TANATOS 12
CAPÍTULO 15
Yo era testigo, a escasos tres metros, de cómo aquel chico iniciaba su pretensión. Para él la situación consistía en una pareja snob y exuberante, que había ido allí a provocar, y en un mirón inofensivo. No podía tener ni idea de que aquella pedazo de mujer a la que él quería no solo exhibiéndose y provocando, sino interactuando de verdad, era mi novia.
Hizo él entonces algo de fuerza, para intentar llevar aquella mano a su miembro, y María se resistió, agitando su mano, para que él la soltara. Y entonces él desistió, pero se mantenía pegado a ella, con su polla en horizontal, casi tocándola, casi rozando su braga del bikini… y me fijé mejor en su torso despejado y en su rostro que ya sí se mostraba afectado, pero no nervioso, y en sus ojos oscuros que revelaban una mirada no fiable ni pura. Y entonces él le dijo algo, y ella le respondió, y el tono era tenso, pero no de enfrentamiento, y entonces sí pude escuchar cómo él, de forma extraña y tremendamente capciosa, le decía: “Eres muy guapa. Estábamos hablando de que sois muy guapos los dos”.
Me chocó sobremanera que hubiera tenido el arrojo para plantar allí su mentira y su falsa naturalidad, como si la situación no fuera asfixiante, como si no estuviera desnudo y semierecto frente a ella, como si a sus pies no estuviera un Edu, recostado boca arriba sobre sus codos, completamente empalmado… Entendí que era otro mundo, acostumbrado a otras cosas, que se me escapaba casi a imaginarlo… pero lo cierto era que yo no podía ni respirar.
Y María le respondió, y yo no pude escucharlo, y como consecuencia de su gesticulación la camisa de ella se había cerrado hasta tapar casi por completo su torso y sus pechos, y entonces él hizo algo otra vez totalmente osado… y yo no me lo podía creer… y es que no se cortó en usar su mano izquierda para abrir la camisa rosa de María… con tranquilidad, casi con solemnidad… Y apartaba un poco la camisa de ella para poder contemplar así uno de sus pechos otra vez… y mientras ella le decía algo, él llevaba su otra mano a su miembro, y yo no me podía creer su seguridad, mezclada con insolencia, y ella, por su sorpresa, no alcanzaba a detener aquella maniobra extraña; con los brazos quietos, hacia abajo, permitía que aquel chico mantuviera abierta su camisa, como si fuera una de las dos hojas de una ventana, para verle aquella teta que caía pesada y que repuntaba orgullosa hacia arriba, y todo mientras mantenía su otra mano en su miembro, y ella impactada, llegó a mirar a un Edu que no se inmutaba.
Y entonces escuché algo, más allá, que me hizo desviar la mirada, y es que la de los ojos verdes pronunciaba, con voz aguda, un extraño “Chico…” y se arrodillaba sobre la arena cerca de un Edu que la miró, y que esta vez no negó con la cabeza, pero le dijo algo que no pude entender.
Aquella chica de cara agraciada, pelo desatendido y pecho casi plano, solo tenía ojos para Edu y para aquella polla suya que caía pesada y semierecta por su vientre y en su dirección, hacia ella, y en absoluto parecía importarle ni sorprenderle las maniobras de su novio.
Pero mi mirada volvió con ansia hacia una María que se dejaba hacer, si bien él no la tocaba. Él solo abría aquella camisa para ver y se tocaba a sí mismo. Y lo impactante, y otra vez insolente, era que le hablaba; mantenían una conversación mientras él se pajeaba con la visión de aquella teta colosal y de la otra tapada, pero cuyo pezón marcaba con precisión el lugar y la situación… Y ella respondía, como podía, a sus frases, y se dejaba exponer; dejaba que aquel enjuto desvergonzado se masturbara lentamente… y el rubor y la inquietud parecían bloquearla… Y yo me veía agobiado por su desfachatez, asfixiado por el contraste de cuerpos, e hipnotizado por un una especie de tic que mostraba él en su cabeza, haciendo que su melena lacia oscilase, al tiempo que se pajeaba frente a ella.
Edu se incorporó entonces, hasta sentarse, con sus piernas flexionadas, y rodeó sus rodillas con sus brazos, y entonces, desde abajo, a los pies de aquel chico y de María, dijo algo, y María le miró, y no supe interpretar su mirada, y se creó una pequeña conversación a tres, y después el chico dejó de sujetar la camisa y de sujetarse a sí mismo y llevó sus manos al vientre de ella, de forma rara, y es que todos sus gestos eran desgarbados y demostraban seguridad pero a la vez imprevisibilidad… Y su polla quedaba libre, de nuevo en horizontal hacia María, que… mirando a Edu… se remangó la camisa, con desenvoltura y hasta el codo… y comenzó a alargar su mano… alargaba su mano para tocar aquella polla, de aquel chico… y lo hizo, llegó, tocó, y él, tan pronto sintió aquel tacto, vibró un poco… Y María dejó recorrer sus dedos por aquel trozo de carne pulido, liso, largo y con ya vistosa consistencia… en unas caricias sutiles que hacían que aquella polla repuntase y vibrase, encantada, al tiempo que su dueño hacía subir sus manos, colándose bajo la camisa de ella… perdiéndose bajo la prenda rosa, partiendo de su vientre pero buscando más y más arriba, hasta llegar a acariciar sus pechos, cada mano a una teta… tetas inabarcables para sus huesudas manos, pero que él recorría con sutileza, sin detenerse, no dejando nada sin sobar.
Y entonces, María, mientras se dejaba magrear por él, cambió las caricias en su polla por el aprisionamiento, y es que apretó, y echó aquella tersa piel adelante y atrás, una vez, en un movimiento seco y conciso, y después movió su cuello, con una petulancia casi teatral, y su melena ondeó, y me miró, a mí, y pronunció en voz baja:
—Esto y ya.
Me estremecí y agradecí enormemente su mirada. Obedecer a Edu y humillarme a mí, sintiendo además mi consentimiento en mi cuerpo y en mis ojos, constituían el cóctel perfecto que Edu me había explicado.
Miré entonces hacia abajo y esparcí mi líquido preseminal por la punta, tiritando y contagiado por la lujuria y desvergüenza de ellos. Y miré a mi alrededor y no vi más que brisa, arena y unas olas que habían cogido algo más de fuerza, pero desde luego nadie que pudiera enturbiar o detener los intentos de aquella pareja que parecía saber qué hacer, dónde hacerlo, y en qué momento.
María ladeaba la cabeza, dejando caer su melena por su espalda, y miraba a Edu y él les decía algo, mientras aquel chico hacía caso omiso a la última frase pronunciada por ella, si bien María no solo no había soltado el miembro de aquel descarado oportunista, sino que, por obediencia, costumbre o instinto, descapuchaba y encapuchaba aquel miembro, en movimientos lentos de su mano y su brazo, y se podía apreciar con nitidez aquel codo moviéndose… y aquella punta rosada ocultándose y descubriéndose de aquella piel lisa y tersa que movía ella adelante y atrás… Y yo me preguntaba si realmente le olería la polla como ella había dicho, si María lo estaría oliendo y si le estaría desagradando o no.
María pajeaba a aquel chico y miraba hacia Edu o hacia la nada, con gesto de apatía, de desdén y de favor, mientras se dejaba acariciar unos pechos a los que aquel cínico se aferraba… Y entonces él movió una de sus manos y quiso bajar, a la entrepierna de ella, a su sexo, y ella apartó esa mano rápidamente, y se escuchó nítidamente un “Eso no”.
Y entonces aquel chico desligó su otra mano de la otra teta de ella, dejándolas a ambas huérfanas, y Edu dijo algo, y aquel delgado lampiño también, y María soltó aquel miembro y les miraba inquieta y desconcertada. Todo parecía una negociación extraña. Y escuché entonces a aquel chico, que delgado y blanco, tan cerca de ella, casi rozaba lo grotesco por comparación, diciendo, con una voz chirriante y afeminada: “Eres la única que no está desnuda. Hasta ese lo está”, refiriéndose a mí.
María negó entonces con la cabeza, como si no acabara de entender aquella meta de ver expuesto su sexo, cuando era innegable que ya habían transgredido de forma más concreta, pero aceptó, como si cumpliera un capricho naïf, y comenzó a llevarse las manos a la braga de su bikini… y esta fluyó por sus piernas hacia abajo, hasta que se hizo con ella y la lanzó sobre su toalla, dejando ver un sexo brutal, de hembra, de mujer… con el vello oscuro, recortado y arreglado, y yo no alcanzaba a ver desde mi posición si los labios de su coño ya asomaban, brillantes y ansiosos, como otras veces.
El chico la miró entonces, haciendo un escorzo extraño, para ver bien su coño, y le dijo algo, y llevó de nuevo las manos a su camisa, y esta vez abrió las dos partes, como dos compuertas, y todo apareció de repente, todo el impacto de su torso, de frente, con sus pechos enormes e hinchados, y su coño desnudo. Aquel chico de voz suave y cuerpo débil se deleitaba con aquella visión abundante, total y frontal, y ella se dejaba hacer, y miraba hacia Edu, y entonces el chico no pudo más y se acercó, se pegaba a ella, y Edu se levantaba y María intentaba resistirse, apartar a aquel chico y a aquella cabeza de melena larga que se volcaba sobre ella, para besarla, a ella, o a su cuello, y miraba hacia un Edu que ya de pie parecía que se disponía a salvarla, pero entonces Edu se giró… y abandonaba, les abandonaba… e iba hacia la chica de ojos verdes…
… y María se daba de bruces con los labios de aquel chico, que la besaba, y ella mantenía sus ojos abiertos, y veía como Edu la traicionaba, y se iba, y aquel descarado insistía en aquel beso y María abría la boca, y yo me moría, y aquel chico metía su lengua en la boca de una María que seguía mirando hacia un Edu que se alejaba… hasta que llegó a claudicar y a cerrar sus ojos… Se dejaba besar por aquel insuficiente pero hábil desvergonzado… ya con los ojos cerrados… y mi corazón explotaba y solté mi miembro, mientras veía cómo aquel beso se prolongaba y aquel chico llevaba una de sus manos a la nuca de ella, convenciéndola para que no huyera, y las melenas de ambos caían seguras hacia abajo, y ella llevaba sus manos a la cintura de él, sin saber qué hacer, cómo reaccionar, cómo detenerle, y entonces él bajó su otra mano y buscó el coño de María, y de nuevo ella apartó esa mano. Pero él no se lamentó por su intento frustrado, sino que bajó entonces su boca al cuello de María, para besar allí, y la camisa rosa de ella pareció molestarle, y entonces la apartó de golpe, de un tirón, hacia atrás y hacia abajo, con una ira y casi saña sorprendentes, hasta dejar la mitad de su espalda al descubierto… y bajó su cabeza, su cara, su boca… a un escote expuesto… y después recogió un pecho de ella y lo lamió, de abajo arriba, con rabia, como si le fuera la vida allí mismo, y aquella teta se levantó y volvió a su sitio, babeada y ultrajada por aquel lametazo soez y descarado.
Yo vivía impactado la consistencia, y casi furia, de aquella lengua que se había alargado y que había lamido aquella teta mientras aquel chico separaba un poco las piernas, para ubicarse más abajo, y llevaba sus dos manos a los pechos de ella, y los juntaba, una teta con la otra, y llevaba su boca allí, y le comía las tetas mientras ella, asediada e incrédula, alzaba la mirada y veía cómo Edu se plantaba frente a aquella chica y permitía que ella agarrara su polla, pero él no hacía nada por tocarla.
Y, mientras María contemplaba la encerrona y traición de Edu, aquel enclenque afortunado se daba un festín, de besos, de pequeños mordiscos, y de lametazos, en unas tetas que brillaban y que se hinchaban por momentos, y la melena de él iba aquí y allá, y de nuevo, por instinto, o costumbre, o porque a pesar de la rudeza aquellos besos la estaban afectando… llegó a colocar una de sus manos sobre la melena lisa y ligera de aquel chico… cerca de su nuca, y allí, de pie, se dejaba mancillar por aquella saliva ansiosa de aquel ventajista acometedor que fluía de una teta a otra; y apretaba con una mano una y estrujaba la otra teta, y cogía una y la soltaba y chupaba el pezón de la otra hasta hacerlo estirar, en una comida de tetas codiciosa, sucia y con algo denigrante, pues sus pechos disfrutaban pero a la vez se avergonzaban de permitir que aquel hábil birrioso los utilizara de aquella manera tan ordinariamente burda.
Y Edu contemplaba de reojo su trampa, y a la chica no le importaba lo que hiciera su novio con aquella exuberante mujer, ni le importaba que Edu no se implicase nada o casi nada, que ni fuera a explorar su sexo tupido, mientras ella pudiera acariciar y quién sabe si después autorizada a masturbar… lo descomunal que colgaba de Edu.
Y María, asumiendo ya el engaño, me miró, con sus manos en la cabeza de aquel chico y éste entre sus pechos… Y me miraba, con ojos llorosos, encendida, pero a la vez incómoda y superada. Y yo no sabía qué quería de mí, pues yo apenas podía… ya no moverme, sino siquiera respirar.
Y menos pude intentar respirar cuando aquel chico volvió a intentar palpar el coño de María, y una de las manos de ella fueron a detenerle, pero llegaron tarde, y él consiguió acariciar levemente su sexo, y ella echó su cadera hacia atrás, su culo hacia atrás, para evitar ese toque, y después su mano fue a rescatarla, pero él ya había palpado su sexo… y aprovechó el forcejeó para pretender, otra vez, que la mano de María fuera a su polla, y aquello sí fue concedido… y su otra mano también bajó, y el forcejeo se saldaba con su coño a salvo pero con sus dos manos agarrándole; con una mano amasaba sus huevos recogidos y con la otra le sujetaba la polla… y a los pocos segundos de contener todo aquello… joven terso y sí viril… llegó a cerrar los ojos, excitada por saber que disfrutaba de aquel tacto, y excitada por verse a sí misma sucumbiendo ante aquel flojo y afeminado crío que en esencia no se podía comparar a su poderío y exuberancia.
… y él entonces fue a buscar un beso en los labios, y se besaron, sus lenguas jugaban, con los ojos cerrados de ambos, con la melena fina de él y la melena espesa de ella ondeando, con su camisa bajada y sus pechos expuestos, agarrada a su polla que solo sujetaba pero que no masturbaba; el beso se hacía sucio, largo, húmedo y él la empujó un poco y llevaba sus manos a la nuca de ella para besarla con más ansia, y la empujó un poco más, y la giró, con más vigor del presumible, y la hacía recular, y pretendía hacerla descender… y un “¿qué haces…?” fue susurrado por ella, con los ojos aún cerrados, y se dejaba empujar y se dejaba caer, sobre la toalla, con él encima… hasta que su culo desnudo topó con el suelo y después su espalda, y aquel chico tumbaba la torre más orgullosa y arrogante, cayendo encima y cubriéndola… y se besaban allí, sobre la toalla, y la polla de él rondaba su sexo y Edu lo vivía casi ajeno a su propia obra, y yo me quería morir.
Una blancura lampiña y magra la cubría, sin cubrirla, pues la exuberancia de María desbordaba la dimensión escasa de aquel chico, y ella miraba a un lado y veía a un Edu que no solo se dejaba relajar por aquella chica por abajo, sino que juntaban más sus caras por arriba, y miraba al otro lado, y me veía a mí, y yo seguía sin entender si quería involucrarme o que la salvase, y tampoco sabía, en ese caso, si la salvación sería de él o de esa otra María.
Pero aquel descarado no tenía tiempo para miradas y dudas, y llevó sus dos manos a la cara de ella, una a cada lado de su rostro, y comenzó a besarla, en picos cortos y sonoros, como disfrutando del momento y de su guapura, y buscando algo más afectuoso y a la vez más adorador. Y ella recibía sus besos, labio con labio, con sus ojos cerrados, y yo contemplaba estupefacto el contraste de la belleza dorada de ella y la blancura raquítica de él, y pronto descubrí que las intenciones de aquel crío no eran tan sutiles, pues, simultáneamente a depositar esos besos, se hacía un hueco con sus piernas entre las piernas de María, haciendo que ella las separase un poco.
Y bajó, comenzó a reptar, sobre ella, y ella posaba una mano en la nada y la otra sobre aquella melena lisa… Y se dejaba hacer, inquieta y sobrepasada. Y miraba de nuevo a un Edu que ya parecía besarse, sin ganas y con los brazos en jarra, dándole un poco más a aquella chica. Y volvía su mirada a lo que aquel chico le hacía… y éste llevaba sus manos a sus pechos, y los juntaba como aprisionando dos montañas, y sacaba su lengua y hacía círculos en una areola, y después chupeteaba el pezón de forma lasciva, y después un reguero de saliva se deslizaba hacia la otra teta y volvía a lamer y chupar del otro pezón, y María a veces levantaba un poco la cabeza, y a veces la dejaba caer hacia atrás y miraba al cielo, siempre con su mano en la cabeza de él, y aquel chico siguió bajando, y yo me incorporé un poco, cuando otro “qué… haces…” fue suspirado por María, una vez se dio cuenta de que aquella boca besaba su bajo vientre y estiraba los brazos y masajeaba sus tetas mientras seguía reptando hacia abajo… y las piernas de María casi aprisionan la cabeza de él, pues su rostro ya llegaba, ya había bajado hasta estar cara a cara con su su sexo…
Ella supo entonces de sus intenciones y su mano fue a la frente de él, para empujar esa cabeza hacia atrás y que aquella lengua extensa, que ya conocía, no alcanzase su coño, pero él alzó la mirada, aferrado a sus tetas, arrodillado entre sus piernas, y lanzó su lengua… y esta lamió el coño de María de abajo arriba… y otro “qué… ahmm… haces…” fue gimoteado por ella, pero esta vez entrecortado, y ella erguía su cabeza y la dejaba caer… y su mano seguía en su frente y otro lametazo fue más contundente, y posó sus labios sobre su coño, y sacó la lengua, y María dejó caer su cabeza hacia atrás, en un “¡Uffff…! “ inenarrable, y su mano fue de la frente de él a su cabeza, para hacer lo contrario, y es que atrajo de golpe la cara de aquel crío hacía sí misma… hacia su coño… Y María resoplaba, entrecerrando los ojos y mirando al cielo, mientras aquel chico ya la partía por la mitad con su boca, ya le comía el coño mientras estrujaba sus pechos y sus pezones apuntaban más y más hacia arriba, y ella acariciaba aquella melena lacia y atraía aquella lengua hacia su sexo que se deshacía, con las piernas flexionadas y las plantas de los pies posadas sobre la toalla.
Y yo me incorporé más y vi cómo ella le marcaba el ritmo con su mano, atrayendo aquella cabeza y aquella lengua… y se deshacía con la comida de coño que le hacía aquel chico. Y me excité aún más cuando la otra mano de María fue a su rostro, y se cubrió la cara, avergonzada, pero ya serpenteando con su cintura, restregando su precioso coño por aquella cara indecorosa, y entonces aquel chico usó sus manos para apartar más las piernas de ella, y sus plantas de los pies se despegaron del suelo y sus piernas ya bailaban solas, en el aire, abiertas, mientras aquel desconocido seguía comiendo y comiendo y saboreando aquel coño excelso, y sabía que lo hacía bien cada vez que ella gimoteaba y sus piernas temblaban en el aire, y se motivaba más al ver la vergüenza de ella tapándose la cara. Y de nuevo debió de encontrar aquel crío un punto adecuado en su coño o en su saliente clítoris, pues ella emitió un “¡Ahhmmm…!” que hizo girar a Edu, y ella apoyó un codo atrás y se incorporó un poco, y me miró, mientras se mordía el labio inferior, cachonda como nunca, mientras aprisionaba la cabeza de aquel chico contra su coño. Se dejaba comer, allí, recostada, y se mordía el labio y resoplaba por la nariz en unos bufidos morbosos, pero a la vez algo grotescos, y su melena se le pegaba a la cara; y ella no podía comprender cómo se dejaba comer el coño por aquel crío, ni entendía cómo se ponía tan cachonda ni cómo era posible que se lo comiera tan bien.
Me puse en pie. Mi polla apuntaba al cielo. Y María me siguió con la mirada y gimoteó otro “¡Ufff…!” y otro “¡Ahhhhmm!” y echó su cabeza hacia atrás, manteniendo su codo quieto, y la mano que empujaba a aquel chico fue a una de sus tetas, y se la acariciaba y parecía presumir de su tamaño, haciendo círculos enormes por toda su extensión, sintiéndose más hembra y más mujer por no abarcar aquella teta enorme; y mientras se acariciaba, se gustaba y disfrutaba de su sexualidad, gemía unos “¡Ahhhmmm! “¡Ahhhmmm!” y serpenteaba con su cadera, para que él la comiera mejor, y cerraba los ojos, y dejaba caer su cabeza hacia atrás, y volvía a levantarla para ver cómo aquel crío le comía el coño… Siempre sin soltar su teta, sin dejar de acariciarla y apretarla, como si fuera el resorte necesario para sentirse total y absolutamente plena y sexual.
Y otro “¡Mmmm…!” y un “¡qué… ahhmmm… ahhmmm me… haces….!” fue gimoteado, entregado, y aquel chico llevó una de sus manos a su coño y separó, con su dedo pulgar e índice unos labios enormes, y descubrió así por completo su clítoris y posó allí su lengua y un “¡Aaaaahhhh…!” fue casi gritado, desgarrador, desvergonzado, entregado y humillante, y María se dejó caer hacia atrás de nuevo y otro “¡Aaahhhhh!” “¡Mmmmm…! desesperado, fue gemido y sus piernas temblaban, ridículas, y yo no podía creer la alucinante comida de coño que le realizaba aquel crío.
Y cuando creía que la haría explotar con su lengua, volvió a reptar hacia arriba, dejando aquel coño libre y aquellas piernas aún temblando y en el aire. Y llegó hasta la boca de María y se besaron con ansia, y vi sus lenguas volar, y sus melenas mezclarse, y la cadera de ella serpentear, y la polla de él rozándose con aquel sexo expuesto, y aquel beso vibraba y se mojaba, y la polla de él rozaba el clítoris salido de una María que se retorcía del gusto, y se besaba con aquel crío… y se frotaban, ya sudorosos, y hacían como si follasen… con la polla de él restregándose sobre aquel vello púbico ya desordenado y con aquellos labios carnosos y empapados que ya florecían hacia los lados. Y fue entonces cuando ella, aferrada a aquella melena lisa con sus manos, besándose con él y moviendo su cadera al ritmo de él, como si estuvieran follando, cortó el beso, y le susurró en el oído algo terrible, algo que me mató y que me hizo comprender la gravedad… y es que le susurró un “ponte algo…” y él respondió, inmediatamente, y sin detener el ritmo de aquella follada que no lo era, un “No tengo nada”. Y ella emitió un “¡Ufff…!” desolador y deshecho, y llevó sus manos a su culo blanco y plano, cada mano a una nalga, y yo, de pie, a su lado, temblando, y cerca de desmayarme, escuché cómo el chico le decía: “Te follo igual…” y ella gimoteaba un “No…” al tiempo que la polla larguísima de aquel crío rozaba y frotaba su coño…Y veía cómo se restregaban, como si follasen, y aquella polla flotaba y aplastaba el sexo de María y ella se aferraba, con sus dedos largos y delicados a su culo blando y lechoso… y gemía con cada roce unos “¡Ahhmm!” “¡Ahmmm!” “¡Ahmmm!” y susurró entonces un “Aprieta… por favor…” que sonó ridículo, desesperado y extraño, pero él siguió igual, pues ya no podía rozar más… Y entonces la mano de María bajó, por delante… y se la cogió, le agarró la polla, retiró su piel hacia atrás, liberando un glande carnoso y rosado… y le gimió en el oído: “Métela… un poco… métela y sácala…”
Sentí un mareo y tuve que flexionar las rodillas mientras veía cómo ella misma dirigía aquella larga, tersa y durísima polla… y aquel chico enterraba su cara y sus babas en el cuello de ella, y ella entonces me miró mientras jadeó un “¡¡Oh!!” corto, puro, y pude ver en sus ojos el momento preciso en el que la polla del crío la invadía… y después un “¡¡MMMmmmmm!!” larguísimo y su cintura serpenteó… y sus piernas temblaron en el aire, y vi el culo flácido de aquel chico hundirse en ella… hasta el fondo… se la metía, la follaba, y ella le rodeó con las piernas y le abrazó, y vi cómo volvía a metérsela, adelante y atrás en movimientos lentos y largos, y ella me miraba con los ojos llorosos y entrecerrados; me miraba mientras aquel crío la follaba, y yo ni me podía tocar y sabía que aquello era terrible y maravilloso, y la follaba más y más… y se besaban, y ella acariciaba su melena con sus manos… y volvía sus dedos delicados al culo blando de él… y sudada y gimoteaba unos “¡Ahhhh!” “¡Ahhhh!”, con cada metida… y mi corazón se me salía por la boca y más “¡Ahhhh!” “¡Ahhmmmm!” y jadeaba y le apretaba con sus piernas, para que se la metiera hasta el fondo.
Y me llevé las manos a la cara, superado, y mi polla repuntaba y seguía viendo, atónito, aquella follada, aquella belleza recibiendo la polla de aquel enclenque que se afanaba en penetrarla cada vez más rápido, y él comenzó a emitir gruñidos desoladores, implicados y sentidos: unos “¡Mhm!” “¡Mhm!” secos, abruptos y cortos… y ella jadeaba y apretaba su culo, hundiendo sus dedos, y movía su cadera y gimoteó entonces en su oído un “¡Fóllame… fóllame así…!” que era una petición y a la vez una claudicación total… y después le susurró un “¡Fóllame bien… Ahmmm… fóllame bien… cerdo…!” que fue tan sexual y rendido que me hizo temblar… y él le dijo algo en su oído y otro “¡Mhmm!” de él… y un “¡Ahhmmm!” “¡Fóllame…!” “¡Cabrón…!” jadeado por ella, con sus ojos cerrados… y una de sus manos abandonó el culo de él y recorrió su espalda sudada y después su melena y lo atrajo hacia sí… y ella buscó de nuevo un beso tórrido… y se morreaba con ansia mientras le marcaba el ritmo de la follada casi hundiendo sus uñas en aquel culo inconsistente, y cortó ella después el beso abruptamente, siempre sin dejar de recibir su polla en aquel vaivén rítmico, y le susurró, en un gimoteo, un pretencioso:
—No te puedes creer que me estés follando… cabrón…
Y él retiró un poco su rostro, extrañado, y, mientras se la metía hasta el fondo y ella cerraba los ojos y gemía, le dijo:
—¿Tú crees que no?
—¡Mmm! No… cabrón… Ni te lo crees… ¡Mmhhh! ¡Ah…!
—¿Por qué… no?
—Porque eres un sucio… que te huele la polla… —le respondía ella, ida, y elitista hasta el ridículo.
—¿Esta…? ¿Esta está sucia? —preguntó él clavándosela más.
—¡Mmmmmm! ¡Cabróoon! —jadeaba y se retorcía ella al recibir aquel empalamiento.
—¿Esta…? —insistía en otra metida brutal.
—¡¡Aahhhh!! ¡¡Diooos!! ¡¡Aaahhhmmm!! —se deshacía ella, ensartada y con los ojos cerrados y tapándose la cara, avergonzada, pero disfrutando de su propio bochorno.
Y él le puso entonces la mano en el cuello, y yo me asusté, y ella liberó su rostro y sujetó su brazo, y le clavó la polla más hasta el fondo, y el grito de María fue desgarrador, y esa mano en su cuello se movió hasta meterle un dedo en la boca, dedo que ella chupó en seguida, y él la seguía follando mientras ella chupaba y le miraba.
Y se reinició una follada en la que se podía sentir una especie de desprecio recíproco, pero a la vez un disfrute inmenso… Y Edu y la chica se besaban y se acariciaban, con más dulzura, mirando de vez en cuando cómo el crío empalaba una y otra vez, con brío y con saña, a una María que se retorcía del gusto, que le chupaba el dedo y que movía sus piernas en el aire de forma ridícula, y el ruido de las olas se mezclaba con los “¡Ahhmm!” “¡Ahhmmm!” de María, a veces ahogados en el dedo de él y a veces casi gritados… y entonces un extraño y casi colérico “¿Te gusta mi polla sucia?” fue gruñido en el oído de ella y un “¡Mmmm!… síí… jo-der…!” fue gimoteado por ella y él le repetía lo mismo… y ella le respondía con jadeos y lamentos gimoteados… cuando un entregado y denigrante “¡Qué bien me follas…!” fue chillado y aquel chico comenzó a temblar, cerca de explotar… y entonces un “¡¡¡Ahhh!!!” “¡¡¡Mmmm!!!” “¡¡¡No te corras!!!” fue casi gritado por María, y entonces él se salió de ella, de golpe, mostrando que no podía más, y emitió un rapidísimo y bronco “¡Mmh!” “¡Mmh!” y se llevó la mano a la polla y se la empezó a sacudir y ella se incorporó un poco y jadeó un desesperado “¡No te corras así… jo-der…!” y empezó a brotar líquido blanco y espeso… y aquel chico echaba la cabeza hacia atrás y se pajeaba sobre el coño de María, que, con los ojos entreabiertos, bajaba su mano precisamente a donde aquel líquido caía, deteniendo algunos latigazos, y yo no sabía sí lo hacía para protegerse o para empaparse más de él. Y salpicó una, dos y tres veces su mano y el vello púbico enmarañado de ella… y también su vientre y el resto fue resbalando de su miembro y cayendo sobre la toalla.
María, allí, con las piernas abiertas, manchada por él, con una mano salpicada y quieta cerca de su coño, y apoyada sobre la otra, echaba su cabeza hacia atrás, intentando despegar su melena de su cara y su espalda, pero no lo conseguía. Y aquel chico se levantó entonces, y lo sentí más insignificante y más insultantemente afortunado, y al retirarse pude ver bien el coño abierto de María, y sus labios apartados y su dorso de la mano con un latigazo enorme de semen, y un charco blanco cerca de su ombligo. Y María me miró y resopló… Estaba extasiada, desconcertada… con sus tetas hinchadas y sudadas hasta el punto de verse gotas cayendo por entre ellas… y se sabía humillada y hasta ridícula, allí expuesta, habiéndose dejado follar así, pero ya no vi aquella culpa de las primeras veces.
Se limpió entonces la mano a la toalla y yo vi como Edu y la chica, o más bien Edu, daba por zanjado su escarceo con ella.
Después María se puso en pie, me dio la espalda, y me dijo:
—Quítame la camisa, que no quiero mancharla.
Y yo me coloqué detrás de ella y la ayudé a quitársela, y el chico parecía no entender nada, pero no le importaba demasiado.
Edu se puso a hablar entonces con la pareja y María se fue, completamente desnuda, hacia el mar, a lavarse, y yo fui entonces hacia mi toalla, me puse mi bañador, sacudí dicha toalla y fui con ella hasta la orilla.
Y allí de pie… con mi toalla en la mano, la esperaba, para recibirla y secarla.