ANA MARÍA OTERO
Una noche templada abro la ventana y como de costumbre, sin buscar nada alzo la mirada y sin esperarlo sobre una piedra aprecio una figura a la que ilumina la luna, un cuerpecillo inquieto que hacia esta alza la mano intentando en vano tocarla.
Lo observo y sonrío sin plantearme si es real o no lo que veo o si en realidad se trata sólo de un sueño del que de un momento a otro me despertaré, cortando de este modo un momento mágico que, imaginado o no, al menos por unos instantes atrapó por completo mi atención.