TANATOS 12

CAPÍTULO 32

Me sentía ciertamente ridículo preguntándole a aquel hombre, que lucía su torso desnudo y unos pantalones a medio cerrar, qué bebida quería. Y es que todos estábamos en una situación desfavorable y favorable a la vez: él podía follarse a María pero estaba hecho un flan y algo ebrio, María quería parecer dominante y poderosa, pero su uniforme y su obediencia a Edu la rebajaban, y yo quería ver a Rubén matando del gusto a María, en un polvo afanado y brutal, pero no dependía de mí.

Efectivamente María no se podía contener y le preguntaba qué era aquello que Edu le había dicho sobre lo que tenía que hacer, y lo preguntaba justo después de que él me pidiera una ginebra y justo antes de que yo revisara mi teléfono en busca de noticias de Edu, noticias que no encontré.

Caminaba hacia la cocina mientras María me pedía un vaso de agua y escuchaba a Rubén titubear, y me disponía a preparar la copa con rapidez, pues desde mi nueva posición les oiría en la distancia, pero no con la nitidez como para entenderles.

Una vez allí comencé a sentir verdadera frustración. Y es que no descartaba que no pasara nada, y quizás fuera lo normal, pues quizás habíamos tenido suerte, por decirlo de alguna manera, por habernos topado con gente como Álvaro o Roberto, y quizás lo normal fuera el desarme y los nervios de Marcos y de Rubén; ya que esa entrega, así, de una mujer como María… no era algo para lo que uno está preparado.

Pero la frustración no cesaba por razonarlo, sino que se acrecentaba cuando volaban a mi mente las imágenes de la complexión y hasta atractivo de Rubén. Y pensaba en aquella dicha que él no aprovechaba, pensaba en quién tuviera ese cuerpo, esa fuerza, esa polla, y ese consentimiento para follarse a María… Y sentía ansiedad e impaciencia… y deseaba que María estuviera sintiendo lo mismo.

Les escuchaba hablar en la distancia y recordaba aquella polla ancha y pesada, pajeada por María… y sentía un hormigueo en mi cuerpo, por lo que podría haber sido… Y es que sabía que si se le hubiera puesto dura… la habría follado allí mismo… y aquella sensación de ver a María penetrada por otro hombre… era la raíz de todo y casi mi ambición única desde que había conocido a Edu.

Volví de la cocina justo en el momento en el que, frente a frente, apenas como si no me hubiera ausentado, María le decía con un extraño recochineo:

—¿Ah, sí? ¿Todo eso?

Yo le daba el agua a ella, que recogía el vaso con firmeza, y la ginebra a él, que recibía la copa agitado.

—¿Sabes, Pablo? Siéntate si quieres —decía María, con una pregunta para mí y una propuesta para él, y Rubén se sentaba justo donde antes ella había estado arrodillada— … había… como un guión, ¿cómo era? —preguntaba a un Rubén que bebía de su copa, allí, sentado, con su torso desnudo e hinchado, y con sus ojos rojos, refugiándose y buscando en la ginebra una seguridad que todos dudábamos que fuera a aparecer.

Él no respondía, comenzando a conocerla y a saber que ella buscaba tensión, y María bebió de su vaso de agua, después lo posó sobre la mesa de centro, y continuó:

—Cómo era… a cuatro patas… por el culo… ¿qué más? Ah, que Pablo se ponía… ¿cómo era eso que se tenía que poner? —decía ella en preguntas retóricas.

—Algo que se ata a la cintura… No sé… —respondía él.

Yo, al lado de María, contemplaba cómo ella le provocaba, y él, sentado, curiosamente, me parecía aún más grande.

—Entonces si Pablo se tenía que poner eso… vuestro plan, bueno, el de Edu, era… con los dos a la vez, ¿no? ¿Teníais los agujeros ensayados?

—¿Qué? —preguntó Rubén, ya más molesto que contrariado.

—Pues eso… que si lo que Pablo se ata me lo tenía que meter… en la boca… y entonces tú, eso que solo he visto blando… en el culo… o coño y boca… —decía ella, sorprendente y extrañamente soez.

—No sé… Algo así. Supongo.

—¿Y que más era? —preguntaba María y yo no sabía si buscaba rabia en él para que se marchara o para que la atacase, pero lo que sí sabía era que lucía tremendamente erótica, por ridículo que resultara su uniforme… constituyendo una mezcla entre grotesco y morboso, entre sucio y púdico… Y sus pechos marcaban aquella camisa casta… y su corbata en el medio… y sus calcetines azul marino finos perfectamente colocados y ajustados a sus pantorrillas… y estaba tan deseable… tan brutalmente sexual… que mi miembro palpitaba oculto y entendía que solo unos nervios desorbitados podrían hacer que Rubén no se empalmase hasta su máximo.

—¿Que más era? —continuaba—. Ah… lo de… correrte en mis tetas… una paja con mis tetas… ¿no?

—Una cubana… sí… —respondió él y su copa bajaba como si fuera agua.

—Caray… qué completo —se regodeaba María, como si hubiera descubierto una travesura de dos críos, y yo no podía evitar visualizar el plan de Edu, no podía evitar verme con el arnés puesto… penetrando a María mientras Rubén le metía su polla en la boca. No podía evitar excitarme al imaginar que él la penetraba analmente mientras yo miraba, o mientras yo introducía la polla de goma en el coño de María. Me imaginaba el plan de Edu… una follada salvaje… una follada que después él se la contaría… y me excitaba… hasta demasiado… sabiendo que perdía el control… y, junto a María… hice algo que sabía que era un riesgo… me acerqué más a ella… y la besé en la mejilla, los dos frente a Rubén, y antes de que pudiera ella sorprenderse de mi acto, acaricié su cara y quise besarla en los labios. Y un “qué haces” salió protestado de su boca, pero no me detuve… no me detuve porque mi excitación mandaba… y la hice girar un poco y quise que mi lengua topara con la suya… y el beso era rechazado.

Y si Rubén no entendía nada, menos entendió aquello, y entonces, frente a María, y cuando creía que ella diría alguna frase hiriente, me sorprendió, pues se pegó a mí, y me besó, y sus manos fueron a mi cara y abrió su boca y yo abrí la mía y en seguida sentí su lengua viva y húmeda. Y sentía la electricidad y excitación de besarla, sabiendo que él nos observaba, y yo disfrutaba de su beso… y tardé en entenderla lo que tardó ella en girarse un poco… y sentía que ella abría los ojos y le miraba a él, mientras me besaba, buscando provocarle, o encenderle, o las dos cosas.

Allí, en el medio del salón, junto a la mesa de centro, nos besábamos, de pie, frente a un Rubén que, sentado, nos observaba y cruzaba miradas con una María lujuriosa, en lo que entrañaba un juego diferente al que debía ser.

Mis manos fueron entonces, nerviosas pero decididas, hacia los pechos de ella, sobre su pueril uniforme, y noté los pezones durísimos bajo la camisa y sus pechos tersos marcando la ropa, y no entendía cómo Rubén no había disfrutado de aquel tacto. Y ella comenzó a colar sus manos bajo mis holgados calzoncillos, y en seguida supe que hacía por no sacarla, por no liberar mi exiguo miembro; supe que no quería mostrarme, pues hacerlo sería decirle a Rubén el motivo real y original de su presencia allí, y no era eso algo que María, ni yo, quisiéramos revelar.

Notaba la mano fría de María sobre mi miembro caliente y húmedo… y pronto me pajeaba con dos dedos, por dentro de mi calzoncillo, siempre con cuidado de no descubrirme… Y yo seguía aferrado a sus pechos y a sus besos… y me embriagaba su olor, y el de su melena, y sentía a la María de siempre, pero a la vez una desconocida, una María intermedia, ni la mía ni la que era con Edu… Y le oía a él beber… oía el contoneo de los hielos y mi corazón palpitar, cuando, de repente, ella se dio la vuelta, evitando desvelar mi secreto, y se quedó de pie, frente a él, y yo tras ella… y… comenzó a levantarse la falda con cuidado.

Ella le miraba, le retaba con la mirada, mientras me ofrecía a mí sus nalgas desnudas y acababa por mostrar el tanga azul que Edu había mancillado y encharcado con su semen la semana anterior.

Posé mis manos en sus nalgas y sentí su culo terso y algo pegajoso, como si hubiera sudado excitación allí, como una zona erógena más. Y me deshice de mi camiseta y pegué mi pecho desnudo a la espalda de María, notando la suavidad de su camisa en mi torso… y la rodeé con mis brazos… y mis manos fueron a sus pechos… y ella llevó sus manos atrás, a mi cadera, como haciendo porque nuestros cuerpos se pegasen más… y él entendía al fin algo, y posaba su copa, y se disponía a retirar un poco sus calzoncillos y pantalones, más tranquilo, por no sentir ya el peso de tomar él las decisiones.

María sollozó entonces un gemido exagerado, sobreactuado, como si estuviera sintiendo mi miembro entre sus nalgas, y sí lo sentía, pero yo sabía que lo agigantaba. Y yo intenté desabrochar alguno de los botones de su camisa, y lo conseguí, no sin dificultad, un par de botones intermedios, manteniendo su corbata anudada y su camisa por dentro de la falda, y, mientras lo hacía, veía por encima del hombro de María cómo Rubén liberaba su miembro por completo, y se lo sujetaba para que apuntase al techo: de nuevo húmedo, ancho, pero semierecto, y su barba no podía ocultar unas mejillas sonrojadísimas, y sus faros azules no podían ocultar lo rojizo de sus ojos por su embriaguez.

Yo, indudablemente tenso, pero tan excitado que actuaba lo más profundo de mí, alargué una de mis manos y la colé por el hueco de dos botones que había abierto por la mitad de su torso, y aquella mano se infiltró hasta acariciar uno de sus pechos bajo su camisa blanca, y me encontré con una teta dura e hinchada…. y con un pezón, tan férreo y rígido, que me sobresalté en un temblor y en un suspiro; y mi miembro, pegado a su culo y casi encajado entre sus nalgas, palpitó, golpeando su elegante y minúsculo tanga. Y María se dejaba acariciar, y suspiraba, y yo acariciaba una teta por encima de la camisa y la otra por debajo, en un abrazo extraño… y me deleitaba con los dos tactos y casi me impactaba tanto el pezón que rasgaba la camisa como el desnudo que rasgaba mi mano.

Y sí creí ver entonces que la polla de Rubén crecía, y él nos miraba, sobre todo a ella, y ella movía un poco su cintura… y llegó a hacer un escorzo, girando su cuello, para besarme, y su lengua me atacó, encendida, y seguía con su movimiento sutil de cadera… y su lengua húmeda jugaba con la mía y yo apretaba sus pechos… hasta que cortó el beso… y volvió a mirarle a él, y jadeaba sobreactuada.

Y yo saqué entonces uno de sus pechos por la apertura de su camisa, con grandilocuencia, y su teta brotó libre y exagerada… y él se agarró la polla en el momento en el que yo le ofrecí aquella exuberancia con aquella areola extensa y aquel pezón brutal… y así, con una teta matándole y con la otra tapada, me atreví a llevar dos dedos a la boca de María, dedos que se posaron en sus labios y ella accedió a chupar… y, tras humedecerlos, los dedos volaron a su areola expuesta y jugué allí con su saliva y con el tacto de su pezón, y María susurró un “Ufff…” que hizo palpitar la polla de Rubén…

… y después volví a llevar aquellos dedos a su boca, y ella los chupó, mirándole, mientras él ya se pajeaba. Y mis dedos fueron entonces a su otra teta, a la tapada, esparciendo aquella saliva viscosa y caliente sobre la tela blanca, haciendo que la camisa se deshiciese, transparentando pezón y areola, en un exceso morboso y asfixiante, que hizo resoplar a Rubén… que veía los dos pezones marcados, el desnudo y el oculto, las dos areolas húmedas… y la mirada de María, entre mis brazos, con su movimiento de cadera y sus quejidos… vestida de aquella manera absurda y exagerando sus gemidos… pero matándole a él y matándome a mí… Y volví a mojar en su boca, y después en un pezón, y después en otro, y pude ver cómo un hilo de saliva quedaba colgando de su labio, como había sucedido en el coche… y ella, de nuevo, no hacía nada por limpiárselo… y quizás quiso compartirlo, pues volvió a girarse hacia mí, volvió a invadirme con su lengua, y yo volví a sentir su lengua húmeda y sus labios calientes, mojados y carnosos… pero esta vez, tras cortar el beso… me susurró en un gemido: “Fóllame…”

Y yo dudé de si él habría escuchado aquel susurro, pero ella entonces quiso dejarlo todo claro, y con voz igual de lujuriosa, pero en tono más alto, dijo:

—Fóllame hasta que se le ponga dura.

Sabía que ella no me deseaba de aquella manera exagerada. Sabía que aquello era un papel para encender a un Rubén que constituía en sí la obediencia a Edu, pero mi polla, asomando por mi calzoncillo, parcialmente oculta por su falda, encajada entre sus nalgas y lagrimeando sobre su delicadísimo tanga, lo único que quería era obedecer a aquella última petición.

Ella volvió su cara hacia adelante y yo no sabía si le miraba a él o a aquella polla que ya ofrecía una dureza servible. Y ella flexionó un poco las piernas, con la evidente intención de que yo la penetrara así, los dos de pie, sin siquiera apoyarse en la mesa de centro. Y yo dudé en quitarme los calzoncillos, pero temí que con la operación él pudiera ver mi miembro mínimo. Así que di medio paso atrás, me la sujeté con una mano, la saqué del todo por la apertura del calzoncillo, retiré toda la piel hacia atrás y después usé ambas manos para intentar recoger su falda en su cintura. Cuando, de repente, una voz ebria y entrecortada susurró:

—Joder… Fó… Fóllatela…

Alcé entonces mi mirada y vi al emisor de ese murmullo que había sonado enfermizo, y le vi, ardiendo, sonrojado, sofocado, pajeándose lentamente, de una forma extraña, como en un singular movimiento inverso, y mirando a una María que se inclinaba hacia adelante y que buscaba, ahora sí, apoyar sus manos de alguna manera en la mesa.

María también alzó la vista tras escuchar aquel sorprendente afán extravagante de Rubén, pero no dijo nada, y posaba las palmas de las manos sobre la mesa, frente a él, al tiempo que yo conseguía recoger su falda en su cintura y apartaba un poco su tanga… y aparecía ante mí su coño… como no lo había visto nunca… pues ya brotaba abierto, abiertísimo, con sus labios apartados… de una manera tan impactante como intimidatoria… Su coño lucía tan abierto como si acabara de follar… y comprendí entonces el deseo que llevaba acumulando desde que había presenciado cómo Edu se había follado a aquella cría.

Mi polla dura, en horizontal, no podía ser vista por un Rubén que masturbaba su miembro y movía levísimamente su cara, en algo que no llegaba a ser un tic, pero que también resultaba extraño, y entonces María movió su cuello, inquieta, y su melena ondeó, y se gustó… a pesar de estar ridículamente disfrazada, con su corbata colgando, como lo hacía también una teta desnuda y la otra oculta, y ambas con sus pezones empapados.

—Dios… Fóllatela… —volvió a suspirar Rubén, en lo que fue ya un jadeo desesperado y casi irrisorio, y María quiso colmarle a él, pues sabíamos que yo no podría colmarla a ella, y pude ver cómo echaba su cuerpo un poco hacia atrás, buscando mi polla.

Y la sujeté por la cintura con una mano y dirigí mi miembro con la otra, flexioné mis piernas y me incliné hacia adelante; y después miraba hacia abajo y veía mi avance… y veía cómo me abría camino y cómo rozaba aquellos labios apartados con la punta, y sentí un tacto que me hizo suspirar… solo por notar aquel labio blando en mi glande… y después comencé a enterrarme… sintiendo un calor inmenso… y notaba una humedad y una extensión exorbitante… y la penetraba… hasta el fondo… hasta que mi pelvis dio con su culo… y ella acompañó aquel exiguo recorrido con un “Uf… Ahmmm” que sonó puro y que él creyó, y entonces un “Joder…” infartado, volvió a ser expulsado de la boca de Rubén.

—Qué… bueno… —jadeó verosímil María, y bajó la cabeza, como entregada al placer, y allí jadeó otro: “Dios… qué bueno…” y después alzó la mirada y su melena flotó, y yo podía ver cómo conectaba con la mirada de él, y él fruncía el ceño y la miraba, y yo la penetraba, adelante y atrás, y sentía calor, y placer, y sobre todo humedad y amplitud… y entendía, una vez más, que María, y su coño, estaban llamados a algo mucho mayor.

Yo buscaba movimientos amplios, en aquella ficción de que portaba algo que la colmaba, y la sujetaba por la cintura con una mano y mantenía su tanga apartado con la otra, y ella alzaba la mirada, y se apoyaba con las dos manos, y a veces solo con una, usando la mano más presta para acariciar la teta que caía desnuda. Y él miraba esa caricia en esa teta colosal, y su otra teta oculta, y observaba impactado su mirada lujuriosa y su boca entreabierta y sus jadeos… que ya resonaban con unos “¡Uff…!” “¡Ahmmm!” que venían acompasados con cada metida, y le mostraba que se fundía de placer por mi polla… y que se sentía increíblemente sucia porque él lo estuviera viendo; y cada caricia a su teta, y cada mirada, irradiaban una obscenidad turbia que hacían que su polla luciera por fin durísima.

Y aquella dureza fue advertida por María, la cual, tras un sonoro “¡Ufff… Dios…!“ por una metida mía, susurró, mirándole:

—¿Te gusta… ? Se te pone dura…

Ante eso, él, aparentemente superado, no respondió, y entonces ella usó su mano para desabrocharse otro botón, y se apartó un poco la camisa, de tal forma que ahora ambas tetas caían libres y enormes, con la corbata en el medio… y comenzó a acariciarse una, y luego la otra, y yo jadeaba, suspiraba y echaba la cabeza hacia atrás, sintiendo el calor de su coño en un placer inmenso. Y entonces él, en un intento de mostrar tranquilidad, se hizo con la copa que yacía cerca de la mano apoyada de María, y se la llevó a la boca.

Y bebía y miraba cómo ella se quejaba en lamentos a cada metida, en aquellos “¡Ahmmm…!” “¡Uhmmm!” “¡Dioos…!” y yo me enterraba en ella, y su melena aquí y allá, y su cintura moviéndose conmigo, cooperando los dos en que la penetración pareciera prolongada… y tras un “¡Ahhmmm… jo-der… qué… bueno…!“ gemido, casi lloroso, por ella, no pudo evitar molestarse por cómo él bebía de su copa y la miraba, pretendiendo proyectar un falso dominio.

—¿Está buena… la copa…? —preguntó ella, de forma extraña, siguiendo con el vaivén de mis penetraciones.

—Estás buena tú —respondió él.

—¡Ahmmm! ¡Hummm…! —jadeó entonces María, y a mí me costaba mantener los ojos abiertos del placer que sentía, y Rubén posaba de nuevo la copa.

—¿Has traído… condones? —preguntó ella entonces, entre jadeo y jadeo.

—Unos cuantos —respondía él, ebrio, pero aparente y súbitamente más seguro.

—Así… ¡Ahmmm…! ¡Dios…! Así me gustas más… —gimió ella, acariciándose de nuevo una teta, y mirándole.

—¿Así cómo? —preguntó él, reiniciando su paja.

—Así… ¡Ahmmm! ¡Dios…! Así… Crecidito…

Se hizo entonces un silencio y yo resoplé y miré hacia abajo, y pude ver el vello púbico de María mojado, con algunas gotas que no sabía de quién eran… y saqué mi polla del todo… y la vi blancuzca, embadurnada… sí claramente de ella, y me estremecí, sabedor y redescubridor de su potencia sexual… y la volví a invadir… y ella jadeó, premiándome, calentándole… un “¡Ahhmmm! ¡Qué bien me follas…!” Que volvió a sonar verosímil e impactante… y ella le seguía mirando… miraba su paja extraña, su polla dura, su cuerpo enorme, sus abdominales abultados y su mirada sucia… Y de nuevo su mano a acariciarse una teta, y de nuevo su melena moviéndose con engreimiento… con una extraña prepotencia… como si no estuviera fingiendo sus gemidos, ridículamente disfrazada de colegiala, y todo por encender a aquel hombre que venía enviado por el que de verdad ella querría que la estuviera follando.

—Mmm… La tienes dura ya… —jadeó María y él gimoteó:

—Sí…

—¡Ahmmm…! ¡Dios…! Me… ¿Me vas a follar bien… con eso…? —preguntaba ella, entre quejidos morbosísimos, y yo ya no sentía apenas nada en el calor y extensión de su coño encharcado.

—Sí… —volvía a responder él, algo menos seguro, como si la inminencia de la llegada de María le volviese a hacer dudar.

—¿Y… se lo vas a contar a Edu…? ¡Ahmmm…! ¡Mmm…! ¡Dios…!

—Sí… —resopló él, tragando saliva.

—Y… Por qué no le llamas… y me folláis los dos… —jadeó y yo la penetré hasta el fondo y resonó el sonido líquido de su coño, y ella movió su cintura en un círculo completo, haciéndome cerrar los ojos.

—Me… dijo que quizás me lo pedirías… y que te dijera que no —respondió él.

—No te lo he… pedido… ¡Mmmm…! —jadeó María, moviendo ahora ella su cuerpo adelante y atrás, en movimientos cortos para que mi polla no se saliera.

—Lo… acabas de hacer —dijo él, ardiendo, sudando, y echando toda la piel de su polla hacia atrás, buscando que su pollón y sus palabras disimulasen su nerviosismo por verse cerca de follarla.

María, afrentada y burlada por las últimas frases de él, seguía moviéndose adelante y atrás, y seguía gimoteando unos quejidos que sonaban tan morbosos que me dejaban sin respiración, y yo escuchaba su coño, su humedad… en aquellos sonidos inundados hasta lo obsceno, y miraba hacia abajo y veía sus labios apartados y mi polla ocultándose y mostrándose… con el tronco blanquecino por toda la excitación caliente y pringosa que emanaba de María, que, echándose hacia atrás con más fuerza, tanto que se pudo escuchar el sonido de nuestros cuerpos chocar, susurró:

—Me… ¿Me la vas a meter por el culo…? ¡Ahh…! ¡Dioss…! Es… ¿Es ese… vuestro… plan…?

—Sí… —dijo él entonces, continuando con su paja y terriblemente afectado, de nuevo con aquel extraño espasmo en su cuello y con su rostro enrojecido.

—Pues… ponte un condón… Ya.

Tan pronto escuché esa frase sentí como si un espasmo agitase todo mi cuerpo; cerré los ojos, y pude notar una gota saliendo de la punta de mi miembro y depositándose en el interior de María, y tuve que agarrarla con firmeza, por la cintura, evitando que siguiera moviéndose… para no correrme. Ella, quieta, entendía lo que me acababa de pasar, y después se echaba hacia adelante, con cuidado de que yo no sintiera demasiado, y yo miraba con los ojos entrecerrados, cómo un Rubén, nerviosísimo, alargaba su mano hasta llegar a la cartera que había en la mesa de centro, en busca de condones.

Y María aprovechó el movimiento de Rubén para salirse por completo de mí, incorporarse, girarse, y arrodillarse frente a mí, siempre con cuidado de que él no pudiera descubrir nuestra farsa.

Antes de que me pudiera dar cuenta él rebuscaba en su cartera y sacaba un preservativo, y María le daba la espalda, tapando con su cuerpo mi polla, que, empapada y marcada por ella, le apuntaba a la cara. Y yo no sabía qué pretendía, y entonces soltó su camisa de su falda, posó sus manos en mis muslos, y me miró, y yo creía que me premiaba, pero me humilló, y es que movió su cuello hacia adelante, en un movimiento largo, y más de la mitad del movimiento lo hizo en el aire, fingiendo ante un Rubén, que se ponía un condón, que mamaba una polla larga… y solo en el último tercio del recorrido ella me alcanzaba realmente… y yo sentí calor y jadeé…

… jadeé y resoplé por sentir su boca envolviendo mi miembro, hasta el fondo… y sentí su lengua golpeándome y sacándome una gota que ella tuvo que sentir en su boca… y me la comía, hasta los huevos, sin usar las manos… y después volvía a retirar su cabeza, en aquel movimiento largo… y yo apoyaba mis manos en su pelo, y tiritaba y temblaba. Y con los ojos entrecerrados veía cómo ya lucía la polla enfundada de Rubén… polla que penetraría a María… a una María que fingía que chupaba una buena polla… y que hacía ruido al devorarme… en unos resoplidos ahogados y líquidos… y yo sentía que explotaba, y ella lo sabía, y seguía con su mamada chorreante, y yo miraba hacia abajo y veía su cara sonrojada, sus tetas enormes y hacia adelante, y sus exagerados movimientos de cuello… y entonces ella retiró otra vez su boca, y un hilo denso de saliva hacía de puente entre sus labios y mi polla, y me susurró:

—Pajéate…

—Qué…. —pregunté infartado.

—Pajéate. Mánchame.

Y tan pronto escuché aquellas dos palabras me llevé la mano derecha a mi miembro y ella llevó sus manos a sus tetas, las cuales recogió por abajo, como ofreciéndomelas, con una extraña ternura, y acercó más la cara y yo moví mi mano, adelante y atrás, una vez, otra vez, y veía su corbata entre sus tetas y me vino un olor intenso… a sexo… y sentía que podía hasta oler en mi polla el olor de su coño… y María miraba hacia arriba, ladeaba la cabeza, su melena larga ondeaba, y me ofrecía su cara y sus tetas… y Rubén acababa de ajustarse aquel condón… ya dispuesto a follarla con aquella polla que me parecía enorme… Y sentí de golpe un torrente de calor y placer inmenso al tiempo que ella movía su cabeza, su melena, y me miraba, y mantenía sus tetas dulcemente recogidas en sus manos…. Y un “¡Ahhh…!” salió gemido de mi boca y quise cerrar los ojos pero más deseé ver cómo la manchaba… y vi una gota espesa y blanca saltar hasta su mejilla… y otro “¡Aahhh!” fue jadeado y ella acogía, con los ojos abiertos, incitándome, un segundo chorro que impactaba en el mismo sitio, acumulándose allí un chorretón espeso y blanquísimo… y otro “¡Ohh…!” fue desvergonzadamente jadeado y varias gotas sueltas salpicaron sus tetas y su corbata… en una corrida algo escueta pero increíblemente placentera, liberadora y blanquísima, que mancillaba su mejilla y un poco sus pechos… y cuando las gotas ya no salpicaban sino que brotaban mínimas… ella acercó su boca y besó y restregó sus labios por la punta de mi polla, impregnándose de aquel líquido viscoso… arrancándome con sus labios sellados todo aquel semen que salía rezagado y más diluido y transparente.

Y me acabé echando un poco hacia atrás, vacío y exhausto. Y ella se puso inmediatamente en pie, se tocó la mejilla manchada, un poco, como si dudara si limpiarse… pero no lo hizo. Y después llevó las manos a su tanga, se lo quitó, y así, con sus labios embadurnados y con un chorretón blanco en su mejilla, me abandonó y se giró hacia él…

Con aquellos zapatos que no eran suyos, los calcetines hasta las rodillas, la falda tableada, su tanga en la mano, la camisa abierta menos el botón de más arriba y la corbata aún puesta… caminaba hacia él, y él, petrificado, ni respiraba, y ella se subía a horcajadas… y él asistía a cómo ella, manchada… le agarraba la polla, le miraba… se levantaba un poco… apuntaba… se separaba los labios del coño con la punta de aquel pollón enfundado en aquel látex transparente… y se enterraba… y él jadeó un “¡Oohhhh…!” desgarrador y profundísimo… Y ella subió otra vez, del todo, hasta casi salirse, y se volvió a enterrar… hasta el fondo y otro “¡¡Ohhhh!!” fue acompañado de un agradecido “¡Mmmm…!” de ella… no fingido, y satisfecho… y yo supe por su lamento sentido que aquella polla sí la colmaba… y oculté mi miembro empapado bajo mi calzoncillo y me acerqué hasta ver cómo ella, con su mejilla manchada por mí, le montaba opulenta y exuberante… enterrando y desenterrando aquella polla ancha que se veía, desde atrás, envuelta por los carnosos labios de su coño… y se podía ver hasta pelos brillantes de su vello púbico que brotaban hacia fuera, apartados por el miembro contundente que la penetraba.

Se miraban, y él no sabía dónde poner las manos, y un “¡jo-der…!” salió jadeado de su boca al tiempo que María movía su cadera adelante y atrás y le mostraba sus labios embadurnados. Y se pudo ver una gota que descendía del antiguo charco blanco de su mejilla, que era ahora un latigazo horizontal… y descendía por su rostro… hasta quedar colgando de su cara… Y ella entonces posó su delicado y mínimo tanga sobre el basto y duro pecho de él… y la corbata se encajaba entre sus tetas… y sus manos fueron de nuevo a su pecho, y es que ella se apartaba la camisa, se acariciaba las tetas y le montaba, con la cara manchada… y jadeaba unos “¡Ahhhh…!” y unos “¡Aaahhh…!” “¡Jo-der…!” entregados y sentidos… María se follaba aquella polla, de aquel hombre enorme… gustándose y matándole… Y entonces una gota de semen se descolgó de su rostro hasta caer en una de sus tetas… y aquella gota, tras caer, quiso seguir bajando… y descendía de su teta por su vientre, y ella cogió su tanga y limpió aquella gota blanca, siempre mientras le cabalgaba y gemía, con los ojos casi cerrados, y con sus tetas y todo su cuerpo adelante y atrás… y otra gota se descolgó de su mentón y cayó sobre su camisa… y volvió a usar el tanga para limpiar su camisa… y después su teta desnuda… se restregaba el tanga por su teta, limpiando lo que caía de su mejilla… en un alarde de obscenidad que comenzaba a ser demasiado para aquel chico… que resoplaba y cerraba los ojos… y llevaba sus manos al culo de ella, bajo la falda, y se veía completamente al límite, al minuto de ser montado… Y ella jadeó entonces:

—¿Te gusta… follarme… ?

Y él resopló y se atrevió a llevar sus manos por fin a sus tetas, cada mano a una, y las acarició, intentando colmarlas, y ni sus enormes manos eran capaces, y ella seguía, adelante y atrás y susurró de nuevo:

—Te gusta follarme… eh…

Y él sentía que no podía más, y su torso, su vientre, sus abdominales, se contraían, y yo miraba a María, con sus ojos entreabiertos y semen en sus labios, con aquella mancha blanca en su mejilla y con sus tetas acariciadas por él… y sabía que le mataba, que nadie podía aguantar aquello… Y entonces ella le apartó las manos, y se inclinó hacia adelante… y sus pechos, que se bamboleaban por aquella montada exuberante y presumida, se volcaban cerca de la cara de él… y no pudo resistirlo, a pesar de que tenía que saber que era un error, y apartó un poco su camisa hacia un lado y su corbata hacia otro y recogió una de sus tetas con una mano… y se incorporó un poco hasta conseguir besar allí, y lamió aquella teta al tiempo que María me miraba, se gustaba, conectaba conmigo, me hacía feliz… y gimoteaba un “¡cómemelas… cabrón…!” y él lamía aquel pezón, lo devoraba… lo hacía brillar y después mordía en aquella teta…

… y se pudo escuchar un lamento, un quejido por aquel mordisco… un “¡Au…!”, “¡Ah…!” morbosísimo de María… y ella no solo no le apartó sino que llevó su mano que no guardaba su tanga a su cabeza rapada… para que siguiera comiendo… y me miraba y le montaba mientras él mordía… y él se daba cuenta de que era demasiado y apartó su boca y susurró, a toda velocidad, un “¡me corro… Dios… me voy a correr…!”, y ella siguió con aquel movimiento… y después se retiró un poco, y su teta apareció enrojecida, mordida, babeada y ultrajada… y posó sus manos en el abdomen de él, y se quiso vengar de su mordisco y cambió su movimiento de adelante y atrás por el de abajo y arriba, para acabar de matarle… y yo veía cómo enterraba y desenterraba aquel pollón… cómo su coño abrazaba aquella polla que se deslizaba con una suavidad impactante… y cómo sus labios le envolvían… y sus pechos subían y bajaban, casi rebotando entre sí, con la camisa abierta y la corbata en el medio, en una imagen ridícula y poderosa a la vez…

… y ella echó entonces su cuerpo y su cabeza hacia atrás, y su melena caía por su espalda… haciendo que sus pechos se esparciesen por su torso… en un alarde de lujuria… y entonces volvió a llevar su rostro hacia adelante y jadeó un entero, enterísimo: “córrete ya, cabrón…” y él convulsionó, y ella insistió: “eso es, córrete de una vez…” y él alargó sus manos y, con sus ojos cerrados, se aferraba a sus tetas y ella abrió más su camisa y se dejó acariciar y apretar, con su camisa abierta, su corbata entre las tetas, sus pechos hinchados, sus pezones enormes y su melena a un lado y a otro… Y le montaba, gustándose… humillándole en apenas tres o cuatro minutos… y le humillaba a pesar de estar ella manchada de semen en la cara y a pesar de aquel ridículo disfraz… Y hacía que se vaciase con sus movimientos de cadera y jadeaba unos “¡Ahhh!” “¡Ahhh!” “¡Sííí…!” “¡Córrete…!” “¡Cabrón…!” “¡Có-rre-te…!”, que se solapaban con unos “¡Ohhhh!” “¡Ohhh!” casi gruñidos por él, y vi con nitidez cómo ella se salía casi del todo, todo menos la punta… y una vez así hacía un círculo con su cintura… y se podía ver aquella polla explotar y se podía suponer cómo chorros espesísimos exigían la punta de aquel látex… y veía más de la mitad de aquella polla gorda convulsionar y descargar desesperada… y la cara de María, desencajada de placer con aquellos triunfantes y orgullosos “¡Ahhh!” “¡Ahhhh!” “¡Eso es…!” “¡Dioos…!” que marcaban el fin del orgasmo de aquel chico… que temblaba compungido y superado… y víctima de un mensaje sádico que no era realmente para él, sino para Edu.

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