ISA HDEZ
La orquídea llegó en buen estado, espléndida, con dos varas largas floridas y algunos botones por abrir, de color blanco como la nieve, destacaba entre las demás plantas, y, lo mejor, la nota, que, aunque no era tu letra, identifiqué con premura tu mensaje cariñoso, profundo y bello, como todas tus dedicatorias. La coloqué en el lugar de siempre, mi rincón favorito, para verla desde todas partes, y me siento agradecida de tenerte. Cuando la miro siento como realizas todo el proceso, con esa inquietud característica tuya, para que todo te salga perfecto y como lo compruebas una y otra vez hasta que decides enviar, y entonces, sigues intranquila hasta consumar tu objetivo. La orquídea ha cumplido con creces tu desvelo, pese a que, al tiempo perdió las flores una a una cada día, hasta quedar con las varas peladas antes de lo previsto. La miro y me apena verla sin flores, siento como ese dolor ausente que me provoca tu lejanía. Suelen durar mucho más tiempo, no sé por qué se le han caído, pero cada flor caída se me clavaba en la piel y me desbordaba de emoción recodándote . No he querido decírtelo para que no te entristezcas, al estar tan lejos no te puedo reconfortar y eso me desconsuela más. La cuido con esmero tal si fuera algo tuyo, como un amuleto protector y, la observo a cada momento a ver si se guarece porque no quiero ni pensar que cuando vengas a casa no la veas en su lugar. Hoy mientras la regaba me he puesto a dar saltos de alegría, una de las varas trae un nuevo tallo con vario botones minúsculos, y ello me avisa de que en breve tendrá de nuevo flores blancas. Pienso en nueva vida, hermosa y florida, en tu cara de alegría cuando te lo cuente, en la esperanza de abrazarnos pronto y en tu vuelta a casa. ©