TANATOS 12

CAPÍTULO 21

No tuve tiempo a reaccionar, ni María tampoco. Yo con mi teléfono en mi mano, y ella en idéntica situación con el suyo, con la pequeña mesita entre nosotros, y su móvil comenzó a sonar…

Ella dejó caer su bolso en uno de los sofás, descolgó y se llevó aquel aparato, que yo odié, a la oreja.

De golpe, un displicente y resoplado “¿Qué quieres…?” salió de los labios de María.

Edu le decía algo, al otro lado de la línea, y ella parecía dudar, pensar, se llevaba unos dedos a la frente y agachaba un poco la cabeza, y decía:

—Ostrás… Eso no lo llevé yo. Pregúntale a Alberto.

Y yo, a un metro de María, oía la voz de Edu pero no hasta el punto de entenderle.

—A ver —continuaba ella— eso lo llevé yo al principio, pero después me desentendí— decía mientras se desabrochaba un botón de su camisa y soltaba la prenda sedosa granate de su falda.

Después le oía a él, y ella pasaba por mi lado, y se sentaba en el sofá y cruzaba las piernas.

—Pues no sé. Es que no lo sé. ¿Pero es mucha liada? —preguntaba bastante metida en la conversación y yo no entendía el por qué de aquellas preguntas si ya no trabajaban juntos.

—¿Y lo has tenido que preparar hoy? —preguntaba ella, y yo me sentaba a su lado.

—Ah… vale… ya me parecía que te habías ido muy rápido el sábado —volvía a decir ella.

María hablaba seria, se apartaba el pelo de la cara, y marcaba unos muslos potentes como consecuencia de montar una pierna sobre la otra. Estaba tremendamente deseable, morbosa, sugerente, hasta agresiva, pero yo lo único que quería era que colgase el dichoso teléfono y pudiéramos tener nuestra reconciliación oficial y en condiciones.

—¿Es por la pelirroja o es por otra? —preguntaba ella, y de nuevo vi una complicidad que antes no veía, y sin duda me incomodaba.

Ella, con la camisa remangada y un escote descarado como consecuencia de haber desabrochado aquel botón, se tocaba el pelo, miraba para sí misma, se sacaba una pelusa que había flotado y caído sobre su camisa, y, de golpe, susurraba en el teléfono:

—Sí, claro, estoy con él.

Ella, al decirlo, giró su cara, y por fin me miró, y yo, al estar tan cerca de ella, pude escuchar la voz de Edu, y después a María, mientras seguía mirándome, decir:

—Que manía con arreglarlo, le voy a coger manía a esa palabra, no hay nada que arreglar, llegados a este punto que me pida perdón y ya esta —decía María, seria, siguiendo con aquellos dedos en su pelo, y a mí me había molestado bastante aquella última frase suya.

—¿Qué? —decía ella entonces, como si algo la hubiera indignado—. No, no me interesa lo tuyo con la pelirroja.

Después de decir eso ella se apartó un poco el teléfono de la oreja y pulsaba repetidas veces uno de los botones laterales, después se lo volvía a acercar, y decía:

—No, tranquilo, obviamente celos no son. Que, por cierto, ¿ya la disfrazas de mí? —decía chulesca, y yo, cada vez más tenso, por su actitud y por los derroteros de aquella conversación, me pegué a ella, apoyando un codo en el respaldo del sofá.

Inmediatamente después escuché a Edu decir:

—Aún no.

—¿Y eso? —dijo María.

—Ya sabes el orden, como con Begoña, primero normal, después disfrazada de ti, después por el culo, y después por el culo disfrazada de ti.

—Eres un enfermo —resoplaba María y negaba con la cabeza, pero había un cierto poso que revelaba que no desaprobaba del todo lo que contaba Edu, como que había algo de forzado, algo de falsa indignación.

—Aunque con Begoña tenía más gracia…. —matizaba él— ….al conocerte, además, y se volvía loca la cabrona… Disfrazar de ti a estas crías no tiene tanto punto.

—Tú no te escuchas, de verdad… —volvía a resoplar ella, haciéndose la espantada.

—Ya… bueno… ¿Sabes qué me quedé pensando? —preguntaba Edu.

—¿Qué…? —respondía ella, fingiendo que la conversación le aburría, mientras se incorporaba un poco y recogía su melena con una mano y la hacía caer toda ella por el mismo lado de su cuello, y después volvía a respaldarse.

—Que al final, con las coñas, no te has corrido en todo el fin de semana, ¿no?

—¿Pero tú no llamabas por el dichoso expediente ese? —seguía ella, combatiéndole, digna.

—Sí, y más que me tienes que contar de eso. ¿Pero no tienes a Pablito ahí? —preguntó Edu, y yo me estremecí, y ella me miró.

—Sí… —respondió ella.

—Y no te has corrido en todo el fin de semana.

—Pues no… ¿Y? —preguntaba ella, igual de chulesca.

—Pues dile que te coma el coño mientras me cuentas, porque ese cliente me estuvo rajando de ese caso y no sé qué pasó ahí y tú sí.

—Estás fatal… —volvía a negar ella con la cabeza.

—Díselo.

—Me da que te oye. Por su cara… digo —decía María y yo la miraba… y no sabía qué hacer.

—Te lo come. Me explicas un poco. Te corres. Y relajadita tenéis la charla —decía Edu, intimidante y casi déspota, y yo podía sentir cómo nacía el sofoco en María, y veía su pecho, arriba y abajo, en una respiración que era más agitada que sus palabras. Y ella me miraba, y yo veía su muslo expuesto… y no quería obedecer y participar de otra de sus macabras estrategias… pero… a la vez sí lo quería.

Y me incliné un poco hacia María, y posé mi mano en aquella falda de cuero, que era la de la noche de la casa de Álvaro… y bajé mi mano y acaricié la parte externa de un muslo caliente.

Y María susurró:

—No podíamos acabar el fin de semana con normalidad…

Y, mientras acariciaba aquel muslo y podía sentir y ver el rubor de María, escuché a Edu decir:

—María, ten clarito que esto, desde ahora, es un fin de semana normal.

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