ISABEL GZ

12

Así que había decidido dedicar la mañana del lunes a preparar mis cuernos como era debido”

Ser cornuda estaba resultando bastante caro. Y no metafóricamente. Nos estaba costando una pasta. Lo primero, las sesiones con Nila. Yo sólo había tenido una pero Alonso había tenido ya varias por lo que tuvimos que soltar bastante guita dado que nos cobraba el polvo a precio de caviar beluga. Lo segundo, la logística espía para poder saciar mi curiosidad. Alonso iba a llevarse a Nuria a casa y yo quería verlo. Pero no era tan fácil ya que en nuestra vivienda no encontrábamos ningún método seguro para que yo pudiera espiar a gusto. El sofá era macizo y debajo no podría ocultarme. Detrás de las cortinas era imposible. En las películas, donde el guionista puede hacer que los protagonistas sean tontos, puede resultar. Pero en la vida real, ya os digo que si te colocas detrás de una cortina — por más grande y oscura que sea— se acaba notando que hay una persona detrás. Desde las habitaciones no había ángulo suficiente para observar correctamente el salón o cualquier otro dormitorio y debajo de las camas era imposible ya que teníamos canapés. Muy prácticos para guardar cosas pero nada prácticos para espiar a tu marido y a tu corneadora de turno.

La cuestión me obsesionaba un poco así que había decidido dedicar la mañana del lunes a preparar mis cuernos como era debido. En el trabajo pedí la mañana libre con la promesa de recuperar esas horas más tarde maquetando libros y corrigiendo uno especialmente jodido de estratigrafía. Mi jefa aceptó porque al final salía yo perdiendo. La lujuria nos hace cometer tonterías y esta era una de ellas.

Pero valdría la pena. La prioridad absoluta aquella mañana era conseguir el material adecuado para ver el polvo de mi Alonso con Nuria en una calidad aceptable. Mi marido era reticente al uso de tecnología por asuntos legales pero esta vez conseguí que transigiera. La condición que me impuso fue que no grabásemos nada. Sin registro grabado, sería más difícil cualquier prueba. Los abogados son un peligro cuando se ponen a pensar en cómo saltarse la ley. Yo le hice caso —no me quedaba otra— y con estas ideas generales me dirigíal Bazar del Espía.

Soy una esclava del GPS y aquel día algo debía haber cabreado a mi Amo porque me castigaba como si fuera su puta particular metiéndome por zonas en obra, calles en sentido contrario y continuamente me hacía dar la vuelta por demoníacas rotondas en la que se me colaban toda clase de energúmenos del volante.

Por fin dí con la tienda. No había nadie salvo el dependiente que andaba enfrascado preparando paquetes e imprimiendo etiquetas. Ahora con esto del comercio por internet parece que ir físicamente a las tiendas se ha vuelto una rareza de mala gente.

—Hola, buenos días.— Saludé al chico que seguía absorto enfrentándose a un embalaje rebelde.— ¡Buenos día!

—Ah, hola, hola, perdone. Estaba ocupado. ¿Qué se le ofrece?

—Mira, sospecho que mi marido me la está pegando con una zorra de coño estrecho que vende café de culo de mofeta.— Tenía que darle dramatismo al asunto. Funcionó porque aquel adolescente pareció despertar definitivamente de su letargo.— Parece ser que aprovechan cuando salgo para fornicar de lo lindo en mi casa. ¿Tienes algo para observarlos?

—¿Grabarlos?

—Lo de grabarlos me da igual, lo que quiero es verlos a tiempo real para pillarlos in fraganti.

—Entiendo. ¿Dónde piensa poner el dispositivo? ¿En el dormitorio?

—No, en el salón. Si follan lo harán en el salón y no en la cama.

—Pues espere un momento que entro al almacén, creo que tengo algo que le servirá.

Mientras, aproveché para darle un repaso a las cosas que tenían expuestas en la tienda. Tenían utensilios de defensa personal como un broche muy bonito que ocultaba una hoja plegada convirtiéndose en una navaja. La estuve toqueteando y casi me corto. Un pintalabios grabadora de sonido. El color labial era horrible, pero por las indicaciones técnicas aquello parecía que podía grabar el pedo de un mosquito a diez metros a la redonda. Y muchas latas de refrescos falsas para ocultar el dinero. «Vaya tontería. Si fuera un ladrón antes me tomaba un refresco de tu casa que leería un libro», elucubraba yo pensando que un libro de Hans Kelsen sería más efectivo para ocultar los euros que una lata de Fanta cuando se me cayó la puñetera lata al suelo.

«Joder». La tapa se había salido y andaba agachada buscándola cuando frente a mí veo reflejado en la superficie lisa del mostrador al dependiente. Estaba callado mirándome. Mirándome las piernas y el culo. Me había puesto aquel día una falda de vuelo muy coqueta; nada en plan zorrón sino una falda midi abotonada por delante muy de señora respetable. Eso sí, mis mules beige cerrados de medio tacón iban a juego con mi camisa. Me quedé allí un ratito en cuclillas subiendo un poco mi trasero. No suelo comportarme de este modo y mi propia actitud me sorprendió. Pero mi nueva vida sexual me estaba transformando y aquella situación lo demostraba. En otras circunstancias la antigua Lore previa a los cuernos se hubiera dado la vuelta y le hubiera gritado algo así como «¡Qué coño miras pajillero!¡Cáscatela mirando a tu abuela!». La nueva Lore cornuda era diferente y ahora el pensamiento que me recorría era «¡Sigue mirando pajillero!¡Cáscatela con mis piernas!». Como podéis intuir lo que me calentaba no era sólo la situación de ser observada por un adolescente con las hormonas hasta arriba sino que yo no hubiera entrado nunca a ese sitio si no fuera para organizar mi cornamenta. Al ratito me levanté, puse en su sitio las latas falsas y me volví.

—Perdona, pero se me han caído.

—No pasa nada, señora. Ya tengo lo suyo.

Que Nuria me llamara señora me enfurecía. Que aquel niñato me llamara señora me calentaba un poquito, lo reconozco. No debería llegar a los veinte años; tenía todavía granos en un rostro enjuto y alargado. Debía ser un poco nerd para trabajar allí porque no se le notaban músculos. El ejercicio no era lo suyo sino el cacharreo electrónico. E iba a ponerme al día.

—Este es como el modelo de reloj SKU 00531 pero mejorado. Es la siguiente gama.

—Mira niño.— Me acerqué hasta que pudo sentir el aliento de mi boca en su rostro sudoroso.— No tengo ni puta idea de qué coño es un reloj SKU ni falta que me hace. Quiero pillar a mi maridito trincándose a esa fulanita, así como si me vendes un chorizo de Pamplona con cámara incorporada, pero lo quiero para poder pillarlo esta tarde con la tranca entre las piernas de esa camarera de café culero. ¿Capicci?

Asiente con la cabeza como si fuera un alumno sorprendido por su maestra.

—Creo que su marido se daría cuenta del chorizo en el salón, señora.

—¿Y no se dará cuenta del reloj hortera este?

—Los relojes de pared están en alto. Cuando se de cuenta, señora, usted ya tendrá lo que quiere.

—Mmm, buen chico. Explícame la movida esta del reloj James Bond.

—Mire la foto de la caja, señora. Es un reloj de pared normal y corriente. Elegante.— Eso de “elegante” podría discutirse, pero aceptemos que era de diseño pasable.— Usted lo coloca en la pared. Tiene un ángulo de noventa grados. Si lo pone bastante alto pillará todo el salón. El micrófono se puede activar por sensor de movimiento o desde la aplicación.

—¿Qué aplicación?

—Trae una aplicación. Desde ella usted puede activarlo, grabar, verlo y escucharlo a tiempo real… lo que quiera.

—Yo pensaba que me ibas a sacar de esas microcámaras que ponen los degenerados para grabarnos meando. Desde que lo vi en las noticias cada vez que voy a mear en un garito no paro de mirar las mierdas que hay en el suelo de los servicios.

—Esas no podrían grabarle todo el salón. Esto es mucho mejor. Y la amante no se enterará.

—Fulana, no amante.— Tenía que ponerle color. Tenía que parecer real que era una esposa despechada. Me gustaba meterme en mi papel de pobre cornuda desvalida.

—Perdone, la fulana no se enterará.

—Buen chico. ¿Y cuanto cuenta el relojazo este?

—Su precio son 205 €.

Como he dicho, la cornamente me estaba saliendo cara. No tenía muchas opciones y me gustaba que una vez puesto en el salón ya tendría acceso a todo lo que pasara allí en HD y con sonido de primera calidad. Aquel chico, continuó explicándome las cuestiones técnicas.

—Puede ponerlo a pilas, pero la autonomía es limitada. Para hoy le servirán estas. Se las puedo poner si quiere. Pero lo suyo es que lo conecte a la corriente y así tendrá autonomía ilimitada. Si le pone una tarjeta SD puede almacenar en el propio dispositivo…

—Sí, sí, entiendo. ¿Y se controla todo con la App?

—Sí señora.

—¿Puedes instalarme esa mierda?— No soy torpe con la tecnología pero me da una pereza terrible ponerme con ella.

—Si compra el reloj puedo instalársela ahora mismo.

Empecé a rebuscar en mi bolso hasta encontrar el tarjetero. Con picardía me hago la inútil dejando que se me salgan cosas del bolso y se caigan al suelo.

—Cóbrate.— Le digo mientras me agacho a recoger lo que se me ha caído intentando colocar mi culo en situación estratégica para que aquel nerd disfrutara de mi cuerpo.

El chico paso la tarjeta por la ranura del datáfono pero sospecho que le hubiera gustado pasarla entre los dos cachetes de mi culo.

—Tiene que poner la clave.

Me incorporo y tecleo el numero. Compra aceptada.

—Puede prestarme su móvil.— Dijo mientras desembalaba el reloj espia.

—Ah, sí, toma.— Lo desbloqueo, se lo paso y comienza a toquetear para descargarse la aplicación. Yo me vuelvo a agachar para acabar de recoger lo que sibilinamente yo misma he dejado caer. «Disfruta del paisaje chaval, que ya tienes para pajearte durante una semana conmigo» me digo mentalmente mientras me exhibo.

—La contraseña, señora.

—¿Del móvil?

—No, la contraseña que quiere ponerle al App para que solamente usted pueda entrar.

—Ah, ponle “cornuda”. Así la recordaré más fácil.

El pobre chico no sabía cómo reaccionar. Parecía descolocado pero retomó su faena. Por fin acabó la instalación, la configuró y me enseñó lo básico para poder manejarla. Yo cada vez estaba más excitada y no sabía muy bien por qué ya que el chico, en sí mismo, no me parecía nada del otro mundo. ¿Por qué me calentaba entonces? Descontando el físico lo cierto es que lo único que diferenciaba a aquel pajillero del resto de nerdes que sabía que yo era una cornuda.

—Mientras me terminas de calibrar el reloj voy a salir a hacer una llamada. ¿Puedo ya utilizar mi móvil?

—Sí señora, tome. Ya está. Le acabo de preparar el reloj en unos minutos.

Salgo a la calle. Tengo que llamar a Alonso y no quiero que me escuche aquel crío dentro de la tienda.

—Cari, ¿qué pasa?— Me pregunta mi marido.

—Estoy caliente. ¿Podemos quedar ahora? Te necesito.

—Tranquila, tranquila, cálmate. ¿Qué pasa?

—Coño Alonso, que no me ha dado un ataque ciática, que me he puesto caliente, no te alteres.

—No me altero pero la que pareces alterada eres tú. Yo ahora tengo mucho trabajo y no podemos quedar. ¿Por qué estás así?

—Me he puesto a comprar un dispositivo para grabar lo de esta tarde y al contárselo al chico de la tienda se me encojen los pelos del coño, Alonso. Te necesito.

El cabrón va y se ríe. Va y se ríe.

—¡No te rías!— No me gustó aquello.

—Vale, vale, lo siento cariño.— Uff, ha dicho “cariño” en vez de cari, algo gordo va a venir y no es su polla.— ¿Cómo es el chico ese?

—Un nerd empollón de esos freakis que saben de tecnología y ven serie de dragones. Lleno de granos, delgado y afiliado al partido onanista; supongo que hasta será su secretario general.

—¿Y por qué no le haces un regalito? Yo no puedo quedar contigo ahora. Me es imposible.

—¡¿Cómo qué un “regalito”?! Se supone que la cornuda soy yo, no voy a acostarme con ese mierdecilla.

—Yo no he dicho que te acuestes. Recuerda nuestras normas. No quiero que nadie te penetre. Tus agujeros son míos pero tú sabes otras formas de calmar la calentura…

Me quedé en silencio. Desde luego Alonso sabía poner buenas normas. Y yo sabía aceptarlas. No diré que no pensé en las posibilidades de dicha norma pero lo veía como algo remoto a ocurrir cuando ya estuviera cobrando varios trienios de cornuda. Sabía que cuando Alonso puso la norma ello incluía dejarme realizar sexo sin penetración con otros hombres pero creía que eran como esas normas que están en la Constitución y nunca se han aplicado.

—¿No te enfadarás?— Pregunté.

—Sólo me enfadaré si no me traes algún recuerdo.

Corté de golpe la llamada y me adentré en la tienda como pajillera a la que lleva el diablo. Allí estaba el chico con el paquete preparado. Mi reloj quiero decir, el otro paquete tendría que despertarlo yo de su letargo.

—Tome señora.— Me extendió la caja metida en una gran bolsa con el logo de la tienda. Yo me mordía el labio sin acabar de decidirme. Me venían imágenes de mi prehistoria con Alonso. Hacía ya años que no tocaba una polla que no fuera la de mi marido. La última vez que mis manos se desplazaron por una tranca ajena a la de mi esposo creo que todavía chateaba por el Messenger.

—Si quiere mi opinión, señora— Me dijo con la mirada agachada como si tuviera vergüenza de cruzarla conmigo.— Su marido no debería hacerle eso.

—¡Qué ternura de crío!— Le dije en voz alta mientras le acaricié el rostro levantándole la mirada.— Deja que me acerque que voy a darte la propina.

Me colé detrás del mostrador y me pegué a su cuerpo deslizando mi mano dentro de su pantalón.

—¿Cómo te llamas, cielo?

—Juan.— Estaba paralizado. Su cara transitaba entre el miedo y el horror por lo que estaba pasando. Seguro que pensaba que yo era algún tipo de ser demoníaco.

—Tranquilízate Juanito, que solo voy a hacerte una paja. ¿Vale? Si el cabrón de mi marido se folla a otra, supongo que yo podré zarandearle la polla a quien quiera. ¿no?

Asintió con la cabeza. Es difícil decirme que no cuando me propongo zarandear alguna cosa.

Mi mano se escurre debajo del cinturón y se zambulle dentro de los calzoncillos. Tras una mata de pelo salvaje encuentro la polla. Ni muy grande ni muy pequeña. Lo esperado. Como no está empalmado puedo abarcarla con mi mano incluido los cojones. ¿Por qué no se ha empalmado? ¿No será gay y la estaré cagando de lo lindo? Hasta que no acerco más mi rostro no me doy cuenta de que la mandíbula le está temblando levemente. Era de esperar. En las películas porno todo se levanta a la primera pero en la vida real cuando una tía como yo te mete mano sin esperarlo lo que debes sentir es más bien miedo antes que la sensación de que te ha tocado la lotería de los pajilleros. Está nervioso porque intuyo que no sabe qué coño está pasando.

—Tranquilízate Juanito, que no es nada raro. Sólo una paja. Solamente una manuela. Si no quieres lo dejo, ¿eh?

Juan no reaccionaba hasta que volví a repetírselo.

—¿Lo dejo?

—No.

—A ver, dímelo más alto porque no me entero. ¿Quieres que haga llorar al calvo, si o no? Pero con decisión, no como si te estuviera preguntando por logaritmos neperianos.

—Sí, señora. Quiero que lo haga.— Muy bien, por fin lo dijo claro y sin ambigüedades.

Agarré su pene flácido con dos dedos y comencé a estimularlo dentro de sus calzoncillos.

—Mira chico, o te relajas de una vez o no se te pondrá dura.

Estoy estimulándolo durante varios minutos y cuando por fin comienza a engordar un poquito alguien entra por la puerta. El cliente impertinente sólo puede vernos a Juanito y a mí pegados detrás del mostrador sin poder darse cuenta dónde tengo metida mi mano.

—Hola, buenos días, ¿Tienen pistolas de airsoft?

La polla de Juanito volvió a su estado de flacidez habitual. Estaba nervioso pero por lo menos intentaba sobreponerse a la situación. Así me gustan los hombres, que no se amilanen al primer contratiempo. Puede ser que este chico no fuera el macho alfa del corral pero apuntaba maneras porque no se inmutó a pesar de que yo podía notarle perfectamente el ritmo acelerado de sus pulsaciones desde su entrepierna.

—Lo sentimos, no tenemos.

—Vale, gracias.— Y se marchó tan rápido como entró.

—Hay mucha gente que se cree que somos una armería o algo así.— Me dice.— Creen que ser un espía es pegar tiros y vienen buscando armas raras.

—Parece que tu arma está un poquito descargada.

—Es que…

No nos dió tiempo a más diálogo pseudoerótico. Entra ahora una señora emperifollada con bisutería.

—Chico, quiero presentar una reclamación por la caja fuerte que te compré. No sirve la contraseña. ¡Soluciónamelo ya!— Ni buenos días ni un saludo. Luego dicen de la juventud. Hay cada ser viejuno por ahí que tiene menos educación que un autobus de pajilleros. Por lo menos los adolescentes tienen las hormonas para echarle las culpas. Esta señora debía ser de los tiempos de Sagasta. Los dos nos quedamos mirándola con ganas de practicar con ella alguna tortura china impronunciable.

—¿Puso primero la clave que le llegó por SMS?

—¿Qué clave?

—Se lo repetí ayer por lo menos cinco o seis veces, señora. Primero iba a llegarle una clave de seguridad y entonces, tras esa clave, le llegaría otra. Le dije que apuntara esa primera clave porque la caja funciona con dos claves, una externa que le llega por el móvil y otra interna que es suya propia.

—La mía no le sirve.

—¿Puso primero la que le llegó por SMS?

—La mía no le sirve.

Me vi en la obligación moral de acabar con aquel bucle.

—Mire vieja, por qué no coge sus claves, se las mete por el coño y nos deja en paz un poquito. La tontura no la cubre la garantía.

—¡Pero bueno!¡¿Qué acaba de decirme?!

—Que se vaya a tomar por culo, señora. Lo mismo hasta le gusta y repite.

—¿Quién es usted, quiero presentar una queja?

—Soy una cliente que estaba a punto de hacerle una paja a este buen chico hasta que usted ha llegado.

—¡Es usted una ordinaria!

—No, señora, soy extraordinaria. Hago con mi mano lo que otras sólo pueden soñar hacer con su coño. Así que ya se me está largando o dentro de poco entrarán aquí tres maromos negros amigos míos y le meterán a usted la clave en forma de pollazos.

Gritó algo así como «¡Por Dios, por Dios!» y salió corriendo de la tienda. Juan contenía la risa ante mi actuación.

—No te preocupes Juanito que no existen esos tres maromos.

—Ya me lo había imaginado.

Le saqué la mano del paquete.

—Será mejor que cierres la puerta unos minutos.

Juan ni lo pensó. Fue, cerró la puerta y volvió hacía mí tierno y tan calmado como un corderito. Volvimos a estar de pie detrás del mostrador. Desde allí se veía perfectamente la gente paseando a lo suyo fuera del escaparate. Con cuidado le desabrocho el cinturón y tiro fuerte hacia abajo. Del peso se le caen los pantalones al suelo.

—Bájate los calzoncillos, chiquillo, que no voy a hacerlo todo yo.

El chico se bajó hasta las rodillas sus calzoncillos.

—¿Tu madre no te ha enseñado que tienes que cambiarte de calzoncillos todos los días, guarrete?— El pobre Juanito se moría de vergüenza.

—Es que yo…

—Es que tú, ¿qué?— Le agarré la polla que ya la tenía tiesa. Cosa buena de la juventud, la rápida respuesta a los estímulos.

—Es que con el trabajo y los estudios, no tengo tiempo…

—Ah, Juanito, mejor que pares con esa mierda que se va a ir la calentura. Dime la verdad.— Mi mano ya comenzaba a estimularlo con contundencia.

—Es que cuando llego a casa me pongo a jugar online y se me pasa.

—Eso está mejor chiquillo. Repite conmigo “Soy un guarrete que necesita cambiarse más los calzoncillos”.

—Soy un guarrete que necesita cambiarse más los calzoncillos.

Joder, qué fácil. Me creía que dominar a un adolescente iba a ser más complicado por aquello de la rebeldía y las hormonas locas.

—Eso mi niño. Tú eres un guarrete y yo soy una cornudita. Ahora voy a hacerte la mejor paja de tu vida. Así que disfruta. Escupe aquí.— Dejé su polla para ponerle mi mano cerca de su boca. Otra vez parecía que estaba en la Luna sin saber muy bien qué hacer.

—Coño, que escupas. No es tan difícil.

Por fin escupió.

—Otra vez.

Así lo hizo. Luego yo escupí otra vez y con toda aquella saliva en la palma bajé mi mano a su polla. La lubricación casera funcionó porque ya la podía desplazar sin rozamiento. Primero de arriba hacia abajo, arriba y abajo. Luego pasé a combinar la masturbación con mis pequeños movimientos de muñeca “made in Loreto”. Aquel mástil ya se había endurecido completamente. Tras unos minutos en los que Juan no paraba de resoplar y decir continuamente en bucle algo así como «Joder, qué gusto, joder, gracias señora, joder, qué gusto…». Cuando noto que su respiración se hace más intensa y que su polla está a punto de vibrar me paro. El chico clava en mí sus ojos pidiéndome con su mirada que acabe ya de una vez aquella paja.

—Espera Juanito.

Me subo la falda. Me bajo de mis zuecos y me quito las bragas. Me gustaría decir que con destreza pero tardo un poco más de lo esperado. Son unas bragas blancas normales. «Si lo hubiera sabido me pongo otras más bonitas» Una vez que la tengo en mi mano, envuelvo con ella la polla del chico y retomo la paja de nuevo.

—Muy bien, muy bien. No te corras todavía.

—No sé si aguantaré. Joder, qué bueno. Joder.

—Precisamente joder, lo que se dice joder, no estamos jodiendo.— Yo seguía moviendo mi mano, poniendo en juego mi muñeca y frotando como sé hacerlo. Sabía que con mis bragas rebozando su polla el placer se multiplicaría.

—Oh, sí, Oh sí.

—Mira qué patética soy, Juanito. Mi marido por ahí follándose a una niñata y yo aquí como una gilipollas haciéndote una paja.

—¿Quiere que follemos?

—Gracias por el ofrecimiento mi niño, pero te tendrás que contentar con esto. Córrete, córrete.— Aumento el ritmo. Aprieto con fuerza mis bragas a su cipote para aumentar la fricción en cada sacudida. Giro el puño cada vez que los movimientos me llevan a la cabeza de la polla aumentando la frotación en su capullo. Y grita mientras se corre descargando su munición. Ha puesto mi braga toda perdida con su lefa. La desenrollo de su polla y pongo las bragas a un lado del mostrador.

—Ahora Juanito me toca disfrutar a mí.— Me mira como si hubiera visto a un marciano con pandereta.— ¡Qué me hagas una paja!

Sigue ahí inmovilizado como si le hubiera pedido la fórmula de la Coca-cola.

—Mastúrbame, coño, que pareces que te has quedado más lerdo de lo que estabas.

Reacciona después del insulto. Alarga la mano pero no sabe qué hacer con ella. ¿La mete debajo de mi falda o por encima? Duda existencial que le corroe y paraliza.

–-¿Ves los botones, no? ¿No te has quedado ciego con la paja, verdad? Ve desabrochándome los botones, que esta es una falda abotonada.

Me va desabrochado los primeros botones hasta que ya sólo quedan dos. La falda se ha abierto y deja mi pubis medio al aire.

—Para. Ahora a ver qué sabes hacer.

Ya me temía yo que poco. Alarga su brazo y posa la mano sobre mi coño. No sabe si mirar mi entrepierna o mirarme a mí. Al final me mira mientras intenta palparme el coño como si estuviera buscando algo en la oscuridad.

—¿Sabes dónde está el clítoris, no?

—¿Qué?

—¿Sabes por lo menos lo qué es un clítoris, verdad?

—Sí, bueno sí, sí.— Tanto sí no era bueno. Mucho ver porno pero poca práctica.

—A ver, Juanito, trae para acá tu mano.— Agarro su mano y la guío hacia el punto exacto en el que quiero que esté.— Tu deja la mano firme, no la muevas.

Y comencé a restregar su mano sobre mi coño, buscando específicamente que sus dedos rozaran mi pequeño botoncito del placer. Yo era la que le guiaba la mano. Más que masturbarme él, era yo la que me estaba masturbando con su mano. La muevo a mi gusto y hago que sus dedos me rocen tal y como me gusta.

—Encoje un poquito los dedos. Arquéalos.— Le digo.— Así, así.

Tomando en todo momento su mano arqueada froto mi clítoris, mi pubis, me froto totalmente al ritmo que me gusta. Me voy calentando cada vez más, pero necesito la chispa que me haga explotar.

—Juanito, dí lo que soy.

—¿Qué?

—Dime que soy una cornuda.

Por fin el chico no lo duda.

—Es usted una cornuda. Su marido se folla a otra.

—Así, así.— Me masturbaba con su mano y a la vez disfrutaba de sus palabras.— Dímelo otra vez.

—Cornuda, es una cornuda.

Sus palabras me traspasan el alma y caigo en la cuenta de que mientras Alonso disfruta follándose a Nila y a Nuria yo me tengo que contentar con la mano de un pajillero que encima tengo que guiar yo. Muevo más rápido su mano hasta que por fin una explosión de vibraciones ocurren en mi entrepierna. Me estoy corriendo y dejando la mano del chico llenita de flujos. Lo he disfrutado.

Cojo las bragas.

—Joder, todavía están pringadas.

—¿Irá sin bragas?

—No.— Tomé el bolso y busqué una compresa. Con ella no tendría que notar la humedad de la corrida de Juan al ponerme las bragas.

—Ya está. Ves. Tengo soluciones para todo.

Recojo la bolsa con el reloj espía, le doy las gracias al chico por todo pero antes de irme el pobre de Juanito me pide el WhatsApp.

—¿Y para qué ibas a quererlo? No pienso follar contigo ni hacerte una paja nunca más.

—Pero seguro que romperá con su marido después de comprobarlo con la cámara. Así que tendré alguna posibilidad.

—¡Qué cándido eres, Juanito!

Le dí el número por pena y salí de la tienda dispuesta para mi siguiente destino. Un sex-shop.

—o—

Aquella mañana del lunes, Nuria apareció en el despacho eufórica como una niña en una tienda de muñecas. El fin de semana se había tragado el semen del hombre que más le gustaba desde que tenía conciencia de que le gustaban los hombres. Por la tarde se volvería a encontrar de nuevo con Alonso. Aprovechando el concierto del grupo en el que estaba su mujer, Nuria se presentó el fin de semana anterior haciéndose la tonta para intentar un acercamiento a Alonso en tiempos que no fuera de trabajo. Ya lo había intentado en la fiesta de aniversario del despacho pero no había ocurrido nada. No obstante, el destino parecía estar a favor de Nuria porque lo consiguió aquel fin de semana. Si lo pensaba racionalmente nunca le había gustado ser una “destrozahogares”, la querida o la amante. Pero emocionalmente le encantaba ponerle los cuernos a aquella pija engreída y malhablada que era Loreto, su mujer. «Esa zorra se lo merece» se autojustificaba. Su razón y sus emociones luchaban y al final quién decidía era su coño: Alonso era lo que necesitaba y lo necesitaba mucho. Así que seguiría para adelante con aquella aventura a ver hasta dónde continuaba.

Sin embargo, ese lunes, por más que buscó en el despacho, no encontró a su querido Alonso.

—Hola, Sandra ¿Has visto a Alonso?— Preguntó entrando en el despacho de la abogada.

—Ha salido. Tiene reunión con unos clientes y está preparando un concurso de acreedores. No vendrá esta mañana. ¿por?

Nuria cerró la puerta tras de sí quedándose a solas con Sandra.

—El sábado me acosté con Alonso.

Sandra intentó no reaccionar y seguir siendo la fría abogada hijadeputa que aparentaba aunque no podía impedir que dentro de sus tripas fluyeran un sinfín de sentimientos contradictorios. Por un lado, sentía una envidia tremenda de aquella simple proveedora de catering. «¿Qué tendrá ella que no tenga yo?» se decía mientras la auscultaba con su mirada de hielo. ¿Tetas? Las suyas eran mucho mejores. ¿Piernas? Las de Nuria eran más cortas por no hablar de aquellos pies que no sabían estar elegantemente dentro de unos tacones como los que era capaz de llevar Sandra. ¿La cara? Nuria parecía de la misma edad que ella a pesar de tener diez años menos. Si Sandra se fijaba bien en Nuria podía ver que no se maquillaba correctamente y no delineaba correctamente la sombra de los ojos. A menudo los colores del maquillaje no iban a juego con la ropa. Eso sí, Nuria era jovial y alegre, dicharachera y abierta. Sandra todo lo contrario: la momia de Tutankamon tenía más sex-appel que ella. Cero gracia, cero alegría. Y siempre que estabas a su lado tenías la sensación de que estaba oliendo mierda a cada rato. No obstante, se decía a sí misma que en todo era mejor que Nuria. Y por otro lado, al sentimiento de envidia le acompañaba un reconfortante estado de alegría porque por fin el matrimonio de la niñata Lore se ponía en crisis.

—Cuenta, cuenta. ¿Cómo fue?

—En el concierto del grupo de Lore en la Strada.

—¿Y no os pilló la Lore?

—Estaba a su rollo con la música rara esa que canta. Me senté con Alonso entre el público, tuvimos una conversación interesante que fue subiendo de tono, le hice una broma sobre un reto sexual que él se tomó picaronamente en serio y bueno, salimos fuera a un descampado. — Nuria ahorró más detalles.

—Es raro, otra cosa no, pero esa impresentable siempre está al loro. Es muy raro que se le escape algo a Lore.

—Estará perdiendo facultades, chocheando, qué se yo. El caso es que esta tarde he vuelto a quedar con Alonso.

Otro puñal que se le clave en el corazón —y el coño— de Sandra.

—Vaya, sí que vais en serio.

—Sí, aunque estoy preocupada por Lore, no sé cómo se lo tomará si se entera de que le estoy poniendo los cuernos.

—Bueno, por lo que me dijiste no sólo se los pone a ella, sino que seguramente te los pondrá a tí. ¿No se estaba tirando a aquella rubia que me dijiste?— Sandra devolvía el golpe. Pero Nuria no cambió su semblante y seguía tan alegre como antes.

—No me preocupa. Esa era una prostituta. Seguro que Alonso estaba con ella porque la loca de su mujer no lo satisfacía. Conmigo será diferente.

—Si tu lo dices.

—Te lo aseguro.

Sandra comprendió perfectamente el significado de aquel optimismo irracional: Nuria estaba enamorada hasta las trancas de Alonso. «Bienvenida al club de las locas por Alonso».

La conversación acabó allí y Nuria salió a continuar con su trabajo. Otra vez se había dejado su bolso en el despacho de Sandra. La fría abogada esta vez tomó aquel ridículo bolsito y lo inspeccionó. Supo al instante qué es lo que debía hacer.

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