ECONOMISTA
PARTE 3
28
Abril 2012
Las vacaciones de Semana Santa se me hicieron eternas en el pueblo, salí con los colegas un par de veces, pero tenía la cabeza en otra parte. Estaba ausente, como si fuera un fantasma. Los últimos días en el chalet habían sido muy intensos, subido en una montaña rusa de emociones que me habían dejado los nervios a flor de piel.
Y no era para menos.
Había conseguido follarme a Mónica en la piscina y cuando me las prometía muy felices todo se había desmoronado, ella me pidió que me fuera del chalet y ni tan siquiera quería hablar conmigo. Con lo que me había costado poder llegar hasta ella, algo que me parecía inalcanzable por el mes de septiembre, y en un suspiro lo había perdido todo. Por suerte, el último día pude reconducir la situación con Mónica, y no solo eso, terminamos follando desesperadamente en la cocina en un polvo rápido e improvisado que había terminado con su resistencia.
Después intenté mantener la cabeza fría dejándola con los pantalones bajados, cachonda y con ganas de más, mientras mi corrida no dejaba de gotear en su empapado coño.
Esa imagen no se me fue de la cabeza durante las vacaciones, ni sé las veces que terminé masturbándome pensando en Mónica, fantaseando con los dos meses y medio que tenía por delante en el chalet junto a ella. Era un mar de dudas, realmente no sabía lo que iba a encontrarme a la vuelta.
Había varios temas que me preocupaban, sobre todo que Fernando se pudiera enterar de la aventura que estaba teniendo su mujer conmigo, me daba pena por él, pues era una persona muy buena, y siempre me había tratado fenomenal, pero el deseo de follarme a Mónica me nublaba la razón, aquella mujer destilaba morbo por cada poro de su piel, y me volvía loco, literalmente. Luego estaba Elvira, y ahora mi relación con ella podría verse muy complicada por este asunto, por lo que no quería que se enterara aunque nos gustara fantasear con Mónica, era una gran amiga y mi mejor apoyo en la facultad y deseaba que así siguiera siendo y por último estaba el tema de los estudios que de momento llevaba muy bien, y no quería que mis líos amorosos pasaran factura en las notas finales con todo el trabajo que había hecho.
De momento, lo primero era volver al chalet, tenía muy claro lo que tenía que hacer con Mónica y cuál debía ser mi estrategia a seguir. Ya conocía su carácter, su forma de actuar y ahora que había conseguido mi principal objetivo quería ir un paso más allá.
Follarme a Mónica cuando me diera la gana.
El domingo regresé al chalet, por la mañana había avisado a mis caseros que llegaría tarde, sobre las 21:30 o así y les dije que no contaran conmigo para la cena. Yo sabía que a esa hora ya no estaba Fernando en casa, no quería encontrarme con él, y en cuanto llegué subí a la habitación. Supuse que Mónica se estaría dando su baño diario y me quedé preparando las cosas para el día siguiente en la universidad y poniéndome el pijama.
Una hora más tarde bajé al salón y Mónica estaba leyendo en el sofá con la tele apagada y la luz de la lámpara de pie a muy poco intensidad, creando un clima agradable para su lectura.
―Hola, ya estoy aquí… ―dije quedándome de pie junto a ella.
―Hola, Adrián ―me contestó desviando la mirada hacia mí.
―¿Qué tal las vacaciones?
―Bien, vamos, como siempre, tampoco hemos hecho nada especial, hemos salido a la sierra un par de veces y poco más… ¿y tú?
―Yo, igual, poca cosa, he salido un par de veces con los colegas y he estado estudiando, que en nada llegan los exámenes finales.
―Muy bien.
―Bueno, me voy a subir a dormir, mañana nos vemos…
―De acuerdo, que descanses, hasta mañana…
La conversación fue breve, corta y formal, apenas duró un par de minutos y volví a la habitación sin intentar lo más mínimo con Mónica. Me gustó encontrármela tan tranquila y que no me hiciera ninguna mención a que me fuera del chalet. Parecía que ya había interiorizado lo que había pasado entre nosotros y se le había pasado ese primer sentimiento horrible de culpabilidad que debía tener consigo misma.
El lunes me levanté pronto, hice diez minutos de flexiones, me pegué una ducha y a las siete y cuarto ya estaba desayunado. Apenas saludé a Mónica con un “buenos días” mientras ella estudiaba en el salón y temprano y con tiempo suficiente salí a la facultad para reanudar las clases.
Me gustó ver a todos los amigos, a los profesores, a Paula. Todo seguía igual que siempre.
Durante las vacaciones la relación de Laura y Sergio se había ido afianzando y en los descansos entre clase y clase no se separaban ni un segundo. Por supuesto, en el rato del almuerzo Sergio ya empezó a organizar la primera fiesta del viernes por la noche y terminé ofreciendo la bodega del chalet para cenar juntos. Apenas pude hablar con Elvira, lo suficiente para quedar con ella para estudiar por la tarde en mi casa y poco más.
En cuanto terminaron las clases salí para casa, Mónica ya tenía preparada la comida, una ensalada de pasta y unos filetes de lomo en salsa y durante la misma le estuve comentando lo de la cena del viernes con mis compañeros de universidad. Yo intentaba actuar con normalidad y ella también, pero se notaba que no estábamos igual que antes, algo había cambiado entre nosotros, era como que había una cierta tensión constante y ambos teníamos que medir muy bien las palabras que decíamos, los gestos, cada movimiento. Una sensación “extraña” que se había acentuado en Mónica que ya no se la veía tan segura de sí misma, ahora parecía despistada, se olvidaba de cosas, estaba titubeante, e incluso actuaba con cierta timidez, como si estuviera avergonzada de lo que había pasado. Y no era para menos.
Después de recoger y dejar la cocina limpia subí a la habitación y me eché una pequeña siesta esperando a que viniera Elvira. Sabía que iba a llegar puntual a las cuatro, siempre lo hacía y era una cosa que me encantaba de mi amiga. Estuvimos estudiando un par de horas lo que habíamos visto por la mañana en clase y sobre las seis nos tomamos un pequeño descanso.
Me quedé mirando lo guapa que había venido Elvira, con un vestido largo ceñido al cuerpo de color gris, botas militares y el pelo recogido en una coleta. La verdad es que llevar tantos días sin follar, esa energía sexual que existía en casa cada vez que estaba con Mónica y el magnetismo tan particular que trasmitía Elvira, hacía que llevara dentro una tensión que se iba incrementando poco a poco y que me tenía cada vez más excitado. Estuvimos hablando de lo que habíamos hecho en vacaciones y al final salió el tema que estaba esperando.
―Por lo que veo sigues aquí, ¿qué tal ahora con Mónica? ¿Al final cambió de opinión?
―Sí, bueno… estuve hablando con ella los últimos días antes de vacaciones, como tú me dijiste…
―Me alegro que os entendierais y la convencieras para quedarte aquí, hubiera sido una putada tener que buscarte otra cosa, queda poquito para final de curso.
―Pues sí, estuvimos hablando la noche del martes y sobre todo del miércoles, le dije que por favor me dejara quedar, que no iba a dar ninguna guerra y que en Junio cuando fuera ya no tendría que preocuparse más por mí…
―¿Y te dijo que te quedaras?
―Tampoco es que me dijera que sí, ni que no, pero ya se dio cuenta que no había recogido nada en mi habitación y que no estaba dispuesto a marcharme.
―Bueno, si al menos lo habéis arreglado por las buenas… aunque tampoco es que hubiera nada que arreglar… ¿no?
―Pues no, fue después de salir el sábado, ya sabes, lo que te conté la otra vez…
―Sí, eso es que tuvo pensamientos lujuriosos contigo o algo así… mmmmmmm… ¿y ahora cómo está la situación con Mónica?, me imagino que no será fácil después de que te dijera que te marcharas…
―Pues ayer estuvimos hablando y hoy hemos comido juntos como si nada, con total normalidad, como si no hubiera pasado nada entre nosotros, así que muy bien…
―Me alegro de que la convencieras por las buenas… venía pensando mientras venía aquí que quizás te la habías follado para hacerla cambiar de opinión… ―me dijo con voz morbosa poniéndose de pie y acercándose a mí para abrir las piernas y dejarse caer sobre mis muslos a la vez que me rodeaba el cuello con los brazos.
―¡Elvira!
―Shhhhhhhh…
Acercó su boca a la mía y entremezclando sus dedos con la parte de atrás de mi pelo me dio un beso suave sacando la lengua y chupándome con sensualidad los labios. Yo le correspondí y terminamos morreándonos sobre la silla mientras yo sobaba sus tetazas por encima del vestido. Cuando ya me tenía con la polla dura se levantó y volvió a ponerse en su sitio poniéndose a estudiar sin prestarme atención.
No entendí muy bien a qué había venido eso, pero me dejó ciertamente confundido y con la polla a punto de reventar bajo los pantalones.
Elvira cada vez me tenía más descolocado, pero estaba claro que le gustaba fantasear con que me follaba a Mónica, incluso estuve a punto de confesarle nuestra aventura, aunque al final decidí no contárselo. Un rato más tarde se marchó a su casa despidiéndome con un pico en los labios y escuché cómo charlaba unos minutos con Mónica en la planta baja.
Cuando ya se había ido fui a la cocina para ayudar a Mónica a preparar la cena, estaba haciendo crema de verdura y pescado a la plancha. Cenamos juntos sin apenas hablarnos y cuando terminamos le dije que se podía ir que ya me quedaba yo limpiando, a pesar de mi insistencia, Mónica se quedó conmigo, fregamos los platos y dejamos todo recogido haciendo una buena labor de equipo.
―Voy a darme un baño, si no te veo ya, hasta mañana ―me dijo ella subiendo por la escalera hasta su habitación.
―Hoy bajaré yo también a la piscina, la he echado mucho de menos…
―Vale, saldré puntual a las nueve y media.
―No te preocupes, tú tómate el tiempo que necesites… no tengo prisa.
Fui por la escalera tras Mónica y seguí hasta mi habitación, me recosté en la cama mirando el móvil, y cuando faltaban diez minutos para la hora me desnudé por completo y me puse el albornoz encima. Después de lo que había pasado por la tarde con Elvira, la sensación del algodón caliente rozando mi polla, y saber que Mónica iba a estar en la piscina hizo que ya tuviera una erección considerable.
Cinco minutos antes de las nueve y media me presenté en la piscina y me quedé sentado viendo nadar a Mónica. Ella miró la hora y se dio cuenta de que todavía le quedaba un poco de tiempo, pero no se sorprendió por verme allí.
―Ahora salgo… ―me dijo.
Yo apenas le hice caso y me quedé con el móvil como si la cosa no fuera conmigo, pero dejé de mirar la pantalla cuando ella comenzó a salir con un bañador rojo de cuerpo entero. Me gustaba cómo se le marcaban las tetas y se le metía la tela entre los cachetes de su culazo. Yo no tenía ninguna prisa en bañarme, y ella parecía que tampoco en secarse. Habíamos entrado en una especie de guerra psicológica y cada uno estaba jugando sus armas.
Sin decirme nada se estuvo escurriendo el pelo delante de mí y cuando terminó se puso el albornoz y una toalla en la cabeza. Ella sabía perfectamente que yo no llevaba bermudas, por eso no me metía en la piscina y además, que la estaba observando sin cortarme un pelo.
―Buenas noches ―dijo saliendo de la zona de baño y dejándome con una erección considerable.
En cuanto me quedé solo me quité el albornoz para meterme en la piscina climatizada. Tenía un agradable cosquilleo en el estómago y un calentón importante. Me encantaba cómo Mónica se había lucido delante de mí, no sé si insinuándose o solo habían sido imaginaciones mías, pero las sensaciones respecto a ella no podían ser mejores.
Me estaba creando unas expectativas en mi cabeza que me ponían a mil, pero tenía que seguir mi plan hasta que ya no pudiera más. Y por cómo palpitaba mi polla bajo el agua no iba a poder aguantar mucho tiempo con ese juego.
El resto de la semana continuó igual, Elvira vino a estudiar todos los días hasta el jueves y yo seguí comiendo y cenando con Mónica, aunque el ambiente seguía raro entre los dos. Era evidente que ya no podíamos tener la misma complicidad de amistad o ese cariño entre nosotros después de lo que había pasado antes de Semana Santa y vivíamos en una especie de calma tensa que precede a la tormenta que se podía desatar en cualquier momento.
El martes bajé a la piscina e hice lo mismo que el lunes, esperé a que Mónica saliera del agua y ella se quedó unos minutos delante de mí, dándome la espalda y escurriéndose el pelo mientras me mostraba su poderoso culo. El miércoles, sobre las diez y media de la noche fui yo el que entró al salón después de bañarme en la piscina, al pasar vi que Mónica estaba viendo la tele y me senté en albornoz a su lado, con toda la tranquilidad del mundo, comentamos un par de cosas de la serie que estaban dando en la primera y cuando terminó nos fuimos los dos a la cama.
La tensión sexual entre los dos iba en aumento y ahora era algo que se podía percibir con claridad.
El jueves di un paso más en mi plan, y después del numerito de Mónica al salir de la piscina y secarse el pelo me puse de pie y me quité el albornoz, ¡quedándome completamente desnudo delante de ella! Mónica no se esperaba que hiciera eso y a mí me encantó la sensación de provocarla y mostrar la poderosa erección que lucía mientras bajaba por la escalera.
Esa noche ni tan siquiera se despidió de mí cuando salió de la zona de baño aturdida por lo que acaba de pasar.
El círculo se estaba cerrando y era evidente que ya no podíamos aguantarnos más. Ni ella ni yo.
29
El viernes me levanté demasiado excitado, la noche anterior no me había masturbado y me metí en la cama con todo el calentón por lo que había pasado en la piscina. Quedarme desnudo delante de Mónica me había gustado tanto que estaba deseando repetirlo, aunque para eso iba a tener que esperar al domingo.
Por la noche venían a cenar los amigos al chalet y el sábado ya habría regresado Fernando de su trabajo en Madrid. Salí de la facultad a las dos en punto después de haber quedado con los compañeros a las diez y Mónica ya me tenía hecha la comida.
Se me hacía extraño comer con ella como si nada, sabiendo lo que estaba pasando entre nosotros, además, por la tarde me había dicho que nos iba a preparar unas pizzas caseras para que cenáramos en la bodega y yo me ofrecí a ayudarla. Intenté convencerla para que nos acompañara, pero Mónica estaba firme en su decisión, esta vez no iba a cenar con nosotros, según me dijo quería volver a su rutina diaria de estudio que había descuidado con tanta salida y tanta fiesta.
A las siete salí de la habitación y Mónica estaba a punto de empezar su clase de yoga en el salón. Le pregunté si la podía acompañar y ella sacó otra esterilla que extendió en el suelo a su lado. Ya casi se me había olvidado lo que era hacer una hora de yoga con Mónica, me ponía mucho cómo se le marcaba el culo con sus mallas negras Nike y eso no ayudaba precisamente a que me tranquilizara, pero los diez últimos minutos dedicados a la respiración hizo que terminara en un importante estado de relajación.
Terminamos la clase y Mónica, se puso una cinta en el pelo y una sudadera de capucha antes de meternos en harina, nunca mejor dicho. Sacó los ingredientes y comenzamos a preparar una masa fresca de pizza en la cocina.
―Ha estado muy bien la clase, me ha gustado mucho.
―Gracias, me alegra que te haya gustado.
―Me gustaría que esta noche cenaras con nosotros, luego si quieres no bebas ni salgas de fiesta, pero por lo menos ven a cenar.
―Déjalo, Adrián, que luego me conozco yo a tus amigos y ya sé cómo terminan vuestras cenas.
―Bueno, invitada estás, ya lo sabes…
Cuando ya estaba todo preparado extendió harina en la mesa y fue extendiendo la masa con una especie de rodillo.
―Esto está casi listo, vete sacando los ingredientes para la pizza… ―me pidió.
Abrí el frigorífico y me quedé mirando a Mónica cómo se esforzaba en trabajar la masa. Se debía haber rozado la cara sin querer pues se había manchado la cinta del pelo.
―Tienes harina hasta en la cinta…
―Me supongo, no te preocupes, vamos a terminar y dejamos la cocina recogida.
―Y en la nariz…
―¿En la nariz también?
―Sí ―dije poniendo mi dedo sobre la mesa y luego manchándole la punta… ―. Ahora sí…
―¡Muy gracioso! ―dijo ella sin dejar de extender la masa.
Luego me pringué otros dos dedos y se los pasé por la mejilla.
―Y ahora la cara…
―¡Adrián!
Después posé la palma de la mano completa en la mesa.
―¡Ni se te ocurra!
Hice como que iba a posarla en su cara, pero a última hora bajé la mano dando a Mónica un pequeño azote y dejando mi mano blanca de harina impresa en sus mallas deportivas. Ella soltó el rodillo y cuando quiso hacer lo mismo que yo la sujeté por la muñeca impidiéndoselo.
Entonces nos quedamos frente a frente, con la respiración agitada, Mónica intentó volver a su tarea, pero sin mucho convencimiento y yo no dejé que lo hiciera tirando de ella para que siguiera en la misma posición. No hablábamos, solo nos mirábamos fijamente sin decirnos nada. Tampoco hacía falta.
Esta vez fue ella la que se lanzó a mi boca y yo le quité la cinta del pelo antes de bajar las dos manos a su culo, tenía tantas ganas de sobar ese trasero que se lo apreté con ganas, no tardé nada en meter los dedos por dentro del elástico de sus mallas y sus braguitas para llegar a su suave piel desnuda. Nuestras lenguas se mezclaban en la boca en un beso intenso y desesperado.
―Vamos a mi habitación… ―dije sin perder un segundo.
Cogí de la mano a Mónica y tiré de ella para guiarla escaleras arriba. Como una peli erótica de los noventa nos fuimos desnudando sin dejar de besarnos, tropezamos unas cuantas veces dejando nuestra ropa tirada por el suelo como si fueran migitas de pan que iban mostrando el camino hasta mi cuarto y al llegar allí Mónica tan solo llevaba puesto el sujetador y sus braguitas y yo los calzones que me quité antes de ponerme sobre ella.
Mónica se tumbó boca arriba en mi cama y yo pasé las manos por su espalda para desabrocharle el sujetador, fui bajando mis labios por la mejilla y su cuello, deslizándome hacia abajo hasta que llegué a sus preciosos pechos. Los pezones de Mónica estaban duros y erectos, y gimió cuando me los metí en la boca chupándolos con ganas. Amasé bien sus tetas unos segundos y luego tiré de las braguitas hacia abajo desnudando su depilado coño.
Era la primera vez que se lo veía tan cerca.
Estaba rasurado y tenía un brillo especial, quería saborearla, comprobar cómo sabían sus jugos cuando estaba excitada, y Mónica me esperó con las piernas bien abiertas, pero en cuanto puse mi lengua sobre su empapada rajita ella apenas me dejó disfrutar de ese manjar y tiró fuerte de mi pelo para subirme hacia arriba.
Mónica no podía esperar más.
Quería mi polla. Quería que se la metiera. Quería que la follara duro. Quería sentir mis huevos golpeando una y otra vez contra su mojado coño de zorra. Quería… ser mi puta.
Ella misma me agarró la polla, empuñando mi potente erección y se la colocó a la entrada, estaba ansiosa, desesperada y se frotó mi verga contra ella un par de veces en un gesto sucio y soez antes de poner una mano sobre mi culo mientras que con la otra guiaba mi verga a su coño. Entro suave y con fluidez y un calor me envolvió de repente.
Ya había conseguido su objetivo y ahora, una vez penetrada, bajó las dos manos a mi culo agarrándome los glúteos con ganas y acompañando mis movimientos para que se la metiera lo más profundo posible.
Otra vez estábamos follando.
Mi polla entraba y salía sin descanso de Mónica, sentía su humedad en mis pelotas que estaban húmedas por los jugos que ella iba soltando. Con cada embestida ella gemía como si le fuera la vida en ello y yo seguía martilleando su coño sin piedad, follándomela lo más fuerte que podía. Varias veces acallaba sus gemidos besando su boca y ella recibía ansiosa mi lengua sin dejar de mover sus caderas debajo de mí.
Me hubiera gustado probar otras cosas, cambiar de postura, disfrutar de Mónica durante horas, pero las pequeñas convulsiones de su cuerpo me indicaron que estaba a punto de correrse. Ya empezaba a conocer esos pequeños gestos y detalles que me anunciaban el inminente orgasmo de Mónica. Se abrazó con fuerza a mi espalda y cruzó las dos piernas sobre mi espalda gimiendo todavía más alto.
―¡¡¡Ahhhhhh sigueeeeee, sigueeeeeee, ahhhhhhhh, síííííííí!!! ¡¡¡Vamos, córrete conmigo!!! ¡¡Córrete dentro de mí!! ―me ordenó mientras llegaba al clímax.
Creo que podría haber durado un poco más, tampoco mucho, estaba deseando soltar la tensión que llevaba acumulada toda la semana y la voz de Mónica gimiéndome en el oído para que me corriera dentro de ella hizo el resto.
Embestí con fuerza cinco o seis veces más y mis huevos golpearon su coño por última vez antes de que mi polla explotara en su interior. Mónica notó las contracciones de mis glúteos mientras me vaciaba dentro de ella y me animó a que siguiera haciéndolo.
―¡¡Asíííí, eso es… mmmmmmm, ahhhhhh, córrete, sigueeee, córrete dentro de mí, másssss, mássssss…!!! ―chilló loca de placer.
Fue un orgasmo delicioso, enganchado a Mónica como si fuéramos una sola persona. Ella no dejó de abrazarme con los brazos ni con las piernas hasta que la última gota de semen se quedó en su interior. Nos miramos unos segundos, la cara de Mónica estaba encendida y tenía la boca entreabierta, lo que aproveché para meter la lengua en ella empezando a morrearnos de nuevo.
Seguíamos tensos, crispados, con ganas de más.
Sus brazos se relajaron y sus piernas perdieron tensión volviendo a su estado original, quedándose abierta de par en par encima de mi cama. Aproveché ese momento para salirme de dentro de ella y mi polla fue apareciendo dura y pringosa dejando a Mónica con el coño bien abierto.
―¡¡Qué pasada!! ―exclamé dejándome caer a su lado.
Miré su cuerpo, pasé una mano despacio por su ombligo y acaricié despacio sus pechos, que ahora estaban demasiado sensibles. Mónica no decía nada, solo jadeaba y respiraba agitadamente tratando de recuperarse del polvazo que acabábamos de echar. Su depilado coño brillaba radiante y excitado y mi lefada empezó a salir de su interior.
Me encantaba correrme dentro de Mónica.
―¡¡Eres fantástica!! ¡¡Voy a follarte todos los días!! ―dije pasando un dedo por su rajita empezando a jugar con el semen que escurría hacia la colcha de mis sábanas.
De repente comenzó a sonar el teléfono móvil de Mónica, lo tenía en la mesilla de su habitación y ella pegó un bote de mi cama saliendo del trance en el que se encontraba.
―¡¡Mierda, es Fernando!! ―dijo ella corriendo escaleras abajo.
―Pero, ¿viene mañana, no? ―pregunté acojonado saliendo detrás de Mónica.
Comenzó a hablar con su marido por el móvil y los dos fuimos escaleras abajo recogiendo la ropa que habíamos ido dejando por el camino.
―¡Sí, es que tenía el móvil en la habitación y he subido corriendo! ―dijo Mónica justificando su respiración acelerada.
Mientras hablaba con Fernando se fue poniendo las braguitas y los pantalones y yo me quedé mirándola desnuda de cintura para arriba sentada en un banquillo de la cocina, donde descansaban las masas de las pizzas a medio hacer. Ni tan siquiera me había dado cuenta de la hora, pero tampoco teníamos mucho tiempo para terminarlas y yo todavía me tenía que pegar una ducha antes de que vinieran mis amigos.
Cuando terminó de hablar con su marido, Mónica se quedó un poco rara y luego pegó un suspiro profundo, dejando salir lo que llevaba dentro.
―¡Joder, estoy perdiendo la puta cabeza! ―dijo poniéndose el sujetador, la camiseta y recogiendo la cinta del pelo que estaba tirada en el suelo llena de harina.
Supe interpretar ese momento y no quise forzar más la situación, me acerqué a ella para comenzar a picar los ingredientes de las pizzas, y entre los dos terminamos de hacerlas sin hacer ninguna mención a lo que acababa de pasar en mi habitación. Con las pizzas preparadas limpiamos la cocina y dejamos todo recogido. Se nos había hecho un poco tarde, pero todavía le daba tiempo a Mónica a darse un pequeño baño en la piscina antes de que vinieran mis compañeros y yo subí a ducharme y a vestirme.
Esa noche ya no volví a ver a Mónica, no tardaron en llegar mis amigos y mientras lo hacían fui metiendo las pizzas en el horno. Nos juntamos ocho en la bodega y todos me preguntaron por Mónica, pero les dije que no nos iba a acompañar. Se quedaron bastante extrañados de que ni tan siquiera bajara a saludar, pero yo la excusé diciéndoles que no se encontraba muy bien y que les mandaba recuerdos.
Solo Elvira sabía y entendía lo que estaba pasando y nos miramos con complicidad sin que nadie se diera cuenta.
En cuanto empezamos a jugar al ocalimocho nos olvidamos de Mónica y salimos del chalet bastante tarde para tomarnos un par de copas en el bar que estaba al lado. Fiel a nuestras costumbres y con una buena borrachera encima, terminamos en “El jardín del Edén” y cuando Sergio y Laura comenzaron a enrollarse decidí que era el momento de irme con Elvira y acompañarla hasta su casa.
Entramos al portal y estuvimos morréandonos cinco minutos hasta que nos pusimos bien calientes.
―¿Qué tal hoy con Mónica?… la he echado de menos… ―me preguntó de repente.
―Bien, hemos estado haciendo las pizzas juntos, y después nos hemos liado, una cosa ha llevado a la otra y… hemos terminado follando en mi habitación… ―le conté a Elvira como si fuera una fantasía.
―¿Ah, sí?, mmmmmmmm… ¿y te la has follado bien? , cuéntame lo que habéis hecho… ―dijo susurrando con voz de zorra, siguiéndome el juego.
No podía creerme lo increíblemente morbosa que era Elvira, ahora me estaba pidiendo detalles de mis supuestos encuentros con Mónica
―¿En serio lo quieres saber? ¿Te excita eso?
―Sí, ¿y sabes una cosa?… no me extraña que te guste, reconozco que Mónica tiene un polvazo… me pone mucho el culo que tiene… ―dijo dejándome con la boca abierta.
―¿Te gustan las tías también?
―En esta vida hay que probarlo todo, ¿no? ―dijo sacándome la polla.
Y mientras me la meneaba a las cinco de la mañana en su portal, sin importarle que pudiera entrar algún vecino y nos pillara así, le relaté el polvazo que había echado con Mónica en mi cama por la tarde como si me lo estuviera inventando. Elvira se puso tan cachonda que me agarró de la mano y bajamos al descansillo que daba acceso al garaje y allí me pidió que la sodomizara.
Terminé la noche corriéndome dentro del culo de Elvira y volví a casa completamente exhausto, pero feliz y relajado. No creo que tardara en dormirme más de cinco segundos en cuanto me metí en la cama.
Todavía tenía el perfume de Mónica en la colcha.
30
Cuando desperté Fernando ya estaba en casa, había dormido nueve horas y eran casi las dos de la tarde. Me pegué una ducha rápida antes de aparecer por la cocina y Fernando y Mónica estaban con el plato encima de la mesa, a punto de comer.
―Pensamos que no te ibas a levantar, te había guardado la comida en el frigo… ―dijo Mónica.
―Muchas gracias, sí, ayer se nos hizo un poco tarde.
―Ya nos hemos dado cuenta…
Mónica hizo el gesto de levantarse para calentarme la comida, pero yo no dejé que lo hiciera.
―No te preocupes, tú sigue comiendo que creo que eso puedo hacerlo yo solo…
―De acuerdo.
Se me hacía muy raro estar con ellos en la mesa después de haberme acostado con Mónica. Fernando le estaba contando a su mujer cosas del trabajo y yo asistía a la conversación en silencio, pensando en cuándo sería la próxima ocasión que iba a poder estar a solas con ella. En cierta medida, me daba pena por el bueno de Fernando, no se merecía que le hiciéramos eso, ni su mujer ni yo, pues a mí siempre me había tratado fenomenal. Pero el morbo me invadía por completo.
Mónica era una tentación demasiado irresistible.
Y cuando terminamos de comer Fernando nos dijo que se iba a echar la siesta en el sofá, a él le gustaba acostarse allí una hora, sobre todo cuando venía los sábados de trabajar, y Mónica y yo nos quedamos recogiendo la cocina. Cuando estábamos a solas pasé por detrás de ella y le di una pequeña palmadita en el culo, Mónica se giró y me dijo en bajito.
―Aquí no, para, cuando esté Fernando en casa no…
―Lo siento, es que no puedo evitarlo ―contesté mordiéndome los labios―. ¿Está dormido?
―No lo sé, creo que todavía no…
―Pues vamos arriba…
―¡¡Shhhh, calla!! ¡¡Estás loco!!, ni se te ocurra hacer nada y te lo digo muy en serio…
Mientras yo metía los platos en el lavavajillas Mónica iba fregando la cazuela y limpiando la vitrocerámica, recogí las mesas de la cocina y terminé secando con un trapito lo que Mónica dejaba en la bandeja. Nos miramos un par de veces en silencio, se palpaba la tensión sexual entre nosotros y cuando sequé tres vasos me acerqué donde estaba Mónica y abrí el armario que estaba sobre ella para dejarlos, eso sí, no desaproveché la oportunidad de pasar mi empalmada polla por su culo.
―¡Para, estate quieto! ―susurró Mónica.
―No he hecho nada, solo iba a dejar los vasos, perdona.
Pero inconscientemente a ella se le escapó la vista, mirando hacia abajo y comprobando que efectivamente estaba bien duro lo que acababa de sentir rozando su cuerpo. Noté cómo se le encendían las mejillas, y se dio prisa por terminar para subir a su habitación a echarse la siesta.
Antes se asomó al salón y comprobó que Fernando estaba dormido, y yo la seguí escaleras arriba. Cuando llegamos a la puerta de su habitación agarré su cintura y me pegué a su culo besuqueando su cuello. Mónica apenas se resistió y dejó unos segundos que mi polla se incrustara entre sus dos glúteos.
―¡Ahhhhh, Adrián!, no, ahora no, cuando esté Fernando en casa… no… ahhhhh! ―gimió sin poder evitar el placer que estaba sintiendo.
Hice que se diera la vuelta y nos quedamos frente a frente, con los labios a escasos centímetros y Mónica apoyó sus manos en mi cadera. En su cara pude leer el miedo que sentía por lo que estaba haciendo, pero también el deseo y su cuerpo comenzó a temblar levemente.
―Me pones mucho, no lo puedo evitar…
―Cuando esté Fernando en casa no podemos hacer esto.
―Ya lo sé, pero no sé qué me pasa contigo, mira cómo me tienes ―dije mostrándole el bulto que tenía bajo los pantalones―. Hazme una paja al menos…
―Adriánnnnnn, mmmmm… ―gimió ella, negando con la cabeza.
―No voy a hacer ruido y desde aquí podemos escuchar si Fernando sale del salón… venga, date prisa…
Mónica se asomó por la escalera para comprobar que no había nadie y me desabrochó con celeridad el nudo del pantalón de chándal. Con un pequeño tirón hacia abajo mi polla saltó por los aires y ella empuñó mi erección con su mano derecha, agarrándome el tronco con firmeza. Comenzó a meneármela a buen ritmo y yo me acerqué todavía más para pegar mis labios con los suyos. Mónica me correspondió tímidamente el beso, estaba más preocupada por que me corriera que de su propio disfrute.
En su cara podía ver el morbo por lo que estaba haciendo y volvió a mirar hacia abajo, aunque sabía que Fernando no iba a venir, luego se quedó observando mi polla y el ritmo de su paja disminuyó, era como que de repente quería que durara un poco más. Estaba claro que ella estaba disfrutando con aquello y deseaba tener mi polla entre sus dedos unos minutos más.
Bajé las manos hasta su culo metiéndolas por dentro de sus mallas y le robé un par de besos más, me encantaba que Mónica me estuviera pajeando al borde de la escalera bajo el marco de su habitación, y ahora, sintiendo el suave tacto de su culazo todavía me puse más cachondo.
―¡Quiero follarte! ―dije en bajito en su oído.
―¡Ni se te ocurra!
―No vamos a hacer ruido te lo prometo…
―No, no, para, para… ―protestó sin mucha convicción cuando comencé a bajar un poco sus mallas deportivas.
Desnudé sus glúteos e hice que Mónica se diera la vuelta apoyándose contra la pared, me puse detrás de ella restregando mi polla entre sus labios vaginales y Mónica sacó el culo hacia fuera volviendo a mirar escaleras abajo en un gesto instintivo. Todavía protestó una vez más, pero en cuanto sintió mi polla abriéndose paso en su interior apoyó las manos en la pared dejándose hacer.
Intenté follármela lo más despacio posible, sin hacer el más mínimo ruido salvo los pequeños suspiros que se le escapaban a Mónica, era un polvo suave, envolviendo su estómago con mis brazos y pegándome a ella lo más que podía. Le retiraba mi polla casi por completo y cuando estaba al borde empujaba otra vez clavándosela hasta el fondo, en un movimiento lento, pero amplio, y Mónica sentía cada centímetro de mi verga deslizándose dentro de ella.
Habíamos perdido la puta cabeza, follando en medio del pasillo con el marido de Mónica durmiendo la siesta en el salón, pero ni ella ni yo sabíamos que aquello podía darnos tanto morbo.
Lo descubrimos aquella tarde.
Ya no era solo que estábamos haciendo algo prohibidísimo, es que además la adrenalina de que nos pudiera pillar Fernando intensificaban todavía más las sensaciones. Era como un puto chute de placer.
Y poco a poco fui aumentando el ritmo, Mónica luchaba por reprimir sus gemidos, pero de vez en cuando se le escapaba alguno en bajito y su respiración se estaba empezando a acelerar. Yo le tapé la boca con la mano y la embestí con varios golpes secos hasta que no pude más y me corrí dentro de ella. Ahora fui yo el que ahogó los gemidos mordiendo el hombro de Mónica y mojando su camiseta con mi saliva. Me quedé temblando detrás de ella, con mi polla palpitando en su interior y Mónica me acarició la mano que rodeaba su cintura sintiendo cómo la inundaba con mi corrida.
Rápidamente saqué la polla de su coño y me subí a mi habitación, mientras Mónica se colocaba las mallas de deporte sin haber llegado al orgasmo. Tenía las mejillas encendidas y supuse lo que tenía que estar sintiendo en esos momentos cuando cerró la puerta de su cuarto. Me la imaginé sentada en su cama, excitada, con sentimiento de culpabilidad, asustada, sin saber muy bien lo que acababa de hacer, y notando mi semen empapando sus braguitas.
Estábamos jugando a algo muy peligroso. Y solo era el principio.