ARCADIO M
Ha vuelto la ansiada lluvia. En Galicia la echábamos de menos y ya está de más. Después de tantos meses de sequía ya nos habíamos olvidado de la humedad que nos caracteriza. Incluso empezábamos a perder esa melancolía que nos imprimen días como estos, en los que una niebla pegajosa lo envuelve todo y, sin que parezca llover, moja hasta el rincón más oculto. Las ventanas se llenan de bao. En el baño parece que alguien se está duchando de continuo, los azulejos chorrean. Y fuera, no se ve más allá del jardín. Se intuye. Se adivina el perfil de las siluetas de las casas vecinas, pero sin la seguridad de que sigan ahí. Es pronto para encender la chimenea, no hace frío. Al mismo tiempo, esta humedad pétrea, tan nuestra, te congela hasta los huesos. Pero es otoño y esto, nos guste o no, es lo propio. Caminos embarrados, llenos de hojas secas y castañas, los colores ocres propios de los bosques caducifolios, el silencio y la calma de la naturaleza, que parece recoger todo para prepararse para el invierno.
Sentado en la terraza, respirando todo este ambiente, me saltan a los ojos lágrimas que luego nunca lloro. Es como si me amenazasen y nunca cumplieran. Pero siempre, principalmente en esta época, me genera un propósito especial: escribir mi primera novela. De hecho, acabo de ir a dentro por papel y lápiz para empezar con el borrador. Hoy, me temo, serán letras de morriña, de tristeza en suspensión, con las que intentaré describir todo ese batiburrillo de sensaciones y emociones que me hierven por dentro ahora mismo, contemplando eses gotas de lluvia que se niegan a tocar el suelo. Parece que van a quedar suspendidas eternamente. La historia se va a desarrollar en una aldea de tradición rural. Empezaré ambientando ese lugar que tan bien tengo fotografiado en mi cabeza, esas casas que yacen ya en ruinas, igual que el cementerio que cobija a sus dueños. Siento esa sensación de impotencia, de injusticia, de olvido. La misma que sintieron sus habitantes cuando tuvieron que irse a América en busca de fortuna, dejando atrás casa y familia. ¡Y más miseria trajeron la mayoría!. Y al final, para que todo, su memoria incluida, quede enterrado en el olvido
Golpeo el lápiz contra la hoja en blanco. Me distrae un ruido fuerte entre la niebla. La vecina que ha salido a tirar la basura. Intuyo su silueta entre la espesura. Miro la hoja. ¡Con todo lo que tengo para escribir! Quizás, las ideas, al igual que las gotas de lluvia, en días como hoy, caen densas, pero se quedan en suspensión, sin llegar nunca al papel. Inerte propósito el mío. ¡Y eso que era especial!
Habrá que ponerse papel de periódico. Eso recuerdo . Y, la humedad, no calaba en los huesos. Un saludo.
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