AKUARIES
4.
Le abrió la puerta una mujer, llevaba puesta una camiseta que le llegaba un poco más arriba de medio muslo, le caía un poco por uno de los brazos dejándole ver el canalillo de las tetas. Sujetaba la puerta con una mano y lo miraba desde abajo hasta arriba, como si le tuviera que dar el visto bueno por la ropa que llevaba puesta. Pablo le sonreía y ella se mordía el labio.
-¡Vaya! Un viernes por la noche más que te presentas en mi casa. Y oliendo muy bien por cierto.
-Es un perfume que me regaló una amiga. Estaba pensando si te apetecería.- Contestaba Pablo, mientras sacaba de la bolsa la botella de vino enseñándosela.
-¿Si me apetecería qué?
Preguntó ella, a la vez que le agarraba la chaqueta atrayéndolo dentro de la vivienda. Le rodeó el cuello con sus brazos, él dejó la botella de vino encima de un mueble y le agarró el culo, se miraron a los ojos, se sonrieron y se engancharon los labios con pasión. Pablo la fue dirigiendo, entrando en el salón comedor, la apoyó contra una pared, se arrodilló, le metió las manos por debajo de la camiseta y de un tirón le arrancó las bragas. Ella le puso la mano en la cabeza acariciándosela, a la vez que Pablo la metía entre sus muslos buscándole el coño. Se lo comió con ganas, con hambre, ella jadeaba y gemía mirando el techo, el cuerpo se le retorcía del gusto, como le gustaba que aquel hombre le comiera el coño, que bien la conocía y sabía donde darle placer. Le estaba subiendo un orgasmo, cuando Pablo dejó de chupar y lamer, metió sus piernas en medio de las de ella, la mujer levantó una para facilitarle la maniobra, sintió como con buena puntería él le colocaba la punta de la polla en la entrada de la vagina, de un empujón duro y seco la penetró hasta el fondo. Ella, que el orgasmo ya lo tenía apunto, al notarlo, grito de gusto y se corrió después de unas pocas embestidas de su amante.
Pablo se quitó la chaqueta y la ropa, desnudo la agarró de la mano y entraron los dos en la habitación, al lado de la cama estiró de la camiseta de la chica quitándosela por la cabeza. Se volvieron a mirar con cariño y una sonrisa, se besaron lentamente entregándose las lenguas, se dejaron caer en la cama, ella le agarró la polla pajeándosela, comprobando que seguía erguida y dura, él se iba colocando en medio de sus piernas mientras la chica las abría para recibirlo. Ella misma se dirigió el sexo de su amante entre sus piernas, dejándolo en la entrada de su vagina mojada. Esta vez la penetración fue lenta y profunda, los besos se sucedían, ella le acariciaba la espalda y el culo, le gustaba agarrarle el culo mientras él lo movía follándosela. Él, suavemente le pasaba la mano por el lado de una teta, después le pellizcaba suavemente el pezón, como la ponía aquello, era el primer hombre que conseguía ponerle los pezones de aquella manera, tan duros y salidos que parecía que le iban a explotar.
Ese balanceo de la cintura de Pablo, entrando y saliendo de su interior más íntimo, sintiendo su sexo totalmente empapado, el cuerpo se le retorcía, la cara se le desencajaba, los ojos parecía que se daban la vuelta dentro de las cuencas, una de sus manos le apretaba el culo a Pablo, indicándole que la corrida estaba a punto de caer. Abrió la boca y se corrió de forma espectacular, la chica solo podía gritar, sentir y gozar de un orgasmo antológico. Tres golpecitos en el culo de Pablo y los jadeos de la amante, recuperándose de semejante corrida, le indicaron a él que ya podía parar de moverse, lentamente le fue sacando la polla del coño.
Ella abrió los ojos, buscó con la mirada los de Pablo, este le sonreía, se besaron cálidamente los labios.
-Has estado genial ¿Te ha pasado algo para motivarte?- Preguntaba ella.
-Tú y tu cuerpo precioso me motiva.- Le respondía Pablo sacándole un sonrisilla de satifacción a la chica.
-Levantate guapo, que te vas a enterar.
Pablo se levantó de la cama, mirándola fijamente intuía lo que le iba a hacer, la conocía y sabía que cuando acababa satisfecha le devolvía todo el placer recibido.
Se arrodilló delante de él mirándole a los ojos, Pablo separó las piernas, ella con una mano le agarró los huevos apretándolos suavemente, con la otra lo pajeaba a la vez que con la boca le succionaba la polla. Él intentaba sujetarse a algo buscándolo con las manos, las piernas le empezaban a temblar, ella sonreía de verlo. Aceleró la paja, aumentó la presión de los labios y apretó un poco más los huevos, Pablo gritó de gusto, ella separó la boca de la polla y volvió a mirale a los ojos, sin dejar de pajearlo a buen ritmo.
-Venga va ¿A qué esperas? Tengo ganas de sentirlo en mi cara.
Esas palabras, ver la carita de su compañera sexual, con la boquita abierta esperando que se le corriera encima, volvieron loco a Pablo, lanzó un primer lechazo que le dio a ella en plena cara, el segundo en la nariz, el tercero le entró en la boca, al cerrarla para tragarlo, otro en medio de los labios. Se metió la polla en la boca y succionó hasta dejar a Pablo seco, seco y temblándole las piernas, sin poder dejar de gemir y gritar de gusto.
Se dejó caer en la cama medio muerto.
-Como sabes volverme loco cabrita.- Dijo sin casi salirle las palabras de la boca.
Ella sonreía sin atreverse a decirle nada, le caía la leche por las mejillas, mientras caminaba metiéndose en el cuarto de baño. Cuando salió se estiró al lado de Pablo, este le pasó un brazo por la espalda, ella le apoyó su cabeza en el pecho.
-¿Cómo está Lucía?
-Bien… supongo.- Contestaba triste Pablo.
-¿Sigue igual?
-Sí, sigue igual, igual que la semana pasada, y que la anterior, y que la anterior de la anterior…
-Vale, de acuerdo, lo pillo.
-Lo siento, no quería hablarte así.
-Sé que te preocupas por ella, es lo normal. Va ¿Nos vestimos y nos tomamos esa botella de vino que has traído?
-Claro que sí. A eso venía yo, pero tú me has provocado y así hemos acabado.
-No, si ahora será culpa mía…
Pablo no le dejó acabar la frase, le besó los labios y ella le respondió abrazándolo. Se bebieron la botella de vino sin prisas, con una buena conversación, disfrutando de la compañía uno del otro. De madrugada, él volvió a su casa, ella se acostó sola una noche más, se moría de ganas de dormir con él, con el hombre de quien estaba perdidamente enamorada, pero, sabía que para él había otra mujer delante de ella, Lucía.
Una tarde y una noche más sin poder hablar con su hija de cosas cotidianas, de cómo le iba en la universidad, o él, poderle explicar cosas de su trabajo. Demasiado tiempo duraba aquello.
La oiría llegar muy tarde, porque después del trabajo en el bar se iba a tomar alguna copa con sus amigos, es normal, es joven y tiene ganas de pasárselo bien, pensaba Pablo.
Al día siguiente, Lucía, escogería algo de la cocina para desayunar y volvería a desaparecer, antes de que él pudiera abrir la boca para hablar, el fin de semana era para su trabajo y sus amigos. Y si tenía exámenes la semana siguiente, tampoco le veía el pelo, porque se encerraba en su habitación a estudiar y no quería que nadie la molestara. En fin, paciencia, paciencia, seguía pensando Pablo.
El sábado por la mañana, Pablo, aprovechaba para hacer limpieza en la casa, su hija dormía. Cuando cerró el bar donde trabajaba se fue con sus amigos de discoteca, estuvieron hasta las tantas bailando y pasándolo bien, Isa y Manolo la dejaron en la puerta de su casa y se fueron, a follar seguramente, pensó Lucía. Ella por su parte, al meterse en su cama, se volvió a acordar de su amor platónico ¿Qué habría hecho él aquella noche? Follarse a alguna de sus amigas pijas, pensó. O no, tal vez estaba como ella, a punto de hacerse una buena paja, tal vez se la hiciera pensando en su culo, durante ese curso lo había pillado varias veces mirándoselo, y la de veces que seguro que se lo miró y ella no se dio cuenta. Otra duda asaltó a Lucía ¿Y si Isa tenía razón? Y si no fuera tan mala idea buscar una conversación con él. No, no era buena idea conociendo a sus amigos, él también las debía de ver como unas chonis, chicas que solo les servían para follar y dejarlas. Cómo iban a pensar los chicos como él, chicos de buena familia, que vivian en las mejores zonas de la ciudad, con unos padres que les daban todos los caprichos que se les antojaban, chicos que ya debían tener alguna chica escogida para pasar la vida con ella, del Club de Campo, o algún otro club elitista de esos. Para ellos, las chicas como ella solo eran un entretenimiento, o una manera de follar, porque decían que las chicas pijas follan poco y mal, por eso sus padres, tenían amantes y la malloría separados de sus madres. Al menos sus padres no estaban separados, o sí, no estaba segura, a su madre nunca la conoció, no sabía cómo se le llamaría a un padre soltero que había criado a una niña solo.
Con todos esos pensamientos, casi no se había enterado que su mano había ido por libre, le había sobado el coño y le había metido dos dedos dentro, estaba a punto de correrse una vez más en en silencio de la noche. Y se corrió, ya lo creo que se corrió. Cuando acabó, se puso de lado, acomodando la cabeza en la almoada y se fue durmiendo con una sonrisilla.
Pablo se fue de su casa al medio día, su hija dormía, la había oído llegar muy tarde. Su esperanza era que no estuviera durmiendo con ella el zoquete del novio, no sabía que lo habían dejado la noche anterior. Ese chico no le inspiraba ninguna confianza, lo veía capaz de robar en la casa si tenía la oportunidad, aunque siendo sinceros, nunca desapareció nada en los meses que llevaban de novios, claro, tampoco tenía dinero ni nada de valor, como no se lleve la escobilla del váter, no sé que se va a llevar, pensaba con una sonrisa burlona Pablo
Llegó a la casa de su amigo Armando, le abrió la puerta el matrimonio con una sonrisa.
-Hombre, ya tenía ganas de verte, hace mucho que no venías.- Lo saludaba Higinia, la mujer, dándole dos sonoros besos en las mejillas.
-Si no quiere ni tomarse una cerveza conmigo, va a venir a verte a ti.- Añadía Armando, estrechándole la mano. Pablo le dio las dos botellas de vino.
-Que más quisiera yo que tomarme contigo todas las cervezas del mundo, pero tengo responsabilidades, ya lo sabes.
-¿Cómo está Lucía?- Preguntaba la mujer.
-Seguro que lo sabes mejor tú que yo Higinia.
En ese momento apareció en el salón la hija del matrimonio.
-Hola Pablo.- Lo saludaba educadamente dándole dos besos.
-Hola Isa, le decía a tu madre que vosotros sabéis mejor como está Lucía que yo.
-Hace unos días estuvieron las dos aquí toda la tarde.- Decía Higinia.
-Lo ves, a eso me refería, y seguro que habla más con vosotros que conmigo.
-Venga, Armando abre el vino por favor, Pablo, siéntate en la mesa, la comida esta a punto, Isa cariño, ayudame a sacar los platos.- Ordenaba como un general de brigada Higinia.
Todos desaparecieron, se quedó solo Pablo en medio del salón comedor.
-Sientate ya en la mesa hombre.- Insistía Higinia con dos platos, uno en cada mano, saliendo de la cocina, Isa detrás de ella, con dos platos más, más atrás aparecía Armando con una botella de vino abierta.
Se sentaron, una entretenida conversación amenizaba la comida. Pablo no quiso desaprovechar la ocasión.
-Dime Isa, como mejor amiga de Lucía ¿Cómo la ves?- Isa levantaba la cabeza para mirarle a los ojos.
-Pues… pues yo creo que está muy bien…- Paró de hablar manteniendo la mirada en los ojos de Pablo. –Mira Pablo, quiero que sepas que yo estoy de tu parte, le he dicho a Lucía que no puede estar así contigo, que tú como padre la tratas muy bien, que ella debería hacer un esfuerzo y hablar más contigo, explicarte sus cosas, tener más confianza…
-Eso hace mucho tiempo que no lo hace.- Contestaba Pablo.
-Ya lo sé, por eso le insisto.
-¿Y? –Preguntaba Pablo sin demasiado entusiasmo.
-Pues eso, ya la conoces, cabezona como ella sola. Al menos hemos conseguido que dejara al drogadicto.
A Pablo se le congeló el gesto de la cara, mirando fijamente a Isa.
-¿Co… cómo? ¿Qué ha dejado al novio?- Balbuceaba Pablo sin poder creérselo.
-Sí, ayer mismo por la noche.- Contestaba segura y contenta Isa, sabiendo que le estaba dando una buena noticia.
Pablo abrió los brazos, igual que Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo, sin el bastón claro.
-No me lo puedo creer, que ganas tenía de que pasara. Ese chico, ese chico, buff…- Se lamentaba Pablo.
-Ese tío no pintaba nada en la vida de Lucía, todos se lo decíamos, al final le puso un poco de cordura.- Confirmaba Isa.
Viendo la alegría de Pablo, no le quiso explicar el incidente del bar. Ya era agua pasada y solo podía producir dolor, mejor olvidarlo, pensó Isa.
Después de los postres, Isa se disculpó y fue a cambiarse, había quedado con Manolo que la pasaría a buscar. Los demás quitaron los últimos platos y copas de la mesa llevándolo a la cocina.
-Chicos, sentaros en el salón, acabo de hacer el café y me junto con vosotros.- Les decía, medio ordenaba Higinia.
-Vamos Pablo, sacaré la botella de brandy que he comprado para la ocasión, porque hoy pasamos la tarde aquí, supongo que lo sabes.- Comentaba Armando, mientras apoyaba una mano en el hombro de Pablo acompañándolo al salón.
Cuando llegó Higinia con los cafés, los chicos le habían reservado un asiento con una copa delante. Sentados en el sofá y un sillón, disfrutaban de un café con una copa de buen brandy. Apareció de nuevo Isa, les dio dos besos a todos y se despidió.
-El novio ha venido a buscarla.- Confirmaba Higinia.
-¿Tiene novio?- Preguntaba Pablo acercándose la taza a la boca.
-Claro, como tu hija no te explica nada, no te enteras.- Decía Armando, Pablo levantaba las cejas confirmando lo evidente.
-Es Manolo.- Añadía Higinia.
-¿Manolo? ¿Qué Manolo?- Preguntaba curioso Pablo.
-Manolo ¿Qué Manolo va a ser? El sobrino del mecánico que le llevamos los coches.- Le aclaraba Armando.
-¡Ah! Ese Manolo, parece buen chico ¿No?
-Sí que lo es, ha venido a casa un par de veces. Ya ves, nos arregla los coches y ahora arregla también a la niña.- Reía Armando diciéndolo.
-Que bruto eres por Dios ¿No sabes decirlo de otra manera? – Le afeaba Higinia mientras ellos dos se partían de risa.
-A ver si te piensas que tu hija es tonta, o te crees que esos dos no han…- Seguía provocándola su marido.
-¡Armando por favor!- Gritó Higinia, antes de que su marido acabara la frase.
-Es guapo, trabajador y cariñoso con Isa ¿Qué más queremos?- Seguía Higinia.
-Y tiene la mejor suegra que podía encontrar.- La adulaba Pablo con una risilla.
-A que sí.- Contestaba Higinia riendo los tres.
Brindaron con las copas de brandy, bebieron y se hizo un corto silencio. Higinia miraba a los ojos de Pablo. Pablo se dio cuenta.
-Armando, tu mujer me está mirando a los ojos.
-Pues preparate, que algo le ronda la cabeza y eso es peligroso.
-A ver Pablo, hablemos en serio, tengamos una conversación de adultos ¿No crees que ya es hora de que intentes rehacer tu vida?- Entró directamente Higinia. Pablo dio un saltito en el sofá que estaba sentado del susto.
-¡Lo ves! Ya te he avisados que era peligrosa cuando se ponía así.- Reía Armando, a la vez que se moría de ganas de escuchar la respuesta de Pablo.
-¿Con… con una mujer?- Preguntaba inocente y nervioso Pablo.
-O con un hombre, tú mismo, con lo que quieras, tú sabrás tus gustos.- Respondía Higinia con cierto cachondeo.
Pablo tenía la cara roja como un tomate, bebía para retrasar o pensar en la respuesta.
-No… no lo he pensado, creo que Lucía todavía me necesita…
-Venga Pablo, Lucía es como Isa, solo necesita comer y lavarse la ropa en esta casa, y eso lo podría hacer en cualquier otro lugar. Ya no nos necesitan para nada, esa excusa no es buena. Pero tú, sí que necesitas una mujer en tu vida, alguien con quien compartir, hablar, querer…
-Y follar…- Entraba en la conversación Armando.
-Armando hijo, cómo estás hoy ¡Eh!- Le recriminaba su mujer mientras él se moría de risa.
Pablo aprovechaba que el matrimonio se distraía para pensar, Higinia lo había arrinconado y no sabía como salirse.
-Dime algo hombre, contéstame ¿O es que nunca lo has pensado?- Insistía Higinia, Pablo giró la cabeza mirándola sin saber que cara poner.
-Pues… es justo eso, ni me lo he llegado a plantear.
En las palabras de Higinia, encontró la solución para salir del atolladero.
-Tú lo que estás es demasiado acomodado.- Le reprochaba ella.
-Déjalo tranquilo mujer, no ves que está bien así, si él no quiere ¿Vamos a forzarlo nosotros? Desde luego como eres.- Le decía Armando a su mujer con cierta ironía.
-Mirar, yo estoy bien, no me interesa nada que no sea mi hija…
-Tu hija, cualquier día se irá de tu casa y te quedarás solo, que lo sepas.- Amenazaba Higinia sin dejar que acabara la frase.
Pablo escuchó y bajó la cabeza pensando, sabía que Higinia tenía razón, Lucía haría su vida más tarde o más temprano, y entonces él… ¿Qué haría? Pues seguir trabajando y viviendo, y si podía seguir con su relación, o lo que tuviera en ese momento con su amiga íntima. Aunque también tenía claro, que su amiga, cualquier día se cansaría de aquella manera de funcionar, o encontraría a alguien que estaría dispuesto a compartir su vida. Seguramente como decía Higinia, acabaría solo en aquella vieja casa en la que vivía.
Acabaron la tarde con buena conversación y cachondeo entre ellos.
-Quédate a cenar con nosotros, ya ves que estamos solos.- Le invitaba Higinia.
-Estáis muy bien los dos solos, aprovechar y pegar un buen…
-¡Tú también Pablo! Que hombres por Dios.- Se quejaba Higinia.
Los hombres rieron, Pablo abrazó a Armando y le dio dos besos a Higinia despidiéndose.