SYLKE & FRAN

CAPÍTULO 6 – SANDRA Y YO, MÁS QUE HERMANOS

No sé si la suerte de hacerme mayor de edad, la casualidad, la fortuna o la mezcla de todo ello, pero en apenas unos días, mi vida había cambiado radicalmente, desde otear en el balcón como se masturbaban tanto mi madre como mi hermana, descubrir lo que es un cuerpo de mujer de cerca, acariciarlo, amasarlo, besarlo, lamerlo… primero con Celia y después con mamá era demasiado, incluso se me llegó a olvidar cuando Fermín me pilló oliendo las bragas de Lucía haciendo llamar a mi madre para que le contara lo sucedido, algo que no era exactamente ni como yo se lo conté, ni seguramente como Fermín entendió pero además, porque en el transcurso de lo que yo esperaba como la bronca del siglo nada más llegar a clase, fue todo lo contrario, Lucía no me delató, sino que me hizo correrme al mismo tiempo que ella en una masturbación prohibida en los baños, mientras mamá debatía el problema con Fermín en su despacho, ¿o quizás algo más?

Volví a toda prisa, rodeando el pasillo al banco donde estaba Lucía esperando.

–          ¡Cuánto has tardado!, pensaba te podían haber pillado en el baño- me dijo Lucia preocupada al verme.

–          He querido asegurar- le dije todavía absorto en lo que había oído a través de las paredes.

De repente se abrió la puerta del despacho, y mi madre salió de forma airosa, con un mechón de su pelo que se había soltado, con lo pulcra que es ella para estar siempre de punta en blanco – pensé para mí.

–          Muchas gracias, Fermín por tu comprensión, no volverá a ocurrir más, te lo aseguro. – dijo ella.

Se volvieron a dar dos besos de despedida y veía como la mano de mi entrenador se aferraba a su cintura girando su pulgar por la cadera, más debajo de lo debido. Me pareció demasiada confianza por su parte.

–          Gracias por venir. Me ha encantado volver a verte, Cristina. – dijo él.

–          Gracias a ti por tu comprensión. – añadió con su bella sonrisa – Por cierto, Ramón y yo estaremos encantados de que asistas con tu esposa a la pequeña fiesta que vamos a celebrar este sábado de apertura de la piscina. – le dijo mi madre despidiéndose.

–          Pues muchas gracias por vuestra invitación, se lo diré a Aurora – respondió Fermín sin dejar de observar la cara de mi madre y sin soltar su cintura.

–          Os esperamos, no faltéis, ¿eh?… el sábado ya sabes.

–          Claro.

–          Y…. gracias de nuevo, Fermín – le respondió mi madre con una sonrisa y una mirada de complicidad o de demasiada confianza entre ambos.

Recordé que mi madre había preparado con mucho entusiasmo esa inauguración de nuestra piscina para el sábado, a la que acudirían varios de nuestros vecinos y amigos de mis padres, pero lo que menos me esperaba es que invitara a mi entrenador y a su mujer… ¿Aurora?

Por otro lado, Lucía y yo nos despedimos con un leve roce de nuestros dedos y una mirada cargada de llamadas y de agradecimiento mutuo. Esa complicidad entre nosotros, además de placentera, me había salvado la vida, al no contárselo a nadie

Mi madre y yo nos metimos en el coche y ella puso música tarareando la canción que sonaba, como si nada hubiese pasado. Casi se podía decir que parecía contenta, a pesar de saber la verdad.

–          ¿Mamá? – pregunté

–          Dime, cariño – dijo ella con su sonrisa como si nada.

–          ¿Qué ha pasado en el despacho de Fermín? – mi pregunta iba tanto en mi futuro en el esa cara universidad como en todo lo acontecido dentro con mi entrenador.

Por un momento vi la cara de mamá enrojecer, lo que me hizo sospechar que fueron más que palabras lo que había sucedido ahí dentro. ¿Se besaron?, ¿Se metieron mano? ¿Algo más fuerte? – mi mente estaba confusa, pero no pude evitar sentir celos, aunque también era absurdo pensar en eso, pues mi madre era fiel a papá, de eso estaba seguro. ¿O no?

–          Nada, cariño, Fermín es muy majo y muy comprensivo.  – dijo al fin.

–          ¿En serio?

–          Sí, Marcos, estás admitido en el equipo de natación y por supuesto, no ha abierto expediente de expulsión, porque, además, Lucía no ha puesto ninguna queja. Por cierto, ¿qué tal con ella? ¿Fue cortante? – dijo por un momento mirándome a los ojos.

Ahora era yo el que enrojecía con esa pregunta de mi madre y solo contesté un:

–          Bien, todo bien. Hemos hablado.

–          ¿Y?

No era capaz de sostener la mirada con mamá, después de esa aventura con Lucía en los baños de las chicas

–          Hemos hecho las paces. – sentencié y pensando “de qué manera”.

–          ¡Genial, pues todo olvidado!

¿Olvidado? Eso era imposible. Mi mente seguía dando vueltas, incapaz de asimilar tantas sensaciones juntas, como un laberinto de acontecimientos, uno detrás del otro, que me mareaban y no era capaz ni de ordenar en mi mente. Cuando quise darme cuenta, ya estábamos en casa.

Nada más meter el coche en el garaje y salir al jardín, vi que Sandra estaba tomando el sol boca abajo en una de las tumbonas. Su hermoso culo destacaba enfundado en un fino tanga verde. Entonces recordé lo que había pasado la noche anterior y cómo mi hermana nos había pillado a mi madre y a mí en plena faena. Sentí una especie de agobio, que casi no me dejaba respirar. ¿Y si le iba con ese cuento a papá? No quería ni pensarlo.

–          ¡Mamá! – dije sujetándola del brazo y señalando con la mirada hacia donde estaba tumbada mi hermana, aun con miedo a lo que pudiera pensar o decir a mi padre.

Ella pareció entender mi mensaje y mi cara de preocupación, para decirme:

–          Mira cielo, hablé con Sandra y lo ha comprendido todo enseguida.

–          ¿Lo ha comprendido?

Mi madre tardó unos segundos mirándome fijamente a los ojos, como queriendo entender ella misma todo lo sucedido.

–          Verás, hijo, ni yo misma me creo lo que pasó anoche y espero que comprendas que fue algo que se nos fue totalmente de las manos.

–          Pero, mamá, yo…

–          Mira cariño, lo hablé con tu hermana y es muy razonable… ella también tiene sus problemas, pero ha entendido todo perfectamente. Creo que entre todos debemos olvidarlo.

De nuevo esa palabra “Olvidar”… para mí era imposible. En ese momento intenté asimilar sus palabras y recordé el problema de mi hermana con lo de la polla de su novio y la ayuda de mamá con su juguetito de plástico. Seguramente lo que ha entendido es que nuestros problemas sexuales, los ha resuelto mi madre de raíz y de qué manera.

–          ¡Marcos! – en ese momento fue mi madre la que agarró mi brazo.

–          Dime.

–          Lo que pasó anoche, no puede volver a pasar. Lo entiendes, ¿verdad?

Aunque eso me daba cierta pena, pues aún recordaba todo con detalle, afirmé.

–          Claro, mamá.

Durante la cena, estando todos reunidos, notaba que mi hermana me miraba más de la cuenta, seguramente pensando que era un cerdo al haber llegado tan lejos con mamá, pero yo disimulaba todo lo posible para que no notara mi turbación y por supuesto que no lo notara mi padre.

Mi madre también intentaba mostrar naturalidad y en un momento de la cena le contó a mi padre que había invitado a mi profesor y su mujer a comer para la celebración de la apertura de la piscina.

–          Cielo, pues tendrás que disculparme ante ellos, pues me han llamado de la empresa para realizar un viaje urgente este fin de semana sin demora, necesitamos cerrar una operación financiera vital, estoy seguro de que lo entenderán y serás una anfitriona ideal.

–          Pero Ramón… ¿no vas a estar en la inauguración?

–          Lo siento, cariño.

–          Siempre trabajo, trabajo y más trabajo – respondió mi madre enfadada.

–          Bueno, mujer, seguro que lo sabes solventar tú sola, no te hago falta para nada.

–          Pero, ¿cómo voy a hacer la inauguración sin ti?

Mi madre estaba algo mosqueada, porque se le habían venido abajo todos los planes teniendo en cuenta de que llevaba bastante tiempo preparándolo. Entonces intervine yo.

–          Creo que papá tiene razón, lo puedes hacer tú sola perfectamente, mamá, además lo tienes todo medio hecho.

Lo cierto es que mi madre había pensado en todo, incluso había contratado a una empresa de catering para atender a los invitados y no tener que dejar todo ese peso en ella o en Celia.

–          Vale, pues espero vuestra ayuda.  – dijo mi madre mirándonos a mi hermana y a mí.

–          ¡Claro! – contestamos Sandra y yo al mismo tiempo.

–          Por cierto, tú invitarás a tu novio. – le comentó a mi hermana.

–          Si.

–          ¿Y tú a Lucía? – me dijo mirándome con su sonrisa imposible de borrar con una negativa.

–          ¿A Lucia? – pregunté.

–          Claro, ¿no? – dijo ella, como si Lucía y yo fuéramos novios.

–          Vale, mamá. – afirmé.

Mis padres se quedaron viendo la tele y mi hermana y yo subimos a nuestras respectivas habitaciones. Nada más entrar en mi cuarto, me puse un pijama corto, sin nada en la parte de arriba y tras tumbarme en la cama, la cabeza seguía dándome vueltas, rememorando tantas cosas… desde las primeras imágenes de mamá, masturbándose, ver también a mi hermana, mis experiencias con Celia, después la flipante locura con mamá en su cuarto, mi encuentro con Lucía… Me empecé a masturbar con cada una de ellas, pero entonces recordé esas miradas de mi hermana durante la cena y decidí que tendría que hablar con ella, que fuese yo de primera mano el que me excusara, para que entendiera que todo era culpa mía y que no iba a volver a ocurrir, tal y como le prometí a mamá.

Abrí la puerta del cuarto de Sandra sin llamar, para que no me escuchasen desde abajo, pero lo que me encontré fue alucinante. Sandra estaba tumbada en la cama boca arriba, totalmente desnuda, jugando con su juguete, que se metía incesantemente en el coño. Casi me desmayo ante esa imagen sorprendente de nuevo.

–          ¡Joder! – dijo ella sorprendida al verme.

–          ¡Sandra! – respondí viendo ese coño desde tan cerca del que se extraía el consolador que tiraba sobre la cama y a continuación se tapaba avergonzada con la sábana.

–          ¿No sabes llamar? – me imploró.

–          Lo siento mucho. – mi frase recurrente una vez más.

–          ¿Qué quieres, Marcos? – preguntó con sus carrillos enrojecidos, arrodillada en el cabecero de su cama y con sus piernas encogidas, cubriendo su desnudez con las sábanas.

Veía como los ojos de Sandra estaban clavados en mi entrepierna porque al llevar sólo el pijama el bulto era considerable y más tras haber visto ese cuerpo en plena faena.

–          Quería explicarte lo que viste. – dije.

–          Bueno, creo que estamos en paz. Son cosas que al otro no deben importar. Eso nos pasa por entrar sin llamar. – afirmó ella.

Ambos reímos nerviosamente por esa salida recurrente y es que, en el fondo, era todo algo cómico y surrealista.

–          ¿Entonces no estás enfadada ni mosqueada por verme con mamá…? – pregunté.

Mi hermana me miró detenidamente para acabar diciendo:

–          Fue chocante, la verdad. Todo un shock cuando os vi…. pero creo que ella quería ayudarte, que estabas hecho un lío, que eres virgen y todo eso.

–          Si, mamá es genial. – dije y mi polla dio otro espasmo – bueno y sigo siendo virgen a pesar de todo, jeje. – afirmé algo nervioso.

Sandra volvió a fijarse en ese bulto en movimiento.

–          Marcos, ¿Puedo hacerte una pregunta? – dijo mordiéndose el labio.

–          ¡Claro!

–          ¿Qué sentías cuando mamá te chupó ahí?

–          ¿La polla? Fue genial, la mejor experiencia de mi vida. – dije contundente.

Mi hermana seguí moviendo sus piernas nerviosas, para preguntarme.

–          Ella también lo disfrutó, por lo que vi. ¿No?

–          Ya lo creo. Muchísimo.

Nos reímos nerviosamente de nuevo.

–          ¿Puedo preguntarte yo algo? – esta vez era yo el curioso.

–          ¡Hecho!

–          ¿Qué se siente al tener eso metido ahí, en tu coño? – pregunté señalando el consolador que aun brillaba sobre la cama y que se acababa de sacar de su sexo.

Sandra me miró sorprendida.

–          ¿El consolador? Pues bien, ya te puedes imaginar. – dijo.

–          Imaginar un poco, pero me gustaría verlo.

–          ¿El qué?

–          Verte usándolo. – dije con seguridad, algo que a mí incluso me asustó.

Mi hermana se quedó con la boca abierta.

–          Marcos, ¿Me estás diciendo que me masturbe con eso? ¿Delante de ti?

–          Si, claro.

–          Pero, ¿Cómo te voy a dejar mirarme haciendo eso?

–          Tú ya me has visto a mí y yo apenas te he visto ahora un par de segundos. Es pura intriga, recuerda que soy virgen y quiero aprender.

–          ¡Marcos, cómo te pasas!

–          Vamos, hermanita. Sólo como algo instructivo – dije sentándome a los pies de la cama.

Dudó unos instantes y de pronto tras suspirar me hizo prometer que no dijese nada a mamá.

–          Será nuestro secreto. – afirmé llevando mi pulgar la boca como solíamos hacer cuando éramos niños.

–          Pero me da corte, ponerme desnuda delante de ti.

Me levanté y me despojé del pequeño pantaloncito del pijama, quedándome en pelotas y haciendo que mi polla se mostrase tiesa mirando hacia ella.

–          ¡Joder! – dijo mirando mi tranca que oscilaba totalmente tiesa.

–          Ahora ya puedes, para estar en igualdad de condiciones. – apunté sonriente.

–          ¡Marcos!, ¡es enorme! – exclamó viéndome desnudo frente a ella y con mi polla a tope.

Sandra retiró lentamente las sábanas para ofrecerme la visión de su desnudez, que ya había tenido la oportunidad de ver desde más lejos, pero a distancia corta, era todavía más alucinante, sus tetas perfectas, sus pezones bien marcados, su coño depilado y tras una ligera duda, encendió el motorcito del consolador con su vista fija en mi polla que yo empecé a menear frente a ella, allí de pie. Lo pasó varias veces por su rajita y yo animé para que continuara.

–          ¿Te vas a masturbar? – me preguntó.

–          Claro igual que tú.

–          Pero esto…

–          ¡Vamos, hermanita, mételo en tu coño, quiero verlo!

Entonces Sandra, tras un largo suspiro y viendo como meneaba mi polla, se introdujo de golpe el consolador rojo, haciéndolo desaparecer entre sus apretados labios vaginales, que parecían atraparlo de forma increíble y cómo ella seguía metiéndolo y sacándolo sin parar y sin dejar de observar mi dura verga que goteaba ante esa visión. Sus gemidos iban en aumento y parecía en trance, cerrando los ojos ante esa enérgica follada que se estaba dando con el juguete de mamá.

–          ¿Puedo? – pregunté queriendo ayudar a esa maniobra.

Sandra no respondió, porque seguía absorta en esa paja con el dildo entrando y saliendo sin parar, así que apoyé mi mano sobre la suya y seguí follándola con ese juguete siguiendo el ritmo de su mano. Por un momento pensé que era mi propia polla la que entraba, aunque hubiese sido el mejor de los sueños.

–          ¡Ah, joder, sí, sí, sí, ahhhh! – gritó de pronto, abriendo la boca en pleno orgasmo con sus ojos cerrados y aferrando su mano a la mía.

No sé por qué lo hice, pero acerqué mi polla a esa boca abierta y la metí hasta casi la mitad. Instintivamente, mi hermana la atrapó entre sus labios, haciéndome sentir una especie de chispazo por todo mi cuerpo. De pronto abrió los ojos para cruzarlos con los míos y tras unos segundos de duda, me dio un empujón.

–          ¿Qué haces, idiota? – me recriminó.

–          ¿No te gustó? – respondí con mi verga mojada con sus babas y cimbreante ante sus ojos.

Ella se quedó callada y luego me dijo pasando su lengua por los labios.

–          Marcos, eres un cabrón y creo que deberías irte a tu cuarto. Nos hemos pasado.

–          Sandra, yo…

–          Por favor, somos hermanos. – dijo ella todavía cerrando sus piernas, pero con el consolador vibrando dentro de su coño.

Me puse el pantalón del pijama a duras penas colé mi polla dura dentro y salí hacia mi habitación con un calentón monumental.

Me acosté en mi cama con una mezcla de excitación y a la vez de cabreo y culpabilidad, había tenido al lado a mi hermana masturbándonos, no estaba bien lo que había sucedido, pero el deseo superaba al raciocinio. Mi polla seguía dura, pero no quise seguir masturbándome, tenía que intentar aislar mi mente de esa lujuria incestuosa.

Cerré los ojos, intentando dormir, creía caer en el sueño, pero en mi mente se sucedían una serie de imágenes continuas en las que aparecía mi hermana, mi madre, Celia, Lucia. Se mezclaban sus bocas chupándome la polla, veía sus tetas en mi cara, sus pezones duros o mientras yo lamía sus sexos, se mezclaban imágenes de penetración, follándome a cada una de ellas, gimiendo, gritando, cuerpos entremezclados sudorosos, corriéndome en sus bocas, dentro de sus coños…

No sé qué hora sería, pero ya avanzada la noche, me desperté sudando. Mi polla todavía estaba en erección supongo que por el sueño que acababa de tener, me levanté y fui al baño, necesitaba una ducha para relajar toda la tensión sexual que tenía acumulada y bajar ese calor continuo, casi febril, de una maldita vez. El agua templada resbalaba por mi cuerpo… y de repente noté que la puerta del baño se abría.

Me quedé estático…las láminas opacas de la ducha me impedían saber quién había entrado.

–          ¿Marcos? – oí al otro lado la voz susurrante de mi hermana asustada

–          Shssss… Sandra, son las 4 de la mañana. – dije para que no hiciese ruido.

–          ¿Te estás duchando ahora? – preguntó bajando la voz.

–          Si, joder, ahora podías haber llamado tú, ¿o es que no veías la luz? – le dije susurrando y abriendo ligeramente la puerta de la mampara y asomando la cabeza.

–          Perdona, pero no podía dormir. Había ido a la cocina a tomar un vaso de leche y pensé que se había quedado encendida la luz del baño. No pensaba a estas horas encontrarme a nadie aquí.

La cara de mi hermana resplandecía y también se notaba el sudor en sus sienes y en el escote que dejaba ver ese pijama fino blanco, en el que se marcaban, bajo la tela sus adorables pezones y abajo con un pantalón supercorto a juego, que dejaba al descubierto sus esplendidas piernas y muy marcada la forma abultada de su sexo.

Cuando creía la ducha me estaba tranquilizando, un nuevo latigazo de excitación me invadió y mi polla fue despertando al otro lado de la mampara. Por lo menos, mi hermana no podía verlo.

–          ¿Me alcanzas una toalla? – le dije señalando una de las que había colgadas.

Mi hermana me la pasó y yo me la puse rodeando mi cintura, aunque ella parecía querer ver algo más, pero me giré para que no viese mi erección y al fin salí de la ducha.

Nos quedamos unos instantes mirándonos fijamente a los ojos, aunque mi vista también se iba a ese cuerpo con ese pijama tan ceñido y tan fino.

–          Sandra discúlpame por el arrebato que me ha dado en la habitación – le dije mirando a las paredes esquivando su mirada, algo avergonzado por lo sucedido.

–          Discúlpame tú también por actuar de esa manera.

–          ¿Disculparte yo?

–          Sí, te habré parecido un bicho raro, pero es que chupar eso.

–          No pasa nada, Sandra, pero sabiendo que no te gusta.

–          ¿Y tú qué sabes si me gusta?

–          Yo pensé que… – respondí sin poder desvelar cuanto sabia sobre ese tema.

–          Los tíos no entendéis nada y actuáis por instintos y la culpa es mía, simplemente no tenía que haber dejado llegáramos a eso

–          Ya.

Ella se mantuvo pensativa y añadió.

–          Pero el caso es que ver tu… – mi hermana se detuvo hablando, sin saber tampoco donde mirar.

–          Ver mi polla, te ha excitado…te refieres a eso ¿verdad? – terminé yo su frase con todo el atrevimiento del mundo.

–          Sí, joder, Marcos, es muy grande. – dijo de pronto en voz alta.

–          Shsss, baja la voz. – le advertí.

–          Es tan grande como el consolador, yo creo que hasta más. Mucho más que la de Mario. – los colores en la cara de mi hermana aumentaban por momentos y noté como sus pezones se marcaban más bajo la fina tela de su pijama.

–          ¿Y? ¿Qué has sentido? – le dije explorando con la mirada su cuerpo.

–          ¿Tú qué crees? Esto está mal, Marcos, muy mal, somos hermanos ¿o es que no te das cuenta todavía?

Los ojos de mi hermana se dirigieron hacia mi toalla, en la que se estaba formando la pequeña montaña que marcaba mi erección.

–          Marcos, creo me voy a dormir – me dijo a punto de darse media vuelta casi sin poder despegar la vista de lo que ocultaba mi toalla.

Con mi mano izquierda sujeté su muñeca, y con la mano derecha solté mi toalla repentinamente.

–          ¿Qué haces, tío? ¿Qué parte de lo que te he dicho no has entendido todavía, Marcos? – me dijo intentando soltarse, aunque sin dejar de mi mirar mi tronco duro y venoso.

Quedar completamente desnudo, expuesto ante ella, me resultaba muy morboso, era inapropiado, inconcebible, prohibido… pero me encantaba. Al igual que pasara en su habitación, los ojos de mi hermana quedaron imantados por mi polla, de nuevo en erección y le ayudé a que no dejara de prestar atención, deslizando con mi mano la piel de mi polla hacia abajo para que el glande quedara totalmente descapullado mirando hacia ella guiando su otra mano para que fuera ella quien me agarrase la polla.

–          ¡Marcos! – dijo, pero sus dedos rápidamente se aferraron a esa dureza.

Con un movimiento ligero de mi pelvis y su mano estática rodeando ese cilindro, veía como me masturbaba levemente, casi sin quererlo, pero sin duda, deseándolo tanto como yo.

–          ¡Es enorme! ¿Cuánto te mide? – dijo relamiéndose de forma instintiva.

–          19 y pico de largo – confirmé orgulloso, pues hasta entonces me parecía algo malo, como anormal, pero ahora veía que eso era una de mis mejores cualidades frente a las mujeres

–          ¿En serio? Yo creo que más… ¡Uf!, ¡Y está dura, además!

Aunque seguramente Sandra tenía su cabeza dando vueltas, como la mía, se resistía a soltar eso que tanta atención le llamaba, y ella misma empezó a pajear mi polla con suavidad, con delicadeza. Cuando solté su muñeca, su otra mano empezó a acariciar mis huevos y rozaba cada pliegue venoso que se marcaba en mi miembro. Había quedado totalmente hipnotizada y yo, al tener mis manos libres, solté los botones de su pijama, haciendo saltar sus perfectas tetas mientras ella seguía, como ida, palpando de arriba abajo mi vástago.

Yo estaba extasiado con la belleza de mi hermana, con la camisa del pijama totalmente abierta y esas tetas botando mientras su mano seguía meciendo mi polla. Podía ver cómo sus pezones se veían dilatados y durísimos, eran preciosos… Sin más miramientos me acerqué y pasé la punta de mi lengua por uno de ellos y luego por el otro. Su respiración se convirtió en un pequeño jadeo.

–          ¿Te gusta? – le pregunté.

–          Por favor Marcos, no, no sigas, soy tu hermana- me decía moviendo la cabeza a los lados, pero aumentando el ritmo sobre mi polla con su mano y acariciando mis huevos con la otra.

Volví al ataque con mi lengua y mientras lamia sus pezones, mis manos bajaron el pantalón de su pijama, que por cierto estaba totalmente mojado, hasta dejarla totalmente desnuda. Puse mis dedos en su coño encharcado y ella arqueó las piernas para facilitar mi masaje.

–          ¡Esto es una locura! ¡Para! – levantó la voz más de la cuenta, pero sin dejar de masturbarme.

–          Nos van a oír Sandra y puede ser peor…- le susurré medio tapándole la boca.

–          ¡Uf, joder! – gemía ella apoyando su cara contra mi hombro.

En esos momentos mis labios se habían separado de sus pechos, besaba su cuello, sus hombros, recorría el lóbulo de su oreja, haciendo que temblara de gusto.

–          Vamos dentro de la ducha- le dije de pronto, cogiéndola de la mano, guiándola hacia dentro.

Por un momento habíamos dejado de ser hermanos, nos metimos en el pequeño espacio de la ducha, completamente desnudos. Nos miramos y tras abrir el grifo, el agua empezó a rociar nuestros cuerpos, para fundirnos en un abrazo y un posterior beso que se alargó unos cuantos segundos…

–          ¡Joder, Marcos!, ¡esto es muy fuerte! – gemía ella cuando nuestros labios se separaron un instante.

Mis manos amasaban su culo y mi polla se apretujaba entre nuestros cuerpos, que seguían bañándose con ríos de agua templada. En ese momento, me agaché, sin dejar de acariciar sus redondas posaderas para ponerme frente a su coño rasurado, admirándolo. Con mis dedos separé sus labios, mostrando la parte interior rosada y metí uno de mis dedos, notando como los músculos de su vagina lo atrapaban.

–          ¡Ah, joder! – volvía a gemir ella.

Entonces mi boca besó ese coño, rozando sus labios entreabiertos con los de mi boca.

–          ¿Marcos, qué haces? – dijo tirando de mi pelo y mirándome fijamente.

–          ¿Tú qué crees?

–          ¡Ah, nunca me han hecho eso! – gimió más fuerte cuando mi lengua recorrió su rajita de abajo hacia arriba.

–          ¿En serio que Mario nunca te ha comido el coño? – dije orgulloso de ser el primero mirando su cara de placer y amasando su culo.

–          ¡Nunca, uff, qué gusto!

En poco tiempo me hice con esa técnica que de manera tan gráfica me había enseñado Celia y que practiqué después con mamá y en ese momento era con mi hermana, succionando ligeramente ese botoncito mágico, haciendo que sus gemidos fueran en aumento, tan fuerte, que tuve que tapar su boca con mi mano, si no queríamos despertar a nuestros padres. Ella se corrió entre espasmos, intentando tapar sus gritos con mi mano y aferrada a mis hombros, sintiendo como mi lengua recibía los flujos que iba soltando sin parar.

Una vez que me levanté, con mi polla totalmente dura, ella la aferró entre sus dedos y empezó a pajearla de nuevo.

–          ¿Te ha gustado? – pregunté, aunque por el brillo de sus ojos no hacía falta ni respuesta.

–          ¡Sí, ha sido una pasada! – dijo masturbándome.

–          Me alegro, hermanita.

En sus ojos ya no se veía el arrepentimiento sino una cara de placer inmensa.

–          Ahora tienes que correrte tú… – me dijo sonriente.

–          Sí, sigue dándole fuerte. – le dije yo amasando ese culo tan firme.

–          ¿No prefieres que te la chupe?

–          Pero, Sandra, eso no te gusta.

Mi hermana se me quedó mirando unos segundos.

–          ¿Tú que sabrás si me gusta o no? – dijo sin dejar de menear su mano.

Recordé que eso era un secreto, algo que habían hablado entre mamá y ella, algo que yo no debería saber, por cierto, pero salí airoso.

–          No, lo decía porque en tu habitación me empujaste cuando te la puse en la boca y eso…

–          Eso era otra cosa. – dijo mintiendo.

–          ¿Entonces te gustó?

–          Claro.

La respuesta de Sandra me dejó confundido, pues eso con lo que estaba decidida por hacer era algo que no se había atrevido a regalarle a su novio, porque le daba asco, según día y ahora mojándose los labios parecía más que ilusionada con comerme la polla a mí.

–          ¿Quieres o no? – me preguntó.

–          Pero, ¿estás segura?

–          Totalmente.

Solo afirmé con la cabeza y el curvilíneo cuerpo desnudo de Sandra se agachó frente a mí, acariciando mi polla y poniéndosela frente a su cara. Me miró una vez a los ojos y se metió el capullo en la boca. Lo rodeó con sus labios, pero no parecía tener asco ni nada parecido, todo lo contrario, ella misma saco su lengua sonriendo a la vez y le pegó un buen lengüetazo a la punta, para recorrer todo el tronco después. A pesar de no haberlo hecho nunca, se le veía una gran destreza en esa tarea, desde luego no tenía la experiencia de mamá o de Celia, pero sí que mi hermana había ensayado con el consolador y lo cierto es que me estaba dando mucho gusto, tanto sus labios como su lengua. Me agarré a su cabeza, cuando ella se introdujo casi la mitad de mi polla y empezó a devorarla con ganas, haciendo desaparecer una buena porción dentro de su boca.

–          ¡Joder, Sandra, cómo la chupas!

–          ¿Lo hago bien? – decía ella sonriente cuando se sacó por un momento mi polla de su boca.

–          ¡De maravilla!

Lo cierto es que la boca de mi hermana, sin desmerecer nada a Celia o a mamá, era realmente buena o simplemente le ponía ganas, porque su lengua y sus labios eran una auténtica delicia.

El agua seguía cayendo sobre nuestros cuerpos, pero ni a mí me importaba, ni creo que a mi hermana tampoco, porque cada vez chupaba con más ahínco, ahí entre mis piernas, arrancándome unos cuantos gemidos que yo intentaba apagar de cualquier manera, tapando mi boca o resoplando repetidamente, pero sin poder remediar lo que se adivinaba y es que esa boca me iba a llevar al orgasmo.

–          ¡Me corro, me corro! – dije con el tiempo suficiente para que ella misma se sorprendiera

Nada más retirar la boca de mi polla, el primer chorro impacto con su ceja izquierda, el segundo contra su nariz y los sucesivos volaron sobre su pelo, duchándola completamente con mi semen que se iba mezclando con el agua que caía de la ducha, al tiempo que ella lamía mis huevos, cogiéndole gusto a ese nuevo sabor. ¡Joder, para no haberlo hecho nunca, era toda una mamadora!

–          ¡Guau, Sandra, qué boca tienes! – dije soltando los últimos chorros en su cara y uno de ellos impactó en sus labios, que ella recogió sorprendentemente con su lengua.

Lo tuvo un momento en su boca y luego tragó, sonriendo después orgullosa de haber dado ese paso nuevo para ella y casi para mí, pues su primera mamada fue conmigo y no lo hizo absolutamente nada mal, puestos a comparar debería darle muy buena puntuación, teniendo en cuenta de que mamá o Celia parecían dominar el tema a la perfección.

Continuará…

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