LOLA BARNON

Ramón se parece, salvando distancias, a Andrés. Atento, suave, delicado y a la vez firme. Con esa sabiduría con las mujeres tan necesaria en la cama. Y sin embargo, son completamente diferentes; como el agua y el fuego. Andrés más dinámico y vigoroso, y Ramón con un ritmo más pausado pero constante. Andrés, el hombre con quien sueño. Ramón, el que me permite esos sueños…

Mientras sentía la tensión del placer que me daba su lengua en mis labios vaginales y clítoris, yo cerraba los ojos y recordaba a Andrés conmigo, en esas tardes tranquilas de charlas y planes. Su mirada y ese gesto en su boca de media sonrisa tranquila y serena. Sus ojos, limpios y azules, y esa respiración amplia en un pecho formido y expandido.

Pero he tenido que hacer el esfuerzo por sacarlo de mi cabeza. Una cosa es recordarlo y sentirlo cerca, a pesar de la lejanía, y otra, no estar atenta y dispuesta a complacer a Ramón, a fin de cuentas, mi cliente. Por eso, me erguí en la cama y le hice ponerse de rodillas. Mientras, yo a gatas, empecé a lamerle el glande. Primero despacio, pasado la lengua varias veces en círculo por la punta. Luego alternado besos y pequeñas succiones, hasta que me lo introduje todo en la boca. Lo dejé dentro durante unos segundos, notando cómo su dureza se manifestaba más punzante y férrea. Más agresiva y enérgica.  

Fui aumentando la vigorosidad en el sexo, a medida que Ramón iba también entregándose. Él estaba pendiente de mis reacciones, por lo que tomé la iniciativa. Con decisión, pero de una forma más bien sosegada, fuimos avanzando.

Primero conseguí endurecer su deseo con mi boca. De inmediato, fui yo misma la que me llevé su miembro ya palpitante y dispuesto a mi vagina. Ahí dejé que fuera Ramón el que me introdujera el pene a la velocidad y cadencia que deseara. Empezó despacio, hundiéndolo con profundidad, pero poco a poco, fue aumentando el ritmo.

Como amante, los había tenido mejores, pero no podría decir que era patoso, torpe, inexperto o desconocedor del cuerpo de una mujer. Alternó sus acometidas, unas más bravas y otras menos, con besos, caricias, mordisqueos en mis pezones…  Fue una forma de follar mucho más cercana a una novia o pareja que a una prostituta. Viendo su cara de satisfacción y disfrute, me he quedado complacida por cómo había ido sucediendo.

Al principio, como digo, fue él quien en la postura del misionero fue marcando la pauta. Pero tras unos instantes, opté por ser yo quien le cabalgara. No iba a hacerlo de forma desmedida ni soez. Pero sí provocativa y con el punto de lujuria necesario para un buen sexo. Sin excesos, pero lo sificientemente estimulante.

Con lentitud, pero de forma constante, me moví sobre él, adelante y atrás, sintiendo su polla dentro, abrazada por mis labios vaginales. Cuando le noté que estaba realmente excitado, elevé las caderas dejando salir su pene hasta la mitad, pero, despacio y con un gran suspiro, volver a sentarme sobre él, hasta que volví a hundirlo totalmente en mí.

En medio de gemidos y suspiros, repetí varias veces la acción mientras apretaba con mi interior a su miembro, duro, tirante y cercano al éxtasis.

Ramón no duró mucho más. Con un suspiro largo y profundo, que le tensó el cuerpo, se corrió con abundancia, justo en el momento en que yo le descabalgaba. Su semen cayó entre mis piernas y las sábanas, denso, blanco y abundante. Me miró satisfecho y yo le besé en los labios con un ligero piquito.

—Eres magnífica…

Sonreí satisfecha.

Ahora, tras permitir que se recupere, estamos en la cama, tranquilos, uno al lado del otro.

—Sé que te sonará extraño… pero me gustaría que te corrieras tú también. Ya sé que es más complicado y que yo no soy un tarzán… —se excusa mientras respira todavía ligeramente fatigado.

Con la misma sonrisa en la cara, me tumbo a su lado y le llevo la mano a mi clítoris. Abro mis labios vaginales y le invito a que me masturbe con los dedos. Ramón se recuesta a mi lado, me besa en los pezones y empieza a mover sus dedos en mi interior.

—¿Así?

Empieza con suavidad, presionando lo justo con un solo dedo. Con mi mano le marco un ritmo ligeramente superior, que enseguida acepta. En ese momento, asiento con los ojos cerrados. Me gusta que me lo hagan así. Como una pareja de novios sin mucha experiencia y limitados a los juegos y roces de adolescentes. Por alguna razón, quizás algo tan simple como que estoy enamorada, prefiero esto a que me vuelva a follar. En ese momento —no lo puedo evitar— vuelvo a pensar en Andrés y me convenzo —quizá tontamente— de que este tipo de sexo es de menor importancia. No tiene mucho sentido, pero para mí, es suficiente.

Me dejo llevar por los besos y caricias de Ramón, sus dedos introducidos en mi vagina y la presión en forma circular que me va haciendo en el clítoris. Abro un poco más las piernas y le permito un mejor movimiento que, casi de inmediato, se traduce en un ligero aceleramiento del ritmo con que me lo hace. Gimo levemente, reconfortada y cómoda.

Alcanzo el orgasmo cuando le hago acelerar todavía un poco más sus movimientos. No ha sido uno grande ni extendido, pero suficiente como para que me recorra el vientre y me produzca varios espasmos de placer. Me dejo llevar por la sensación de bienestar, con los párpados cerrados y una sonrisa pintada en la cara. Abro los ojos y me encuentro con los suyos fijos en los míos.

—¿Te ha gustado?

Me sorprende algo su pregunta, pero más su tono cariñoso y cercano, que acompaña con una caricia en mi cara.

—Quiero que tú también disfrutes… —me explica casi más con la vivacidad de su mirada que con las palabras.

—¿Por qué estás tan atento a mi disfrute? —le pregunto a su vez, desacostumbrada a ese tipo de interés de mis clientes.

—Es una cuestión de lógica pura —contesta con una media sonrisa, mientras se apoya en su codo y me mira divertido. Como no digo nada, continua—. Si tú te lo pasas bien, estarás más cómoda y eso hará que yo lo pase mejor.

Sonrío por la tremenda practicidad de su pensamiento. Seguramente encierra la verdad acerca de sus intenciones, pero quiero ver en el brillo de su mirada y en los gestos con que acompaña su explicación, una necesidad de estar acompañado de una forma mucho más que sexual.

Si ya me resulta extraño que alguien me alquile con la idea de que sea una especie de novia temporal, todavía me es más llamativo que él quiera que esa pareja —en realidad no dejo de ser, ni se puede olvidar que soy una vulgar prostituta— tenga su dosis de placer y bienestar.

Me imagino que Ramón, a pesar de su dinero y su posición social, no tiene mucha suerte con las relaciones. Puede ser, incluso, que no cuente con muchos amigos. Que en definitiva, no le sea fácil abrirse y lograr ese grado de complicidad que parecía buscar con su acompañante.

Nos quedamos un momento en silencio. Ambos tumbados en la cama, mirando al techo. Él continua respirando con una ligera aceleración. Yo, con la tranquilidad de un placer bueno y moderado.

Ramón me sonríe y acaricia de nuevo mi cara. Retira de una de mis mejillas un mechón abundante de mi pelo, y la besa.

—Eres muy guapa… —susurra en voz baja mientras me contempla—. Y me entiendes bien en la cama. —Se detiene y vuelve a respirar—. Te lo agradezco.

—¿Agradecerme? Me pagas por hacerlo… ¿Por qué me das las gracias? —Me quedo mirándole realmente extrañada. Al final no puedo evitar preguntarle aquello verdaderamente intrigada.

No me contesta enseguida. Y le veo pensar en la respuesta. Un instante más tarde, y volviéndose a tumbar, empieza a hablar.

—Te lo he dicho antes. Si tú te lo pasas bien, yo disfrutaré más… Es algo sencillo. Un win to win

—Eso lo entiendo. Pero que me des las gracias por hacer bien un trabajo… No sé, me parece extraño. Nunca me había sucedido.

—Yo lo hago constantemente con mis trabajadores. Y de verdad… no quiero que me malinterpretes. Para mí, lo que haces… —se excusa con alguna torpeza.

—No importa, Ramón, de verdad. Sigue con lo que me decías —le conmino con una sonrisa, porque tengo verdadera curiosidad por su argumento.

 —Bueno, pues eso… que lo hago mucho con mis trabajadores. Les felicito y animo siempre. Cobran un sueldo que es, incluso, ligeramente superior al de la media del sector. Y lo hago con un punto de egoísmo, porque así, no se me irán a la competencia. No te creas que es todo porque sea un caballero cruzado… —sonríe un poco azorado—. El trabajo bien hecho es un bien escaso, Vicky —termina sentenciando con una pequeña sonrisa ladeada—. No tengas nunca ninguna duda de esto que te digo. Muy escaso… —remarca.

No digo nada. No entiendo de temas empresariales ni laborales, más allá de que cuando yo hago un servicio, cobro por él. No uso contabilidad, no tengo trabajadores a mi cargo, no hago declaraciones de impuestos, o lo que viene siendo habitual en los trabajadores autónomos. Me limito a cumplir de forma escueta y distraída alguna de mis obligaciones tributarias. Así que, me suena extraño ese discurso, pero afectivo.

—He hecho todo esto… —comienza otra vez a explicarme—, lo de traer a una chica como novia, en tres ocasiones. Es decir, tú eres la tercera.

Noto un ligero nerviosismo, que me corrobora un leve carraspeo de Ramón.

—Y también he tenido novias o parejas… vamos a decir normales. Pero la mayoría iban por mi dinero. Mis hijos les importaban una mierda y una de ellas, incluso, me robó un reloj muy caro… Así que llevo un tiempo en que desconfío de las mujeres… de las mujeres en general. Quizá la culpa es mía que pido lo que no existe, pero no me ha ido bien con parejas… de vida normalizada. Y no quiero decir… —vuelve a excusarse.

—Te entiendo, no te preocupes… —le aseguro de nuevo sonriendo.

Me agradece que le corte con un pequeño asentimiento. Luego se frota la frente y vuelve a incorporarse, pero esta vez sin mirarme.

—Como te he dicho antes, eres la tercera… La tercera, novia… de pago, por así decirlo. —Repite el ligero carraspeo y durante un segundo traga saliva antes de continuar—. Curiosamente, en las dos ocasiones anteriores, el sexo terminó siendo lo que más me separó de ellas. Aunque no te lo creas —sigue hablando tras unos instantes de silencio—, o te parezca raro. Es complicado de explicar. —Respira y cierra los ojos intentando buscar las palabras más adecuadas—. Me hubiera gustado que mis hijos hubiesen visto a esas chicas… —duda un instante—… como lo que no eran en realidad… Es decir, que quiero que esa ilusión o fantasía o mi manera de entender estas vacaciones, sea completa. Que incluya que mis hijos… en fin que vean lo que no es.

—No entiendo… Quiero decir, ¿por qué no lo vieron así?

—Pues porque los primeros días fue todo bien. Respeto, atención, sonrisas, comidas en cierta manera familiares, por así decirlo… incluso con algo de complicidad, no voy a negarlo. Pero al final, y por desgracia, todas terminaron utilizando el sexo para… no sé, convencerme, hacerme ver lo buenas que eran conmigo. Era como si de esa forma…

—Que intentaron pescarte con lo que mejor sabían hacer, vamos… —dije entendiendo a esas dos compañeras que habían visto una oportunidad de salir de la vida que llevaban a lomos de un hombre rico y, muy posiblemente, bueno. Lo mismo que yo buscaba con Andrés, en definitiva. No podía culparlas.

—No me atrevería a decir tanto, Vicky. Lo mismo solo buscaban que las siguiera llamando fines de semana o más períodos de vacaciones… No lo sé. —Eleva las cejas y luego negó ligeramente—. Pero se equivocaron. El sexo —dice con rapidez— es importante. Mucho, pero no es lo único, ¿sabes?

—Nosotras de lo que más sabemos es de sexo, cielo… Amor, lo que se dice amor, mucho no tenemos —justifico, en cierta medida, y movida por el corporativismo, a esas dos compañeras.

—No estoy de acuerdo —me dice tras un segundo de reflexión—. Sí, sois trabajadoras sexuales o tenéis un trabajo relacionado con el sexo. Eso está claro. Pero también estoy convencido de que por vuestra profesión, veis cosas diferentes. Mucha miseria, me imagino. Y no me refiero a las chicas de burdeles o de puticlubs de carretera que me dan infinita pena y jamás voy por esos lugares tan sórdidos… Aunque, mírame, pago porque seas mi novia de pega… —se excusa enviándose a él mismo un puya—. Quiero decir que… en fin, que aunque os dediquéis a lo mismo, sois diferentes.

—Quizás yo he tenido más suerte que una de las que está en un club de carretera…

—Es posible… No lo sé. Pero intuyo que sois diferentes. Es triste o injusto. O malvado… pero es la verdad. Tú, por ejemplo, tienes un cuerpo de modelo, una cara que podía pasar por una presentadora de televisión…

—¡Qué exagerado eres! Me faltan, por lo menos, diez o doce centímetros para ser modelo… —bromeo estirando mi cuerpo desnudo en la cama y sonriendo—. Y no tengo clientes en la cadenas de televisión para que me enchufen… —le digo bromeando.

—En serio… Quiero decir, que eres guapa, fina, elegante, con estilo… Tienes conversación, escuchas. Posees don de gentes, sabes estar… Eso te da un plus para valorar lo que sucede a tu alrededor. No eres una simple… En fin…

Me doy cuenta de que le cuesta o no quiere usar la palabra que define mi profesión: prostituta, puta, fulana… Que para él, y debo agradecérselo, somos ante todo, mujeres. Seguramente, con una profesión imposible de aceptar por una gran parte de la sociedad, pero seres humanos, al fin y al cabo. Con nuestras miserias y grandezas. Con infortunios, vidas pasadas y algunos proyectos de futuro.

—No tengo duda de que entiendes lo que busca tu cliente. Y muchas veces no es sexo. O no solamente sexo, ¿no? —continua mientras yo lo observo con interés—. ¿Es así?

—Sí, puede ser —contesto pensativa, aunque eso, por una extraña razón me lleva de nuevo a pensar en Andrés. Entre nosotros dos, sin la más mínima duda, hay mucho más que sexo.

Si me he enamorada de él, es que en mi corazón y en mi cabeza, hay algo más importante que acostarnos. Y también pienso que aún soy capaz de encontrar a alguien con quien tener una relación. Una persona con la que tomar un café, conversar y hacer planes de vida. Sí, puede ser injusto, pero esa diferencia de la que ha hablado Ramón, existe. Y no es solo el lugar en donde se ejerza la prostitución. Yo de alto standing, otras chicas, en barras de alterne y clubs infectos. Esa no es la diferencia. La diferencia radica en la capacidad de soñar y de querer cambiar.

En lo referente a Ramón, tengo la certeza de que lo que de verdad necesita es cariño. O al menos, que la chispa y complicidad con su pareja —aunque sea de pago—, consista en algo más que sexo.

—Siguiendo con lo que te contaba —me saca de mis reflexiones—, en esas dos ocasiones, al final, todo se convirtió en una compañía cada vez más silenciosa y en un sexo por la noche que iba convirtiendo en más animal y menos humano.

—… menos de novia —le digo acariciándole la cabeza y revolviéndole el pelo, que sin ser escaso, tampoco es abundante. Es un gesto que me ha salido natural y simpático.

—Sí. Exacto… —Dice pasados unos instantes—. ¿Ves cómo me entiendes?

—Me parece que lo que quieres es tener a alguien que, además de follar con ella, sea capaz de hacerte pasar unos días agradables. Eso es todo… Y que si ella también lo pasa bien, a ti te revierte ese beneficio. Buscas complicidad, no sexo, querido.

Asiente con una sonrisa repetidas veces.

—¿Has visto? Lo has entendido a la perfección…

Luego empieza a reírse de una forma bastante jovial y campechana.

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