JOSÉ MANUEL CIDRE
Cansancio, dolor y desconfianza asomaban a sus rostros. Los silencios cambiaban de significado; seguimos adelante, ya no puedo más, o ¿cuanto va a durar esto?. En función de los momentos, los ojos podían gritar o susurrar.
Sudor, humo, grasa y hierro era lo que se respiraba tras una semana encerrados y rodeados por la policía.
-Escuchadnos bien. Tenemos una propuesta para poner fin a esta situación.
La megafonía sonaba alta y clara con el fondo de helicópteros que desde hacía dos días no dejaba ni dormir. Dentro de la fábrica se cernía la incertidumbre. ¿Qué pretendían ahora?
-Habéis pedido un aumento de sueldo generalizado. Oíd bien. Se os va a conceder, pero pensamos que es justo darles el doble a los que tienen más de dos hijos. El resto se quedará con la subida del IPC. Sed razonables. Terminemos con esto de la mejor forma para todos.
Las miradas empezaron a buscarse. Nadie albergaba dudas de que era la voz de Sánchez. El jefe de administración que, en persona se había dignado hablar con los encerrados.
-Esperamos vuestra respuesta.
Gerardo levantó pesadamente la cabeza. Más le preocupaba la disyuntiva que tenían por delante que los días de encierro. Años al frente del comité de empresa no le ahorraban la pereza que daban las argucias y triquiñuelas de la patronal. Miró a Marisa. El rostro de ella reflejó complicidad. Ambos llevaban en la piel ya la marca de muchos conflictos y negociaciones.
La veterana luchadora alzó la voz sobre el rio de murmullos.
-¡Compañeros! No nos precipitemos. En media hora haremos asamblea y lo hablaremos todo.
Antes de la hora, el personal se encontraba ya en la nave principal de la fábrica, la misma que había albergado tantas veces sus reuniones. El comité, formado por Gerardo, Marisa, Lucía y Antonio, se subió a las mesas y tarimas. Pronto se levantaron algunas voces.
-Hay que aceptar. La propuesta es justa y esto hay que terminarlo.
Inmediatamente le contradijeron.
-Habla por tí compañero. ¿Cuánta gente hay aquí con más de dos hijos?
-Además, no dicen nada de nuestro apoyo a la asociación de vecinos. Las peticiones con respecto al barrio se las callan. Les habíamos exigido una toma de postura clara.
-¡Compañeras, compañeros! Gerardo hizo oír su voz por encima de los cuchicheos. ¡Por favor! lo que están intentando hacer con nosotros es conocido. Divide y vencerás.
Marisa se unió. -Tratan de manipularnos. Lo ha dicho antes Maribel. Están intentando enfrentar los intereses de los que tienen más hijos con los demás. Quieren romper la solidaridad entre nosotros. Y subió más la voz. ¡Ahora lo más importante es mantenernos unidos! ¡Mantenernos unidos!
Crecía el barullo y se hacían pequeños corrillos. Los aspavientos y gesticulaciones daban buena muestra de lo acalorado del debate.
A duras penas el comité consiguió hacer prevalecer su postura de mantener el encierro. Marisa se daba cuenta de que la cizaña estaba sembrada. Las caras de seriedad y las miradas huidizas se iban extendiendo entre los encerrados.
-Esto no pinta bien. Afirmó dirigiéndose a Gerardo.
Él, levantando los ojos respondió. -Y sabemos que seguirán. Intentarán quebrar nuestra unidad hasta que nos rompamos como un trozo de madera cascada.
A la mañana siguiente, cuando Gerardo se disponía a manifestar a través del viejo megáfono el rechazo a la propuesta, se le adelantaron.
-Escuchad. Por si os pareciera poco la propuesta de ayer, introduciremos en el convenio becas de estudios para hijos de trabajadores extranjeros, así como un plus de igualdad en las nóminas con el que las compañeras cobrarán un 5% más.
A Gerardo se le cambió la cara. Pareciera que aquellas palabras se le clavaban en el alma.
De nuevo, la nube de comentarios.
–Yo no tengo que pagarle nada a ningún moro.
–Lo de las mujeres está bien.
Cerrando los ojos y lleno de rabia, el presidente del comité gritó:
-¡Asamblea en la nave principal, en diez minutos!
Y también otra vez, antes de que el Comité dijera nada, empezaron a resonar las voces encontradas.
-¿Por qué a los extranjeros? ¿Por qué a las mujeres? A ver, que alguien me o explique.
-Compañero, yo estoy aquí desde el primer día, todos lo sabéis. Pero hay que reconocer que hay problemáticas específicas.
Antonio fue el primer miembro del comité que tomó la palabra en esa ocasión. -Cuando planteamos el encierro nadie dijo nada. Todos estábamos de acuerdo en las propuestas que íbamos a defender. Perdonadme pero nadie habló nada de problemáticas específicas.
El barullo alcanzó unos niveles como para ser oído por las fuerzas de seguridad que rodeaban el centro de trabajo.
Marisa se decidió a hablar. Miraba de un lado a otro y sus gestos parecían expresar una extraña inseguridad.
-Compañeras y compañeros. De sobra me conocéis. Me habéis visto echando horas en el despacho del comité tras terminar mi jornada laboral. Sabéis las horas de reuniones que hemos gastado preparando encuentros con los representantes de la empresa, así como los encuentros propiamente dichos. Me pudisteis ver en las huelgas de los dos últimos años. Creo que nadie podrá señalarme con el dedo si digo que, aunque no habíamos planteado situaciones ni problemáticas específicas… El silencio se podía cortar. -…debemos estar abiertos a reconocer que esas situaciones existen; que las mujeres tenemos derecho a ser resarcidas por años de discriminación injusta y que todos hemos de ser generosos con los compañeros que se han visto en la necesidad de abandonar sus países de origen.
Murmullos, voces. Marisa apretaba los puños como si quisiera darle así más fuerza a su argumentación.
–Creo -terminó- que todo ello nos ayudará a terminar con un conflicto que nadie quiere eternizar de forma estéril.
Inmediatamente miró a Gerardo. No hacían falta palabras.
Algunos reclamaban la intervención del presidente.
-¿Qué dice el presidente? ¡El presidente del comité debe hablar!
Con la mirada ausente Gerardo fue breve.
–Compañeras y compañeros también me conocéis de sobra. No me voy a extender. –Levantó la vista abarcando todo el auditorio. -Como dije ayer, han usado el divide y vencerás para romper nuestra unidad de acción. Parece que vamos a cambiar nuestras reivindicaciones salariales e incluso la solidaridad expresada con la asociación de vecinos del barrio, por unas concesiones para lo que habéis llamado problemáticas específicas. Respiró hondo. –Que decida la asamblea.
Aquella misma tarde el personal fue saliendo de la fábrica. Se iban sucediendo saludos, gestos de cansancio y alivio, abrazos de los familiares. Distintos grados de satisfacción en los rostros. Gerardo, como capitán del barco, fue el último en salir. Algunos le ofrecieron acercarle en coche.
-Muchas gracias. Prefiero ir andando. Dijo con una tímida sonrisa.
Se encasquetó la gorra raída y, tarareando lo que parecía el viejo himno Hijos del pueblo, enfiló el camino a casa.