse por mi bienestar. Algo muy suyo.
— ¿Seguro que estás bien?
— ¡Calla y fóllame, joder! Que no soy de porcelana.
Aceleró el ritmo y empezó a masturbarme a la vez que me follaba. Joder, al final conseguiría que me corriera antes de lo que yo quería hacerlo.
Cuando Enric llegó al clímax, me solté y me corrí sintiendo cómo me llenaba, con fuertes embestidas. Perdí el control de mi cuerpo y mi respiración, liberando por fin toda la excitación acumulada, sintiendo sus gemidos y su placer con el mío.
Nos dejamos caer al suelo. Mirándonos y acariciándonos.
— La próxima vez podríamos ir a la cama.
La próxima vez puede que te excite lo suficiente para que pierdas el control y pueda follarme a tu monstruo. Él y yo también nos llevaríamos bien. Pensé para mis adentros.
— Te he visto tan necesitado que no estaba segura de que pudieras soportar el trayecto hasta allí.
Fui al baño a asearme un poco y lo dejé libre para Enric mientras me tumbaba desnuda en su cama, esperándolo, mirando al techo, o más bien mirando la soga que colgaba sin vida de él.
Seguía allí, pero hacer referencia a ella, presionar más a Enric, no nos llevaría a ninguna parte. Debía quitarla por él. No por mí.
La observé colgando con todo su grosor. Como una oscuridad que se cernía sobre el lecho del placer.
Si no podía quitarla, quizás podía usarla. Cambiar su significado. Cambio en caliente.
Imaginé a Enric entrando en la habitación, besándome, poniéndome el pie y estirando mis brazos hacia arriba, atrapando mis muñecas con la soga. Le imaginé sonriendo y besando mi cuerpo y azotando mis nalgas mientras me miraba a los ojos…
No, ese no era Enric. Le faltaban seis toneladas de seguridad y amor propio para hacer algo así.
Si lo usábamos así, no podría mirar la soga del mismo modo. Ni él ni yo. No la veríamos como un instrumento de destrucción sino de gozo y por tanto tendría menos miedo de que la usara.
Tendría que ser yo. Tendría que ser yo quién le atrapara las muñecas con esa soga y quizás pudiera taparle los ojos con mis medias. Bajar besando su cuerpo, expuesto a mí escuchando sus gemidos, con su sexo llamándome.
Sonreí con lascivia.
Decidí que cuando estuviera listo, para exponerse a mí, atado y dejando que usara su cuerpo para producirle placer, lo haría. De ese modo no necesitaría que la descolgara. La usaría para nuestros juegos de cama y estaría encantada de verla al estar en su casa y no preocuparme de que la mirara cuando yo no estuviera.
Si me dejara colgarle de ese modo acariciaría su piel con mis uñas, con suavidad y atraparía su sexo entre mis labios…
Punto de interrupción.
Ojalá lo hubiera hecho. Ahora estaría más convencida de mi decisión.
F5.
Enric volvió del baño interrumpiendo mis pensamientos y se tumbó a mi lado, sonriendo y lleno de vida. Relajado. No parecía ser consciente que tenía una soga encima de nosotros.
Desnudos. Nos quedamos acariciándonos a la vez que hablábamos. Los ojos de Enric estaban llenos de vida y hablamos sin parar. Sin tensiones. Desnudándonos el uno frente al otro, en el sentido íntimo del término. Cómodos. El tiempo pasó volando y no pudimos evitar volver a… o quizás, más bien, no pudo evitar que le follara. Gozar juntos.
Me quedé dormida en su cama en algún momento. En sus brazos.
VII
Al despertarme fui a la cocina y Enric había preparado un desayuno exagerado. Me moría de hambre la verdad. Habíamos gastado mucha energía.
— ¿Desayuno? Tiene sentido, llevamos veinticuatro horas sin comer nada — Dije abrazándole por la espalda y besándole.
— Sí, a veces, se me pasan estos pequeños detalles.
Nos quedamos charlando entre miradas insinuantes. Mis anhelos eran evidentes. Mi cuerpo me pedía más y más de él.
Follamos encima de la mesa de desayuno, salvajemente y entre risas.
Quedamos abrazados y desnudos en la mesa acariciándonos.
— ¿Por qué eres así conmigo? — Preguntó.
— ¿Y tú? ¿Por qué eres así contigo? Y no me vengas con atribuirte absurdas muertes que nada tienen que ver contigo. No eres tan importante, señorito.
— Yo… no lo sé. Quizás sea adicto a la tristeza.
— Eso es una gilipollez. Un adicto a la tristeza no se medica para no sentirla.
— Mi cabeza es un polvorín. De mala conciencia, de traumas, de cosas que no comprendo. Miro por la ventana y no entiendo el mundo, o él no me quiere entender a mí. Ey, sé que te molesta esta manera de ser, pero no tengo mejores respuestas.
¿Me molesta su manera de ser? Este chico no había entendido nada.
Le di un beso, era la mejor respuesta que podía darle.
— Me gustas como eres, porque eres tú.
Salí como pude de esa mesa y empecé a vestirme.
— ¿Te vas?
— Cariño, tendré que trabajar algún día. ¿Y tú? ¿Cuándo vas a volver a escribir?
Reflexionó unos instantes — No creo que pueda.
— ¿Por qué no? Utiliza ese polvorín del que hablas y escribe tu mejor novela.
— No es eso.
¿Qué faltaba por resolver? Me tenía intrigada.
— ¿Entonces?
— Me haces sentir bien. Siento mi mente tranquila, casi rozo la felicidad. No sé escribir cuando estoy en este estado, simplemente no tengo nada que contar.
¿Era yo la que impedía que escribiera… mi autor favorito? ¿Qué? ¿Si yo seguía con él no volvería a escribir?
A ver… hay personas que DEBEN escribir. No sólo por ellos, por el mundo. El mundo no puede ser privado de sus obras.
Él debía reconectar consigo mismo. Alimentar a su monstruo. Lo que había pasado no podía hacer que rechazara sus propias letras.
¿Y si Cervantes hubiera estado con una mujer que le impedía escribir? ¿Shakespeare? ¿Platón? ¿Orwell? ¿Dostoievski?
—¿Anna? — Preguntó de repente Enric.
Terminé de vestirme. Necesitaba pensar.
— ¿Te ocurre algo?
Le di un beso, sin decir nada. Probablemente el último. Soy egoísta. Lo soy. Pero no puedo privar al mundo de sus obras, tampoco a mí, ni a él. Todos las necesitamos. Pensé.
— No me pasa nada. Adiós, cariño.
Me marché. Cerrando la puerta y pensando que probablemente sería mi última visita a ese piso.
Fin de la instrucción.
VIII
Llegué a mi casa y cuando entré, rompí a llorar. Sí, ni siquiera sabía que tenía ganas. Pasó sin más cuando llegué a la comodidad de mi hogar.
Lloré y lloré hasta que me quedé dormida, entre lágrimas.
Cuando me desperté, borré la cuenta de correo electrónico con la que le había escrito.
Punto de interrupción.
No podía ser el motivo de que no escribiese. No podía. No puedo.
Pensé en su soga. ¿La usaría? ¿Estaba haciendo lo correcto?
Enric había mejorado y nunca había usado esa soga. Había abandonado las drogas legales, estaba haciendo deporte. Tenía ganas de vivir.
“Lo cierto es que he dejado las pastillas por ti” recordé. Joder me había dicho que le había acercado a la felicidad después de ese suceso que tenía todas las probabilidades de destruirle. Y yo en vez de lanzarme a sus brazos, me había ido.
Me muevo al cuadrante de la estupidez, reiniciando el ciclo de la inteligencia.
Escribirá, pensé en lo que parecía más una súplica. No usará la soga. Usará la escritura. Me escribirá a mí. Sabe que si escribe podré volver, mientras eso no impida que siga escribiendo. Una vez haya reconectado con esa parte de él, se haya liberado, dará igual su felicidad. Necesita repararse.
¿Y sino? Me sigo repitiendo. ¿Y si busco en la cara visible de la media luna y encuentro un artículo diciendo que ya no está? La imagen de él colgando, sin vida, vuelve a mi mente. ¿Si eso ocurre podré soportarlo?
Mi respuesta ese día fue sí. Que yo no soy responsable. Que lo es él. No puede tener una mente tan débil. Las palabras no matan, lo hace la estupidez. ¿Y si se suicida? Pues quizás es que no debería estar vivo, me repito sin cesar. Quizás no es capaz de afrontar la dureza de la vida. No es culpa tuya, me repito. No eres responsable…
Pero por mucho que cuando tomé la decisión lo tuviera claro. Él tantearía la muerte. Pero no lo haría. En ese momento encontraría la fuerza, la necesidad de escribir que ha tapado con drogas y después conmigo, con sexo. Annazepam. Esa ansia podrá con él y se sentará a escribir su última novela y cuando la haga, será tarde. Será él, tendrá el motivo para vivir, publicarla. Cuando recupere eso, podré volver. Quizás no quiera verme. Pero sabré que ya se ha recuperado del todo.
Él no lo sabe, pero debe escribir. Si no lo hace morirá por dentro, poco a poco. Tiene que sacar la oscuridad de su interior. Si la acumula, la tapa, no funcionará, le consumirá por dentro. Siempre le faltará algo. Ha nacido para esto.
Su proceso de recuperación pasa por reconstruir ese mundo tecleado. Dejar de culpar a sus letras de lo que ocurrió. Dejar de tener miedo a sus palabras.
Su monstruo se mantiene a raya por sus escritos, si deja de escribir no podrá controlarlo.
Quiero que robe otra vida, si lo necesita, me digo. Róbala a quién quieras, roba la mía. Pero no te cuelgues joder, escribe. Escríbeme. Recupérame. Demuéstrate que puedes escribir. Si lo haces te buscaré y descubriremos, juntos, qué puedes escribir estando feliz.
Puedes, sólo tienes que descubrirlo. Reconectar con esa parte de ti.
Refresco de nuevo el navegador. Buscando la cara visible de la media luna. Una novela, o una muerte. ALGO. Pero nada, sin comunicados en la web de su editorial.
¿Me equivoqué? ¿Elegirá soga o teclado? ¿Podré con ello si elige la primera? ¿Tan fuerte soy?
En teoría, la teoría y la práctica son lo mismo. En la práctica, no lo son., me diría Yoggi Berra.
No tienes la culpa de lo que haga.
No eres responsable.
Selección natural.
Cada uno toma sus decisiones.
Sigo repitiéndomelo como un mantra.
Sigo repitiendo sin parar.
Sigo refrescando el navegador.
F5.
Stack overflow.
Para Gambito: No te mueras, no te mates y roba las vidas que necesites, pero, sobre todo, no dejes de escribir.
Run π-1: El mayor regalo SIEMPRE es la sinceridad. Gracias por ser sincero conmigo y tomarte la molestia de revisar este relato.