TANATOS 12

CAPÍTULO 22

Ella no rebatió su frase, y tampoco quiso seguir por ahí, y yo me incliné más, hasta llevar mi boca a aquel muslo poderoso de ella; deposité allí un beso que sonó y se solapó con frases de Edu que salían de aquel dichoso teléfono que había truncado las cosas, o al menos el orden de las mismas.

María le respondía, hablando otra vez de aquel antiguo caso, dando la sensación de que sabía más de lo que de primeras había confesados saber, y yo me deshacía de mi camisa y volvía a adorar aquel muslo.

Un Edu más encendido echaba pestes del tal Alberto y yo deducía que era el Alberto de la boda del año anterior, el que se había casado, y entonces María descruzó las piernas y aquel muslo se movió y yo comencé a pensar en si el sexo sería así a partir de aquel momento, si ella querría que siempre fuera así, y me preguntaba qué había sido de aquello de que en momentos de menos excitación de ella sí se sentía atraída por mí, si podría disfrutar en ocasiones de aquel sexo tranquilo conmigo, o si solo había sido un autoengaño transitorio que había caído finalmente por su propio peso.

—¿Que tal va Pablo? —escuché a Edu preguntar, al tiempo que yo, ya solo vestido con los pantalones, me arrodillaba frente a una María recostada.

—Bien… —contestó ella.

—¿Bien?

—Sí, bien, aunque un poco lento.

—Pues dile que espabile —escuchaba a Edu decir con bastante nitidez y pretendiendo humillarme.

—A ver, ¿que más quieres saber del dichoso caso este? —preguntaba María, la cual separaba un poco las piernas, y yo me agachaba y llevaba mi boca y mis besos a sus muslos, pero ahora por la parte interna.

—¿Te miraban mucho las piernas hoy en el restaurante? —preguntó entonces Edu, cambiando otra vez de tema, desvelándome que sabía que había ido en falda.

—No me he fijado —respondió ella, cortante.

—¿De qué color llevas la ropa interior? —preguntó.

—Negra. Cosa que veo muy relevante para el caso de Alberto —respondió sarcástica.

Edu volvió entonces a hablar del caso del despacho y yo enterraba mis besos cada más cerca del sexo de María, sexo que ya casi podía oler, y en seguida su falda empezó a ser un impedimento, y ella adivinó mi obstáculo, y se incorporó un poco y tiró de su falda hacia arriba, hasta que entre los dos conseguimos subirla hasta su cintura, y ante mí aparecieron aquellas bragas negras sedosas que guardaban con elegancia aquel coño de María que, por conocido que fuera, nunca dejaba de impactarme.

Ella separó sus piernas, manteniendo sus tacones clavados en el suelo, en un alarde imponente, y yo acerqué mi cara a ella al tiempo que María hablaba desinteresada del tema laboral que Edu le planteaba. Y entonces enterré mi cara allí, no mi lengua, ni mi boca, sino mi cara; todo mi ser quiso apreciar y adorar aquel coño, y sentir aquel calor… y sentir en mi rostro sus muslos calientes y casi sudorosos, y el olor de su sexo a través de sus bragas.

María parecía inmune a aquel ataque y seguía hablando con Edu como si tal cosa, y yo posé un beso en aquellas bragas, y miré hacia arriba, y la vi, tocándose el pelo, mirando a la nada, y respondiéndole.

Y entonces pude escuchar que Edu le decía:

—¿Qué llevas? ¿Camisa?

—Sí.

—¿Aún?

—¿Cómo que aún?

—Digo que Pablo… ¿no te la ha sacado, o desabrochado?

—No.

—Pues desabróchatela —ordenaba Edu e inmediatamente después continuaba hablando:

—Nada. Tremendo. Alberto con los años que lleva ahí y las cagadas que hace —se indignaba.

María le escuchaba y le daba el capricho a aquel hombre que parecía querer mandar sin mandar, como si aquello fuera normal y lógico, y ella se desabrochaba la camisa con su mano libre, y yo sacaba mi lengua y lamía aquellas bragas, sintiendo ya una erección importante bajo mis pantalones. Una vez ella acabó con todos los botones, se abrió la camisa, a un lado y a otro, hasta despejar completamente su torso, apareciendo un sujetador negro, de encaje, contundente y delicado a la vez.

Edu saltaba de un tema a otro a toda velocidad, y María parecía no verse afectada por mi lengua. Así que llevé mis manos a sus bragas y ella levantó un poco su cuerpo, y tiré de ellas hacia mí, y me costó al final pues se enredaban rebeldes en uno de sus tacones, hasta que finalmente lo conseguí, y ella volvió a anclar sus zapatos al suelo, y apareció ante mí aquel precioso coño de María, arreglado, acicalado y presumido, con su vello recortado y con aquellos labios que hipnotizaban y que, muy juntos, ya asomaban.

Sentí un calor asfixiante, como si liberar su coño elevara la temperatura de todo el salón, y me desnudé por completo, allí frente a ella, y me volví a arrodillar y me coloqué entre sus piernas, y llevé de nuevo allí mi cara, y me acerqué más, y cerré los ojos, y ya olía su coño… a ella… a sexo… a mujer… y posé allí mi nariz, e inhalé más fuerte, y el olor de su coño erizó mi piel y puso todo mi vello de punta… Y saqué mi lengua… y lamí, de abajo arriba, y me embriagué del tacto carnoso y esponjoso de aquellos labios tan pegados… y sentía mi polla palpitar mientras separaba con mi lengua aquellos labios que palpé enormes… Y esperaba un gemido, un pequeño suspiro que anunciara el impacto de tener mi lengua hurgando en lo más profundo de ella, y la escuché decir:

—A ver. El caso no era fácil…

Le explicaba ella. Sin inmutarse. Sin resoplar. Sin suspirar. Y yo miraba hacia arriba y movía mi lengua a gran velocidad por entre aquellos labios, y ya se anunciaba el sonido líquido de mi boca mojando su coño, en una especie de “click” “click” que yo escuchaba y sentía morbosísimo, y miré hacia arriba y la vi, con sus piernas abiertas y con su camisa apartada, escurrida en el sofá, mirando siempre hacia la nada.

—El caso era una chorrada, María —escuchaba a Edu decir—. ¿Cómo va Pablo? ¿Qué hace?

—Ahí anda —respondió ella, ahora sí, llevando su mirada hacia mí, y siempre sin el más mínimo jadeo.

—Sácate las tetas por encima del sujetador… que deduzco que Pablo está solo en tu coño… que no es muy… multi task, que se dice ¿no?

Yo seguía con mi lengua, intentando hacerla sentir, y sí notaba que su coño se humedecía, si bien no sabía cuánto de aquel líquido era suyo y cuánto saliva mía. Y seguía mirando, hacia arriba… y contemplé de repente cómo ella no le rebatía y cómo aprisionaba su teléfono entre su cara y su hombro, y llevaba sus manos a sus pechos, y con una bajaba una copa y con la otra se sacaba una teta, y después lo mismo con su otro pecho, consiguiendo que sus tetas desbordasen aquellas copas negras y grandes, hasta hacerlas casi desaparecer por completo. Ella obedecía, aunque parecía hacerlo con una implicación casi anodina, y yo me beneficiaba de su maniobra y de su obediencia, pues contemplaba, sin dejar de mover mi lengua y de escuchar aquel sonido líquido, aquellas tetas enormes desbordando su lencería… y sus areolas extensas y rosadas que adornaban sus pechos haciéndolos tremendamente lujuriosos, y con unos pezones grandes y robustos que acababan por dejar clara la grandeza de su busto.

—Lo que de verdad no entiendo es cómo se le ocurre ir por el 238 —decía Edu—. Y tú tampoco sé qué coño estabas pensando.

—Bueno. Tranquilo. Ya te he dicho que cuando tiró por ahí yo ya no estaba con el tema —le respondía ella y yo acariciaba sus nalgas, casi metiendo mis manos debajo de su culo, y me afanaba en lamer aquel coño y separando aquellos labios que sí parecían responder a mis acometidas, al contrario que su dueña.

—Tampoco entiendo, ni he entendido nunca, que te tuvieran entrando y saliendo de los casos, y lo digo también por ti, joder, de no acabar las cosas —decía él, y ella le rebatía, y aquel sonido seguía, y María no daba señales de sentirme en su rostro, ni en su respiración, pero yo notaba su coño más húmedo, sus labios más deshechos, y cada vez más y más olor a sexo…  y entonces Edu dijo:

—¿Que tal come Pablo?

Y yo de nuevo alcé la vista, y vi sus tetas enormes, y ella allí escurrida, pero seguía sin ver impacto en sus mejillas.

—Ahí… estamos… —decía ella, humillándome.

—Bastante mejor el jipi, deduzco —dijo él.

—¿Qué?

—El jipi. El chiquillo malamente aseado de la playa.

—Ah. Sí. Ya te lo dije por la mañana —me mataba ella, y yo cerré los ojos y ya me dolía un poco la mandíbula por aquella comida de coño que no cesaba.

—¿Pero de verdad te lo está comiendo? No oigo nada… Te noto un poco… indolente… —se jactaba él, serio.

—Sí, me lo está comiendo —me volvía a matar ella.

—No lo parece… pero bueno… Por cierto, ¿has… soltado esos tetones ya? —decía Edu, soez.

—Sí…

—Pues métete una teta en la boca.

—¿Qué? —protestaba ella, y yo abrí los ojos, tenso y sorprendido.

—Que te lamas una teta. Y no te hagas la monja que estás aburrida de hacerlo.

Yo separé un poco mi cara y sentí hasta mi mentón mojado. Su coño, rosado y abierto, irradiaba un calor y un olor a sexo tremendo, pero ella no había emitido ni un suspiro. Y de golpe comencé a escuchar cómo Edu despotricaba de su antiguo despacho al tiempo que María se agarraba una de sus colosales tetas, la miraba, me miraba… y yo temblé, y creó un poco de saliva con la punta de su lengua, y yo no sabía si llegaría… nunca se lo había visto hacer… y alargó su lengua, y acercó su teta… y llegó, la alcanzó, lamió su teta… una vez… y otra vez… en lametazos largos… embadurnándola… mientras se escuchaba a Edu hablar… y aquella teta comenzó a brillar…

… Y María cerraba los ojos y lamía, y lamía… y yo suspiré y no sé si resoplé alguna palabra… por verla allí, abierta de piernas, con sus tacones clavados al suelo, con su coño abierto, con su falda en la cintura, con su camisa abierta… con una teta rebosante sobre su sujetador y la otra yendo a su boca, a su lengua, y ella lamiendo aquella teta, en lametazos densos, y su cuello iba adelante y atrás, y le sacaba brillo a aquella tetaza excelsa… y miré hacia abajo y retiré la piel de la punta de mi miembro… y la volví a mirar… y mojé entonces mis dedos en mi polla empapada… y los fui a llevar a ella… y es que llevé mis dedos corazón y anular a aquel coño… y sentí cómo se mojaban más en ella, y aquellos dedos entraban, con una facilidad pasmosa… hasta el fondo, pero ella no gemía, sino que seguía lamiendo, gustándose, adorándose, afanándose en aquella teta impresionante que la hacía aún más sexual, más hembra… y a la vez más vulgar.

Yo, con mis dos dedos dentro de ella, alucinaba por verla así, como una auténtica guarra, comiendo de su teta y escuchándole, en silencio, y sin jadear a pesar de que mis dedos iban a venían, taladrando aquel coño… perdiéndose en aquella inmensidad abiertísima y mojada.

—Por cierto —le escuché a Edu decir— que hablé con Begoña el otro día también por el caso este y le hablé de ti, y le dije que sabía que ella había follado con Pablo y ella me lo negó.

María soltó entonces su teta, y la dejó reposar… Y yo veía una teta seca y la otra empapada y brillante… y su boca y labios húmedos… y ella me miró, y yo detuve mis dedos, que se quedaron dentro de ella, y temblé y me asusté por lo que pudiera salir de aquella conversación.

—No me la menciones. De verdad. Hazme el favor —decía María, clavándome la mirada y yo me mantenía inmóvil, con mis dos dedos en su coño, hasta el fondo.

—No, no. Si es que me dice… —escuchaba a Edu que continuaba — … cómo es que me dijo, vamos, me lo negó y además del palo… “¿yo con ese…?” No sé cómo le llamó, pero vamos, indignada porque la mezclase con él.

—Es gilipollas, y no sé porque sigues hablando con ella —dijo María, con indisimulada antipatía y repulsión hacia ella.

—No sé. En fin… Es muy ridícula la cría. Eso sí, no folla mal. Sobre todo lo que te dije antes, disfrazada de ti se volvía loca.

—Eso es porque no tiene personalidad —remataba María y yo seguía mirándola, allí expuesta, abierta y mojada, con su melena desordenada, con sus tetas rebosantes, y con mis dedos dentro de ella, dedos que comenzaron de nuevo a ir adelante y atrás, volviendo a empaparse de ella.

—Bueno, no sé si es un tema de personalidad o no… —rebatía Edu y a mí me desagradaba que hablasen así de Begoña — … pero vamos, no sé si te dije alguna vez que después de haberlo hecho la primera vez disfrazada de ti… vale, obvio, a petición mía, se me plantó al día siguiente con la ropa esa en mi casa.

—¿Pero qué ropa era a todo esto? —preguntó María y su voz seria se solapaba con el sonido rítmico y líquido de mis dedos masturbándola.

—Un traje oscuro de pantalón y una camisa malva, de esas de seda que tienes.

—Pues ya me dirás tú.

—Pues allí se me plantó con su cara de pija y me dice toda solemne: “esta noche me vas a llamar María hasta que no podamos más”.

—Por dios… Qué ridícula —resopló María, con desprecio, antes casi de que Edu acabara su frase.

Me sentí mal. Estaba seguro de que Edu mentía y me dolía ver a aquella María manipulada por él… Y mis dedos seguían penetrándola, y también me enfadaba que ella no emitiese ni un mísero sonido, y ellos seguían criticándola… y mi mano aceleró, y con la otra mano comencé a masturbarme… y la pajeaba cada vez más y más rápido… y su cuerpo ya notaba el vaivén de mi mano, hasta el punto de que sus pechos bailaban un poco… y yo alucinaba con que ni resoplase… Me mataba… llegaba a enfadarme de verdad… y aceleré más… y más… y entonces uno de mis dedos llegó más al fondo… y María emitió un súbito “¡Auu!” y me detuve al instante, sabedor de mi error, y me miró, y me espetó en un susurro:

—Pero qué narices haces…

Retiré entonces mi mano, despacio, y mis dedos salieron pegajosos, y Edu dijo algo que no entendí, y me aparté, hacia atrás, dejando aquel coño huérfano… y María escuchaba a Edu, y de golpe se hacía un silencio, y Edu le decía algo más y ella respondía con un seco y agrio “vale…”.

Entonces ella levantó una de sus piernas y llevaba la mano que no sujetaba su teléfono hasta sus zapatos para descalzarse, primero un pie y después el otro, y sus tacones cayeron sonoros a ambos lados de mi cuerpo, y, una vez descalza, posó uno de sus pies en el suelo y alargó su otra pierna… y puso la planta de su pie en mi pecho.

Yo arrodillado, completamente desnudo, la miraba, y ella se acariciaba la teta húmeda, y le escuchaba a Edu hablar, y entonces su pie subió, hacia mi cara… y yo supuse o incluso comprendí lo que Edu le había pedido… u ordenado… Y agarré aquel pie… y besé la planta… planta que después lamí… cosa que nunca había hecho, y no me encantaba ni desencantaba… y después fui más arriba… y pronto lamía sus dedos… y después metía sus dedos de los pies en mi boca… de uno en uno… y la miraba… y ella parecía ahora sí sonrojarse un poco… y yo supe que Edu le hablaba… y seguramente le decía ya ciertas frases que le afectaban… y dejó caer ella entonces un poco de saliva otra vez sobre su pecho, pero esta vez sobre la otra teta… y jugaba con sus saliva en sus pechos… se los acariciaba y yo lamía su pie… y ella, sí, por fin sonrojada… le respondió en un susurro:

—Sí están pringosas, sí…

Y ella le seguía escuchando y de golpe sus mejillas ardían… y bajó una de sus manos a su coño… y su saliva colgaba de su boca… de sus labios… y yo lamía aquellos dedos sabedor de que Edu la había calentado con apenas unas pocas frases todo lo que yo no había conseguido excitarla con minutos y minutos comiéndole el coño… Y ella le escuchaba… y y su mano libre volaba… hacia abajo… obediente, de él, de ella, de los dos… y se metía un dedo dentro… dentro de su coño… y cerraba los ojos, y entonces pude escucharle a él decir:

—Eres una putita… eh…

Y ella no respondió y él se lo repitió… y entonces se pudo escuchar un “No… ¡Mmm…!”, jadeado por ella… en lo que era ya un gemido… y yo llevé mi otra mano a mi polla y comencé a masturbarme mientras con la otra mano sujetaba su pie, y le chupaba el dedo gordo, allí, arrodillado y completamente desnudo… y escuchaba cómo él le volvía a insistir en que era una putita y ella impregnaba su dedo de sus propios flujos y después ese dedo viajaba a su boca… y chupaba aquel dedo y él le decía “yo creo que eres una buena putita…” y entonces ella liberó su boca y su mano fue a su teta y gimoteó otro “¡Mmm…! No…” y gemía… y se agarraba a su teta y jadeó entonces un desolador y hasta bochornoso “Mmm… eres un cabrón…” y después un “Cabrón… ¿cuando me follas…?” Y ella apretaba su teta con fuerza… sexual, lujuriosa, humillada, con los ojos cerrados y con la boca entreabierta… y entonces apretó más su teta que brillaba por todo lo que había escupido en ella… y jadeó un “¡¡Ufffffff….!!” y arqueó la espalda hasta casi despegarse por completo del sofá, y daba la sensación de que podría correrse solo por acariciarse aquella teta…

Yo, impactado, y hasta temblando por verla así, dejé de lamer su pie y lo retiré con cuidado y lo bajé al suelo, y por primera vez aquella entrega tan lastimosa y sometida me produjo cierta aversión… pero a la vez sentía que la adoraba y que la deseaba más que nunca.

Y entonces le escuché a Edu decir:

—Dile a Pablo que te folle.

Y yo la miré… agarrada a aquella teta que no abarcaba, allí recostada, hundida, acalorada, con su boca húmeda, cuyos labios brillaban por su saliva… con su camisa apartada y arrugada… con su sujetador desbordado y con aquel coño abierto… cuyos labios gruesos lucían desplazados… como derretidos. Y María no decía nada, solo arqueaba su espalda y acariciaba aquella teta pegajosa y de nuevo dudé que pudiera correrse así, y yo, de rodillas, me acerqué más a ella, hasta colocar mi miembro cerca de aquel coño deshecho…

Y entonces, cuando esperábamos la insistencia de Edu, y yo deseaba la orden, y deseaba que María tirará de mí… de mi polla… para metérsela… cómo había hecho con aquel crío en la playa… se le escuchó a él decir:

—Oye. Te voy a colgar.

Y ella abrió los ojos al instante, y dejó su espalda reposar en el sofá.

Se hizo un silencio y María intentó recomponerse, hasta que alcanzó a pronunciar:

—¿Y… eso?

—Lo que te acabo de decir. Dile que te folle. Y nada. Yo te cuelgo. Me da igual la hora que sea y que sea domingo. Voy a llamar a Alberto.

María apenas pudo aceptar su huida en un balbuceo, que fue más bien un gimoteo… Estaba caliente, cachonda… y verla así me excitaba y me dolía a partes iguales.

—Venga, que folléis bien —cortaba Edu toda aquella locura abruptamente— y córrete de una vez… y si no es follando que sea metiéndote uno de esos pollones de juguete que tenéis. Pero córrete, que hasta me das pena. Y tened la charlita esa de enamorados.

María no sabía qué decir. Y daba la sensación de que hasta dudaba en recriminarle su espantada o incluso dudaba en suplicarle que le susurrara una cuantas guarradas más, pero ante su duda, fue Edu el que lo remató con un:

—Venga. Chao, María.

—Vale. Adiós —contestó ella, vencida, disgustada, sabiéndose utilizada y humillada, y separó su teléfono de su rostro… Y yo esperaba su petición, y entonces ella se incorporó un poco, despegó su cuerpo del sofá y su camisa un poco de su espalda, y yo allí, de rodillas, con mi polla a escasos centímetros de su coño abierto… y entonces llevó sus manos a sus pechos… pero ya no para apretarlos con lujuria, sino que los guardaba con delicadeza y dulzura dentro de aquellas copas negras que volvían a aparecer. Y ya completamente sentada, alzó la vista, me miró, se despegó la melena de su espalda, y dijo:

—¿Quieres correrte?

—¿Qué…?

—Que si quieres correrte. Si quieres te la chupo —me decía, como si tal cosa, recolocando su camisa, cerrándosela un poco y remangándosela hasta los codos. Y yo no comprendía nada. Impactado por su cambio.

—Venga, te la chupo y después hablamos de lo que quieras, que es verdad que hay que hablarlo, ¿vale?—decía ella, seria y protocolaria, pero dócil y cercana a la vez.

Y yo no sabía ni qué decir… pero sí sabía que Edu nos había humillado de nuevo… y comprendía que, sin él, la María que se creaba desaparecía casi al instante.

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