MOISÉS ESTÉVEZ

Aquellos zapatos la estaban matando y temía comentárselo a su
hermana, ya que ésta le advirtió en casa que desde donde dejaran el coche,
hasta el lugar al que tenían intención de ir, había un tramo bastante largo y con
un sendero bastante abrupto e irregular.
A la vez que iba pensando en sus pies, inocentes sufridores por culpa de
una mente presumida y pizpireta inmersa en el universo ‘ZARA’, caía una
niebla que hizo que perdiera de vista a su predecesora.
El camino, cada vez más angosto y escarpado le estaba resultando un
tanto incómodo y duro, aunque estaba convencida de que el esfuerzo merecía
la pena.

  • ¡Marta espérame que te he perdido de vista! –
  • ¡No abandones el sendero, apenas si quedan unos quinientos metros
    para llegar! ¡Yo no puedo ir tan lenta! ¡Seguro que esos zapatitos que traes te
    están jodiendo los pies! – Le contestó soltando una carcajada.
    Su hermana tenía razón, al poco de oír las risas de ésta, el camino
    desembocó en una verde y húmeda explanada, y gracias a que la niebla
    empezó a disiparse, pudo contemplar una desvencijada y carcomida verja, la
    cual Marta ya se había aventurado a saltar.
    Ahí estaba, delante de sus ojos, lúgubre, misteriosa, maltratada por la
    climatología y el transcurso del tiempo, con grietas y ventanas cual rasgos de
    un rostro sibilino y aterrador. – la mansión encantada, ¿sería cierto todo lo que
    de ella se decía?
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