ALBERTO MORENO

Madrid,barrio de La Elipa

Parecía tener 30, especialmente en los ojos.

Su mirada cristalina, liquida, albergaba en sus pupilas, pequeños barquitos de velas blancas, fondeados en la bahía de una juventud lejana, que regresaban a cada instante a bordo de su voz cantarina, franca, sin dobleces.

Era un mujer-niña grande. Muy grande. Con el paso del tiempo su estatura no había cambiado mucho. Era alta.

Sin embargo, su contorno se había vuelto voluminoso.

Wiltrud, al levantarse para ir al baño, de pie, vista por detrás, su culo resultaba enorme.

Estaba claramente instalada en una mujer gorda y alta, pero lozana, afrutada, carnosa, como si fuese una tarta de manzana rebosante de bizcocho y nata.

Su melena rubia, corta, le aportaba la otra nota juvenil a su figura.

Yo estaba sentado en una mesa contigua en el comedor de una cervecería con Catalina y Lorenza.

Bebíamos unas cervezas y hablábamos del viaje a Mozambique de Lorenza y mío, del día siguiente.

Wiltrud ocupaba con otra mujer la mesa contigua a nuestras espaldas.

Eran amigas. Hablaban y sus palabras se oían nítidas. Su conversación inundaba las 3 o 4 mesas colindantes ocupadas por otras personas.

No era molesto, pero era evidente que echaban en falta más contertulios, mas audiencia. Su bis a bis les quedaba escaso.

Las dos se enzarzaron jocosamente en la pugna de un viaje. Wiltrud quería ir al Caribe y Ofelia, después, en medio de la charla que vino luego, nos dijo su nombre, prefería ir a Noruega.

Porfiaban.

Fiördes contra palmeras o un mar azul dulzón, contra un mar de espumas blancas y aguas gélidas, heladas.

A Ofelia, su nombre le horrorizaba. Le parecía anacrónico. Como el nombre de una santa o de una estanquera.

 Hacía mucho hincapié en insistir que ella era, moderna, liberal, que no soportaba lo convencional.

Era una mujer mas madura, que Wiltrud, en la frontera transgredida de los 50, que ella los percibía procelosos.

Tenía un aspecto acorde con su edad. No era como su amiga, una mujer-niña. Ella acusaba el paso de los años de forma armoniosa. Su vitalismo en la conversación era artificioso, forzado. Como, el de una mujer al borde de un ataque de viernes o de nervios.

Wiltrud arrollaba. Ofelia chupaba rueda.

Cuando Wiltrud lanzó el arpón de la pregunta a nuestra mesa, si Caribe o Noruega requirió a Lorenza a pronunciarse:

-‘¿Tu qué piensas?, porque tú eres de allí.- ‘¿Eres cubana, portorriqueña o dominicana?

Las facciones de Lorenza y el color de su piel la delataban. Lorenza era una mulata color miel, de talle cimbreante y ojos ligeramente achinados.

Catalina, su hermana, era otra mulata más oscura, de labios gruesos, algo maciza y de ovalo redondeado.

Wiltrud esperaba conseguir con una sola embestida dos aliadas contra Ofelia.

Contesté yo, con una guasa improvisada.

-¡No son caribeñas, son noruegas, de Oslo, es que han tomado el sol en Cabo de Gata todo el verano!.

Wiltrud contraatacó con su melena rubia casi platino.

-¡Si ellas son noruegas yo soy marroquí!

Yo continué la broma. –No me cabe la menor duda, sobre todo por el burka transparente que envuelve su melena.

Wiltrud cargó contra mi.

-¿Pero usted ha estado ya en el Caribe?

-Si, contesté.

– Yo quiero ir a los lugares auténticos, mezclarme con la gente del lugar. ¿Dónde debería ir?,inquirió.

Lorenza recomendó Samana, Cabarete, o Las Terrenas.

El conato quedó ahí. Pero los abordajes de la mesa contigua continuaban, mezclándose y enhebrándose con nuestra conversación.

Ofelia se esforzaba en recordar el titulo de un libro y el nombre del autor. Relataba la trama a su amiga pero no conseguía recordar los nombres.

Yo escuchaba el argumento y le eché un cable.

-“El misterio de la cripta embrujada”, Eduardo Mendoza.

Wiltrud enarboló un talonario de papeletas de lotería y quería vendernos a todo trance tres. Llevaban el sello de un partido político de izquierdas. Se disculpó por si aquella circunstancia pudiese molestar.

Yo, conteste que llevaba votando a ese partido 25 años.

Wiltrud se sintió muy halagada, cambió de opinión y ahora quería regalarnos la loteria.

Yo forcejé y pedí el doble, seis, y puse el dinero en su mesa.

El camarero cambió las jarras vacías por tres cervezas nuevas. Nuestras vecinas rellenaron sus copas con tónica y ginebra. Era su segunda o tercera ronda.

Cuando nosotros llegamos, estaban ellas sentadas en el bar.

Sin preámbulos,Wiltrud empezó a contar su vida.

Sin contarse un pelo comenzó.  

Dijo que había nacido en Berlín en 1963, de padre español y madre alemana.

Yo exclamé un ¡Gotteswill! Sie sind halbe deutsche und halbe spanierin.

Wiltrud estaba extrañada, ¿sprechen Sie deutsch?

Contesté, que estudie 3 años en la Universidad de Bonn. Wiltrud prefería Köln, mas divertida, más bullanguera, Bonn era como un monasterio silencioso y aburrido. Añadí que trabaje 6 meses en el periódico de Colonia, el Kölner Stadt Anzeiger.

Wiltrud volvió con su vida. A los 17 años era madre soltera. El bebé había consternado a sus padres y el día del alumbramiento, en la cama del hospital, sin saber que decir, con sus padres contemplando la criatura, Wiltrud tuvo una idea que arreglo el trance de forma magistral.

-¡Papá el bebe se llamará Leoncio como tu! El padre se emocionó. Se reconciliaron y Wiltrud recuperó las relaciones paterno filiales.

Luego, en un macro salto se refirió a su vuelta a España. No supimos establecer a ciencia cierta la cronología de su estancia en Cuatro Polvos, provincia de León donde tuvo un romance que duró 6 años estupendos.

El nombre del pueblo resulto tan cómico que Ofelia en otra puja con su amiga dijo haber estado en otro lugar todavía mas peregrino: Exento de Nostalgia, también en la provincia de León.

Los contertulios queríamos aclararle que aquello debía ser un signo de identificación y no el nombre. Puede que el letrero se hubiese caído con el viento y hubiese quedado el distintivo de abajo.

Es como la frase “la chispa de la vida” que siempre lo escriben debajo de coca-cola.

Catalina no decía ni mus. Se había empeñado en terminar con el plato de cortezas fritas que había traído el camarero. Lorenza metía poca baza.

Yo no tenía las gafas puestas. Sin ellas veo mal los rostros de la gente. Me las quito con cierta frecuencia para hablar con desconocidos. Me siento más cómodo.

Cuando, en una pausa volví a colocármelas fue cuando vi los barquitos de velas blancas en los ojos de Wiltrud.

Al despedirnos, fui a su mesa y besé a una y otra en las mejillas. Puse levemente mis manos en sus hombros. Y a la vez que emitía efusivos y calurosos parabienes, percibí de sus cuerpos vibraciones diferentes. Fue un instante, los cuerpos cuando se acercan y se tocan levemente  intercambian mensajes y sensaciones.

El cuerpo de Ofelia me sorprendió gratamente. Era cálido, moldeable, sensual. No había esperado esa sensación. Sus ojos ausentes de brillo y las arrugas marchitas de su rostro nunca lo habrían predicho.

El cuerpo de Ofelia almacenaba una pasión prisionera y aparcada “sine die”.

Wiltrud, por el contrario me transmitió otra vibración. Era como pellizcar una esponjosa gran miga de pan blanco, candeal.

Después en la calle, camino de casa con Catalina y Lorenza, andando, pensé que Wiltrud era una estupenda contertulia y que Ofelia sería una magnifica amante.

Ha transcurrido un mes.

El timbre de mi puerta ha sonado. Un motorista con aspecto de soldado alemán, forrado de casco y cuero, a bordo de una motocicleta DKW con sidecar color marrón me acaba de entregar un mensaje en alemán cifrado.

Leo el texto y traduzco:

-Preséntese esta noche en la Elipanstrasse 15, en la cervecería Albeniz.

Es evidente, que he quedado con Wiltrud para cenar.

En realidad, no se llamaba así.

Ella era alemana, pero su nombre era Pilar Rodríguez, lo dijo al final de la caótica y exuberante conversación de la noche de las jarras de cerveza, de la pugna del Caribe y del taco de papeletas de lotería.

Wiltrud Sölner es en realidad el nombre real de otra mujer. Pero eso es otra historia, para otro relato.

Pilar acaba de llegar al restaurante. Me saluda con la mano a la vez que coloca el abrigo en el perchero de la entrada del bar. Se acerca a mi mesa y nos besamos en las mejillas.

Ignoro si esta noche moriré de un indigesto empacho de tarta de manzana rebosante de bizcocho y nata o sepultado bajo el ciclópeo culo de Pilar Rodríguez.

                                            -fin-

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Un comentario sobre “Pilar Rodríguez

  1. Quedé enganchado desde el comienzo.
    La descripción de los personajes, dispares como estrellas en una noche de tormenta…los díalogos lleno de picardía, intriga y asombro…y el final tan pero tan esperado.
    GRACIAS por el momento grato de la lectura, Albertito.
    Shalom amigazo

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