ECONOMISTA

21

Marzo 2012

El mes de febrero se me paso en un suspiro. Seguí afianzando mi relación con Mónica, aunque no volvió a acompañarnos en ninguna de nuestras fiestas en la bodega. No hacía falta, ya comíamos y cenábamos juntos todos los días e incluso algunas tardes seguía haciendo yoga con ella. Además, se hizo habitual mi baño nocturno después de que Mónica terminara, yo esperaba paciente en mi cama, tan solo cubierto con el albornoz y cuando escuchaba la puerta del salón bajaba despacio por las escaleras y me cruzaba con ella.

Me gustaba que Mónica supiera que en ese momento iba sin bañador, lo que hacía que me diera mucho morbo esa situación y la mayoría de las veces ya llegara con una buena empalmada a la piscina.

En cuanto a Elvira, siguió viniendo todas las tardes a estudiar al chalet y los fines de semana follábamos después de salir de fiesta. La mayoría de las veces terminábamos haciéndolo en mi habitación para que Mónica nos escuchara, pero en alguna ocasión follábamos en la bodega o incluso dentro del agua.

Era una gozada follar dentro de la piscina climatizada después de volver de fiesta en un frío día de invierno.

El día uno era mi cumpleaños, que cayó en jueves, así que decidimos celebrarlo por todo lo alto el día siguiente con una buena fiesta en la bodega. Por aquel entonces ya habíamos hecho más amigos en la universidad y le pregunté a Mónica si podía traer más gente a casa. Al final fueron doce invitados y ese fin de semana le tocó trabajar a Fernando, así que Mónica también nos acompañó.

Estuvimos el viernes por la tarde preparando unas pizzas, sándwich, tostas de cangrejo y además compré patatas, banderillas y refrescos. Menos mal a Mónica, que me ayudó porque si lo hubiera hecho yo solo no hubiera quedado ni la mitad de bien. Todos los compañeros felicitaron a Mónica por sus pizzas caseras y después de cenar Sergio empezó a preparar la bebida.

A mí me daba algo de miedo, porque éramos muchos y el ambiente se estaba empezando a caldear, solo había que ver los coloretes que lucía Elvira cuando se quitó el jersey. Solía ser unos de los acontecimientos de nuestras fiestas, ese momento mágico en que Elvira nos mostraba su escote marcando tetas a lo bestia. Y aquel día no fue una excepción.

Llevaba una camiseta negra de tirantes y estaba claro que debajo no llevaba sujetador, le gustaba mucho a Elvira ir suelta y se le marcaba exageradamente el piercing de su pezón izquierdo. Incluso me di cuenta que Mónica miraba con envidia las tetas de mi amiga. No era para menos.

Creo que no he vuelto a ver unas tetas así en mi vida.

Antes de irnos me dieron el regalo que me habían comprado entre todos, Mónica también había colaborado y al abrir el paquete me encontré con unas fantásticas zapatillas Nike de running. Me hicieron mucha ilusión porque era el modelo que quería y sabía que la idea de comprar esas zapas había sido de Mónica, que era la que sabía de mis gustos por la ropa deportiva.

Cada vez más integrada en el grupo no tuvimos que pedir a Mónica que saliera con nosotros, después de jugar al ocalimocho subió a su habitación y se puso unos pantalones vaqueros negros, con unos botines bajos y un jersey gris de cuello alto. Esta vez tenía seria competencia con Elvira que llevaba unos leggins negros y también se había puesto unas botas de tacón, algo raro en ella.

Las dos iban realmente espectaculares y mientras caminábamos a la zona de fiesta me iba preguntando internamente con cuál de las dos iba a terminar la noche.

Aquel día no me fue muy difícil decidirme, la última vez que Mónica había salido con nosotros me había ido con ella, y no era plan de hacer siempre lo mismo, o Elvira se podía cabrear, aunque no fuéramos pareja. Además, tenía muchas ganas de follar con ella, la idea de una noche salvaje en mi habitación mientras Mónica nos escuchaba ella sola en la suya me daba mucho morbo. Seguro que así lograba excitarla.

Y todo sumaba en mi objetivo final. Era como una hormiguita trabajando sin descanso, una miga y otra miga y otra miga y…

Esa noche fui el centro de la fiesta, también fui al que más emborracharon los cabrones de mis amigos y Mónica me sacó a bailar un par de veces, aunque no fue tan provocativa como la última vez que estuvimos solos en el bar que había junto al chalet. Se cortaba bastante en presencia de mis amigos.

Parecía que nadie quería irse para casa, eran las seis de la mañana y “El jardín del Edén” estaba a tope de gente. Mónica solía abandonarnos pronto, pero esa noche no había dicho nada, se notaba que se lo estaba pasando muy bien. Ella y Elvira estaban bien situadas estratégicamente cerca de mí y ninguna de las dos me perdía de vista, era una especie de guerra psicológica por ver quién se llevaba el gato al agua esa noche.

Mónica miró la hora varias veces y cerca de las siete se acercó a mí para decirme que ya se marchaba.

―Espera un momento, que me voy contigo…

―Vale… ―dijo una Mónica triunfal mientras empezaba a ponerse el abrigo.

Ella sabía que casi todos los viernes terminaba con Elvira y aquel día se pensó que me iba a ir sin mi amiga, sin embargo, lo que no se esperaba es que me acercara a Elvira.

―Ya nos vamos, ¿te vienes con nosotros?

―Claro, ¿estás seguro? ―dijo mirando hacia donde estaba Mónica.

―Me da igual que esté en casa, hoy me apetece mucho follarte… quiero celebrar mi cumpleaños contigo, vamos a ir a mi habitación y te voy a hacer de todo.

Elvira se mordió el labio poniendo cara de vicio y cogió su cazadora antes de despedirse de los compañeros.

―Venga, mañana nos vemos, chicos…

Salimos los tres de “El jardín del Edén”, y Mónica no se atrevió a preguntar, pero enseguida se dio cuenta de que me llevaba a Elvira a casa. Hacía bastante frío y en un gesto cariñoso mi casera se agarró de mi brazo, yo le ofrecí el otro a Elvira que hizo lo mismo que Mónica. Me encantaba que fuéramos así los tres juntitos, y yo seguía manteniendo el equilibrio de mi triángulo a la vez que no paraba de provocar a Mónica.

En cuanto llegáramos a casa iba a escuchar una sesión de sexo que no iba a olvidar en su vida.

Subí rápido con Elvira a la habitación, y en menos de un minuto ya la tenía desnuda en mi cama. Primero estuve comiendo sus tetas unos cuantos minutos haciendo todo el ruido que pude con la boca, luego bajé a su coño haciéndola llegar a su primer orgasmo y ella me devolvió el favor con una mamada hasta que me corrí en su boca.

Fueron casi dos horas de sexo prohibido, salvaje y desinhibido. Con Elvira no había reglas en la cama. Todo valía. Azotes, anal, mordiscos, insultos y un sinfín de cerdadas que hicimos hasta corrernos cuatro veces cada uno.

Sobre las nueve de la mañana terminamos exhaustos, mientras follaba con Elvira no pude dejar de pensar en Mónica y en lo que estaría sucediendo en su habitación. ¿Se estaría masturbando con nosotros? ¿Habría podido dormir?

El ruido de la cadena de su baño me indicó que seguía despierta. Nos había estado escuchando desde su cama las dos horas y seguramente habría terminado masturbándose con los gemidos de Elvira y fantaseando con lo que pasaba arriba. O eso al menos me gustaba pensar.

Mi plan seguía su marcha, despacio y cocinándose a fuego lento. Pero si quería algo con Mónica ella no iba a dar el paso, tenía que ser yo el que lo hiciera, y avanzar un poco más. Ya había llegado el momento de empezar a forzar situaciones entre los dos.

Apenas quedaban cuatro meses para el final del curso y el tiempo se me echaba encima.

22

A mis diecinueve años recién cumplidos decidí que era el momento de empezar la autoescuela, en la universidad iba bien y creí que no me iba a quitar mucho tiempo para estudiar. Me hacía ilusión tener coche propio y no estar dependiendo del autobús constantemente y era algo que ya tendría hecho para el verano.

Recuerdo que empecé un sábado por la mañana y al volver a casa le estuve enseñando el código de circulación a Mónica y Fernando y los test de los primeros temas.

―Uffff, si me presento ahora al examen no apruebo el teórico ni de coña ―dijo Fernando.

―Yo, creo que tampoco ―respondió Mónica.

Sobre las doce ella empezó a preparar la comida y yo estuve ayudándola en la cocina. Se notaba que le gustaba mi compañía y nos preparó carne guisada con patatas. Mientras estábamos comiendo me enteré que Mónica iba a salir de fiesta por la noche con un par de amigas.

―¿Por dónde vais a ir?… lo mismo nos vemos ―le pregunté yo.

―No lo sé, por donde digan estas, pero sí, es posible que nos veamos…

―Últimamente le estas cogiendo el gustillo a lo de salir de fiesta, maja ―le dijo su marido―. Y a mí me parece muy bien, me gusta verte así, no todo va a ser estudiar…

Al final no quedé en nada con ella, pero me hacía especial ilusión encontrarme a Mónica en algún garito con sus amigas en plena madrugada. Salí pronto de casa, habíamos quedado para cenar en un burguer y aquella noche tenía ganas de fiesta, ya que el viernes no había salido porque quería ir a primera hora a la autoescuela.

Después de cenar en el burguer fuimos a una bodeguilla a jugar al ocalimocho, nos juntamos diez compañeros de la facultad, ya habíamos ampliado nuestro círculo de amistades, aunque seguíamos manteniendo nuestro pequeño grupo de “Elvi y los cuatro fantásticos”. Salimos hasta arriba de calimocho y terminamos la noche como de costumbre en “El jardín del Edén”. Antes habíamos estado en varios bares y yo me estuve fijando bien para ver si nos encontrábamos con Mónica en alguno de ellos, pero todavía tenía la esperanza de vernos en nuestra discoteca favorita.

Cambiamos varias veces de planta y fue muy decepcionante para mí no ver a Mónica con sus amigas. Sobre las cuatro de la mañana Elvira y yo dijimos que nos íbamos para casa, seguíamos sin decirles a los compañeros que nos acostábamos juntos, aunque supongo que todos se lo imaginaban.

Era más que evidente.

Aquella noche llevé a Elvira a casa y bajé con ella a la bodega del chalet y terminamos follando dentro de la piscina. Le estábamos cogiendo el gustillo a lo de hacerlo allí, aunque yo seguía sin correrme dentro del agua, me sentaba en el bordillo y Elvira solía terminar haciéndome una mamada hasta que me corría en su boca.

Después de ese primer polvo, salimos del agua y cuando nos secamos pregunté a Elvira si le apetecía comer algo, yo tenía un hambre voraz y me puse una camiseta, un bóxer blanco y subí así a la cocina. Me extrañó que hubiera luz en la planta baja de la casa y al acercarme vi que estaba Mónica tomándose una especie de infusión. Ya había vuelto de fiesta.

Me hice el sorprendido y entré así en la cocina, con toda la naturalidad del mundo pregunté a Mónica qué tal se lo había pasado. La escena cuando menos era surrealista, Mónica estaba realmente guapa, nunca la había visto así, bien peinada y maquillada, parecía otra, con un vestido de manga larga negro espectacular con brillantina y que era muy corto, pues parecía que apenas le tapaba el culo y unas botas muy eróticas de color negro por encima de las rodillas. Yo solo llevaba puesto la camiseta con la que había salido de fiesta y el bóxer.

Por lo que me contó se lo había pasado muy bien con sus amigas y me estuvo diciendo los bares por los que habían estado, aunque la mayoría ni los conocía. Por si acaso se le ocurría bajar a la piscina le comenté de pasada que había traído compañía.

―Estamos abajo Elvira y yo, vamos a comer algo… ―dije abriendo uno de los armarios para sacar lo primero que pillara.

―Si quieres os preparo algo, unos huevos fritos, hay pisto y algo de pan de ayer…

―No te preocupes…

―En el frigo hay carne guisada que ha sobrado de la comida…

―Ahh, pues mira, eso sí estaría bien ―dije abriendo el frigo y sacando la cazuela.

Cuando Mónica se puso de pie me quedé mirándola detenidamente, como me había imaginado, el vestido era muy corto, pero le sentaba como un guante a las curvas de Mónica y su increíble culazo. Además, pegaba genial con esas botas y el conjunto era muy sensual.

―¡Joder, qué guapa vas!, seguro que esta noche has ligado, ¡estás espectacular!

―Bueno, algún pesado se ha arrimado a decirnos algo ―bromeó ella mientras fregaba el vaso en el que se había tomado la infusión.

―A ver si una noche que vengas con nosotros te vistes así, los chicos se van a volver locos contigo…

No contestó el cumplido que le acababa de hacer. Yo a su lado estaba calentando la cazuela y me acerqué a ella para sacar dos platos en los que echar el guiso cuando estuviera listo. Podría haber esperado a que Mónica terminara de fregar, era solo un vaso, pero puse la mano en su cintura antes de abrir el mueble de la parte alta para coger los platos.

―Uyy, perdona…

―No, tranquilo, ya termino.

Y nos quedamos pegados unos segundos en los que nos miramos fijamente. Sinceramente, no pensé que nos fuéramos a besar ni nada parecido, pero con la mano en su cintura se hizo un silencio incómodo de tres o cuatro segundos y en ese momento se hizo latente la tensión sexual que empezaba a existir entre nosotros.

Mónica bajó la mirada ruborizada cuando disimuladamente intenté acomodarme la erección bajo el bóxer. La verdad, es que en ese momento ni caí en la cuenta que Fernando estaba en casa y podía haber bajado a la cocina y pillarnos así, pero yo creo que Mónica sí lo tenía muy presente.

Aun así, todavía se quedó conmigo, y abrió el cajón de los cubiertos para sacar un cucharón de plástico. Era surrealista, Mónica sirviendo los platos y yo a su lado totalmente excitado sin poder dejar de mirar su culo.

―Bueno, ya me subo a dormir…

―Vale, gracias, Mónica, nosotros vamos a ver si comemos algo ―dije con un plato en cada mano―. Creo que todavía no hemos terminado la noche…

Efectivamente, después de cenar en la bodega, recuperamos un poco de energía y Elvira y yo volvimos a follar otra vez más junto a la mesa. Después se fue a su casa y aunque era muy tarde la acompañé, pues no me gustaba que anduviera sola a esas horas.

Al regresar me dio tiempo a pensar en lo que había ocurrido con Mónica en la cocina, y me pregunté qué habría pasado si hubiéramos estado a solas y hubiera intentado besarla junto al fregadero. Ella parecía dispuesta o eso me había parecido a mí, además, no parecía incomodarle que yo estuviera en bóxer y eso sí, solo pareció ruborizarse un poco cuando mi erección se hizo más que evidente.

Aquel encuentro casual en la cocina pudo parecer una tontería, pero fue muy importarte para lo que sucedió unas semanas más tarde…

23

Apenas quedaban unos días para las vacaciones de Semana Santa, había aprovechado el mes de marzo, que estábamos libres de exámenes, para sacarme el teórico del carnet de conducir, pero a la vuelta de vacaciones ya habría que ponerse serio con los exámenes finales. Eso parecía no importarles a Sergio y al resto de amigos que solo pensaban en salir de fiesta y más fiesta.

Era el último fin de semana antes del parón de Semana Santa y en uno de los descansos de clase organizamos una cena para el viernes.

―Tenemos que salir a muerte, que luego ya pocos fines de semana nos van a quedar ―dijo Sergio.

Yo les ofrecí la bodega del chalet y al final nos juntamos nueve para cenar. Se había unido a nuestro grupo una chica, Laura, y así Elvira ya no se encontraba tan sola entre tanto chicazo. Al llegar a casa se lo comenté a Mónica, siempre me gustaba decírselo, aunque sabía que tenía su consentimiento para ese tipo de cenas, yo creo que le gustaba que disfrutáramos del chalet y de la estupenda bodega que se habían construido, así que no me puso ninguna pega.

―Este fin de semana creo que Fernando se tiene que quedar a trabajar y hasta el sábado no viene…

―Pues ya sabes que estás invitada, no tengo que decirte nada…

―Perfecto, ¿qué te apetece que preparemos para cenar?

―No lo sé, ¿habías pensado en algo?

―Podemos hacer un salpicón de marisco que es rápido y unos pinchos morunos a la parrilla.

―¡Genial!, el jueves por la tarde quedo con estos y vamos a hacer la compra, ya me dices lo que necesitas…

―De acuerdo.

A todos nos encantaba que Mónica nos cocinara, mis amigos sabían que se le daba muy bien y ella nos cuidaba al detalle. El día anterior nosotros poníamos un bote para comprar los ingredientes y el día de la cena Mónica solía cocinar con mi inestimable ayuda. Cuando llegaban a casa mis compañeros ya teníamos todo listo y la cocina fregada y recogida.

El viernes quedamos a las diez de la noche, curiosamente la primera que llegó fue la nueva del grupo, Laura, una chiquilla muy agradable con la que habíamos hecho muy buenas migas. No tenía nada que ver con Elvira, ni físicamente ni en su manera de vestir, pero a pesar de eso habían congeniado muy bien. Laura era morena, bajita, atractiva, no destacaba en nada, pero lo tenía todo muy buen puesto. Educadamente le dio las gracias a Mónica por dejarnos el chalet para la cena y enseguida se cayeron muy bien.

Como he dicho, no tenía nada que ver con Elvira y Laura sí que iba bastante arreglada, un jersey azul clarito muy pijo, vaquero ajustado y unas buenas botas altas, aunque Elvira también se presentó muy guapa, a su estilo, con un vestido raro de muchos colores con la falda bastante corta, medias de rejilla y botas militares. Laura y Elvira eran como el día y la noche.

Y claro, Mónica no podía ser menos, cuando vio que las otras dos jovencitas venían tan arregladas y maquilladas, ella dijo que se subía a cambiar, a pesar de la insistencia de los chicos que le dijeron que tal y como estaba ya iba muy bien.

Fuimos bajando la cena entre todos a la bodega y cuando ya estaba lista se presentó Mónica. En cuanto apareció se hizo el silencio unos segundos y nos quedamos mirando a mi casera con la boca abierta.

―¿Qué pasa? ¿No voy bien? ―preguntó sin saber qué nos sucedía.

―Creo que vas demasiado bien, se han quedado como unos pasmarotes… ―contestó Laura.

Nuestra amiga tenía razón, Mónica se había vestido demasiado bien, solo que yo ya le había visto así con esa ropa. Se había puesto lo mismo que el día que salió con sus amigas y yo recuerdo que esa noche le había dicho en la cocina lo impresionante que estaba.

Joder, el corazón me latió a toda velocidad. ¿Se habría vestido así para mí? ¿Era una declaración de intenciones por parte de Mónica? ¿O solo había sido una coincidencia?

Ese vestido negro de brillantina tan corto, ajustado, de manga larga, las medias con puntos dibujados y esas botas por encima de las rodillas hicieron las delicias de todos mis sentidos cuando Mónica se sentó a mi lado.

Casi sin querer, bajé la mirada y clavé los ojos en sus muslos, cuando cruzaba las piernas, al ser la falda tan corta, todavía se le subía más y se le veía la pierna por completo, si no hubiera llevado medias casi se le hubieran visto hasta sus braguitas.

Además, se había maquillado, cosa que no solía hacer, aunque no mucho, y se nos hacía raro ver a Mónica así, pues siempre se había presentado de manera natural y ahora con los labios y las uñas pintadas de rojo intenso era un cambio importante.

El salpicón había quedado exquisito y los pinchos morunos también estaban buenos, aunque se habían enfriado y ya no era lo mismo, aun así, disfrutamos de una cena deliciosa y para terminar sacamos una tarta que habíamos comprado en el súper. La cena no era más que una excusa para llenar la barriga y juntarnos los compañeros de la facultad, lo importante era pasárselo bien y el alcohol que venía después.

Pablo y Sergio eran los maestros de ceremonias y subieron a la cocina a preparar el calimocho. Nosotros nos quedamos en la bodega y Mónica echó un par de maderos en la chimenea, aunque no hacía falta, pues ya hacía suficiente calor. Yo, mientras tanto, le estuve enseñando la casa a Laura, que no la conocía y también subí con ella a mi habitación para mostrársela.

Terminamos el tour en la cocina y Laura nos ayudó a preparar y bajar el calimocho. Se notaba que Laura estaba muy a gusto cuando se juntaba con Sergio y desde el principio hubo una gran conexión entre ellos.

Aquella noche nos pasamos de la raya, no sé a qué hora se acabó la bebida ni cuántos cachis nos habíamos metido entre pecho y espalda, pero el tiempo se fue volando de lo bien que nos lo estábamos pasando. Hacía tiempo que no me reía tanto y Mónica a mi lado lo mismo, me encantaba verla así de contenta, y disfrutando con nosotros, era como que estar con chicos más jóvenes que ella le llenaban de energía y vitalidad. Desde septiembre que llevaba viviendo en la casa cada vez la encontraba más guapa y atractiva.

Y esa noche iba tremenda con ese vestido. Fue una tortura para mí intentar no mirar hacia abajo para deleitarme con sus muslos, pero me fue imposible no hacerlo, yo creo que estuve más pendiente de las piernas de Mónica que del juego del ocalimocho. Así me fue, claro, que me mandaron beber todo lo que quisieron y más, lo mismo que a Mónica.

Salimos del chalet más tarde que nunca, debían ser casi las dos de la mañana y fuimos al bar que había al lado, ese en el que alguna vez habíamos terminado Mónica y yo cuando regresábamos a casa.

―Me han dicho que este bar está de puta madre… ―dijo Sergio.

―Sí, algo hemos oído ―le contesté yo mirando con complicidad hacia Mónica.

Debía haber alguna fiesta o algo, porque el puñetero bar estaba abarrotado, nos costó un montón encontrar un hueco para los nueve y ya no te digo llegar hasta la barra, donde nos acercamos a pedir Iván, Sergio y yo.

―Bueno, bueno, ¿y qué tal con Laura?, parece que os lleváis muy bien ―le pregunté yo a mi amigo.

―No, pues normal, igual que tú con Elvira, ¿no? ―me contestó.

―¿Te gusta o no?, a mí me parece muy guapa y hacéis buena pareja ―le volví a decir a Sergio.

―Sí que me gusta, pero no corras tanto… aunque la que hoy ha venido tremenda es Mónica ―me dijo dándome un codazo―. ¡Qué cabrón eres!, te has pasado toda la noche mirándole las piernas…

―¿Tanto se me ha notado? ―puse cara de “tierra trágame”

―Es que no te has cortado ni un pelo… y no me extraña, porque no es para menos, ¡menuda jamona!… mmmmmm… ¡qué suerte tienes de vivir con una tía así!

―¡¡Tiene un polvazo la hija de puta!! ―dijo de repente el tímido de Iván que cada frase que soltaba por la boca dictaba sentencia, haciendo que Sergio y yo nos riéramos a carcajadas.

Llevamos las copas como pudimos entre los tres, Mónica ya estaba bailando con Pablo, y Elvira hablaba con Laura mirando hacia nosotros. En cuanto terminó con Pablo, Mónica vino a por mí para que bailara con ella, pero había tanta gente que apenas nos podíamos mover y tuvimos que desistir de la idea.

Aunque el sitio estaba muy bien, cuando nos tomamos la copa tuvimos que cambiar de bar. En el nuevo que fuimos sí había menos gente y enseguida Pablo sacó a bailar a Laura ante la atenta mirada de Sergio. Pero yo esa noche solo tenía ojos para Mónica, ni el escotazo de Elvira evitó que estuviera pendiente del culo de Mónica toda la noche.

Y ella me buscó otra vez, ahora pudimos bailar y yo me quedé muy cortado haciendo el ridículo delante de mis amigos, había que ser muy malo para no seguir los pasos de Mónica que me llevaba lo mejor que podía. En cuanto terminó la canción me acerqué a Sergio e Iván que estaban hablando entre ellos.

―¡Joder, hoy va a por ti descaradamente! ―dijo Sergio.

―Anda, no digas tonterías… creo que son imaginaciones tuyas…

―¿Mías?, sí, jejeje… pues que te lo diga Iván…

Yo me quedé mirando a Iván y este sonrió mientras le daba un trago a su copa.

―Hoy no se corta un pelo… entre el vestido y como te zorrea… uffff…

―¿Tú crees?

―Pues claro, Adrián, si te lo montas bien, hoy te la follas… te lo digo yo… ―dijo Iván muy seguro de sus palabras―. Si es que no te la has follado ya…

―Ya me gustaría…

―Y a mí, no te jode, pero esa jaca es demasiado para ti… ―intervino Sergio

Las palabras de Iván me dejaron un poco en estado de shock, es verdad que Mónica se había vestido muy provocativamente y ya me había buscado dos veces para bailar, pero de ahí a follármela creo que había mucho camino. Entonces me giré un poco buscándola y ella me estaba mirando mientras hablaba con Laura y Elvira en el grupo de las chicas. Lejos de extrañarse o ruborizarse porque la hubiera pillado levantó su copa hacia mí y luego sonrió antes de volver a su charla con las chicas. Todavía me puse más nervioso con esa mirada que Mónica me acababa de echar, quizás era la oportunidad que tanto deseaba.

¿Había llegado el momento que estaba esperando?

24

Terminamos la noche en “El jardín del Edén”, intentamos organizarnos para estar en las dos plantas, porque unos querían ir abajo a la zona dance y otros quedarse arriba con música más comercial. Iván, Sergio, Laura y otro chico se fueron al lado oscuro y los otros cinco nos quedamos en la zona de baile.

Pablo no desaprovechó la oportunidad de pegarse unos meneos con Mónica ante mi atenta mirada y entonces me fijé en Elvira, ella estaba pendiente de mí y no tenía muy buena cara, tenía motivos para estar enfadada, no le había prestado atención en toda la noche. Solo tenía ojos para Mónica.

Ese vestido tan corto marcando culo a lo bestia era lo más jodidamente erótico que había visto en mi vida.

Y cuando terminó con Pablo vino a por mí otra vez, esta vez más descaradamente, riéndose, desinhibida por el alcohol y sabiendo que esa noche era la puta jefa con sus botas de domina por encima de las rodillas. Me agarró de la mano y en cuanto comenzó una canción de salsa sus caderas se movieron salvajes al son de la música. A mí me daba mucho corte bailar delante de los amigos, porque era como un pato mareado, pero solo lo hacía por estar pegado a Mónica y poner la mano en su cintura.

Mónica se cuidaba mucho de no ser tan descarada como cuando estábamos a solas, pero nunca la había visto tan suelta y así de decidida. Nos buscaba a Pablo y a mí indistintamente para satisfacer sus necesidades de baile. Pasado un rato decidimos bajar a la zona de dance y nos llevamos una pequeña sorpresa.

¡Sergio y Laura se estaban enrollando!

Me pareció lo más normal del mundo y el resto les gastamos una pequeña broma vacilándoles un poco mientras se comían la boca. Era la primera pareja oficial en el grupo. La que no se lo estaba pasando tan bien en esa zona era Mónica, no tenía nada que ver con la planta de arriba, ahora estábamos casi a oscuras y la música era demasiado repetitiva.

Dejé que Mónica sufriera solo diez minutos, miré el reloj y ya eran las cuatro y media de la mañana, entonces me acerqué a ella y le dije gritando al oído.

―¿Nos vamos para casa?

―Yo sí, me voy a ir, esta música me está volviendo loca y creo que por hoy ya está bien de fiesta…

―Pues, cuando quieras nos vamos…

―Adrián, tú haz lo que quieras… quédate con tus amigos…

―Estoy reventado, creo que me marcho contigo.

―¿Y Elvira? ―me preguntó extrañada.

―Hoy prefiero que nos vayamos solos, es el último día que voy a salir contigo… y si te parece bien de camino a casa nos tomamos la última en “nuestro bar”.

Mónica me miró extrañada, pero en su cara pude ver una pequeña muesca de satisfacción. Ella había ganado esa noche a Elvira. Estaba prefiriendo irme con ella antes que con una atractiva chica de 18 años.

―Bueno, como quieras…

Consideré oportuno acercarme a Elvira para, por lo menos, decírselo. Ya que estaba un poco enfadada porque no le había hecho caso en toda la noche ahora además, iba a dejarle plantada comportándome con ella como un auténtico cretino.

―Me voy a ir ya… mañana nos vemos… ―le dije a Elvira al oído, dejándole claro que esa noche no íbamos a irnos juntos.

Ella puso cara de incredulidad y torció el gesto, y eso que no le dije que me marchaba con Mónica, aunque ella se lo supuso cuando vio a mi casera poniéndose el abrigo y el bolso al hombro. Intenté despedirme con un beso en la mejilla, pero Elvira me apartó la cara delante de todos, que asistían incrédulos a la escena de celos de mi amiga.

Salimos de “El jardín del Edén” en dirección al chalet, aunque los dos sabíamos que teníamos pendiente una parada previa en el pub de al lado. En cuanto nos llegó el aire frío de la noche Mónica se agarró a mi brazo en un gesto cariñoso, pero poco sensual, aunque a mí me daba igual. Me gustaba que ella fuera pegada a mí y antes de llegar me preguntó qué había pasado con Elvira.

Aunque lo sabía perfectamente.

―¿Se ha enfadado Elvira contigo?, yo no quiero que estéis mal por mi culpa, ehhh…

―No sé, creo que sí, pero tampoco he hecho nada malo, ella sabe de sobra que no somos pareja, solo follamos juntos y ya está, porque una noche no quiera invitarla a casa no tiene por qué ponerse así… ¿no crees?

―Yo no me voy a meter en eso, Adrián, son cosas vuestras…

No tardamos en llegar al pub, que no estaba tan abarrotado como unas horas antes, pero casi.

―¿Entramos? ―pregunté a Mónica.

―Sí, claro, teníamos una copa pendiente, ¿no?

―Uffff, una más y creo que no llego a casa…

―Pues casi mejor no bebas más, yo desde que he salido he preferido no tomar más alcohol, hoy nos hemos pasado con el ocalimocho… nos tomamos una Coca-Cola… o agua y listo.

―Perfecto, casi mejor…

Al entrar dentro del pub Mónica seguía enganchada a mi brazo, entonces al pasar entre la multitud, yo iba delante y estiré la mano para agarrar la de Mónica. Ella me correspondió y fuimos hasta la barra cogidos de la mano, como si fuéramos pareja, lo que me dio un morbazo tremendo y creo que a Mónica le pasó igual. Apenas llevábamos en el pub un minuto y ella ya se había ruborizado y yo estaba con la polla dura.

―¡Qué calor hace aquí! ―dijo quitándose el abrigo y dejándolo en una especie de perchero.

―¡Ni que lo digas! ―contesté mirándola de arriba a abajo descaradamente―. Hace muuuuucho calor…

Pedimos las consumiciones y tuvimos que apartarnos a un lado para poder estar un poco más tranquilos. Pegados contra la pared, rodeados de universitarios, Mónica se echó el pelo hacia un lado, mostrándome su cuello desnudo y le dio un trago a su refresco mirándome fijamente. Estaba guapa, radiante, tenía las mejillas encendidas y movía despacio las caderas al ritmo la música que sonaba de fondo.

―Oye, de verdad, siento lo de Elvira, me cae muy bien, y creo que hacéis muy buena pareja, no me gusta veros enfadados… ―insistió Mónica.

―Yo creo que no se ha enfadado, pero sinceramente, hoy me apetecía más estar contigo…

―Anda, no digas eso… ¿cómo vas a preferir estar conmigo antes que con tu novia?

―¡Que Elvira no es mi novia!… y claro que prefiero estar contigo, ¡¡hoy estás tremenda!!, me encanta que te hayas puesto ese vestido…

―¿Por qué?

―Pues me he montado la película de que te lo ponías por mí, ya sabes… como el día que te vi en la cocina te dije que te sentaba muy bien… he pensado que…

―Claro… y yo me he acordado de eso y digo voy a ponerme el vestido porque le gusta a Adrián…

―Bueno… de ilusiones también vive uno… ¡¡es que te queda… ufffff!!

―¿Tan bien me sienta?

Puse una mano en su cintura, con aquella pregunta era como que me daba permiso para mirarla de arriba a abajo. Giré su cuerpo levemente para comprobar la parte de atrás y luego moví la cabeza afirmativamente a la vez que sonreía. Sus dos piernas lucían fuertes y poderosas con las botas altas, la tela se le pegaba al cuerpo como una segunda piel y la falda era tan corta que parecía que sus glúteos iban a asomar en cualquier momento. La tentación de meter la mano por debajo y acariciar ese culazo martilleaba a todas horas en mi cabeza.

―Conoces de sobra la respuesta… ―dije resoplando.

Mónica coqueteaba conmigo descaradamente y a mí me gustaba ese juego que nos traíamos los dos. Me daba un morbo terrible estar pegado a ella, poniendo mi mano sobre su cuerpo de vez en cuando a la vez que hablábamos o yo quería decir algo en su oído. A ella parecía no incomodarle que estuviéramos tan juntos y además, no paraba de moverse suavemente al compás de la música. Ese vaivén de sus caderas me estaba volviendo loco.

Estuvimos charlando unos diez minutos, comentando lo bien que nos lo habíamos pasado esa noche, lo rica que había quedado la cena, lo de Sergio y Laura, los planes que teníamos para Semana Santa… La cercanía del cuerpo de Mónica, mi mano sobre su cintura que llevaba un buen rato allí, sentir cómo ella se meneaba y esa constante tensión sexual entre nosotros que iba incrementándose y cada vez era más asfixiante, hizo que irremediablemente ya me doliera la polla bajo los pantalones.

Yo estaba empezando a perder los papeles y me costaba pensar con claridad, pasé una pierna por detrás de Mónica, pegándome todavía más a ella, y ahora prácticamente apoyé mi paquete contra sus caderas. Quería que ella sintiera mi calor, cómo se me había puesto la polla por su culpa y Mónica seguía hablando, con nuestros cuerpos ya pegados al completo, incluso ahora, me rozaba con las tetas en el brazo al más mínimo movimiento.

Creí que iba a explotar allí mismo.

Las sofocadas mejillas de Mónica eran el mejor indicativo de que ella también estaba caliente y continuaba flirteando conmigo echándose el pelo hacia un lado cada poco mostrarme su delicioso cuello desnudo. Tuve que contenerme para no abalanzarme sobre ella y clavarle los dientes como si fuera el puto Conde Drácula, me había costado mucho tiempo y esfuerzo llegar hasta allí y ahora un movimiento en falso podría fastidiarlo todo.

Tenía que dejar que las cosas fluyeran con naturalidad, disfrutar del clima que se había creado entre los dos, pero sin darle el más mínimo respiro a Mónica. No iba a separarme de ella ni medio milímetro.

Y cuando mis labios estaban tan cerca de los suyos, que incluso parecía que íbamos a besarnos de un momento a otro, Mónica puso un poco de cordura a lo que estaba pasando, era evidente que no iba a enrollarse conmigo en ese pub, pero yo tenía la sensación de que ella estaba disfrutando con todo aquello y de repente ella dejó el refresco apoyado en una especie de balda y me preguntó si quería bailar con ella.

Apenas teníamos espacio para movernos bien, pero el baile no era más que una excusa de Mónica para seguir en contacto conmigo, me agarró de la mano para guiarme y yo puse la otra en su cintura, peligrosamente cerca de su culo. Quizás demasiado cerca.

Mónica me miraba desafiante y sonriendo sin dejar de mover sus caderas, casi no nos podíamos girar, pero me daba igual, casi mejor, así nadie se daba cuenta de lo malo que era bailando y podía estar tan cerca de ella que a la mínima mi paquete rozaría contra su cuerpo. Mónica movía tan exageradamente las caderas que parecía que estaba buscando que mi mano fuera a parar a otro sitio, entonces me armé de valor y la bajé, lo hice con miedo, muy poco a poco, como si se me fuera resbalando por su espalda y hubiera sido sin querer, pero con el movimiento continuo de Mónica mi mano terminó en medio de su culo. Y yo apreté despacio palpando sus glúteos y comprobando la dureza que tenían.

Era la hora de la verdad y estaba muy asustado en ese momento, temiendo una posible reacción de Mónica, pero la erección que tenía bajo los pantalones estaba al límite, pocas veces había estado tan excitado, y bastante me estaba conteniendo, pues mis hormonas universitarias ya se habían desbocado hacía tiempo.

Me encantó lo sutil que fue Mónica, y como que no quiere la cosa me cogió la mano y la subió deprisa hasta su cintura sin dejar de bailar conmigo. Fue una pena que aquello hubiera durado tan poco, apenas me había dejado sobar su culazo cinco o seis segundos, pero yo no me iba a dar por vencido tan pronto.

No quería incomodarla y comportarme como un niñato malcriado que siempre se sale con la suya, pero tampoco podía dejar que se rebajara la tensión sexual que había entre nosotros, así que volví a bajarla y se la planté otra vez en su culo, esta vez me dejó un poco más, serían unos diez segundos antes de volver a hacer lo mismo que antes.

―¡Adrián!, para… ¡te estás pasando! ―dijo riñéndome como a un niño pequeño.

―Perdona, ha sido sin querer… ―mentí descaradamente antes de bajar la mano y sobarla el culo con más fuerza.

Ella negó con la cabeza cerrando los ojos y aceptando lo que estaba sucediendo, parecía que empezaba a ceder y yo aproveché para comprobar el tacto y tamaño de sus glúteos. No me lo podía creer.

¡Estaba acariciando el culo de Mónica!

No sabía qué música estaba sonando, ni me fijaba en la gente que teníamos alrededor, parecía que el mundo se hubiera detenido y solo estuviéramos nosotros dos. Ya no me importaba nada, solo estaba pendiente de mi mano en el culo de Mónica, en sus tetas rozando mi pecho y los golpecitos de cadera suaves que ella me daba para comprobar de vez en cuando lo duro que estaba bajo los pantalones.

Tuvo que agarrarme la mano para que dejara de sobar su culo, pero en cuanto la puse en su cintura ella se giró para restregarme sutilmente sus glúteos con mi paquete al ritmo de la música. Simulábamos que estábamos bailando, pero aquello ya no era bailar, con las dos manos en su cintura ayudaba a que ella moviera su culo arriba y abajo incrustando mi polla entre sus dos cachetes.

Hice presión para pegarme bien a ella, esta vez quería que sintiera sin dudas lo dura que tenía la polla y Mónica me correspondió frotándose despacio contra mí. Ya no sabía si estaba jugando conmigo o es que ella estaba empezando a perder los papeles, pero en cuanto miré hacia abajo y vi mi paquete restregarse contra su culo estuve a punto de estallar.

Con los movimientos de su cuerpo y lo corta que era la falda, el vestido se le subía hacia arriba y Mónica tenía que tirar constantemente de la tela hacia abajo para intentar taparse el culo. Me encantaba cuando hacía aquello, era como si todavía mantuviera un poco la cordura, cosa que yo ya había perdido hacía muchos minutos.

Volvió a girarse para seguir bailando conmigo, yo seguí con las dos manos en su cadera y ella subió los brazos para rodearme el cuello. Casi me muero allí mismo.

―¡¡Ufff, qué calor hace!! ―exclamó Mónica.

Ni tan siquiera contesté, lo único que hice fue bajar las dos manos y posarlas directamente en medio de su culo y apretar fuerte su cuerpo contra el mío. Estaba tan fuera de sí que miré directamente a los ojos de Mónica y me acerqué despacio a sus labios. ¡Iba a enrollarme con ella!, o eso pensé yo, porque cuando intenté besarla Mónica me apartó la cara y mi boca fue a parar directamente a su mejilla.

En ese momento me sentí ridículo y no quise forzar de nuevo un beso que ella me acababa de negar.

―Muchas gracias por todo, te has portado genial conmigo estos meses, no sé qué hubiera hecho sin tu ayuda… ―le susurré al oído sobando con ganas su culo.

―¡Adrián, vale ya! ―dijo retirándome de nuevo las manos para subirlas a su cintura.

―Lo siento, es que no sé qué me pasa contigo… ¡¡es que no me puedo controlar!!

―Bueno, yo creo que por hoy ya hemos bailado bastante… ―dijo separándose de mí y cogiendo el refresco para darle un buen trago.

Notaba perfectamente el calor que desprendía el cuerpo de Mónica y su respiración acelerada, el pecho se le hinchaba al respirar y estaba sofocada. Yo me acerqué a ella y me incliné sobre su oreja para decirle.

―Uffff, ha estado muy bien el baile, ¿sabes lo que me apetecería ahora?

Ella me miró sorprendida, no entendía muy bien mi pregunta, pero aun así Mónica me siguió el juego.

―Miedo me das… ―me dijo.

―Pegarme un baño en la piscina…

―¿Ahora?

―Sí, cuando lleguemos a casa… ¿me acompañarías?

―No, no, quita… no creo que hoy debamos bañarnos… juntos…

―¿Por qué?

―Vale ya, Adrián.

―Te prometo que me voy a portar bien… sería una gozada, llegar ahora, en pleno invierno y meternos en el agua calentita… no me digas que no… ―dije subiendo las manos en son de paz.

―Otro día…

―Venga, Mónica, ya no vamos a tener más días, el miércoles me voy a casa… ¿o es que me tienes miedo?

―¿Miedo a ti?… reconozco que tienes tu peligro, pero creo que todavía puedo manejar a un mocoso de dieciocho años…

―Diecinueve, perdona… y la última vez no parecía eso en la piscina, te recuerdo que no pudiste conmigo…

―Me diste pena… no quise humillarte.

―Sí, ya, ya, entonces, ¿aceptas ese baño conmigo?

―Adrián… no, hoy no…

―Te prometo que esta vez me pondré bañador, jajaja…

―Hombre, ¡solo faltaría!, no quiero volver a tener que verte desnudo, ehhh… ―bromeó Mónica que parecía que empezaba a ceder un poco.

―No, tranquila, seré bueno y me pondré el bañador…

―Adrián… nooo…

―Venga, por favor…

―Adrián, para.

―Venga, venga… será rápido…

―Eres muy insistente cuando quieres…

―Ni te lo imaginas…

―Bueno… ya veremos si me apetece cuando lleguemos a casa…

―Entonces, ¿eso es un sí? ―pregunté expectante.

―Te he dicho que ya veremos y eso sí, sería con bañador… ¡y esto te lo digo muy en serio!

―¡Que sí!, me pondré bañador… te lo prometo…

―Está bien…

―Pues cuando quieras nos vamos para casa…

Mónica apuró su refresco mirándome directamente a los ojos. Podía ver el morbo y el deseo en su rostro, todavía mantenía un mínimo de cordura, pero era muy buena señal que prácticamente hubiera aceptado volverse a meter conmigo en su piscina climatizada a las cinco de la mañana, después de lo que había pasado la última vez.

Agarré su mano para salir del pub, no hacía falta porque ya no había tanta gente y podíamos movernos sin tanto agobio, pero Mónica no me soltó hasta que no pisamos la calle. Había conseguido que perdiera los papeles, con ese vestido de fulana, el pelo hacia un lado, sofocada, cachonda y agarrada a mi mano como si fuera mi chica.

―¡Qué frío hace! ―dijo antes de acercarse para coger mi brazo.

Pero esta vez me adelanté yo y pasé la mano por su espalda para sujetarla de la cintura. Echamos a andar en dirección al chalet y ella me correspondió con su brazo por detrás de la espalda. Íbamos sin decirnos nada, abrazados, solo escuchando el ruido de los tacones de Mónica contra el suelo, con nuestras respiraciones aceleradas y en apenas cinco minutos llegamos a casa.

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