JOSÉ MANUEL CIDRE
JOSÉ MANUEL CIDRE
-¡Fijaos bien! Lo voy a explicar solo una vez. Los cuatro están colgados del techo por un tobillo. Hasta ahí bien ¿Verdad?
La mayoría de los que estaban en el corro gritaban enfervorecidos de manera que hacían enmudecer los quejidos de los que, quizá ingenuamente, se habían ofrecido voluntarios a pender en medio del grupo.
-Vale. ¿Veis esto? Abrió un maletín con dos hileras de cuchillos cuyo brillo casi enceguecía a quien miraba directamente. -Vais a ir saliendo, también de cuatro en cuatro. Cada persona cogerá uno de estos y empezará a pinchar a uno de los que están colgados ¡Pero ojo! Con cuidado. Hay que pinchar, pero no herir. El murmullo se mantenía. -Si alguien hace sangre a alguna de las personas que cuelgan, ¡Ocupará su lugar!
De nuevo grandes voces.
-Que sepáis que esto pincha de verdad. No están demasiado afilados, pero…lo suficiente.
El «presentador» terminó su tarea. Su rostro enrojecido, así como los ojos brillantes, hacían innecesario practicarle prueba alguna de detección de sustancias.
-Me gustaría irme a otro lado. Lana expresó su deseo con la convicción de que su novio estaría de acuerdo. -Si claro. Respondió él mientras aún tenía los ojos fijos en el escenario del «juego» y miraba como, efectivamente, algunas personas se acercaban, unos decididos, otros titubeantes, al inquietante maletín.
La penumbra y el humo que llenaban la atmósfera de la casa dificultaban caminar, máxime cuando te veías obligado a esquivar, vasos rotos, botellas, restos de comida, y lo que era peor, cuerpos dormidos, ebrios, o dando rienda suelta a la pasión. Lana tenía que arremangarse el vestido de fiesta.
Nadie recordaba a ciencia cierta el número de horas que llevaban allí. La mansión era lo suficientemente grande como para que tampoco fuese fácil saber cuantas personas participaban de la fiesta. El volumen del sonido y la intensidad de los focos intermitentes colaboraban a una sensación general de aturdimiento que en la mayoría de los casos se veía acentuada por diversos consumos. Dan se había soltado la corbata hacía ya rato.
Lana y Dan llegaron a lo que parecía el final de un pasillo a cuya derecha había una puerta alta compuesta de dos hojas de madera oscura y decorada de forma clásica con motivos vegetales. La puerta se abrió al ser empujada por las primeras personas de un grupo de no menos de ocho o diez que salían de un salón también sombrío, mientras reían, se tambaleaban, e incluso hacían ademanes como de terminar de vestirse.
-¡¿Qué haces mirando?! Gritó a Dan un delgado muchacho con el bigote y la perilla muy recortados, de manera que aquél, de la impresión casi se cae para atrás. Ni que decir tiene que todos corearon la hazaña de su amigo con sonoras risotadas, mientras se adentraban en el pasillo.
-No me gusta nada esto. Murmuró Lana cuando ya todos se habían ido.
–Bueno. Respondió Dan. -Buscamos otro sitio. La casa es grande. Podemos subir por las escaleras de caracol que te gustan tanto. Espera que voy a cerrar la puerta que he abierto sin querer cuando iba a caerme.
Lana vio como el joven se acercaba a la puerta cuando súbitamente pareció quedarse paralizado y lanzó un grito. La chica se acercó con rapidez. Allí estaban, parados o arrastrándose por un enorme descampado, con los ojos hundidos, los rostros tristes, los trajes andrajosos, emitiendo sonidos que quisieran asemejarse a gemidos si tuviesen la suficiente energía. Una enorme cantidad de personas de todas las edades se acercaban a la mansión. Los que estaban más cerca alargaban con ansia sus manos hacia el edificio. A duras penas se podía entender –¡Socorro! Una vez y otra vez.
Lana exclamó. -Vamos. Tenemos que buscar ayuda.
Dan aún estaba aturdido. -¡Qué horror! ¿Tu sabías algo de eso?
A Lana no le dio tiempo a responder. -Oye, oye. Necesitamos ayuda. Ahí fuera hay gente que está muy mal. Tenemos que atenderles.
Se dirigía a un grupo de personas que, la mitad estaban sentadas y los demás de pie con cubos en las manos. Por un momento se quedaron mirando a la chica. Sus rostros eran inexpresivos.
-¿Gente?
-¿Ahí fuera?
-¿Atender?
Como si no entendieran el idioma.
-Si. Algo he oído. Dijo uno. -Pero son muchos. No se puede hacer nada. ¡Venga! Que se derrite el hielo.
Los que estaban de pie dejaron caer el hielo que llenaba los cubos encima de sus compañeros. De nuevo los gritos y la algarabía. -¡Cuidado! El que se queje recibirá un cubo de agua…hirviendo. Los ojos de Lana se iban a salir de incredulidad. -Vamos. Dijo Dan con resignación. -Busquemos en otro lado.
Se decidieron a subir por una de las escaleras de caracol. Pasaron por dos amontonamientos humanos suponiendo acertadamente que era inútil llamar su atención ya que no les iban a hacer el más mínimo caso. En una balconada que asomaba al recibidor de la mansión unos se estaban poniendo perdidos a base de comer tarta de chocolate con los dedos.
-¡Oye! ¡Oye por favor! Dan se las veía y deseaba para no caerse esquivando botellas de champán vacías que rodaban por el suelo, aparte de los consabidos añicos de cristal, mientras trataba de llamar la atención de los comensales. -Mirad. No sé si lo sabéis, pero la mansión está rodeada de personas que necesitan nuestra ayuda, algunas casi moribundas.
-¿Moribundas? Parece que estuvieras hablando de zombis. Respondió un presunto lumbreras.
Lana respondió airada. -¿Qué dices? Estamos hablando de personas reales. Las hemos visto. Están francamente mal.
-A ver. A ver. Vosotros dos.
Todos volvieron la mirada. Una mujer con un largo vestido negro brillante y gafas oscuras se acercaba por el pasillo con dos hombres jóvenes a los lados, trajeados con el mismo color y el mismo tipo de gafas.
-¿Sois vosotros los que nos estáis aguando la fiesta a los que estamos aquí con ese rollo de gente sufriendo?
Lana y Dan se miraron.
-Porque como volvamos a oír algo más sobre enfermos, moribundos o yo que sé -la mujer hizo una pausa, sendas mechas blancas en su largo y ondulado cabello negro hacían difícil determinar su edad- Como volvamos a oír algo así -levantó un dedo índice amenazante- creo que os queda poco tiempo en esta juerga.
FIN DE LA PRIMERA PARTE.