MARÍA RIVAS
“Tú siempre tan TÚ. Llenabas todo el ESPACIO sola, lo recuerdo como si fuera ayer, y sigues siendo tú llenándolo todo”.
Lo vuelve a leer. Cierra los ojos y apaga el móvil mientras un retortijón de estómago la hace encogerse, solo un segundo. Luego se endereza de nuevo. Y sigue.
Sin embargo, no dejará de releerlo en su cabeza; no dejará de preguntarse en voz muy alta, aunque en silencio: ¿Qué ha sido de esa “tú” que lo llenaba todo?
Ya no existe, aunque el resto aún la vea, se responderá. Es como el brillo falso de esa alhaja, es como el sabor artificial de ese dulce. Y decidirá olvidarse de ella, porque recordarla duele.
Y pasará una hora, otra hora, muchas horas. Y pasará un día, otro día, muchos días. Y una mañana cualquiera creerá verla en el reflejo que le devuelve la ventana por la que se asoma. No, no es ella. Ella se consumió, se corregirá. Pero… ¿y si solo está PERDIDA?
Y si es como la gota de sangre escondida en la amapola. Y si es como ese retrato oculto en el lienzo. Y si solo tiene que BUSCARLA, que ENCONTRARLA.
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