C.VELARDE

37. SUCESOS

JORGE SOTO

Sábado 31 de diciembre

04: 37hrs

Era Livia, mi Livia, y estaba con él. Lo sabía aun si no había podido abrir la puerta, aún si no tenía la certeza de que ella estaba verdaderamente adentro. Encima, la puerta estaba asegurada.

Con asco, recogí la tanga con mis manos temblorosas y la noté humillantemente inundada, al grado de mojarme mis dedos con su acuosidad. ¿Hace cuánto que estaba el tanga colgando allí y por qué no se había secado? Acaricié la pedrería de sus elásticos y volví a confirmar que era la suya. Y si colgaba de la perilla era porque Valentino o ella misma se la había quitado para irse a follar. Ahora mismo andaba sin bragas allí dentro, ¡saltando sobre la tranca de ese cabrón como una vil puta!

Los gemidos de hembra y macho que se oían en el interior me estaban taladrando las orejas. Era el sonido de sus bramidos y el fuerte golpeteo del cabecero que cada vez era más rápido e intenso lo que me mataba lentamente. “Ah, ah, ah, ah” “Hmmm” “Oh, sí, sí, ah, ah, ah…” y luego unos bufidos de hombre, rugientes, victoriosos, “así, golfa, asíiii” y de nuevo los impúdicos “Tas Tas Tas Tas” del cabecero.

—¡LIVIAAA! —grité, golpeando la puerta con los puños, lastimándomelos—. ¡Sal de ahí, guarra!

—¡Jorge, cabrón! —escuché a Joaco que llegaba por mi espalda, corriendo, acelerado, angustiado—. ¡Deja de hacer tus putas mamadas que nos vas a perjudicar a todos, sobre todo a ella!

A cada gemido, a cada sacudida de la cama, a cada golpeteo contra la pared, mi pecho se rasgaba.

—¡Se la está follando, Joaco! —gimotée gritando, con la cabeza dándome vueltas y vueltas—, ¡y ella… se está dejando coger!

Y seguí golpeando la puerta de madera hasta que Joaco me hizo retroceder.

—¡Ni siquiera sabes si ella está allí dentro!

—¡¿Cómo putas no?! ¡Está dentro, su tanga estaba colgando del picaporte! —le enseñé la prenda mojada de sus fluidos sexuales sintiéndome ridículo y él se echó la mano a la frente.

—¡Valentino es un cabrón y lo sabes, la pudo poner para descontrolarte y volverte loco!

—¡Para poner la tanga allí se la tuvo que haber quitado antes! —razoné.

—¡O ella misma la puso ahí para joderte, pelirrojo! ¡Que está encabronada contigo por lo que le hiciste! ¡Ella no está allí! Es más, a lo mejor ya se fueron.

—¡El Serpiente dijo que…!

—¡Al Serpiente se le está haciendo creer eso que tú ya sabes, no lo olvides, idiota!

—¡Ve a contarle esas babosadas a otro imbécil, no a mí, Joaco!

—Deja de actuar como pendejo, Jorge, que nos estás exponiendo a todos con tus nangueras. Si el cabrón narco descubriera que lo engañamos, nos lleva a la verga a todos.

—¡Se la está cogiendo, Joaco; allí dentro, escucha, escucha cómo braman!

“Tas” “Tas” “Tas”

“Ahhhh” “Síiii” “Ah, ah, ah” “Hmmm”

“Tas” “Tas” “Tas”

—¡Aunque estuvieran adentro, Jorge, estarán fingiendo, recuerda que están interpretando un puto papel!

De nuevo me solté de Joaco y esta vez pegué uno de mis ojos en la mirilla de la puerta, desde donde se veía todo muy lejano por estar a la inversa. De todos modos vi entre la oscuridad dos bultos, el bulto más grande estaba encima del más pequeño, con su culazo directo a mí, haciendo movimientos de apareamiento sobre la guarra que tenía debajo, con una imagen que me dejó extremadamente perplejo.

“¡No! ¡NO! ¡No es Livia! ¡No es Livia! ¡No puede ser Livia!”

—¡LIVIAAA! —grité casi llorando de dolor, de un punzante y horrible dolor… con el cuerpo temblándome.

—¡Estás delirando, cabrón, por la borrachera que traes, anda, vámonos, Jorge, deja de respirar por la herida!

Golpeé la puerta violentamente, como queriendo echarla abajo, pero ellos siguieron follando ahora con más fuerza. Los gritos de la chica se intensificaron y los bramidos del macho aquél se hicieron más densos y ruidosos, como si pretendieran dañarme, destrozarme. Y el cabecero continuó estremeciendo el muro, y mis gritos sepultando el resto de sonidos.

—¡Que dejes de hacer tus desmadres, Jorge! —me volvió atraer Joaco hacia él. 

Entonces escuchamos cómo el Serpiente y unos colegas suyos subían al pasillo en busca de una habitación vacía. Al vernos se posicionaron a nuestro lado y sonrieron, mirando a la puerta.

—No mames, vato, ¿estás oyendo la fiestecita que se está montando el semental ese y tu primita? Mmm, puja como una auténtica perra. Lo que daría por reventarle el ojete yo mismo y llenarla de lefa.

Luego nos palmeó la espalda a Joaco y a mí, pensando que estábamos allí en modo mirón, y se fueron al fondo, donde entraron a un cuarto. Y yo respiré, una y otra vez “un dos tres” “un dos tres”. Y volví a retroceder, intentando alejarme de los gemidos y golpeteos sexuales de allá adentro.

—¡Si descubro que es Livia, Joaco! ¡Si descubro que esa de allá adentro es Livia la mando a la puta mierda para siempre! ¡Y… si mi hermana tenía razón… y ella es una… cualquiera… vulgar y… y…!

—¡Entiende que no son ellos, pelirrojo, ni siquiera sus voces se les parecen al Lobo y a tu novia! Además, ¿crees que Aldama podría ser tan perversa para follar allí dentro como esa loca que grita y grita sabiendo que tú le estás hablando del otro lado de la puerta? No mames, cabrón, ahora sí te pasas de lanza. 

—A lo mejor es Leila —concluí sin convencerme de nada, suspirando al fin con tranquilidad, caminando como autómata hacia las escaleras, vencido—. Tienes razón, Livia no me haría esto, nunca… no es ella, tienes razón.

Pero ni yo mismo me creía mi argumento. Gruesas lágrimas escapaban de mis ojos mientras me dirigía a  mi auto, con Joaco detrás de mí.  

—Nadie te obligó a venir, Jorge. Tú solito quisiste torturarte.

—¡Eso no implicaba que me faltaran al respeto de esta manera! Livia ha actuado toda la noche como si yo no existiera, como si yo fuese un puto mueble sobre el que se puede sentar o una alfombra a la que puede pisotear. ¿Y qué decir de Valentino? Que se ha burlado de mí toda la puta noche. ¿Quién mierdas creen que soy para que me traten con tal desprecio? ¡Me han nulificado! Livia ha actuado como una… como una grandísima… —No, ni siquiera podía pronunciar un adjetivo de ofensa para la que había sido desde siempre el amor de mi vida—. ¡La he desconocido toda la noche! ¡Fue como si no fuera ella! ¡Como si no fuera Livia, mi Livia…! ¡Ella no era la Livia que me ama, sino la que me aborrece!

—La has desconocido precisamente porque ella no era Livia, tu Livia: ella era la Livia de Valentino, y como tal tenía que actuar. Además toma en cuenta que su actitud influyó por la ingesta de alcohol… y las pegatinas.

Llegué al aparcadero y uno de los hombres del Serpiente me entregó las llaves del volvo.

—¿Las pegatinas? Ella me dijo que esos cuadritos de colores no eran una droga, sino un estimulante.

—Pues sí… y ahí lo tienes… que la estimuló. Así que por favor no la reprendas, que esta noche quien más lo ha padecido ha sido ella. Y Valentino… ni hablar, cuando se entere Aníb… quiero decir. Mira, Jorge…

—¡Sí, sí, claro, pobrecita, mira cuánto sufrió, dejando que ese hijo de puta la besara, le sobara el culo y que… se la follara, si es que en verdad se la folló!

—¡Que no, hombre, que no se la folló! Y piensa bien cómo manejaras las cosas cuando tu novia vuelva, Jorge, porque te podrías arrepentir. No le des el gusto a Valentino, que es mi amigo y todo, pero yo sé la clase de cabrón que es y no me gustan ciertas actitudes suyas. Sólo te puedo decir que al parecer su intención es joderte: su infancia lo volvió un degenerado y perverso que disfruta joder y burlarse de los demás. Cuídate de él, pero, sobre todo, cuida a Livia, que ella no tiene la culpa. 

Me dirigí al volvo y resoplé.

—¿Ves? —dijo Joaco aliviado—, ni siquiera está ya el Ferrari del Lobo en el aparcadero. Ya se habrán ido y tú aquí comiéndote la cabeza como idiota, la habrá llevado a tu casa ya.

No di señales ni de alivio ni de enfado, porque si era cierto que Livia ya no estaba allí, es que ahora estaba con Valentino. Y si al llegar a casa descubría que tampoco estaba allí… significaría que… también estaba con Valentino. Joaco era el único que sabía la verdad, porque era el guardaespaldas del Bisonte, y por eso sabía que no me podía tragar ninguno de sus cuentos así de fácil… aun… si se había comportado conmigo de una manera afable.  

—Ten —me dio unos antiinflamatorios—, para los golpes.

—No sé por qué me has ayudado, Joaco, pero gracias —El rubito asintió, apenado, y se fue.

“Ahora sí bonito vas, Jorge, cornudo y apaleado.”

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