TANATOS 12

CAPÍTULO 23

Tras contemplar su cambio de actitud me puse en pie, de tal forma que mi miembro erecto y en horizontal apuntaba directamente a su cara. Y ahora era ella la que miraba hacia arriba… Y yo estaba excitado, excitadísimo, pero no estaba seguro de querer una felación desinteresada, mecánica… que me hiciera explotar, sí, pero que constituyera a su vez la victoria y humillación total y efectiva de Edu, no solo hacia mí, sino hacia los dos.

—No sé… Así es un poco raro… —susurraba yo… mirándola… mirando sus mejillas aún sonrojadas y sus pechos hinchados y palpitantes bajo las copas de su sujetador, mostrando un escote todavía brillante.

—Bueno, como quieras. Si no me voy a la ducha —dijo seria, como si ambas alternativas fueran meros trámites.

Su tono acabó por decidirme, y me retiré, y ella no insistió en absoluto y se ponía en pie, se bajaba la falda, se hacía con sus zapatos y sus bragas, y se marchaba por el pasillo.

Me dejé caer entonces sobre el otro sofá, completamente desnudo, y superado por la velocidad de los acontecimientos. Y por primera vez me planteaba seriamente parar, pararlo yo.

Vi entonces su teléfono, allí abandonado, y dudé en ir a investigar qué hablaría ella con Edu en privado, por qué Edu sabía que ella hoy iba en falda, qué hablaría con Rubén… si se estaría apoyando en alguna amiga… Y el sonido del agua de la ducha caer me quería convencer de que realizara mis pesquisas… pero decidí que no podía ser, que ya no, que teníamos que hablarlo, sin más mentiras y con toda la confianza, y que tenía que producirse ya una catársis absoluta, aquella misma noche.

La escuché ducharse, después la escuché ir al dormitorio, y quise valorar estar con ella otra vez, en mi casa, en nuestra casa… y opté yo también por ducharme, y después me puse unos pantalones cortos y una camiseta y llegué a la cocina, y María llevaba una camiseta amarilla de tiras, desgastada, habitual, casera, y me sentí aún más en casa que un rato atrás, y me sentí extrañamente feliz.

Me coloqué tras ella, y ella hacía una ensalada en un bol de cristal y me proponía compartirla.

Acepté, e hice mención a que viviendo solo cenaba bastante peor, pero ella no respondió.

Nos sentamos a la mesa. Uno en frente del otro. Y, apenas al tercer bocado en silencio, dijo:

—Vale. Empiezo. Begoña. ¿Sientes algo por ella?

—No —dije rápidamente.

—¿Sentiste algo al hacerlo?

—No.

—¿Seguro?

—Sí.

—Vale. Más. ¿La has vuelto a ver?

—No.

—Bueno. Vamos bien —decía ella, como si aquello fuera un check list a completar—. Al menos vamos mejor que la otra vez. Que, por cierto, sabrás que lo hizo contigo para joderme a mí. A eso llegarás.

Me eché un poco hacia atrás. No me gustaba cómo había empezado aquello. Y aún menos su último comentario. Resoplé, intentando serenarme, y que no se notara mi desagrado. Y ella prosiguió:

—Vamos, es que lo tengo clarísimo. Además, ya has escuchado a Edu lo que ha dicho sobre lo que ella le dijo que opina de ti. ¿Qué? ¿No hablas más que monosílabos?

Volví a resoplar. Solté el tenedor. Y dije:

—Pues yo al revés, creo que… no sé si hemos empezado bien… o has empezado demasiado bien, pero en fin. Creo que un buen punto de partida sería que le creyeras a Edu la mitad de la mitad.

María se llevó otro bocado a la boca. Comía con las piernas cruzadas, erguida, con la melena echada por completo hacia atrás. Parecía más joven, mucho más que con aquella ropa arreglada con la que había salido aquella tarde. Estaba realmente guapa y me extrañaba que no hubiera rebatido mi “no sé si hemos empezado bien”.

—Mira —dijo finalmente— vamos a ir avanzando, ¿vale? Vamos a cerrar lo de Begoña. Y te digo una cosa, una parte… que… no sé si buena… es que a veces creo que yo también me vuelvo loca… y es que… cuando me lo dijiste casi me muero, pero es cierto que después… no sé…

—¿Qué…? —preguntaba yo, más calmado, también porque notaba en ella un súbito cambio de tono.

—Pues como que… A ver, por un lado os imaginaba desnudos en la cama… y… ¡dios…! es que me muero… y es que la mato, y te mato a ti… pero también hay algo de no sé… de… como de… revalorizarte… No sé. No sé cómo decirlo.

—¿Revalorizarme? Quizás ponerme en valor, quieres decir.

—Sí, mejor —dijo ella.

—Pero sí según tu teoría lo hizo conmigo para joderte… ¿Cómo me pone en valor eso?

—No sé, Pablo. No sé cómo explicarlo.

Se hizo un silencio y me llegaba a plantear preguntarle si lo que me estaba pretendiendo decir es que quizás ella me ponía más en valor por haberlo hecho con una chica ciertamente guapa como Begoña, o si incluso imaginarme con ella le había despertado cierto tipo de… excitación, por pequeña que fuera, pero no me atreví a seguir ese camino.

—¿Hemos acabado con Begoña? —dije entonces.

—¿Te arrepientes? —preguntó, mirándome fijamente.

—Sí, claro.

Se hizo entonces otro silencio y yo creía haber aprobado con nota aquella batería de preguntas sobre Begoña, y no quise retrasar más lo inevitable:

—Bueno. Tema Edu —dije.

—Yo no me voy a justificar —dijo ella inmediatamente—. Espero que entiendas, ahora sí, por fin, que entiendas que los casos son diferentes. No volvamos otra vez a lo del viernes.

—No he dicho nada de justificar, ni estoy comparando ambos casos, María.

—Pues eso.

—Pues eso, ¿qué? Solo quiero que me digas qué pasa con él.

—Pues lo que pasa con él ya lo ves —espetó seria, en lo que había sido una escalada en el tono de ambos.

Ella se levantó entonces, y fue a por algo a la cocina, y yo volví a resoplar.

La esperé, comí un poco más, ciertamente desganado, como las últimas dos semanas, y pensaba que la huida de María hacia la cocina había sido para intentar no explotar o no decir cosas que no debería.

Volvió entonces con una botella de agua. Se sentó. Y yo volví a pensar en Begoña, e, intentando imponerme, a pesar de que la temía, dije:

—Antes de seguir hablando de Edu, porque ni hemos empezado, vuelvo yo a Begoña: es innegable que me empujabas hacia ella.

Tras un silencio espesísimo, durante el cual yo podía ver en los ojos de María su titubeo, dijo:

—Mira. Te voy a decir algo que quizás te duela, pero si alguna vez dudé de verdad de nosotros fue durante aquellas semanas con Carlos… y sí que me planteé algo con él, y creo que… me… aliviaba o me hacía sentir mejor que tú sintieras algo por Begoña.

Yo la escuchaba sorprendido y descubría que Begoña había clavado su teoría.

—También te digo —prosiguió— que ahora lo recuerdo y ni me creo que me hubiera planteado nada con ese… ni sé cómo llamarlo.

—¿Y eso por qué? ¿Te hizo algo?

—No, bueno. Aparte de… follarme como un psicópata… cosa que ya viste… no. Pero no me refiero a sexo, no sé… es que me da repelús siquiera recordarle.

Yo no entendía del todo su cambio de parecer acerca de Carlos, pero tampoco era extrañísimo en ella ese tipo de bandazos.

—¿Y con Edu no sentiste temor por lo nuestro?

—¿Que se acabara nuestra relación por él?

—Sí. Porque te gustara él.

—No. Te juro que no. A ver… Sobre Edu… Y ya metiéndonos a fondo en él… en él y el juego, ¿vale?— hablaba ahora muy conciliadora— … Sobre Edu tiene que ser él. En el fondo sabes como que siempre fue él, ya fuera de forma… cercana… o en la distancia.

—Ya… —respondí.

—Y que esto… ya ves que…

—¿El qué? —pregunté, y en ese momento el teléfono de ella, que estaba sobre la mesa, se iluminó, y yo pude ver cómo un nombre le escribía hasta tres frases, y el nombre era Rubén.

María miró la pantalla y yo no quise incomodarla y desvié la mirada.

—Pues que… —respondía ella— que no sé esto con Edu, o sea, de los tres, no sé lo que durará. Hasta que él se canse o nos cansemos nosotros, pero cuando eso pase no será un… cambio de cromos. O sea, quiero decir, que es él, y cuando se acabe, volvemos a la vida normal.

—¿Y entonces lo de Rubén?

—Rubén es un pesado. Es solo una chorrada para tener contento a Edu —dijo dándole la vuelta al teléfono—. Como lo del chat de los tres que tenemos en el móvil.

—¿Y seguro que no te engancharás a él?

—¿A Edu?

—Sí. Por ejemplo, en la playa… se os veía… en el paseo que distéis… los besos en la espalda… era como cariñoso… no sé…

—¿Cariñoso? —interrumpía ella—. Todo Edu es sexo —dijo y me impactó un poco—. Un beso en la espalda es sexo, un paseo es sexo… cenar… y… hablar de cualquier otra cosa con él… es sexo.

—¿Y todo lo que os escribís? Y me refiero a estos meses. A veces tengo la sensación de que apenas sé nada.

—Eso son chorradas, Pablo… Después de que me ha follado… tres o cuatro veces, con tu… consentimiento, por no decir… no sé… ¿goce? ¿disfrute?… ¿me vas a preguntar por las guarradas que me escribe? Mira, la única vez que realmente sí me sentí mal fue cuando volví de Madrid y quise aclarar las cosas con él, y después contigo, y que fui a su casa y nos acabamos besando. Lo que es… o sería… infidelidad… ha habido un beso, beso que corté inmediatamente… y no me hagas volver a lo que hiciste con Begoña para comparar.

—¿Y todo lo que hicisteis después de la noche con Carlos? ¿En su casa?

—Eso no te lo voy a contar ahora. Pero si tú me dejas tirada, tampoco veo que sean cuernos… igual que me dejaste tirada en casa de Álvaro.

—No es cuestión de cuernos o no cuernos…

—Ah, que ya quieres los pormenores. O sea, me acusas de medio cuernos y a la vez quieres los detalles.

—Que no te estoy acusando de nada, María. Siempre te pones a la defensiva.

Se hizo otro silencio. Tenía la sensación de que ambos queríamos que la conversación llegara a buen puerto, que ambos queríamos efectivamente el borrón y cuenta nueva, pero nos costaba, y, yo, entonces, no me pude controlar:

—Bueno. ¿Y entonces qué? ¿Edu te dice “hoy con este, mañana con el otro” y allá vamos los tres a que pase? —pregunté, arrepintiéndome al instante de no haberlo formulado de otra manera.

—Si lo dices por lo de la playa, eso fue una locura que surgió así, y también porque estaba cabreada contigo. Y, Pablo… No sé si es bueno ir por ese camino.

—¿Por qué camino? —me rebelaba, incapaz de recular.

—Por el que estás yendo.

—No. Solo te pregunto “y ahora qué”.

—Pues ahora está Edu. Bueno, siempre lo estuvo. Y que sí… que está… que es cierto que es un poco estresante, que nada es normal con él, pero está en Madrid… y que viene cada dos semanas, o lo que sea, o fin de semana… y podemos tener nuestra vida, porque yo te quiero Pablo, te quiero muchísimo, y podemos hacer nuestra vida casi todo el tiempo, y él si viene y jugamos a esta locura pues bien y sino también.

—¿Y el sexo entre nosotros? —pregunté, súbitamente complacido, pues rebotaba en mi cuerpo su confesión de que me quería.

—¿Qué le pasa?

—Pues… aquello de que… te atraigo… en épocas de menos excitación… No se si sigue… vigente.

—Pues mira… con las tres últimas semanas que llevamos… ni me acuerdo de estar en una situación normal. Por cierto, te acabo de decir que te quiero muchísimo, podrías haber dicho que tú también y después seguíamos.

—Ah, que no estás segura… —decía yo, con una falsa chulería que no sabía por qué me salía.

—Mira, Pablo, a veces creo que tú piensas que eres la víctima. Y mañana yo tengo que ver a Begoña, y Carlos viene a una reunión el martes… y ayer me la ha metido un niño… sin preservativo… que estoy haciendo la del avestruz para no pensar y no rayarme.

—Vale… vale…

—Vale, vale, qué.

—Que… si quieres ir a algún sitio… por eso… Voy contigo.

—No… Ya… Solo faltaba…

—¿Y tú qué has hablado con él? —cambié de tema.

—¿Con Edu?

—Sí.

—¿De qué?

—Pues de esto.

—Nada.

—¿Cómo nada? Si me dijiste el viernes que habías quedado con él para hablarlo.

—Pero si es imposible hablar con él. Él suelta sus burradas y no dice nada. Juega también a eso.

—Pues a mí sí me ha dicho.

—¿El qué? —preguntó intrigada.

—Me ha dicho que te pudo haber follado las veces que hubiera querido, pero que a la décima vez se habría aburrido, y por eso todo este juego.

—Bah, es un fantasma —dijo ella inmediatamente. Y yo no le quise decir que parecía creerle a Edu cuando le convenía y cuando no, no.

Se hizo otro silencio y yo recogí ambos platos y ella los vasos y el agua. Y, una vez los dos en la cocina, María, frente a la encimera, preguntó:

—¿Hay café para mañana?

Yo me coloqué tras ella, y le dije:

—¿Tú sabrás…? Yo llevo quince días… sin hogar…

—Eres bobo… —susurró, inclinando la jarra, comprobando si alcanzaría para dos cafés. Y dije yo entonces:

—Tiene razón Edu en lo de correrte.

—¿El qué? —respondía ella y yo pegaba mi pecho a su espalda, posaba mis manos en su cadera, olía de su melena, y me moría por abrazarla.

—Que al final hemos vivido el fin de semana más loco de todos los tiempos y no te has corrido —dije, en tono bajo, y es que sin saber por qué hablábamos de golpe casi en susurros.

—No soy una ninfómana, Pablo —dijo apartando mis manos de su cintura delicadamente.

—¿Qué?

—Que no soy una ninfómana… joder… —susurró, y su palabrota no le debió de gustar en ella pues apenas se escuchó—. Que, eso, que ahora me meto en la cama y me quedo frita. Así que… tranquilo que no voy… goteando por ahí.

—Bueno… No te enfades.

—No, no me enfado pero es que… tú también… —susurraba ella, y se giraba, y quedábamos frente a frente.

—Vale, vale, perdona —dije volviendo mis manos a su cintura.

Nos mirábamos. La veía guapísima. Tenía la sensación de que nunca había creído realmente que la había perdido, pues de haberlo hecho habría muerto en vida.

—Te quiero mucho —le dije, con un sentimiento y una verdad inmensas.

—Ya lo sé.

Solo se escuchaba el silencio. Nos mirábamos otra vez. Yo la quería besar. Y ella dijo entonces:

—¿Estamos bien?

—Yo creo que sí —respondí.

—¿No me das un beso? —preguntó.

—No, no me apetece nada —dije irónico.

—Ah, vale muy bien —sonrió.

Yo esperaba su beso. Y ella me rodeó entonces con sus brazos y dijo:

—¿Te puedo contar una cosa que me pasó el otro día conduciendo? La gente está fatal. Después me cuentas tú… lo del apartamento ese…. y lo de tu vida… de soltero.

—¿Ahora? ¿Quieres contarme una banalidad? ¿Cómo si fuéramos una pareja normal? —pregunté.

—Mmm… sí. Eso es. Como una pareja normal —sonrió María.

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