ISABEL GZ
5
“Las cosas claras y el semen, espeso”
Nuestra experiencia con Nila supuso un antes y un después en nuestro matrimonio. Si sería para bien o para mal tendría que decidirlo el destino pero ya no había vuelta atrás. Pedí a Alonso que me hiciera cornuda y Alonso cumplió como un machote. Yo lo viví debajo de aquella cama de Hotel y lo disfruté de vuelta en el coche.
Como suele ocurrir con estas cosas no las hablamos mi marido y yo inmediatamente. Dejamos pasar unos días para que nuestras vivencias se asentaran y poder conversar con cierta distancia.
El miércoles, tras ver en la cama nuestra serie favorita en el portátil, saqué el tema directamente.
—¿Qué te pareció cari lo de la otra noche?.— Los dos sabíamos a que «noche» me refería.
—Fue algo extraño y raro para mí…
—Sí, lo sé, pero no quieras dártela de sensible porque sé que disfrutaste.
—Claro pero… —Alonso, con la corrección que suele caracterizarle, intentaba no herir mis sentimientos.
—No te avergüences cari. Ese era el objetivo, que disfrutaras.
—¿Y tú, disfrutaste?— Me preguntó.
—Joder, ¡claro que disfruté! Me toqué dos veces y luego de vuelta estaba tan caliente, joder, que necesitaba tu rabo entre las piernas. — Así era yo. Las cosas claras y el semen, espeso.
—Cuando miré debajo de la cama estabas allí medio despatarrada. — Se reía.— Me gustó ver que por lo menos te lo habías pasado bien.
—No nos desviemos. Quiero saber qué te hizo.
—Sabes muy bien lo que me hizo.
—Ya, pero quiero que me lo digas tú. A ver, que voy a ayudarte. Primero os besasteis, ¿no?
A Alonso le daba vergüenza admitir que había besado a Nila. Se sonrojó y no dijo nada.
—Luego se agachó y comenzó a hacerme una felación. — Masculló mi marido.
—Mamada.
—¿Qué?
—Que se dice mamada. Felación parece nombre de señora mayor: “Doña Felación Martínez, de ocupación sus labores”.
—No te lo tomes a broma.— Alonso quería mantener la compostura y no reírse.
—Y tú no te lo tomes en serio cari.— Le increpé. — Debes tomártelo como algo divertido, porque como lo analicemos mucho acabaremos con la perinola ida del todo. ¿Crees que yo no me como la cabeza?
—Sé que te la comes. Debajo de ese vocabulario de leñador siberiano sé que te comes la mollera. Por ejemplo, ¿por qué te gusta que me acueste con otras? No llego a explicármelo porque desde que recuerdo has sido especialmente celosa.
—Bueno, la verdad cari, realmente no he sido celosa.
—¿Cómo es eso?
—Que no eran celos, eran remordimientos porque quería que te acostaras con otras y a la vez no quería reconocerlo.
—¿Y eso cambió cuando me vistes el porno?
—En parte sí, pero es más que eso, cari. Cada vez los sentimientos son más intensos, creí que irían desapareciendo con los años pero no desaparecen.
—¿Y por qué crees que los tienes?
—No sé, supongo que será por mi padre.
—El psicoanálisis es un engañabobos, Lore. Está totalmente desacreditado, lo que te pasa no tiene nada que ver con tu padre.
—Yo creo que sí, mi padre siempre me ha tomado por la tonta de la familia.
—No es así.
—Sí que lo es. La lista siempre era mi hermana.
—A mi no me daba esa sensación.
—¡Joder, Alonso!¡Claro que no te la daba! Para él tu habías sido lo mejor que yo había hecho en la vida. ¡Por fin la loca de la Loreto ha hecho algo bien en su vida y se ha casado con un chico decente!
Alonso frunció el ceño.
—A tu padre no le caí nada bien. — Soltó.
—Al principio le caías mal porque pensaba que eras un tarambana como yo. Hasta que vio que eras un gran abogado. Entonces se sentía orgulloso de su yerno, el “famoso abogado especialista en Derecho Tributario”. ¡Pero si hasta te presentó a ese tolai amigo suyo del Tribunal de Cuentas!
—¿Y eso qué tiene que ver con tus deseos sexuales?
—Pues que siempre quise agradar a mi padre y sólo lo conseguí a través tuya. Tus logros son lo único que he podido presentarle a él y a mi madre.
—Sabes que no es así.
—Me da igual saber que no es así porque yo lo siento así y es lo que me come el coco. Tus triunfos son los míos y tu triunfo sexual es el mío también. Ahí está la conexión.
—Lo veo cogido por los pelos.
—Sí, por los del coño. Piensa lo que quieras pero tuve otros novios y con ellos no fantaseaba con que me pusieran los cuernos. Como sólo les pajeaba alguno me puso hasta los cuernos.
—Sí, el tal Luismi.— Este era un gesto que me gustaba de mi Alonso, que estaba atento a nuestras conversaciones y que recordaba las cosas importantes que alguna vez le había dicho.
—Ese. El muy cabrón se tiró a aquella pelirroja.
—¿Y?
—Pues cari, que con él me enfadé como una loca. Esos cuernos no me excitaron nada. Me jodió mucho que se follara en la verbena a esa zanahoria. Pero contigo no es así. Tú has sido con el único con el que he sentido que sería una delicia que me pusieras los cuernos. ¿Por qué coño es así?
—Lo de tu padre ahora tiene algo de sentido.
—Lo tiene completamente, cari. Te necesito triunfador para yo ser triunfadora, te necesito poderoso en el trabajo y te necesito poderoso en tu vida sexual.
—Voy con la pregunta que te va a doler, Lore.— Tomó un poco de aire y me soltó la pregunta clave.— ¿Y por qué si sólo follo contigo soy un perdedor? ¿Es que sólo puedo ser un rompedor sexual, como dices, cuando me follo a otras?
—No me duele porque sé la respuesta.
—¿Y cual es?
—Porque en realidad la que quiere ser poderosa soy yo.
—¿Y cómo va a ser eso si me voy follando a otras?
—Que cándido eres, cari.
—¿Por qué lo dices?
—Mi poder consiste en que después de follarte a todas las zorras que quieras siempre vendrás a mi lado porque soy tu mujer. Eso es lo que me excita. Saber que quien se las tira es mi hombre, aquel con quien hablo por las noches y aquel que tolera que lo ponga a régimen, lo vista como a un muñeco y le afeite las pelotas. Aquel que aguanta mi música. Aquel que soporta mis neuras y mis berrinches. Eres mi prolongación, ya sabes, cuando las posees a ellas siento que también las poseo yo de alguna forma. Y al humillarme, veo como aumenta tu poder y con ello el mío y me excito, en fin, una movida.
—Creo que ya te comprendo. Es parecido al fútbol.— Dijo Alonso y no iba descaminado a pesar de de que los hombres a veces parezcan monotemáticos con ese deporte.— ¿Acaso cuando gana mi equipo no disfruto como si fuera yo el que hubiera ganado?
No dije nada y lo besé tiernamente. Así estuvimos unos minutos. Cuando sentía que Alonso y yo conectábamos emocionalmente era como un orgasmo para mí. Y me encendía.
—Voy a comerte la polla.
—Últimamente se te va la olla de una manera… No hace falta, sigamos hablando.
—Sigue hablando tú, que yo voy a intentarlo.— Despejé la sábana y le bajé los pantalones del pijama. Metí la mano y la saqué del calzoncillo que aprisionaba aquel trozaco de carne. Comencé a pajearlo hasta que pasó de señorita morcillona a señora verga. Doblé la espalda y allá que chupé el capullo.
Con el tiempo he ido mejorando mi técnica de chupar pollas. Pero entonces —hay que ser honrada— era un desastre comiendo rabos. Lo que realmente hacía no era una mamada, sino una especie de paja con el capullo metido en la boca. Sólo me metía el glande entre los labios y no pasaba mucha más carne para dentro. Y en vez de mover la cabeza —las buenas mamadas se hacen con la cabeza más que con la boca— lo que hacía era mover la mano pajeando y pajeando esperando que saliera la sorpresa con la puntita al filo de mi boca. Yo paraba de vez en cuando para seguir hablando.
—Esa zorra te la chupa mejor que yo, ¿eh?
Alonso no hablaba. Notaba como la presión de la sangre en su pene bajaba, señal inequívoca de que se cortaba al hablar de estas cosas.
—Dilo o te pego un bocado.— Bromeé haciendo como si fuera a morderle de verdad el capullo.
—¡Joder Loreto!.— Dio un respingo asustado. Cuando me llama por mi nombre completo es mala señal.
—Tranqui, cari, que es broma.— No pude dejar de reírme.
—Sigue chupando que estás más guapa así. — Alonso tenía que devolverme la bromita.
—¡Por fin! Así me gustas, coño, con decisión.
Y continué con mi pseudomamada.
—Nila la chupa mejor, oh joder, sí que la chupa mejor. Ni comparación contigo y con aquella fulana del Polígono. Joder, ha sido la mejor mamada que me han hecho en la vida y me la ha hecho ella no tú cari, ella.
Así sí. Este es el camino. Ya estaba en brasas pero ahora aquello me encendió completamente. Con la mano que me quedaba libre me baje los pantalones piratas del pijama y busqué los pliegues de las sábanas para restregar mi coño con ellos. Alonso hizo el intento masturbarme pero la mano no le llegaba. Tuve que calmarlo.
—No te preocupes, no me hace falta tu mano, cari. Sigue hablándome así.
Y allá que comienzo a restregar mi clítoris por la manta moviendo mis caderas. Cuando encuentras el pliegue adecuado el rozamiento puede ser muy rico y ahí que lo encontré. Así que por un lado estaba con mi paja-mamada de tercera división y por otro rozándome como una posesa con las sábanas. Alonso continuó dándome lo que quería.
—Y no sólo la chupa bien, esa puta se subió encima mío y comenzó a cabalgarme como nadie lo ha hecho. ¡Cómo se movía! Y qué cuerpo, por Dios, qué cuerpazo tenía, qué tetas. Llegué a besarlas, a lamerlas, más firmes que las tuyas cari, oh…
Por supuesto, mientras me hablaba yo me restregaba más y más contra la sabana desviando mi atención de aquella mamadita —si es que puede decirse así— que le estaba haciendo. Ya era una mala mamada poniéndole atención, imaginaros cuando me concentro únicamente en frotarme sin parar con la sábana.
Alonso vuelve a hablar de cómo le puso el condón con la boca, la precisión con la que lo hizo y el gustazo que sintió. Yo ya no pude aguantar más y me retorcía de placer. Alonso al ver que estoy vibrando de gusto se agarra la polla y se la menea él solo buscando correrse. Grita de gusto. Suelta un fuerte «joder, sííí» y se corre en mi pelo.
Tras recuperarme del orgasmo me reía de notar la corrida entre mis cabellos.
—Joder mira, que guarrada.— Me miraba en el espejo.
—Déjatelo un rato. Dicen que va bien para el cabello.—Andaba bromista mi Alonso.
—Ni hablar, cari. Ahora vuelvo.— Y salí para el cuarto de baño.
Alonso me siguió para continuar la conversación.
—No me gustas que tenga que estar escondida.
—Bueno, si seguimos con esto, ocurrirá muchas veces. No a todo el mundo le gusta que le vean follar. Es raro.— Yo había metido la cabeza en la bañera e intentaba quitarme los restos de semen.
—Puedo intentar preguntarle a Nila si puedes participar.
—Joder, sí. A ver si acepta. Al fin y al cabo es puta. Cosa peores habrá hecho, digo yo.— Ya acabé de lavarme.— Listo. Ni rastro.
—Mañana la llamo.
Volvimos a seguir viendo videos en el portátil acurrucaditos en la cama.
—o—
Sandra, a pesar de ser socia de su propio despacho de abogados, seguía metida en negocios poco claros con su antigua inmobiliaria. En ella aprendió el oficio y en ella consiguió el dinero necesario para conseguir que Alonso continuara a su lado entrando con Teo en dicho bufete. De vez en cuando se pasaba por allí a llevar algunos papeles y para tantear la situación.
—Hola Sandra. Hoy está Ciro.
Ciro Cotrina, al igual que Sandra sobre el papel, no tenía nada que ver con aquella inmobiliaria. Oficialmente, su vida laboral era más corta que la de un boniato. Pero en la vida real, Ciro era uno de los principales capos del clan Cotrina. Siempre con zapatillas deportivas de última marca y ceñido pantalón, no se dejaba intimidar por nadie. En cuanto vio a Sandra, salió a saludarla.
—¡Sandrita!— Los diminutivos es lo que le hacían más repulsivo.
—Hola.
—Siempre tan alegre.— Ironizaba.
—Oye Ciro, no es bueno que andes por aquí.
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero he venido a advertiros de que la cosa se está poniendo muy mal con los búlgaros. Andaros con cuidado.
—Ya me cuido yo solita, gracias.
—Esto no es un juego. Las cosas están mal. Esos cabrones van a por nosotros y estamos pensando cómo contraatacar. Si hay traca os tocará algo. Manteneos alerta.
—¿Alguna cosa más?
—Sí, ¿como está mi primito?.— Se refería a Emilio. La historia de Emilio da para un culebrón. Había sido un bastardo de don Paco Cotrina, el hermano del actual jefe del clan. Un lío que tuvo con una niña que al final acabó suicidándose y dejando a Emilio en manos de su tía paterna que acabó abusando de él. Aunque sus apellidos eran otros, todos los Cotrina y los bajos fondos sabían que era del clan. La familia era la familia.
—Ahora está en su oficina. Vé a verlo si quieres.
—Lo mismo me acerco.
Ciro dejó a Sandra junto a la fotocopiadora y salió del local no sin antes mirar de un lado a otro e inspeccionar la calle.
Sandra se asustó. Maldecía el mismo día que conoció a los Cotrina.
—o—
Me sentía estúpidamente nerviosa como una colegiala que fuera a pasar su primer examen. Sentada en la terraza de una cafetería me había puesto elegante. Sin pasarme, eso sí, pero elegí un bonito vestido estampado ajustable con cordones y cuello en V. Con las piernas cruzadas me tomaba el café rascándome la pantorrilla y revisando mis zuecos de Zara para pasar el tiempo cuanto antes.
Estaba esperando a Nila. Sí, la misma que había mostrado a mi marido lo bien que se puede llegar a follar. Esa misma que se la chupa tan bien. Alonso la había llamado y le había preguntado si su esposa podía participar en las sesiones de folleteo. Para nuestra sorpresa, Nila había puesto como condición, antes de aceptar, tener una charla conmigo. Mi marido concertó el encuentro y aquí andaba esperando. Absorta en revisarme las piernas escucho que alguien se me acerca por la espalda y me pregunta.
—¿Lore?
Me vuelvo y la veo allí. Aunque sólo la había visto desde debajo de la cama la reconozco perfectamente. Sonará cateto y un pelín retrógrado pero me decepcionó que no pareciera prostituta. Iba vestida de “civil”. Pantalón vaquero, zapatillas y camiseta cómoda. Su pelo rubio, recogido con una coleta. No llevaba maquillaje y mostraba unas sonrojadas mejillas llena de pecas al estilo Pippi Lastrum aunque no dejaba de estar seria en cada gesto. A ratos me parecía una niña por sus expresiones pero su complexión era mucho mayor que la mía. Ante ella me sentía una enana y eso que la diferencia de altura no era mucha. Su actitud altiva parecía empequeñecerme y no paraba de buscarle defectos. ¿Las orejas?, bonitas, bien pegadas y con un único agujero para el pendiente. Nada de piercings raros. Nariz pequeña y ojos de un azul alucinante. A fuerza de escanearla le encontré una pequeña verruguita a la derecha de su labio. Hasta para los defectos tenía suerte la cabrona porque aquello podía dar mucho juego sabiéndolo resaltar con maquillaje.
—Sí.— Le contesté después de repasarla de arriba a abajo.— Yo ya he pedido en café con leche.
Nila hizo un gesto de quitarle importancia, levantó el brazo para que el camarero nos atendiera.
—Un café solo con estevia.
Y ya estábamos las dos juntas cara a cara. La esposa cornuda y la puta corneadora tomándose un café como si fueran amigas de toda la vida. La situación me superaba, lo reconozco.
—Alonso me comentó que querías que tuviéramos una cita los tres.— Directa y sin preliminares, Nila entró a saco.— No suelo aceptar tríos, de hecho, no acepto tríos cuando hay dos tíos. He tenido malas experiencias. Pero cuando es con otra mujer la cosa es diferente. Generalmente suele ser con compañeras del Smolyan, pero esto me resultó extraño.
—Ya.— Yo movía la cabeza como una imbécil en señal de aprobación. La Lore resuelta y asertiva estaba en otro lugar pero no en aquella cafetería.
—¿De verdad que te gusta ver a tu marido con otra?.— Directa al bazo.
—De hecho yo he sido la que ha metido a Alonso en esto.
—Vaya.
—Bueno, no sé, no es tan raro, estamos ya en el siglo XXI. Ahora me siento como si le estuviera comentando mi vida a la madre superiora de un convento.
Nila sonrió.
—Mira, quiero saber que no hay nada raro.— Me dijo— Sobre todo que no se están aprovechando de ti. Eso de la esposa que le gusta ver a su maridito con otras me suena a fantasía de pajilleros. ¿Seguro que tu marido no te ha comido el tarro para justificar que él pueda follar con otras sin remordimiento?
—Te aseguro que no ha nacido el hombre que me fuerce a hacer lo que no quiero a hacer en la vida. ¿Acaso no hay hombres que les pasa lo mismo? Seguro que has tenido clientes que les gustaba que le pusieran los cuernos, no sé, internet está lleno de cosas de esas.
—Pero lo de los tíos no cuenta, los tíos son unos salidos. Créeme, los conozco bien. Nosotras somos distintas, por eso me ha extrañado la propuesta. ¿No serás de esas lesbianas frustradas?
—No soy ninguna lesbiana frustrada.
—No sería la primera vez que una esposa lesbiana le propusiera un trío a su maridito porque siente vergüenza de estar a solas con una mujer.
—¿Y a mí qué? No soy ninguna lesbiana frustrada ni una tonta engañada por su marido— Me encendí y salió por fin la Lore de siempre— Te juro que es lo que quiero, joder, es lo que me gusta. Cuando Alonso me contó cómo te había follado se me encharcó el potorro, joder, Alonso y yo follamos luego como nunca.
Tuve que cambiar un poquito los hechos para ocultar nuestro ardid. Por cierto, en la mesa de al lado unas abueletas parece que algo han escuchado. Y las cabronas no se sobresaltan. Deben estar ya de vuelta de todo.
—¡Por fin! Por fin te sinceras, parecía que tuvieras un palo metido en el culo.— Nila ya no se corta.
—Pues sí tía. Piensa lo que quieras. Que estoy enferma, que Alonso es un salido, me da igual. Que necesito haloperidol, yo que sé. Quiero hacerlo y si no es contigo será con otra porque quiero poder verlo. Quiero ver como otra se folla a mi marido. ¿Lo he dicho lo suficientemente claro o te lo dibujo?— Agarro un papel y estoy dispuesta a dibujar allí una gigantesca polla pegada a un monigote, pero no encuentro mi maldito boli.
—Tranquila, que te creo. Y además no creo que sólo quieres verlo.
—¿Cómo?
—Supongo que te gustará algo más que simplemente observar, ¿no?
Me gustaba por dónde iba la conversación.
—Sí, claro.
—Mira, aparte de las tarifas que cambiarán por ser esto algo un tanto especial, tengo mis condiciones. Si las aceptáis, tendremos nuestras citas.
—Soy toda oídos. Alonso aceptará lo que yo le diga.
—La primera es que Alonso y yo tendremos citas a solas antes y después de que tú te incorpores al proceso. De hecho, tú no participarás en todos los encuentros, sino sólo en aquellos que te dejemos.
—Acepto. Alonso y yo tenemos el trato de contarnos todo así que no me importa.
—Pero de estas citas conmigo a solas Alonso no te contará nada. Será un secreto entre él y yo. ¿Puedes soportar eso, sí o no?
—No entiendo.
—Tengo que estar segura de que de verdad quieres ser cornuda. Si tanto te interesan los motivos, te daré dos. Por un lado, entrenaré con Alonso y podré tener complicidad con él. Y por otro, el más importante, me ha funcionado siempre con los cornudos: podremos comprobar si realmente quieres ser cornuda o sólo fantasear como una pajillera adolescente. No quiero que cuando tu marido esté sobre mí delante tuya comiences a gritar y me montes un numerito de celos. Si quieres fantasía, lee un maldito libro, pero si quieres ser cornuda tendrás que aceptar ser cornuda de verdad. Tendrás que aceptar que por la noche tu maridito sale de casa se folla a otra y regresa alegre y satisfecho mientras tú no sabes lo que ha pasado. O es así o no hay trato.
La miré fijamente. No creáis que yo lo tenía del todo claro.
—Lo acepto completamente.— No tuve valor para decirle que ya había estado muy cerca de ella mientras mi marido se la beneficiaba y no había montado ningún numerito. Eso sí, el detalle de la “complicidad” entre ella y Alonso era algo que me preocupaba un poco. No soy de piedra.
Nila me devolvió la mirada.
—La segunda es que os hagáis los dos los análisis de enfermedades. Yo os diré cuáles, dónde y cómo lo que tenéis que hacer. Sin ese análisis, yo no participo.
—¿Y tú?
—Yo también me lo haré, por supuesto.
—No me importa si usáis condón.
—Mira Lore, eres novata en esto y te diré que por más condón que tengas, en este tipo de sesiones la cosa se puede descontrolar y es mejor estar seguro. Así que nos lo hacemos y podréis disfrutar sin estar la goma de por medio.
—Como tú digas, eres la experta.— No iba a decir que no a aquello, parecía seguro.
—Y la tercera, que tiene que ver con la primera es que no mantendréis relaciones sexuales hasta que yo os de permiso.
—A ver bonita, estoy pensando que esto es mal negocio para mí. ¿Tú te lo tiras y yo tengo que aguantarme las ganas?
—Lo has descrito a la perfección.
—Pues no le acabo de ver la gracia.
—Funciona en el mundo cuckold y seguro que funcionará contigo, créeme.
—No me metí en esta movida para no follar, si hubiera querido eso hubiera seguido como estaba con Alonso.
—Lo que tu buscas no es follar, eso ya lo hacíais tu marido y tu peor o mejor. Lo que tu buscas es una experiencia que no consigues solo acostándote con tu querido Alonso de modo normal y convencional, ¿no?
—Puede ser, puede ser.—Reconozcámosle a Nila que el argumento tenía sus fundamentos.
—Pues esa experiencia no la conseguirás si no regulas tu libido. Por eso debes contenerte. ¿Por qué te crees que los cuckold practican tanto el control de la castidad? No es porque no quieran el placer sino porque cuando llega, es más intenso.
—Esa puede ser la teoría o puede servir sólo con los tíos. Alonso y yo hemos estado meses sin tocarnos o sólo un poquito y mal y la libido esa no ha crecido. Más bien ha menguado.
—Porque no es así como funciona la cosa bonita. Tiene que haber tensión sexual para que pueda acumularse y cada vez estés más excitadas. Lo que te ocurría con tu marido era simplemente aburrimiento. No había nada y nada podías acumular salvo frustración. ¿Me equivoco?
La cabrona era buena.
—Creo que no.
—Pues por eso mismo, si como dices quieres ser realmente una “cornudita” —el retintín con el que lo dijo me llegó al alma— te excitará saber que Alonso ha estado conmigo y cada vez necesitarás más liberar esa tensión y cuando lo hagas, será más potente. Si es mentira lo que me dices, te recomerán los celos y solamente le habrás regalado a tu marido unos buenos polvos con otra.
—No es mentira.
—Mejor parta tí. Quiero saber otra cosa.–Las palabras de Nila me sentaban como disparos. Lo que no tenía claro es si eran de odio o placer. Seguramente eran las dos cosas y es lo que me mantenía excitada.
—¿El qué?
—Durante nuestras sesiones, ¿puedo llamarte cornuda y cosas así?
Me quedé pensativa. No había pensado en esa situación.
—No sé ni que pensar. No me lo había planteado la verdad.
—Pero parte del placer del juego está en la humillación, ¿no?
—Sí, claro, si es para exaltar a Alonso la humillación me pone pero no sé si me va a gustar.
—Bueno, esto es fácil. Haremos como se hace con los cuckold.Yo me lanzaré a llamarte cornuda, a humillarte y todo lo que nos lleve la situación. En el momento en el que quieras detener el proceso o algo no te guste, lanzas una palabra de seguridad y ya recomponemos la situación.
—Paleozoico.— No le dejé tiempo ni de acabar la frase.
—¿Qué?
—Esa es nuestra palabra clave.
—Pues perdona, pero es una mierda. No voy a acordarme de ella. Tú y tu marido sois un poco freakis. Mejor utilizaremos mi nombre como palabra de seguridad cuando estéis conmigo.
—¿Nila?
—No, Petronila.
Tuve que contenerme las ganas de reír. ¿Petronila? ¿Quién coño le pone hoy a su hija “Petronila”? Debe ir contra los derechos humanos o algo así.
—¿Petronila, en serio?
—Sí. ¿Paraliza o no paraliza cualquier cosa?
Entre risas nos acabamos el poco café que ya nos quedaba.
—o—
Teo entró en la oficina de su detective privado de cabecera. No os dejéis camelar por el nombre y por las películas. La profesión de detective privado está regulada por ley y el setenta por ciento de los casos suele consistir en ser testigo de dónde va o viene una persona —generalmente algún infiel ya sea a su pareja ya sea a la empresa—, el veinte por ciento es trabajo de rata de archivo y el diez por ciento restante cosas raras que mejor no saber. En este caso, nuestro abogado penalista venía a pedirle algo normal.
—Necesito que me investigues a Yolanda Manzanares, aquí tienes la información.
—¿De qué se trata?
—Es la querida de Tolo, el marido de mi defendida.
—Sí, la Charo. Al parecer “neutralizó” al cabroncete de su marido.
—Exacto.
—¿Y la tipa esta, dices que se tiraba a Tolo?¿Quieres que lo confirme?
—No me hacer falta que confirmes si se lo tiraba o si sólo rezaba con él la novena a San Antonio. Lo que quiero es saber por qué demonios aparece como propietaria de empresas. Ella y mi cliente, que dice no saber nada.
—Pero eso lo puedes hacer tú o alguno de tu despacho. Los abogados sois buenos ratones de archivo.
—Es que quiero que vayas más allá. Ese trabajo ya lo he realizado yo. Aquí está toda la documentación. Hay cosas que se me escapan y quiero que investigues un poco y busques conexiones. No sé, cosas que no aparecen en el Registro mercantil ni se ponen sobre el papel. Tolo estaba metido con los Cotrina.
—Joder, eso son palabras mayores.— Sentenció el detective.
—Ya sé.
—Mira, si encuentro algo, te lo doy para que lo presentes al juzgado o la policía pero a mi ni me nombres. Los Cotrina son cosa chunga. Ahora andan a la greña con los búlgaros.
Teo no conocía esa información.
—¿Los búlgaros?
—Si, tienen el puticlub ese tan finolis que creo que conoces tan bien, jejeje— A Teo la broma no le hacía ni puñetera gracia.— Pero quieren expandirse en la ciudad. Y los Cotrina les estorban. Va a correr sangre, así que mejor no estar por medio.
—Vendré dentro de una semanas.— Afirmó Teo sacando los últimos papeles de su portafolio.
—Mejor ya te llamo yo cuando tenga algo.
Teo salió de allí derecho al despacho. Una vez en él, llamó al Smolyan intentando concretar una cita con Nila. Pero por alguna razón Nila ya tenía toda la agenda ocupada para las siguientes semanas. Parece ser unos nuevos clientes apartarían durante un tiempo a Nila de Teo.
—o—
A Charo le gustaba ser la primera daba del Smolyan. Como novia oficiosa de Petko era respetada cada vez que entraba en aquel edificio. Se sentía como de la realeza. Las chicas agachaban la cabeza al verla y los secuaces de su novio búlgaro marcaban la diferencia entre ella y el resto de mujeres del entorno. Solían llegar al local en un lujoso Mercedes clase S y una vez allí, por pasillos reservados, subían por el ascensor hasta la última planta en la que se encontraba las dependencias de Petko.
Petko estaba completamente enganchado a las mamadas desdentadas de Charo. Ya se sentía el macho alfa de aquel tugurio pero follarse una boca de aquella manera disparaba su sensación de poder. A Charo le hubiera gustado un poco más de variedad en lo sexual ya casi no utilizaban otro orificio corporal que no fuera el que la naturaleza le había dado para comer. Pero todo era ventajas: ropa nueva y cara, joyas, estatus, y sobre todo, excitación por ser la consorte del macho del lugar.
Charo sentía predilección por los chicos malos. Siempre había sido así. Tolo era el chico malo de su instituto y no paró hasta hacer que cayera en sus redes. Lo atrapó bien atrapado y después no pudo salir de la misma red que ella había tejido soportando día tras día a un tipo que la maltrataba a todos los niveles. Petko no la maltrataba físicamente, pero como él mismo decía de sí, también era un cabrón. Y Charo tendrá la ocasión de comprobarlo esta noche.
La parte alta del Smolyan tiene varias salas. Una de ella es un salón reservado para las reuniones que Petko tiene con sus subordinados. Todo decorado con mal gusto: figuritas kitsch de falsa porcelana junto a cuadros cursis de motivos búlgaros variados junto a muebles de madera muy bien labrada que no pegaban con el entorno. Petko y Charo entraron y se sentaron en el gran sillón principal. Ella muy pegadita a Petko que la tenía agarrada por la cintura; de vez en cuando le magreaba el culo o le metía la mano debajo de la falda. Petko no solía atender asuntos importante delante de ella por lo que se sorprendió cuando entraron en la sala dos de los matones más peligros de Petko.
Dijeron algo en búlgaro que no entendió. Petko asintió.
—Vesela ya está lista.— Charo ni conocía a la tal Vesela ni sabía a lo que se refería su novio pero algo raro flotaba en el ambiente.
Los dos hombres hacen una señal a alguien que está fuera del salón esperando. Entran otros dos secuaces —grandes como camiones y esbozando una risa sarcástica— acompañados de una chica desnuda, Vesela. Charo se estremece y aguanta la respiración. Aquella chica búlgara tendrá unos diecinueve o veinte añitos y la palidez de su piel apenas se nota debido a los moratones y las magulladuras que presenta. Está descalza y Charo se fija en sus talones que sangran por rozaduras. Consternada por el estado de su cuerpo, nuestra viuda tarda en fijarse en el rostro de aquella pobre muchacha. En su nariz amoratada Vesela lleva puesto un septum circular, un piercing en forma de argolla que le atraviesa el tabique nasal. En el labio tiene otra argolla como piercing y uniendo estos dos adornos tiene una cadena corta que mantiene unida su boca y su nariz. Si intenta hablar se destrozaría el labio o la nariz. Está llorando e intentando musitar algo en búlgaro que Charo, sin embargo, entiende perfectamente: la chica está suplicando.
Petko se dirige a ella en búlgaro mientras continua magreando a Charo debajo de la falda. Petko habla tranquilamente, sin prisas. Cuando acaba da una orden a los hombres. Cierran la puerta.
—Ahora.— Se dirige en español a Charo.— Verás por qué te dije que soy un cabrón.
Uno de los secuaces agarra a la pobre chica del brazo y la coloca bocabajo en la mesa de cara a Petko y Charo. La muchacha no puede levantar ni arquear la espalda por lo que tiene los pechos aplastados contra la fría tabla mientras sus pies descalzos tocan el suelo. Charo contiene la respiración cuando uno de aquellos esbirros se baja los pantalones sonriendo sádicamente, se saca la tranca y sin ningún miramiento penetra analmente a Vesela que intenta gritar pero que al abrir la boca sólo consigue que su labio comience a sangrar. La chica resopla mientras aquel cabrón la sodomiza gritándole palabras en búlgaro. El tipo parece poseído por el odio que se multiplica a cada envestida. Vesela intenta moverse pero la tienes agarrada del pelo y debido a los empellones de la follada anal se ve obligada a ponerse de puntillas para no sufrir más dolor.
Charo centra su mirada en los ojos de la muchacha y no puede dejar de sentir lo mismo que ella. Sentada frente a la chiquilla, cara a cara, Charo está paralizada. Un escalofrío recorre su cuerpo mientras enculan sin ninguna dignidad a aquella pobre chica. Petko se está excitando pero Charo sólo siente terror, indignación y vergüenza. El cabrón que está violando a Vesela acelera y grita. Grita más fuerte cada vez que siente como en cada penetración Vesela no puede dejar de gritar a pesar de que aquello le desgarra el labio. Entre carcajada e insulto se mueve más rápido y descarga su corrida dentro de ella. No hay tregua para la joven búlgara. Apenas ha salido uno de aquellos malnacidos cuando otro ya está preparado, polla en mano, para hacer lo mismo. Vesela ya no grita ni hace sonidos. Sólo llora mientras mira a Charo que también tiene ganas de llorar. El segundo cabrón la penetra rápido enfurecido por la excitación acumulada tras haber estado viendo a su compañero sodomizar a la joven. Termina rápido después de aumentar el desgarro del recto de Vesela. Tras eyacular, le da una palmadita en el culo mientras se rie y llega el tercero para descargarse a ritmo frenético mientras los restos de las corridas anteriores y sangre resbalan por las piernas de la muchacha.
Petko ya se ha sacado la polla y comienza a masturbarse. «Por Dios, que no tenga que hacerle nada, que no tenga que hacer nada», se decía Charo lejos de cualquier atisbo de excitación. Terminado el tercero, le sigue un cuarto. Vesela ya cierra los ojos mientras su ano prolapsado recibe las últimas envestidas del toro que la está montando por cuarta vez. Por fin, tras gritar como un loco, el violador anal vacía sus testículos en ella y Vesela queda todavía tumbada sobre la mesa llorando. Petko le dice algo, ella abre los ojos y levanta el rostro todo lo que sus fuerzas se lo permiten. Petko deja a Charo allí sentada y petrificada por el terror, se levanta y se acerca con su polla al aire. Acaricia la cara desfigurada de Vesela, atrae su cabeza al borde de la mesa y acerca su polla al rostro lloroso de la joven. Se masturba delante de ella contemplando la obra fruto de sus órdenes. Cada vez se masturba con más fuerza a escasos centímetros de ella, agarrándola del pelo, grita como loco por aquel placer insano y salpica todo el rostro demacrado de Vesela con su semen. Da una orden y dos de los hombres agarran a la chica y la sacan de la habitación en volandas.
Charo está, literalmente, atrofiada por el terror. Petko lo nota y se rie en sus narices.
—Ves cariño, ¿soy o no soy un cabrón?
Charo no contesta de momento. No sabe qué decir ni qué hacer. Los ojos de Vesela continúan grabados en su retina. Quisiera preguntar a dónde la llevan, qué harán con ella, si le esperan otros sufrimientos peor que aquel. Pero no se atreve a tanto y hace otra pregunta.
—¿Qué ha hecho?— Pregunta bajito temiendo la respuesta de su novio búlgaro.
—Hablar más de la cuenta con quien no debía. Vamos al comedor, voy a pedir que nos hagan algo, hoy no tengo ganas de salir a ningún restaurante.
Charo no iba a poner ningún impedimento. Asiente con la cabeza y continúa todavía pegada al sillón.
—¿A qué esperas? Vamos a la habitación, allí nos la subirán.
Charo se levanta y sigue a Petko de cerca aguantándose las ganas de llorar. No sólo siente dolor y pena por aquella chica con la que se siente identificada sino que se maldice a sí misma. «Charo, eres estúpida. Otra vez vuelves a caer en el mismo error. Sólo te atraen hijos de puta», se va repitiendo mientras sigue dócilmente a Petko.
Sabe que aquello era más que una advertencia o una amenaza. Era la forma que tenía Petko de decirle a Charo que ya era suya. Y paradojas de la vida, en ese mismo instante, ya Charo no quería ser nada de Petko. Aunque todavía no había sido un cabrón con ella sabía que tarde o temprano le tocaría sufrir igual o peor que sufrió con Tolo. Y si no aguantó lo de su marido y lo acabó matando, no iba a aguantar a Petko. Sólo tendría que encontrar la forma adecuada.