ISABEL GZ
7
“La tarea era simple (…): sólo chuparle la polla a mi marido. Hasta una tonta puede hacerlo”.
Desde que Nila me puso la tarea hasta que volviera a verla, pasarían diez días. Mi esposo y yo tuvimos la “cita” el sábado y la siguiente cita en común con ella sería el martes de la semana posterior a la que comenzaba. Dicho martes resultaba ser fiesta local y por ello concretamos para ese día el encuentro. El fin de semana que había de por medio Nila tendría una sesión de folleteo con Alonso del que yo tendría prohibido conocer detalles como ya era costumbre.
No soy de ponerme muy espiritual pero creo que aquella primera noche entre Nila y Alonso conmigo de espectadora me transformó internamente. Era la primera vez que una tercera persona se inmiscuía en nuestra relación matrimonial. La experiencia fallida con la primera prostituta no cuenta. Y la segunda, conmigo debajo de la cama, tampoco porque yo fui completamente pasiva y ellos eran ajenos a mi presencia. Pero esta vez, a nuestra manera, participamos tres en una relación matrimonial que —se suponía— estaba reservada para dos almas.
Y no sólo eso. Nila parecía ser una buena maestra y una gran corneadora. Hasta me había puesto deberes que debía tener cumplidos para mi siguiente “cita” entre los tres. La tarea era simple. Nada de ecuaciones diferenciales ni sesudos comentarios de textos de filosofía alemana: sólo chuparle la polla a mi marido. «Hasta una tonta puede hacerlo», me dije. Aunque siempre he tenido inquietudes culturales nunca he sido una buena estudiante. No soy mucho de cumplir metas, la verdad. Pero quería demostrar que podía ser tan buena como Nila, así que el orgullo haría que me esforzara esta vez por cumplir como una campeona. Una mamada diaria durante diez días no podía ser muy complicado.
Domingo. Primera mamada.
No puede esperar para hacerle la primera mamada después de nuestro encuentro con Nila. Cuando desperté el domingo ya me estaba zambullendo entre las sábanas buscando la polla de Alonso. Él seguía dormido pero eso no iba a detenerme. Debajo del edredón me adentro como en una cueva buscando mi tesoro y lo encuentro tras bajarle los pantalones del pijama. Alonso estaba roncando y tenía el miembro totalmente chuchurrido. Comienzo a darle besitos y a meter mi lengua entre el prepucio. Le estoy acariciando los huevos con la mano mientras mis besos rodean el capullo cuando noto que se despierta y aparta el edredón y las sábanas para verme allí encorvada intentando que la polla se le levantara como una campeona.
—¿Qué haces?— Me dijo soñoliento.
—Macramé, no te jode. Pues chuparte la polla, ¿a tí que te parece?
—Joder Lore no tienes que hacerlo nada más despertar. Todavía tengo sueño.
—Te la chuparé cuando me salga del coño, ¿entendido?— Tengo que dejarle las cosas claras.
—Vale vale.
—Cuando te corras te relajas y sigues durmiendo si quieres pero ahora ponle atención.— Estaba a punto de darle otra orden cuando mi marido me corta.
—¿Tienes una servilleta o algo?
—¿Qué?— Pregunto sin saber a qué se refiere hasta que caigo en la cuenta. Si va a correrse y no voy a tragármelo tengo que dejar su pomada en algún sitio.
Le pedí que esperara y fui al baño. Volví con el rollo de papel higiénico del que tomé unos trozos.
—Solucionado, cari.
Mi cari medio dormido ni contestó, sólo se mantenía tumbado bocarriba con los ojos cerrados.
Vuelvo a colocarme encima de la cama, encorvada buscando su miembro que sigue deprimido y tan soñoliento como su dueño. No puede ser. Lo acaricio y me lo vuelvo a meter en la boca. Meterse en la boca un pene flácido es una sensación rara. Si tienes suerte puedes notarlo crecer dentro de ti y es maravilloso. Pero si continúa flácido parece que tienes entre los dientes un pegote de pellejo y no resulta muy agradable. No consigo que se empalme así que me la saco de la boca y decido centrarme en el capullo. Le doy un beso intenso y vuelvo a meter la punta de la lengua en el prepucio recorriendo circularmente el glande. El resultado es exitoso porque ya noto como se está hinchando. La sangre fluye por toda ella y cada vez está mas erecta. Ahora sí, es el momento de volverla a meter en la boca y como me dijo Nila, utilizar la lengua. Dentro de mi boca muevo la lengua y siento como va creciendo hasta, por fin, ponerse tiesa del todo.
Es la señal para mover la cabeza. Ya sabéis. La regla número uno para chuparla bien es saber utilizar la cabeza. Nunca se insistirá lo suficiente en esto. Si para chupar un coño lo que necesitamos las mujeres es una lengua experta y juguetona, para comerse una polla en condiciones no queda otra que mover el cuello como una diosa. Y allá que fui moviendo mi cuello para que toda mi cabeza desplazara los labios que a su vez rodeaban y succionaba la verga de Alonso. Él ya empieza a gemir y soltar sonidos guturales de placer. Es la señal de que lo estoy haciendo bien. Aumento el ritmo y cambia el tono de sus sonidos. Conozco lo bastante a mi Alonso para saber que su placer va en aumento. Es como cuando le hacía pajas antes de casarnos. Por sus soniditos conocía perfectamente qué pasaba por su cabeza. Eso sí, chupar pollas no es tan fácil como pajearlas. Al menos, claro está, chuparlas en condiciones y no esa especie de paja-mamada que hacía yo que ni era paja ni era mamada con la que el pobre de Alonso se quedaba a medias.
Ahora me esfuerzo y me cabeza se mueve implacable. Al tenerla casi entera en la boca la siento de una manera distinta. Con mi lengua noto sus venas, su forma, sus bultitos. Es una sensación placentera, lo reconozco. Es tener cerca a tu hombre de una forma especial, distinta a cuando te penetran vaginalmente. Yo diría que al chupar está como más claro que está dentro tuyo. El coño parece que quedara allá lejos. Esa sensación de cercanía me encantaba y no la conseguía de la forma que se la chupaba hasta que Nila me enseñó.
Alonso ya está a punto de caramelo a tenor de los sonidos que lanza su boca. Succiono varias veces y en varios movimientos de cuello consigo que me grite que se viene. Me la saco y tras un pequeño grito de placer por parte de mi marido descarga sus grumos en el trozo de papel higiénico que ya tenía recortado.
—Joder, ha estado muy bien.— Me felicitó.
—Gracias. Ahora sigue durmiendo si quieres.
Lo dejé allí tendido adormilado por el sopor del placer que le acababa de dar y me dirigí al baño. Mi intención era tirar el mejunje que había soltado. Cuando llegué decidí que debía dar rienda suelta a mi calentura. La indicación de Nila era clara. No podía masturbarme mientra se la mamaba. Tenía su lógica. La idea era centrarme en el placer de mi hombre. Pero ahora tocaba el mío, así que me agaché en el bidet. Antes me había bajado los pantalones del pijama y quitado las bragas, la compresa y abierto mis piernas para tener el chorrito de agua enfrente mío. Esta es una técnica de masturbación que aprendí por mi misma lavándome el potorro. El truco está en la presión del agua. Si es muy fuerte no sientes nada y además te salpica todo. Si es flojito pues no te hace nada. Regulo la presión con la llave y dirijo el grifo a mi entrepierna. Alcanzo el punto exacto que me acaricia el clítoris, me refresca y me calienta todo a la vez. Antes de comenzar a frotarme meto un dedo en la vagina y presiono para arriba para levantar mi clítoris y que le dé bien el chorrito de agua. Muevo el dedo que tengo metido y me estimulo desde el interior de la vagina. Me voy calentando lentamente. No es como las últimas veces que la situación disparaba mi calentura. Se trata ahora de ir poco a poco y saboreando las sensaciones. Noto que voy lubricando y calentándome hasta que decido frotarme. Para mejorar la experiencia me echo un poco de jabón íntimo en los dedos y froto. Así me limpio el coño y me pajeo a la vez. Dos en uno. Máxima eficacia. Allá que estoy masturbándome y frotándome mientras me concentro en la situación.
No quiero pensar en Alonso ni en Nila ni en ningunos cuernos. Si lo hago voy a correrme enseguida y quiero disfrutar. Consigo centrarme en el sonido del agua y allá que estoy unos buenos minutos restregándome el clítoris bañado por el agua y el jabón hasta que aligero el ritmo cada vez más y noto como las piernas me tiemblan. Me he corrido y ha estado muy bien.
Espero un rato pues no quiero secarme recién ya que tengo la zona un poco sensible. Pasado unos minutos me aclaro con agua quitándome el resto de jabón, me seco, visto y vuelvo a la cama. Alonso sigue dormido. Yo me recuesto y pongo la cabeza sobre su pecho abrazándolo. Sin querer yo también me quedé dormida.
Cuando por fin nos despertamos salimos a dar una vuelta por el centro y comer en nuestro restaurante argentino favorito. De vuelta, bien en la tarde, Alonso se puso a hacer su tabla de ejercicios y yo tonteaba en las redes sociales cotilleando la vida de mis amigas en Instagram o refutando alguna teoría absurda en Facebook.
Antes de cenar, después de la ducha de Alonso, decidí interrogarlo.
—Oye carí, ya que voy a ser una buena alumna y cumplir con lo que me ha mandado Nila, creo que deberíamos sacarle el mayor partido posible.
—Ya está dando vueltas esa cabecita. Algo tramas, y no bueno. ¿A que sí?
—Como me conoces cari.— Me pongo a mirar como loca en la nevera.
—¿Qué haces?— Me pregunta Alonso.
—Busco plátanos, zanahoria o pepinos, no sé, quería calentarte un poco chupándolos.
—¿Y eso por qué iba a calentarme?
—No sé, en las pelis funciona. Ver una tía chupando un plátano o una zanahoria o algo así. No sé. Es que quiero proponerte algo y me gustaría hacerlo de modo sexi.
—Lo primero, no tenemos plátanos. Le dije a Kata que comprara pero al parecer se acabaron cuando fue al supermercado.
—Sí, ya le he dicho que vaya antes, pero ni caso.
—Tampoco tenemos zanahorias, que me hice un zumo ayer. Y pepinos ¿desde cuando tenemos pepinos si no nos gusta a ninguno?
—Ya. Se me ha fastidiado el espectáculo erótico.— Me rio y Alonso hace lo propio.
—Ve al grano que te conozco.
—Vale, lo que quería proponerte mientras te hacía mi espectáculo erótico fallido es si alguna vez has fantaseado con que te la chupara en algún sitio. Yo sí tengo un lugar pensado pero antes quiero saber cual propones tú.
—No sé.— Lo dijo rojo de vergüenza.
—Joder, cari. Pareces de los boy scouts, ¡que no te de vergüenza decírmelo!
—El otro día, en los probadores.
—¿En cuales?
—En la tienda aquella en la que compramos las camisas con el cuello tan chulo.
—Ah sí.
—Pues me imaginaba que entrabas en el probador y hacíamos cositas.
—¿Hacer “cositas”? Veo que sigues en los boy scouts. Si quieres mañana me meto en un probador y te hago un pespunte.
—Joder, Lore ya sabes lo que quiero decir. Si quieres que concrete la fantasía pues me hace ilusión que me la chupes en los probadores, ¿lo he dicho ya como le gusta a la Señora o tengo que ser más gráfico?
—Tilin, tilin, tilin… ha ganado usted el premio gordo.— No podía parar de partirme el culo bromeando con Alonso. El pobre soporta bien mis bromas.
—Cada vez se te va más la pinza. Me gusta, pero se te va.
—Pues nada, mañana lunes chupadita en unos probadores.
—Ya tengo bastante ropa nueva. Con la que tengo ya es bastante.
—Tú sí, bonito, pero yo no me he comprado nada. No vas a ser sólo tú, ¿no?
—Okey. Por cierto, ¿cuál es el sitio en el que te gustaría chupármela?
—Ah, sorpresa. El martes lo sabrás.
Lunes. Segunda mamada.
El lunes, mi Alonso y yo salimos de compras. Esta vez la afortunada iba a ser yo que deseaba actualizar mi vestuario. En concreto necesitaba actualizar mis minifaldas. Rectifico. Necesitaba comprar alguna minifalda porque las que tenía era de antes del paleozoico y no me quedaban ya bien. No he sido mucho de enseñar muslamen pero eso tenía que cambiar dada nuestra nueva vida sexual. No os confundáis. Tampoco es que ahora fuera a ir a todos lados como putón berbenero. Pero sí quería tener alguna prenda para ocasiones especiales, por lo que recorrí las mejores tiendas de la ciudad con mi Alonso detrás sufriendo, como un campeón, la tortura de ir de compras. Que le fuera a chupar la polla en cualquier momento creo que le ayudaba a soportar con mejor ánimo el suplicio de aguantarme eligiendo modelitos, pedirle opinión, dejar el modelito, volver a probármelo, cambiar de talla, cagarme en los hijosdeputa que numeraban aquellas tallas, y así un largo etcétera de pequeños martirios.
Por fin, dí con algo que me gustaba. Una faldita con godets con un patrón argyle muy bonito combinando los rombos en negros y rojo con lineas blancas entrecruzadas. Se abrochaba además a un lado de la cintura y no en el centro lo que le daba un toque asimétrico que me encantaba.
—¿La tienes con un estampado más claro?— Le pregunté a la dependienta que me dijo que iba a ver en el almacén porque habían traído más modelos.
—Pero cari, si te gusta este…— A Alonso le costaba entender la lógica femenina.
—Ya, pero tengo que ver otros.
—Mira, tienes ya ésta que te gusta, luego la azul marino, esta otra doblada que…
—No está doblada, es una falda plisada.
—Lo que sea, pero vas con un montón y no te gusta ninguna. O te gustan todas, ya no sé.
—No tienes que saber nada.
La dependiente me trajo otra variación de la misma talla de la falda con godets que me interesaba. Hice que Alonso cargara con todas ellas y le pedí que me acompañara a los probadores. Ahí ya no puso ninguna objeción, el muy cerdete. A mi es que estas cosas de los hombres me dan mucha risa porque a veces son muy simplones.
Me metí en el probador con toda las prendas.
—Cari, ¡ven, que me tienes que ayudar con esto!
Alonso mira para todos lados esperando que las dependientes estuvieran distraídas y se mete furtivo en mi probador. Me encuentra con la faldita ya puesta.
—¿Qué te parece, cari?
Alonso me escanea de arriba a abajo y sin previo aviso me da un beso en la boca. Me encanta y respondo dejando que su lengua me entre hasta el cerebelo. Nos morreamos durante un rato. Mi marido y yo, juntos, desabrochamos mi camisa y me quedo con el sujetador y la falda. Yo ya le he introducido una mano por debajo del pantalón para ver si está excitado. La verdad es que su cosa no estaba como me gustaría.
Hablábamos bajito.
—¿Qué te pasa?— Le susurro.
—Pues que estoy nervioso por si nos pillan.
—Ese es el punto, ¿no? ¿no es lo que querías?
—Si claro.— Me dice mientras mira por el resquicio que deja la cortina del probador buscando a ver si nos está viendo alguien.
—¿Ves algo?— Pregunto.
—No, sólo una de las dependientas al fondo. Anda doblando ropa.
—¿Y está buena?— Le pregunto para que vayamos entrando en calor.
—Pues no sé, es normalita. Ese flequillo no le favorece, la verdad.
—Imagina que es ella la que viene aquí y comienza a chupártela. Seguro que no ha probado una igual en su vida.
Sigo con la mano metida en su entrepierna y lo voy acariciando. Mis comentarios calientes son como una especie de interruptor para ambos. Él comienza a empalmar y yo a fluir entre las piernas. ¡Por fin! Por un momento pensaba que no ocurriría.
—Debe ser de esas que tiene un novio pichacorta.— Continúo hablando mientras me pongo en cuclillas.— Cari, imagínate que entra, abre su boquita y engulle este pedazo de tranca.
Y allí que me meto la polla de Alonso en la boca. Ya está casi erecta del todo aunque le falta varios chupeteos para que alcance su grado óptimo. Alonso suspira mientras sigue mirando furtivo por el resquicio contemplando a la dependienta mientras yo ya he comenzado a mover la cabeza a buen ritmo. No sé lo que estaría pensando él pero yo me calentaba pensando que aquella mediocre dependienta se humillaba ante mi esposo y allí mismo se la chupaba. Imaginaba que yo era ella y esto me encendía. Chupar en cuclillas no es fácil. Puede ser que las actrices porno estén entrenadas y lo hagan muy bien pero para mí la cosa era diferente. Tengo que tener cuidado de no caerme de espaldas y me cuesta mucho tener buen ritmo. Afortunadamente mi esposo se da cuenta y me agarra la cabeza. Entre su mano en mi nuca y mis manos tomándolo de las pantorrillas consigo una buena posición sin perder mucho el equilibrio. Mis labios se mueven mientras pienso en la infidelidad pero también en dónde voy a echar la corrida. No puedo dejar que se corra fuera porque va a manchar la ropa nueva. Sigo moviendo la cabeza cada vez más rápido apretando mi boca con fuerza cuando llega al capullo. Siento en la boca cada uno de los bultos de sus venas, el sabor de su carne y las gotitas del preseminal. Mis ojos se dirigen a Alonso que no me corresponde. Sigue mirando fuera, seguramente a aquella dependienta. Quiero pensar que Alonso se imagina que mis labios son los labios de esa tipa. Suspira mientras continúo mamando y por fin tiemblan sus piernas. Aguanta el grito de placer para no llamar la atención y eyacula dentro de mi boca. Aguanto hasta que acaban los temblores y las sacudidas. Estoy allí con la boca llena y los mofletes hinchados.
Miro Alonso como preguntándole qué puedo hacer con aquello. Saca un pañuelo y escupo su leche en él.
—Joder, menos mal que tenías el pañuelo.
—Siempre llevo uno, ya lo sabes.
—Pues a ver dónde lo guardas ahora.— Me río y se lo entrego empapado.
Ahora corro yo un poco la cortina y miro a un lado y a otro. Nadie nos ha visto. Misión cumplida. Esta vez no me masturbaré allí sino cuando llegue a casa. Una vez en mi habitación puedo retocar mentalmente la escena y adornarla un poco para recrearme pensando en que a mi Alonso se la comía una dependienta frustrada de novio pichacorta. Con estos pensamientos me fue fácil conectar mi cerebro y mi entrepierna para volver a tener un orgasmo intenso. Estoy orgullosa de cumplir la tarea que me ha impuesto Nila. Y encima, acabo la tarde con ropa nueva. No podía pedir más.
Martes, Tercera mamada.
El martes había llegado el momento de cumplir mi fantasía. Para cumplirla sólo tuve que mentir un poquito en el trabajo.
—Alonso se ha dejado unos papeles importantes en el despacho. Voy a acercarme a casa y llevárselos que él está en un juicio y no puede acercarse. Volveré luego y me quedaré un poco más tarde para acabar la tarea.
Mi jefa se creyó la trola. Así que salgo del trabajo a media mañana dispuesta a cumplir mi fantasía. Llevaba la mini que me había comprado el día anterior junto a una camisa roja y mis clásicos zuecos, esta vez de medio tacón para que me resultaran más cómodos. Llevo unos papeles en la mano para disimular. Se trata de unas galeradas de un libro de mineralogía descriptiva que estamos a punto de sacar.
Entro en las oficinas del bufete altiva y soberbia. No suelo ir mucho por allí, así que mi presencia llama la atención. Los que me conocen me van saludando. Mientras le estoy dando dos besos a una de las administrativas que conozco siento detrás de mí el sonido inconfundible de los tacones de Sandra.
—Vaya, veo que hoy se digna a visitarnos la Señora.— Me suelta.
Yo me vuelvo.
—¿Qué tal, Sandra?— Arqueo mis labios forzando la sonrisa.
—Podría estar mejor.— Cruza los brazos y me mira como si hubiera hecho algo malo— ¿Y tú? ¿A qué has venido?
—Pues básicamente, a comerle la polla a mi marido.
Sandra debe está hecha de piedra berroqueña. Ni se inmuta la hijaputa. La administrativa que estaba al lado intenta contener la risa.
—Siempre tan fina y delicada.
—Esa soy yo, Sandra. Esa soy yo. Todo un capullito de alelí.
—Alonso está en su despacho. Pero dale los papeles que tengas que darle y no lo entretengas mucho que en media hora tenemos una reunión.
—Okey.
Y me largo directa al despacho de Alonso. Entro y cierro la puerta. Mi esposo está allí enfrascado tecleando sus movidas de abogado.
—Buenos días, cari.
—¿Qué haces aquí?— Mi presencia lo había pillado por sorpresa.
—Vaya, yo también me alegro de verte.
—Claro que me alegro, es que dentro de poco tenemos reunión.
—Ya me lo ha dicho Sandra.
—¿Has hablado con ella?— Alonso temía mis interacciones con Sandra— ¿Qué le has dicho esta vez?
—Pues la verdad. Que he venido a comerte la polla.
Mi afirmación no acabó de tener el efecto que me hubiera gustado en Alonso.
—¡¿Le has dicho eso?!
—No te preocupes cari, esa pazguata cree que se lo he dicho en broma. Si es que no puede ser más estirada la pobre. Tendrías que haberla vista cuando se lo he dicho.
—Ni se han inmutado, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—Pues porque trabajo con ella. Es de acero la cabrona.
Por fin complicidad entre ambos. Me acerco y me siento en sus rodillas.
—Quería darte la sorpresa— Le susurro.
—Así que era aquí donde querías, picarona.— Me dice mientras me mete mano debajo de la falda. Hacía años que no coqueteábamos así. Me está encantando.
—¿No me digas que no has pensado nunca que alguna de estas de la oficina te la chupaba en tu despacho?
Alonso se sonroja. Otra vez siente vergüenza.
—No voy a decírtelo.
—Vaya, vaya, así que es cierto que lo has pensado. ¡El acusado es culpable, señoría! Interesante lo que descubre una de su maridito.— Me muevo retozona sobre sus piernas restregando mi trasero.
Nos damos un beso intenso que dura menos de lo que me gustaría. No tengo mucho tiempo. He cerrado bien la puerta pero además de la reunión que tiene Alonso nunca falta algún empleado que venga a comentarle alguna tontería jurídica. Cabrones, leed bien la jurisprudencia del Supremo y dejadme comerle tranquila la polla a mi marido. Tenemos que ser rápidos.
Así que me agacho y bajo hasta el suelo. Mis rodillas se clavan en las baldosas. Busco la entrepierna de Alonso pero al arrodillarme uno de mis pies a mis espaldas se ha enredado con algún cable.
—Algo se me ha enredado en el pie.— Le digo arrodillada a Alonso.
—No te preocupes, es el cable del ordenador. No pasa nada.
—¿No será peligroso? A ver si me electrocuto con esta mierda mientras que la estoy chupando y te iluminas como un gusiluz.
—Es seguro. Además lo has desenchufado tú al darle con el pie.
Ya no hay excusa. Corro la cremallera del pantalón de mi marido y meto la mano.
—Espera que me desabroche el cinturón.— Me pide.
—No, cari. Me da morbo así. No te bajes el pantalón. Ya te la saco yo.
Y efectivamente, eso hago. Se la saco por la bragueta pero sin bajarle los pantalones ni quitarle el cinturón. En mitad de aquella tela aparece poderosa la polla de Alonso que ya está empalmado. ¿Es cosa mía o ahora se le empina más rápido que antes? No quiero que estos pensamientos me detengan por lo que encorvo la cabeza aunque no me la meto directamente en la boca. Le doy un par de lametones por todo el tronco. Sabe algo a sudor pero nada asqueroso. Alonso es limpio pero claro, desde que se duchó esta mañana ya han pasado varias horas. La lamo bien lamida y entonces sí, cuando está lubricada rodeo con el círculo de mis labios el capullo y comienzo a mover la cabeza de delante para atrás tal y como debe hacerse. Quiero que dure poco por lo que mantengo un ritmo constante e intenso. Alonso gime. Buena señal, le está gustando. En esa posición no me resulta fácil chuparle la polla en condiciones. Si hubiera más espacio podría flexionar bien la rodilla y no clavarla directamente en el maldito suelo. Al principio no duele mucho pero al poco tiempo notas como la rótula comienza a inflamarse y es como si estuviera arrodillada sobre cuchillos. Es algo que descubres al chupar de rodilla y que no te cuentan en ninguna peli porno. Aguanto el dolor y me muevo más deprisa. Rezo para que se corra pronto. En general me gusta recrearme en el dulzor de su carne o en los pliegues de cada zona de su cipote, pero ahora no quiero sensaciones, quiero que acabe ya. Sin embargo, Alonso ha mejorado en estos días como amante y ahora el cabrón aguanta más sin eyacular. Por fin se me ocurre imitar la técnica infalible con la que le pajeo. En ésta ocasión, en vez de girar mi muñeca, giraré el cuello a la vez que la mamo de arriba a abajo. En el movimiento ascendente giro hacia la derecha y cuando bajo hacia la izquierda. Los sonidos guturales de Alonso han cambiado y sé que voy por buen camino. Aumento el ritmo cada vez más rápido, succiono hasta que por fin su polla tiembla y se descarga en mi boca. Ya no me coge de sorpresa y llevo preparado un pañuelo en el que escupo la corrida. No me he dado cuenta pero Alonso se ha mordido un dedo para evitar gritar de placer en la oficina. Buen niño.
Busco el zueco que se me había quedado enredado entre los cables, recompongo mi ropa y salgo del despacho tan ufana y decidida como entré. Me gusta esta nueva faceta de mí algo golfilla. Sentirse sexi nunca está mal. De vuelta me encuentro en la entrada del bufete a Nuria que viene cargada y casi no puede sostener las cajas que está llevando.
—¿Ya les traes el café ese del culo de mofeta?
Nuria no se esperaba que me dirigiera a ella y sorprendida apoya su barbilla en la caja para que no se le caigan.
—No, señora, son las cajas de los pastelitos de crema.
—Para crema la que le sale a mi Alonso de las pelotas, niña.— Había que castigarla un poquito por llamarme señora. ¿Se cree que soy mi abuela o qué?
Nuria está en shock. Generalmente la gente del despacho ya me conocen y soportan mi lenguaje aunque nunca he sido de referencias sexuales tan explícitas. Pero tengo las hormonas a mil y no puedo evitarlo. Mi lenguaje soez solía consistir más bien en sugerencias sobre dónde podían meterse o no ciertas cosas del bufete. Como esos pastelitos de crema que supuestamente eran de “crema de Boston” y a mi me parecían de vulgar crema pastelera de toda la vida.
—No pongas esa cara niña que era broma.— Le quité hierro al comentario.— Que te vaya bien con esa estirada.
La estirada era Sandra, of course.
Así que la dejé allí mientras la pobrecita continuaba su camino con aquellas cajas y un bolsito negro con motivos hortera.
—o—
Nuria tenía que llevar esa mañana los pastelillos al bufete. Sandra se los había encargado expresamente del catálogo gourmet que manejaba la empresa de catering y Nuria fue a llevarlos en cuanto tuvo el pedido. Dos cajas en las que cada bollito venía cuidadosamente envuelto. Eran de crema de Boston, una crema que podía parecer crema pastelera normal pero que el paladar de la abogada distinguía perfectamente como más intensa y, sobre todo, aromática.
—Ve a ponerlos en el frigorífico.— Ordenó Sandrá.
—No hace falta, resisten bien a temperatura ambiente. Pondré solo la mitad, dejaré los otros fuera y ya iré reponiendo a lo largo de la semana.
Nuria ya sabía dónde debía colocar cada cosa. Hizo su trabajo y volvió para que Sandra le firmara el albarán.
—Ni te vas a creer lo que me ha dicho la mujer de Alonso.— Le dice Nuria.
—¿Algo relacionado con chupar penes?
Nuria se rie.
—Pues sí, algo parecido ¿cómo lo sabes?
—Porque es una ordinaria. A mi me ha dicho, literalmente “he venido a comerle la polla a mi marido”.
Nuria no paraba de reir. Sandra continuó informándole.
—Siempre está igual. Cuando no es que nos metamos algo por el culo es que nos vayamos a la mierda y si no, se inventa alguna broma escatológica. Es una niña rica, una pija que no ha dado un palo al agua en su vida.
—Bueno, una cosa es segura.— Nuria quería dejar caer el cotilleo. El apuro en el que la mujer de Alonso le había puesto merecía la venganza.— No creo que haya venido a chuparle nada a Alonso.
—¿Por qué?— Sandra captó algo en el tono de Nuria.
—Bueno, hace unos días tuvimos un catering en el Peletier.
—¿Es el Hotel ese que está cerca del Mango de la Avenida España?
—El mismo.
—¿Y?— Sandra quería ir al grano.
—Pues que allí pasó la noche Alonso con una rubia.
Sandra estaba manifiestamente inquieta e interesada al mismo tiempo.
—¿Seguro que era Alonso? ¿No será Teo? Estas cosas son propias de Teo.
—Segurísima.
—¿Y te vio?
—No, yo estaba a lo mío con los del catering y no me vio. Llegaron rápido, se registraron y subieron para arriba. Supongo que no irían a jugar al parchís.
Sandra no sabía si sentir decepción o alegría ante la información de Nuria.
—Vaya, me pilla por sorpresa. ¿Era guapa?
—Guapísima. La chica tenía un tipazo. Desde luego mejor que Lorena.
—Loreto.
—¿Qué?
—Que la mujer de Alonso no se llama Lorena, se llama Loreto.
—Como le decís Lore…
—Sí bueno, otra de las cosas de su familia pija.
—Pues a la pija le están poniendo los cuernos bien puestos.— Sentenció Nuria.
—No me extraña, la verdad. No sé cómo Alonso acabó con esa elementa.
Por un momento se hizo un extraño silencio. Las dos mujeres se miraron sin saber qué decirse hasta que Sandra rompió el hielo.
—Perdona Nuria, pero tengo que seguir con el trabajo.
—Sí, perdona tú. Fírmame esto.— Le extendió el albarán que Sandra firmó tras leerlo rápidamente.— Por cierto, Sandra. ¿Sabes cual es el apellido de Loreto?
—Loreto Guzmanrique de nosequé y nosecuanto. ¿Por?
—Por nada.
Nuria salió del despacho de Sandra reteniendo aquella información.
—¡Nuria, qué te dejas aquí otra vez el bolsito éste!—Le gritó Sandra asqueada por el aspectovulgar de aquel bolsito. No lo soportaba.
Pero Nuria andaba dándole vueltas a lo que quería hacer y tardó en reaccionar al grito. Recuperó su bolso repitiéndose aquel nombre y apellido que le había proporcionado Sandra. Sería lo primero que teclearía en Google tras bajar por el ascensor.