TANATOS 12
CAPÍTULO 31
Tan acostumbrado estaba a la lucha de egos y de poder entre Edu y María que esperaba una réplica orgullosa y reaccionaria de Rubén, pero me encontré con una leve y pacificadora sonrisa, y me fijé más en su nariz perfilada, en sus ojos azules y en su barba frondosa; sin pelo en su cabeza, en un rapamiento obligatorio, sí, pero realmente armonioso y próspero en todo lo demás.
Pero María no se dejaba pacificar por aquella sonrisa, e insistió:
—Emborrachándote para atreverte… En fin… Es hasta cutre, ¿no? Además, así, a golpe de domingo —decía ella, forzando, provocando, o quizás queriendo conocer a quién se enfrentaba.
Rubén, nervioso, se aclaró la voz:
—Bueno, mis horarios son como son. Estaba tomando una cerveza con unos amigos… Y… Eduardo me… vino con todo esto…
—Y aceleraste un poco las cervezas —interrumpió María, marcando la silueta de su busto y pezones permanentemente, y con aquel gesto en sus ojos y en su cara de estar sosegada, pero encendida a la vez.
—Digamos que… pedí un par de copas rápidas, sí. O tres.
María le escuchaba seria y se llevó entonces una mano al nudo de la corbata, y lo aflojó un poco.
—Eres muy guapa… —esbozó él entonces, siempre idolatrándola, y no se sabía si se lo decía a ella o si reflexionaba en voz alta.
Y entonces, María, alzando la mirada, le volvió a provocar:
—La verdad es que preferiría que hicieras más… y que hablaras menos.
Rubén se quedó petrificado y una orden dubitativa de su cerebro llevó sus manos de nuevo a la cintura de ella. De nuevo temblando y de nuevo temiendo romperla, si bien ella lucía potente y no frágil frente al cuerpo fornido de él. Y entonces fue ella la que aceleró y llevó sus manos a los pantalones de aquel hombre, pero no fue para abrírselos, sino que tiró, sutilmente, de ellos hacia sí, y sus cuerpos se acercaron, y él separó un poco las piernas para que sus caras quedaran frente a frente, y ella le miraba, provocándole, y él, infartado, se atrevió a acercar su cara a la de ella.
Y yo suspiré y cogí aire caliente de aquel salón que ardía… al tiempo que veía que Rubén se envalentonaba y sus labios contactaban con los de María, en un beso casto y corto. Pero después otro, y después sus caras se pegaron más y se inclinaron… y alguien abrió su boca y sus lenguas entraron en contacto. Él sujetándola por la cintura, ella colando sus dedos por el pantalón de él, y aquellas lenguas se humedecían y se fundían, y ella tenía que estar notando su espesa barba en su cara y él seguro no se creía estar besándola.
Sentí una evidente erección y dudé en sacar mi miembro por la apertura de mi calzoncillo, pero me daba algo de vergüenza mostrarme, pues le daría pistas, verdaderas o falsas, a Rubén, del por qué de todo aquello. Y entonces escuché el sonido de una hebilla y de una cremallera, y es que María, sin dejar de besar a aquel chico, maniobraba más abajo, y, bajándole los pantalones un poco, le susurró:
—Tranquilo… Te tiembla la cara…
Él no dijo nada y entonces ella subió una de sus manos a la nuca de él, como para fijar su cabeza, y fue ella quién le besó, en un beso largo y arrogante, gustándose, moviendo exageradamente su cuello para realizarlo… Y todo lo hacía mientras le bajaba los calzoncillos con la otra mano.
Rubén mantenía los ojos cerrados y era llamativo cómo aquel cuerpo, que parecía creado para embestirla con rudeza y matarla de placer, se mantenía quieto, bloqueado, y dejándose hacer. Y en seguida salió a la luz una polla ancha y pesada, semierecta y parcialmente depilada, más destacable por gordura que por longitud, y María se la agarraba con diligencia mientras él seguía con sus manos en la cintura de ella, sin atreverse a nada más, sin creerse aún que tenía derecho a todo.
Con una mano en su polla y con su otra mano que fue al pecho de él, María a veces besaba y a veces se dejaba besar, y se la notaba ardiente y deseosa porque aquel chico se decidiese a más. Y yo seguía sin saber si la excitación de María partía de su obediencia, de una posible contraprestación, o de urgencia por ser calmada, aunque fuera casi por cualquiera; porque alguien apagara el fuego que Edu había encendido unas horas antes.
Aquel chico tiritaba, y su miembro no crecía a pesar de que ella ya casi pajeaba aquella polla oscura y consistente, y lo hacía en movimientos largos que descabezaban y volvían a cubrir aquel exceso de piel en su punta. Cuando entonces, él, le susurró:
—¿Te… hablo…?
—Qué… —preguntó ella, retirando un poco su cara, mirándole, y llevando entonces sus dos manos al miembro de él.
—Que… si te hablo… Eduardo me ha dicho que te gusta que te hablen —dijo aquel chico, incomodísimo, y mirándome a mí, de reojo, durante un instante.
María se quedó un momento en silencio, como intentando entender a qué se refería, y entonces, recogiendo sus huevos con una mano y acariciando su miembro con la otra, le susurró:
—¿Qué más te ha dicho?
—No sé… muchas cosas… estos días.
—¿Como qué?
—No sé si te lo puedo decir —respondía él, mirando a los ojos de María, y después bajó la mirada a aquellos pezones y a aquellas tetas que marcaban la camisa del uniforme, y que él aún no se atrevía a tocar.
María retiró entonces la piel de aquel miembro por completo y pude ver el glande rosáceo y brillante de aquella polla aún algo flácida, pero ya húmeda, y usó su dedo pulgar para esparcir aquel líquido que él desprendía, y él resopló, temblando aún más, y ella dijo:
—Entonces… Habláis mucho… O sea que… si me follas hoy… que con esto blando no sé si seremos capaces de hacer algo… Se lo vas a contar.
El chico temblaba en sus manos, y le apretó entonces un poco la cintura, casi como en un espasmo involuntario como consecuencia de aquel dedo que acariciaba su sensible glande, y suspiró entrecortadamente:
—Cre-o que sí… No-sé… Es que… no entiendo mucho…
María dejó de destrozarle con aquel dedo y reinició la paja, pero tras sus últimas palabras acusadoras, el estrés del chico se descontroló aún más, y su miembro parecía incluso más flácido, cosa que ella notó en seguida, y, mostrando hastío, susurró:
—¿Te has pajeado antes de venir o qué?
Se hizo entonces un silencio eterno. El chico, con aquellos pectorales contundentes y aquel gesto amable, sin atreverse a nada, y mirándome de vez en cuando en busca quizás de algún tipo de indicación o salvación, se veía completamente desbordado. Y entonces María soltó sus huevos y su miembro, y todo aquello que debía cumplir cayó pesado e hinchado pero inutilizable. Y Rubén retiró sus manos de María, y dijo acelerado:
—Igual necesito una copa, ¿tenéis?
—No lo dices en serio… —rebatió ella.
—No sé… Es que… me pones mucho…
—No lo parece… —interrumpió María.
—Y… con él mirando… —se justificaba Rubén, y María llevó entonces su mirada hacia mí, y la noté seria y arrogante, como era en aquellos contextos cuando tenía público al que exhibir su petulancia.
—También puedes decirle a Edu que me has follado… —sugirió María.
—¿Qué? No entiendo —dijo él.
—Digo que… si no eres capaz… no pasa nada. Le dices a Edu que me has follado… y ya está…
—Pero… ¿vosotros no queréis? —dijo inquieto, mirándome de nuevo fugazmente.
Se hizo otro silencio y él, subiéndose un poco sus calzoncillos, dijo:
—Bueno… y si… no sé… nos tomamos una copa… y… nos tranquilizamos un poco…
—Yo estoy tranquilísima. Y Pablo también. Y no somos mucho de tomar copas los domingos, la verdad.
Aquello parecía llegar a un callejón sin salida. Y yo no sabía si era para ella una victoria total o una decepción, pues los dos sabíamos que con Rubén fuera, yo no podría calmar lo que Edu había activado.
Aquel chico se subía los pantalones y su miembro se ocultaba, y, cuando pensaba que abandonaba, lanzó una última propuesta:
—Si quieres te digo todo lo que me dijo Edu de ti.
—Creo que me da bastante igual —dijo ella.
—Si no lo hacemos no voy a mentir y decir que lo hemos hecho. Es que… de verdad… No entiendo nada —protestaba él, contrariado.
—Bueno, está bien —le interrumpió María, mostrando una extraña misericordia—. Vamos a parar un poco. Y vemos qué hacemos… Pablo, ponle una copa… que claramente va a ser peor… pero en fin.
—Gracias… —esbozó él, sorprendiéndome—. Es que… La verdad es que Eduardo me ha metido bastante presión también.
—Presión por qué —preguntó María.
—Porque me dijo más o menos qué tenía que hacer… bueno, qué hacerte… —respondió él y supe que María fingiría si dijera que aquello no la intrigaba.