SYLKE & FRAN
CAPÍTULO 10 – LA NUEVA CELIA Y LA NUEVA AURORA
Todo empezó en el balcón, espiando a mamá y a Sandra en su momento más íntimo, animado por mi amigo Miguel, ¿quién me iba a decir a mí que en todo este tiempo iba a descubrir tantas cosas? Esos coños rasurados, quererme rasurar yo mismo, ayudado por Celia y descubrir esas primeras pajas, descubrir el olor a mujer, primero con el consolador de mamá y luego las braguitas de Lucía, descubrir la explosividad de doña Aurora, verla follar con el novio de mi hermana, descubrir lo que son unos labios de mujer comiendo mi polla, incluso con dos mujeres a la vez, como eran Lucía y mi hermana, mientras veíamos como a mi madre se la follaba mi profesor en su dormitorio, para acabar viendo una sesión lésbica en el cuarto de mi hermana entre ella y mi compañera o ver a mi amigo Miguel intentando follarse a Celia… ¿me estaba volviendo loco?
En el preciso momento en el que yo me disponía a bajar las escaleras y a decirle a Miguel unos cuantos improperios, incluso a echarle a patadas de mi casa, creyendo que estaba abusando de Celia, él se separó repentinamente de ese cuerpo tembloroso de ébano.
Ella, aun con sus mallas enredadas en sus tobillos se giró frente a él, sin entender que su poca convicción, hubiese hecho desistir a mi amigo tan rápidamente, es más, de hecho, ella se quedó algo decepcionada con ese juego inacabado. Pero Miguel no estaba por abandonar, todo lo contrario, quería llevarla al límite. Volví a agacharme atento a sus movimientos, agazapado, aprendiendo una de sus técnicas, esas de las que siempre alardeaba en la pandilla y me parecían mentiras podridas, pero sin duda, mi amigo, a pesar de ser tan joven como yo, parecía sabérselas todas con las maduritas cachondas como Celia.
Mi amigo se separó un poco del cuerpo de ella, que aun respiraba agitadamente mostrando sus torneadas piernas por abajo y las tetas a punto de salir por el escote por arriba. El blanco de su ropa interior, destacaba en ese cuerpo oscuro. Estaba preciosa, más sexy que nunca. Entonces Miguel empezó a quitarse la ropa delante de ella.
– ¿Qué haces? – preguntó Celia confusa.
– Nada, simplemente me estoy desnudando.
Y eso es lo que hizo mi amigo, quedarse completamente desnudo.
– ¿Quieres que me vaya entonces? – dijo él dándole un ultimátum y varios menos a su polla dura.
Los ojos de Celia se abrían como platos ante esa daga que se agitaba constantemente frente a ella, pero no era capaz de responder, Celia era una mujer fogosa, aunque yo lo desconocía hasta hacía bien poco. Miguel enfrente de ella parecía saber muy bien lo que hacía. Yo desde arriba, veía el cuerpo fornido de mi amigo, a pesar de ir a clase de natación conmigo, su cuerpo estaba mucho más desarrollado y por algo hacía tan buenas marcas en las competiciones. Para colmo, él además es un gran deportista y juega de delantero al futbol en un buen equipo y además es bueno, pero para colmo tiene mucho descaro y mucha labia, vaya tipo, ¿Follaría igual de bien?
Miguel, desnudo como estaba avanzó lentamente hacia a ella al no recibir respuesta, besándola su cuello, dándole lengüetazos intensos y retirando con asombrosa habilidad los tirantes del top hasta dejarlo por debajo de esos rotundos pechos, cubiertos por el pequeño sostén blanco y luego terminar de despojarlo por debajo. Ya no hubo quejas, solo se notaba la respiración en su pecho y una mirada lasciva mirando fijamente a Miguel y esa polla que parecía pedir a gritos ser enterrada dentro de ella.
De forma instintiva abrí mi pantalón y saqué mi pene que para entonces ya estaba como una piedra de nuevo. Quise poner algo de juicio pensando en que debía irme, dejar de espiar o en todo caso entrar y cortar de raíz lo que allí tenía pinta de producirse, pero no hice ni lo uno, ni lo otro, sino sentarme en un peldaño y masturbarme observando la escena.
Las manos de Miguel empezaron a masajear los enormes pechos de Celia que inmediatamente saltaron fuera del sujetador. La aureola oscura con sus pezones en punta resaltó en la luminosidad de la estancia. Ella misma le facilitó la labor, terminando de soltar el corchete de su sostén y dejando sus pechos libres, para que aquella juvenil boca, los devorase. Miguel mamaba esas deliciosas tetas, con suma presteza y alimentarse con ellas como si fuera un bebé, amarrándose a los pezones de Celia, como el mejor de los manjares.
– ¡Miguel, para… mmmmm… para! – la voz de Celia cedía claramente ante el ímpetu de Miguel, que parecía dominar esa técnica.
Con sus dos manos, mi amigo cogió uno de los pechos de Celia y empezó a darle lametazos con ligeros mordisqueos en el pezón.
– ¡¡¡¡Aghhhh!!!, uf que cabrón, eres un niñato, pero está claro sabes excitar a una mujer- le susurró Celia poniendo sus manos sobre la cabeza de Miguel que no cejaba en su empeño de arrancarle cientos de gemidos.
Celia ya no ponía ningún tipo de pega, había claudicado a una buena lengua y a la fogosidad de la juventud de Miguel, mientras yo no perdía detalle de lo que ocurría sobre la mesa escondido al final de las escaleras.
El contraste de la piel blanca de mi amigo con el negro azabache de Celia, lograban que el morbo y la excitación sobre mí aumentara a pasos agigantados.
Miguel fue bajando en sus lamidas sobre el negro vientre de Celia, que ya estaba poseída por una excitación intensa, con su piel brillante por el sudor, incluso podía ver las perladas gotas brillar, recorriendo ese cuerpo lleno de curvas.
– ¿Entonces, me voy? – dijo una vez más Miguel, para dar otro “pase mágico” de los suyos.
Las manos de Celia se aferraron a su cuello para que ese joven no dejara de lamer su piel y entonces él siguió con su tarea, bajando lentamente, serpenteando con su lengua, hasta poner su cara a la altura de su coño. Se volvieron a mirar, sin pronunciar palabra, mientras los dedos de Miguel dibujaban esa abultada vulva sobre su exigua braguita. Se levantó y juntándole las piernas tiró del tanga hacia abajo, arrastrando por sus pies las bragas y los leggings hasta dejarla completamente desnuda con una habilidad increíble.
Otra vez el brillo de la luz, resaltaba en ese cuerpo moreno, mostrándome desde la distancia lo hermosa que era. A pesar de que siempre fue el sueño de mis fantasías, ahora, Celia, desnuda y cachonda frente a mi amigo, era mucho más sensual que en mis desesperadas pajas nocturnas. No solo era bella, con un cuerpo cincelado, casi hecho a medida, sino que además demostraba ser una mujer ardiente y fogosa.
Miguel volvió a abrir las piernas de ella y arrodillándose de nuevo empezó con un juego de lengua, por sus muslos alrededor de su coño sin llegar a palparlo, pero seguro que notando el calor intenso y lleno de humedad que desprendía. Ella movía su pelvis, cada vez que aquella boca pasaba de largo por su rajita, como queriendo atraparla. Sin duda Miguel, también me estaba demostrando porque era el más famoso de nuestra universidad tanto con las chicas como algunas de sus madres. El muy cabrón sabía bien lo que se hacía.
Otra de las cosas que me dejó perplejo en Miguel, era su poder de autocontrol frente a ese escultural cuerpo de Celia. Cualquier chaval de mi edad, se habría “tirado a la piscina” hacía rato, pero él parecía no tener prisa, al contrario, sabía que esa técnica de desesperación, era una de sus mejores armas frente a una mujer. Se notaba que Miguel era un experto y que todas sus hazañas en el arte de la follada debían ser mucho más reales de lo que creíamos entonces que eran exageraciones o fantasmadas.
Mi amigo se chupó un dedo y empezó a acariciar toda la hendidura abierta y sonrosada del coño de Celia, que de por sí ya estaba bastante húmeda y en cuanto ella gimió más fuerte aferrándose a su nuca, Miguel puso sus labios sobre el clítoris que aprisionó entre ellos y en ese momento sus dos dedos desaparecieron dentro de ese jugoso coño, que ella misma empezó a oscilar adelante y atrás, en un rítmico movimiento de sus caderas, acompañando esa follada de dedos.
– Sigue, Sigue, no pares, – la voz de Celia estaba entrecortada y su respiración agitada mientras no perdía vista del trabajo que le estaba haciendo mi amigo allá abajo.
– Vas a saber lo que es una buena polla, taladrándote – dijo de pronto Miguel poniéndose de pie.
La mirada de Celia se quedó fija en la polla de mi amigo que apuntaba directamente hacia ella. Por un momento pensé que iba a parar ese tren a punto de descarrilar, pero lejos de eso, fue ella la que dijo incorporándose:
– Déjame ahora a mí.
Poniéndose frente a él, cogió su polla con su mano derecha mientras con la otra se tocaba sus tetas pellizcando esos pezones lujuriosos, para empezar a hacerle a él una paja suave y rítmica, con esa misma ternura y firmeza como cuando lo hizo conmigo, pero acompañada en todo momento de su hipnotizante mirada, clavada en los ojos de Miguel, hasta que él los cerró echando su cabeza hacia atrás disfrutando del momento y suspirando largamente.
– Eres un canalla, ¿lo sabías? – dijo Celia, pero con el convencimiento de que eso le gustaba también a ella.
Entonces se arrodilló y con una lentitud deliciosa colocó esa polla tiesa entre sus pechos para colocarla entre ellos y agarrándoselos por los costados empezó a pajearle en lo que era una cubana a toda regla, para empezar a subirla o bajarla lentamente, descapullándola sin cesar. El contraste de esa polla blanca que asomaba a cada acometida sobre esos lujuriosos pechos negros, era sublime y mi polla parecía palpitar creyéndose entre ellos. A medida que ella le pajeaba suavemente con sus tetas, con la lengua tocaba el capullo de la polla de mi amigo, haciéndole estremecer a cada impacto.
– ¡Joder, Celia, qué tetas, qué lengua tienes, ¡zorrita!
El propio Miguel sujetaba sus pechos para notar más contacto con esa piel de ébano brillante y ella aprovechaba con su mano libre para palpar sus huevos totalmente depilados.
– ¡Vamos, cómetela cómo tu bien sabes! – ordenó mi amigo.
Y ella, como si fuera algo que ya le había hecho más veces, simplemente le sonrió para tragarse una buena porción de su polla, mamándosela con ganas, sin dejar nada sin lamer, sin chupar, sin succionar… Él tenía razón, a las mujeres parecía gustarles eso, porque la boca fue atrapando esas bolas colgantes y luego subir por el tronco hasta la punta. Su lengua dibujó ese cilindro duro, resaltado por marcadas venas, de una buena polla, sin duda, que sin ser tan grande como la mía era de buenas dimensiones, no se podía negar, aunque yo seguía ganando en eso también y en cierto modo me sentí victorioso de poder superar a mi amigo en algo, él dominaba claramente otras técnicas amatorias y yo seguí disfrutando de las vistas y aprendiendo.
Tras mirarle fijamente a los ojos, Celia engulló esa polla por completo y con una mano aprisionó la base hasta ponerla roja mientras con la otra masajeaba los huevos con delicadeza. Aquello ya era demasiado para mí, mirando mi propio miembro mecido por mi mano y pensando la de leche que tendría en mi depósito con tanta paja y mamadas que estaba recibiendo, pero desde luego no impedía se me pudiera dura como una barra de hierro.
Celia aumentó con frenesí la lamida sobre la polla de Miguel que estaba temblando del placer, cuando éste cogió las manos de Celia haciéndola levantar y volteándola e inclinándola sobre la mesa colocándola boca abajo, totalmente a su merced. ¡Que culo más hermoso! Pensé al verla en esa pose, mientras, como ya se estaba convirtiendo en algo cotidiano, mi mano iba de arriba abajo sobre mi polla. Mi deporte de “mirón”, iba de sorpresa en sorpresa y en cúmulo de sensaciones que iban a ser difíciles de olvidar.
– ¿Qué vas a hacer? – dijo Celia volviendo la cabeza, entre nerviosa y excitada.
– Follarte como te mereces, cerda – la voz de Miguel sonaba a mandato.
– No, eso no, detente – imploraba.
Sabía que esa negativa por su parte, no era real, pues se estaba colocando ella misma, aferrándose al borde la mesa con sus manos y abriendo las piernas para facilitar la maniobra.
– Miguel, no debes… – repetía ella poniendo su cara apoyada sobre la mesa como si su cabeza pensara una cosa y su cuerpo actuase por su cuenta.
Antes de que terminara de decir las últimas palabras la punta de la polla de Miguel rozaba el coño de esa impresionante mujer, arrancándole otro gemido y un leve:
– ¡Cabrón!
Unos segundos después ese coño empezó a engullir la polla de Miguel que fue desapareciendo dentro con suma facilidad.
– ¡Mmmmm eres estrecha, joder, qué gusto, me encanta como tus paredes vaginales aprisionan mi polla! – los gemidos de mi amigo indicaban lo a gusto que se estaba ahí dentro y yo, claro, muerto de envidia, pues aún seguía sin estrenarme.
Noté cómo todos los músculos de su espalda y de su culo se contraían para introducir de un solo golpe todo su vástago dentro y cuando sus huevos tocaron la pelvis de Celia paró, como si estuviera acomodando su polla dentro de esa estrecha cavidad.
Celia arqueó su cuerpo levantando la cabeza hacia arriba, cogiendo aire y suspirando y Miguel empezó a sacarla por completo y volver a introducirla, hasta que en un momento empezó a moverse con más ritmo y más fuerza.
Yo seguía espiando y al mismo tiempo aprendiendo esa técnica que tan bien parecía dominar mi amigo.
– ¡Qué buena estás, zorrita! – decía él, comprobando como esa polla blanca desaparecía entre los muslos negros de ella.
– ¡Mmmmmm! – era el único sonido que salía de la boca de Celia.
Entonces Miguel hizo algo que me dejó pasmado. Con sus dos manos sujetó la larga melena azabache de ella, para agarrarse a ese pelo como si fuesen unas riendas y empezar a follarla mientras tiraba de él, cabalgando cual jinete, sin otra sujeción entre los cuerpos, más que ese miembro clavándose incesantemente en su interior, haciendo sonar su pelvis contra su culo. Las embestidas eran potentes, tanto que Celia convulsionaba y temblaba con cada una, soltando gemidos cada vez más fuertes, supongo que corriéndose en ese instante y soltando pequeños grititos cuando a continuación Miguel, sacando la polla de ese coño estrecho, la colocó entre sus glúteos y un chorro blanco salió disparado sobre la espalda negra de la asistenta de mi casa. A continuación, entre hipidos, él fue soltando otro y otro depositándose como a cámara lenta iluminando con esa fuente blanca, la piel oscura de Celia
Yo seguía masturbándome, pero no me corrí……de repente, la excitación intensa que sentía se convirtió en rabia. No exactamente rabia por ver a mi amigo follándose a Celia, pues yo en su lugar me hubiese rendido igualmente ante ese cuerpo exótico y glorioso, pero sin embargo me sentía mal, porque yo no había conseguido hacerlo con ninguna todavía pensando que ya iba siendo hora…. delante de mis ojos había visto a Mario follarse a doña Aurora, a Fermín follándose a mamá, un lío entre mi hermana y Lucia… ahora Miguel a Celia… pero, joder ¿Y yo? ¿Cómo había dejado que eso pasara sin perder mi virginidad?
Subí las escaleras sin ser capaz de decir nada, aun con mi polla dura bajo mi pantalón, pero rabioso y confundido. Todos follaban, menos yo, quizá, mi inexperiencia, mi falta de labia, o porque eran mujeres inaccesibles, el caso es que yo no “mojaba”. Una era mi madre, otra era mi segunda madre, Celia, luego estaba mi hermana, y la otra, Lucía, la virgen y para colmo miraba el móvil y veía al novio de mi hermana follando con Dª Aurora. Esto debía acabar por las buenas o por las malas, tenía que diseñar un plan.
Al salir al jardín, me encontré a mi hermana desesperada buscando a su novio, que yo imaginaba bastante lejos de allí.
– ¿Marcos, no has visto a Mario? – me preguntó una vez más de forma inquieta.
– Pues no, no he tenido el gusto. – dije con desidia.
– Puf, yo que quería que pasara la noche conmigo.
– ¿Qué?
– Sí, mamá me dio permiso.
– ¿Para dormir juntos en vuestro cuarto?
– Claro, bobo, mamá ya sabe que él y yo…
– ¿Folláis?
– Pues sí. – respondió buscando a su novio entre los pocos invitados que quedaban.
Yo disfrutaba, al menos de esa victoria provisional, habiendo conseguido echarle durante esa noche. No soportaba la idea de ver a mi hermana chupándosela o follando con él. Me volví algo egoísta y posesivo, pero en el fondo era esa rabia contenida de no poder estrenarme de una maldita vez. Cuando me giré para seguir charlando con mi hermana, esta había prácticamente desaparecido hacia el final del jardín, mandando mensajes con su móvil, de los que no debía tener respuesta por parte de Mario. Al menos eso, me estaba saliendo bien, ese chulito no iba a recibir la boca o el coño de mi hermana, no al menos esta noche.
Me acerqué a la piscina y vi que mamá estaba dentro del agua junto a Fermín, después de todo, volvían a estar juguetones y suponía que mi madre ya había bebido más de la cuenta, porque el alcohol, de siempre le ha sentado mal. Ella llevaba su bañador blanco, aunque me pareció por instante que sus pezones se veían fuera, mientras Fermín, debía estar metiéndole mano con descaro y eso que había otros invitados en el agua, supongo que ambos iban demasiado cachondos como para frenar esos impulsos descontrolados.
En ese momento mi madre levantó la vista y de forma instintiva empujó a Fermín, al tiempo que se colocaba los tirantes del bañador, algo apurada al verme plantado allí.
– ¡Ah, hola cariño! – me dijo con cierto nerviosismo, al ver que yo le había pillado en se tonteo con mi entrenador.
– ¡Hola mamá! – sonreí para que no se sintierra mal.
Yo entendí que ella también necesitaba de ese cariño extra, de esa pasión que tanto anhelaba una mujer caliente como ella. No digo que mi padre no se esforzara y sabía que era un buen padre, además de buen esposo… pero ¿buen amante? Eso realmente lo desconocía y mi madre, era ardiente, joven, vital, muy sensual…
Mi entrenador me miraba y luego dirigía su vista a ese escote de mi madre. Sin duda estaba colado por ese cuerpo. Eso no se le podía reprochar. Me quedaba claro que mi madre era la musa de muchos y aparte de Fermín, la mía también, por supuesto. Ella seguía nerviosa mirándome inquita y me dijo:
– Verás, hijo, estaba hablando con Fermín y como hemos bebido todos más de la cuenta, pues creo que no puede conducir y he pensado que se queden a dormir.
– ¿En casa? – pregunté pensando que lo mi madre quería era volver a tirárselo.
– Claro, en la habitación de invitados. ¿Por qué no le indicas a Aurora para que se vaya instalando?
Giré mi cabeza para ver a doña Aurora que sonreía a mi como si nunca hubiese roto un plato. También me extrañó que no sospechara nada raro entre su marido y mamá, pero supongo que ella no tenía mucho que alegar, viendo su desenvoltura con Mario. Lo que menos me habría imaginado es que Fermín y Aurora fuesen una pareja abierta, extremadamente abierta.
Así que acompañé a doña Aurora para indicarle el camino y justo en ese momento salían Celia y Miguel hacia la calle. Me vieron y parecían algo cortados, porque, aunque no sabían que yo lo había visto todo, debían estar sintiéndose culpables, ambos.
– ¿Dónde vais? – pregunté serio a Miguel.
– A llevar a Celia a casa. Yo también me voy que mañana entreno a primera hora. – dijo incapaz de sostener mi mirada. Celia tampoco me miró, como si hubiera sabido que yo les había pillado en fuera de juego.
Lo primero que pensé: ¿Acaso iba a follársela otra vez por ahí en lugar de llevarla a casa? Sentí rabia de nuevo y ¿por qué no decirlo?, una gran envidia, pero con un leve adiós de mi mano me despedí de ellos pensando en ello y en cómo no me había dado cuenta antes de esa explosividad a todos los niveles de Celia. Bien es verdad que siempre me pareció una mujer explosiva de por sí, pero también creía que se limitaba a hacerlo con su esposo y punto, pero estaba descubriendo a esa nueva mujer, que además de admirarla desnuda, la descubrí en su mejor faceta, follando parecía toda una diosa y eso que no era yo el que estaba encima de ella.
Seguí hacia la casa acompañando dentro a doña Aurora a la que dejé pasar delante caballerosamente, aunque de paso lo que quería era admirarla una vez más por detrás. Al subir las escaleras, su vestido mostraba una buena porción de sus piernas bajo la falda y en la parte superior, la blusa parecía tan ceñida que iba a reventar un botón en cualquier momento. Esa mujer seguía atrayéndome poderosamente y con solo mirarla ya se me ponía dura, no hacía falta nada más y ahora la tenía ahí, para mí solo. Una vez arriba, le indiqué en donde estaba el baño principal, en donde encontrar toallas y demás para luego caminar al fondo del pasillo hasta el cuarto de invitados.
– ¡Qué grande es! – dijo adentrándose en la habitación delante de mí.
– ¡Otra cosa grande te metía yo! – dije apretando mi polla sobre el pantalón, pero no lo dije en alto, lo hice para mis adentros, claro.
– ¿No será la habitación principal? – preguntó volviéndose con esa boca que pedía a gritos ser devorada.
Por un momento volví a pensar en el video que le había mandado a Mario y por mi torturada mente, pasó la idea de chantajearla a ella con eso, porque, al fin y al cabo, yo tenía que follar con alguien y qué mejor que la monumental doña Aurora. Lo cierto es que, aunque podía tener la sartén por el mango, como se suele decir, no me molaba nada la extorsión, no al menos con una mujer para follársela. No estaba tan desesperado como para eso.
– No, no es la principal, esa es la de mis padres. – dije señalando la puerta, sin hacer nada maligno de todo lo que pensaba mi aturdida cabeza.
– ¿Podría verla?
Dudé unos instantes, porque mi madre no es muy amiga de que nadie entre en su habitación, sobre todo extraños, pero incluso que entre hasta yo.
– Sí, claro. – dije sin más.
Aurora avanzó de nuevo y yo encendí la luz, para que observara la gran habitación de mis padres, sin duda la más grande de la casa y con los mil detalles con las que la decoraba mamá.
– Oh, es gigante, con baño propio. – dijo.
– Sí, con jacuzzi… – añadí, pensando que allí me gustaría clavársela a esa zorra de doña Aurora.
– ¡Vaya y la cama es enorme!
– Sí, a mi madre le gustan grandes.
Al decir eso, no sé por qué, pero enrojecí y ella rio a carcajadas, porque debió entender la confusión por el lado en el que yo también había caído nada más decirlo. Hubo un momento en el que en su mirada parecía decirme “fóllame, Marcos”, pero no quise hacerme más líos.
– ¡Y tiene vestidor! – dijo avanzando hacia un cuarto, bastante grande, en el que mi madre tiene su gran colección de ropa, zapatos y bolsos para aburrir.
– Si.
– Con permiso – dijo con extrema confianza, pues sin darle paso, ella misma encendió la luz del vestidor y se coló dentro.
Entonces doña Aurora empezó a abrir puertas con todo el descaro del mundo, cotilleando la ropa de mamá, revolviendo los armarios, viendo su inmensa colección de zapatos de tacón, hasta que dio con los cajones de lencería. No se cortó un pelo sacando un body entre sus dedos y enseñándomelo.
– Bueno, si quiere, que le indique cómo funciona la televisión del otro cuarto. – dije para que desistiera de su cotilleo y para que saliéramos de allí, antes de que me metiera en otra movida.
Mi idea era sacarla cuanto antes de ese lugar, porque si madre era celosa de su intimidad con su habitación, no digamos con su lencería, toda de alta gama, demasiado cara, según dice mi padre siempre, ya que tenía braguitas que costaban tanto como un abrigo.
– Es precioso este conjunto de body, con medias y liguero… ¿es de la colección “La Perla”? – dijo sorprendida sosteniendo varios tangas entre sus manos.
– Doña Aurora, yo…
– Recuerda, ahora puedes llamarme Aurora. Tu madre tiene un gusto exquisito y caro, pues yo siempre le pido a Fermín que me compre algo así, pero nada… – añadió ella jugando con la textura de unas braguitas negras de encaje semi transparentes.
– Bueno, de eso no entiendo. – dije.
– ¿Puedo probarme uno? – dijo de repente.
No niego que mi polla se tensó aún más en ese mismo instante y ya no sé la de veces que lo había hecho ese día
– No creo que sea buena idea. – dije firme.
– Por favor, será nuestro secreto, Marcos. – dijo sosteniendo mi muñeca entre sus dedos- me vuelve loca la lencería como esta. Pídeme lo que quieras.
Al hacer eso sentí un escalofrío y otro aumento de mi polla, pero estaba tan paralizado que no era capaz de reaccionar.
– ¡Venga, te apruebo la evaluación! – añadió sin dejar de acariciar ese conjunto que tanto le atraía.
– No sé…
– Venga, simplemente me lo pruebo y me das tu opinión. – añadió con una gran sonrisa.
Si no me caí de espaldas, poco me faltó. Estaba en un brete, primero porque esa mujer estuviese dentro del vestidor del cuarto de mamá, con el riesgo de que ella subiera en cualquier momento y para colmo, doña Aurora quería que yo le diera mi opinión… ¿tenía la oportunidad de ver a esa hembra divina en lencería?
– Yo… – empecé a decir.
– Espérame fuera, tardo un minuto. – dijo empujándome fuera del vestidor y cerrándose en él.
No me lo podía creer, pero Aurora estaba dentro de ese cuarto prohibido de mamá, poniéndose su lencería más exclusiva y yo alucinado fuera, con miedo de ser pillados in fraganti, pero sobre todo pensando en que ella se estaba quitando la ropa ahí dentro……el corazón se me aceleró y no digamos mi polla, que ya estaba más que alegre, con esas nuevas emociones.
No era lógico lo que estaba ocurriendo, porque esa mujer también resultaba extraña con respecto a la doña Aurora que yo conocía, pero también es cierto que se le notaba que las copas le iban haciendo su efecto y se la veía más alegre y lanzada de lo que sería normal, pues no veía lógico que un chico de 18 años le diera la aprobación del modelito de ropa interior que se iba a probar. Estaba casi convencido de que Doña Aurora era también un volcán de mujer, con lo calladita y formal que parecía siempre… tan seria, tan recta, casi distante…
Yo estaba imaginando cuál de los modelitos de lencería de mamá se estaría probando, cuando de repente empecé a oír ruidos de fuera de la habitación y un poco en la lejanía escuché la voz de mi madre. ¡Joder, estaba subiendo las escaleras!
– Bajo ahora mismo Sandra, voy a cambiarme el vestido y a quitarme el bañador, tardo un minuto- pude escuchar su voz acercándose.
El corazón me dio un vuelco, joder, no sabía que hacer, venía mi madre a la habitación y yo estaba allí con Dª Aurora esperando mientras ella se ponía uno de los conjuntos de lencería de su intocable colección.
– Madre mía, y ¿qué hago yo ahora? – Exclamé para mí mirando a todos lados de la habitación, llegando a pensar en saltar por la ventana.
Lo primero que se me ocurrió fue meterme en el cuarto de baño y ponerme detrás de la puerta, sólo podía pedir que mi madre no entrara al mismo y me pillara, así que allí me fui y crucé los dedos.
Instantes después mamá abrió la puerta entrando en la misma y supuse que Aurora debía estar escuchando que alguien entraba en la habitación. Volví a rezar para que todo se quedara así, sin más, que mi madre se cambiase y que no se enterase del lío.
A través de una pequeña abertura de la puerta arrimé mi vista a comprobar que estaba pasando, con la ventaja que desde mi posición tenía una panorámica de toda la habitación, pero sin ser visto yo. Observé cómo mi madre, se despojaba del vestido suelto que cubría el bañador y cómo se miraba coqueta en el espejo.
Admiré una vez más el cuerpo de mamá y es que estaba espléndida con ese bañador blanco, tan ceñido a sus curvas y cuando deslizó los tirantes del mismo y lo fue bajando dejando al descubierto sus hermosos pechos, no pude por menos que abrir mi boca y admirar ese maravilloso espectáculo. Terminó de despojarse del bañador y quedó completamente desnuda a mi vista, ajena, lógicamente a mi presencia y la de doña Aurora dentro del vestidor.
Se desplazó a un cajón de la cómoda en donde tenía parte de su lencería, por lo que sentí cierto alivio de que no entrase en el vestidor en ese momento. Mamá dobló su tronco para rebuscar unas braguitas y al agacharse para coger esa ropa interior, su enorme y esplendido culo quedó a mi vista en toda su plenitud, a tan solo un metro de mí y de nuevo, no pude evitar sacar mi polla a jugar, porque estaba totalmente tensa, viendo esos majestuosos muslos, coronados por esa vulva que sobresalía entre ellos, mecí lentamente mi vástago, disfrutando del momento, cuando de repente la puerta del vestidor se abrió.
– Ma………….- la voz de Aurora, quedó detenida de inmediato.
Mi madre emitió un pequeño grito, dando un respingo al mismo tiempo, totalmente asustada, pues lógicamente no se esperaba a nadie y se dio la vuelta de inmediato tapándose con sus brazos sus partes íntimas o al menos lo intentó, porque era imposible tapar esa desnudez.
– ¡Pero que susto me has dado! – dijo mamá, al reconocer la cara de mi profesora asomando por la puerta del vestidor.
– Yo… lo siento. – respondió la otra cortada por la situación.
Continuará…