SYLKE & FRAN
CAPÍTULO 9 – DE SORPRESA EN SORPRESA
No sé cómo podría definir el momento de ver a mi madre frente a mí, mirándonos a Sandra a Lucía y a mí, sin creerse lo que estaba viendo. Yo estaba paralizado, intentando recomponerme, explicarme, dar sentido a todo aquello, pero era imposible, ni cómo había llegado a esa situación. De ser un tímido virgen a empezar a descubrir el sexo en poco tiempo, primero espiando, tanto a mamá como a Sandra, subido en ese mismo balcón, en cómo acabé descubriendo sus sexos rasurados y de cómo Celia me había ayudado a mí a hacerlo y de qué manera, de cómo me metí en aquel vestuario a oler unas bragas de mi compañera Lucía y cuando yo creía que me iba a odiar y a contárselo a todo el mundo, ahí la tenía, lamiéndome los huevos. Cuando creía que mi profe me iba a expulsar de Uni, que jamás iba a poder competir en otro equipo por mi “desliz”, no solo no lo hizo, sino que, gracias a mi madre, intercediendo, logró convencerle, aunque a tenor de verla follar con él, no hubo que convencerla a ella para hacerlo precisamente. Luego su esposa, follando con Mario, el novio de mi hermana, la que tenía ahí agachada, cogiendo mi verga entre sus dedos y ahora, rodeado de bellezas desnudas ¿qué podría decir? ¿Qué el sexo me rodeaba y era víctima de ello?
Sin articular palabra, mi madre miraba a las dos chicas desnudas agachadas y que se iban incorporando, tan impactadas por esa pillada, como yo, incapaces de pronunciar palabra. Me fijé que, tras mamá, Fermín ya había desaparecido y es que yo estaba tan enfrascado en la mamada a dúo de ellas dos que ni me había dado cuenta de que mamá ya había terminado y nos había pillado de lleno. Ella seguía enfrente nuestro, sin decir nada, esperando una respuesta, con sus brazos en cruz y envuelta en esa pequeña toalla.
Nosotros nos quedamos en silencio, intentando taparnos con las manos o meternos bajo tierra si hubiese sido posible. Nos mirábamos con sentimiento de culpabilidad, las caras de Lucía y de mi hermana eran un poema, pero además por estar todavía pringadas con restos de la lechada que había depositado sobre ellas, mi madre nos miraba con los ojos desorbitados, tapando su desnudez con esa toalla, que apenas podía cubrir esos enormes pechos y por abajo sus rotundas piernas. Nos miraba con cara de incredulidad, de asombro, de no creerse lo que tenía delante, mirándonos uno a uno. Supongo que ella también se sentía avergonzada, al fin y al cabo, habíamos descubierto de lleno ese secreto de ver como follaba con Fermín y poca o ninguna excusa podría ponernos con respecto a eso, pero también es verdad que, a pesar de todo, aunque ella hubiese cometido esa infidelidad a papá, era su habitación y eso no nos daba derecho a espiarla y menos estando allí los tres desnudos tras esa mamada.
Yo, mirándola con mi polla morcillona después de haber descargado, intentaba buscar las palabras y las solté atropelladamente.
– Mama, lo siento oí ruidos y quise averiguar qué ocurría por si te pasaba algo, (vaya si le pasaba) cuando te vi……ya sabes – puntualicé mirando hacia el suelo incapaz de sostener su mirada.
Mamá resopló.
– Nosotras estábamos en la habitación y oímos ruidos en la terraza nos asomamos y vimos a Marcos…- esta vez se excusaba mi hermana detrás de mí sin saber muy bien donde mirar, con sus blanditas tetas apoyadas en mi espalda.
Lucía, callada, a mi lado ponía cara de circunstancias, no siendo capaz de articular palabra y no dando crédito a lo que estaba sucediendo, cubriendo con los brazos sus pequeños pechos.
Mi madre intentaba mantener la compostura, aunque se le intuía presa de un nerviosismo interior fuera de lo normal, no sé si estaba más rabiosa por habernos visto en esa mamada monumental en el balcón, por haberla espiado a escondidas o sencillamente por no saber excusarse en esa pillada con Fermín follando.
– Lo que habéis hecho no tiene perdón – habló al fin – aunque también yo debo disculparme por lo que habéis presenciado, cuando acabe la fiesta hablaremos detenidamente de todo esto.
Todos guardamos silencio.
– Será mejor que volvamos a la fiesta, al fin y al cabo, somos los anfitriones y mirar cómo estamos- dijo dándose media vuelta y metiéndose en la habitación, no sé si cabreada o humillada.
Recogí mi ropa del suelo y entramos en la habitación de mi hermana, pero curiosamente permanecimos los tres desnudos mirándonos.
– ¡Qué fuerte! – dijo Lucia sonriendo pícaramente con su vista clavada en mi polla.
Sandra, aún con cara de sorpresa con todo lo sucedido desviaba su vista también a mi polla que, en esos momentos, por suerte, permanecía tranquila.
– ¿Cuál de todo te ha parecido más fuerte? – peguntó mi hermana – ¿ver a mi madre follando con el profe?, ¿pillar a mi hermano espiando? o ¿chupársela entre las dos en el balcón en medio del espectáculo?
Yo solté una pequeña risa nerviosa. Pero Sandra me miró seria para decirme:
– Tienes que reconocer que no está bien lo que has hecho, Marcos, eso de espiar a nuestra madre en su habitación, has invadido su intimidad, aunque estuviese haciendo eso.
Mi hermana quería responsabilizarme de todo como siempre, echándome las culpas como cuando teníamos cualquier tipo de bronca, aunque me defendí.
– Sí, pero todos hemos participado, después. – dije y pensaba que ¡vaya participación!
– Marcos, pero tú has sido el primero, has entrado en mi cuarto y a saber que más has visto antes de… ¿Por qué has visto algo más? – añadió mi hermana con cara de mosqueo.
Miré a esos dos cuerpos desnudos que tenía delante y acabé confesando.
– Bueno no he podido evitar también miraros a través de tu ventana.
– ¿Nos has visto? – preguntó Lucía con una sonrisa y meneando sus piernas seguramente excitadas.
Guardé silencio, pero mi hermana indagó más.
– ¿Qué has visto, qué has oído, Marcos?
– Bueno, pues cuando estabas enseñando el consolador a Lucía- le dije con una sonrisa maliciosa.
– ¡uf! – soltó Sandra, enrojeciendo.
– ¿Y qué más? – preguntó Lucía acercándose a mí y rozando con su dedo índice mi polla.
Un nuevo impacto nervioso recorrió mi cuerpo al roce de sus dedos, notaba esa piel suave sobre mi vástago y su aliento cerca de mi cuello, acompañado con el roce ligero de su cabello. Mi polla fue tomando forma al instante y eso que acababa de correrme, pero tener a esas dos mujeres tan impresionantes y desnudas delante junto a esos roces perversos de Lucía… Acabé mi confesión.
– Pues vi como Sandra te ponía la punta del consolador sobre tu coño y como gemías – le dije con total decisión.
– ¿Y te excitó verdad, hermanito? – dijo mi hermana acercándose por detrás.
– Sí, es la primera vez que veía a dos mujeres así con un juguetito, – mentí pues ya la había visto con mi madre.
Mi hermana volvió a pegar sus tetas en mi espalda, acariciando levemente mi trasero, lo que hizo que mi polla creciera un poco más y me dijo susurrando junto a mi oreja:
– ¿Así que eres todo un mirón?
– ¿Yo? No – dije rotundo.
Desde luego, Sandra tenía razón, ya que, desde el comienzo de mis aventuras con las mujeres de la casa, lo de mirar se había convertido en mi deporte favorito, aunque estaba descubriendo mucho más que mirar.
– ¿Te gustaría terminar de ver la película completa? ¿A que sí? – me dijo Lucia, esta vez acariciando mis huevos, al tiempo que se mordía el labio inferior.
En ese momento ellas me empujaron hasta quedar sentado en un sillón frente a la cama y frente a mí, se quedaron abrazadas observándome. Sus cuerpos desnudos brillaban y era una pasada verlas tan pegadas, tan diferentes, pero tan deslumbrantes ambas.
– ¿Pero vosotras dos…?
Ambas se miraron y rieron a carcajadas sin dejarme terminar la pregunta. Era evidente que entre ellas había una complicidad y una relación de más que amigas.
Nunca hubiera imaginado a Lucía, haciéndolo con una mujer y menos a mi hermana, esa chica tan recatada hace unos días que le daba asco chupar una polla y ahora resulta que no sólo le gustaba, sino que encima le excitaba con las mujeres y una de ellas parecía ser mí propia compañera, esa que me parecía una mosquita muerta y joder, mírala, me acababa de hacer la mamada a dúo con mi hermana, de fijo, una de las más inolvidables de mi vida.
Lo cierto es que, aunque iban a clases diferentes en aquella facultad, Lucía y Sandra siempre habían sido muy amigas, aunque por lo que acaba de descubrir, parecían ser mucho más que eso, debían ser bisexuales ambas, porque no hicieron ascos, precisamente para comerme a dúo la polla.
– Tú relájate y disfruta – añadió Sandra, pasando la lengua por el contorno de los labios de mi compañera.
Yo flipaba de todos los colores, todavía no me había repuesto de un shock y de una bronca monumental, cuando ellas parecían querer seguir jugando. Mientras, me miraban de reojo y disfrutaban con su particular exhibición. Se colocaron frente a mí y sus manos se entrelazaron para a continuación tocarse con la punta de sus lenguas, jugando a toques y lamidas suaves, fuera de sus bocas, la una a la otra y por lo que se veía no era su primera vez. Mi polla ya estaba a tope frente a esas dos bellezas y empecé a pajearme instintivamente. Hasta eso me parecía extraño, que se me pusiera dura tantas veces y me excitase a la mínima a pesar de todo el embrollo, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Soltaron sus manos y una a otra recorrieron con sus dedos muy suavemente sus cuerpos desnudos. Al ser mi hermana más alta que Lucia, la condujo hasta la cama y sentándose ambas, sus cuerpos estaban casi a la misma altura y entonces juntaron sus respectivos pezones derechos en un leve roce, mientras sus lenguas se habían fundido en un beso más que pasional.
Mi polla que apenas unos momentos antes había echado toda la leche sobre la cara de ambas, estaba durísima y tiesa, por lo que no perdí esa oportunidad de masturbarme ante ellas a las que veía acariciándose de forma sensual, sobándose mutuamente sus traseros, pellizcando o amasando sus tetas o incluso jugando en sus respectivos sexos con dedos traviesos. De pronto me levanté de mi asiento con intención de acercarme a ellas.
– ¡Nooooo, sólo podrás observar!… es lo que estabas haciendo antes, y vas a seguir haciendo ahora – me advirtió Lucía mostrándome la palma de la mano para que me detuviera.
– ¡No me podéis hacer esto! – exclamé presa de la excitación sin dejar de menear mí miembro.
– Ya has oído a Lucia hermanito, no te puedes acercar, además nos excitará ver cómo te masturbas- añadió mi hermana – ¿verdad, Lucía?
– ¡Claro! – respondió resuelta la otra.
Esto ya era demasiado para mí, en los últimos días había soltado mucha cantidad de leche, participe de situaciones insólitas para mí, en mi casa, las que nunca hubiera podido ni soñar…me la habían chupado, tanto mi madre, mi hermana, como Celia, incluso Lucía…pero seguía siendo virgen y eso me estaba empezando a resultar insoportable. Estaba desesperado. Necesitaba meterla en cualquiera de esos preciosos chochitos.
– ¡Yo quiero follaros! – dije de forma impetuosa.
– ¡Jajajaja! – rieron ambas al ver mi desesperación.
– ¡Joder, necesito hacerlo! – insistí.
– Hermanito, no puedes. – dijo Sandra, que no dejaba de acariciar los pechos de mi compañera.
– Pero, ¿por qué? – expuse.
– Bueno, primero yo porque soy tu hermana y ella porque es virgen… – dijo riendo.
Mi tensión aumentó ante eso, porque si ya estaba loco por perder mi virginidad, mi deseo también era mayor al escuchar esas palabras. Por un lado, las ganas de follarme a mi hermana eran mayores que nunca y por otro, la de desvirgar a mi compañera era todo un estímulo, pero insistieron a que volviese a mi posición, sentado en el sillón para seguir mirando.
Ambas volvieron a fundirse en lengüetazos por todas partes, se mordían o chupaban sus pezones la una a la otra, lamiéndose la cara con total lascivia y sus manos recorrían el cuerpo de la otra con una entrega total.
De pronto sonó un bip en mi móvil. Era un mensaje de mi madre.
– ¿Dónde andáis metidos? Esto está lleno de gente, venid a echarme una mano. – decía su mensaje.
– Enseguida voy, mamá. – contesté deprisa, porque no quería perderme nada del espectáculo que tenía ante mis ojos.
– ¿Y esas dos, donde andan? – me interrogó ella de nuevo.
– Ni idea. – mentí sin dejar de mirarlas.
En ese momento las chicas se tumbaron sobre la cama y poniéndose de lado recorrieron su cuerpo en un sinfín de besos y caricias, a cada cual más erótico. Mi hermana entonces tomó la iniciativa poniendo boca arriba a Lucía para recorrer con su lengua cada poro de su piel, mordiendo sus pezones o sus labios, todo sin dejar de acariciar su rajita
Sandra se incorporó levemente, poniendo su culo en pompa frente a mi cara. Si el espectáculo ya era impactante, tener ese culo tan cerca era demasiado. Por un momento giró su cabeza para verme y sonreírme comprobando que yo estaba embobado masturbándome como loco. La visión de su culo redondo, dejando ver su coño abierto por detrás era toda una tentación y al estirar mi mano y tocarlo, me llevé un manotazo por su parte.
– Solo puedes mirar, hermanito – me recordó.
Ella siguió en esa postura moviendo el culo, al tiempo que chupaba las tetas de Lucía. Desde mi posición veía ese coño tan cerca, en un primer plano alucinante, tan bonito, que me parecía una obra de arte en todas sus formas, desde sus pliegues, su abultamiento, hasta resaltar unos labios ligeramente caídos y húmedos entre los que se atisbaba ligeramente su interior rosado. Deseaba acercarme por detrás con mi polla apuntando a su agujero y follarme a mi hermana en esos momentos, no pensaba en incestos, ni en pecados, ni en meterme en problemas, si no en el deseo sexual que tenía de follarme a esa hermosa hembra abierta de piernas.
Seguí pajeándome y me sorprendí de no haber estallado ante lo que tenía delante, pero supongo que el haberme corrido anteriormente con esa intensa mamada por parte de ambas, había hecho que aumentara mi capacidad de aguante. Me levanté para sentarme a un lado de la cama y verlo todo desde otra posición. Comprobé como Sandra tenía sujetos los muslos de Lucía manteniéndolos abiertos, mientras la lengua de mi hermana recorría todo su coño de arriba abajo con paradas en su clítoris que hacían que Lucía soltara gemidos cortos pero intensos.
Sandra se levantó, pasando a mi lado y rozando mi cara, de forma totalmente intencionada, con una de sus tetas y acercándose a la mesilla cogiendo el vibrador rojo, me miró fijamente, chupó la punta y tumbándose junto a Lucía, empezó a lamerlo como si de un pene se tratara y ambas juntaron sus lenguas sobre ese consolador de la misma forma que anteriormente habían hecho sobre mi polla. Todo ello sin dejar de mirarme y observar cómo me masturbaba ante ese show.
Se incorporaron, para ofrecerme otra vista de sus cuerpos y medio sentadas con las piernas abiertas, seguían intercambiando besos. Mi hermana llevaba la batuta, en este caso en forma de consolador intercambiándolo sobre sus bocas, lamiéndolo, mientras que cada una de ellas acariciaba el coño de la otra con los dedos.
Me llegó otro mensaje de mamá y estiré mi mano para leerlo en mi móvil:
– Cariño, ¿no has visto a tu hermana? Tenemos mucho lío aquí abajo y no me coge el teléfono. – decía su mensaje.
– No, no la he visto – mentí de nuevo, pero en realidad la tenía delante, totalmente desnuda y entregada a un juego lésbico con Lucía imposible de olvidar jamás.
El show en el que yo era el único espectador no podía ser más alucinante, con dos hermosas mujeres juntando sus lenguas lamiendo un vástago de goma y a la vez masturbándose con deseo y lujuria sus respectivos coños, con una excitación tan intensa que a veces sus cuerpos se convulsionaban. ¿Podría haber algo más hermoso?
Esta vez fue Lucía quien tomó la iniciativa, y cogiendo el consolador, pulsó el botoncito para aumentar el ritmo de vibración y pasó la punta del mismo por los pezones de Sandra que estaban duros… se les veía vibrar. Desde mi posición, comprobaba el hermoso perfil de mi hermana en esos momentos y me di cuenta de la preciosidad de pechos que tenía. Eran casi el doble de los de Lucía y además perfectos, muy parecidos a los de mamá, pero sin la caída propia de la edad.
La vibración del artilugio sobre sus pezones hizo que mi hermana diera un respingo y una sonrisa de nerviosismo salió de sus labios, Lucía siguió bajando la punta del consolador hasta llegar al coño abierto de Sandra que chorreaba jugos, lo notaba porque la sábana estaba mojada y toda su entrepierna más brillante. Mi hermana cogió entonces la mano a Lucía y le fue guiando y enseñando a cómo introducir el vástago, lo penetraba, lo detenía, seguía introduciéndolo, luego lo volvía a sacar por entero y el juguetito vibraba brillante tras haber estado alojado en su coño. ¡Cuánto me hubiese gustado que ese brillo lo tuviera mi polla! Desde luego mi hermana había aprendido rápido a utilizar ese consolador de mamá.
Mi compañera, por otro lado, que nunca había utilizado ninguno, según propia confesión de ella, alucinaba viendo como esa vibración y movimiento producía, una expulsión enorme de fluidos en el coño de Sandra, que miraba hacia arriba, con las manos agarrando las sábanas con fuerza… un fuerte gemido invadió la habitación. Se estaba corriendo y eso, no sé cómo aumentaba su belleza. Ver a mi hermana en pleno orgasmo era apoteósico.
– No grites, nos pueden volver a oír y ya lo que faltaba. – supliqué, pero mi mano aumentaba desesperadamente el ritmo sobre mi polla.
En esos momentos mi móvil sonó en tono de llamada, pensando que era mi madre nuevamente y al cogerlo escuché entonces la voz de Miguel… ¡joder, vaya en qué momento llamaba, el muy cabrón!
– Dime…….- le dije con ganas de colgar inmediatamente.
– Pero tío ¿dónde estás?, mira que eres aburrido joder, con las vistas tan preciosas que tengo yo aquí viendo a las invitadas a la fiesta.
Lo primero que pensé era “Si tu supieras…” pero no lo dije en voz alta, tan solo me quedé admirando a esas dos bellezas jugando sobre la cama.
– Joder, tío tuve dolor de cabeza y me tomé una aspirina y me subí a la habitación a descansar un poco. – le dije lo primero que se me ocurrió.
– ¿Y ese ruido de fondo?
Estaba claro que estaba escuchando a través del móvil, el sonido del vibrador dándole el máximo placer al coño de Sandra.
– ¿No estará otra vez tu hermana secándose el pelo? – me soltó Miguel con una carcajada de las suyas.
– Yo no oigo nada… – mentí de nuevo ya que tenía ese sonido bien cerca de mi cara.
– Bueno, yo creo que deberías bajar, además tu madre está desesperada buscándote.
– Si, enseguida bajo, ya que me encuentro mejor.
– Venga, ven estoy en la cocina ayudando a Celia, con los vasos y las bebidas.
– ¿Con Celia? – pregunté algo preocupado y debía ser cierto porque noté la risa de ella al fondo.
– Sí, tío, no veas como bebe esta gente, por eso le estoy echando una mano. Menudo fiestón que ha organizado tu madre
Hubo un silencio y ruidos que no pude identificar y entonces mi amigo añadió en un tono más bajo:
– ¡Joder está para empotrarla a la negrita ufffffff!
– No seas bestia, Miguel, que ya sabes que para mí es como una madre. – le advertí.
Mis pensamientos se fueron a esos momentos vividos con Celia, en la que pude sentir su cuerpo desnudo enredado con el mío y me temí lo peor, que el cabrón de Miguel hiciera lo posible por follársela, tenía que impedírselo a toda costa.
Al otro lado del teléfono oía la voz de Celia, como si protestara, seguramente el jodido de Miguel estaba metiéndole mano o algo peor, como para fiarse de él y aunque yo estaba disfrutando a tope con mi hermana y Lucía, me sonreí por un momento y dije poniéndome de pie.
– ¡Chicas tenemos que bajar!, ¡Mamá está mosqueada, buscándonos!, ¡Nos va a montar una buena!
Las dos abrieron los ojos y comprendieron que ese juego se nos había ido a los tres de las manos y todos nos apresuramos para vestirnos y bajar a la planta inferior, aunque tanto Lucía como yo, no habíamos llegado al orgasmo como Sandra y seguíamos excitados.
Me dirigí a mi cuarto para cambiarme de ropa y al salir escuché que ellas estaban aseándose en el baño, supongo que quitando el sudor de sus cuerpos e incluso los restos de mi semen de sus caras.
– Qué polla tiene tu hermano, guapa – escuché la voz de Lucía, mientras se pintaban frente al espejo.
– ¿A qué es enorme?
– Sí, es preciosa. Me encantaría que me desvirgara él.
Mi polla empezó a revivir de nuevo bajo mi pantalón.
– Si quieres te puedo ayudar con eso. Seguro que mi hermano estará encantado de perforar este chochito. – dijo Sandra entre las risas de ambas en una complicidad total.
– Oye, ¿así la tiene Mario? – preguntó Lucía.
– ¿Qué dices? Ni por asomo, por cierto, que está loco porque se la chupe, pobrecito.
“¿Pobrecito?” – pensé para mí.
– ¿Me estás diciendo que se la has chupado antes a tu hermano que a tu novio? – exclamó Lucía.
– Si, hija, es que no es ni comparable, Marcos tiene un pollón, pero bueno, creo que hoy le voy a hacer ese regalito a Mario, además necesito una dentro de mí, del tamaño que sea, así que hoy tengo que hacer las paces con mi novio y que me pegue un buen revolcón.
Mi cuerpo estaba en tensión, excitado por sus palabras e irritado porque ese mamón tuviese la oportunidad de sentir la boquita de mi hermana y además follársela. Tenía que hacer algo, ¿contárselo a mamá? No tenía muy claro si eso era una buena idea, aunque mi madre siempre sabía resolver los problemas.
Bajé al salón y allí había gente jugando a las cartas, otros a los dardos, canapés, vasos y botellas por todas partes, gente muy bebida, pero no encontraba a mi madre, mi primer objetivo para tranquilizarla, hasta que la vi en el jardín junto a la piscina, en la que también había gente chapoteando. Ella estaba estaba rellenando una enorme cuba con unos hielos para mantener la bebida fría.
– ¡Hola mamá! ¿Cómo va eso? – pregunté.
– Hijo, ¿dónde estabas? – dijo nerviosa.
– Perdona, estaba arriba descansando un poco.
La mirada de mamá se dirigió entonces a mis ojos, haciéndome llegar esa ternura propia de ella, queriendo educarme y que nunca me sienta mal. Por eso entendió que mi cabeza estaba hecha un lío y en realidad así era.
– Cariño, sé que lo viste en mi habitación ha sido demasiado fuerte para ti. – me dijo.
– No, mamá, no tenía que haberte espiado.
– Bueno, eso está mal, pero no es excusa para lo que yo… y supongo que eso te habrá dejado en shock
Si supiera ella la cantidad de cosas que me estaban dejando en shock.
– No pasa nada, mamá – respondí pues al fin y al cabo yo estaba metido en esa misma locura de la pasión lujuriosa.
Ella cogió mis manos entre las suyas. No pude evitar mirar el escote en uve que formaba su vestido mostrando la armonía de sus pechos erguidos.
– Mira, cielo, yo quiero mucho a tu padre, ya lo sabes, pero soy una mujer, joven todavía… – comenzó a decir.
– ¡Y preciosa! – añadí interrumpiéndola y observando su rostro.
– Gracias, hijo, pero quiero decir que una tiene sus necesidades y tu padre…
– Mamá no tienes que darme explicaciones.
– Ya, pero…
– Y tranquila que no le diré nada a papá.
– Bueno, pero quiero que sepas que…
– Mamá, sé cuánto quieres a papá y eso no tiene nada que ver. Eres una mujer ardiente, lo he descubierto.
– Vaya.
– Sí, pero me alegro, me encanta tener a una madre así.
– ¿Aunque le esté poniendo los cuernos a tu padre?
– Bueno, supongo que cuando el cuerpo te incita… – dije por propia experiencia, ya que había cometido tantas tropelías en tan poco tiempo que quién era yo para juzgar la fidelidad de mamá.
– Gracias por ser tan comprensivo, hijo a pesar de haber visto todo eso.
Ella sonrió y acarició con sus dedos el dorso de mis manos para decirme.
– Mira cielo, tu padre tiene muchas virtudes, es un gran hombre, un buen padre, cariñoso, atento, leal… – ahí hizo un silencio – además de ser el hombre que más quiero en el mundo, aparte de ti, claro.
– Lo sé, mamá.
– Pero Fermín es increíble, hijo. Es un hombre que saca de mí cosas que ni yo misma conocía y luego tiene esa…
– ¿Esa polla? – terminé de decir.
– Sí, es enorme y eso que la tuya es más grande. – dijo con sus ojos brillantes.
Mi madre lo decía orgullosa de que su hijo hubiera sacado algo tan destacado y que no debía ser herencia directa de mi padre, precisamente.
– Estoy muy segura de que con eso… – decía mi madre sin atreverse a decir la palabra “polla”, tratándose de la mía – vas a hacer muy feliz a Lucía.
Me abrazó y permanecimos un rato así, hasta separar su cara, volver a mirarme, para decirme:
– No te preocupes, que mamá te ayudará para que sea así y quiero que hagas feliz a esa chica y mantengas viva esa llama para que no se vaya con otro y no como tu madre…
Ella enrojeció, supongo que, con sentimiento de culpa, pero comprendí que mi madre era mucha mujer como para no desear sentirse llena, nunca mejor dicho, al tratarse de una buena polla dentro. Desde luego, la experiencia de ella ebía ser extensa, sé que tuvo muchos novios antes de casarse con papá, así que ¿quién mejor que ella para darme buenos consejos?
– Mamá no te tortures más. Lo comprendo, eres una mujer con mucha vitalidad y, además, preciosa.
– Gracias, cariño.
– Gracias a ti, por echarme una mano con eso con Lucía.
– Lo haré encantada, hijo. Supongo que tienes muchas ganas de estrenarte y follar de una vez…
– No lo sabes bien, mamá.
– Cielo, ahora necesito que vayas a por hielo al arcón del garaje. – me dijo ella separándose del abrazo maternal.
Al decir eso, recordé a Mario, follándose allí a mi profesora Aurora y estuve a punto de decirle a mamá lo que había visto, aunque pensé, primero, que le iba a dar un disgusto en esa fiesta que tan ilusionada le hacía y por otro, ¿me iba a creer? Me dirigí hacia el garaje y entonces se me encendió la bombilla, al recordar que papá había puesto una cámara allí, de aquella vez que nos habían robado unas herramientas. Subí a toda prisa a su despacho y busqué en su portátil el acceso a la cámara y allí estaba toda la película. Pude ver todo desde el principio, aunque lo hice acelerando la imagen. Se vio claramente cuando llegó Aurora besándose con ese gilipollas de Mario, cómo se metían mano mutuamente, cómo se chupaban con lascivia, cómo se besaban y cómo terminaban follando. Por suerte a Celia y a mí no se nos veía en la imagen.
Lo primero que hice fue bajarme algunos fragmentos a mi teléfono y de forma anónima le envié uno de los vídeos a Mario, con una contundente frase que decía: “Te he pillado de lleno, cabrón, si no quieres un escándalo esta noche, más vale que desaparezcas”. A continuación, le di a “Enviar” y bajando de nuevo al garaje esperé los acontecimientos.
Recogí el hielo, riendo para mí mismo y al salir me encontré con Lucía y con Sandra. Estaban preciosas y no desmejoraban absolutamente nada vestidas… se habían dado algún retoque en labios y ojos.
– Hola Marcos, ¿no has visto a Mario? – me preguntó mi hermana que parecía seguir buscándolo.
– No, no sé dónde anda, igual se ha ido – dije intentando no soltar una carcajada.
– ¿Irse? – preguntó confusa.
En ese momento me acordé de Miguel y de Celia, entonces les entregué a las chicas la bolsa de hielo y les ordené que se la llevaran a mi madre mientras yo iba a toda prisa hacia la cocina. No quería ni imaginar en donde debían estar en ese momento las manos de Miguel.
Al llegar vi que no estaban ni mi amigo y ni rastro de Celia, “¿dónde diablos se han metido?” pensé para mí, entonces me percaté de que la puerta que bajaba a la bodega estaba entreabierta. Entré con cuidado y bajé las escaleras sin hacer mucho ruido. La luz estaba encendida y justo cuando iba a llamarlos, sus propias voces me hicieron no abrir la boca y quedarme paralizado ante lo que estaba viendo.
Miguel estaba prácticamente sobre la espalda de Celia, la tenía aprisionada contra una mesa de la bodega y sus manos masajeaban sus muslos y su culo. Sus leggins estaban bajados en sus tobillos y en esa imagen destacaba ante todo su redondísimo culo apenas tapado por la fina tira de un tanga blanco. Celia de espaldas a él, estaba totalmente a su merced y él seguía hurgando en su trasero mientras ella parecía protestar e intentaba un poco resistirse a Miguel, aunque no me parecía que del todo, a tenor de sus “leves quejas”
– Eres un depravado Miguel, déjame en paz. – decía ella.
– Vamos, mujer, me lo prometiste.
– A veces no sé ni lo que digo ni lo que hago.
Volví a recordar ese momento único de aprendizaje con Celia y ella entonces ella continuó riñendo al otro.
– Eres el amigo de Marcos, no puedes ni debes hacer esto – repetía intentando separar, no con demasiada vehemencia, el cuerpo de mi amigo que aplastaba el suyo.
– Vamos, Celia, arriba en la cocina, me decías que te gustaba.
– No sé ni lo que dije, pero te veo venir y sé lo quieres conseguir, no puede ser, Miguel.
– Vamos, mujer, lo de bajar a la bodega, ambos sabemos que era una excusa. No quieras ahora dejarme con este calentón. – añadía él frotándose contra ese culazo negro apenas cubierto por una fila tira de su tanga de color blanco.
– Esto no está bien.
– Te deseo, desde que te vi por primera vez, no dejo de pensar en ti – decía Miguel sujetándole las manos y acariciando sus pechos de vez en cuando sobre su vestido.
– No por favor, para de una vez ¿o quieres que se lo diga a Marcos? – suplicaba Celia.
Continuará…