ALBERTO MORENO
1.-Gonzalo Abrahan Arquimides
¡Desgajado!. Así andaba Gonzalo Abrahan, embutido en un impermeable verde con capucha, como el fraile del almanaque zaragozano.
Larguirucho, flaco, con rostro de eremita, pedía limosna a los parroquianos sentados en la terraza de la Venta El Colorado. Eran las once de la mañana de la última semana de noviembre.
Había llovido casi toda la noche. La calzada y el suelo estaban mojados.
La pedanía El Colorado se extendía a lo largo de ambos lados de la nacional 340.
En el lado derecho, donde estaba la venta, se alineaban los comercios y tiendas del núcleo urbano, de no más de noventa o cien construcciones. El resto, casas diseminadas y esparcidas entre sembrados y hazas del entorno.
A los parroquianos y a los pocos transeúntes, Abrahan Arquimides pedía limosna.
Con voz de ventrílocuo, extendía una mano sucia de dedos larguiruchos.
Su figura, desgarbada, se movía como si una de sus piernas fuese más corta que la otra.
Se me acercó.- ¡De.. de…deme algo!. Su voz salió a trompicones, como si fuese tartamudo.
-¿Quieres cinco euros o una pistola?, le espeté.
-¡Las dos co.. co… cosas! contestó.
-¿Y la pistola, con cuantas balas?
-¡Con qui..qui..quinientas!, volvio a encasquillarse.
-¿Tantas?
-¡Pa ma..ma..matar a to los ca…ca..cabrones que hay a..aquí!
Abrahan, desgajado, dando uno que otro tumbo, con cierto frio en su cuerpo alargado, de casi un metro ochenta de altura, continuaba detenido delante de mí.
Alargó su mano.
Instantes después, continuó su marcha con cinco euros en su bolsillo que le había puesto en su ávida mano aterida de frio.
De inmediato, había olvidado las quinientas balas ficticias y la pistola surrealista que de guasa le había ofrecido
Buenos Relatos 