LOLA BARNON
Positano
(Andrés)
Me despierto de forma perezosa, con los ojos cansados y somnolientos. El sol entra de forma apabullante por la ventana, que está un poco abierta. Se mueven ligeramente unas cortinas no demasiado gruesas, pero de color opaco.
Noto los dos cuerpos a mi lado. El de Macarena a mi derecha y el de Eva a la izquierda. Ambas están dormidas profundamente. Respiro y me froto los ojos. Me cuesta un poco abrirlos. Ayer nos dieron casi las cuatro de la mañana. Salimos a cenar los tres a un coqueto restaurante y terminamos teniendo sexo en conjunto. Me lo esperaba desde que Macarena me insinuó o preguntó si me gustaba Eva. Ni es la primera vez, ni me voy a escandalizar por ello. La gente busca formas de excitarse, de sentirse transgresora por unos instantes y esta manera es una de ellas. Una más…
Me estiro y desperezo con lentitud, sin molestar a ninguna. La casa está en un completo y acogedor silencio. Me incorporo y miro el reloj de mi teléfono móvil. Son las diez y cuarto de la mañana. Compruebo, y hace que una sonrisa se estire en mi cara, que tengo un mensaje de Vicky. Me lo ha puesto a las nueve y media y es una foto con ella caminando por la playa. Debe hacer una ligera brisa porque el pelo se ve extendido de forma casi horizontal en dirección contraria al mar. Viste unos pantalones blancos de deporte cortos, una camiseta gris de tirantes y una espléndida sonrisa. Como texto, un simple, escueto y cariñoso: «un beso, cuando te despiertes»
Le contesto con un texto más alargado. Dándole los buenos días y excusándome de no mandar una foto porque me acabo de despertar y no quiero que se asuste. Estoy despeinado y con cara de sueño, le digo.
No tardo en recibir una respuesta.
«Me daría igual. Te comería la cara, niño.»
Nos mensajeamos durante un par de minutos. Ambos nos echamos de menos, nos decimos que nos gustaría estar juntos y nos preguntamos, de pasada, como si en realidad quisiéramos evitarlo, pero nos fuera imposible, cómo van el tema con nuestros clientes.
Me he levantado de la cama y estoy en ropa interior, de pie. Cuando me despido de ella, miro por la ventana del dormitorio. Macarena se ha movido ligeramente, pero un segundo después, se queda completamente quieta, de nuevo. Eva, sigue tumbada boca abajo, desnuda y también dormida.
El día es maravilloso. No abro mucho las cortinas que dejan pasar una levísima y tenue brisa templada, que llega del mar. Está terso como un cristal, sin una ola más alta que otra. La costa se siluetea en una sucesión de escarpados riscos, llenos de casas y villas, limitadas por serpenteantes carreteras. Me digo que tengo que traer a Vicky aquí, conmigo, en cuanto podamos permitírnoslo. Cierro los ojos y me imagino allí con ella, apoyada en mi pecho y con mis brazos alrededor del suyo.
Salgo del dormitorio y me dirijo a la cocina a prepararme el desayuno. Algo de jamón york y queso, junto con un café italiano que me sabe a gloria bendita. Suelo comer más proteínas que hidratos, y ayer, la pasta para cenar, cumplió el cupo que me asigno diariamente. Lo mismo que incumplí también el de azúcares con el postre; un gelatto para Macarena y un par de tiramisús para Eva y para mí.
Tener una dieta proteínica y corta de hidratos, azúcares y grasas, me sienta bien. Es una forma de mantener tonificado el cuerpo. No sé si es la mejor, pero un compañero dominicano, un tal Willy, que ha estudiado algo de nutrición —o eso dice— me lo aconsejó. En ese momento, me acuerdo de él, dicharachero, gracioso, ligón empedernido y siempre dispuesto a entablar conversación con mujeres. Es bueno en el trabajo, pero muchas veces se le van los ojos detrás de alguna y olvida que se gana la vida cobrando por lo que en ese momento está haciendo gratis. Con él, recuerdo, estuve con Mamen, en una especie de recibimiento que le hicimos a Nico cuando regresó de un viaje de fin de semana. Me pregunto qué será de él. Desde que vi a Mamen con ese otro chico, de vez en cuando me viene Nico a la memoria y siempre me pregunto si seguirán juntos o no. Tengo la sensación de que ya no lo están…
La casa sigue en completo silencio por lo que salgo a la terraza y me siento a contemplar el mar, azul e inmenso. Disfruto despacio del sabor del café y lo paladeo con los ojos cerrados. Ayer fue un día intenso, o más bien, la noche.
Macarena sabe vivir bien. Ha escogido una villa sensacional y seguro que nada barata, para pasar unos días con una amiga y yo. Ayer, en la cena, me enteré de que Eva, su acompañante, se ha divorciado hace cuatro meses y que su marido se ha ido con una compañera de trabajo con la que, al parecer, llevaba liado casi dos años. Nada nuevo bajo el sol.
El vino de la cena, y las dos copas que nos tomamos en un bar cercano, hizo que nos lo pasáramos bien. Yo, en realidad, solo me tomé una, y por la mitad. Del vino, algo más pero sobre todo dieron buena cuenta Macarena y Eva, sin objeciones ni dudas.
En el coche de vuelta, Macarena le cogió una mano a Eva e hizo que me acariciara. Reconozco que fue morboso y sensualmente atractivo. Eva es más delgada de lo que parece a simple vista, con un cuerpo fibroso, duro y cuidado. Tiene unos pechos pequeños, pero firmes, y unas caderas sinuosas. El vientre plano, sin que sea de gimnasio y especiales cuidados, pero atractivo. No llega a los extremos de Macarena que a todo lo anterior, suma atenciones, retoques y operaciones estéticas que la realzan. Entre risas y bromas, llegamos a la villa y nos fuimos directamente a la cama.
No sabía, ni sospechaba, que Macarena pudiera tener relaciones con una mujer. Aunque, debo decir que lo que hicieron entre ellas, mientras también se acostaban conmigo, fueron más bien juegos y no tanto sexo completo y real. Se besaron, acariciaron, sonrieron de forma pícara y consiguieron excitarme. Macarena es atrevida y le gusta provocar, con lo que no me sorprendió en ella.
Yo, al ser Macarena mi cliente, intenté ser atento y hacerla gozar más a ella, pero quiero pensar que el vino y el momento excitante en que nos embargamos los tres, hizo que todos nos termináramos concentrando en el cuerpo que en ese momento estaba más cercano.
Las dos me la chuparon, cada cual a su estilo. Macarena más firme y agresiva. Eva, un poco más retraída al principio, y más sensual cuando se olvidó de complejos y vergüenzas. A ambas les besé, lamí y succioné, pezones, ano y vagina. Pulsé ambos clítoris a la vez y por separado, con tranquilidad o vértigo acelerado, según el instante. Y, por supuesto, a ambas las penetré en al menos, dos ocasiones a cada una. En ese aspecto, Macarena es más silenciosa, menos estruendosa que Eva, que, al menos por lo que me dijo entre embate pélvico y caricias, se había desatado.
—…hace mucho que no estoy con un tío tan bueno como tú, y por eso me he puesto tan perraca.
Me hizo gracia la expresión, algo poligonera, dicha en la boca de una mujer con estudios, madre, y trabajo en una multinacional de las telecomunicaciones. No lo esperaba, pero bien es cierto que tampoco el trío, ni la predisposición y química que los tres alcanzamos a lo largo de la noche.
Sonrío pensando en ello mientras doy el último sorbo de café. Me dirijo a mi dormitorio, al que me han asignado para que deje mi ropa y equipaje, y en donde pueda descansar a solas los ratos en que no estoy con Macarena. O con ambas, porque tengo la sensación de que no será el último espectáculo sexual que nos demos. Me visto con ropa de deporte, unas zapatillas, gafas de sol, y cojo los auriculares de mi móvil.
Salgo en silencio a la zona en donde está aparcado el pequeño deportivo y comienza la empinada carretera que, por un lado desciende casi hasta el mar, y por el otro, asciende todavía más, prometiendo mejores vistas de las que tenemos en nuestra villa.
Me decido por este última opción y comienzo un trote mediano que me haga ir cogiendo ritmo. Me noto cansado por la noche de ayer, con el cuerpo más laxo y menos vigoroso. Pero sé que necesito hacer deporte, que, entre otras cosas, suele mejorar mi comportamiento sexual. La dilatación de los vasos sanguíneos, el control de la secreción de insulina y los beneficios cardiovasculares, son buenos para los que trabajamos en el sexo. Eso sin contar con la autoestima que se alcanza si llegas a la meta propuesta. Todo influye en el sexo, y como profesional que soy, así como en educación física y deportiva, sé las relaciones que hay entre ambas cosas, y los beneficios que se obtienen practicándolas en conjunción.
De todas formas, mientras voy trotando cuesta arriba, me río yo mismo recordando la última noche; ha sido algo más que una mero disfrute sexual típico con una cliente. Las dos mujeres, casi turnándose, me fueron obligando a irlas satisfaciendo casi de forma continuada durante las dos horas que duré en plena forma.
Ambas se corrieron un par de veces de forma amplia, con orgasmos generosos, que debieron recorrer su cuerpo como un calambre, desde los pies hasta el cabello. Sé cómo son los que experimenta Macarena, porque ya son muchas ocasiones las que los he provocado. Por lo tanto, cuando vi esas manos agarrar las sábanas, clavarme las uñas en la espalda y gemir más alto de lo que ella suele hacer, supe que estaba disfrutando completamente de la noche. Los de Eva no los conocía hasta ayer. Al menos los que vi, también dos, fueron largos, con combinación de gemidos, suspiros y alguna exclamación que, seguro, escucharon los vecinos de la villa situada a unos ciento cincuenta metros de la nuestra.
Vuelvo a sonreír y sigo notando a mi cuerpo algo reticente por el cansancio y las energías consumidas en los cuatro clímax a los que llegué en esas dos horas. Una vez con cada una de las bocas y manos de Macarena y Eva, y otras dos penetrándolas con ritmo acelerado, continuado y firme. No es que siempre lo haga así, sino que hice lo que ambas clientes me pedían con sus gestos y expresiones corporales.
Estoy acostumbrado y entrenado para ver ese tipo de cosas. Quizá por ese motivo no me falta trabajo. Sé leer en las caras, manos, bocas, miradas, cinturas caderas y vientres, lo que mi cliente me solicita sin palabras.
Procuro quitarme las imágenes de las dos mujeres y la noche de sexo, concentrándome en el esfuerzo que me supone correr a un trote ya más acelerado y continuo, cuesta arriba, por el arcén de la carretera. Lo consigo, a medida que noto que el sudor me perla la frente y los músculos de mis brazos y piernas. Empiezo a sentirme bien, reconfortado con el ejercicio y continúo durante unos veinte minutos sin detenerme.
Lo hago, después de una aceleración rápida que me hace subir hasta un punto donde la carretera gira hacia la izquierda, y desciendo en suave pendiente unos metros con un par de dóciles curvas. Me detengo a respirar y a sentir la brisa en el cuerpo. Es relajante y agradable. La rodilla me ha avisado unos metros atrás, con un ligero pinchazo. De vez en cuando, cuando ya no puede continuar o está empezando a cansarse, noto aquello, que es un especie de advertencia para que me detenga y descanse. El esfuerzo de subir hasta allí ha sido intenso, a pesar de haber sido solo un poco más de veinte minutos, han sido sin parar y en continuado ascenso, por lo que no me extraña que me venga la punzada en la rodilla.
Cuando el sudor se me evapora por la brisa y el descanso, decido entrar en un pequeño restaurante con terraza, y que imagino, debe servir desayuno y cafés. Es pequeño, casero y parece acogedor, por lo que puedo observar mientras busco con la mirada si hay alguna mesa libre.
Los clientes leen el periódico en el móvil, ensimismados, y sin hacer caso a las excelentes vistas de un mar azulísimo, que se extiende inmenso y terso como una cama recién hecha.
Hay una mesa, pequeña y libre, en la esquina más alejada de donde estoy. No es la mejor para contemplar las vistas, pero es, a mi entender, suficientemente buena para lo que ahora quiero, que no es otra cosa que tomarme un segundo café y descansar, mientras contemplo el mar y pensar en Vicky. Simplemente eso.
Me siento y en menos de un par de minutos, se acerca una camarera con un short blanco, camiseta con la leyenda del nombre del local y un pequeño mandil atado a la cadera. Es pequeña, de gesto simpático y se mueve con brío por la terraza. Habla sin parar con alguien de dentro, que supongo es el de la barra o quien prepara los desayunos y el café.
—Ciao. Buon giorno. Cosa vuoi per colazione?
Me hace gracia que me trate de tú y que tenga un toque de desparpajo simpático. Me mira y al ver que no contesto arquea un poco las cejas. No es guapa, pero me resulta agradable por la expresividad de su cara.
—Un latte machiatto, per favore.
Sin decir nada, se va al interior y antes de entrar da la orden de mi pedido a la persona que los hace. Casi de inmediato, sale con una bandeja con tres cafés y un par de platos con sendos cornettos. De buena gana me hubiera tomado uno, pero ya he sobrepasado la cantidad de azúcar que tengo por límite para mantenerme en forma y línea. Otro día, me digo sonriendo, mientras me coloco de nuevo las gafas de sol, los airpods y me quedo mirando al mar, estirando las piernas.
No escucho llegar a la camarera, que con una sonrisa me deja un plato de postre, un vaso y el latte machiatto que es lo más parecido al café largo de leche, que tenemos en España. Me sonríe, lo que provoca que baje el volumen de la música que estoy oyendo y la mire yo con otra sonrisa, a su vez.
—Grazie molte.
Arruga un poco el entrecejo en un gesto divertido.
—Non sei italiano, no?
—Sono Spagnolo.
—Real Madrid? —me pregunta risueña mientras, coqueta, se coloca un mechón de pelo de su media melena castaña detrás de la oreja.
—Si, Real Madrid.
—Spagnolo, Real Madrid y bello. Interessante mix…
Se echa a reír y se encamina de nuevo al interior. Yo aprovecho para subir de nuevo el volumen de mi móvil y, mientras le doy un primer sorbo al café, me quedo ensimismado mirando el mar. Me imagino a Vicky allí conmigo. O en cualquier otro lugar parecido, con un mar tan extenso y azul como este. Cojo el móvil y le pongo un mensaje.
Te echo de menos. Solo me faltas tú, para que sea un día magnífico.
Y añado la foto del mar que estoy contemplando desde donde estoy sentado. No tarda Vicky en contestarme.
Qué pasada. Cuándo me llevas?
Me pongo a teclear de nuevo
Si pudiera, hoy mismo.
Veo que ella está de nuevo escribiendo
No jodas, que estarías con tu cliente y si la veo la arrastro de los pelos hasta esa playa
Me contesta añadiendo alguinos emoticonos de risa
Celosa?
No me conoces bien… jajajaja
Continuamos chateando durante unos minutos. Ajenos a todo y solo deseando vernos. Cuando terminamos, respiro con profundidad y satisfacción. Cierro los ojos y ruego con todas mis fuerzas que las cosas nos vayan bien. Me doy cuenta de que lo principal es que seamos capaces de ayudarnos, uno a otro, a salir de todo esto.
Sigo mirando al mar y pienso que los seres humanos nos necesitamos unos a otros. Pero que en el caso de Vicky y yo es algo más que necesidad. Nos hemos convertido en el sueño a alcanzar. En la persona a la que nos tenemos que anclar para llegar a cumplir nuestros sueños. Posiblemente, me digo con un cierto halo de tristeza, por nosotros solos no lo conseguiríamos. Somos el acicate del otro, la meta lejana y el dorado compartido que nos imaginamos.
Sé que será complicado, pero al ver el mar y este cielo tan azul, me siento optimista.