TANATOS 12

CAPÍTULO 18

—Pues. A ver. Es que… Lo primero que esto no se lo he contado a nadie. Pero, no sé, contigo me salen las cosas así, ¿vale? En fin. Tampoco sé lo que sabías tú de mí antes. Pero bueno, al lío, que yo cuando llegué aquí estaba prometida con un chico, ¿vale?, y en esto que yo en seguida veo que Edu, como tú le llamas, me hace… pues tilín… o lo que sea, pero digo, bah, normal, está bueno… soy humana, es lo que hay. Pero nada… Es que además lo tenía de jefe, que teníamos mucho trato, vamos. Y tampoco es que él hiciera nada, no sé, o sí, pero el caso es que en seguida teníamos tonteo, o eso me parecía a mí. Y nada… Pero… No sé. De esto que te despiertas de otra manera para ir al curro, ¿sabes? ¿Cómo en el colegio cuando te gustaba alguien?

—Sí, sí. Claro —decía yo, embriagado por la velocidad de sus palabras y por su gracia corporal. Era tan dulce y encantadora que sentía que todos la tenían que estar mirando aunque no la escuchasen.

—Y nada. Eso. Que yo veía que tal, pero también decía: mira, quiero a mi novio, que llevo toda la vida con él. Es que poco más he catado, la verdad. Ya puesta aquí a desbarrar. Y nada, lo típico, que llega un jueves, tal, cervezas… no sé qué… y nos quedamos solos en un bar. Y yo estaba… pues… no sé si más emocionada o cagada. En fin. Bueno. Pues eso. Que allí, ya pagando, creo que fue, en la barra, pues nos besamos. Ni sé quién empezó. Pero vamos, un beso que… mira… es que se me cayeron las bragas allí mismo… Y nada. Nada más. Pero claro. Yo me quedé así, mirando para él cómo pagaba y dije… madre mía… en plan: “esto es”, y esto ni lo tuve, ni lo tengo, ni lo tendré con el chico… con el que… estoy prometida, ¿sabes? O sea. Imagínate el lío. En fin, y después llego a casa…

—¿Pero un beso solo? ¿Ni uno más de despedida? —pregunté, interrumpiendo yo, por una vez.

—Nada. Nada. Solo uno. Pero claro. Ya te dije que yo soy de actuar. Y en esto que llamo a mi novio y pum. Lo dejo. Así. A lo loco. Porque yo sabía… A ver, no por el beso. Yo ya iba viendo que la cosa no iba… porque si fuera bien… a Eduardo lo tendría por un cachondo que se tira a todas… y fuera… que yo ya me olía que si Patricia… que me da que Paula también… bueno, en fin, eso es otro tema lo de Paula, y vamos de María ni idea, pero en fin, eso, que si yo estoy enamoradísima de mi novio a Eduardo lo tengo por un maduro buenorro como te dije, y ya, pero no era el caso, o no solo el caso, quiero decir. Y nada, eso. Llamo a mi novio y claro, drama, imagínate. Yo en plan: se lo tengo que decir a mis padres antes de que se enteren por los padres de él. Vamos, un lío, pero yo lo tenía claro. El caso es que él, con razón, me dice que lo quiere hablar en persona y que al día siguiente que coge el tren después del trabajo y que va a mi casa.

—Normal —dije.

—Eso es. Normal. Bueno. Y nada. Llega el día siguiente. Viernes. Y yo pensaba, bueno, fue un beso, pues igual queda ahí. No sé. El caso es que va avanzando el día y yo a las ocho ya con ganas de irme porque mi novio, bueno, mi ex ya, llegaba como sobre las diez a mi casa o algo antes. Y nada, Eduardo, mandándome buscar jurisprudencia, que le encanta… vamos, me tuvo así semanas… Y nada, que si de esto y de lo otro… Tal. Y él tenía unos clientes después, que tenía que preparar a un testigo o no sé qué. Y como a las ocho y algo voy a su despacho con unas sentencias, se pone a mirarlas… que era jurisprudencia de algo que no tenía que ver con el caso del testigo, que era por marear… Y nada, se pone a leerlas, porque al señorito en papel, y le tenía que imprimir partes, en fin. Que me tiene allí, y yo mirando la hora… y en esto que me dice… me dice algo así cómo: tráeme dos sentencias más y baja a la farmacia a comprar condones.

—¿En serio? —interrumpí implicado.

—Cágate… Bueno, cagar que me cagué yo.

—¿Y qué hiciste? ¿Qué le dijiste?

—Pues en ese momento le llaman de recepción y me hace un gesto con la mano como para que me vaya. Y yo salgo de allí. Imagina mi cara. Yo en plan… este está de vacile… O no. ¿Sabes? Hasta te juro que pensé en plan… este tiene visita el fin de semana… y… pero después dije no, no puede ser… será para mí y para él, ¿no? El caso es que… flipa… allá voy yo… a las casi nueve de la noche… a la farmacia… a comprar condones… con mi novio… en el tren para venir a… arreglarlo no, pero en fin, eso. Y nada. Vuelvo al despacho, ya no quedaba nadie más que la recepcionista y nosotros. Me meto en mi despacho y busco las dos sentencias, que la verdad es que ya las tenía localizadas… y digo bueno, pues le doy todo el pack… sentencias y condones… ¿no? Pero claro, es que yo no tenía ni idea de qué iba a pasar. Y nada. Tiro la bolsa de la farmacia y me meto los condones, que nada, era un paquete pequeño de tres, en el bolsillo de la chaqueta del traje. Y allí que me planto con las sentencias, que imprimí lo que era… tal… y con los condones. Y llego allí y se pone a leer las sentencias. Yo allí de pie como una idiota, cagada viva, y se pone de pie… y… pufff… me toca un poco y yo ya… loca… o sea loca no, pero vamos, que… eso… y un morreo que dije… mira, sí, bien dejado mi novio, ¿sabes? Y en esto que le llaman de recepción, que han venido los clientes, y él cuelga y me dice que vaya con él a la sala de juntas que tengo que ver cómo se prepara un testigo y tal. Y yo miro la hora y digo… madre mía…

Begoña gesticulaba y hablaba entre susurros, y se colocaba el pelo y jugaba permanentemente con su mocasín suelto, y todo lo contaba con una gracia que yo sentía que podría escucharla hasta que se hiciera de noche.

—Y nada, eso, que allí me planto, en la sala de juntas, con los condones en el bolsillo de la chaqueta, recién morreada… con un calentón de diez pares de yo qué sé… y con mi novio a media hora de llegar a mi casa. Y… Eduardo como si nada… preparando al testigo, y además un lío, porque el testigo era idiota y no se quería… ceñir a lo que Eduardo le decía, como que quería decir la verdad y Eduardo en plan: mira, si decimos la verdad se va todo a la mierda. En fin. Y yo allí… pues eso. Y nada. Que la cosa acaba, eran casi las diez o por ahí. Nos vamos con ellos a la puerta y la de recepción le dice a Eduardo que chao, que se va. Y nada, como Edu tenía llaves, pues él se vuelve a su despacho y me quedo yo allí en el vestíbulo y dije pues nada, y ahora qué hago, ¿sabes? Y digo pues voy a su despacho, le tiro los condones desde la puerta y me voy a mi casa a comerme el drama. Yo qué sé. Y eso, paso primero por mi despacho, cojo mi teléfono porque me daba que mi novio me llamaría en cualquier momento, y allí que me voy al despacho de Edu. Y nada… Entro… y en fin… Pues imagínate…

—¿Qué…? —pregunté expectante.

—Pues… me dice… o sea me pregunta si los he traído, ¿vale? Y yo… haciéndome la jefa, le digo que sí como si tal cosa, y me meto la mano en el bolsillo y como que le tiro los condones en la mesa, en plan guay pero yo estaba que me daba algo. Y va y me suelta algo en plan… una flipadez… que después me di cuenta que no lo era tanto… el caso es que me dice algo como… estos no me sirven. Y yo, yo qué sé, me salió así… que le dije: “¿Qué pasa? ¿No te entran?” o algo así. Y nada. Allí hablando… sin hablar… del tamaño de su… polla, después de que nos acabábamos de morrear… y mira, no sé… no sé qué pasó después… Bueno, sí lo sé. El caso es que… en fin… Nos besamos, supongo. Allí los dos solos… y vamos… se sacó… eso… o se lo saqué ya yo… no sé… porque yo iba ya que no me contenía… y cuando vi eso, o lo agarré, no sé qué hice primero dije… bueno, esto es broma… ¿sabes? En plan… ya… lo que le faltaba a este tío… y… en fin… es que… me pongo mala al recordarlo… —dijo levantando su pelo, resoplando, e infartándome —pues eso… que me pegó una… vamos… que me folló allí contra la mesa… a pelo claro… que los condones ni los abrió… que pfff… tremendo, te lo juro, de esto que dices, vale, el sexo es esto, lo otro no sé lo que era. Y vamos… es que tremendo…

—Joder… —suspiré.

 —Ya ves…

—Y… ¿pero del todo…?

—¿Cómo del todo?

—Eso… que si fue un aquí te pillo aquí te mato… o, ¿con orgasmo y todo…? —preguntaba yo, sin poder contenerme.

—Que si me corrí me estás preguntando, vamos. Pues mira, ni lo sé. Para mí fue como… como un orgasmo… entero, ¿sabes? No sé si enganché cinco orgasmos seguidos o si toda yo era un orgasmo… Pero vamos… ¡Ah! y en esto que empieza a sonar mi móvil que estaba sobre su mesa. Y yo claro… En plan a ver si para, y obviamente quién me llamaba era mi novio… Y él, osea Eduardo, que me dice que quién coño es… que rechace la llamada… porque mi novio llamaba sin parar… Imagínate, el chico en mi portal sin poder entrar… y allí… eso… que lo que entraba y a base de bien era otra cosa… Eso… que yo abierta de piernas contra la mesa y con Eduardo dándome… y mi novio en mi puerta… Vamos. Es que de flipar.

Yo escuchaba su narración, en vilo, y podía sentir su sofoco al narrarlo, e, imaginación o realidad, tenía la sensación de que se le marcaban mínimamente los pezones a través de la camisa blanca. Su confesión, sin ser muy explícita, sí me parecía sospechosamente detallada.

—Y nada. Eso… Pues… qué calor, ¿no? —rio, y se colocó un poco la camisa, como sacudiéndose un poco por delante, cerca de su escote, sonrojada, graciosa, pero con un trasfondo real de calentón.

—Pues…sí… —balbuceé impactado.

—A ver, que tú dirás… vale, bien, follaron en el despacho, tal. Pero es que… es como que no se puede explicar… es… él, sabes… es su cara de chulo mientras te lo hace… es… lo… cortante que se pone… Es todo… Vamos. Que a lo que voy… es, a ver, que no lo digo para acojonarte en plan María se va a volver loca por él, porque María también… pues se la ve de armas tomar, pero vamos, es que esto es solo eso, la primera vez… pero Eduardo es un tío que… en plan, yo que sé, que tiene algo, un magnetismo… y un… no sé, pero yo qué sé, que… de esto que una noche me escribe… pues… en plan… es que flipa, de escribirme a las tantas algo en plan… “métete un dedo en el culo” que lo lees… y dices, se le ha ido de las manos, pero no sabes si es en broma o en serio, y al minuto… pues eso. Es que eso, por ejemplo, yo estaba con unas amigas tomando algo, pues eso, y al rato estoy yo en los baños de un garito, con el dedo en el culo… escribiéndole que sí… que me gusta meterme el puto dedo en el culo… ¿sabes? Es que suena ridículo pero es así. Cuando te das cuenta te tiene…

—Joder… —volví a suspirar, tenso e indudablemente excitado.

—Y nada. Eso. La noche esa. Allí me fui recién follada a dejarlo con mi novio. Y lloros y tal. Y hasta yo lloré, claro. Y no le dije que era por Eduardo, esas cosas no se dicen, esas cosas se descubren. Y nada. Se fue por la mañana y ese fin de semana ya… Al poco de irse él fui a casa de Eduardo… y, en fin… Imagínate… O sea lo que es follar, follar y follar… todo el fin de semana, que no sabes ni si es de día o de noche… si es hora de desayunar o de cenar… En fin. Muy fuerte.

Yo la escuchaba atentísimo, impactado, e indudablemente excitado. Y sabía que ella también lo tenía que estar, al menos un poco.

—Venga. Te toca —dijo entonces, sacándome de mis ensoñaciones—. Y lo que te decía. Yo de Eduardo largo lo que sea, solo faltaba. Pero tú de María… y de lo que estéis… viviendo, pues di lo que quieras. Es que no sé por qué te cuento todo, no sé, porque tampoco son consejos ni nada. Advertencias quizás. No sé.

Yo dudé un instante, y me atasqué al principio, pero comencé poco a poco a intentar compensar todo aquello que me había contado, y me vi envuelto en una narración, mucho más escueta, y con la que resumía lo sucedido en el hotel del paseo y lo sucedido en la playa. No detallé los elementos sexuales, pero sí le expliqué mi teoría de esa aparición de la otra María, y aquello de que me necesitaba a mí, que los dos me necesitaban a mí, y la humillación y el morbo que salía de ella, y los exhibicionismos de María… y las peticiones de Edu. O sea los elementos, las aristas, de aquella figura que se había creado. Y también le dije que no creía que María se enganchara a Edu, que el enganche era a la otra María que surgía por él, pero que todo era posible. Y que tampoco sabía por qué Edu le había hablado a ella de mí.

Ella me escuchaba curiosa, interrumpiéndome de vez en cuando, pero intentando recibir mi información de manera madura y analizadora. Y le expliqué por último lo del grupo que había creado Edu con los tres, y que en aquel preciso momento tenía setenta y pico mensajes, o seguramente muchos más.

—Y eso es. Más o menos —concluí mi confesión, sorprendido de cómo, poco a poco, y como siempre con ella, me había acabado abriendo.

—Ya veo ya. Mira. Vamos a hacer una cosa —dijo ella, incorporándose un poco— voy a ir al baño, voy a pagar, pago yo, solo faltaba, con lo que has pedido, y voy a saludar a unas amigas que están dentro. Tranquilo que María no las conoce. Y te doy tu tiempo para que leas todo eso… que tendrás en tu móvil. ¿Te parece?

—Sí. Vale. Me parece bien —dije, y ella se levantó, acalorada por mi narración y por la suya, mostrando un culo prieto y apetecible bajo sus vaqueros, con su camisa blanquísima metida por dentro, y con aquella manera de moverse tan espléndida y ligera. Y vi en ella una extraña confidente. Hasta una amiga… o al menos un oasis que me hacía sentir bien.

Tan pronto entró en la cafetería cogí mi teléfono móvil. Tenía casi doscientos mensajes.

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