C.VELARDE
40. NUEVO COMIENZO
JORGE SOTO
Domingo 1 de enero
14:58 hrs.
El cuarto no era mi cuarto; la cama no era mi cama; los muebles no eran mis muebles. Mi vida no era mi vida.
—Hey —dijo Pato, que estaba sentado a mi lado cuando abrí los ojos—, no te muevas, campeón, que te han puesto suero.
La palabra “suero” me alertó y me hizo inquietarme, mirar a mis costados y preguntarme si estaría en un hospital. La cabeza me dolía a madres.
—Es mi apartamento, tranquilo —Pato leyó mi mente—, te recuerdo que Valeria es enfermera. Ella te canalizó. Te descompensaste y entraste en shock nervioso, o no sé cómo carajos lo llamó ella. Pero nada de gravedad: de hecho, nada que meritara traslado a un hospital.
—Okey —murmuré como si nada, respirado hondo.
—¿Cómo te sientes, campeón?
—Mal —admití, mirando mi brazo al que le estaban suministrando el suero.
—¿Te duele alg…?
—El alma.
Pato me observó con pena, y tragó saliva.
—Hey, tranquilo, pelirrojo —dijo Valeria, una chica morena muy guapa que se sentó en el lado contrario de donde estaba su novio—. Todo esto ha sido una encerrona contra ti. Livia ni siquiera estaba en sus cinco sentidos. Lo hicieron para romperlos, para…
—No es momento de hablar de eso, Val —le dijo Pato con desdén—, de cualquier forma, Jorge, que sepas que he mandado sacar tus cosas de ese puto apartamento. A estas horas esa golfa ya sabrá que te ha perdido.
—¿Lo hiciste, Patricio? —se escandalizó Valeria, lo que me indicó que ya desde antes habían discutido sobre el tema—. ¡Tú no puedes tomar esa clase de decisiones! Una chica drogada sufre despersonalización, y así como estaba Livia en ese momento, no es capaz de percibir ni de…
—¡Jorge no volverá con esa golfa! —determinó Patricio fuera de sus cabales—. Muy despersonaliza no estaba si tuvo los ovarios de irse con ese cabrón a esas putas carreras sabiendo cómo terminarían.
—¿Tú qué sabes si ella sabía o no lo que implicaban esas malditas carreras, Patricio? Tal vez fue coaccionada, o qué sé yo. Aquí procede una denuncia penal por haberla drogado y…
—¡Está loca, esa mujer está loca! —sentenció mi amigo, que parecía endemoniado—. ¡Lo que ha hecho con Jorge no tiene nombre: lo ha irrespetado! ¡Encima esa puta mariposa en el antebrazo!
—¿El tatuaje? —intervine—, ¿qué pasa con el tatuaje?
Pato y Valeria se miraron el uno al otro, pero ninguno me respondió al instante.
—¿La mariposa? —sonrió Fede con amargura—. Mira, Jorge, lo importante es que estás bien, que te quedarás aquí en nuestro apartamento y que luego terminarás de sacar tus cosas allá de tu antigua casa. Y otra cosa, pelirrojo, que sepas que tendrás que informar a Aníbal lo que ha hecho Valentino con Livia (a la que he notado que le siente un especial cariño, quizá porque le recuerda a alguna de sus hijas) y ten la seguridad, Jorge, que cuando Abascal se entere de esto, ese hijo de puta va a terminar colgado de los huevos en el poste más alto de Monterrey.
—Jorge, no hagas caso a Patricio, que es bastante intransigente y pesado para estas cosas —murmuró Valeria—. Que sepas que Livia estaba drogada con algo parecido al LSD (con otras reacciones) y ella no sabía lo que hacía. Valentino tendrá que ir a prisión, y de eso yo misma me voy a encargar. Tengo facultad para elaborar un expediente.
—Por favor, Val, no te metas en esto. Mejor has como Mirta y vete a dormir.
¡¿Mirta?! ¡La pelirroja! ¡Mirta… y la mamada que le había visto dar a Valentino! El pulso se me aceleró. “Mirta… otra zorra.”
—¡Patricio Bernal, como me sigas…!
—Me duele la cabeza, por favor —dije a la parejita para zanjar el tema.
No quería hablarlo ahora. El recuerdo molía mis neuronas. No me interesaba hablar más de Livia, ni de Mirta ni de Valentino. No en ese momento. Los tres me daban asco. Ambos parecieron advertir su imprudencia y se disculparon.
—Bueno, te dejamos descansar un rato, antes de que venga Raquel —me dijo Patricio.
Ahí sí que sufrí un colapso nervioso.
—¡Patricio… no le habrás dicho a mi hermana que…!
—Lo siento, pelirrojo, pero ella tenía que saberlo.
Cerré los ojos y quise que el mundo me tragara. ¿Qué le iba a decir a mi hermana? “Querida Raquel, fíjate que al final tuviste razón y bla bla bla…”
Por Dios.
Finalmente me dejaron solo en la habitación e intenté descansar. Probablemente lo hice por varios minutos hasta que de pronto sentí el vibrar de mi celular. El teléfono estaba debajo de mi almohada, alguien me lo habría puesto allí.
Con las sienes palpitándome hice por mirarlo.
“Livia está llamando”
Resoplé indignado y no le contesté.
Cuando vi el historial de llamadas advertí que tenía casi 27 llamadas perdidas procedentes de su teléfono y del de Leila.
“¿Y estas qué putas quieren? ¿Seguirse burlando de mí?”
Cerré los ojos para no llorar, para no mirar, para no pensar, pero de nuevo una nueva llamada entrante procedente del teléfono de Livia me lo impidió. ¿Ya se habría dado cuenta que las pocas cosas que tenía en nuestro apartamento las había sacado Pato de allí?
Podía imaginar su cara de sorpresa: de miedo, de angustia, de arrepentimiento. Lo merecía, todo lo malo que pudiera pasarle lo merecía.
Y el teléfono volvió a timbrar.
No sé ni por qué respondí, si ni siquiera podía hablar, si ni quiera quería escucharla. Si ni siquiera tenía fuerzas para insultarla. El caso es que nada más dar clic al botón verde fue la voz histérica de Leila la que se oyó del otro lado.
—¡No cuelgues, Jorge, por favor no cuelgues! ¡Tienes que venir al hospital Zambrano Hellion, por favor!
Mi mente estaba sesgada, mi boca seca, mi corazón destrozado.
Y no respondí, tampoco me pregunté qué hacía ella con el teléfono de mi nov… de Livia. Y me limité a escuchar.
—¡Tienes que venir al hospital —volvió a llorar desesperada—. ¡Te juro que todo fue mi culpa, Jorge! ¡Todo fue mi puta culpa! ¡Ella no estaba consiente, no sabía lo que hacía! ¡Y ahora… se está… tuvo una sobredosis, Jorge, y se está muriendo!
No tuve tiempo de procesar nada, pues apenas colgué la llamada, Aníbal Abascal, mi hermana Raquel y Renata Valadez se aparecieron en la habitación.
—¿Qué chingados ha pasado, Jorge? —exclamó mi cuñado con el rostro endemoniado.
FIN DEL PRIMER LIBRO
Epílogo
Tiempo presente.
Livia Aldama.
—Señora —escucho la voz de mi hombre de confianza del otro lado del enorme cuarto de baño. Él es mi sombra, mi alma, mi seguridad, y me trae noticias, mientras yo me encuentro reposando en el enorme jacuzzi con la espuma rozándome los pezones—, trabajo hecho.
Sonrío con crueldad, y siento una gran satisfacción al saberme librada de uno de ellos. Cierro los ojos y cojo el vibrador anal y vaginal que está sobre la base del jacuzzi, a mi lado.
—¿Sufrió? —pregunto con perversa morbosidad.
—Lo necesario, señora.
—¿Gritó?
—Lo necesario, señora.
Suspiro, y lo trato de imaginar. Pobre imbécil.
—Déjame por ahí los videos, que los veré más tarde con una copa de champaña.
—Como ordene la señora.
Meto el vibrador entre las aguas tibias aromatizadas, con el firme propósito de encajármelo en mi vagina vibrante y mi ano dilatado, que ansían sentirse invadidos una vez más. Estoy caliente; quiero sentirme viva… quiero desquitarme.
—¿Y qué has sabido de él?
—Lo de siempre, señora, parece feliz y viviendo su vida en plenitud.
—Entiendo —menciono, enterrando las dos suaves protuberancias en el interior de mis orificios inferiores: uno en mi coño y el otro en mi recto, con suavidad, lentitud, mientras lágrimas de nostalgia, victoria y dolor por haber ganado el mundo al mismo tiempo que he perdido todo me consume por dentro.
—Con permiso señora —me dice mi fiel servidor.
—Te he dicho mil veces que me tutees —le reclamo, pero es imposible hacerlo entender.
—Un día será, señora.
Allí, sola, mientras las ondas magnéticas me estremecen y me sacan gritos de placer, miro a un punto muerto, y sólo puedo pensar en lo feliz, llena y al mismo tiempo vacía que me encuentro. Densas lágrimas me escurren por las mejillas mientras un intenso orgasmo se une a la espuma del jacuzzi.
—Jorge… —digo, antes de explotar por dentro y estremecerme tras una espasmódica corrida.