JOSÉ MANUEL CIDRE
Tras colocarse la toga se dispuso a dejarse caer en la poltrona como si fuese un saco de patatas. Estaba contento, a gusto, satisfecho, ni lo disimulaba ni quería hacerlo. La sala estaba poco iluminada, tan solo un flexo en su tarima dejaba entrever a su espalda unas paredes altas de tonos crudos, que también parecían inclinarse ante su presencia.
-¡Que pase el primero! Exclamó regodeándose.
Abajo apareció un soldado alto, rubio, con uniforme gris y una Cruz de Hierro colgada del cuello. No se atrevía a levantar la mirada.
El juez movió la luz para verle mejor y con una sonrisa de displicencia comentó en voz alta:
-Lo tuyo es bien fácil. Llevasteis a la ruina a vuestro país, a Europa y prácticamente al mundo. Por vuestra culpa murieron cerca de 60 millones de personas. Sembrasteis el continente europeo de racismo y campos de concentración. No dudasteis a la hora de usar la manipulación y la mentira. Constituís uno de los episodios más negros de la Historia de la humanidad.
Paró un momento para erguirse y tomar aire. -Así pues,… llegó el momento de vuestra sentencia… ¡Culpables!
Unas manos huesudas se llevaron al soldado. El silencio se podía cortar.
-¡El siguiente! Volvió a exclamar.
En este caso se presentó un muchacho también con vestimenta militar, si bien llamaba la atención un peludo gorro de astracán que lucía al frente una estrella roja de cinco puntas.
La sonrisa ahora era visiblemente más amplia. Entre uno y otro acusado había aprovechado para acomodarse en el respaldo. Se incorporó de nuevo.
-Bueno. Mira a quien tenemos aquí. Sembradores de odio. Asesinos. Los gulags y el terrorismo han sido vuestra herencia. Habéis extendido por el mundo un manto rojo de sangre y mentira.
Cambió la sonrisa por una expresión de severidad. –Así pues,…llegó el momento de vuestra sentencia…¡Culpables!
Arrastraron al hombre mientras el henchido juez volvió a repantingarse en el sillón.
Cubierto de un siniestro hábito con capucha, el siguiente acusado avanzó hasta colocarse a la vista. El hábito se le abría a la altura del pecho dejando entrever un extraño dibujo; dentro de la estrella de David aparecía inscrita una cruz, rodeada a su vez de una media luna.
El juez golpeó su tribuna directamente con los puños y antes de proferir palabras pareció que apretaba fuerte los dientes;
-¡Vosotros! ¡Vosotros! Los padres del fanatismo, enemigos de la cultura, el desarrollo y el progreso. Amantes de la muerte y la guerra mientras predicáis hipócritamente el amor y la vida. Habéis parido infinidad de crímenes, torturas, ignominias contra la Humanidad. -Inspiró profundamente. -Siii, podéis estar seguros, ha llegado el momento de vuestra sentencia…¡Culpables!
Mismo proceder. Se llevaron al encapuchado de forma rápida y silenciosa. Como los anteriores. Ni una queja, ni una protesta.
El juez se disponía a apoltronarse de nuevo cuando desde atrás las manos huesudas le agarraron arrancándole del sillón y despojándole de la toga. En cuanto pudo comenzó a desgañitarse;
-¡Dejadme! ¡Quitadme las manos de encima! ¡Dejadme en paz! ¡Que me soltéis he dicho!
De tanto aspaviento acabó cayendo al suelo. En el momento en que comenzaba a levantarse se escuchó un estruendo de voces. Parecía que procedían de todas partes y de ninguna en concreto. Era como una multitud heterogénea que clamaba;
-Casi mil millones de hambrientos.
-Poco menos de doscientos millones de parados.
-Cerca de sesenta guerras y conflictos armados.
Espasmódicamente, el juez miraba a uno y otro lado, la seriedad de los altos muros le respondía fríamente. No veía a nadie. Necesitaba saber qué ocurría.
-Más de quinientas especies animales extinguidas desde principios del siglo XXI.
-El noventa y nueve por ciento de la población mundial respira un aire que pone en peligro su salud.
Solo se escuchaba el aliento apresurado del juez. La incertidumbre hacía gritar a sus ojos.
-¿Tú qué haces?
Aún no se había dictado sentencia y ya pedía misericordia con la mirada.
-Yo no sé nada, no sabía nada.
-Cuatrocientos millones de niños esclavos. La lista continuaba.
-¿Y tú qué has hecho?
-¡Por favor! ¡Por favor! Gritaba despavorido. -¡Yo colaboraba con ONGs cada vez que podía! ¿Qué iba a hacer yo?
Las voces tronaron;
-Ha llegado el momento de tu sentencia…