SYLKE & FRAN
CAPÍTULO 5 – CASTIGO O RECOMPENSA
Cumplir los dieciocho puede tener sus ventajas, no digo que no, pero para mí todo pasó demasiado rápido, desde que descubrí el balcón en el que espiar a mi hermana, luego ver a mi madre masturbarse, que Celia me dejara tocarla y chuparla, descubrir el cuerpo desnudo de una mujer por primera vez, sentirlo tan de cerca en exclusiva para mí, que ellas me tocasen y todo eso provocaba en mí, tal confusión que cuando Miguel me dijo que mi compañera Lucía había traído unas bragas pequeñas y que estaban a mi alcance no pude evitar oler ese aroma, pillándome de lleno mi entrenador en plena faena y la propia Lucia. Ahora, contándoselo a mi madre, ella quiso tomarlo con normalidad y quería que yo me masturbase con sus propias braguitas usadas y así saciar mi curiosidad y la carga de mis huevos, pero incapaz de hacerlo delante de ella.
La presencia de mi madre delante de mí, con esa pequeña toalla era excitante, pero claro también resultaba violento hacer eso delante de ella y comencé a tocarme sintiendo la dureza, pero incapaz de hacerlo con decisión, tan solo acariciaba mi capullo.
– ¿Qué pasa? – me dijo.
– Es que mamá, es un corte, estoy aquí en pelotas… tú ahí…
– Vale, no te preocupes. Te ayudo con eso.
En ese momento, mamá se despojó de la toalla, dejándola caer al suelo y mostrándome su cuerpo desnudo. Casi me desmayo y de forma instintiva empecé a masturbarme ante ese cuerpo que veía desde tan cerca, sus tetas rotundas, sus pezones duros, su cintura, su coño rasurado. Era increíble: ¡Mamá desnuda frente a mí para que yo me masturbara viéndola!
– Mejor así, ¿verdad? venga, cielo, huele mis braguitas y sigue… eso te ayudará, ahora estamos desnudos los dos.
No podía creer lo que me estaba sucediendo, ni cómo empezó todo, las braguitas de Lucía y que yo creía que me iban a traer problemas en casa, ahora me tenían ahí, desnudo, en la habitación de mis padres, frente al monumental cuerpo despelotado de mamá, al que yo admiraba por cada centímetro de su piel, desde su hermoso rostro, pasando por esas grandiosas tetas, que algo caídas, seguían estando bastante erguidas, por no hablar de su rasurado coño, de labios grandes y entre unos muslos que ella mantenía ligeramente abiertos para que yo me perdiese ninguno de esos detalles. Le hice caso y seguí cascándomela al tiempo que llevaba su tanga a mi nariz, pero era sobre todo su cuerpo desnudo el que me servía de inspiración, recorriendo con mis ojos cada curva, grabándolo en mi mente como a fuego. ¡Qué mujer tan impresionante!… Mi amigo Miguel tenía razón, desde que dejé de mirarla como madre, comprendí que tenía en casa a una diosa madurita, sueño de cualquiera de mis compañeros y ahora podía verlo de cerca y totalmente desnuda. Supongo que, si Miguel me viese en ese momento, comprendería que no podía hacer otra cosa que dejarme llevar, él tenía razón. Bueno, él no podría verlo y qué más quisiera que poder disfrutar como yo del cuerpo desnudo de mamá.
Me fui calentando por momentos y es que ya no veía a esa mujer como madre, sino como la diosa a la que yo quería grabar en mi memoria para mis sucesivas pajas. ¡Qué hermosura!
– Vamos, cariño. Tu padre va a terminar en la cocina en cualquier momento.
No quería ni pensar qué diría mi padre si nos pillara en esa escena, pero por más que me la cascaba no lograba correrme y eso que el estímulo era el mejor que yo podría esperar.
– Mamá, ¿me la chuparías? – dije de pronto, sin saber muy bien por qué solté aquello.
– Marcos, ¿estás loco?, ¿cómo te la voy a chupar?
– Lo siento, mamá… – dije mi frase recurrente – es que así no voy a correrme.
– Si que aguantas. – dijo ella mordiéndose el labio pues ya llevaba unos cuantos minutos dale que te pego y ella también debía temer que mi padre acabase en la cocina y pronunciase la famosa frase “¡A cenar!”
Yo seguía meciendo mi duro y grueso falo, mirando a mamá casi con un ruego. El caso es que yo también estaba sorprendido de no haber explotado ya, supongo que demasiadas pajas en esos días.
– No, cielo, es que eso no puede ser, soy tu madre. No te la puedo chupar. De ninguna manera. Olvídate. – dijo al fin después de meditarlo.
– Al menos, ¿me lo harías tú con la mano? Igual así, acabamos antes.
– ¿Quieres que te haga yo la paja?
Dicho eso por la boca de mamá sonaba rarísimo. Se dio la vuelta, abrió la puerta de su cuarto y asomó la cabeza, escuchando seguramente como mi padre estaría cacharreando abajo en la cocina, porque siempre le encanta hacer platos elaborados y se tira un buen rato.
– Tu padre parece liado. – dijo cerrando la puerta y caminando con el bamboleo de sus caderas, haciendo botar sus tetas de vuelta a la cama.
Ella se agachó frente a mí, sustituyendo mi mano con la suya, para empezar a pajearme. Me miraba a los ojos de vez en cuando y luego seguía con la vista clavada en mi dura verga.
– Solo una paja, ¿de acuerdo, cariño?
– Si mamá.
Ella sustituyó su mano por la mía y por fin sentí el abrazo de sus dedos apretando ese grosor y esa dureza.
– ¡Hijo, es enorme! – decía meneando su fina mano alrededor de mi tronco que estaba tenso al notar ese tibio roce de sus dedos.
Yo seguía oliendo las bragas y viendo su escultural cuerpo de mamá agachada, el hecho de tener sus piernas tan abiertas me permitía ver su coño desde cerca, totalmente expuesto, brillante y sonrosado, sin ningún pelo y cómo se movían sus tetas con cada movimiento de su mano masturbándome. ¡Dios, qué maravilla!, ¡Todo parecía un sueño!
– ¡Vamos, cielo, suéltalo! – decía ella mordiéndose el labio con sus ojos clavados en mi capullo, esperando mi inminente orgasmo.
Yo seguía oliendo el tanga, aguantando al máximo ese momento para no correrme y de pronto le dije.
– Mamá, ¿me dejarías oler tu coño de cerca? No sé cómo huele eso. – mentí, pues esa parte ya la había comprobado con los restos que ella misma dejó en el consolador o chupando el de Celia directamente.
– ¡Marcos! ¿Estás loco, hijo? – dijo, pero sin dejar de menear su mano en esa deliciosa paja.
– Mamá por favor, sólo olerlo- le dije tremendamente excitado y con los nervios a flor de piel.
Ella no contestaba, parecía tener ciertas dudas y solo miraba la gran porción de polla que salía por encima de su mano, supongo que sorprendida una vez más por ese tamaño.
– Papá sigue abajo con los cacharros, ya sabes. -dije para animarla un poco más – solo unos segundos para olerlo de cerca y seguro que me corro enseguida.
Mi madre se mantuvo en silencio, ahí agachada, mordiéndose el labio inferior, mirando mi polla que masajeaba sin parar con su mano derecha y luego desvió su mirada a mis ojos, cerrándolos durante unos segundos.
– Está bien, ¡sólo olerlo! ¿Me lo prometes? – me dijo no muy segura de la promesa.
– ¡Sí, mamá! – respondí eufórico.
Soltó mi polla, volviendo a mirarla porque estaba realmente pletórica, hinchada y con las venas bien marcadas. Se levantó y se sentó sobre la cama, abriendo las piernas, observando mi reacción. Mis ojos se perdían en cada una de sus curvas y me sentí dichoso y orgulloso de tener a esa mujer como madre. Me acerqué hacia ella con la polla totalmente en erección apuntando a ese cuerpo, que era nada menos que el de mi madre, el que me estaba volviendo loco con solo mirarle.
Me arrodillé entre esos robustos muslos y fui acercando mi cara a su entrepierna que desprendía calor. Ella, acomodándose, intentó abrir más sus piernas y sus labios vaginales que permanecían juntos se abrieron como los pétalos de una flor, eran amplios, formando una especie de camino lleno de curvas, en esos labios exteriores rugosos y más salientes que los de Celia, su interior palpitaba como si tuviera un pequeño corazón que lo hiciera latir. Nunca había visto nada tan hermoso y eso que el coño de Celia era una pasada.
Acerqué mi nariz a dos centímetros de esos labios rugosos, estaban húmedos, no percibía ningún olor, deslicé mi nariz desde la zona de su prepucio bordeando sus labios vaginales, su vagina, hasta llegar a su zona perianal. Ese olor entonces impregnó mis fosas nasales, llenándolas por completo, en un aroma a mujer, delicioso, que ya había tenido incluso la suerte de probar en su consolador, pero ahora, además, admirar a solo unos centímetros.
Oía la respiración agitada de mi madre en el silencio de la habitación.
– ¿A qué te huele cariño? ¿Te gusta el olor? – me dijo mi madre incorporando su torso y observándome.
– No me huele a nada, mamá – le mentí sin perder de vista la maravilla de coño que poseía mi madre y sin que mi erección bajara un centímetro.
No sé cómo paso, pero fue instintivo, saqué mi lengua y la posé ligeramente sobre su coño.
– ¡Marcos, uf! – gritó en una especie de jadeo intenso – Pero ¿Qué haces, hijo? Te dije que sólo olerlo – exclamó asustada, a la vez que intentó echarse hacía atrás separándose de mí.
Pasé mis brazos alrededor de sus muslos, no dejando que mi madre se pudiera mover, y como un perrillo que no quiere que le quiten su alimento, perdí el raciocinio y mi lengua siguió lamiendo de arriba abajo su coño, cada vez con más intensidad, saboreando ese coño con todas mis ganas.
– ¡Suelta, suelta, uf, uf, joder, hijo! – suplicaba mi madre poniendo su mano en mi cabeza para intentar separarme, pero sin demasiado ímpetu y soltando jadeos cada vez que mi lengua ascendía por esa rajita.
No hice caso a sus ruegos, había conseguido sujetarla fuertemente de los muslos a pesar de sus intentos por separarme, que no eran enérgicos precisamente, yo seguí a lo mío, comiéndome ese coño divino, devorándolo más bien.
– Por favor, Marcos, no hijo, soy tu madre, no está bien – la súplica de mi madre se fue diluyendo por momentos con intensos gemidos, abandonándose y cayendo su cuerpo sobre la cama, dejándome ver como sus enormes pechos se caían a los lados y ella se cubría la boca con la mano, intentando no hacer demasiado fuertes esos gemidos.
Se incorporó de nuevo sobre la cama con la mano todavía sobre su boca, no dando crédito a lo que estaba sucediendo y viendo cómo su hijo le estaba chupando el coño.
Noté como la ligera humedad del principio se iba haciendo más intensa y brillante, estaba destilando ese elixir que empecé a degustar, me encantaba su sabor, quería beber todo lo posible de lo que fluía del coño de mi madre, el clítoris que en un principio permaneció escondido, empezó a abrirse camino como un pequeño botón que crecía, estaba rojo, lo palpé con mi lengua, estaba duro y mi madre dio un respingo. Recordé las palabras de Celia en sus enseñanzas de cómo rozar ese botoncito secreto y me esmeré en el de mamá.
– ¡Para hijo, esto no puede seguir! – suplicaba mi madre gimiendo cada vez más fuerte mirando unas veces a la puerta y otra a mi boca devorando su sexo.
No escuchaba sus súplicas, ni tan siquiera pensé que mi padre, abajo en la cocina, pudiera escuchar esos jadeos. Estaba absorto ante aquella maravilla que cada vez desprendía más lava, mi madre empezó a mover sus caderas instintivamente acompasando los movimientos de mi lengua. De repente me agarró con firmeza de mi pelo y me hizo levantar la cabeza para mirar a sus ojos fijamente.
– Está bien hijo, he empezado esto pues vamos a acabarlo, la culpa es mía por haber permitido esto – la voz de mi madre sonó con firmeza.
Me quedé sorprendido ante este cambio de actitud, solté sus muslos y mi madre incorporándose me cogió de la mano. Yo no sabía lo que pasaba.
– Túmbate en la cama cielo, vas a disfrutar con mamá y voy a conseguir que te corras de una vez, pero hagámoslo en condiciones- su voz sonaba a orden, pero era un suspiro, casi un susurro.
Haciendo caso a mi madre, me tumbé y ella se fue acercando para coger mi polla sin dejar de mirarme desde cerca y masturbándome lentamente. Su cara desprendía una mezcla de amor de madre y deseo, aunque fuera con su propio hijo, siguió masajeando mi polla mientras su mano izquierda rozaba sus pezones duros y firmes. Yo suspiraba y mi respiración cada vez estaba más alterada sin dejar de ver esos ojos lujuriosos y ese extraordinario cuerpo.
Sin soltar mi polla, se giró completamente, acercó sus caderas hacia mi cara y abriendo sus piernas se posó sobre mi rostro, dejando ante mi vista su coño abierto, goteando fluidos.
– ¡Es tuyo, cariño lámelo! – volvió a susurrar con un temblor sublime en su voz.
Sólo tuve que sacar un poco la lengua para empezar a saborearlo, sus caderas empezaron a moverse atrás y adelante, mientras sus dedos aumentaban rítmicamente masturbándome, mientras yo notaba que iba a estallar, pero de pronto sentí en mi polla un calor extraño, de algo húmedo y cálido a la vez y entonces deduje que era su lengua jugando con mi glande, e inmediatamente sentí un calor más intenso al aprisionar esa dureza con sus labios que empezaron a moverse de arriba abajo mientras sus dedos empezaron a acariciar mis huevos duros, llenos de leche. ¡Joder, mamá me estaba haciendo una mamada!
– ¡Ah, qué gusto! – gemía yo, intentando no dejar de chuparle a ella.
Yo estaba demasiado excitado, quería y tenía que aguantar ante esa boca que me comía mi miembro como nunca había imaginado.
– ¡Hijo mío esto es enorme! – dijo en un momento dándole un chupón a la punta para volver a tragar.
Me hizo estremecer, pero quise aplicarme en lo mío abriendo esos glúteos que tenía delante de mi cara, quería que mi lengua tuviera más libertad para introducirse más en su interior y chupé recordando los trucos que me enseño Celia. Mi boca iba desde su ano hasta lo más alto de su coño y volvía a bajar, al ritmo que ella intentaba tragar una buena porción de mi verga dura.
– ¡Ah! ¿seguro que es el primer coño que chupas? – suspiró ella por un momento para seguir lamiendo mi tronco.
Ni me creía estar en esa postura con mamá. Había visto en películas porno y en revistas hacer un 69 pero en mi vida podía imaginar que la primera vez que lo hiciera fuese con mi madre. Mi boca debía estar haciendo maravillas, a tenor de esos gemidos cada vez más intensos, que para mí eran música celestial, mientras el calor de su boca y su saliva impregnaban mi polla intentando entrar cada vez más en su boca. Estábamos desbocados, yo deseaba follar ese coño que me comía con la lengua y acariciaba con mis dedos.
– ¡Ah, Marcos!, ¡cariño! – gimió de repente mamá, soltando por un momento mi polla para dejarse llevar a lo que era, a todas luces un orgasmo.
Me sentí orgulloso de haberle dado tanto placer, de haber conseguido con maestría que se corriera gracias a mis labios y mi lengua, pero creo que ella se dejó llevar y tragó una buena porción de mi polla, algo que no me dejó aguantar por más tiempo… y me aferré a los cachetes de su culo aprisionándolos entre mis dedos.
– ¡Mamá, me corro! – dije alarmado en un gemido ahogado.
Lejos de parar, ella aceleró el ritmo de su boca, haciendo sonar su garganta, comiéndome la polla como tantas veces había visto en esas escenas en mi ordenador, pero era real, era cierto, era la maravillosa boca de mamá comiéndome la polla… y me corrí, lo hice entre espasmos desatados y aferrándome a sus tetas que amasé mientras notaba mis huevos tensarse y mi polla soltar un chorro detrás de otro, dentro de la boca de mi madre que ella tragaba de forma asombrosa. Ella no sólo disfrutaba mamando pollas, sino que se tragaba todo. ¡Joder!
No sé el tiempo que pasó, pero yo seguía magreando esas tetas, cuando me dio por girar la cara y ver que junto a la puerta abierta estaba mi hermana Sandra, con su espalda apoyada en la pared y sus dos manos tapándose la boca, mientras mi madre seguía lamiéndome el tronco dejándomelo completamente limpio.
Empujé el culo de mamá y entonces ella se percató de la presencia de mi hermana que seguía totalmente paralizada, apoyada en la pared.
– ¡Sandra, hija! – dijo mi madre levantándose precipitadamente.
Mi hermana salió escandalizada de la habitación y mamá lo hizo en pelotas detrás de ella. Me levanté de esa cama y salí sigilosamente hasta llegar a mi cuarto y encerrarme intentando asimilar si todo había un sueño o totalmente real, pero esperando la mayor bronca de la historia. Estaba claro que toda la culpa había sido mía y si mamá había hecho algo indebido, era por mí.
Tumbado, desnudo sobre mi cama, mi cabeza no dejaba de dar vueltas, pensando en ese nuevo contratiempo, sumado a la bronca y posible expulsión que tenía preparada Fermín, la vergüenza de enfrentarme a Lucía y sus amigas, por ende, a mis amigos y todo el campus universitario y luego que mi padre apareciese en cualquier momento ante ese susto de Sandra para matarme, como poco. Curiosamente no pasó nada y más curioso que con tantos problemas me quedase dormido unos minutos después.
A la mañana siguiente, el sonido de la persiana de mi cuarto, me despertó repentinamente.
– ¡Vamos, Marcos, hijo, ¡es tardísimo! – la voz de mamá me apremiaba como hacía casi todas las mañanas.
¿Y si todo había sido un sueño? – pensé – Me fui acostumbrando a la luz y vi que mamá se había puesto un vestido azul, algo entallado, medias negras y tacones. Estaba guapísima, muy diferente a lo que solía llevar para trabajar. Estaba arrebatadoramente sexy.
– ¡Venga, hijo, dúchate, tenemos que ir a ver a Fermín! – volvió a apremiarme.
Eso volvió a llevarme a la realidad y mi madre se encaminó a la puerta de mi cuarto sin mencionar nada de lo sucedido, solo meneando su culo, cuando le dije:
– ¿Mamá, lo de anoche…?
– Ya hablaremos tú y yo. – dijo y se marchó.
Unos minutos más tarde estábamos metidos en el coche, camino a la facultad, mientras ella conducía y yo observaba su cuerpo enfundado en ese vestido azul, el de las grandes ocasiones. Su pelo recogido, sus piernas larguísimas, un maquillaje ligero, labios rojos, ojos perfilados.
– ¡Mamá, estás guapísima! – dije, sin poder evitar que mi polla fuese despertando bajo mi pantalón.
– No empieces, Marcos. – respondió secamente.
– Lo siento mamá, pero es verdad, estás preciosa. Vas a dejar flipado a Fermín.
Noté cómo ella enrojecía por eso y disimuló cambiando de emisora en el coche.
– Mamá, tú y Fermín… – empecé a decir.
– ¿Qué? – respondió tajante mirándome fijamente.
No fui capaz de contestar, pero estaba claro que entre ellos había pasado algo, fuera de su compañerismo o amistad de juventud, algo mucho más fuerte que eso, llegando a pensar tras escucharla hablar por teléfono, que incluso seguía habiendo esa chispa entre ellos. Cuando llegamos al campus me esperaba encontrar todo tipo de miradas burlonas, risas, chismes, señalamientos, por no hablar del escándalo entre mis compañeras que me mirarían como un cerdo baboso sin escrúpulos y que dejarían de hablarme para siempre.
Al bajar del coche, nadie me miró más de la cuenta, ni me señaló, tan solo mi amigo se extrañó de que viniese acompañado de mi madre. Cuando ella se adelantó, él se quedó más atrás conmigo.
– ¿Ha pasado algo? – me preguntó Miguel.
Me extrañó su pregunta, pues estaba claro que después de la movida de los vestuarios, se iba a armar una gorda, por eso no entendía que el extrañado fuera él. A ver si es que realmente todo fue un sueño…
– ¡Joder, cómo está tu madre, macho! – dijo de pronto mi amigo al quedarnos más atrás
– ¿Ya estás, Miguel?
– Es inevitable, observa cómo la miran todos. ¡Menuda mujer!
– ¿Te tengo que recordar que es mi madre?
– Bueno, me tienes que reconocer que hoy está más sexy que nunca, Marcos, tío.
Era cierto, yo estaba preocupado de que todas las miradas se depositasen en mí, pero lo evidente es que era mamá el centro de atención. Mi amigo se despidió agitando su mano, viendo el culo de mamá avanzando a cada paso y guiñándome el ojo. No entendía que no me hiciera ningún comentario, ninguno de sus vaciles sobre lo sucedido, ¿Cómo era posible que no me soltase una de sus puyas lascivas sobre Lucía? O es que… ¿él no se había enterado de semejante escándalo? No era posible.
En eso estaba dándole vueltas hasta que mamá y yo llegamos al despacho de Fermín. Frente a su puerta, en un banco del pasillo, estaba sentada Lucía. La miré, pero ella estaba algo cortada. No me extrañaba, pues yo pensaba que debía resultar un monstruo para ella. Mamá miró a mi compañera y luego me sonrió.
– Pasa, pasa, Cristina. – dijo mi entrenador saliendo de su despacho, al ver a mi madre frente a la puerta, recorriendo sus curvas con la mirada de arriba abajo.
– Hola Fermín, ¡Cuánto tiempo! – dijo ella apoyando la mano en su hombro dándole dos besos y acercando su cuerpo más de lo debido, según mi impresión.
No pude evitar sentir una especie de celos al ver cómo ese hombre se la comía con la mirada, pero ese escote y esas piernas eran demasiado reclamo. Luego entendí que mamá había venido dispuesta, con sus mejores armas, para intentar salvar mi pellejo.
– Tú espera ahí. – me dijo mi entrenador señalando el banco en el que Lucía me miraba tímidamente.
Lo hice, sentándome a su lado y tras un largo silencio, sólo se me ocurrió la consabida frase:
– Lo siento mucho, Lucía.
Ella se me quedó mirando durante un rato y luego esbozó una bonita sonrisa. Lo cierto es que no le había prestado mucha atención a Lucía y no sé si mente seguía cachonda, pero la vi más guapa que otras veces con esa faldita y esa blusa ceñida blanca y sus tetitas marcadas debajo. Claro que no era la más guapa de la facultad, pero en ese momento me pareció más atrayente y sexy. Mucho.
– ¿Te gustó? – me preguntó ella de pronto.
– ¿Qué? – dije sin entender.
– Si, bobo, cómo huelo.
– Pero, Lucía… – respondí sin entender absolutamente nada.
Ella me apremió con su mirada, pero aún me dejó más alucinado leyendo mi mente.
– Tranquilo, no se lo he contado a nadie.
Mi boca se quedó abierta y fue entonces cuando entendí por qué no había miradas, ni risas, ni burlas a mi llegada a la entrada de nuestra facultad… Ella se lo había callado absolutamente todo. De modo que solo Fermín y ella sabían lo sucedido.
– Pero ¿por qué? – dije sin entender, pues lo lógico hubiese sido que todo el mundo se enterase y que se armase una buena.
– Tú también me gustas. Pensaba que yo a ti no.
En ese momento comprendí que ella había captado otra cosa en la pillada de los vestuarios y lo cierto es que no elegí que fueran sus braguitas, porque fue algo fortuito, bueno, con la incipiente ayuda de mi amigo Miguel, pero todo fruto de la casualidad. Realmente fueron esas bragas que encontré, pero podrían haber sido otras, aunque ella interpretó una cosa bien distinta. ¿Afortunadamente?
– ¿Quieres oler las que llevo ahora puestas? – dijo de pronto.
– ¿Qué?
– Sí, vamos al baño y te las enseño. Seguro que ahora huelen más, estoy mojada… pensando en.… tu polla. – soltó a bocajarro.
– ¿Lucía?, ¿Qué? – volví a decir alucinando sin entender nada.
– Si me la enseñas en los baños, te regalo mi tanga. – dijo dejándome flipado y con una erección que se iba haciendo inevitable bajo mis pantalones.
Realmente estaba alucinando, con lo que estaba oyendo, la que yo creía una chica recatada y tímida me estaba pidiendo……¡que le enseñara la polla!… yo no sé si estaba flotando en un sueño que me estaba durando varios días o era una broma que me estaban gastando o realmente todo aquello era real y yo no me había dado cuenta de lo que me estaba rodeando viviendo en mi mundo… al final ¡¡qué razón tenía mi amigo Miguel!
– ¡Te estás poniendo colorado!… si te da vergüenza pues nada nos sentamos y esperamos a que salga tu madre- me dijo Lucia entre media sonrisa y burla.
Esa chica estaba resultando más que descarada y parecía no haber tenido bastante pillándome en los vestuarios con la polla en la mano y sus braguitas en mi nariz.
La verdad, notaba un calor intenso no sólo en mi miembro que iba tomando forma, si no en mi cara y con razón Lucía me decía eso.
– Eso de la vergüenza me lo vas a decir en los baños- le dije a Lucía asombrado de lo que salía de mi boca tan decididamente y su sonrisa se hizo más evidente.
– Sígueme, vamos a entrar en el de chicas, es menos concurrido que el de chicos y está aquí mismo, al lado. – apuntó ella muy segura, casi como si lo tuviera planeado.
Seguí a Lucía, observando ese culito menearse delante de mí por los pasillos, sin creerme la suerte que estaba teniendo, no solo por su silencio, sino más todavía, lo que había cambiado mi vida a nivel sexual y de forma radical en esos últimos días y ahora con ella otra vez.
Después de comprobar que no había nadie dentro, me hizo una señal para que pasara y cerramos la puerta de uno de los servicios… todos estaban abiertos, así que no había problema, no había nadie que pudiera oírnos.
El habitáculo era estrecho y pequeño, tenía a Lucía al lado, nunca la había sentido tan cercana, literalmente, sus pechos prácticamente rozaban los míos, lo cual era un plus de excitación. Su respiración parecía agitada y la mía no digamos.
Sin decir nada, se metió las manos bajo la falda, y poniéndose las dos manos sobre sus caderas, deslizó su tanga hacia abajo hasta sacarlo por sus pies y ponerlo frente a mi cara. Ese olor penetrante a hembra cachonda fue captado enseguida por mi nariz.
– ¿Lo quieres? – me dijo con una sonrisa maliciosa.
Yo no dejaba de mirarla, rubia, ojos azules, de mí misma edad, más baja que yo, sus pechos no eran tan grandes como los de mi hermana, ni mucho menos y ya ni hablar de los de mi madre, claro, pero instintivamente, ante el reto que me estaba lanzando me lancé a besarla.
– De eso nada, un trato es un trato, enséñame tu polla, quiero ver que es lo que tienes ahí y mi tanga será tuyo, nadie ha dicho nada de besarnos. – dijo empujándome del pecho con esa braguita en su puño.
– ¡Joder, Lucía! – decía yo completamente desbocado.
Por fin empezaba a dejar de dudar de las cosas, todo era tan real como alucinante, ella misma, viéndome inmóvil, empezó a desabrocharme los botones del pantalón mirándome a los ojos y sonriendo al mismo tiempo. Juro que la vi más guapa que nunca, como si fuera la única mujer de la Tierra, cuando de golpe, esa chica, tirando de mis pantalones hacia abajo me dejó expuesto solamente con el slip.
Desvió la vista hacia abajo y su cara cambió al ver mi polla en erección hacia un lado que hacía que el bulto sobre el slip fuera bastante apreciable.
– Pero…….¿esto qué es? ¿cuánto te mide, Marcos? – balbuceaba Lucía tapándose la boca con cara entre asustadiza y de asombro ante lo que veía.
Estaba claro que no era la primera que veía al querer compararla con otras, pero debió de quedarse alucinada en los vestuarios y en ese momento más todavía teniéndola prácticamente pegada a ella.
– Mídela tú misma – dije decidido y me bajé el slip haciendo saltar mi polla que estaba deseando salir de la jaula, cimbreó hacia arriba como una lanza que busca donde incrustarse.
– ¡Uf, Marcos! – dijo ella suspirando.
Sin dejar de mirar mis cerca de 20 cm en erección, además de su grosor, pues yo sí me la había medido, Lucía acercó sus dedos a mi polla que palpó como con miedo, aquello desde luego no se lo esperaba, ante el roce de sus dedos mi vástago palpitó y noté un ronroneo saliendo de mi garganta, además de notar su respiración cada vez más intensa. Sus dedos eran suaves, por un momento empezó a pasar por mi mente las imágenes de mi hermana, de Celia de mi madre……su mano se aferró a mi grosor con firmeza
– ¡Qué preciosidad, Marcos! – dijo suspirando.
– ¿Te gusta?
– Uf, es hermosa, gorda, grande, durísima……- Lucía se pasaba la lengua por sus labios, aumentaba el ritmo sobre mi polla de arriba abajo, no parecía ser la primera vez que lo hacía, pensé para mí.
Nuestras miradas se cruzaron y el brillo de sus ojos indicaban lo cachonda que estaba. Me pregunté si ella seguiría virgen como yo… Me agarré a sus caderas e incline la mía hacia adelante para facilitarle la masturbación, bajé mis manos sobre sus muslos, los dos estábamos apretados en ese cubículo, de pie, pero eso era tan morboso, tan excitante… al llegar a su coño mis dedos se embadurnaron de sus flujos, estaba empapada, lo masajeé, mi dedo entraba con mucha facilidad, me miró, abrió sus labios y yo acerqué los míos a los suyos, juntamos las puntas de nuestras lenguas, con delicadeza, pero con intensidad, fundiéndonos en un calor intenso nuestros dedos no dejaban de explorar, yo el interior de su coño y ella la textura de mi polla.
– ¡Marcos, cómo me tienes! – suspiró ella aferrando su otra mano a mi nuca.
Era increíble estar con esa compañera a la que yo creía estar relatando toda la movida de los vestuarios a media ciudad y en cambio ahí estábamos juntos en aquel baño besándonos furtivamente y masturbándonos mutuamente.
Mientras el dedo corazón de mi mano derecha masajeaba su coño, mi mano izquierda buscó sus pechos desabrochando su camisa y metiendo la mano por debajo de su sujetador, amasé su pecho con ternura, siguiendo las indicaciones de Celia, no era un pecho grande, lo suficiente para que la palma de mi mano lo abarcara, pero era suave y mis dedos agarraron su pezón que estaba duro, entonces lo pellizqué.
– ¡Ah, joder! – exclamó soltando mi polla.
Lucía terminó de soltar el sujetador para facilitar mi trabajo e inmediatamente volvió su mano a agarrar mi vástago, un grito ahogado surgió de su garganta, mientras nuestros ritmos aumentaban.
– ¡Sigue, sigue, ufffffffff aghhhhhhhh!- el cuerpo de ella se retorcía.
Me pegué más a ella, sosteniendo su faldita enrollada en la cintura y haciendo que la suave cortina de vello de su pubis rozara mis huevos. No podía verlo, pero sí sentirlo y de qué manera.
– Me voy a correr, no aguanto más – le dije de pronto moviendo mis caderas ayudando en su masturbación.
Una corriente intensa me sacudió, fue mutuo pues ella tembló y un chorro de leche caliente salió disparada contra su tripita suave, escurriéndose como un río por la parte superior de su pubis y mi cuerpo tembló como una hoja con ese orgasmo. Por un momento creí perder el equilibrio y quedamos abrazados durante un instante, en silencio, solo el sonido de nuestras agitadas respiraciones.
– ¡Uf, Marcos!, ¡ha sido increíble! – me dijo ella dándome un piquito tierno.
– ¡Ya lo creo!
– Pero debemos salir antes de que entre alguien – añadió ella aun con la respiración entrecortada.
Por un momento me centré en dónde estábamos metidos y la locura cachonda que acabábamos de tener ella y yo. Nada más separarnos del abrazo me fijé que el pequeño mechoncito rubio que bordeaba su coño estaba impregnado con una buena corrida que se deslizaba como un río por sus muslos. Con un papel nos fuimos limpiando el desaguisado, cuando le dije.
– No podemos salir juntos, si entra alguien y nos ve salir del baño no quiero ni pensar lo que puede pasar. – dije algo asustado.
– Voy a salir yo, espera un momento y cuando notes que todo está en silencio y tranquilo, sales, ¿vale? – me dijo Lucia, dándome otro beso instantáneo en los labios.
Tras acomodarnos la ropa, mi compañera salió, y yo me quedé dentro dejando pasar esos minutos de seguridad, guardando el más absoluto silencio, cuando de pronto un murmullo, aunque bastante inaudible me llegaba a través de las paredes. Salí del cubículo y pegué mi oreja a la pared del fondo de esos servicios para escuchar:
– Son cosas de chicos… por nuestra amistad no puedes expulsar a mi hijo.
Eso o algo parecido me pareció escuchar en la voz inconfundible de mi madre al otro lado.
– Cristina, debo mirar por el resto del alumnado…. no se pueden perder las composturas, entiéndelo. – ahora era la voz de Fermín.
Un silencio y pegué más mi oreja a la pared, que debía dar justo a la oficina donde estaban mi entrenador, Fermín junto a mi madre.
– Cristina… – de nuevo la voz de Fermín y una frase posterior inaudible – sabes que… – otro sonido inaudible.
– ¡Fermín, no! – parecía protestar ella – no, no puede ser, y menos aquí.
Un silencio y ruidos que no pude definir
– No, por favor, Fermín, puede entrar alguien. – esta vez se escuchó la voz de mamá claramente ya que debía tener apoyada su espalda contra en la que yo estaba escuchando.
Otro silencio largo y luego sonidos indescifrables que duraron unos cuantos segundos.
Me separé un instante pensando, ¿De qué estaban hablando mi madre y el entrenador?, ¿Miedo a que entrara alguien? Entonces reaccioné de inmediato sabiendo que debía salir de allí antes de que me pillaran en el baño de las chicas y preguntándome qué diablos estaban haciendo ellos dos dentro del despacho.
Continuará…
Un comentario sobre “Líos familiares (5)”