JOSÉ MANUEL CIDRE
Llegó sola, con expresión seria. Era morena, con pelo largo y rizado. Camisa blanca muy suelta junto a falda roja y larga, constituían su sencillo atuendo.
En aquel primer puesto destacaban las banderas rojas. El fuerte viento no paraba de hacerlas ondear de manera que aceleraban el corazón de quien miraba.
–Únete a nosotros compañera. Tú eres seguro amante de la justicia. Juntos hundiremos a la burguesía y al capital.
Los muchachos del puesto la miraban sonrientes. Entusiasmados con su propia invitación.
La mujer continuó mirando seria las banderas, las octavillas, los carteles, las pancartas…
-¿Y hundiendo a la burguesía y al capital vais a conseguir la justicia?
-¡Únete a nosotros, compañera!
-¿Sois personas justas?
Los muchachos tornaron la sonrisa en un gesto serio. La miraron en silencio y ella les sostuvo la mirada.
Siguió adelante y divisó un puesto con muchos montones de monedas en el mostrador, conforme se acercaba distinguía billetes, talonarios y hasta el brillo de algunas tarjetas de crédito.
–Hola amiga. Le dirigió una mujer rubia de pelo liso, con traje beige y una enorme sonrisa.
–Tú seguro que amas la libertad. Ven con nosotros a defenderla. Libertad por encima de todo.
-¿Libertad dices? ¿Libertad? Para comprar, vender, alquilar, contratar, heredar… Para todo eso, ¿verdad?
–Claro. A la mujer del puesto se le iluminó aún más la cara. –Vente.
–Veo que tenéis mucho dinero. Claro, cuanto más dinero, más libertad para hacer cosas. Pero ¿y qué pasa con los que no tienen tanto? ¿Qué ocurre con los que no tienen nada?
Continuó su marcha. Encima del siguiente puesto había una gran pancarta en la que se podía leer; COOP. Un grupo de unas ocho personas entre hombres y mujeres lo atendían. Un joven con bigote, tras levantarse de dejar unas cajas en el suelo le gritó:
-¡Cooperación, hermana! ¡Cooperación! Los cooperativistas cambiaremos la faz del mundo. Hagamos cooperativas. ¡Ni marxismo, ni capitalismo!
–¿Cooperativas? respondió ella sin cambiar el rostro grave.
–Si, amiga, únete. Cooperemos.
-¿Y sois personas…de cooperación?
-¿Cómo?
-Quiero decir. Sois cooperativistas, sí. ¿Pero sois cooperativos?
Permanecieron todos en silencio mientras la mujer se alejaba del tenderete.
El viento no descansaba mientras las banderas, y pancartas de los puestos continuaban ondeando e incluso algunos remolinos de arena danzaban de acá para allá.
Tras haber caminado al menos medio kilómetro, la mujer escuchó una voz.
-No les hagas caso, hermana, ven.
Se dio la vuelta y contempló un gran barracón en el que destacaban el rojo fuerte y el morado y que ofrecía una amplia gama de licores y brebajes, algunos de ellos envasados en botellas de sinuosas formas que tentaban a la vista. También había una copiosa cantidad de bandejas con grandes y lustrosas piezas de fruta cuyo brillo solo, invitaba a saciar los más profundos deseos.
–Di no a la dominación. El amor sin restricciones te hará libre. Sé libre. Vive el amor libre.
Una mujer rubia de larga cabellera rizada la miraba mientras mordisqueaba lo que parecía una manzana de color rojo brillante.
La mujer morena esbozó una muy ligera sonrisa y se acercó al puesto. Su mirada se desplazaba del mostrador a los ojos de la mujer que le llamaba.
-¿Ofrecéis un amor sin dominación?
–Si. Torrentes de placer te están esperando con tan solo darme tu mano. Ven y te mostraré.
La mujer morena, levantando la cabeza le clavó la mirada.
–Ya sé de que va esto.
La dueña del puesto esgrimió un mínimo gesto de extrañeza, pero sin atreverse a inquirir nada.
-Cuando termine una fruta tendré que venir por más. Cuando beba una botella tendré que venir por más.
-Y aquí estaré.
-Y aquí estarás, viendo como vuelvo a tu barracón, una vez y otra vez.
Sus miradas se despidieron sin hostilidad, con un matiz de desafío, mientras el viento no cesaba de soplar y aullar.