ADRIANA RODRÍGUEZ
Dicen que el amor, nos cambia la vida y ¡Vaya! Qué tienen razón. A algunos para bien, a otros para mal, pero siempre nos cambia.
Yo solía ser desapegada de todo, no tuve interés jamás, por algo que no fuera mi mundo.
—Sería completamente tuyo
—Jamás he tenido algo que sea completamente mío…— le dije
Eso fue lo que me desarmó. Decía él «hablaba bonito». Un tanto él, otro tanto yo.
—Seremos tu y yo contra el mundo
Estaba cansada de no creerle a nadie, de ser solo yo, en el hastío de esta realidad. Quizá eso o quizás en el fondo deseaba tener algo que fuera mío. Alguien que fuera solo para mí. Alguien que me amara, alguien a quien no tuviera que compartir con el resto. Era una mentira, lo sé, pero me gustaba imaginar que no lo era. También, estaba la manera en que sentía a mi corazón morir en el olvido. Algo era cierto en todo esto, tenía unas ganas inmensas de amar a alguien, con todo mi ser. No es que lo haya elegido, es que de a poco; con el pasar de los días, casi sin darme cuenta me enamoré. Lo malo es que me tocó pagar el precio de este absurdo que es la vida.
Cualquiera que me conozca diría que solo fue el modelo de este año. Una táctica que tenía, tan solo para no morir con un corazón en desuso. Me gustaba elegir a una persona; de entre los que se me acercaba; cada cierto tiempo; nada más para quererla. Recuerdo haber tenido en mi vida una colección de amigos, todos con el mismo nombre, para evitar confusiones. Quería siempre a la misma persona (alguien que no existía, pero anhelaba su llegada) y usaba a mis amigos para que no muriera ese amor. La verdad es que en cierta manera los quise. Muchos de ellos ya han desaparecido de mi vida y ninguno me dolió. El siguiente año, sabía elegiría a alguien más. Aunque no dejaba de ver con desagrado a esos malhechores consagrados en el arte del engaño. Ya que muchas veces, caí. Experiencias de la vida.
Recuerdo ese día. Nunca lo hago; jamás me acerco a alguien; por ningún motivo. Siempre dejo que sean ellos los que se acerquen, pero esta vez y aún en contra de todo lo que soy. Me acerqué; lo admito, con una pregunta estúpida
—¿Qué piensas del amor?
Sí, lo sé, pero es que verlo, tan firme, centrado, elocuente. Me hacía pensar que podría mantener charlas interminables y placenteras con él. Siempre me han gustado los hombres mayores por ese motivo. Considero que en algunos casos; la experiencia, el conocimiento, hacen que las pláticas sean menos burdas y más nutridas en todos los aspectos. Él aún en su juventud, era un hombre maduro. O al menos esa impresión me dio. Así qué en mi estupidez (y sí, recuerden bien esta palabra) me acerqué a él. La primera charla duró hasta avanzadas horas de la madrugada. Les juro por Dios que no quería dejarle ir, pero en el fondo sabía que no duraría para siempre. Qué por mucho que quisiera todo es efímero. De ahí mi desapego y desinterés. Recuerdo que me dijo
—Te extrañe ayer que no platicamos
Y mi corazón latía; sentía su voz diciendo ¡Estás viva!. Algo que desde hace mucho y a pesar de tantos nombres, no sentí antes. Yo también lo extrañaba, pero no tenía nada que ofrecerle. Tarde o temprano se iría y para qué postergar lo inevitable, pero aún a pesar, ahí comenzó todo.
Un día acudí a él, con diez años frustrados de vida, contándole mis tragedias y me abrazó, me tomó entre sus brazos y juro que jamás había estado en un lugar más cálido.
—No olvides sonreír
Y todas mis sonrisas, mis recuerdos, pensamientos. Actos, omisiones, palabras, silencios. Cada letra, cada respiro, suspiro, cada aliento. Cada todo de mí; tenía su nombre.
Aún cuando sabía que me dirigía a mí muerte, quería amarlo, protegerlo, cuidarlo, saberle feliz. Quería ver siempre su sonrisa tímida, sus ojos abismales, sentir sus manos, quería siempre poder volver a él, pero mi escuela en el desinterés hacía que en mi desapego desapareciera de su vida de manera constante. Me dolía no saberlo amar. Por qué así habemos personas, que no sabemos cómo hacerlo, pero de este tipo también las hay, quién si quiere y quién no quiere amar. Después de varias lecciones aprendidas a la fuerza, entendí que yo era, de las que quería amar.
Algunas veces cuando ponía atención a mi entorno, me encontraba con «parejitas» en la calle que iban tomados de las manos o de pronto se acercaban a darse un abrazo o un beso, y me preguntaba ¿Qué se sentirá? Pero tan pronto desaparecían de mi vista, con ellos también se iban esas dudas. Siempre supe que yo no tendría quien me amara, por eso me rendí en el amor, aún antes de intentar ¿Por qué? Por qué eso me dijeron siempre, lo acepté sin más. Aunque yo estaba rota, cuando alguien se acercaba a mi, en plan romántico, lo intentaba, no porque tuviera esperanzas, si no porque no me parecía justo, romperle el corazón a alguien con la desilusión del fracaso inmediato. Lo cierto es que cada vez que se acercaron a mí. La desilusionada fuí yo. Solo querían jugar con mis emociones, sentimientos y algunas otras divertirse con el cuerpo. Esto, era algo cansado. Sinceramente sufría. Sufría no por el apego, sufría por mi. Por qué nunca fuí capaz de romperle el corazón a alguien. Sabía que se sentía, estar lastimada. No quería eso para nadie. Era fría tal vez, pero esto no me hacía insensible. Me destrozaba intentar creer en la gente, porque sabía que no eran de fiar, pero en el fondo esperaba poder confiar en alguien.
Yo confiaba en él. Eso hizo mi mundo menos caótico, menos ruidoso, menos doloroso. Hizo mi soledad más apacible y a mis demonios más tranquilos. Él domesticó mi estado salvaje. Y no me molestaba. Tener a dónde ir cuando todo estaba mal. Él fue mi casa, mi hogar, mi lugar en calma, mi dulce, mi alimento; sus palabras, su voz. Caí en un éxtasis de emociones, sentimientos; qué me arrastraron hasta su infierno y me fascinó. Quería más de él. Siempre más. Se volvió adictivo. Obsesivo, tenerle siempre. Fue probar algo que jamás tuve. Deleitarme en él. Sin darme cuenta comencé a arrebatarle con violencia, lo que antes daba. Comencé a exigirle más.
—No te enamores
—¿Cómo podría? (No podría hacerle caso, ya estaba enamorada)
Y aquí empezó el fin. Ya no hablábamos, me evitaba, no leía mis mensajes o solo los ignoraba. En la desesperación por retenerle, lo hostigaba, hasta que le pregunté
—¿Qué puedo hacer para que seas feliz?
—Pasame una pensión o cómprame libros
Yo tenía la culpa, siempre le dije que podía pedirme lo que fuera, yo se lo daría. Así que él solo tomó la palabra. El día de su cumpleaños le dí el dinero para un libro, pidió $60 dólares; se lo fue a beber con una «chica especial que le fascinaba». Cómo buena estúpida que soy, de regalo le confesé mi amor desinteresado. Le ofrecí todo mi ser y lo rechazó por obvias razones. No puedo culparlo, él me lo dijo ¡No te enamores! Pero ya era tarde para advertencias. Me arrojé al abismo sin fijarme que no había nadie abajo que amortiguara mi caída. Así que me estrelle contra un infierno desolado.
Borré toda evidencia de declaración, para que no tuviera problemas con su «chica especial». Me mantenía alejada. No miento hubo días en que en mis borracheras, en un despliegue de ilusión disfrazada de valentía, le mandaba mensajes diciéndole que lo amaba. Aunque después regresaba a mi estado natural y solo pedía disculpas.
Ya no quería seguir haciendo eso, era cansado, tanto para él, cómo para mí . Así que le mandé un mensaje, para despedirme, pero como siempre; bastaba una sola de sus palabras para querer quedarme. Nunca ví lo evidente. Él solo era una persona cordial, que todo ese tiempo en el que convivimos, intentaba ser amable. Yo que siempre me quejo de aquellos que confunden amabilidad con interés. Ahí estaba; creyendo que el amor había tocado a mi puerta y no; solo era otra insulsa más.
—Invítame unas cheves
—¿En cuanto salen?
—Unos 10 dólares ¿Puedes?
—Sería hasta mañana. Es que ahora ya es noche y no puedo salir a hacer el depósito
—… — y ahí había terminado la charla
Entonces, se me ocurrió preguntar, en tono de broma
—¿Era cierto lo de la mensualidad? ¿Solo buscas obtener dinero? Me gustaría saber… Si solo es eso, igual te quiero, pero me gustaría saber qué es lo que piensas sobre mi y de mi
—¿Querer dinero de ti!? ¿Tan barato, me crees?
Y continuando con la broma
—No lo digo por eso… Lo digo para llevar dinero suficiente
— ¿Sabes qué? ¡Eres una estúpida!. Ya perdiste. Adiós
Intenté explicarle que era; quizá; una mala broma, pero no quiso escucharme. Le intenté marcar y no atendió. Después de mucho insistir, contestó una chica; quizá su «chica especial» intenté hablar con ella; me arriesgue y le dije lo que sentía por él, no para causar problemas, lo único que quería era que entendiera mi insistencia y que me permitiera hablar con él. No quería que esto terminará así, con un mal entendido o de una mala manera, no él, con él no, pero la chica se rió de mí y terminó la llamada. Muchas veces la risa es la que te hace sentir incómoda.
No le he dicho a nadie, pero mientras hablaba con ella, escuché a quién la acompañaba, se escuchaba bullicio y la voz de él
— ¡Ya! ¡A la mierda! ¡Qué se vaya!
«¡A la mierda!» No sé si la cerveza, la compañía, el dinero o la burla. Qué me mandó a la mierda o que me dijo estúpida, pero me dolió. Si bien es cierto que no esperaba nada, tampoco esperaba eso. Era natural; le dí todas las armas y el poder para destrozarme; él solo las usó.
Todos me dicen que soy una estúpida, por nada y por todo; quizás tienen razón. Yo le conté todo de mí, quería que me supiera, quizás muy en el fondo deseaba que me amara, pero no todo sale como uno quiere. Aún así, no lo odio. Me da gusto saber que es feliz, que sigue con su vida, que no representa nada para él mi ausencia, saber que está bien y que no sufre al menos por mí, me ayuda a sacar mis días adelante. No miento, hay días que veo con nostalgia los mensajes que enviaba, dónde decía que me extrañaba y aunque lágrimas caen cuesta abajo sin ser llamadas, aún sigo pensando que lo más bonito es haberlo conocido. Yo lo sigo amando, amo su recuerdo cada vez que siento que el ego me traiciona. Cada vez que mis demonios buscan su voz, acudo al recuerdo para apaciguarlos. Él no tiene idea de cuánto lo amo, pero es mejor así.
Han pasado tres meses desde la última vez que coincidimos. Hoy lo he vuelto a buscar. Supe que podría haber estado pasando por una situación difícil, así que sin pensar lo busqué. Le mandé un mensaje y contestó. Sigue siendo igual de amable que antes
—No olvides sonreír
—¡Gracias! Muy amable de tu parte
No le quise decir, qué mi sonrisa se quedó con él, allá donde florecen alas, que decidí, seguir amándolo en mis letras, es la única forma en que puedo, sé. Ayer tenía motivo, hoy solo tristes memorias. Él ha sido el amor más grande que he tenido y el dolor más profundo también.Solo quiero que sea feliz y darle un poco del amor que le robe.
— Si puedo hacer que una lágrima tuya no te duela, lo haré ¡No olvides sonreír!
A J R R