MOISÉS ESTÉVEZ
La explanada daba para aparcar un par de docenas de coches, pero
inexplicablemente solo había uno, y eso no era lo normal en Manhattan, donde
se pagaba a precio de oro cada centímetro cuadrado de aparcamiento. Podía
ser el secreto mejor guardado de la historia de la Isla – pensó Nick –
Con un café doble en una mano y un sobre de Alka-Seltzer en la otra se
acercó a la científica que ya llevaba rato trabajando sobre el terreno
procesando el vehículo y sus alrededores.
- Hola Nick, ¿una mala noche? – le dijo Bob mirando el medicamento
que portaba el detective. - Supongo que si. Intento amenazar a mi organismo con tomarlo a ver si
mejora y deja de joderme el día, porque la noche ni te cuento… –
Bob le pasó una bolsa de pruebas que contenía un smartphone, el de la
supuesta víctima. Lo encontró en el suelo junto al coche el personal de
limpieza al llegar al local. Les resultó raro ver el dispositivo tirado y el vehículo
abierto, por lo que decidieron llamar a la policía.
Después de que el detective lo pusiera al día de estos últimos
acontecimientos el jefe Stark decidió poner en marcha en un principio una
investigación por desaparición. Si la idea que tenía en mente era acertada
estarían frente al asesino que estaba actuando en los últimos días. Era un
movimiento arriesgado expuesto a las broncas de sus superiores ya que
apenas si se sostenía, y menos sin denuncia previa, pero si estaba en lo cierto
tendrían una mínima posibilidad de que aquel psociópata no volviera a matar.
Hasta ese momento solo tenían el smartphone. Ni huellas, ni restos de
sangre, ni fibras, ni nada parecido que les diera alguna pista, a la espera de lo
que pudieran extraer los técnicos del dichoso aparato.
Bob también le comentó, y solo era una suposición, que el raptor tuvo
que inmovilizar a la víctima de alguna manera, y todo apuntaba a que la
aturdiera de un golpe o con la descarga de una pistola eléctrica, incluso la
durmiera con algún tipo de narcótico para después meterla en otro vehículo, de
ahí la pulcritud del escenario. Aunque insistió en que todo eran hipótesis. - ¿Y en el local tenemos algo? –
- Todavía no nos ha dado tiempo de procesarlo –
- Vale. ¿Te importa si entro a echar un vistazo? – preguntó el inspector
por cortesía, ya que no necesitaba el permiso de nadie. - Como quieras, pero no me contamines nada – respondió el de
criminalística arrojándole unos guantes de vinilo negro. - Ya te vale capullo – bromeó Nick.
- Estoy obligado a decírtelo. Llámalo defecto profesional – Dijo Bob
sonriendo ante las cariñosas palabras del detective…