MOISÉS ESTÉVEZ

Terminó de leer la última novela policíaca que había comprado hace
unos días. En los últimos meses había leído en torno a veinte, y es que era
casi el único punto de fuga que encontraba. Inmerso en negro sobre blanco,
intentaba evadirse de una realidad que lo estaba asfixiando por momentos.
Devoraba libros que hablaban sobre personajes malvados, investigadores
intrépidos, intrigas oscuras…
Colocó ‘El premio’ de Vázquez Montalbán en el estante donde estaba el
resto de su colección, se acercó a la cocina y se preparó un café cargado con
un toque de canela. Cafeína antes de que la realidad lo golpeara. Tomó la taza
junto con ´El lejano país de los estanques’ de Lorenzo Silva y salió a la terraza
de su céntrico apartamento, dispuesto a recibir los tímidos rayos de un sol
incipiente mientras disfrutaba del brebaje negro y humeante que tanto le
gustaba.
Mientras se deleitaba sorbo a sorbo miraba el ir y venir de la gente en la
calle, gente digna de un buen estudio sociológico. Era una de las cosas que no
soportaba, vivir rodeado de una sociedad ignorante, zafia y que no poesía unos
valores adecuados. Gente egoísta e insolidaria, poco respetuosa con el prójimo
y nada filantrópica, sin escrúpulos a la hora de joder a alguien por el mero
hecho de subir un peldaño en una escala social que creían poder ascender,
ignorantes de que todo era plano en ese sentido. Gente sin reparos a la hora
de etiquetar a alguien, e incapaces de mirarse al espejo para, en vez de perder
el tiempo viviendo la vida de los demás, hacer autocrítica y ser mejor persona
para con sus semejantes y no ir oliendo a podrido en medio de un sistema
anémico y fracasado.

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