JOSÉ MANUEL CIDRE

Las ganas de terminar cuanto antes le hicieron tirar del documento. Tan encajado estaba en la estantería que al tirar de él, trajo consigo papeles, revistas y, allí en el suelo, apareció. Casi ni la recordaba; ¡Vaya pinta! La barba larga, veinte años menos y la camiseta que habían estampado con la palabra Revolución en los campamentos, la cual vete tú a saber por dónde y cómo andaría. La cara sonriente y el puño levantado. Casi, ni se recordaba. No pudo disimular una seca carcajada en la que se expresaban la sorpresa y la impresión de comicidad que le inspiró aquella imagen.

Sin darle más importancia decidió apurar el café antes de que se enfriara más, cuando…

-¡Traidor!

Su mente quiso negar que lo había oído. Sería la falta de sueño, o el exceso de café, o las dos cosas. En fin, alucinaciones.

Traidor!

Ya no podía disimularlo. Se dio la vuelta lentamente recordando que; eran las dos de la madrugada, su familia llevaba tres horas dormida, y el vecindario no era especialmente escandaloso, sobre todo por las noches. No podía haber nadie más.

Pero allí estaba, con la misma barba, la misma camiseta y los rasgos juveniles que le retrotraían a sus primeros escarceos con la militancia. Aunque esta vez, el rostro serio, severo, airado, condenatorio borró todo atisbo cómico de la escena.

-Debería darte vergüenza, traidor.

Respondió rápido aún con el asombro reflejado en sus ojos, y queriendo convencerse a sí mismo más que replicar a su acusador… -No eres real. No puedes serlo. Vamos, esto es de película. ¿Qué me vas a decir? ¿Qué has salido de la foto? ¿Qué has venido del pasado para ponerte a reprocharme mis incoherencias?

La fuerte respiración del visitante resonaba en el silencio de esas horas.

Si prefieres quedarte más tranquilo, venga, convéncete a ti mismo de que no soy real. Hasta ahora tu conciencia no ha tenido demasiados problemas a la hora de tragar. Lo sabes.

Le pareció una insolencia.

-¿Tragar? ¿Tragar dices? ¿Qué me he tragado? ¿Qué concesiones he hecho que no fuesen necesarias? Recuerdo perfectamente que tú no supiste nunca de las presiones que se viven, que se sufren en la lucha cuando es seria. A ver, hazme una lista con mis, «traiciones» como tú las llamas.

El joven relajó su rostro en señal de cierta condescendencia. -¿Serás capaz de soportarlo? Es muy fácil. «Los de abajo en el centro de la vida». Recuerdas esa frase ¿verdad? ¿Has visto cómo vives? ¿Has visto que marcas consumes? ¿Quieres que te recuerde como son tus vacaciones?

Ya salió el purista. Claro, a tu edad es muy fácil ver todo bonito y con un arco iris de fondo. Lo que tú no sabes es que después viene la vida real. Claro que recuerdo esa frase. Mírame aquí, veinte años después, camino de las tres de la mañana preparando informes para la asamblea de la Asociación.

-La asamblea de la Asociación. El tono burlesco del joven le exasperó.

-¿Qué tienes que decir tú de mis compañeros? A ver.

Os habéis juntado hasta con la derecha. ¿De qué asociación me hablas? Cada vez menos, cada vez más metido cada uno en su vida, y por supuesto, cada vez menos relevantes en la vida social y menos capaces de dinamizar cambios. Aunque tragaderas tenéis…para sembrar.

Aquello le pareció una sarta gratuita de insultos. -Eres un niñato que no tienes ni idea. Si, hay descensos en la militancia, posturas encontradas entre los compañeros. Pero ahí también hay gente que lleva más tiempo que yo en la brecha. Aportando mucho más que yo. Y cuidado con intentar insultarles, niñato. Su dedo índice se mostraba inequívocamente amenazador. –Y sí, -añadió-, hemos colaborado con partidos y grupos conservadores, para conseguir objetivos en consonancia con nuestro proyecto de sociedad. Claro que lo hemos hecho, y te aseguro que de eso ni me arrepiento ni considero que sea una «traición».

-Bueno. Veo que sigues en tus trece. Te dejo que duermas mientras los últimos siguen muriendo de hambre. Pero, no me quiero ir sin dejarte otra frase, para el recuerdo; «La piedra de toque del militante es la fidelidad al ideal». Ea, que te aproveche.

-Siempre fuiste un descarado. Mientras esbozaba una sonrisa pensó para sí; -Manda narices esto de estarme peleando con mi yo de hace veinte años que ha salido de una foto perdida, por obra y gracia del agotamiento. Sin embargo, al comprobar que su visitante tenía efectivamente la intención de irse quiso añadir;

-Espera un momento. Ahora era él quien mostraba el rostro indulgente. -Antes de que te vayas quiero decirte que, -mientras se iba acercando, estiraba el brazo para colocar su mano en el hombro del joven- puedes venir cuando quieras. Me hace falta que, de vez en cuando, me recuerdes algunas cosas.

Al día siguiente, su mujer vio la foto encima del teclado del ordenador y no pudo reprimir una sonora carcajada a la que añadió; -¡Qué tiempos! ¿Te acuerdas? ¿Cuánto hace de esto? Lo menos, veinte años ¿no? ¿Qué diría este barbudo si nos viera hoy?

https://habitantedelanoche.wordpress.com

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