MARÍA RIVAS

Por fin puede quitarse la tirita -enorme tirita- y que la herida se cure al aire, al sol. Y con mucha agua salda, como se curan de verdad, al menos las suyas.

Por fin puede mirarse la herida. Lo hace, la observa. De cerca. Le parece pequeña. ¿Era para tanto?, se pregunta. Sí, le recuerdo. Lo que pasa es que siempre la ha llevado tapada. Lo que pasa es que echar la vista atrás ahora que ya lo sabe duele menos. Lo que pasa es que no quiere acordarse.

Por fin puede no acordarse de las noches sin dormir, de la presión en el pecho, de esos ojos secos donde ya no caían lágrimas, de las pocas ganas, de cuando todo empezó a estropearse. ¿O había sido antes?

Por fin puede acordarse de esa exposición de pintura sin que se le nuble la vista. El trazo de Antonio López. El alma en éxtasis frente a la belleza.

El sol hace su función, el agua salda obra el resto del milagro. Empieza la sanación.

Lo que no sabe, o lo que no quiere saber, es que se quedará una marca. Sí, una cicatriz, le digo. ¿Pequeña?, pregunta. Dependerá del día en que la mire.

Ilustración Heo Jiseon

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