ISABEL GZ
11
“¿Cómo coño ha llegado tu semen hasta aquí?”
Domingo, octava mamada.
El domingo me levanté antes que Alonso. Aproveché la ocasión para ir colocando mis minerales en la estantería que había despejado con Kata. Primero tenía que rebuscar en mis cajas para encontrar los que me parecían más bonitos y dignos de enseñar. Tenía tres muestras de amatista y me encantaban las tres. Los que coleccionamos minerales no solo nos gusta tener el mineral en sí sino buscar cierta estética en la forma.
—Al final hay que hacer siempre lo que tú quieras, ¿no?— Alonso me pilló enfrascada en mi tarea.
—Ya lo sabes.— No sé ni para qué lo pregunta.— ¿Qué te gusta más esta fluorita o esta rosa del desierto?
—¿No tenías otra rosa más chula?
—Sí pero no la encuentro en las cajas. ¿Ya has desayunado?
—No.
—Yo tampoco. Vamos a prepararnos algo que ya es tarde.
Así controlaba también el desayuno de Alonso vigilando que mantuviera el régimen al que lo sometía.
—¿Qué tienes pensado para hoy, cari?.— Le pregunté en la cocina.
—Básicamente, despejarme jugando a la consola y tocarme los huevos.
—¿Y si la que te los toca soy yo?— Sin previo aviso me lancé a su entrepierna dispuesta a cumplir con la octava mamada que debía hacerle. A pesar de mi ímpetu y decisión la faena no me salió como la había imaginado en mi cabeza. A veces puedo ser impulsiva y no calibrar bien los contextos. Alonso respondió, ciertamente, se bajó los pantalones y yo en el suelo estuve fina y precisa acariciándole las pelotas y mamando tan bien como las otras veces. Pero su polla no acababa de estar totalmente dura. Si te la meten por el coño puedes que las sensaciones te confundan pero en la boca se nota perfectamente cuando un hombre está bien empalmado y cuando no. Y mi cari no lo estaba. Lo peor es que yo tampoco estaba muy caliente. La situación no me excitaba. Me parecía todo demasiado marital, demasiado ñoño y soso. Y eso que mamar os aseguro que la estaba mamando bien. Pasado unos minutos, en los que mi cuello estuvo zarandeándose, Alonso me hizo levantar.
—¿Qué te pasa, cari?— Le pregunté.
—No lo sé. ¿Tú estás excitada?
—La verdad es que poco.
—Sí, se te notaba cuando me mirabas. Puedo notar en tus ojos cuando estás caliente y ahora me la chupabas bien pero sus ojos no me transmitían pasión.
—Vaya putada.
—Lore, creo que es porque las veces anteriores han sido morbosas y esta vez parece todo normal.
—Puede ser, cari, puede ser.
Le estaba dando vueltas y creo que mi Alonso tenía razón. Hace solo un par de meses que se la hubiera chupado en la cocina hubiera sido el top del morbo en nuestra vida. Pero ahora parecía que no nos contentábamos con eso. Ahora una chupada simple en la cocina parecía tan erótico como una partida de Parchís.
—¿Se te ocurre algo para darle más morbo a mi chupadita?
—Lo primero que dejes de llamarle chupadita.— Alonso se sorprende gratamente.
—¡Gracias, cari!— Le zampo un besazo.— Ya se me estaba pegando tu forma de hablar de niño bueno. ¿Se te ocurre algo para que mientras te estoy comiendo el rabo se me ponga el coño al baño María?
—A ver, Lore, no hace falta tampoco pasarse.
—Pero te estás partiendo de la risa. Ves, si al final te gusta cómo hablo.
—Siempre me ha gustado. Por otra parte, ya sé lo que vamos a hacer.
—Dime.
—¿Te acuerdas del último Halloween?— Me pregunta.
Claro que me acuerdo. Creo que ese invento anglosajón del Halloween se ha extendido por tres motivos. El primero, para vender películas de terror. El segundo, para comer azúcar y reventar de diabetes. Y el tercero, para que las mujeres tengamos una excusa social aceptable para zorrear vistiéndonos de putilla. No voy a edulcorarlo. La cosa no tiene mucho misterio. Coges cualquier profesión y enseñas muslo, ropa interior, escote y te pones unos taconazos y ya está. Ahí tienes la bombero putilla, la policía putilla, la registradora de la propiedad putilla, la procuradora putilla, la ingeniera agrónoma putilla…
—Intuyo por dónde vas pero el disfraz de enfermera zorruna lo devolvimos. Lo alquilamos las chicas, por eso el otro día me vestí con la ropa de Kata porque no tenía…
—No me estoy refiriendo al disfraz de enfermera en sí, que ya sé que lo alquilasteis.
—Ah, coño, ya veo por donde vas.
—Exacto, a las tetas y la peluca.
No me había acordado. Con unas cuantas amigas alquilamos los disfraces de enfermera con el fin de que fueran buenos porque un año me compré uno de diabla en los chinos y la experiencia sí que fue de terror auténtico. Se me cayeron los adornos de plástico malo y al final en vez de demonio zorrón iba de gilipollas con mallas rojas. Alquilamos pues los trajes pero como tengo que darle mi toque Lore especial lo que hice fue comprarme unas prótesis de silicona de unas tetas enormes. El sujetador que compré por internet para poder llevarlas era uno especial ajustable a varias tallas aunque calculo a ojo que sería por lo menos un 170L o así. Eran color carne y se adaptaban muy bien sobre tu pecho porque estaban preparadas para poder ponerlas sobre tus propias tetas y que no te molestaran. Acompañé además el disfraz con una peluca rubia ondulada.
—¿Y con qué quieres que me las ponga?
—Sorpréndeme, carí. Sé que estos retos te gustan.
Tenía razón.
—Espérame en el salón mientras me preparo.
—Espera que voy al baño y luego dejo que te prepares.
Así lo hizo. Fue al baño y cuando ya estaba en el salón esperándome comienzo a prepararme. Lo primero es pensar dónde había dejado guardada la prótesis y la peluca. En el armario del dormitorio seguro que no. Pero el vestuario de mi marido me da la idea genial que necesito. El sujetador lo tenía localizado junto a mi ropa interior normal. Seguí buscado. Me costó un poco pero al final las encontré en unas cajas del trastero con los adornos de Navidad.
—Lore, ¿Ya estás lista?— Me grita desde el salón.
—¡Espera, que estoy maquillándome!
Termino de maquillarme de forma exagerada y estridente. Si hay que zorrear, se zorrea. Me atrevo con algo que nunca he probado: a perfilarme de negro el borde de los labios que ya tengo pintados de un rojo muy vivo. Y ¡Tachan!, aparezco por sorpresa en el salón.
—Hola, señoría. Quisiera poner una felación, digo, una apelación en su juzgado…
Alonso alucinaba al verme con su toga puesta. La toga no es el atuendo más sexi que el hombre haya inventado, pero con mis grandes tetas postizas hacía que se levantara por delante y con ello enseñaba mejor mis pies calzados con los zuecos de tacón más altos que tenía.
—Tendrá que presentar la felación, digo la apelación, en tiempo y forma.— Me siguió el juego pero yo ya estaba cachonda.
Me acerco con decisión hacia Alonso que ya ha separado las piernas. Me planto delante de él.
—¿Has imaginado que alguna en esos juzgados va en pelotas debajo de la toga? Seguro que lo has hecho. Todos los hombres sois unos salidos.
Alonso no dice nada.
—Qui tacet consentire videtur, señoría. Tendré que recusarlo.— Quien calla, otorga. Bromeo metiéndome en mi papel.
—¿Y como lo hará, señora Loreto?
—Tengo estos dos grandes fundamentos jurídicos.— Me levanto la toga, me la quito de encima y me muestro en ropa interior con aquellas descomunales tetas que hasta llegan a taparme la visión desde aquel ángulo. Hay que reconocer que con el sujetador puesto aquellas domingas parecían bastante reales.
Me arrodillo entre sus piernas. Ya sé cómo doblar mis articulaciones para mamar bien pero mis tetas de silicona son tan grandes que me cuesta encontrar la postura cómoda. Aún así, consigo abrirle la bragueta, y sacar su polla. ¡Oh, yeah! Ya está dura. No me queda otra que doblar el cuello y con mis labios bien puestos en círculo metérmela lo más profundo que puedo, que es su mitad. Alonso me coge de la nuca y me aprieta suavemente.
—Un poquito más, que tú puedes.
Y mi boca cede un poco más. A cada mamada que hago parece que la polla de mi marido alcanza mayor profundidad. Me gusta pero me viene una arcada. Me la saco y vuelvo a empezar. Ahora sí, comienzo a moverme, ensalivando y subiendo y bajando por la verga. Soy una chica aplicada. Mi cabeza y cuello no paran. Mientras se la estoy chupando, Alonso saca su móvil. Lo miro y disminuyo el ritmo de la mamada.
—Sigue chupando, no te pares. Sigue así. Y no me mires. Sólo mama como hasta ahora.
Marca un numero de teléfono. Pone el manos libres.
—¡Hola Alonso!— Escucho la voz de Nuria. La zorra que se la chupó ayer a mi marido. Está entusiasmada. No la culpo. Poder engullir otra vez más esta polla que estoy mamando es para alegrarse.
—Hola Nuria, te llamo para disculparme, la verdad es que me sentó mal dejarte marchar ayer.
—No te preocupes, no te preocupes, no pasa nada.— A la pobre Nuria se le nota demasiado que está encoñada con mi Alonso. Me caliento pensando que ahora soy yo la que tiene su polla entre los labios— lo entendí perfectamente.
Sigo chupando diligentemente. Como Alonso me ha ordenado que no lo mire, en cada movimiento de subida y bajada de mi boca por su miembro sólo alcanzo a ver el pubis afeitado de mi marido. Ya le ha crecido un poco el pelo en esa parte. Pienso que se lo podía afeitar de nuevo, pero en fin, mi labor ahora es mamársela.
—Te llamaba para ver si podemos quedar mañana por la tarde en mi casa.
Silencio. Noto perfectamente que Nuria está callada de alegría procesando la invitación inesperada.
—Vale, pero ¿y no habrá gente?
La “gente” era yo. Nuria parecía tener vergüenza de decir mi nombre o referirse a mí como tu “esposa”. Me dieron ganas de sacarme la polla de la boca y decirle «oye bonita, que te has tragado el cuajo de un hombre casado en mitad de un descampado, por lo menos ten la decencia de asumirlo». Pero como soy una buena esposa sigo concentrada en la mamada y en todas las sensaciones que me recorren el cuerpo. La llamada a Nuria me ha encendido. No sólo ha humedecido mi entrepierna sino que el alma me chorrea. Escuchar a Alonso hablando con su amante mientras me humillo chupándola casi me paraliza de placer. Un placer psicológico, mental, que domina todo mi cuerpo. La barriga se me encoje. Es un orgasmo mental que me prepara poco a poco para que el fuego crezca en entre mis muslos.
—No te preocupes por Lore. Estará en el ensayo con sus amigas y no regresará hasta tarde. La tengo controlada.— Por supuesto, yo no tenía ensayo ni me tenía controlada.
—Vale, pues nos vemos mañana.— Nuria estaba exultante de felicidad.
—Te mando la ubicación de mi casa por el móvil.— Alonso siempre tan perfeccionista— Nos vemos a las cinco. Un abrazo.
—Besitos.
Fin de la llamada. Yo sigo agachada a lo mío que es mamarle la verga. No lo miro. Deja el móvil a un lado y me agarra la cabeza marcándome durante unos minutos el ritmo que le gusta. Acelera el ritmo al tiempo que se acelera su respiración. No aguantará mucho. Se levanta y de pie sigue marcándome el ritmo de la mamada. Sigo chupando lo más profundo que puedo.
—Ahora voy a correrme en tu cara, míra para arriba.
Se la saca de mi boca. Con la mano izquierda en mi barbilla coloca mi cabeza en la posición que le gusta y con la derecha se masturba muy cerca de mi rostro. No me gusta el semen en mi cara pero la llamada de Nuria ha minado mi voluntad. Ya que no voy a tragármelo me siento obligada a darle a Alonso algo que le guste. Desde mi posición, de rodillas y mirando hacia arriba, sólo puedo ver el capullo de su polla mientras él lo zarandea cada vez más rápido. Cierro los ojos en señal de aprobación. Oigo como gruñe de placer y siento la descarga de su semen caliente sobre mi rostro. Me ha cruzado la mejilla, la siento también sobre mi párpado y sobre mi frente. Rápidamente su corrida comienza a enfriarse sobre mí.
Abro los ojos y, efectivamente, un hilo de semen cuelga de mi párpado izquierdo.
—Voy a lavarme.
—Espera.— Me ordena— Tienes que aprender a esperar. Quítate las bragas.
Qué remedio. Me gustaba que tuviera el control así que obedecí sin rechistar todavía con su esperma secándose en mi cara.
Se sienta de nuevo en el sillón y ahora me coloca sentada sobre sus rodillas. Noto a la perfección su semen secándose poco a poco sobre mi rostro.
—Abre las piernas. Te tengo preparada una sorpresa.
Dejé mi vagina expuesta cuando escucho el sonido de una vibración mecánica. Alonso saca de debajo del cojín el cepillo de dientes eléctrico.
—Así que eso era lo que fuiste a coger al baño.
—Calladita. Abre un poco más las piernas.
Comenzó a pasar por mis muslos aquel cepillo vibrador con las cerdas hacia fuera y la parte plana tocando mi carne desnuda. Como tengo estas tetas de silicona tan grandes no consigo verme el coño, por lo que sólo puedo sentir la presencia de aquel artefacto en mis bajos. Al principio no me pareció nada del otro mundo, pero estoy excitada por la mamada y la corrida de Alonso en mi cara. Respiro hondo y el cepillo ya está sobre mi pubis buscando la parte superior de la vagina coronada con mi clítoris. Coloca el cepillo encima del capuchón. Mi marido juega con el cepillo rodeando el clítoris. Me está empezando a gustar. Y todavía queda lo mejor. Alonso me mete el dedo gordo de su mano izquierda en la boca mientras la derecha sigue jugando en mi coño con el cepillo vibrador.
—Chúpalo.
Le chupo el dedo como si fuera su polla. Lo saca de mi boca. Lo pierdo de vista pero en unos segundos lo siento a las puertas de mi culo. Alonso lo mueve abriéndose camino por mi recto. Me lo ha metido enterito en el culo. Va a utilizar la misma técnica que le ví hacerle a Nuria. Con los dedos anular y medio hurga a las puertas de mi vagina. Esto sí que me está gustando, ya lo creo. Alonso lo nota porque comienzo a respirar con más rapidez y el corazón se me dispara. Coloca la punta del cepillo directamente en la cabeza del clítoris y mi botón del placer responde poniéndose cada vez más duro. Podría correrme ya si me masturbo. Intentó mover la mano pero Alonso vuelve a regañarme.
—Quietecita. Ni se te ocurra tocarte. Déjame a mí.
Sigue acariciándome con el cepillo y ya siento las vibraciones de aquel artefacto por todo el cuerpo. Cada vez estoy más caliente pero no llega el orgasmo. Mi esposo me está haciendo esperar, torturándome de placer un poquito. Mi respiración se hace cada vez más profunda buscando calmarme, pero no puedo. Me excita la situación y me excita lo que está ocurriendo entre mis piernas. Me calienta estar sentada sobre las piernas de Alonso, me cortocircuita que tenga un dedo en mi ano mientras otros juegan en la vagina y me encienden de placer las vibraciones sobre mi clítoris.
—Por favor, por favor, quiero correrme.— Suplico.
—¿Quieres que te toque como toqué a Nuria, no?
—Sí, sí, por favor, tócame como a Nuria.
—Nuría se tragó mi leche. No sé, no sé si te mereces el premio…
—Yo la tengo en la cara, por favor, por favor.— Me resultaba un poco humillante hablar de mi corneadora en aquella situación. Pero más me encendía.
La corrida de Alonso se está prácticamente seca sobre mi rostro. Es una sensación extraña y sensual a la vez. Era una olla a presión de sensaciones. Por fin Alonso comienza a mover el dedo gordo que tiene en mi recto, deja a un lado el cepillo eléctrico y con dos dedos frota fuertemente mi clítoris. Mi cuerpo se quiebra del orgasmo y pierdo literalmente el sentido. Mis piernas convulsionan y Alonso debe sostenerme para que no me caiga al suelo.
Recobro el sentido tras unos segundos de éxtasis.
—Voy a lavarme y a quitarme las tetas estas. ¡Qué calor dan las puñeteras!
—No hace calor, la acalorada eres tú, Lore.
—Sí, sí, déjate de bromitas. Joder, la puta peluca. La has llenado de lefa, ahora tendré que limpiarla también.— Iba relatando mientras iba de camino al cuarto de baño.
—Cualquiera diría que no has disfrutado.— Alonso se reía por el trabajo bien hecho. Sabía que había disfrutado mucho y ese era el problema. Me estaba acostumbrando a aquella clase de orgasmo. A situaciones explosivas. A descargas paralizantes en la entrepierna. A correrme completa. Y me aterraba engancharme a ellos de tal forma que ya no pudiera dejarlos.
—¡Por cierto!— Grité desde el servicio.
—¿Qué?
—Tu Nuria no tiene el coño estrecho.
—Te digo que lo tiene, al metérsela lo noté.
—Es vaginismo.— Alonso ya había venido al cuarto de baño a hablar conmigo de cerca. Me encontró lavando la peluca.
—¿Qué es eso?
—Joder, si tiene corrida hasta en el interior. ¿Cómo coño ha llegado tu semen hasta aquí?
—No sé, se te habrá movido la peluca. Pero cuéntame qué es eso del vaginismo.
—Mira cari, las vaginas son elásticas. Da igual que sean grandes o pequeñas, se adaptan. Yo no es que tenga el coño muy grande y tu polla me entra, ¿no?
Alonso sólo asintió con la cabeza.
—Pues que lo que tiene tu vendedora de café de mapache es vaginismo. Espasmos en la vagina. Contrae los músculos involuntariamente cuando le metes el cipote. Por eso te parece estrecha.
—¿Y cómo sabes tú estas cosas?
—Porque soy mujer— Me subí a la parra y luego tuve que rectificar.— Bueno, la verdad es que mi hermana lo tiene o lo ha tenido. No sé. Yo le busqué una solución pero ella ni puto caso. Pero Nuria a tí seguro que te hace caso, se le nota en sus ojitos que está loquita por tus huesos.
—Loquita o no, se presentará aquí, así que ya me dirás que vamos a hacer. Porque cortarse no se corta. Todo lo vaginismo que tu quieras pero aquí se presentará mañana.
—Y mañana tendremos preparado un juguete para tu chica. Tendrás que dilatarla.
Mi cabeza ya andaba ideando un pequeño plan.
—o—
El lunes a primera hora Charo Sánchez, la viuda justiciera que acabó envenenando a su marido maltratador, entró en el despacho de su abogado Teo.
—Buenos días, Teo.
—Hola Charo.— Saludos fríos, impropio de dos personas que habían compartido la cama juntos.
—Me preocupó mucho el tono de tu correo. ¿Qué pasa?
—Iré al grano.— Teo la miró fijamente.— ¿Me has estado utilizando?
Por increíble que parezca, a Charo aquello le pilló por sorpresa. Claro que lo había estado utilizando pasándole documentación pero por alguna extraña razón se sentía incómoda.
—Los papeles que me has pasado son una bomba contra los Cotrina.— Teo continuó ante el silencio de Charo.— Tu marido estaba a las órdenes de los Cotrina. Era su mensajero y su enlace entre el registro de la propiedad y el Colegio de Arquitectos. La Yolí con la que te ponía los cuernos también se tiraba a alguien del registro. No sé todavía cómo pero conseguían falsificar notas simples de la propiedad y las colocaban al Colegio de Arquitectos para tener informes positivos y recalificar terrenos saltándose el Plan General de Ordenación Urbana. Además, todo camuflado a partir de empresas tapaderas en las que tú figuras.
—No sé qué decirte.— Charo estaba verdaderamente avergonzada. Parecía una colegiala a la que le hubieran pillado en el examen.
—Yo he hecho mi trabajo. Mandé investigar a Yolanda pero si quieres que haga explotar la bomba contra los Cotrina y hable con el Equipo de Delitos Urbanísticos de la Guardia Civil tendrás que ser clara conmigo o si no ya puedes irte buscando otro abogado.
Charo comenzó a llorar sin control.
—Tranquila, siéntate en el sillón. Toma un pañuelo. ¿Qué ocurre?
—Te juro Teo que no había planeado nada.
—Me resulta difícil de creer, la verdad.
—Ya sabes que contacté contigo gracias a mi hija que te recomendó.
—¿Y?
—Pues que entonces no sabía que Tolo estaba con los Cotrina. Sabía que estaba en cosas turbias, siempre estaba con sus chanchullos. No me preocupé mucho por lo que hacía, la verdad. Me importaba una mierda.
—¿Y firmabas todo lo que te ponía por delante?
—A ver, Teo, ya sabes lo que era capaz de hacerme. Le firmaba lo que quería, no lo leía, lo mismo era la matrícula del cole de la niña como cualquier papelote.
—¿Y qué tienes que ver con los búlgaros?
El rostro de Charo se puso todavía más pálido. Las lágrimas seguían destrozándole el rimel.
—Estoy jodida, Teo, jodida.
—Te vi en el Smolyan con Petko. O me dices lo que pasa o no podré seguir representándote. Y quiero, entérate bien.— Se levantó y se sentó en la mesa. Desde lo alto de su escritorio, Teo alargó la mano y acarició el rostro de la viuda.— quiero seguir representándote y librarte de la cárcel.
—Fue a raíz de salir en la tele y la prensa. Petko tuvo que leer o ver algo y acabó contactando conmigo en persona. Su idea es utilizar mi juicio para sacar mierda sobre los Cotrina y que la Guardia civil o la Poli inicie una investigación. Así ellos quedarán al margen.
—Vale. ¿Y por eso tienes que liarte con Petko?
—No puedo evitarlo. Me gustan los cabrones. Soy una estúpida.
—Haré como si no lo hubiera escuchado.
Charo se dio cuenta de la metedura de pata. Se había acostado con Teo y era poco menos que llamarlo cabrón en su cara.
—No me refiero a tí.
—¿Y por qué quisiste acostarte conmigo? ¿Te lo ordenó ese cabrón?
—No, me acosté contigo porque quise. Tienes que creerme Teo.
—Te creo, te creo.— Era evidente que Teo quería sacarle la verdad de aquel llanto.— Pero tu no lloras porque te haya pillado. En el fondo comprendo que quieras acabar con los Cotrina como hiciste con tu marido. Van en el mismo lote. Por eso hay algo más que quieres decirme.
Charo ya estaba algo más calmada.
—Petko y los búlgaros son unos sádicos hijos de puta.— Le soltó a Teo.
—¿Contigo?
—No, conmigo por ahora no. Pero tendrías que ver lo que le hacen a las chicas.
A Teo le cambió el semblante. Como asiduo del Smolyan no podía dejar de sentirse cómplice de alguna manera.
—¿Qué les hacen?
—Las tienen divididas en dos categorías. Las búlgaras y las españolas. Las españolas son escorts normales que más o menos tienen algún tipo de deuda o acuerdo con Petko y su gente. A estas las suelen tratar medio bien porque no quieren levantar sospechas. Pero las búlgaras son casi esclavas. Las tienen controladas y si hacen algo mal las violan, las marcan y Dios sabe qué más.
—Sé que las búlgaras no trabajan como escorts normales— Teo le indicaba así a Charo que estaba al tanto de algunas cosas.— He intentado tener alguna cita con ellas y es imposible.
—Si, no trabajan con todo el mundo, sino con unos clientes que ya tienen acordados.
—¿Es por algo sexual? ¿Hacen algo especial, algo ilegal, o es otra cosa?
—No lo sé Teo, pero voy a averiguarlo.
—Es peligroso.
—Ya sabes que no tengo miedo. Pero cuando me entere de lo que ocurre quiero poder denunciarlo. Quiero que acaben con esos cabrones.
—Quieres acabar con todo el mundo, los Cotrina, los búlgaros… no van a quedar cabrones a los que follarte.— El comentario sentó como un puñal en el abdomen a Charo. Teo pensó al ver la reacción de ella que se había pasado pero se mantuvo seco e impasible.
—Vale, lo capto, me lo tengo merecido.— Charo se amilanó.
—Perdona lo que he dicho pero tengo que ser un poco duro contigo porque me la has intentado jugar. Tengo que saber que si quieres tirar de la manta no vas a dejarme en la estacada.
—Créeme, Teo.
—Si quieres que te ayude, antes tienes que grabar un video sexual con Petko y enviármelo. Un vídeo en el que claramente se vea que eres su amante.
Charo ahora no daba crédito a lo que escuchaba.
—¿Para qué coño quieres eso?
—Si voy a confiar en ti tengo que saber que también confías en mí. Los dos sabemos que un vídeo de ese tipo destruiría tu imagen de víctima para pasar a a ser la viuda que se tira al mafioso enemigo de su marido.
—Sabes que eso no es verdad.
—Ya.
—Se supone que eres mi abogado.
—Y lo seguiré siendo. No voy a lanzar el video a la red para destruirte salvo que intentes jugármela.
—No te la jugaré.
—Pues tendrás que probarlo. Cuando reciba el vídeo, entonces daremos los siguientes pasos. Al parecer va a resultar cierto que soy un poco cabrón.
—Tal vez por eso me gustas.— Charo ahora se reía, sabía que tenía que pasar por el trámite de humillarse para conseguir su objetivo. Grabaría el vídeo. Pero esa mañana no quería salir del despacho de Teo sin sacarle el semen de las pelotas y la idea del vídeo aunque humillante, la había calentado. O tal vez la realidad fuera más inquietante: precisamente porque era humillante es por lo que la había encendido de aquella forma.
Charo se levanta, rodea la mesa y se acerca a Teo. Va vestida con un elegante traje de pantalón ceñidoy unos zapatos de medio tacón cuyos adornos combinaban con los arabescos que adornaban las solapas de la chaqueta entallada.
—El cabrón de Petko hace mucho que no me la mete, Teo.
Teo, sin levantarse de su silla, la toma por las caderas y la coloca entre sus piernas. Tira de su cintura hacia abajo poniéndola de rodillas.
—Pues yo tampoco te la voy a meter hoy. Al menos, no entre las piernas.
El abogado comienza a desabrochar la chaqueta de Charo que aprisionaba sus dos grandes melones. Porque eso era lo que le gustaba a Teo, sus tetas. Sus dos hermosas y abundantes glándulas mamarias.
Charo sonríe. Ha recobrado el ánimo y mejor aspecto aunque el llanto ha hecho estragos en su maquillaje.
—Los hombres sois incorregibles. Cuando os da por una cosa sois monotemáticos.
—¿Te disgusta?
—No.
Fue la propia Charo la que acabó de quitarse la chaqueta y desabrocharse el sostén.
—¿Vas a follarme las tetas como la otra vez?— Preguntó mientras le abría la bragueta buscando el premio gordo. Lo encontró y lo sacó de su escondrijo. Ya lo tenía erecto frente a ella.
—No voy a follártelas. Vas a ser tú la que me haga una paja con ellas.
Teo pasó la mano por el rostro de Charo recogiendo los restos del llanto y del rímel corrido; a continuación, puso la palma de la mano frente a la boca de la viuda.
—Escupe.
Charo escupió y con aquel mejunje Teo se lubricó la polla con aquel ungüento y acomodó su miembro en el hermoso canal que dividía las ubres de Charo. Instintivamente, la viuda tomó con las manos los laterales de sus tetas ya abrazó con ellas la polla de Teo. Tenía bien sujeto entre sus pechos el miembro de su amante y comenzó a mover las tetas con las manos. Con buen ritmo estimulaba la polla de su abogado que disfrutaba como un niño pequeño de contemplar a Charo en primer plano. Notaba las sutiles arrugas de su rostro, ocultas bajo una capa de maquillajes. No era una mujer joven pero aquello atraía al abogado todavía más. Había estado muchas veces con escorts de piel perfecta y cuerpo impecable. Y sin embargo, las pequeñas y sutiles imperfecciones de aquella mujer le resultaban muy eróticos.
—Me gustan tus pecas.
A Charo le encantó aquel comentario de Teo. Él la miraba de una forma muy especial y ahora se sentía dichosa practicando aquella paja con sus tetas. Sólo hay una forma en la que la mujer disfruta dando placer y no recibiéndolo a cambio y es cuando al darlo constata que el hombre la contempla como una diosa. Así se sentía Charo, con un poder especial capaz de fascinar a los hombres. De subyugarlos bajo el placer que ella les proporcionaba.
El rostro de Teo comenzaba a desfigurarse por el placer que recorría su cipote. Las tetas de Charo subían y bajaban sin pausa.
—Tienes que buscarte un buen hombre, Charo. Búscalo, búscalooo…
Tras aquellas palabras Teo no pudo aguantar más y derramó su corrida entre los pechos de Charo que no dejaba de moverlos.
—Para, para.— Pidió Teo. Pero Charo siguió un poco más torturando aquella polla sensible tras el orgasmo. Cuando paró por fin, contempló el resultado de su arte: unas buenas tetas bañadas en semen junto a resto de rimel y escupitajos que había ido soltando para lubricar.
—¿Tienes algún pañuelo para limpiarme?
—Sí, perdona. Aquí en el cajón.— Lo sacó y ofreció a la viuda que se limpió concienzudamente los restos de la lujuria.
—Sabes Teo.
—¿Qué?
—Tú también debes buscarte una buena mujer. No sigas con putas del Smolyan porque no eres el tipo de hombre que lo necesita.
—Tú tampoco necesitas a tipos como Petko.
—Por eso intento remediar mi error. Quiero que te quede claro una cosa Teo. Una cosa es que siempre me hayan gustado los chicos malos y otra cosa es la maldad. En Tolo veía la maldad. Una maldad que he vuelto a ver en Petko. Tú realmente no llegas a cabrón, sino a entrañable cabroncete.
—Me lo tomaré como un cumplido.
—Te mandaré el video, no te preocupes. Quiero que confíes en mí.
Charo, una vez recompuesto su maquillaje y eliminado todo rastro del reciente momento de pasión, salió del despacho sintiéndose extrañamente empoderada.