ECONOMISTA

1

Septiembre 2011

Todavía quedaba un mes hasta que empezaran las clases y mis padres llevaban todo el verano dándome el coñazo para que buscara alojamiento. Tenía que dejar zanjado el asunto cuanto antes, así que el lunes a primera hora cogí el autobús del pueblo y me planté en la Facultad de Empresariales.

Entré nervioso al edificio, allí iba a malgastar mis cuatro próximos años, empezaba la carrera universitaria de ADE (Administración y Dirección de Empresas) e iba a salir de mi zona de confort, pues siempre había vivido con mis padres en el pueblo. No tenía muy claro qué es lo que buscaba exactamente, no me apetecía vivir en una residencia universitaria y tampoco quería estar en el típico piso viejo de estudiantes. Sin tener una expectativa clara, me acerqué al tablón de anuncios y apunté varios números de teléfono.

Llamé al primero, que fue el que más me llamó la atención.

«Se busca chico/a para ocupar habitación grande y espaciosa, wifi, buen precio, zona cerca de las facultades».

Me pareció extraño que ofrecieranwifi en un piso de alquiler y era un buen reclamo que estuviera bien situado. En el anuncio había un número de teléfono y llamé para hablar con el dueño.

―¿Diga?

―Sí, hola, ¿Fernando?

―Sí, soy yo.

―Ah, vale, llamaba por el anuncio de la habitación que se alquila, no sé si sigue disponible…

―Sí, sigue disponible.

―¿Y podría acercarme a verlo?, es que soy de fuera y solo voy a estar hoy en la ciudad.

―De acuerdo, ¿te viene bien dentro de una hora?

―Sí, vale.

―Pues perfecto, te mando la dirección por WhatsAppy dentro de una hora nos vemos.

―Allí estaré. Hasta luego.

La primera impresión con el dueño no me pareció ni mala ni buena, en cuanto colgué, puse la dirección en Google Maps y apenas estaba a cuatro minutos andando de la universidad, eso era un gran punto a favor; pero de todas formas apunté varios números de teléfono más y llamé para concertar otras tres citas.

Uno me dijo que me podía pasar inmediatamente a ver el piso, así que me acerqué hasta allí para hacer  tiempo hasta la cita con Fernando. El piso era viejo y tenía cuatro habitaciones, el dueño me dijo que ya había alquilado dos y le quedaban otras dos libres, el precio eran ciento cincuenta euros más gastos y me estuvo dando una vuelta. No es que me gustara mucho, pero no podía cerrarme ninguna opción; así que le dije que le llamaría durante el día para decirle si me quedaba o no.

Cuando terminé esa primera visita, fui andando con calma hasta la dirección que tenía marcada en Google MapsAl llegar miré bien porque pensé que me había equivocado, estaba a la puerta de un impresionante chalé y, con muchas dudas, llamé al timbre. Había llegado diez minutos antes de la hora concertada, pero no podía esperar más.

Salió a abrirme un señor bastante agradable, con el pelo canoso y gafas. No parecía muy mayor, a pesar de las ojeras, rondaría los cuarenta y cinco años, y se acercó hasta la puerta.

―¿Adrián?

―Sí, hemos hablado antes…

―Vale, pasa, pasa…

Al entrar al chalé apareció ella y vino a saludarme también. Fue la primera vez que la vi. Era Mónica, la mujer de Fernando.

―Hola ―me saludó con voz seria y firme.

Reconozco que me intimidó un poco, era una mujer muy guapa, tendría cuarenta años, pero parecía mucho más joven que su marido. Alta, sobre 1,70, pelo castaño, con una melena muy bonita, ojos grandes, labios carnosos, bajo la camiseta, parecía ocultar unos pechos de buen tamaño y el pantalón vaquero le quedaba de maravilla a su fantástico culo. Me quedé prendado de ese trasero en cuanto lo vi, no era un culito de esos pequeños y perfectos, no, era un culazo grande, redondo, de caderas anchas, y le sentaba fenomenal al conjunto de su cuerpo. A pesar de ir en vaqueros, tenía pinta de que las piernas tampoco desentonaban para nada con aquellos glúteos.

Primero me estuvieron enseñando la planta baja, tenía un salón muy grande, una cocina espaciosa, un pequeño baño, y salimos al jardín de la parte trasera, el chalé por dentro era espectacular y aquello no me cuadraba para nada, yo era un simple estudiante que estaba buscando alojamiento y a pesar de que el precio no era problema para mis padres, tenía claro que no me iba a poder permitir vivir en aquel sitio.

A pesar de todo, seguí con la visita, lo que fuera con tal de seguir viendo el culo de Mónica moviéndose a cada paso que daba. Después subimos por la escalera y llegamos a la zona de las habitaciones. Me las enseñaron de pasada, había tres y dos baños.

―Este sería tu baño para ti solo… ―me dijo Fernando antes de seguir subiendo por las escaleras hasta la tercera planta―. Y esta sería tu habitación. ¿Qué te parece?

Al entrar no podía creerme lo que estaba viendo, era una impresionante habitación abuhardillada y tendría, por lo menos, treinta metros cuadrados. Me imaginé viviendo allí y me encantó la idea. El sitio era perfecto.

―¡Guau!, está genial… ¿Y esta sería mi habitación?

―Sí.

―Bueno, me encanta, pero no hemos hablado de precio, ¿por cuánto me saldría todo esto?

―Cuatrocientos euros con gastos incluidos ―dijo Mónica.

Cuatrocientos euros. Era pasta, pero no era tan caro como una residencia universitaria; además, el chalé bien lo merecía. Volvimos a bajar las escaleras y todavía me quedaba una última sorpresa que se habían reservado para el final; debajo había una bodega para celebraciones y al otro lado una piscina pequeñita cerrada de unos cinco metros de largo y tres de ancho.

―¡Joder!, ¡qué pasada!, lo tenéis todo impecable, tengo que hablarlo con mis padres, pero no creo que haya problema, me encanta el chalé y está muy cerca de la facultad.

―¿Qué vas a estudiar? ―me preguntó Fernando.

―ADE.

―Entonces, sí, está aquí al ladito.

―Solo una cosa, ¿cuántos estudiantes viviríamos aquí?, esto es muy grande…

―¿Cómo que cuántos estudiantes? ―me preguntó Fernando.

―Sí, he visto que en la segunda planta había varias habitaciones y no sé cuántos vamos a ser…

―No, perdona, pensé que te habías dado cuenta, eh… Mónica y yo vivimos aquí, es nuestra casa, y solo queremos a un estudiante en la habitación de arriba…

―¿Entonces viviría yo solo con vosotros?

―Sí, tienes tu habitación y luego puedes usar el resto de la casa, claro, el jardín, la bodega si quieres hacer alguna pequeña fiesta con los amigos, la piscina… ¿Cómo lo ves?

―Pues…, eeeh, me parece muy bien, la verdad…

Menuda sorpresa. Eso sí que no me lo esperaba, no se me habría pasado por la cabeza ni remotamente esa opción. Vivir con un matrimonio, que, además, parecían bastante agradables y educados. El chalé era de lujo y el precio tampoco me parecía tan abusivo. Era justo lo que estaba buscando sin tan siquiera saberlo, no iba a tener que aguantar a otros estudiantes, me libraba de vivir en una residencia y tenía una habitación espaciosa para mí solo.

―Vale, pues, si os parece bien, me quedo con la habitación, no soy de aquí y quería dejar ya algo seguro antes de volverme hoy al pueblo. ¿Os pago alguna señal o una reserva?

Mónica y Fernando se miraron, creo que les había causado una buena impresión, pero no se les veía convencidos del todo.

―Te llamamos en un ratito y te confirmamos, ¿de acuerdo? ―me dijo Fernando.

―Perfecto, pues espero vuestra llamada ―contesté estrechándoles la mano a los dos a modo de saludo.

Me fui un poco triste, sinceramente, no pensé que fuera a tener tanta suerte de poder vivir en un sitio así, y antes de volver al pueblo estuve viendo un par de pisos más; uno de ellos no estaba nada mal, pero, claro, después de haber estado en el chalé de Mónica y Fernando, no había color.

Estuve comiendo en un McDonald’smientras buscaba otros pisos, hasta las siete de la tarde, no salía el autobús de vuelta al pueblo y todavía tenía tiempo. Llamé a mis padres para decirles que había encontrado un par de cosas interesantes y les hablé del chalé para asegurarme de que no iba a haber problemas económicos si el matrimonio me aceptaba.

Y cuando estaba terminando de comer, me sonó el móvil. Era Fernando, el corazón se me puso a mil pulsaciones en cuanto vi su nombre.

―Sí, Fernando, dime.

―Vale, Adrián, hemos estado hablando y nos parece bien, Mónica y yo estamos de acuerdo con que vivas con nosotros, lo único, bueno, vamos a hacerlo legal, tendrías que pagarnos un mes de fianza, sería un contrato de un año, si entras en octubre, pues hasta octubre del año que viene y la semana que viene te llamaríamos para que firmes el contrato y nos pagues la fianza, ¿de acuerdo?

―Sí, sí, claro, genial…

―Pues la semana que viene te llamamos con tiempo para que te puedas organizar, pero cuenta con la habitación para este curso.

―Perfecto, muchísimas gracias.

Colgué la llamada y respiré aliviado de satisfacción. Luego llamé a los otros pisos para decirles que ya había encontrado alojamiento y a mis padres para contarles la noticia.

A las siete me volví al pueblo en el autobús, dispuesto a pasar un mes de fiesta antes de empezar la universidad. A mis dieciocho años solo quería divertirme y estar con chicas, ya habría tiempo de pensar en los estudios.

Pero se presentaba un año ciertamente interesante viviendo con aquel matrimonio.

2

Les costó mucho tomar esa decisión. Era lo último que querían hacer, pero no les había quedado otro remedio. Estaban pasando por muchas dificultades económicas, la crisis les había golpeado de lleno y quizás no habían previsto que se presentara tan de repente; pero una vez que llegó se llevó todo, como un huracán que arrasa con lo que se pone por delante.

Gozaban de tan buena posición que pensaron que eso de las crisis era para otros, en plena burbuja inmobiliaria, Mónica y Fernando habían dejado sus trabajos y tenían una pequeña promotora con la que estaban ganando mucho dinero; y cuando llegó la crisis, se comió todos sus ahorros en unos pocos meses, habían invertido en la construcción de nuevas viviendas que de un día para otro se quedaron paradas y no les quedó más remedio que desprenderse de casi todos sus bienes materiales.

Tuvieron que vender su apartamento de la costa, sus lujosos coches y, además, hacer frente a una generosa multa que les había llegado de Hacienda por un error de su administrador. Cuando se quisieron dar cuenta, no tenían trabajo ni dinero y solo les quedaba el lujoso chalé que se habían construido.

Por suerte para ellos, no les faltaba por pagar mucha hipoteca, pero les costaba seguir haciendo frente a los gastos que conllevaba tener un chalé así e iban a luchar con todas sus fuerzas para que el banco no se quedara con su casa. Estaban dispuestos a hacer lo que fuera por no perder su última propiedad. Lo único que tenían.

Y es que Mónica y Fernando querían haber formado una familia, pero lo fueron dejando y cuando se quisieron poner, en plena crisis económica, Mónica no se quedó embarazada. Habían sido dos años muy duros, visitando médicos públicos y privados, gastándose un dinero que no tenían. Y nada. Al final no habían conseguido su objetivo, lo cual los llevó, sobre todo a Mónica, a una depresión importante.

Aquello duró unos meses y Mónica, cuando aceptó su situación, fue mejorando poco a poco. Aprovechó que estaba en paro y se puso a estudiar una oposición una vez que las cosas se estabilizaron. Era buena con los números, llevando las cuentas de casa, pero no podía hacer magia, así que fue sincera con su marido.

―Fernando, se nos acaba el paro a los dos, casi no tenemos dinero en la cuenta y dentro de poco vamos a dejar de percibir ingresos, tenemos que ponernos a trabajar ya, sí o sí, y buscar dinero de debajo de las piedras para poder pagar la hipoteca.

―Está bien, Mónica, he estado buscando, ya lo sabes, y no encuentro nada, soy un buen oficial y aunque ahora está parada la construcción, iré donde haga falta; pero quiero que sigas estudiando la oposición.

―No puedo permitirme seguir estudiando, tengo que trabajar en lo que sea, no me importa, como si tengo que fregar portales.

―Buscaré trabajo, en Madrid conozco gente que está currando y todavía tenemos contactos, si tengo que irme allí a trabajar, me iré.

―Tenemos tres meses como mucho, la situación ya es dramática.

―Está bien, ahora mismo voy a ponerme a ello.

―También había estado pensando en que podríamos hacer lo mismo que… Sandra y José… ―le dejó caer a su marido.

―No, Mónica, eso no…

―¿Por qué no?, sería algo temporal… Tampoco pasaría nada…

―Mónica, no quiero meter a nadie en nuestra casa, joder, solo de pensarlo, ¡¡menuda mierda!!, ¿cómo hemos llegado a esto?

―No es tiempo para lamentarse, Fer, ahora lo que hay que hacer es buscar soluciones.

―Vamos a pensarlo bien, déjame un par de días, a ver si encuentro algo, y luego lo valoramos bien.

Finalmente, no les quedó otra solución y cuando pasó el verano, se pusieron a buscar inquilino. Hicieron una limpieza en profundidad de la habitación que tenían en la planta alta y la acondicionaron dejándola en perfectas condiciones para meter a algún universitario, y después Fernando se pasó por todas las facultades para poner un anuncio en sus tablones. La misma mañana que los había puesto recibieron la llamada de Adrián, que fue el primero que se pasó a ver el chalé

El chico les causó una grata impresión, parecía bastante normal y educado. No se habían planteado si preferían chico o chica como inquilino y tampoco podían arriesgarse a quedarse sin nadie; así que, después de la visita de Adrián, lo estuvieron discutiendo un poco y finalmente se decidieron por él.

Prepararon un pequeño contrato privado y la semana siguiente llamaron al chico para que pasara a firmarlo. Lo acompañaron sus padres, que dieron el visto bueno al chalé donde iba a vivir. Además, hicieron buenas migas con Fernando y Mónica, era un matrimonio muy agradable y les pareció muy bien que su único hijo fuera a vivir con ellos el primer año que se iba de casa, así estaría protegido en cierta medida.

Les pagaron los cuatrocientos euros de fianza y formalizaron el contrato con un apretón de manos.

―Bueno, Adrián, pues cuando quieras, puedes ir trayendo tus cosas ―le dijo Fernando―. Ya tienes casa para tu primer año en la universidad.

3

Septiembre se me pasó muy deprisa, a mediados eran las fiestas del pueblo y fue un no parar de salir con los colegas. Se me iba a hacer muy raro separarme de ellos, la universidad no estaba muy lejos de casa, a unos cien kilómetros, y mi idea era volver todos los fines de semana para seguir viéndonos.

Por aquel entonces, tenía una medio novia, con la que llevaba muchos años, Lara, lo habíamos dejado varias veces y al final siempre volvíamos a juntarnos; pero antes de empezar en la facultad no quería ninguna atadura y rompí con ella definitivamente. Necesitaba estar libre.

Tres días antes del inicio de curso preparé la maleta y mis padres me llevaron en coche hasta el chalé de Mónica y Fernando. Estuvieron un rato conmigo y luego se marcharon, dejándome solo con ellos. Comenzaba una nueva etapa en mi vida.

Me encontraba raro en esa casa que era desconocida para mí. Estuve un rato trasteando por la habitación y guardando la ropa en el armario. Tenía una buena mesa de estudio con una lámpara y una cama pequeña en el centro. Me tumbé en la cama a mirar el móvil y no tenía ningún whatsapp, miré el Facebook y después me puse a escuchar música. Tenía sobre la mesilla el contrato que había firmado con Mónica y Fernando, en él venía la edad de los dos, Fernando, cuarenta y cinco, y Mónica, cuarenta y dos; además, me enteré de su nombre completo con los apellidos, por lo que se me ocurrió la idea de espiar para ver si Mónica tenía Facebook. Efectivamente, encontré su perfil gracias a sus apellidos, debía tener muchas fotos privadas y solo había cinco públicas.

Me quedé mirando detenidamente su perfil, Mónica me parecía una mujer muy atractiva, las fotos eran de hacía unos cuantos años, cuando ella era más joven, pero ahora seguía siendo igual de guapa, incluso me parecía que había mejorado con los años. Tenía una mirada penetrante, con sus ojos grandes, una boca muy apetecible y un alucinante culo que lucía en una foto con unos vaqueros ajustados.

Estuve dudando de si enviarle una petición de amistad, pero finalmente no me atreví, no me parecía muy pertinente hacerlo todavía, apenas nos conocíamos y ya tendría tiempo más adelante.

Sobre las ocho y media de la noche, tenía hambre y me preparé para salir a cenar algo, bajé a la cocina y Mónica y Fernando me dieron un juego de llaves.

―Esta es de la puerta de fuera, esta es la de casa y esta, la del buzón.

―Muchas gracias.

―Todavía no habrás comprado nada de comida, íbamos a salir a cenar al jardín, estoy preparando una tortilla de patatas y una ensalada, ¿te apetece cenar con nosotros?, así nos vamos conociendo un poco… ―me preguntó Mónica.

―Eh…, sí, claro…, estaría muy bien…

Aprovechando los últimos rayos de sol del día, salimos al jardín y nos sentamos en la mesa. Era un patio grande y bien cuidado, decorado con muy buen gusto, como el resto de la casa, con césped artificial, un par de tumbonas para tomar el sol y una pequeña zona de barbacoa; realmente, era lo que más me llamaba la atención, lo cuidado y limpio que lo tenían todo.

―Tenéis el patio muy bonito…

―Muchas gracias ―me dijo Mónica.

―Ya me he fijado en que el resto de la casa está igual, espero colaborar con las tareas de limpieza…

―Eso estaría bien, ja, ja, ja, bueno, ya te habrás dado cuenta de que Mónica es un poco maniática de la limpieza ―dijo Fernando―. Solo esperamos que cuides bien tu espacio, tienes que ocuparte de tu baño y tu habitación, principalmente, hombre…, si manchas la cocina y tal, pues lo normal es que la recojas y la dejes limpia…, pero yo creo que nos vamos a llevar bien…

―Eso espero…

―Eh, ¿cómo que soy una maniática? ―dijo Mónica en bromas.

―Un poco sí, eh…, ja, ja, ja.

―Pues para limpiar todo esto te debe llevar tiempo ―intervine yo mientras le hincaba el diente a la tortilla―. Mmmm, deliciosa, por cierto.

―Muchas gracias, solo es cuestión de organizarse un poco, me gusta levantarme pronto…

Disfruté de una velada muy agradable con mis nuevos caseros, eran simpáticos y se veían muy buena gente, sobre todo Fernando; además, la cena estaba estupenda, Mónica había preparado una ensalada fresquita, tortilla de patata y una Coca-Cola. El clima era perfecto y para ser finales de septiembre, hacía bastante calor todavía.

Y aparte de la cena pude deleitarme con la belleza natural de Mónica, no iba nada maquillada y llevaba el pelo recogido en una coleta. Cuanto más la miraba más guapa me parecía, y sin querer se me fue la vista un par de veces a sus muslos, llevaba unos shorts vaqueros y estaba sentada con las piernas cruzadas, me gustaba cómo le brillaban y tenía pinta de tener la piel muy suave, además, llevaba una camiseta de tirantes blanca sin escote, pero debajo se adivinaban unos pechos bonitos. Intenté no ser muy descarado, que no se dieran cuenta de que se me iba la vista a su cuerpo, no era plan que me pillaran así, recién aterrizado, como quien dice.

A mí me gustaban mucho más las chicas de mi edad y nunca me había fijado en una MILF (madre a la que me gustaría follarme) como Mónica, pero al tenerla así, tan cerca, supe que el año se me iba a hacer muy duro conviviendo a diario con aquella mujer tan atractiva.

Después de cenar nos quedamos un rato charlando en el jardín, incluso se nos hizo de noche antes de que Mónica se retirara.

―Bueno, chicos, os dejo, voy a darme un baño.

Cuando nos quedamos solos, Fernando me dijo que a su mujer le gustaba meterse en la piscina todas las noches antes de acostarse.

―Mónica es muy de costumbres, se da un bañito después de cenar, luego vemos un poco la tele y a las once ya suele estar en la cama. Es muy disciplinada para los estudios y dice que es la única manera de poder sacarse la oposición…

Yo me quedé un rato más con Fernando en el jardín antes de despedirme de él y agradecerle que me hubieran invitado a cenar. Al llegar a la habitación estuve pensando en Mónica, también me dieron ganas de bajar a bañarme a la piscina y poder ver a mi anfitriona en bikini, tenía que ser una imagen imponente, pero tampoco quería forzar ninguna situación y menos siendo mi primer día.

Eso sí, encendí el portátil y me estuve haciendo una paja en mi habitación mientras veía algo de porno antes de echarme a dormir. Cuando ya estaba bien caliente, me acordé de Mónica y copié en una carpeta las cinco fotos que tenía en su Facebook, dos eran de su cara y la que más me gustaba era la que estaba en vaqueros.

Las estuve pasando despacio, deleitándome con ellas, fijándome en cada detalle, mientras me la meneaba sin ninguna prisa, me estaba haciendo una paja de lujo y así terminé el primer día en mi nueva habitación, corriéndome en la cama con una foto de Mónica. Supe que no iba a ser la última y que aquella mujer iba a ser, indiscutiblemente, mi nueva musa pajillera durante el curso escolar.

Apenas la conocía, pero ya me gustaba demasiado.

4

Dormí de maravilla mi primera noche, sobre las ocho y media, me levanté dispuesto a salir a correr un rato y hacer ejercicio. Bajé al salón y Mónica estaba estudiando muy concentrada en la mesa.

―Buenos días, Adrián, ¡qué madrugador!, tienes café en la cocina por si quieres desayunar ―me dijo.

―Muchas gracias, no tomo café, no te preocupes, voy a salir a correr un rato y luego iré a hacer la compra al súper, así ya me empiezo a organizar…

―Por cierto, luego voy a hacer lentejas, si quieres comer con nosotros, no me importa echar un puñado más.

―Pues, muchas gracias, acepto esa invitación, otra vez, me parece bien, déjame que al menos compre yo el pan y alguna cosa más…

―Como quieras… Fernando va a ir hoy de compras, si quieres, vete con él, así puedes traer más cosas en el coche. Le diré que te espere y vais juntos.

―Vale, perfecto, muchas gracias, Mónica, te dejo, no molesto más, sigue estudiando.

Una hora más tarde regresé de correr y salí al patio a hacer unos ejercicios de estiramiento. Mónica y Fernando habían terminado de desayunar y al poco apareció ella con una cinta en el pelo y unas mallas negras Nike con un top gris.

―Creo que te hago el relevo ―me dijo con un altavoz de música en la mano―. Ya le dije a Fer que te esperara para ir de compras.

―Vale, muchas gracias.

Mientras terminaba los estiramientos, Mónica puso música y comenzó a hacer unos ejercicios de fitness en el jardín, se le daba bastante bien y se notaba que estaba en muy buena forma. Estuve viéndola un par de minutos y tuve que irme cuando se puso con el culo en pompa estirando una pierna hacia atrás a la vez que levantaba el brazo. La imagen era muy potente con Mónica a cuatro patas y me imaginé lo que tenía que ser follársela en esa postura. Disimuladamente, tuve que salir del jardín, pues ya lucía una erección bajo los pantalones, y fui al baño de la segunda planta para pegarme una ducha antes de ir con Fernando de compras.

Me había hecho una lista de la compra, pero, sinceramente, no sabía ni por dónde empezar, no tenía ni puta idea de cocinar y tampoco era plan de alimentarme todo el día de comida basura; sin embargo, parecía que estaba de suerte y Fernando, leyendo mis pensamientos, me ofreció un plan que nos beneficiaba a todos.

―Esta mañana he estado hablando con Mónica y me ha dicho que no le importa hacerte la comida, ya viste ayer que cenamos ligero, alguna crema de verdura, tortilla, un pescado a la plancha, un sándwich, cosas así, si quieres, ponemos un fondo común para comida, luego aparte tú te puedes comprar lo que quieras, si te apetece tener alguna pizza en el congelador y coge lo que te guste para desayunar…

―Jo, me parece genial, no sabes lo que os lo agradezco, no tengo problema, me decís cuánto tengo que poner de dinero y sí, prefiero que Mónica se encargue del tema de la comida, conmigo no vais a tener ningún problema, me da igual, me gusta casi de todo…

―Pues perfecto, además, entre tú y yo, creo que así Mónica se queda más tranquila y tiene la cocina a su gusto, es bastante «especial» con el tema de la limpieza… ―bromeó Fernando.

―A mí me parece una solución ideal…

Hicimos una compra común y luego yo me pillé algo para mí, bollería, fruta, pizzas, chocolate…, todo ese tipo de cosas y productos para la higiene personal que dejé en mi baño de la segunda planta. Me habían dejado un par de baldas en la cocina para colocar mi comida y cuando terminé, me subí a la habitación.

No tenía nada que hacer, habíamos quedado para comer a las dos y todavía faltaba una hora , así que saqué el bañador y me bajé a la piscina para pegarme un baño. El lugar era fantástico, la piscina estaba metida en una especie de cristalera, había una pequeña abertura con escaleras por un lado para meterse y al entrar al agua estaba a muy buena temperatura, no es que se pudiera nadar mucho, pues solo tenía unos cinco metros de largo, pero para darse un chapuzón, estaba de lujo.

Me quedé un rato en el agua metido, con los ojos cerrados, los brazos por fuera y la cabeza hacia atrás, no se escuchaba ningún ruido y no me extrañaba que Mónica bajara por las noches, seguro que un baño la relajaba antes de irse a la cama. Estuve pensando en ella, la imagen de por la mañana no se me iba de la cabeza, tampoco era para tanto, solo estaba en mallas haciendo un poco de deporte, pero ese culo a cuatro patas me pareció majestuoso; además, se le marcaba perfectamente el coño desde atrás y, pensando en esas cosas, volví a empalmarme bajo las bermudas.

Tuve que distraerme para no salir así del agua, tampoco había nadie en la zona de la piscina, pero no quería cruzarme con Mónica o Fernando de camino a la habitación, pues la erección bajo el bañador era más que evidente.

Me puse una camiseta y una toalla envolviendo mi cintura y subí hasta la planta principal, Mónica ya había terminado de estudiar y estaba preparando las lentejas para comer.

―¿Qué tal el baño?

―Pues, qué quieres que te diga, es una gozada la piscina.

―A mí me lo vas a decir, yo la uso todos los días.

―No me extraña, yo creo que también voy a bajar bastante, me parece a mí… Bueno, voy a cambiarme y ahora bajo a comer.

Por desgracia para mí, Mónica ya no llevaba las mallas de por la mañana y se había vuelto a poner los pantalones vaqueros que solía llevar por casa. Iba muy casual, con una sudadera de color gris con capucha y una camiseta de tirantes debajo. Me gustaba lo natural que era, con una ropa muy sencilla y sin usar maquillaje.

Al llegar a la habitación me quité el bañador mojado y antes de vestirme me tumbé desnudo en la cama. Encendí el ordenador portátil y me volví a pajear viendo las fotos de Mónica. No llevaba ni veinticuatro horas en la casa y ya me había corrido dos veces con ella.

Necesitaba urgentemente que empezaran las clases para estar distraído en otras cosas o iba a terminar con la polla destrozada de tanta paja.

Se confirmaron mis sospechas y pude comprobar que Mónica era una cocinera estupenda, las lentejas que había preparado estaban buenísimas y, cuando terminamos de comer, me ofrecí para ayudarlos a fregar y a recoger la cocina. Entre los tres, no tardamos nada y una vez que terminamos me subí a la habitación y dejé al feliz matrimonio en el salón.

Estuve un rato jugando con el móvil en la cama y después me eché una pequeña siesta, casi dos horas, cuando bajé al salón, Mónica estaba estudiando y Fernando trasteaba con el portátil en el sofá, supongo que buscando trabajo.

Con un escueto «buenas tardes» para no interrumpirlos, salí al jardín, hacía bastante calor, estaba el cielo despejado y me recosté en una de las tumbonas para tomar el sol. Menudo día me estaba pegando, parecía que estaba en un hotel de lujo, ejercicio, piscina, comida a mesa puesta, siesta y después tomar el sol en el jardín. A lo bueno se acostumbra uno rápido y sabía que había acertado de lleno en mi decisión de compartir piso con Mónica y Fernando.

Estuve otro par de horas vuelta y vuelta al sol escuchando música con los cascos, sin ninguna preocupación. Sobre las siete de la tarde, salió Mónica al patio y me dijo que iba a hacer un ratito yoga. Extendió una esterilla sobre el césped y se sentó con las piernas estiradas, mientras, sonaba música relajante.

―¿Has practicado alguna vez yoga? ―me preguntó al ver que me quedaba mirándola.

―No, no creo que eso sea para mí, estoy tieso como un palo…

―Na, eres muy joven, seguro que enseguida ganarías en elasticidad… Deberías probar, seguro que te gusta, con Fernando, ya ni lo intento, no le gusta mucho el deporte que digamos…

Me levanté de la tumbona y me quedé sentado unos segundos, estaba sin camiseta con el pecho descubierto y debido al sol llevaba una buena sudada encima. Entonces, Mónica apartó rápido la vista al verse sorprendida mirándome y encendió el altavoz para comenzar con su sesión de yoga. Me puse la camiseta que llevaba en la mano y al pasar a su lado le dije:

―Otro día me apunto si me dejas…

―Todos los días a esta hora practico cuarenta minutos, así que sin problemas… ―me respondió con las piernas estiradas y la cabeza pegada a sus rodillas mientras se sujetaba los tobillos.

Llegué a la habitación un tanto inquieto, no sé si habían sido imaginaciones mías, pero me había parecido haber pillado a Mónica mirándome de forma un tanto extraña. Me quité la camiseta y me quedé frente al espejo, no me consideraba un guaperas con mi cara aniñada, aunque en el pueblo había tenido mucho éxito con las chicas, a mis dieciocho años, no era especialmente alto, sobre 1,76, pelo moreno y un cuerpo muy fibrado debido al ejercicio.

Bajé al baño de la segunda planta y me pegué una ducha, al salir iba despreocupado y tan solo llevaba una toalla blanca envolviendo mi cintura mientras me secaba el pelo con otra más pequeña. Ni me di cuenta de que Mónica subía por la escalera y justo nos cruzamos en la puerta de su habitación. Ella ni se inmutó, como si no me hubiera visto.

―¿Qué tal el yoga?

―Fenomenal…, deberías probarlo, te va a gustar…

―Mañana, cuenta conmigo…

―Vale, a las siete empezamos… ―me dijo antes de meterse en la habitación sin tan siquiera mirarme.

Llegué a la habitación y me puse frente al espejo mientras me secaba el pelo. Se me marcaba perfectamente la tableta de abdominales y me extrañó que ella no se hubiera fijado en mí. Me había durado poco la alegría de pensar que una mujer como Mónica pudiera tener el más mínimo interés en un niñato como yo. Me había flipado un poco en el jardín pensando que ella me miraba de forma libidinosa o algo parecido. Iba a ser mejor no pensar en ese tipo de cosas.

Un rato más tarde bajé a cenar y pasamos otra velada agradable en el jardín. Esta vez Mónica se puso un vestido veraniego bastante ajustado, era blanco con rayas azules horizontales, la falda era bastante corta y le hacía un culazo tremendo, debajo llevaba unas deportivas blancas que le daban un aire juvenil, además, llevaba el pelo suelto y se había colocado las gafas de sol sobre la cabeza.

―Ya me ha dicho Fernando que vas a comer con nosotros, para organizarnos mejor, voy a dejar el menú semanal en la puerta del frigo, con las comidas y las cenas, y ya sabes las horas, a las dos para comer y ocho y media para cenar, cuando no quieras o no te guste, me lo dices, o si quieres hacerte algo por tu cuenta, también sin problemas… Si algún día quieres algo, pues lo podemos ver… ―me dijo Mónica.

―Vale, me parece perfecto, creo que salgo a las dos de la universidad, así que llegaré un poco tarde, pero si queréis ir comiendo vosotros, no pasa nada.

―No, hombre, si llegas pronto, te esperamos, por cinco o diez minutos no pasa nada ―dijo Fernando―. ¿Y qué tal de momento aquí? ¿Estás bien?

―Sí, claro, cómo no voy a estarlo, me encanta la habitación, la casa, estar con vosotros…, la comida, ja, ja, ja.

―Ja, ja, ja, gracias ―respondió Mónica al halago por lo buena cocinera que era.

Y es que nos había preparado un pescadito al horno que estaba ideal. Ellos se abrieron una botella de vino blanco y yo preferí beber agua. No podía estar más a gusto en el jardín, con una temperatura cálida y cenando con aquel matrimonio que apenas conocía, pero que ya empezaban a ser casi como de la familia.

Diez minutos después de terminar de cenar, Mónica volvió a dejarnos solos.

―Bueno, chicos, voy a la piscina, si ya no te veo, buenas noches, Adrián… y hasta mañana… ―me dijo ella.

―Buenas noches.

Intenté ser disimulado, tampoco era plan de quedarme mirando de forma descarada el culo delante de su marido, pero no pude evitarlo y la vista se me fue un par de segundos a esos impresionantes glúteos que se movían tan armoniosamente al caminar. El vestido le sentaba fenomenal, aunque no disimulaba las anchas caderas de Mónica, realzaba sus curvas, y Mónica sabía lucir perfectamente sus encantos de mujer, que no eran pocos.

Fernando se dio cuenta de que había mirado a su mujer, pero, evidentemente, no dijo nada, lo debió considerar normal que un chico de dieciocho años se fijara en un culo así. Él también lo hubiera hecho.

Estuve un poco más con él y luego me subí a la habitación, me hubiera gustado cruzarme en la escalera con Mónica mientras bajaba a la piscina, pero no nos encontramos. Ya tendría ocasión de verla en bikini. Me tumbé en la cama fantaseando con ella y el vestido veraniego que llevaba puesto en la cena y no lo pude evitar, tuve que volver a sacarme la polla y me hice otra paja pensando en Mónica. La tercera desde que estaba allí.

Aquella mujer iba a volverme loco.

5

Al día siguiente me levanté temprano, sobre las nueve, Mónica estaba en la cocina desayunando sola y me preguntó si quería algo.

―Voy a salir a correr, gracias, me gusta entrenar en ayunas. ¿Te acabas de levantar?

―No, llevo ya un par de horas estudiando, y luego voy a hacer un poco de ejercicio en el jardín.

―Estupendo, bueno, Mónica, luego nos vemos…

―Hasta luego…

Salí a correr una hora por los alrededores y cuando terminé, entré en la Facultad de Empresariales, al día siguiente empezaba ya las clases y estaba un poco nervioso. Repasé los listados para asegurarme a qué aula tenía que ir y luego me acerqué hasta allí para saber dónde estaba exactamente. Desayuné en la cafetería, que ya tenía algo de ambiente, y luego me volví al chalé.

Mónica estaba estudiando de nuevo en la mesa del salón y me subí a la habitación después de un simple saludo para que no perdiera la concentración. No tenía mucho que hacer hasta la hora de la comida, así que me pegué una pequeña ducha antes de bajarme a la piscina; tampoco era plan de meterse en el agua hecho un cerdo.

Estuve chapoteando un rato, porque tampoco es que se pudiera nadar mucho, y luego me quedé tranquilo, disfrutando del silencio y la calma del agua. Con los ojos cerrados, me fue inevitable pensar en mis anfitriones, era un matrimonio peculiar, Mónica era un ordenador con patas y a Fernando se le veía muy buena persona y con un carácter muy distinto al de su mujer.

Me pregunté cómo serían en la cama, me era muy difícil visualizarlos teniendo sexo, no pegaban nada, aunque se llevaban muy bien, tampoco es que llevara mucho tiempo en la casa, pero no me los imaginaba discutiendo y, además, cada uno tenía delimitadas perfectamente sus tareas en la casa, lo que ayudaba a la convivencia. Supuse que tenía que haber sido muy duro para ellos haber metido a un desconocido en su casa y que estaban pasando por problemas económicos, Fernando no tenía trabajo y Mónica se estaba preparando una oposición, a pesar de ello, se notaba que les gustaban las cosas buenas, comida, ropa de marca, y que tenían buen gusto, en general. El chalé estaba impecablemente decorado, no le faltaba detalle, la cocina moderna, los muebles de jardín, sofás de calidad, electrodomésticos buenos, la piscina, la bodega que se habían hecho…, rezumaba pasta y clase por todos lados.

Y yo no hacía más que pensar en Mónica, lo que más me gustaba evidentemente era su fantástico trasero, pero me ponía todo en general, su pelo, la sonrisa, la elegancia que tenía, sus piernas. Era una señora, MUJER, en mayúsculas, y yo, un pobre desgraciado que fantaseaba con…, no sé con qué fantaseaba, sinceramente, veía a Mónica tan inalcanzable que incluso me costaba imaginar que tenía algo con ella. Cuando me pajeaba, solo lo hacía mirando sus fotos y disfrutando de su cuerpo, nada más.

Precisamente, pensando en su culo, se me empezó a poner dura bajo el agua y me desabroché el nudo del bañador para comenzar a masturbarme, estaba de espaldas a la puerta y, aunque entrara alguien, no se me vería lo que estaba haciendo, estaba tan cachondo que incluso me bajé un poco el bañador para sacarme la polla, por un momento, llegué a fantasear con que Mónica entraba y me pillaba así, lo que me hizo ponerme más caliente todavía. Me hubiera gustado bajarme el bañador del todo, incluso quitármelo en esa piscina en la que Mónica se había bañado tantas veces, pero no quería arriesgarme a que me pillaran. No sé qué iban a pensar de mí si el segundo día me descubrieran en pelotas y empalmado en su lujosa piscinita.

Continué tocándome con la polla fuera, era una sensación muy agradable, no tenía ninguna preocupación ni se escuchaba ningún ruido. Solo estaba yo con mi paja. No me quise correr en el agua y veinte minutos más tarde salí de la piscina con una buena empalmada bajo el bañador.

Subí por la escalera, después de secarme un poco, y me metí en la habitación para vestirme. Bajé a la cocina y Mónica estaba haciendo la comida.

―¿Te puedo ayudar?, huele de maravilla…

―Pues sí, mira, estaba preparando unas albóndigas, mira, coge así la carne picada y me las vas haciendo, de este tamaño más o menos…

―Tienen una pinta estupenda…

―Y mejor saben, hoy voy a hacer unos guisantes salteados con jamón y huevo y unas albóndigas.

―Pues es un menú fenomenal, por cierto, ¿Fernando no está?

―No, ha salido a comprar el pan y a darse una vuelta, no creo que tarde mucho en volver…

Seguí ayudando a Mónica y sobre las dos menos cuarto ya estaba todo listo, puse la mesa en el jardín y a las dos en punto ya estábamos comiendo. Era increíble la organización de Mónica y lo bien que cocinaba. Aquella mujer lo hacía todo bien, y con esas curvas, lo bien que se movía haciendo fitness y la elasticidad que tenía, en la cama debía ser poco menos que una puta diosa.

Sabía que unas semanas más tarde, cuando empezara a llegar el frío, ya no íbamos a poder disfrutar de esas comidas ni cenas en el jardín, pero ahora me encantaba estar allí; además, comer con ellos iba afianzando mi relación con el matrimonio y también se notaba que ellos estaban a gusto conmigo. Después, los ayudé a recoger la mesa y cuando terminamos, estuvimos charlando un rato en el jardín.

―Así que ya empiezas mañana la universidad… Estarás nervioso ―me dijo Fernando.

―Pues sí, estoy nerviosillo, a ver qué tal… Al principio se me hará duro, no conozco a nadie…; bueno…, poco a poco…

―Eso es al principio, luego te harás tu grupo de amigos y vas a disfrutar mucho, ya lo verás… ―me dijo Mónica.

―Sí, supongo.

―Por supuesto, puedes traer a quien quieras a casa, faltaría más ―me dijo Fernando.

―Vale, muchas gracias…, está bien saberlo.

―Cuando tengas tu grupito de amigos, ya querrás hacer alguna fiesta en la bodega de abajo, no hace falta que nos pidas permiso, con que nos avises, vale ―volvió a insistir él.

―Bueno, deja al chico, no ha empezado las clases y ya le estás hablando de fiestas y amigos ―le replicó Mónica.

―Es para que lo sepa, en un par de meses, tendrá nuevos amigos y saldrá de fiesta con ellos, todos hemos tenido dieciocho años y sabemos lo que es ir a la universidad…

Mónica miró el reloj y se despidió de nosotros.

―Voy a echarme un poco la siesta. Bueno, Adrián, hoy va a hacer muy bueno también, ¿te animas luego a la clase de yoga en el jardín?

―Eh…, sí, sí, claro…, ya te dije que sí…

―Pues a las siete nos vemos…

―Sí, a las siete, ya lo sabía…

―Bueno, chicos, me subo.

―Yo también me voy a acostar, me he pegado un baño en la piscina y ahora estoy plof.

―Te deja relajado el agua, ¿eh? ―me preguntó Mónica mientras subía con ella por la escalera.

―Uf, ni que lo digas, me encanta la piscina. ¿Fernando y tú la usáis mucho?

―No, él no, casi no se mete, yo me baño todos los días después de cenar, me viene muy bien para desconectar y dormir ―dijo Mónica apoyada en el marco de la puerta de su habitación.

Se me quedó mirando fijamente y me hubiera gustado seguir hablando con ella, pero no me salían las palabras, así que me despedí con un simple «hasta luego» y subí hasta mi cuarto. A pesar de lo relajado que estaba, todavía no se me había pasado el calentón de la piscina y me costó dormir. Al final no quise estirar mucho la siesta porque estaba nervioso y solo me eché una hora para descansar mejor por la noche.

Estuve preparando todo lo que iba a llevar a la universidad al día siguiente y eligiendo la ropa antes de bajar a las siete en punto. Me puse un pantalón corto y una camiseta técnica de deporte y Mónica ya estaba esperando en el jardín. Había extendido dos esterillas en el césped y tenía música relajante puesta en el altavoz. Fernando se resguardaba en la sombra, tomándose una cerveza con limón y mirando hacia nosotros.

―¿No te animas? ―le pregunté.

―Quita, quita, si hago eso, me rompo todos los huesos.

―Empezamos… ―dijo Mónica sentada en la típica postura de flor de loto.

Los primeros minutos me sentí ridículo haciendo yoga con esa mujer que apenas conocía de nada en el jardín de su casa; pero Mónica tenía una voz muy agradable y me fue guiando de maravilla durante la práctica, incluso se levantó un par de veces para intentar corregirme la postura y terminamos la clase con unos estiramientos.

―¿Qué tal tu primera clase de yoga? La he hecho sencillita para que la pudieras seguir. Creo que no se te da nada mal…

―Pues me ha encantado ―dije flexionando la rodilla todo lo que podía.

Mónica llevaba unas mallas grises hasta los tobillos, una camiseta de tirantes y una cinta recogiendo su pelo. Debido al sol, se había acalorado y cuando dobló la pierna, tumbándose en el césped, me quedé mirando su muslo y cómo se le marcaba el culazo con esas mallas.

―¿Mañana repites? ―me preguntó.

―Sí, ¿por qué no?

―Bueno, yo ya estoy lista ―dijo Mónica poniéndose de pie―. Estira bien, que mañana vas a tener alguna agujeta, aunque tú eres joven y recuperáis rápido.

Con disimulo, le seguí la trayectoria, tumbado en el suelo, ella se acercó a su marido y se inclinó para darle un suave pico en los labios, mientras, él le daba una cachetada cariñosa en su culo. ¡¡Menudo pandero tenía la cabrona!! Yo le hubiera soltado un buen azote.

¡Ese culo no se merecía otra cosa!

―Voy a preparar la cena, chicos.

―Ahora voy a ayudarte ―le dije yo.

Me levanté en dirección a la cocina, Fernando seguía sentado en el mismo sitio que cuando había llegado.

―Me he cansado solo de veros… ―me dijo.

―Tampoco ha sido para tanto, ja, ja, ja, a mí me ha gustado… todo, bueno, voy a echarle una mano a Mónica.

Cuando salí del jardín, me di cuenta de lo que acababa de decir, esperaba que Fernando no se tomara mi comentario con doble sentido, que no lo tenía, aunque él no tenía pinta de enfadarse por ese tipo de cosas, a decir verdad, no tenía pinta de enfadarse nunca, jamás había conocido a un hombre así de tranquilo. No se alteraba por nada.

Su mujer ya estaba como un terremoto en la cocina preparando crema de verduras con la Thermomix y un pescado a la plancha.

―¿Puedo ayudarte?

―No hace falta, ya casi está listo, toma, si quieres, vete poniendo la mesa fuera.

―Hecho.

Cenamos en el jardín y un poco antes de las nueve Mónica se levantó recogiendo los platos, yo hice lo mismo y coincidimos en la cocina.

―Deja esto, Mónica, que ya friego yo.

―De eso nada, esto le toca a Fernando, que no ha hecho nada, ni se te ocurra tocar un plato. ¡¡Fer!! ―dijo gritando a su marido―. Ya sabes lo que tienes que hacer, anda, haz algo. Ah, Adrián, muchas gracias de todas formas…

Y se subió por las escaleras sin decir nada. Al final ayudé a Fernando a fregar los platos y dejar la cocina recogida y luego estuvimos en el salón viendo la tele. Ni me di cuenta cuando apareció Mónica con una toalla envolviendo su cuerpo y otra en el pelo.

―Ah, perdona ―dijo extrañada al verme―. No sabía que estabas aquí. ―Y se subió a la habitación sin decir nada más.

Aquello me excitó terriblemente, la imaginé desnuda bajo la toalla, aunque, posiblemente, llevara un bañador puesto, pero mis hormonas estaban a mil en ese momento y sin querer volví a empalmarme bajo el pantalón. Me resultaba extraño estar viendo la tele con la polla dura y a la vez hablar con su marido como si no ocurriera nada.

Y todavía fue peor cuando Mónica regresó al salón, se había secado el pelo, aunque lo tenía un pelín húmedo, llevaba un pijama de entretiempo bastante fino y se le notaban las braguitas, pero lo peor era en la parte de arriba, que, bajo la camiseta de manga larga, se apreciaba bastante bien que no llevaba sujetador, supongo que sería una costumbre de ella que después de ducharse y antes de dormir ya no se lo ponía, y posiblemente no se esperara que yo siguiera en el salón, pero a mí me calentó mucho.

Llevaba un libro en la mano y se sentó junto a su marido.

―¿Qué estáis viendo?

―La verdad es que nada… ―dijo Fernando.

Mónica se puso a leer y yo me quedé observándola con disimulo mientras veía la tele. Me gustaba cómo se le dibujaba el contorno de sus tetas bajo la camiseta, no parecían excesivamente grandes, pero los pezones oscuros luchaban por atravesar la tela. Tuve que acomodarme la polla bajo el pantalón un par de veces y al final ocurrió lo inevitable, Fernando me pilló mirando a su mujer.

De un bote me puse de pie, intentando ocultar la erección.

―Yo os dejo, que mañana tengo que madrugar…

―Buenas noches.

―Que descanses… ―dijo Mónica sin dejar de leer el libro.

Llegué a la habitación y una vez que tenía todo preparado para el día siguiente me tumbé en la cama con el ordenador. Abrí la carpeta donde tenía las cinco fotos de Mónica y muy despacio me la estuve meneando casi media hora. No tenía ninguna prisa en correrme y, con el calentón que llevaba acumulado, se me había puesto superdura. Ya casi no me la podía ni tocar y me la acariciaba suave con dos dedos, sin dejar de pasar las fotos una y otra vez. Estuve tentado de enviarle una solicitud de amistad a su Facebook, pero todavía no tenía la suficiente confianza para hacerlo.

No podía dejar de pensar en ella, en su olor, en el vestido corto blanco con rayas azules, en su pelo húmedo, en sus potentes muslos, en sus tetas desnudas y libres bajo el pijama, y sobre todo en su perfecto culo llenando las mallas deportivas. Aquel pandero era de los que te quedabas con ganas de azotar con fuerza cuando pasabas a su lado, incluso me llegué a asustar imaginando que cualquier día se me iba a escapar la mano irremediablemente.

Ya solo me pajeaba con un dedo, la polla me palpitaba con las venas a punto de reventar y cuando me acaricié el prepucio, toda mi corrida salió disparada saltando por encima de mi cabeza. Tuve que sujetármela y apuntar hacia el ordenador, donde ahora Mónica ocupaba toda la pantalla, entonces tres lefazos fueron a parar a su cara, cubriéndole el rostro. Le di al botón del espacio para que la foto se detuviera y me quedé unos segundos mirando el estropicio.

Había empapado el ordenador y me encantaba cómo me había corrido sobre la imagen de Mónica. No sé lo que iba a durar el portátil si seguía haciendo eso, pero me gustó tanto la sensación que sabía que lo iba a repetir muchas más veces.

Cuando limpié todo, me quedé un poco más relajado, aunque me costó dormir. Al día siguiente comenzaba la universidad.

6

A las siete y diez sonó el despertador y sin pensármelo salí de la cama para pegarme una ducha. Me vestí, cogí el móvil, la cartera y bajé a la cocina. Al pasar por el salón vi una luz y Mónica ya estaba estudiando.

―Buenos días ―me dijo susurrando.

―Buenos días, ¡qué madrugadora!

―Sí, llevo un ratito ya, que te vaya bien en tu primer día…

―Muchas gracias, Mónica.

Desayuné en la cocina y quince minutos antes de que empezara la clase salí de casa. Fui muy tranquilo, ya que la facultad estaba cerca, y cuando entré, casi no había nadie por los pasillos. Fui hasta mi aula y ya había unos diez estudiantes.

Me quedé mirando dónde ponerme. Puede parecer una tontería, pero es muy curioso como una decisión así cambia tu vida. Depende del lugar en el que te pongas te vas a juntar con unos o con otros y seguramente eso te marque en el futuro, pareja, amigos, incluso trabajo. En aquel momento, con dieciocho años, yo no pensaba en esas cosas, pero ahora, con perspectiva, es evidente que así fue mi caso.

El aula estaba formada por mesas alargadas con sillas de madera, de estas que se bajan cuando te sientas. En cada fila había cinco asientos y yo me puse en la parte de atrás en el lado derecho. Poco a poco se fue llenando el aula, al principio lo típico, no conocía a nadie y la gente prefería ponerse en los extremos, aunque los que iban llegando más tarde, no les quedaba más remedio que ir ocupando las zonas centrales.

En el otro extremo de mi fila se sentó una rubia alta y desgarbada, luego otros dos chicos y a mi lado se sentó un terremoto que no se paraba quieto.

―Hola, ¿qué tal?, me llamo Sergio ―dijo estrechándome la mano.

―Hola, Adrián, encantado.

Curiosamente solo se me presentó a mí y no al que tenía a su izquierda. Sinceramente, han pasado tantos años que no recuerdo bien de qué asignatura era esa primera clase, pero de lo que sí me acuerdo bien es de la chica que tenía delante de mí.

Paula Santos Izquierdo.

En aquel momento, no conocía nada de ella, solo que físicamente era una muñequita y tenía la sonrisa más bonita que había visto en mi vida. Pelo rubio, cara aniñada con pequitas por la zona de la nariz, media melena rizada, ojos azules, unos dientes perfectos, muy poquito pecho y un culo redondo y respingón que lucía de maravilla con unos pantalones vaqueros. Vestía muy clásica, quizás, demasiado, con unos zapatitos de charol de niña buena y un jersey de color rosa.

Me fue difícil concentrarme en la clase, empezaba bien de cojones, con aquella chiquilla delante de mí, el día se me iba a hacer más ameno, lo que no sabía es si me iba a enterar de algo.

Cuando terminó la clase, nos levantamos y salimos al pasillo. Estuve hablando un rato con Sergio, aunque tampoco nos dio tiempo a mucho, en apenas cinco minutos, ya venía el profesor de la siguiente asignatura.

El primer día solo me relacioné con él, incluso fuimos a almorzar juntos a la cafetería.

―Se te van a caer los ojos encima de la rubia ―me soltó de repente―. ¿O te crees que no me he dado cuenta de cómo la miras?, ja, ja, ja.

―Sí, bueno…

―Reconozco que tienes buen gusto, por cierto, mira, ahí está con las otras tres que se ponen con ella, mmmm, no está nada mal, buen culo, muy guapa, quizás, un poco clásica para mi gusto, demasiado, quizás… Y tú, ¿tienes novia, Adrián?

―En el pueblo tengo algo, aunque hemos medio cortado antes de venir ―le contesté yo.

―Entonces no tienes…

―Es algo más complicado que eso…

―Nada, lo mejor es estar soltero, mira la de tías que hay aquí, ya verás que añito vamos a pasar… Y por cierto, ¿dónde vives?

―Pues en una casa cerca de aquí, me ha alquilado una habitación un matrimonio, así que bien…

―¡Anda, qué curioso!

Justo en ese momento pasó la chica rubia que se sentaba en nuestra misma fila, era alta, muy delgada, tenía un piercing en el labio y un enorme tatuaje en el hombro y por todo el brazo izquierdo que llamaba mucho la atención, aparte de varios tatuajes más muy pequeñitos por todo el cuerpo. El vaquero ajustado casi no le hacía culo, pero, a pesar de lo flacucha que estaba, lucía dos impresionantes tetas que botaban peligrosamente en su camiseta blanca de tirantes a cada paso que daba. Nos miró con sus penetrantes ojos verdes de gata que hizo que Sergio y yo nos quedáramos paralizados. Casi ni reaccionamos cuando pasó a nuestro lado.

―Hola… ―dijo en bajito, con una voz tímida.

Y después se fue, Sergio y yo nos miramos y comenzamos a reírnos.

―¡Hostia!, ¿y esta tía?

―Joder, no sé, creo que se sienta en nuestra fila, a la izquierda… ―dije yo.

―¿De qué va?, ¿de gótica?

―Ja, ja, ja, no, no va de nada, solo lleva tatuajes y un piercing, ya está…

―¿Has visto qué tetas tiene?

―¡Cómo para no verlas! Bueno, anda, vamos a clase, que al final llegamos tarde.

Un par de horas más y terminamos el primer día. El jueves, cuando salimos, entre clase y clase, ya nos juntamos los cuatro chicos de la fila, Pablo e Iván se llamaban los otros dos. Mientras hablábamos, la rubia del tatuaje se quedaba a nuestro lado y se reía mucho con las ocurrencias de Sergio, que era un poco el que llevaba la voz cantante. El viernes, después de la tercera clase, quedamos para ir a almorzar a la cafetería, entonces me acerqué a ella.

―Hola, ¿qué tal?, me llamo Adrián.

―Hola, yo soy Elvira…

―Encantado ―dije dándole dos besos.

Inmediatamente, se presentó Sergio también y después, Pablo e Iván.

―Vamos a la cafetería, ¿te vienes? ―pregunté a Elvira.

―Sí, claro…

Y fue la primera vez que nos juntamos los cinco. Al final de la primera semana ya había formado mi grupo de amigos. Sergio era un poco el cabecilla, la voz cantante, estaba claro que le gustaba ser el líder y estaba encantado en su papel. Pablo era más brutote, un chico de pueblo, como yo, era grande y fuerte y se le veía que era muy buena gente. Iván era el más tímido y apenas hablaba, pero estaba muy atento a todo lo que decíamos; y por último, estaba Elvira, muy callada y reservada, y siempre con una sonrisa en la boca escuchando las chorradas que soltábamos.

Desde el principio establecí una complicidad especial con Elvira, se notaba cuando nos mirábamos que estábamos pensando en lo mismo. No tardé en descubrir que, bajo esa fachada, con su piercing en el labio y sus múltiples tatuajes, se encontraba una chica agradable, educada y muy inteligente. Me gustaba cómo vestía, solía llevar camisetas de tirantes y buenos escotes, a veces llevaba faldas cortas con botas militares, otras veces, pantalones anchos y habitualmente llevaba el pelo recogido en una coleta.

Al salir de clase, me fui rápido para casa, Mónica ya tenía la comida preparada y cuando terminé, les dije a ella y Fernando que me iba a pasar el fin de semana al pueblo; apenas llevaba una semana fuera y no sentía la necesidad de ir, pero había quedado con los colegas de allí y no les podía fallar. Aunque casi mejor que no hubiera ido, el viernes salimos de fiesta y me pillé una buena borrachera, y el sábado parecido, solo que encima me encontré a mi ex, Lara, en el bar al que solíamos ir. Se me acercó y estuvimos hablando, no tenía que haberle hecho caso, porque había pasado tantas veces que ya sabía cómo íbamos a terminar. Al final me dejé llevar y Lara me arrastró de la mano hasta los baños, donde follamos en los reservados. Fue un polvo desastroso.

Así que acabé el fin de semana hecho unos zorros, cansado, con resaca, habiéndome enrollado de nuevo con mi ex y con la sensación de que había perdido el tiempo. En el autobús de vuelta, me dije a mí mismo que tenía que pasar página de una vez y me prometí que no iba a volver al pueblo hasta las fiestas de Navidad.

Ahora tenía que centrarme en la universidad y en mis nuevos amigos. Y efectivamente, eso hice.

7

Noviembre 2011

El despertador sonó a las siete menos cinco, como todos los días. A las siete ya estaba estudiando en el salón y lo hacía durante dos horas. Luego desayunaba, hacía un poco de ejercicio y a las diez se ponía a estudiar de nuevo una hora y media. Cuando terminaba, preparaba la comida y recogía un poco la casa. Comía a las dos en punto y a las tres se echaba una pequeña siesta de media hora. Por la tarde estudiaba otras dos horas y antes de preparar la cena hacía unos ejercicios de yoga. Sobre las nueve, le gustaba darse un bañito en la piscina, luego, una ducha relajante, bajaba con su marido al salón a ver un poco la tele o a leer y a las once ya estaba de nuevo en la cama hasta el día siguiente.

Esta era la rutina diaria de Mónica y así un día tras otro. Estaba totalmente concentrada en la oposición y no se salía de su objetivo. Había pasado dos años muy malos, se le había juntado todo, la crisis económica y la imposibilidad de tener hijos, lo que le había derivado en un cuadro de ansiedad generalizada y posteriormente en depresión.

Pero Mónica siempre había sido una mujer fuerte, vital, trabajadora y muy organizada y no se iba a dejar vencer tan fácilmente por la puta ansiedad. Estuvo visitando varios psicólogos, estudió mucho acerca del tema y se puso manos a la obra. Una vez que aceptó su situación sabía que la mejor manera de salir de ese pozo era fijarse un objetivo, hacer ejercicio, unas rutinas diarias y comer lo más saludable posible.

Enseguida retomó el deporte, lo tenía algo abandonado y le costó un poco, Mónica era una mujer de curvas pronunciadas, pero a raíz de la depresión había adelgazado bastante. No tardó en engordar unos kilos, recuperar su peso ideal y ponerse en forma, de hecho, nunca había estado tan guapa y ahora su cuerpo estaba firme y tonificado e incluso la piel le brillaba de manera distinta.

Los sábados y los domingos se levantaba a la misma hora, pero cambiaba un poco la rutina, el sábado, después de estudiar, hacía limpieza general y aprovechaba la tarde para salir a dar una vuelta con Fernando, y los domingos se lo tomaba de descanso de los estudios de la oposición, aunque se hacía un plan general para la siguiente semana y, si hacía bueno, les gustaba hacer alguna excursión por la naturaleza.

Además, parecía que empezaban a salir del pozo, a mediados de semana llegó Fernando con muy buenas noticias, había conseguido trabajo como oficial de obra, solo había un pequeño inconveniente, el trabajo era en Madrid e iba a tener que estar fuera de casa de lunes a viernes por lo menos nueve meses, pero le pagaban muy bien y además le cubrían los gastos de alojamiento; así que era una oferta que no podían rechazar.

También estaba lo del tema de su inquilino, Adrián, en septiembre no se les veía muy convencidos de meter a nadie en casa, pero un mes más tarde estaban muy contentos con él. Era un chico serio y responsable, dentro de lo cabe, al fin y al cabo, no dejaba de tener dieciocho años, pero al menos tenía su baño bastante limpio y colaboraba en las tareas del hogar; apenas se dejaba notar por casa y el matrimonio había conectado muy bien con él.

El jueves rompió un poco su rutina y a media mañana quedó con su mejor amiga, Sandra, era de las pocas que conservaba, la crisis se lo había llevado todo, hasta las amistades se habían esfumado cuando desapareció el dinero de su cuenta. Sandra y su marido, José, habían tenido que hacer lo mismo que ellos y tenían una habitación de su adosado alquilada a una estudiante universitaria desde hacía dos años, de ahí habían sacado la idea Fernando y ella.

―Bueno, ¿y qué tal te va la vida?, que llevábamos casi dos meses sin vernos ―le preguntó Sandra.

―Pues ya sabes, como siempre, con la oposición y poquito más te puedo contar…, casi no salimos de casa…

―Ya, como nosotros…, por cierto, me alegro mucho de lo de Fernando, es genial que haya encontrado trabajo.

―Sí, ha sido un alivio importante…

―¿Y cuándo empieza?

―La semana que viene se va a Madrid el lunes, en principio, regresa los viernes por la tarde, pero puede que también tenga que trabajar algún sábado por la mañana.

―Vaya, es una putada, os vais a ver menos, pero tenía que aceptarlo, solo van a ser unos meses…

―Sí, eso habíamos pensado…

―Además, no te quedas sola en casa, estás con el chico.

―Sí, eso decía Fer, se va un poco más tranquilo a Madrid sabiendo que no me voy a quedar sola en el chalé…

―¿Y qué tal estás tú?, no sé, te veo cada vez más estupenda, ¡estás muy en forma, cabrona!, menudos brazos, tienes el vientre firme y, ¡¡vaya culo se te ha puesto!!, hasta te veo más guapa, como si estuvieras enamorada, ja, ja, ja…, hasta te brillan los ojos…

―Estoy pasando una temporada muy buena…, y sí, físicamente, me encuentro bastante bien…

―¿Y el chico se porta bien?

―Pues muy bien…

―¿Y está bueno?

―Sandra, ¡por Dios!, ¡vaya preguntas!, si es un niño, tiene dieciocho años…

―Sí, un niño, ya, ya, ahora a esas edades follan como animales…

―Uy, yo ya no sé lo que es eso…

―¿Seguís sin…?

―Sí…

―Voy a tener que pasarte esto, no puedo dejar de leerlo ―dijo Sandra sacando un libro del bolso.

―¿Tú también estás con eso de las 50 sombras…?

―Sí, mmmm, está genial…, lo he leído una vez y me lo estoy releyendo de nuevo, si quieres, cuando termine, te lo paso.

―Ah, bueno, así le echo un vistazo, ya me ha entrado curiosidad por ver qué tal está el libro…, está todo el mundo hablando de él…

―Entonces, que me cambias de tema, ¿está bueno o no el chico?

―No lo sé…, pues normal… ―respondió Mónica.

―Ojos tienes, sabrás si es guapo por lo menos, tú has sido más lista que yo, nosotros metimos a una chica, no es que sea un bellezón, pero no veas cómo se le van los ojos a mi marido, a ese culo joven y tierno…

―Ja, ja, ja.

―¿Es guapo o no?, ¡venga, contesta!

―Sí, pesada, es guapete el chico, ¿contenta?, pero no me fijo en eso, es un crío…

―Hija, lo que te ha costado decirlo, mmmm, ¡qué suerte tienes! ―dijo Sandra mordiéndose los labios―. Yo no sé si podría resistirme teniendo a un universitario tan jovencito en mi casa, ja, ja, ja.

―Ja, ja, ja, ¡qué tonta!

―Bueno, Mónica, me ha alegrado mucho verte así, jo, estás fenomenal, tenemos que quedar más a menudo.

―Sí, veniros a cenar cuando queráis a casa, cualquier sábado… lo hablas con José y me dices, ¿vale?

―Hecho ―le dijo su amiga mientras se daban un abrazo de despedida.

El sábado, ya de madrugada, escucharon un ruido y se despertaron de repente. Fernando se sentó en la cama y encendió la luz.

―Nada, tranquila, es Adrián…

―Ah, vale, ¡vaya susto! ―exclamó Mónica.

―Pero creo que no ha venido solo…, se oyen voces, parece que está con una chica, bueno, anda, vamos a dormir.

Mónica se dio media vuelta y Fernando la abrazó por detrás, pegando el paquete a su culo. No habían pasado ni dos minutos cuando empezaron los gemidos en la habitación de Adrián. A los dos les dio la risa y, pasada esa sorpresa inicial, se quedaron quietos.

―No habíamos pensado en estas cosas, ja, ja, ja, menudo ligón está hecho este… ―dijo Fernando―. Pero supongo que es lo más normal, ¿no?, está en edad…

―Sí.

En el silencio de la habitación, retumbaban los gemidos de la parte de arriba y se escuchaba perfectamente cómo follaban, incluso el ruido de los cuerpos al chocar. Era un polvo rápido, fuerte, y la chica gritaba de forma muy escandalosa.

―Shhh, calla, baja un poco la voz… ―se le entendió cuchichear a Adrián sin dejar de embestir a su compañera.

―¡¡Fóllame más fuerte!!, asííí, mmmm, muérdeme el hombro, vamossss, ¡más fuerte, joder!, muérdeme más fuerte ―gritó la chica.

Entonces los gemidos de arriba encendieron al matrimonio y Mónica sintió como la polla de Fernando se empezaba a poner dura.

¡No podía creérselo, había pasado tanto tiempo!

Esa fue otra de las consecuencias del periodo negativo que tuvieron, no solo Mónica había entrado en depresión, Fernando también pasó una época muy mala y aquello resintió mucho sus relaciones sexuales, Mónica estaba inapetente total y Fernando apenas podía conseguir una erección. Con el paso del tiempo, se fueron acostumbrando a vivir sin sexo y los dos estuvieron cómodos en ese papel una temporada, pero habían pasado dos años desde su último polvo y ahora Mónica estaba más viva que nunca, aunque ya no se atrevía a decirle nada a su marido.

Aquella excitación que tuvo al notar la empalmada de él contra su cuerpo la llenó de luz por dentro. Sacó el culo hacia atrás y se lo restregó suavemente, quería asegurarse. No había ninguna duda. Fernando la tenía bien dura.

Les daba un poco de vergüenza ponerse cachondos por culpa del chico, pero a Fernando le dio igual, tiró del pijama de Mónica hacia abajo descubriendo su culo y en la posición que estaban de cuchara metió la polla entre sus piernas.

Mónica sintió lo caliente que estaba el miembro de su marido e incluso se puso nerviosa, como si fuera la primera vez, estaba ya tan húmeda que no quería esperar más. En silencio bajó la mano y colocó la polla de Fernando a la entrada de su coño y, con un ligero movimiento de cadera hacía atrás, él la penetró.

Los chicos seguían follando en la habitación de arriba y los gemidos que les llegaban eran superexcitantes. ¡Tenían un ritmo frenético follando de esa forma tan salvaje!

Fernando agarró de la cintura a Mónica y la embistió desde atrás. ¡Por fin estaban follando de nuevo! Era una sensación rara, los dos tenían muchas ganas de sexo, pero estaban contenidos, aunque lo estaban disfrutando muchísimo. Se movían acompasadamente y la polla de Fernando entraba despacio, pero sin descanso, en el cuerpo de su mujer.

Tuvo que bajar la mano para masturbarse cuando sintió que le llegaba el orgasmo, apenas llevaban tres minutos follando, pero Mónica comenzó a correrse entre temblores de placer, después la acompañó Fernando, eyaculando dentro de su mujer sin tan siquiera cambiar de postura.

Arriba seguían jodiendo sin descanso, parecía que iba para largo, y Mónica y Fernando se quedaron abrazados escuchando cómo Adrián se follaba a una chica que no sabían quién era.

―¡Dame azotes en el culo, vamos, dame! ―dijo ella.

Y de repente oyeron cómo Adrián golpeaba los glúteos de su acompañante a la vez que se la follaba. Debió soltarle no menos de cuarenta azotes, a cual más duro, y media hora más tarde, después de que la desconocida se hubiera corrido dos veces, Adrián, con un gemido grave, llegó al orgasmo, dando por finalizada la sesión.

―Parece que ya han terminado…, por fin… ¡Vaya numerito!

―Sí, eso parece… ―dijo Mónica subiéndose el pantalón de pijama.

Después se giró y le dio un beso a su marido antes de quedarse dormidos en la misma postura en la que se encontraban.

8

Cada día estaba más pillado por Paula. Tener todos los días delante a ese ángel, durante seis horas, era una puta tortura. No me había pasado nunca con ninguna tía, apenas había cruzado con ella un «hola» y poco más y aquella mañana en la que llevaba una minifalda vaquera se me hizo eterna.

Luego los cabrones de mis colegas se rieron lo que quisieron de mí en la cafetería, sobre todo Sergio.

―Joder, Adrián, córtate un poco con la rubia, que parece que en cualquier momento vas a saltar sobre ella.

Yo crucé la mirada con Elvira, en un mes ya habíamos establecido una complicidad muy especial y solo con ver su cara de «no le hagas ni caso» ya me tranquilizaba. Habíamos congeniado muy bien los cinco y éramos casi inseparables, y al salir de la cafetería vimos el anuncio de una fiesta.

―Mirad, el viernes hay fiesta de Medicina, dicen que está cojonuda por ser la primera del año, habrá que ir, ¿no? ―dijo Sergio.

―Yo, por mí, sí… ―contesté.

―Vale…, puede estar bien ―intervino Elvira, antes de que Pablo e Iván también confirmaran que iban a la fiesta.

―¡Pues de puta madre! ―volvió a decir Sergio abrazándonos a la vez a Elvira y a mí―. La primera de muchas de este grupo.

Al salir de la facultad Sergio me acompañó a casa, tenía curiosidad por ver dónde vivía.

―¡Guau!, ¡menudo casoplón!, ¿en serio esta es tu casa?

―Sí, tiene de todo, hasta piscina, y los dueños son muy majos, tienen una bodega abajo y me han dicho que si alguna vez queremos podemos hacer una cena…

―Ja, ja, ja, fiesta, fiesta…

―Eh, he dicho una cena, que te conozco…

―Bueno, bueno, ya hablaremos… Venga, tío, mañana nos vemos.

―Hasta mañana.

Y al entrar en casa me encontré con una sorpresa que no me esperaba. ¡Dentro estaba Lara! Mi novia, o mi ex, o…, no sabía ni qué cojones era. Me quedé de piedra, pues no le había dado la dirección y, desde nuestro último encuentro en la discoteca, la había bloqueado en el teléfono y el WhatsApp para que no pudiera llamarme ni enviarme mensajes.

―¡Sorpresa! ―dijo ella sin mucha efusividad ante la atenta mirada de Mónica que contemplaba la escena.

―Hola, Lara, ¿qué haces aquí?

―Pues venir a ver a mi novio… ¿o no puedo?

―Eh…, sí, claro, claro…, pero…

―¿Te quedas a comer, Lara? ―le preguntó Mónica educadamente.

―No, no, mejor nos vamos, no queremos molestar ―respondí yo.

―¿Y ni tan siquiera me enseñas la casa? ―dijo Lara.

―Otro día…

―Venga, no seas así…

―Está bien ―dije y le mostré el salón y el patio sin muchas ganas.

Luego subí a Lara a mi habitación y ella se sentó en la cama.

―¿Cómo has conseguido la dirección?

―Me la dieron tus padres, les dije que quería darte una sorpresa, ¡está genial la habitación!, ven aquí ―susurró dando un par de golpes con la mano para que me pusiera a su lado.

―Lara, no deberías haber venido… sin avisar…

―¿No te ha gustado que venga a verte? ―dijo intentando besarme.

―No, para…

―¿Por qué?, habrá que estrenar la cama… ―murmuró apoyando la mano en mi paquete.

―No, Lara…

―¿Ah, no?, ¿y por qué la tienes tan dura?

Siempre me hacía lo mismo y cada vez me daba más rabia la relación que tenía con ella. Después de tantos años no la soportaba, pero teníamos una atracción sexual muy fuerte y Lara jugaba con eso para no dejarme escapar. Dejé que me sobara por encima del pantalón y cuando me quise dar cuenta, se estaba inclinando sobre mí y me había sacado la polla para hacerme una mamada.

Pero en cuanto sentí su boca envolviéndome la verga, aparté a Lara con brusquedad y me la guardé otra vez en el calzón.

―No, Lara, no podemos seguir así.

―¿Así, cómo?

―Pues así, como estamos, esta relación no tiene ningún sentido.

―¡Eres un cabrón!, ¿te crees que puedes jugar conmigo?, ¿otra vez lo quieres dejar?

―¿Que yo juego contigo? No quiero dejar nada porque no hay nada entre nosotros, hemos cortado hace tiempo, pensé que te ibas a dar por aludida cuando te bloqueé en el teléfono.

―Pues bien que me follaste en la discoteca para haber cortado.

―¡Eso no cuenta, iba borracho!

―¿Qué pasa?, ¿ya te estás follando a alguna guarra universitaria? ¿O te estás tirando a la casera?

―Anda, deja de decir tonterías. Mira, Lara, esto se acabó definitivamente, no teníamos que habernos acostado la última vez, pero no va a volver a pasar nada entre nosotros; así que te pediría que te marcharas y que no volvieras nunca.

―Ya me buscarás cuando estés en el pueblo ―dijo poniéndose de pie muy enfadada―. Acuérdate de estas palabras.

―Deja que te acompañe a la estación de autobuses, al menos.

―¡No quiero que vengas conmigo!, y no hace falta que me acompañes, ya sé dónde está la puerta.

Me dejó sentado en la cama y escuché cómo bajaba por las escaleras. Se fue sin despedirse de Mónica y Fernando y respiré aliviado cuando me quedé solo. La escena había sido muy tensa, pero al menos había cerrado el capítulo de Lara para siempre.

Ya estaban terminando de comer mis caseros cuando entré en la cocina.

―¿Todo bien? ―me preguntó Mónica.

―Sí, sí, perdonad porque haya venido esta chica…, no tenía ni idea.

―Ya te hemos visto la cara, bueno, siéntate, que te caliento la sopa, hoy tenemos el primer cocido del año.

―Muchas gracias, Mónica.

Comí solo y después de ayudar a recoger la mesa me subí a la habitación, eché una pequeña siesta y luego me levanté a estudiar. Sobre las seis de la tarde, terminé y me entraron ganas de darme un baño para desconectar, bajé al salón con el bañador, una sudadera y la toalla y estaba Mónica recogiendo los apuntes; también había finalizado de estudiar y estaba dejando preparada la parte que iba a repasar al día siguiente.

―Hola, Adrián, ¿vas a pegarte un chapuzón?

―Sí, creo que hoy lo necesito.

―Yo he terminado, si necesitas hablar o lo que sea, puedes hacerlo conmigo con total confianza.

Me senté en una silla y Mónica entendió que tenía ganas de confesarme, por lo que ella se puso a mi lado, atenta a lo que tenía que decir. Los estudios me iban bien, intentaba estudiar todas las tardes para llevarlo al día, pero necesitaba hablar de Lara y echarlo todo fuera para sacarla definitivamente de mi vida.

Después de un mes, tenía cierta confianza con Mónica, comíamos juntos todos los días y más de una tarde hacía yoga con ella. Me seguía excitando una barbaridad, pero sabía controlarme cuando estaba a su lado, aparentando una tranquilidad que no tenía. Aquella mujer no solo me daba mucho morbo, también me imponía cierto respeto, aunque para ella yo solo era un crío y me trataba casi como si fuera su hijo. Y me fui soltando y le conté mi relación con Lara, que llevábamos juntos desde los quince años, las veces que lo habíamos dejado y habíamos vuelto, las broncas que teníamos. Le conté absolutamente todo y Mónica me iba dando su opinión de manera muy comprensiva.

―Creo que has hecho bien, desde fuera parece una relación bastante tóxica, y ahora que has empezado la universidad has querido poner punto final, has actuado perfecto.

―Pues, muchas gracias, me ha venido muy bien soltarte este rollo, mis colegas a los cinco minutos ya me estarían vacilando si les cuento esto.

―No hay de qué.

Había otra cosa que me inquietaba mucho desde hacía unos días y no me atrevía a comentarlo con Mónica y Fernando, pero esa tarde, después de contarle lo de Lara, se lo quise decir para no estarle dando vueltas al asunto.

―Ah, hay otra cosa que…, bueno…, no sé cómo…

―¿Qué pasa, Adrián?

―Es por lo de Fernando, lo de su trabajo, estoy un poco preocupado…, supongo que ahora que ha encontrado trabajo…, quizás…

―Nada, tranquilo, ya sé lo que quieres decir, no tienes por qué preocuparte, la semana que viene empieza a trabajar en Madrid y lo hemos estado hablando, estamos encantados de que estés aquí, y, además, Fernando también se queda mucho más tranquilo cuando se vaya, dice que así no me quedo sola por la noche, no es que sea una ciudad donde se produzcan muchos robos, pero nunca se sabe… En ese aspecto, no le des más vueltas, vamos a cumplir el año de contrato, hasta septiembre del año que viene, esta es tu casa.

―Uf, no sabes el peso que me quitas de encima, llevaba unos días preocupado.

―Pues nos lo comentas y ya está, ¿ves qué fácil ha sido solucionarlo?

―Muchas gracias, Mónica, entre esto y lo de Lara, me he quedado…

―Me alegro, hoy vas a dormir de maravilla, ja, ja, ja.

―Sí, ja, ja, ja, muchas gracias de nuevo, la verdad es que os estáis portando muy bien…

―Lo mismo te digo, y bueno, si no tienes nada más que decirme, voy a hacer yoga, por lo que veo hoy no me acompañas…

―Pues con ganas me quedo, estoy muy bien contigo, pero también me apetece bañarme, no sé qué hacer…

―Baja a la piscina, hoy te doy permiso, ja, ja, ja.

―Gracias, mañana sin falta me apunto a esa clase de yoga.

―Hecho.

Mónica tenía razón, me quité un buen peso de encima, eliminar esas dos preocupaciones de golpe me había supuesto un buen alivio. Primero, mi exnovia, Lara, con la que había terminado definitivamente, y luego la charla con Mónica en la que me aseguró mi habitación hasta final de curso.

Completamente relajado, me metí en la piscina con su agua calentita, era una gozada, hice varios largos buceando y después me quedé tumbado boca arriba sin pensar en nada. Estuve casi una hora metido hasta que subí a pegarme una ducha y preparar lo que necesitaba para el día siguiente en la universidad.

Antes de bajar encendí el portátil y entré en el Facebook, tenía muchas ganas de agregar a Mónica para ver su perfil, pero no me atrevía; así que estuve entretenido cotilleando a los compañeros de clase, en especial a Elvira. No tenía muchas fotos, pero en varias salía bien escotada y con unas tetas de impresión.

Me resultaba especialmente enigmática, no hablaba mucho y siempre tenía esa mirada como si adivinara lo que estabas pensando. En su perfil no parecía que tuviera novio o por lo menos no había colgado ninguna foto en la que estuviera con un chico, pero tampoco le di la mayor importancia.

A las ocho entré en la cocina para ayudar a Mónica a preparar la cena, estaba de espaldas con una sudadera gris con capucha y unas mallas blancas con las que había hecho yoga. Se le marcaba un tanguita negro debajo y me pareció increíble cómo lucía su tremendo pandero. Daban ganas de acercarse a ella y soltarle un azotazo que resonara en toda la cocina.

―¿Te puedo echar una mano?

―Sí, vete poniendo la mesa.

Desde que anochecía pronto, cenábamos allí mismo y puse tres platos y llené los vasos de agua.

―Venga, Fernando, ya está la cena… ―dijo llamando a su marido―. Hoy tenemos huevos fritos y un poco de ensalada…

―Fenomenal, ¡me encantan los huevos! ―exclamé yo.

Durante la cena, estuvimos hablando un poco de cómo me iba en la universidad y también del nuevo trabajo de Fernando. Me relamí de lo ricos que estaban los huevos y por la posibilidad de estar a solas con Mónica durante tantos meses; solo de pensarlo se me hacía la boca agua.

Vivir en el chalé con aquella mujer era una fantasía grandiosa para un chiquillo de dieciocho años y mi mente iba a mil.

Cuando terminamos de cenar, Mónica nos dijo que se iba a bañar en la piscina y nos quedamos recogiendo Fernando y yo, como todos los días. Después fui a la habitación y me tumbé en la cama, tenía que descargar la tensión acumulada de todo el día. Encendí el portátil y estuve viendo algún video porno mientras me masturbaba, luego me acordé de Mónica y su culo blanco embutido en las mallas deportivas, me había encantado el detalle de su tanguita. Tenía que ser espectacular disfrutar de esos glúteos, era para meter la cabeza ahí y no sacarla durante horas.

Abrí el Facebook y ya, con un buen calentón encima, me decidí, para no ser muy descarado, les envié una solicitud de amistad a los dos, tanto a Fernando como a Mónica. ¡Qué ganas tenía de cotillear en el perfil de Mónica y guardar sus fotos para masturbarme con ellas! Ya solo tenía que esperar que me aceptara.

Y con la imagen de su culo en la cabeza, llegué al orgasmo antes de dormirme.

Al día siguiente era la fiesta de Medicina y quedamos por la noche en una carpa que habían montado al lado de la Facultad. En cuanto llegamos los cinco, pagamos la entrada y pasamos dentro. De primeras me quedé impresionado, nunca había visto nada parecido: miles de jóvenes de mi edad, buena música y cachis de alcohol que corrían como si fuera agua. Había unas barras metálicas a los lados y pusimos bote para acercarnos a pedir Sergio y yo.

―Joder, ¿has visto cómo viene hoy Elvira? ―me preguntó.

Es verdad que con la emoción de la fiesta casi ni había reparado en ella, pero llamaba la atención entre la multitud. Llevaba un vestido blanco corto, con medias de rejilla y unas botas militares. Se había puesto encima una cazadora corta de cuero bien abierta para que se le viera el poderoso escote que lucía.

―Sí, está muy guapa…

―Hoy cae fijo, se nota mucho que está por ti… ―me dijo Sergio.

Me quedé un poco extrañado de su afirmación, pues yo no me había fijado en que había despertado ningún tipo de interés en nuestra amiga; de hecho, para ser sincero, pensaba que Elvira era lesbiana, por muchas cosas, por sus gestos, su manera de vestir, por estar siempre rodeada de chicazos, aunque no le quise decir nada a Sergio. Me parecía atractiva, era reservada y esa mirada de gata acojonaba bastante, también los tatuajes le daban un aire muy salvaje y todo ello hacía un conjunto ciertamente enigmático.

De momento, la veía como a una amiga, pero las palabras de Sergio cambiaron mi percepción de Elvira. Aquella noche me fijé más en ella y notaba cómo Elvira también estaba continuamente pendiente de mí. A ver si Sergio iba a tener razón o era una simple paja mental que me estaba montando a medida que me iba emborrachando.

En la fiesta nos lo pasamos increíble, bailando, riendo y bebiendo sin parar. Hasta Iván, el más tímido, nos sorprendió cuando entró a varias chicas hasta que terminó enrollándose con una de ellas.

―Mira el Iván, menudo fenómeno, con lo calladito que era… ―dijo Sergio viendo como nuestro amigo se morreaba con una estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras.

Cuando apagaron la música de la carpa, dijeron que la fiesta continuaba en una zona de copas en la que habían reservado varios bares. Yo ya iba bastante pedo y aunque no era muy tarde, sobre las dos de la mañana, no me hubiera importado irme para casa.

―De eso nada ―me dijeron casi al unísono Sergio y Elvira tirando de mí.

Dejamos a Iván, que se perdió con su nueva amiga, y continuamos de marcha los cuatro del grupo que quedábamos. Después ya no lo pasamos tan bien, en el trayecto entre la carpa y los bares, se nos pasó un poco la euforia y luego nos costó recuperar el ritmo, pero a las seis de la mañana llevaba ya un ciego que no sabía ni dónde estaba. A Pablo y a Sergio se les notaba menos, pero la pobre Elvira, con su vestido blanco, también iba fina, incluso se le habían roto las medias de rejilla y parecía una fulana.

―Yo me voy ya, chicos… ―nos dijo saliendo del bar tambaleándose.

―¿Vas a coger un taxi?, espera que te acompaño ―le dije a ella.

―No, creo que voy a ir andando, así se me baja un poco el alcohol…

―¿Cómo vas a ir sola a casa a estas horas?, es muy tarde…; bueno, chicos, me voy a ir con Elvira, no quiero que se vaya sola, y menos en ese estado…

―Anda, que vas tú bueno… ―me dijo Sergio que se acababa de pedir otra copa junto con Pablo―. Pasadlo bien, ja, ja, ja, y mañana quedamos, ¿eh?

Salimos a la calle, y entre la borrachera que llevaba, que no conocía todavía muy bien la ciudad y que no sabía dónde estaba, le ofrecí a Elvira acompañarla hasta casa.

―No hace falta, Adrián…, de verdad que no, tampoco vivo muy lejos…

―Bueno, da igual, así me despejo un poco yo también…

Por el camino de vuelta, fuimos hablando de lo bien que nos lo habíamos pasado, Elvira se abrochó la cazadora e iba con los brazos cruzados muerta de frío. Menuda nochecita me había dado la cabrona, me había sido inevitable fijarme en sus tetas, era increíble cómo se le bamboleaban mientras bailaba o saltaba como una loca cuando pusieron una canción de Nirvana. Yo creo que fue la primera noche que la vi con una connotación sexual y no en plan amistad.

Media hora más tarde la dejé a la puerta de su casa, nos despedimos con dos besos y yo luego tenía otros veinte minutos hasta el chalé de Mónica y Fernando. Abrí intentando no hacer mucho ruido, pero al pasar vi luz en el salón. Me fijé en la hora y eran las siete y cuarto, Mónica ya debía estar estudiando.

Asomé la cabeza y ella se me quedó mirando.

―Buenas noches… o buenos días…

―Buenos días ―dijo ella en voy muy bajita.

―Creo que me voy a la cama… ―respondí lo más serio posible para que no se me notara mucho la borrachera.

―Que descanses.

Subí las escaleras a duras penas, me quité la ropa y me puse el pijama para meterme en la cama. Estuve echando una ojeada al móvil antes de dormirme, pero me costaba, porque una vez me había tumbado todo daba vueltas. Entonces entré en el Facebook y vi que Mónica había aceptado mi solicitud de amistad.

Debería haber esperado unas horas, pero la impaciencia me pudo y entré en su perfil a fisgonear un poco. No estaba nada mal, tenía casi doscientas fotos y algunas eran muy buenas, aunque eran antiguas, pues en los últimos dos años no había subido ninguna; aun así, no me importó, incluso tenía un par de ellas en bikini que a pesar de la borrachera hizo que me empalmara. A duras penas, me senté en la cama y me saqué la polla mirando su foto, tres minutos más tarde me corrí a lo bestia por el suelo con unos chorros de semen que salieron disparados casi dos metros.

Estaba tan cansado que ni me molesté en limpiarlo y una vez que me había corrido me dejé caer en la cama para quedarme dormido.

Sobre las dos de la tarde, escuché que llamaban tímidamente a la puerta, era Fernando.

―Adrián, ¿estás bien? ―lo escuché que me preguntaba desde fuera.

Me levanté de la cama somnoliento y abrí la puerta.

―Sí, estoy bien, me he quedado dormido, ahora bajo a comer… ―dije con un dolor de cabeza que casi no me mantenía de pie.

―Que dice Mónica que no te preocupes, te deja la comida preparada y cuando quieras, la calientas, nosotros nos vamos a ir.

―Vale…, gracias… ―Volví a la cama y me desperté a las cinco de la tarde con un hambre voraz.

Pegué un salto y levanté la esterilla de la ventana abuhardillada para que entrara luz en la habitación. Estaba todo hecho un asco y olía a rayos, una mezcla de alcohol, sudor y semen. Todavía había pegotes por el suelo y me acordé de lo que había hecho por la noche. Lo primero que hice antes de bajar a comer fue recoger todo, hacer la cama, limpiar el polvo y pegarle una buena fregada.

Después comí yo solo en la cocina una fabulosa merluza en salsa con gambas que había preparado Mónica, estaba exquisita y hasta el pan me habían comprado. Tomé un ibuprofeno y en una hora ya estaba recuperado. Y falta me hacía porque Sergio estaba muy pesado en el grupo de WhastApp que habíamos creado, que se llamaba «Elvi y los cuatro fantásticos», para volver a salir por la noche. También me había mandado un mensaje privado.

Sergio 13:47:

«¿Qué tal con Elvira, cabrón?, ¿te dejó tocar esas tetazas?, ja, ja, ja.».

No le quise ni contestar, no tenía ganas, lo que sí me apetecía era pegarme un baño en la piscina. A media tarde bajé y me metí en el agua. Estaba en la gloria disfrutando del chalé para mí solo, estaba tan a gusto que no me había ni acordado de volver a revisar el perfil de Facebook de Mónica, por la noche, a pesar de ir borracho, me había excitado un montón ver sus fotos y cuando saliera del agua, iba a hacerme otra paja.

Pensando esas cosas, reconozco que tuve una erección bajo el agua y, sin dudarlo dos veces, me quité el bañador y lo dejé en la orilla. No sabía por qué, pero me ponía muy cachondo estar desnudo dentro de la piscina, supongo que sería el morbo de que me pudieran sorprender o era por imaginar qué pensaría Mónica si me pillara así en su espacio particular para relajarse.

Estuve nadando unos minutos, zambulléndome en el agua, e incluso me di la vuelta y me tumbé boca arriba con los ojos cerrados en la piscina con toda la polla fuera. Aunque sabía que no había nadie en casa, me daba mucho morbo la situación y cuando salí del agua, estaba mucho más caliente que al entrar.

Y ya que estaba así, pensé, ¿y por qué no pasearme en pelotas también por la casa? Tampoco sabía a qué hora iban a regresar Mónica y Fernando o dónde habían ido, lo mismo habían salido a comprar y ya estaban de vuelta, pero me arriesgué y, con la toalla al hombro y el bañador en la mano, entré al salón completamente desnudo.

Despacio, subí la escalera, por suerte, no había nadie, por curiosidad empujé despacio la puerta de la habitación de mis caseros y me quedé mirando la cama. «¿Cuántas veces habrá follado ahí Mónica?», pensé. No me atreví a entrar, tenía las chanclas algo húmedas y podía dejar huella, pero me apetecía hacerlo. Subí rápido a mi cuarto y me puse solamente unos calcetines para volver a bajar a la habitación de Mónica y Fernando.

Esta vez sí entré, quería ver cómo era por dentro, qué tenían en la mesilla, saber algo más de ellos. Fernando tenía un e-book, una botella de agua y unos cascos de música, no me costó deducir que ese era su lado. En el otro extremo solo había un libro, El jardín olvidado, de Kate Morton. Supuse que en los cajones estaría su ropa interior, pero no me pareció bien abrirlos, no quería invadir su intimidad tanto, al menos de esa manera.

Entré en su baño, yo seguía desnudo, empalmado, nervioso, y tan solo llevaba unos calcetines blancos puestos. En ese momento no caí en la cuenta de lo que hubiera pasado si me hubieran pillado así, tenían un cesto de la ropa sucia y en una balda estaban colocados los perfumes y los desodorantes de los dos. Cogí la colonia de Mónica y me eché muy poquito en la muñeca, luego aspiré y, mmmm, me invadió su olor que me llegó hasta el cerebro.

Solamente con eso, la polla me palpitó, literalmente. Cerré los ojos, recreándome en ese aroma, y de pie, sobre la taza, comencé a menearme la polla, no tenía ninguna intención de correrme, pero me daba placer, morbo, masturbarme en su baño. Tenía una muñeca apoyada en la nariz y con la otra me la sacudía muy despacio.

Era una sensación maravillosa, incrementada, además, con los nervios y el peligro de que pudieran sorprenderme haciendo eso.

No me quise arriesgar más, dejé todo como estaba y subí a mi habitación. Veinte minutos más tarde escuché que se abría la puerta de casa. Ya estaban de vuelta.

Solo de pensar que podrían haberme pillado hizo que me excitara todavía más. Bajé a la cocina para saludarlos y agradecerle a Mónica el detalle de que me hubiera dejado la comida hecha; aunque no era más que una excusa para poder verla. Estaba de espaldas en la cocina, con un pantalón ajustado vaquero, y me quedé mirando su culo antes de decirle:

―Hola, muchas gracias, Mónica, por la merluza, estaba buenísima…

―Me alegro de que te haya gustado, eso es que te has levantado con hambre, esta mañana venías contento…

―Sí, creo que anoche nos pasamos un poco, pero ya me he recuperado y hoy volvemos a salir.

―Me encanta cómo recuperan estos chicos, recuerdo la última borrachera que me cogí hace un par de años que estuve una semana hecho unos zorros ―dijo Fernando entrando en la cocina.

―Bueno, pues voy a subir a prepararme, que hemos quedado…

―¿Cenas con nosotros? ―me preguntó Mónica.

―No, vamos a ir a un Burger, creo, no contéis conmigo esta noche…

―Vale, pásalo muy bien.

Me subí de nuevo a la habitación, todavía tenía un rato antes de salir. Me recosté en la cama y encendí el portátil, tenía ganas de echarle una ojeada a las fotos de Mónica, antes de nada las copié todas en una carpeta y luego las fui viendo una por una, despacio, recreándome.

Mentiría si dijera que no me toqué mientras las veía, pero es que era superior a mis fuerzas, era ver las fotos de Mónica y ponerme cachondo automáticamente. No es que fueran especialmente sensuales o eróticas, había unas de un viaje a New Yorkdonde apenas se le veía nada, otras montando en bici, cuatro en la playa en bikini, haciendo deporte, de fiesta con amigos, otras de un viaje a Dubái, me gustaba ver la ropa que llevaba puesta, se notaba que tenía mucha clase y que sabía lucir perfectamente sus curvas.

Tampoco estuve mucho tiempo, si seguía tocándome, quería reservarme para después, el alcohol me ponía muy cerdo y me gustaba correrme cuando volvía de fiesta, era una costumbre que tenía desde que empecé a salir en el pueblo a los quince años.

Sobre las nueve, habíamos quedado para cenar en unBurger, llegamos puntuales los cinco y lo primero que hicimos fue vacilar un poco a Iván, que volvía a ser el tímido de siempre.

―Joder con el calladito, qué bien te lo pasaste ayer… ¿Has vuelto a quedar hoy con la chica? ―le preguntó Sergio.

―No, paso, yo no le dije nada y ella tampoco, así que nada…, fue un rollo y ya está…

―Pero ¿la conocías de algo?

―No, nunca la había visto…

―Y… ¿no te gustaba o…?

―Bueno, dejad ya el interrogatorio ―dijo Elvira, sacando del apuro al pobre Iván ante el interrogatorio de Sergio.

Me fijé en Elvira, no iba tan guapa como la noche pasada, pero tampoco estaba nada mal, se había puesto unos pantalones y botas militares con un top plateado y brillante, que no sé si pegaban mucho, pero a ella le quedaba genial. Muy de su estilo.

Cuando terminamos de cenar, Sergio nos llevó a una bodeguilla donde solía ir él y sacó un juego que se llamaba el Ocalimocho, era tipo oca, pero en cada casilla prácticamente tenías que beber o mandar a alguien. Luego jugamos a otras cosas, Sergio era un experto y nos enseñó un buen repertorio, el rey del tres, la línea…

En algún juego tenías que mandar beber a alguien y tengo que reconocer que nos ensañamos un poco con Elvira, pero tenía buen aguante la cabrona y, a pesar de ser la que más había bebido, cuando salimos de la bodeguilla, era la que mejor iba. Luego fuimos a un par de bares a bailar y probar algún chupito raro que nos acabó de rematar.

Ya solo nos quedaba ir a la discoteca a sudar todo el alcohol, entramos en El Jardín del Edén y tenía dos plantas, una con música más comercial y la parte de abajo, más oscura, con dance muy repetitivo. Estuve hablando un rato con Elvira y me agradeció que la hubiera acompañado a casa la noche anterior.

Mientras charlaba con ella, cada vez más pegados y animados, el resto de colegas no paraba de hacer el tonto, simulando abrazarse y dándose besitos mientras miraban hacia nosotros. Casi sin querer la vista se me fue a su escote y Elvira se dio cuenta, estábamos muy a gusto y en ese momento me hubiera gustado que estuviéramos a solas sin los compañeros haciendo el capullo detrás.

Decidimos bajar a la planta baja, Iván era un gran apasionado de la música dance y al resto no nos importaba, a mí un rato me gustaba el chunda chunda, pero mucho tiempo me ponía la cabeza a mil; pero me dio igual la música sonando a todo trapo o el alcohol que llevábamos encima cuando Elvira se puso a bailar casi pegada a mí.

De vez en cuando nos decíamos algo para acercarnos el uno al otro y luego seguíamos dando botes y desfasando. Veinte minutos más tarde Elvira dijo que se subía, que ya no soportaba más esa música, y yo me fui con ella. Ahora estábamos solos y nos pusimos en un lado de la sala, sin nadie que nos molestara.

Estuvimos hablando otro poco, cada vez más pegados, Elvira me sorprendió varias veces mirando su escote, pero, sinceramente, no me importó, tenía buenas tetas y se ponía ese tipo de prendas para lucirlas, entonces me fijé en el piercing que tenía en los labios.

―¿Y no te molesta para comer? ―dije rozándoselo con el dedo.

―No, ya no, cuando te acostumbras, es como si no lo llevaras…

―Te queda muy bien…

―Gracias.

Y me quedé mirando directamente a su boca y ella a la mía y despacio nos acercamos hasta tocarnos, lo primero que hice fue atrapar su piercing entre mis labios, me gustó esa sensación metálica y fría, pero Elvira era muy salvaje y enseguida me metió la lengua en la boca para comenzar a morrearnos; mientras, el resto de la gente no dejaba de bailar a nuestro alrededor.

Bajé las manos para tocar su delgado culo y después las subí para acariciar esas tetazas por encima de su top plateado. Llevaba tanto tiempo fantaseando con esos pechos que me hubiera gustado meterlas por debajo para tocárselas directamente, pero me pareció demasiado fuerte para hacerlo en medio de la discoteca.

Elvira se pegó a mí y notó la tremenda empalmada que llevaba, se movía como una serpiente frotando su coño contra mi paquete mientras me acariciaba el pelo y me besaba de forma agresiva, incluso mordiéndome los labios un par de veces hasta llegar a hacerme daño.

―¿Vamos fuera? ―me dijo.

―Sí, claro…

Ella iba delante de mí agarrándome de la mano y subimos las escaleras para salir de El Jardín del Edén, dejando al resto de colegas dentro. Tampoco nos fuimos muy lejos, cruzamos la calle y nos apoyamos en un coche para seguir morreándonos allí. De vez en cuando ella sacaba la lengua de la boca para comerme el cuello y la oreja, mordisqueándome el lóbulo también. Yo no podía tocar ya sus tetas, pues Elvira se había puesto la cazadora, pero ella sí bajó la mano y me acarició la polla por encima del pantalón, entonces, sin que yo me lo esperara, tiró con fuerza y abrió todos los botones de mi bragueta y metió la mano dentro para acariciarme la polla con la palma por encima del calzón.

Acojonado, miré hacia los lados, de vez en cuando pasaba alguien, pero a Elvira le daba igual, me sacó la polla y comenzó a pajearme intentando ocultar lo que hacía con mi cazadora y su cuerpo.

La cabrona movía la mano despacio por toda la longitud de mi verga, consiguiendo que todavía se me pusiera más dura. Me miraba fijamente con sus ojos de gata, separados solamente a unos veinte centímetros, y ponía cara de zorra sin dejar de mover la mano ahí abajo.

―¿Vamos a otro sitio más tranquilo? ―le pedí.

―Me parece bien, ¿dónde quieres ir?

―No sé, uf, hace mucho frío… y yo no vivo muy lejos de aquí ―dije a ver si había suerte.

―Vale, vamos… Espera, que voy a mandar un mensaje a mi madre para que no se preocupe…

El chalé de Mónica y Fernando estaba a unos diez minutos de la discoteca y despacio fuimos andando hasta allí, nosotros tardamos un poco más en llegar porque cada poco nos parábamos para besarnos. Cuando salimos del bullicio, entramos en una calle más tranquila por donde no pasaba nadie, apoyados en otro coche, Elvira volvió a sacarme la polla y me la estuvo meneando un rato sin dejar de comernos la boca.

Entramos en silencio al chaléy subimos a mi habitación intentando hacer el menor ruido posible.

Yo cerré la puerta de mi habitación para que no nos escucharan, pero a las seis de la mañana no sé si eso iba a ser posible.

―¡Es muy chula tu habitación! ―dijo Elvira sentándose en mi cama mientras se bajaba la cremallera de sus botas militares―. Ven aquí…

Me puse a su lado y comenzamos a besarnos de nuevo, enseguida nos tumbamos y yo me froté contra ella como si estuviéramos follando haciendo el misionero. Elvira se quitó el top quedándose en sujetador y yo intenté bajar sus pantalones para dejarla en braguitas, me gustó el detalle que fueran de Mini Mouse.Elvira era la caña, con ese pedazo de tetas, su brazo derecho tatuado entero y varios tattoos pequeñitos por el resto del cuerpo, con su pinta de gata salvaje y esas braguitas infantiles.

Ella también me desabrochó el pantalón, pero yo me quité la ropa y me desnudé por completo. Y por fin acaricié sus tetazas, lanzándome a por ellas y metiendo la cabeza entre aquellas mamas calientes. Pasé las manos por su espalda para desabrocharle el sujetador y dejarla desnuda de cintura para arriba.

Me quedé unos segundos mirando sus tetas, eran realmente impresionantes, tenía unas areolas supergrandes de color clarito y en el pecho izquierdo llevaba un piercing atravesado en el pezón de por lo menos dos centímetros. Eso sí que no me lo esperaba, me lancé donde tenía el piercing y le estuve comiendo las tetas tres minutos. Podría haber estado toda la noche, pero Elvira tenía prisa porque se la metiera y ella misma se bajó las braguitas y se abrió de piernas.

―Ponte un condón…

Tuve que salir de la cama y buscar un preservativo en la mesilla. Una vez que lo tenía colocado en la polla volví a ponerme sobre ella y de una sola embestida se la metí hasta los huevos. En cuanto se la clavé, Elvira pareció volverse loca y sacaba las caderas buscando sincronizar las embestidas con sus movimientos; además, me guiaba y marcaba el ritmo con las manos en mi culo, e incluso me llegó a clavar las uñas en los glúteos haciéndome daño.

Nunca había estado con una tía tan cañera como Elvira, que gemía exageradamente alto.

―Shhh, calla, baja un poco la voz…

―¡¡Fóllame más fuerte!!, asííí, mmmm, muérdeme el hombro, vamossss… ―jadeó sin hacerme ni puto caso.

Yo clavé los dientes en su clavícula, pero ella me arañó el culo rasgando hacia arriba y haciéndome un poco de sangre.

―¡Más fuerte, joder!, muérdeme más fuerte…

Cerré la boca haciendo presión y aquello pareció que le encantaba, porque se puso a gemir como una loca corriéndose por primera vez sin dejar de sacar sus caderas hacia fuera. Yo estaba acojonado, seguro que ya habíamos despertado a Fernando y Mónica, porque menudo escándalo estaba montando Elvira.

Después del orgasmo, se tranquilizó unos segundos y me dio un beso en la boca dejándome seco, luego me apartó con brusquedad y se puso a cuatro patas. Vi cómo se metía la mano entre las piernas y se acariciaba el coño a la vez que me ofrecía su delgado culo, en esa postura las tetas le colgaban como a una cerda y los pezones se le habían puesto tan duros que ella se abrió bien de piernas para rozarse con ellos contra las sábanas.

Me puse de rodillas detrás de ella y se la metí de nuevo. A mí me gustaban los culos más redondos y potentes, como el de Paula, o incluso más grandes, como el de Mónica, pero tenía que reconocer que el de Elvira no estaba nada mal, era pequeñito, pero muy bien puesto. Y comencé a follarla en esa postura, yo no es que fuera ningún portento en la cama, pero físicamente estaba a tope, y debido al alcohol, no tenía ninguna prisa en correrme; así que le pegué una follada de impresión.

Hice que sus tetas se bambolearan hacia delante y atrás, y ella gozaba con el roce de sus pezones contra las sábanas, pero Elvira quería más, aquello era poco para sus gustos. Se giró mientras se la metía y me ordenó.

―¡Dame azotes en el culo!

Me quedé paralizado, con Lara no había hecho nada parecido y no supe reaccionar.

―¡Venga, dame en el culo!

Yo solté una pequeña cachetada en su nalga derecha, pero le debió parecer ridículo y ella misma se azotó el culo con fuerza para mostrarme cómo lo debía hacer.

―¡¡Dame así, joder!!

Con miedo le solté un golpe fuerte, y aquello le encantó.

―¡¡Mmm, sííííí!!, sigue, sigueee…, más, másssssss…

Mientras me la seguía follando, comencé a azotar su culo. Elvira era de piel muy blanca y enseguida se le pusieron muy rojos los glúteos; sin embargo, cada vez chillaba más alto, ya me daba igual si había despertado a Mónica y Fernando, la cama crujía a un ritmo frenético y los gemidos de Elvira los debía de haber escuchado todo el vecindario cuando se corrió por segunda vez mientras yo seguía castigando sin piedad su pequeño culo.

Pero yo no le di ni un poco de tregua y seguí embistiéndola como un loco hasta que por fin descargué sin sacar la polla de su interior. Elvira se tumbó boca abajo y yo, con las pulsaciones a mil, me dejé caer en su espalda y besé su hombro tatuado.

―Uf, ¡eres una salvaje! ―dije rodando hacia un lado y quitándome el preservativo para lanzarlo al suelo―. ¿Te quedas a dormir?

―Sí, vale, ahora no me apetece mucho irme para casa…

Y desnudos nos metimos en la cama, y nos quedamos dormidos unas seis horas, cada uno en su lado. Nada de en plan parejitas.

9

Al despertarme, me quedé mirando a Elvira, seguía dormida y su cara transmitía serenidad. No voy a decir que me arrepintiera de haberme acostado con ella, porque me lo había pasado muy bien, pero no quería nada serio, acababa de salir de una relación muy tóxica y además estaba muy pillado por Paula.

Antes de que se despertara salté de la cama, desnudos como estábamos, si ella abría los ojos y me buscaba, seguramente acabaríamos follando otra vez, pues no creo que hubiera podido resistirme teniendo a una chica como Elvira a mi lado. Me puse un pantalón, una camiseta y despacio salí de la habitación.

Me iba a tocar disculparme con Mónica y Fernando por el escándalo que habíamos montado por la noche, pero al bajar a la cocina ellos no estaban. Me habían dejado una nota en la encimera.

«Adrián, hemos salido de excursión, hasta la tarde no volvemos, te hemos dejado una tortilla de patata y tienes pechugas en el frigo por si quieres comer».

No podían ser tan buena gente y tratarme mejor de lo que lo hacían. Si es que estaban en todo. La primera idea que se me pasó por la cabeza fue invitar a Elvira para que se quedara conmigo, aunque prefería que no lo hiciera para estar todo el día solo en casa.

Tampoco se lo tuve que decir, cuando volví a la habitación, Elvira ya se había levantado y se estaba terminando de vestir, tan solo le quedaba atarse sus botas militares.

―Buenos días… ―me dijo.

―Hola, ¿qué tal has pasado la noche?

―Muy bien, he dormido de maravilla, pero tengo que irme ya o mi madre me va a matar ―dijo cogiendo el bolso apresuradamente―. Voy al baño un momento.

―Claro, lo que quieras, estás en tu casa…

Ella bajó a mi baño y yo la esperé en el salón. A los cinco minutos escuché sus botas por la escalera y apareció Elvira, se había mojado un poco el pelo y lavado la cara.

―Vaya casa, está muy bien…

―Cuando quieras, puedes venir… si te apetece pasarte a estudiar alguna tarde…

―Pues no te diría que no, algunas veces me gusta estudiar fuera y la biblioteca no es que me llame mucho.

―Ya has visto que la mesa de estudio es grande, así que el día que quieras venir, por mí encantado, mira, ven, que te enseño la casa.

Abrí la puerta que bajaba a la bodega y le mostré lo que había allí.

―El día que queráis hacemos una cena, Mónica y Fernando me han dicho que puedo traer gente cuando quiera.

―El sitio es una pasada… Pues cuando digas…

―Espera, espera, que no has visto lo mejor ―dije llevándola al otro lado.

―¡Hostia, pero si tienen piscina y todo! ¡Qué gozada!

―Y está el agua a buena temperatura, cuando vengas a estudiar, trae un bañador y nos metemos, yo me baño casi todos los días…

―Vale, te tomo la palabra…, en serio, bueno, Adrián, me tengo que ir ya…

Acompañé a Elvira hasta la puerta y ella se inclinó hacia mí para darme un único beso de despedida entre la mejilla y los labios.

―Mañana te veo en la uni…

Ciao

Otra vez solo en casa, tenía un mensaje de WhasAppde Sergio y una llamada perdida de él, pero no me apetecía contestar. Hacía un día fresco pero muy soleado, así que salí al patio en chándal y gafas de sol, abrí una Coca-Cola fresquita y me tumbé en una de las hamacas que había en el jardín mientras escuchaba música con los cascos.

¡Qué gozada!

Debí estar por lo menos una hora, al final me tuve que quitar porque me picaba ya la cara debido al sol. Tal y como estaba bajé a la piscina, y sabiendo que estaba solo, me quedé desnudo y me metí en el agua. Le estaba empezando a coger el gustillo a lo de bañarme en pelotas; además, me daba mucho morbo, no sabía por qué, pero era entrar en la zona de la piscina, oler el cloro del agua y el rabo se me ponía duro inmediatamente.

Estuve otra media hora de un lado a otro de la piscina y luego salí del agua y me senté en la orilla. De espaldas a la puerta me incliné hacia atrás y me agarré la polla para empezar a masturbarme. Me tumbé un poco más, clavando los codos en el suelo, y, con tan solo los pies metidos en el agua, seguí pajeándome.

Por un lado, me hubiera gustado correrme en la piscina, aunque, pensándolo bien, me parecía una guarrada para Mónica si ella se bañaba luego, así que no lo hice; pero me la estuve meneando casi una hora. Ya cachondísimo subí desnudo a mi baño y en unas cuantas sacudidas eyaculé sentado en la taza.

Eran las dos de la tarde y salí al jardín, preparé un poquito de ensalada, para no manchar nada en la cocina, y junto con la tortilla de patata, un poco de pan y la Cola-cola comí fenomenal. Sergio volvió a llamarme y a mandarme otro whatsApp que tampoco contesté, ya tendría tiempo de contarle mañana qué tal me había ido con Elvira, si es que lo hacía, que no lo tenía nada claro.

Subí a la habitación y me eché un par de horas de siesta, estaba reventado de todo el fin de semana, y cuando me levanté, ya había recuperado bastante. Estuve estudiando un rato en la habitación antes de escuchar ruido en la parte de abajo.

Serían las seis de la tarde y Mónica y Fernando ya habían regresado de su excursión. Les quise dejar a solas y seguí estudiando otro poco, luego parecía que Fernando estaba preparando una maleta y sentí el agua correr, por lo que supuse que se estaría pegando una ducha.

Sobre las siete, salí de la habitación y Fernando ya estaba a punto de irse, metió una pequeña maleta en su coche y cuando abrí la puerta del garaje, justo se estaban despidiendo.

―Adrián, estás ahí, bueno, ya me voy, cuida de Mónica, eh… ―me dijo Fernando.

―Claro, no te preocupes, que te sea leve la semana…

―Nada, el viernes ya estoy aquí, no me vais a perder de vista mucho tiempo… ―Y abrazó a Mónica a la que se le habían escapado unas lágrimas―. No quiero verte así, venga, arriba…

―Ya está ―dijo ella secándose los ojos con un pañuelo.

Después Fernando sacó el coche del garaje y nos pitó antes de irse a Madrid. Ya estábamos solos en casa. No me gustó ver a Mónica así de triste, parecía alicaída y sin energías. Yo quería animarla, pero no sabía cómo hacerlo, entonces se me ocurrió la idea de invitarla al McDonald’spara que no tuviera que preparar la cena y así sacarla un poco de su rutina diaria.

―Venga, Mónica, te invito a cenar, aquí cerca hay un McDonald’s…

―Muchas gracias, Adrián, pero hoy prefiero quedarme en casa.

―No es una opción, te he dicho que te invito, eso por la tortilla tan rica que me has dejado preparada esta mañana…

―Hace mucho que no voy a un burguer de esos…

―Mejor, así te va a saber de maravilla la hamburguesa, ya sé que no te gusta esa comida basura, pero un día es un día…

―Iba a hacer yoga ahora…

―Todavía es pronto, puedes hacer tus ejercicios y a las ocho nos vamos, tranquila, no vamos a tardar mucho, sobre las nueve ya estaremos en casa. ¿Te parece bien?

―Vaaaaaale, de acuerdo, pero pagamos a medias.

―Eh, de eso nada, te he dicho que pago yo.

―Como quieras…

Me pegué una ducha y esperé impaciente a que fueran las ocho. Puntual bajé al salón y Mónica no tardó en aparecer, me gustó que apenas se hubiera arreglado, llevaba un jersey azul, un pantalón vaquero y unas deportivas blancas; pero aun así me parecía que estaba guapísima.

Ella llevaba muchos años sin pisar un sitio de esos, así que tuve que ayudarla a elegir el menú. Y parece que la hamburguesa le gustó a Mónica, porque la devoró a dos carrillos. Me gustaba cómo se le salía la mahonesa por la comisura de los labios, nunca había visto a Mónica comer de esa manera tan «sucia», agarrando la hamburguesa a dos manos y pringándose los dedos de kétchup y mostaza.

―Siempre me acuerdo de un amigo que decía que una hamburguesería no es el mejor sitio para una primera cita ―dije yo de bromas limpiándome los berretes.

―Bueno, depende, es un gran paso ver a tu pareja comiendo así, después de esto, ya pocas cosas te pueden asustar, ja, ja, ja.

―Ja, ja, ja, sí, visto por ese lado…

―Y muchas gracias por la invitación.

―Gracias a ti, Mónica, por lo bien que me estáis tratando.

―Otro día me toca pagar a mí.

―Cuando quieras…, yo encantado de cenar contigo.

Nos quedamos un poco más charlando de mis exámenes, de su oposición, a pesar de la diferencia de edad, estaba muy a gusto con ella; pero no tenía tanta confianza como para hablarle del pequeño escándalo nocturno que había montado con Elvira, me hubiera gustado pedirle perdón, pero no quise sacar el tema; lo que sí que hice fue pedir permiso para llevar a mis amigos alguna tarde al merendero que tenían en la parte de abajo.

―Claro, Adrián, puedes traer a tus amigos siempre que quieras.

―Es que este viernes quería invitarlos a una merienda-cena, si te parece bien, tranquila, que nos vamos pronto, sobre las once, para no armar mucha bulla…

―Os podéis quedar el tiempo que queráis, está muy bien insonorizada la bodega y arriba no se escucha prácticamente nada…

―Vale, pues esta semana te confirmaré, pero en principio el viernes vienen mis amigos de la universidad, no vamos a ser muchos, solo cinco.

―Pues perfecto, si quieres, diles que se traigan el bañador y os dais un baño…, eh…, bueno, mejor no, no sea que bebáis y vaya a ocurrir algún accidente…, que ya me conozco yo cómo terminan estas cenas…

―Hecho, del bañador no les digo nada, ja, ja, ja.

Parece que el cambio de aires le vino muy bien a Mónica, que ya parecía más animada, y sobre las nueve, nos volvimos a casa. Ella, fiel a sus costumbres, se dio un baño en la piscina y luego una ducha. A las diez bajó al salón y yo estaba viendo la tele cuando ella entró con el libro de Kate Morton en la mano, entonces me acordé de mi pequeña excursión por su habitación, completamente desnudo, y un escalofrío de morbo recorrió mi cuerpo.

―¿Estás viendo algo? ―me preguntó.

―No, ahora empieza la peli de 2012, tiene buena pinta…, por si la quieres ver…

―Pues veré un rato si está bien, si no, he bajado el libro.

La peli era la típica de acción de catástrofes naturales y a las once en punto Mónica me dijo que ya se retiraba a dormir.

―Buenas noches…

―Buenas noches, ¡que descanses!

A mí me picó la película y me la tragué entera tumbado en el sofá. Luego me subí a la habitación y no me costó nada dormirme. Al día siguiente empezaba una dura semana en la universidad y mi nueva vida con Mónica.

Ella y yo solos en su fantástico chalé.

10

El lunes me levanté con ganas y energía, cualquiera diría que había pillado dos buenas borracheras el viernes y el sábado. Mónica ya estaba estudiando en el salón y como hacía todas las mañanas, la saludé en bajito.

―¡Que tengas buen día! ―me respondió.

Cinco minutos antes de la hora llegué a la facultad, me senté en mi fila y Paula ya estaba preparada para la clase, le hice una radiografía de arriba abajo, mirando su ropa y cómo llevaba el pelo. Me pregunté por dónde saldría de fiesta para poder hablar con ella e intentar romper el hielo. Tampoco pude estar deleitándome mucho tiempo con su precioso pelo rizado, recogido en una coleta, porque enseguida llegó el resto del grupo.

Fueron tomando asiento uno a uno y me incliné hacia delante para saludar a Elvira, que estaba en la otra esquina de la mesa.

―¡Vamos, cabrón!, te estuve llamando ayer y te mandé varios whatsapp, ¿qué tal con esta el sábado? ―me preguntó Sergio.

―Bien, vamos, normal, tampoco hicimos nada, solo que no estaba a gusto en la discoteca y al final la acompañé hasta casa…

―¡Venga, no me jodas!, ¿no os habéis enrollado?

―No, somos amigos y ya está…

―Pues yo creo que ella quiere algo más… Solo hay que ver cómo te mira.

Consideré que no era necesario que de momento el resto de amigos supiera que Elvira y yo nos habíamos acostado el fin de semana. Tampoco me importaba, pero no dije nada por respeto a ella. Si Elvira quería contarlo, por mí no había problema. Cuando salimos, entre clase y clase, estaba rara, ya no me miraba igual que antes y yo estaba un poco cortado delante de todos. Elvira era una chica atractiva y podría enrollarse con quien quisiera, pero yo acababa de salir de una relación muy problemática y lo último que me apetecía era comprometerme con ella.

Lo malo es que Elvira y yo habíamos conectado muy bien, nunca había tenido una amiga así y necesitaba charlar con ella para aclarar la situación cuanto antes.

Aprovechando que nos quedamos a solas en la cafetería, pudimos hablar unos segundos.

―No le he contado nada a estos de lo del sábado…, así que no saben nada.

―Puedes hacerlo, no me importa…

―Tampoco quiero esconderlo, pero antes prefería comentarlo contigo.

―Como quieras…

―Por cierto, esta tarde, si quieres, pásate por casa a estudiar, me dijiste que te apetecía.

―Perfecto, no me gusta estudiar en casa y las bibliotecas me rayan mucho, así que acepto esa invitación…

―Pues luego nos vemos.

―Vale.

Sergio siguió insistiendo toda la mañana para que le contara qué había entre Elvira y yo, pero parece que quedó convencido cuando le aseguré que entre nosotros no había nada.

A las dos y cinco ya estaba en casa y Mónica tenía la comida preparada. Se me hizo raro comer los dos solos, pero nos tendríamos que ir acostumbrando porque iba a ser lo normal en los próximos meses. Le estuve comentando un poco cómo me había ido la mañana y ella me estuvo contando que había estado haciendo unos ejercicios después de estudiar.

―¿Y qué tal Fernando?

―Bien, me llamó anoche y el piso donde se queda está fenomenal, esta mañana hemos estado hablando un rato y está contento con el trabajo, dice que pinta bien.

―Pues fenomenal, ah…, por cierto, esta tarde va a venir una compañera a estudiar, ¿puede venir, no?

―Ja, ja, ja, claro, no hace falta que me pidas permiso para eso, esta es tu casa, ¿el viernes vienen tus amigos a cenar?

―En principio, sí, pero todavía no les he comentado nada…

Después de comer, estuve ayudando a Mónica a recoger y nos subimos casi a la vez a echarnos una pequeña siesta. Sobre las cuatro y media, vino Elvira a estudiar y yo bajé a abrirle la puerta. Iba igual vestida que por la mañana, con unos pantalones anchos y una sudadera negra, y antes de subir a la habitación a estudiar pasamos al salón para saludar a Mónica.

―Esta es Elvira y esta es Mónica…

―Encantada ―dijo mi casera estirando la mano para saludarla sin levantarse de la silla.

―Vamos arriba. Hasta luego.

Nos pusimos en la mesa escritorio de mi habitación, separados aproximadamente por medio metro. Se me hacía raro estar allí con Elvira en el mismo sitio donde habíamos estado follando salvajemente un día y medio atrás, pero nos cundió casi dos horas bastante concentrados. Estudiar con una amiga al lado tenía la ventaja de que no me podía distraer con cualquier cosa como si estuviera yo solo y era más tranquilo que estudiar en una biblioteca; además, Elvira era bastante inteligente, controlaba bastante de matemáticas y me estuvo resolviendo unas cuantas dudas.

Hicimos un pequeño break y le pregunté a Elvira si quería merendar algo.

―No hace falta, en casa no suelo comer nada…

―Se te dan muy bien los números, gracias por la ayuda.

―Siempre he sacado sobresaliente en mates… ―dijo orgullosa.

―Vaya, eso sí que no lo esperaba, eres toda una caja de sorpresas… Me gustaría hablar contigo de lo que pasó el sábado, no quiero que estemos tan raros como esta mañana.

―No hay nada de que hablar…, lo pasamos bien y punto.

―Es que…, verás, acabo de salir de una relación difícil y ahora no quiero…

―No tienes que darme explicaciones, Adrián, somos amigos, nos enrollamos el otro día y listo, no le des más vueltas; además, sé que estás pillado por Paula, se te nota mucho.

Me puse rojo de vergüenza y me encantó lo comprensiva que era Elvira; era mucho más madura que yo y me sorprendió lo claras que tenía las ideas. Me estuvo contando un poco su vida, era hija única y vivía sola con su madre, al parecer su padre había fallecido cuando ella tenía solo cinco años y no se acordaba nada de él. Su madre era ginecóloga y, por cómo me hablaba de ella, deduje que era su mejor amiga.

Estuvimos estudiando otro rato y sobre las siete y media la acompañé hasta la puerta. Mónica estaba haciendo yoga en el salón en una postura rara, con la luz bajita, música relajante y una barrita de incienso encendida.

Elvira se me quedó mirando con una sonrisa en la boca.

―Lo hace todos los días, yo también me suelo poner con ella algunas veces…

―No sabía que te gustaba el yoga ―bromeó mi amiga―. Tú también eres una caja de sorpresas…

―Bueno, el yoga es lo de menos. ―Hice una pequeña broma cuando Mónica se puso a cuatro patas y luego se dejó caer hacia atrás pegando los glúteos a sus talones.

―Ya, ya…

―¿Mañana vienes?

―Sí, ¿por qué no?, ¿misma hora?

―Perfecto, pues hasta mañana. ―Y Elvira me dio un beso a modo de despedida en el mismo sitio que la otra vez, justo entre la mejilla y la boca.

Luego entré al salón y me quedé mirando a Mónica en silencio mientras ella terminaba de hacer sus ejercicios. Cuando se giró y me vio allí sentado, se pegó un pequeño susto.

―¡No te había visto!

―Perdona, no quería asustarte…

―¿Ya se ha ido tu amiga?

―Sí, acaba de marcharse, te ha visto tan concentrada que no ha querido decirte nada…

―Últimamente me estás fallando bastante, ja, ja, ja.

―Sí, y mañana viene Elvira otra vez, así que no sé si podré acompañarte…

―No te preocupes, entiendo que tienes que estudiar, cuando te quieras dar cuenta, ya tienes los exámenes encima.

―Hasta enero no empezamos, pero quiero llevarlo al día…

―Haces muy bien, veo que tú también eres muy organizado, se te nota…

―Gracias.

―Bueno, me pongo una sudadera y voy a preparar la cena.

―¿Puedo ayudarte?

―Eso ni se pregunta.

Durante la cena, estuvimos hablando un poco de mi amiga Elvira, le estuve contando a Mónica lo que acababa de descubrir sobre sus padres, y aunque todavía no habíamos empezado los exámenes, pensaba que me iba a sorprender con sus notas.

―Pues esas son buenas compañías entonces.

Mónica no me preguntó nada de lo que había pasado el sábado por la noche, pero, sin decir nada, creo que ya había deducido que la chica que gemía escandalosamente en mi habitación había sido Elvira; podía ver en su cara que Mónica había descubierto mi pequeño secreto.

Después de recoger, Mónica me dijo que se iba a dar un baño en la piscina.

―¿Te importa que cuando salgas tú entre yo? Hoy me apetece darme un chapuzón antes de dormir…

―Claro, sin problemas, para eso está, puedes ir cuando quieras, yo a las nueve y media ya estoy fuera del agua.

―De acuerdo, perfecto…

Subí a la habitación y estuve haciendo tiempo hasta las diez menos veinte para no cruzarme con Mónica, no quería que pensara que la estaba buscando, provocando un encuentro o algo similar, ni tampoco quería invadir su intimidad. Sabía que para ella era muy importante ese baño nocturno.

Bajé con una camiseta, el bañador y una toalla y me sorprendió que Mónica siguiera metida en el agua, ella solía ser muy puntual y metódica para esas cosas y respetaba con bastante precisión sus horarios. Me quedé dudando qué hacer, me parecía un poco violento presentarme allí mientras ella estaba en el agua, y al final me decidí y entré en la zona de baño.

Al verme miró la hora y se dio cuenta de que se había pasado unos minutos.

―Perdona, Adrián, no sabía que era tan tarde…

―No, no pasa nada, si quieres seguir, vuelvo luego.

―No hace falta, ya salgo.

Me quedé sentado en una silla grande que tenían para dejar las cosas y al momento Mónica salió de la piscina. Fue una imagen celestial verla subir las escaleras con sus imponentes curvas. Parecía que lo hacía a cámara lenta y yo me quedé mirándola detenidamente. Llevaba un bañador negro de cuerpo entero y se le marcaba una cinturita estrecha con unas buenas caderas y un culo generoso que lucía de diez con ese bañador. Tenía unas piernas casi perfectas, con muy poquita celulitis, y a sus cuarenta y dos años, si veías a Mónica de espaldas, estaba prácticamente como una universitaria de veinte.

No sabía qué me pasaba cuando entraba en la piscina, pero era acercarme por esa zona y tener una erección casi al instante, y más viendo como Mónica no tenía ninguna prisa en vestirse; era como si se estuviera exhibiendo delante de mí o al menos yo fantaseaba con eso. Se inclinó hacia delante, pasando todo el pelo por un hombro, y empezó a escurrirlo en el suelo, ¡vaya cuerpazo tenía!, incluso sus tetas parecían más grandes de lo que me habían parecido cuando iba vestida; pero su culo era tal y como me lo había imaginado, grande, duro, redondo y con pinta de saber delicioso. Cuando terminó de escurrirse, se cubrió el cuerpo con una toalla y el pelo con otra.

―Pásalo bien… ―me dijo mientras salía de la zona de la piscina.

Tuve que ponerme de espaldas mientras me levantaba y al quitarme la camiseta para que no viera la empalmada que llevaba bajo las bermudas. Bajé despacio por la escalera y me metí en el agua, todavía con la imagen de Mónica en mi retina.

Cuando me aseguré de que estaba solo, me quité el bañador y lo dejé en el bordillo, me volvía loco la sensación de bañarme desnudo, y más sabiendo que Mónica acababa de estar metida en el agua y que podía volver en cualquier momento aunque fuera muy poco probable. Estuve nadando y buceando de un lado para otro y, para terminar, fiel a mis costumbres, me estuve haciendo una paja antes de salir, sin llegar al orgasmo.

Luego subí a mi baño, me pegué una ducha rápida y terminé lo que había comenzado en la piscina, corriéndome de pie contra los azulejos de cerámica. Me metí en la cama completamente relajado y estuve viendo otra vez las fotos de Mónica en el ordenador.

Todavía estaba emocionado por lo que había pasado en la piscina, me extrañó que Mónica siguiera en el agua cuando llegué yo, además, ya la había avisado que iba a bajar; y después estaba lo del numerito del pelo, mostrándose ante mí casi un minuto en bañador, sin ninguna prisa. Cerré el ordenador y lo dejé en el suelo antes de dormirme, si seguía viendo las fotos de Mónica, iba a terminar haciéndome otra paja. Seguro.

Confundido, nervioso y excitado, me costó conciliar el sueño. Quizás solo eran imaginaciones mías lo que había pasado, fruto de mi calenturienta mente de dieciocho años. O quizás no.

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