JOSÉ MANUEL CIDRE

La placidez del día invitaba a, si se pudiese, guardarlo para más adelante; y sacarlo de nuevo, quizá en invierno cuando el frío y la humedad impidiesen salir a la calle, o en los meses más fuertes del verano, cuando la deshidratación apretase. Un sol que brillaba sin deslumbrar, una brisa acariciante y una temperatura perfecta, acompañaban el renacer con que la naturaleza se acicalaba durante los primeros días de Mayo.

A la vista de aquellas condiciones, Diego y Lázaro no perdonaban su paseo por el parque. Procuraban combatir el estrés circundante, con dosis reiteradas de tranquilidad y sosiego.

Aún así, Diego sentía que todavía albergaba demasiada inquietud en su interior. Y se maravillaba de la expresión de serenidad que asomaba al rostro de su amigo.

-Oye. Dime la verdad. ¿Cómo te las arreglas?

¿Perdón?

-Desde hace tiempo vengo observando en tu expresión, en tu forma de hablar, en tu tono de voz…Transmites una tranquilidad enorme. Y es curioso, porque creo que ha sido de unos años a esta parte. Como que, o mucho me equivoco o antes no era tan así.

Lázaro se detuvo esbozando una plácida sonrisa.

-Tienes razón. Digamos que, en estos últimos años me he dado cuenta de una serie de cosas.

El interés de su amigo iba creciendo. -¿Una serie de cosas?

-Si verás. Carraspeó y continuó caminado a un ritmo más pausado. -He descubierto que me preocupaba de algunos asuntos, que simplemente no me deben preocupar en absoluto.

Diego callaba y lo miraba cada vez con más atención.

Me explico. Yo antes me preocupaba, fíjate, de los problemas de las folclóricas, de sus hijos, de sus nietos, que si tienen novios, que si se casan o se divorcian, de si algún yerno de alguna cantante va a presentar un programa de TV o le han hecho una foto en pelotas en la playa.

Ambos se rieron.

-Hasta que un buen día me pregunté. Pero ¿Y esto que tiene que ver conmigo? ¿Qué tiene que ver todo eso con mi salud, mi trabajo, mi familia…Gracias a ese razonamiento, me olvidé completamente de todos esos asuntos. Y sentí que me quitaba un peso de encima. Vamos a sentarnos ahí. -Dijo señalando un banco.

Por aquel entonces -prosiguió mientras se quitaba la gabardina- también era un asiduo seguidor de esto que llaman «realities», «programas de tele-realidad», ya sabes, seleccionar un grupo de jóvenes, ponerlos a convivir y ver que pijama se han puesto, como coquetean o qué bañador se han quitado, y ya de paso, contemplar como se desgañitan unos contra otros. Yo era de los que llegaba a gritar delante del televisor tomando partido por el que se quejaba de que no lavaban los platos o por la que le habían puesto los cuernos. Inundaba las redes sociales peleándome por mis héroes y heroínas.

Lázaro paró un segundo. Contempló a su amigo con la misma sonrisa firme, y siguió.

-La pregunta era la misma. ¿Y esto que tiene que ver conmigo? ¿Con mi trabajo, mi familia, mis proyectos? El simple hecho de responder sinceramente, dio paso a abandonar por completo aquel hábito, que influía y no poco en mis nervios.

-Siguiente paso. Afirmó mientras miraba al horizonte.

-¿Hay más? Se sorprendió Diego.

-Por supuesto. Sabes que siempre me ha gustado el deporte. He seguido y sigo de hecho la liga de fútbol. Pues bien, tuve mi época de cabrearme seriamente, no ya solo cuando mi equipo perdía, sino también cuando entendía que le habían robado un partido, un fichaje, cuando algún periodista criticaba a mis jugadores favoritos. ¡Qué trifulcas armábamos en la cafetería!

-Es verdad. Interrumpió brevemente Diego. -Me acuerdo. Has cambiado muchísimo desde entonces.

Si. Y gracias a la misma pregunta. A ver, ¿En que me afecta a mí si fichan a este o no? Si el árbitro pita penalti o fuera de juego, eso ni me va a subir ni bajar el sueldo. Ni va a alargar ni a acortar la lista de espera del ambulatorio. Sigo informándome de los partidos si, ahora, que se peleen ellos si quieren, que para eso cobran mucho más que yo. Cada vez sentía menos peso sobre mis hombros, más tranquilidad e incluso diría, más libertad.

Diego se sentía bastante satisfecho de la respuesta. Todo parecía de una lógica aplastante, evidente, incluso plenificante y sí, liberador. Pero Lázaro continuó.

-No hace mucho me he vuelto a hacer la pregunta, pero esta vez con respecto a algo que no parece tan claro como todo lo anterior.

Diego frunció ligeramente el ceño extrañado. -A ver, explícate.

-Mira, este que te habla, como todo el mundo, tiene sus ideas políticas ¿No?

-Claro.

-Y puedo estar de acuerdo con este o aquél líder, que plantea cosas cercanas a lo que yo creo ¿de acuerdo?

-De acuerdo.

-Bien. Pues cuando yo veía que criticaban al líder que yo había votado, o al partido con el que coincidía, o que le hacían una entrevista agresiva a alguno que coincidiera conmigo. Bueno, montaba en cólera.

Diego continuaba extrañado. -Vale, pero eso, hasta cierto punto es lógico ¿no?

-A ver, yo mis ideas las voy a seguir teniendo. ¿Pero yo qué tengo que ver con un tío o una tía que está ahí, por lo general cobrando el triple que yo, con móvil de alta gama pagado por mí, y en muchos casos hasta con escolta, coche oficial y pensión vitalicia? ¿Me voy yo a poner a defender a alguien así? Habría que preguntarlo al revés ¿Se pondría ese o esa a defenderme a mí? Además, estamos hablando de críticas, polémicas. Todo connatural a una sociedad pluralista en la que hay diferentes opiniones. Que se defiendan ellos si quieren. Bastante hago con pagarles su buen sueldo. Yo seguiré defendiendo mis ideas. ¿Pero a líderes? ¿Defender yo a líderes? Vamos hombre.

Diego intentaba componer aquel puzzle. -Pero, estamos hablando de líderes con los que estás de acuerdo ¿No?

-Por supuesto. Pero como a todo el mundo, le van a criticar, acertadamente o no, le van a hacer preguntas incómodas, lo mismo hasta le montan campañas, fíjate lo que te digo. Pues bien, yo diré siempre mi opinión. ¿Pero dejarme polarizar para defender a gente que tiene muchos más medios que yo para hacerlo por sí mismos? Nanai de la china.

El sol parecía que ya recogía los bártulos, mientras el fresco se iba dejando sentir en los músculos.

-Entonces. -concluyó Diego. -Todo eso ha sido lo que te ha llevado a lucir ese semblante de tranquilidad ¿no?

-Creo francamente que sí.

-¿Pues sabes que te digo? Ambos se levantaron del banco. -Que te agradezco mucho tu explicación. Le voy a dar una buena pensada.

Ambos encaminaron sus pasos de vuelta conforme habían venido, pasándose los brazos mutuamente por encima de los hombros.

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