ROCÍO PRIETO VALDIVIA
José camina con tal lentitud, ensimismado en su rutina. Los días miércoles invita a su mujer a misa, ella no accede, nunca en su vida han compartido un miércoles de misa. Ruth argumenta que es miércoles de frutas y verduras. Que hay que ahorrar para fin de año.
José es su propio jefe gana bien y durante toda su vida los miércoles se los ha dedicado a Dios. Así le enseñó su abuela. En la iglesia de piedra yace una urna muy cerca del jardincito, la pequeña capilla resguarda los restos de algunas personas incluyendo los de la abuela de José. Los minutos pasan, mientras cambia las flores del jarrón el hombre empieza a recordar los días cuándo su mujer los miércoles lo recompensaba con sexo, sus palpitaciones se incrementan, le sudan las manos, su cuerpo vibra.
—La muy puta se repite una y otra vez.
Cuadras atrás una mujer se baja de un coche modelo reciente, camina sobre la acera sus pronunciadas caderas se mueven al vaivén del viento. José revisa su reloj en unos instantes empezará la misa de 12. La mujer aquella entrará por la puerta, se sentará a su lado. La mantilla negra volver a impedir que se descubra su secreto.
Por debajo de la banca y mientras el padre reza el yo pecador aquella mano le acaricia la pierna, el flácido miembro de José queda paralizado.
Aquella mujer bajo la mantilla negra aguarda un oscuro secreto durante más de 20 años de matrimonio, ha sabido como tener la atención de su hombre. Cada miércoles sin falta José puntal se sienta en la tercera fila, hace pocos meses que la mujer de la mantilla negra se sienta a su lado, le toca la pierna y José se va feliz a su hogar besa a su mujer, y mientras Ruth calienta tortillas este le agarra la nalga. ¡Ella sonríe complacida!
La muy puta ha sabido conservar su matrimonio, en la bolsa de mano yace la mantilla negra esperando al siguiente miércoles de frutas y verduras.